Índice | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
Carlos Garulo El latido del bosque IntraText CT - Texto |
|
|
[COLOQUIO SOSEGADO EN EL CORAZÓN DEL BOSQUE] [Ante la urna con el cuerpo de Don Bosco, en la Basílica de María Auxiliadora]
[El río, peregrino a su fuente]
SOY YO, EL RÍO NACIDO DE TU FUENTE lejana –prisionero de su propia corriente, con las manos atadas a la espalda por cien nudos de bronce–, peregrino sediento a tu verdad en el sigilo oscuro y doloroso de la noche que a «volver a nacer» me solicita.
Me despierta tu salto de frescura –tan distinto y sonoro, allá párvulo y libre– convocando en mis labios los besos ya olvidados, entrando hasta mi seno complacido para sanar las niñas de sus aguas, para advertir de peces en mi entraña, disponerme a sus voces y reclamos. En tu cantar escucho la insistencia de que sólo en el mar se halla el destino grande.
¡No dejes que me ignore esa esperanza!
¡Suplica que me habite en lo más íntimo! [Horizonte desde el corazón del bosque]
ES AHORA DE NOCHE porque cruje tu ausencia en los sentidos. Tu figura se atiene al protocolo de la muerte. Y en ese yacimiento de rostro serenísimo,
traza, como la mar, un horizonte
que persiste en su huida hacia adelante
a medida que ceba nuestro afán por seguirlo sin que alcance sus pasos, como si fuese el truco de tus juegos de una perspicaz pedagogía.
Me llega así el futuro como un alumbramiento. [Percepción de latidos en el corazón del bosque]
ES AHORA DE DÍA y yo no veo alzarse desde ti ni cuerpo ni palabra que respondan al carcaj de mis ansias. Hermoso es, no obstante, pronunciar quedamente tu nombre con los labios bien sellados para dejarte en tu profundo sueño sin rehuir la carga que nos toca, perseverando en nuestro juramento. Consuelo es apagar esta aparente vida con la caída lenta de los párpados y entrar contigo –de tu mano y juntos– en un mudo coloquio de supuestos y de complicidades, en las sendas de una oscuridad iluminada.
Percibo así, en tu bosque, los latidos. [Latido del carisma]
MIRO SI SON mis dedos, como brasas de la nieve, capaces de caricias y un afecto que achique los espacios y distancias, que redima la vida de quien tiene la vida aún por delante hasta que encienda y suene con potencia
la propia sinfonía que le habitaba dentro. [Latido de la misión]
CADA NOCHE REVISO los libros de registro para asentar mis contabilidades. No quiero que me digas que a los juegos, la ciencia, el pan, la casa y el puesto de trabajo, aún les falta una mano con el índice
que apunte a otra orilla invisible
despertando una sed de manantiales,
una sed insaciable de Patria verdadera. [Latido por los hijos anhelados]
CON EL PASAR del tiempo ya no encuentro placer –sí desaliento– en los informes y balances de fuerzas a mi mando desplegadas en puntos estratégicos del mundo. Las hazañas y triunfos coronados de laureles ¿son el fiel contrapunto de íntimas derrotas silenciadas? Como a Abrahán, me duelen las entrañas aviejadas de tanto esperar hijos –¡que no llegan!– para cuidar rebaños reunidos a fuerza de paciencia y fatiga. ¿Acaso nos revela en toda su crudeza la derrota de imperios que se asientan en la potencia y brío de caballos o en el valor de tropas adiestradas? ¿O acaso nos revela en toda su belleza
aquel permanecer contra todo designio
que sólo se sustenta en el Dios vivo?
A veces esperamos las cosechas sin sembrar en los campos. O sembrando equivocadamente en la tierra baldía. La semilla invisible, si se echa a andar a gatas,
sólo es cuando antes el amor
ya alumbró con paciencia su milagro
de roturar los campos para la sementera.
SIEMPRE ASÍ HABRÁ quien cuide los rebaños. [Latido de la Madre y de su Templo]
LA VEO A OJOS cerrados. Su presencia se percibe en la paz que conmociona. Esta casa transporta con su calma a las terrazas altas del misterio. Sin agobio de luz, es suficiente el tibio resplandor de día nuevo o de tarde que entrega dulcemente su alma al Creador con el crepúsculo para olvidar zozobras. O reventar capullos por los que se desnuda la belleza de la clemencia honda, de la alegría intensa. Todo es Ella. Y es que «Ella lo hace todo». Vivimos del milagro. ¿Nadie hoy dice estas cosas? Pero en el pensamiento, mudo e intuitivo, de este silencio mío yo percibo tu voz con su larga experiencia a las espaldas: cansado de implorar desde la nada de bolsillos vacíos y unas pocas monedas para arriesgarse a la locura hipnótica del fuste de este templo65 que me arropa; cansado de milagros en tus manos con la mirada baja del reconocimiento.
Cuando ya el universo entero, en su costumbre de millones de siglos, ha sido profanado y hasta desflorada y maltrecha su virginidad, vengo a acogerme al derecho de asilo de este espacio sagrado,
seguro de que aquí es donde se engendran
los sueños imposibles contra toda esperanza.
NO QUISIERA MOVERME de este lugar santo donde el tiempo transcurre dulcemente contemplando en sus ojos la ternura. Las olas del silencio abaten inquietudes. Las olas del misterio solicitan
la mirada que indague en los recuerdos,
memoria que recuerde desde el éxtasis. [Latido de la fe para el combate]
SEGUROS DE milagros imposibles, todo mueve a partir, todo busca enrolarse al pronunciar con fe tu voz sirena.
Y un puñado de hijos cada año se enrola en el empeño de la fe por sembrar su costumbre en tierra nueva.
Aún vibra en este templo, renovada, la gloriosa partida de los héroes. Reside aquí la fuerza que sus pasos impulsa, la gracia del consuelo necesario que alivia sus fatigas y pregona su vibrante palabra e incontenible gozo
si embebidos de fe para el combate. [Latido de la pasión por la santidad]
DE CUANDO EN cuando tomo las medidas de mi presión, de mi temperatura. Los valores demuestran que mis venas y arterias canalizan sin gran pasión mi sangre. Explican que el corazón bombea con rutina, ignorante de que Alguien hubiese descendido –como una epifanía regalada– con su incómoda voz provocativa, con la mano repleta de promesas.
Y leo en la fachada de tu casa en letras capitales gigantescas: «Déjennos las personas. No nos importa el resto.»
En letra más pequeña del prospecto: «Sólo el amor mantiene ojos abiertos –capaces de auscultar en las cavernas huérfanas de la luz y del oxígeno– hasta agotarse todo en ese empeño superior al oficio de los ángeles. Lo extraordinario aquí obtiene acta de naturaleza en los talleres, en las aulas, en patios y en altares».
Así Dios deja huella de su obligada ausencia.
Se hace la santidad imperativo.
FUE AYER revelación. Hoy es milagro. [De nuevo hay un principio y un futuro]
EN EL REGAZO tierno del crepúsculo, la tarde de mis días se columpia como si en los vaivenes de ese viaje aéreo le esperara de pronto un simulacro de regreso –de espaldas– al punto de partida.
Y es que la noche, cuando se infiltra en nuestras cosas, no imagina ni entiende de otros días pasados, ni ser pecho o espalda de los tiempos. Vez por vez su novedad se inscribe en el registro. La defunción no tarda en repetir su constancia en esas mismas páginas tan pronto como el sol incendia el universo.
Los días y sus dádivas no ofrecen para siempre la gracia de su cuerpo. Ni barcos soñolientos se eternizan rompiendo el espinazo de los mares: hubo un día una boca abierta que alentó su vuelo de palabra por el agua, hay brazos de bocana con que esperan orillas asentadas a lo lejos. (Y hay en acecho fauces de unos monstruos, guardianes de sepulcros submarinos.)
Ilusorio es volver a los orígenes,
a un territorio, a un gesto, a una palabra: clausuraron su ciclo de andadura. Hubo revelación. Se derramó como señal de gracia la simiente de fuego. Las cosechas subieron al granero para ser argumento probatorio. Pero fueron también patria ambulante cuajada en migraciones infinitas, en éxodos forzados y en rudos mestizajes.
La pureza de estirpe que nos toca, la fuerza que sostiene nuestras vidas, la vida que taladra los futuros
es la propia de las germinaciones.
Por aquellos orígenes que fueron ya estamos con los pies en el futuro. Nos espera camino si hay pulmones con alforjas de aliento en su despensa. Nos hallamos ahora en nuestro propio origen
y a este nuevo origen referidos:
el que rescata así para una vida
que habrá de germinar otros orígenes
de ríos que se abracen a sus fuentes,
a la nueva verdad que fluye y que sustenta.
|
65 (pág. 102) A últimas horas de una tarde de diciembre de 1862, cansado después de muchas confesiones, Don Bosco confía a uno de sus muchachos –Paolo Albera, su futuro segundo sucesor– que ante la necesidad de una iglesia que pueda acoger más jóvenes que la de San Francisco de Sales, estaba pensando en construir una nueva, más grande y hermosa, dedicada a María Santísima Auxiliadora. «Sólo que no tengo ni un céntimo –se sinceró Don Bosco–. Pero si Dios lo quiere, se hará». Empieza más tarde por encargar planos, pedir la licencia de obras al ayuntamiento, buscar un contratista de obras –Carlo Buzzetti, hermano de un antiguo alumno suyo– y por las excavaciones para los cimientos. Frente a las objeciones de su propio administrador, Don Bosco responde: «¿Cuándo jamás hemos comenzado una obra teniendo ya disponible el dinero necesario? Hay que dejar hacer alguna cosa a la divina Providencia.» Tras los trabajos de excavación y acabada de poner la primera piedra, con gran sentido del humor dice al contratista: «Te voy a hacer un pago a cuenta de los grandes trabajos». Echó mano al monedero del bolsillo y le vació en la mano todo cuanto contenía: ocho monedas que en su valor total no llegaban ni a media lira de entonces. Viendo a Buzzetti un tanto mortificado le dijo: «Estate tranquilo. La Virgen pensará en hacernos llegar el dinero necesario». Y la Virgen debió pensar en ello porque la espléndida Basílica de María Auxiliadora llegó a su término y sigue en pie con toda su belleza y significado. |
Índice | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText |
IntraText® (V89) Copyright 1996-2008 EuloTech SRL |