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Carlos Garulo
El latido del bosque

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  • PRÓLOGO A «EL LATIDO DEL BOSQUE»
    • PROPÓSITO DE LA DEVOCIÓN Y DE UN SUEÑO
      • Poesía y lírica para invención del futuro
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Poesía y lírica para invención del futuro

 

Yo siento a Don Bosco tan grande, pero a la vez tan mío y tan de mis días, que, contra toda ley de gravedad histórica, no puedo resignarme a la distancia insalvable de tiempos y circunstancias que hay entre el suyo y el mío. Intuía que para este proyecto había que rescatarlo de su tiempo. Traerlo al nuestro sin maquillajes ni adaptaciones, precisamente para su contraste. Incluso verlo –vivo y activo, aunque esto sea posible sólo por nuestra mediación– en el futuro, superado el pasado y más allá del ahora. De facto, se trataría de una ficción, de un juego de conjugación de tiempos sin respeto alguno de la realidad histórica ni de la gramática.


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A tal fin y para explorarlo, había que navegar a lo largo y ancho del  curso de ese río, que ahora, además y junto con él, somos también nosotros. Y sospechar e imaginar un mar esperándole a su desembocadura como meta, para no «olvidarnos de él como destino» tras haber caído en la trampa de la autoreferencialidad y la autocomplacencia. Y, por supuesto, remontarlo hasta sus fuentes para dar con su fresca y genuina verdad. Un recorrido y un regreso a las fuentes hecho a lomos de experiencia y no sólo de emotivos «revival» momentáneos o cabalgando sobre la arqueología de viajes de estudio o sobre el concentrado pedagógico de visitas museísticas. Porque, lejos de una rememoración y, más lejos aún, de una restauración del pasado en el presente –tal es la eterna tentación de todo «ancien régime» que se precie de eso–, se trata de una prospección, de una invención del futuro. No es el pasado, ni siquiera el presente sino el futuro el que seguramente nos quita el sueño.

 

De esa ambición nace el recurso a la poesía, a la lírica: como necesidad de dotarme de un instrumento adecuado con el que hacer el único milagro posible con mis propias manos. Recurso a la poética, al lirismo consistente en crear, explicar y comunicar algo que –fuera de la intervención de Dios– no existiría en ningún otro caso. Se trata de recuperar para el poeta y para la poesía –aunque sólo sea de manera modesta– el sentido trascendente, oracular y ritual que tuvo (Robert Graves). Su finalidad no es describir objetos y sentimientos, o narrar historias conocidas sino crearlos de nuevo al evocarlos o al nombrarlos (Yorgos Seferis). Impulsado por la imaginación, ¿por qué no puedo explorar artísticamente lo que deseo y en la forma que deseo, las percepciones y experiencias propias o las de otras gentes, la historia, las lecturas,


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las noticias de los medios de comunicación? Con esta maniobra de libertad y en libertad se apresa la materia prima (historia, actualidad, textos, relatos, paisajes, sensaciones, etc.) y se la traslada al ámbito totalmente diferente de lo bello; allí todo lo que fue la materia prima original puede resultar carente de interés frente al fulgor de la novedad creada y ésta frente al futuro real que estará aún por escribirse. El gran valor de la poesía reside precisamente en su inutilidad; digamos con más exactitud, en su aparente inutilidad.

 

Por encima de toda normativa, un poema es entonces un campo de libertad sin límites. Posee la componente intelectual de conocer la realidad –pasada o presente, o de futuro en visión intuida–, de esfuerzo en leer por dentro aquello que se resiste a la primera lectura, o a una lectura rápida, o tópica y rutinaria, o interesada, o rígidamente ceñida al dato por exigencia de rigor del método. Para ser consecuente con su naturaleza, el poema debe poseer, además y sobre todo, la componente estética. Es decir belleza de ideas, narraciones y sentimientos que encuentran su único cauce expresivo en palabras nobles y sonoras y de color; en imágenes reveladoras; en parábolas, alegorías y metáforas que perforan una realidad que se resiste muchas veces a la comprensión o, al menos, a su dominio; en un ritmo musical latente y en una cadencia melódica solista que permite al pensamiento y al sentimiento movilizarse, y moverse luego al unísono fundidos, como enamorados, en un solo cuerpo.

 

Yo conozco la historia encerrada en cada poema que he escrito, es natural. Aunque el verdadero significado de cada uno de ellos –una vez escritos– estará entre lo que significa para mi y, mucho más, lo que


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signifique para cada lector. Porque un poema puede contener mucho más de lo que reconoce la conciencia de su autor (Thomas S. Eliot). Como lector de otros poetas, yo tengo esa misma experiencia. E idéntica experiencia me ha sido confirmada por los «amigos» con los que he compartido la lectura de estos poemas mientras iban amaneciendo en este «bosque» (véase el Epílogo «De mi obligado reconocimiento»). Sin haberme propuesto una creación colectiva, confieso que, por convicción y por necesidad, con mucha frecuencia he salido de mi mismo para compartir con otros –en un valioso ejercicio de realimentación– cuanto iba concibiendo y gestando. Son numerosos los reflejos de este feed-back amical.

 

 




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