JORNADA SEGUNDA
Salen TEÓGENES, y CARAVINO, con otros cuatro
NUMANTINOS, gobernadores de Numancia, y MARQUINO,
hechicero, y
siéntanse
TEÓGENES:
Paréceme, varones esforzados,
que en nuestros daños con rigor influyen
los tristes signos y contrarios hados,
pues nuestra fuerza humana disminuyen.
Tiénennos los romanos encerrados
y con cobardes manos nos destruyen;
ni con matar muriendo no hay vengarnos,
ni podemos sin alas
escaparnos.
No sólo a vencernos se despiertan
los que habemos vencido veces tantas;
que también españoles se conciertan
con ellos a segar nuestras gargantas.
Tan gran maldad los cielos no consientan;
con rayos hieran las ligeras
plantas
que se muestren en daño del amigo,
favoreciendo al pérfido enemigo.
Mirad si imagináis algún remedio
para salir de tanta desventura,
porque este largo y trabajoso
asedio
sólo promete presta sepultura.
El ancho foso nos estorba el medio
de probar con las armas la ventura,
aunque a veces valientes, fuertes brazos
rompen mil contrapuestos
embarazos.
CARAVINO: ¡A
Júpiter pluguiera soberano
que nuestra juventud sola se viera
con todo el cruel ejército romano,
adonde el brazo rodear pudiera,
que allí, al valor de la española
mano,
la misma muerte poco estorbo hiciera
para dejar de abrir franco camino
a la salud del
pueblo numantino!
Mas pues en tales términos nos
vemos,
que estamos como damas
encerrados,
hagamos todo cuanto hacer podemos
para mostrar los ánimos osados.
A nuestros enemigos convidemos
a singular batalla; que, cansados
de este cerco tan largo, ser podría
quisiesen acabarle por tal
vía.
Y cuando este remedio no suceda
a la justa medida
del deseo,
otro camino de intentar nos queda,
aunque más trabajoso a lo que creo.
Este foso y muralla que nos veda
el paso al enemigo que allí veo,
en un tropel de noche le rompamos
y por ayuda a los amigos vamos.
NUMANTINO 1: O sea por el foso
o por la muerte,
de abrir tenemos paso a nuestra vida;
que es dolor insufrible el de la muerte,
si
llega cuando más vive la vida.
Remedio a las miserias es la muerte
si se acrecientan ellas con la
vida,
y suele tanto más ser excelente
cuanto se muere más honradamente.
NUMANTINO 2: ¿Con qué más
honra pueden apartarse
de nuestros cuerpos estas
almas nuestras
que en las romanas haces
arrojarse
y en su daño mover las fuerzas diestras?
Y en la ciudad podrá muy bien quedarse
quien gusta de cobarde dar las muestras;
que yo mi gusto pongo en quedar muerto
en el cerrado foso o campo
abierto.
NUMANTINO 3: Esta insufrible
hambre macilenta
que tanto nos persigue y nos rodea
hace que en vuestro parecer consienta
puesto que temerario y duro sea.
Muriendo, excusar hemos tanta afrenta;
y quien morir de hambre no desea
arrójese conmigo al foso
y haga
camino su remedio con la daga.
NUMANTINO 4: Primero que
vengáis al trance duro
de esta resolución que habéis
tomado,
paréceme ser bien que desde el muro
nuestro fiero enemigo sea avisado,
diciéndole que dé campo seguro
a un numantino y a otro su soldado
y que la muerte de una sea
sentencia
que acabe nuestra antigua diferencia.
Son los romanos tan soberbia gente
que luego aceptarán este partido;
y si lo aceptan, creo firmemente
que nuestro amargo daño ha fenecido,
pues está un numantino aquí presente
cuyo valor me tiene persuadido
que él solo contra tres de los romanos
quitará la victoria de las manos.
También será acertado que
Marquino,
pues es un agorero tan famoso,
mire qué estrella o qué planeta o signo
nos amenaza a muerte o fin honroso,
o si se puede hallar algún camino
que nos pueda mostrar si del
dudoso
cerco crüel do estamos oprimidos
saldremos vencedores o vencidos.
También primero encargo que se haga
a Júpiter solemne sacrificio,
de quien podremos esperar la
paga
harto mayor que nuestro beneficio.
Cúrese luego la profunda llaga
del arraigado acostumbrado vicio.
Quizá con esto mudará de intento
el hado esquivo, y nos dará contento.
Para
morir, jamás le falta tiempo
al que quiere morir desesperado.
Siempre seremos a sazón y a tiempo
para mostrar muriendo el pecho osado;
mas, porque no se pase en balde el tiempo,
mirad si os cuadra lo que he demandado,
y, si no os parece, dad un modo
que mejor venga y que convenga a todo.
MARQUINO:
Esa razón que muestran tus razones
es aprobada del intento mío.
Háganse sacrificios y
oblaciones
y póngase en efecto el desafío;
que yo no perderé las ocasiones
de mostrar de mi ciencia el poderío.
Yo os sacaré del hondo centro oscuro
quien nos declare el bien, el mal futuro.
TEÓGENES: Yo
desde aquí me ofrezco, si os parece
que puede de mi esfuerzo algo fïarse,
de salir a esta duda que se ofrece
si por ventura viene a
efectuarse.
CARAVINO: Más honra tu valor
claro merece.
Bien pueden de tu esfuerzo confïarse
más difíciles cosas, y aun
mayores,
por ser el que es mejor de los mejores.
Y pues tú ocupas el lugar
primero
de la honra y valor con causa justa,
yo, que en todo me cuento por postrero,
quiero ser el heraldo de esta justa.
NUMANTINO 1: Pues yo con todo el pueblo me
prefiero
hacer de los que Júpiter más gusta,
que son los sacrificios y oblaciones,
si van con enmendados corazones.
NUMANTINO 2: Vámonos, y con
presta diligencia
hagamos cuanto aquí propuesto habemos,
antes que la pestífera
dolencia
de la hambre nos ponga en los extremos.
Si tiene el cielo dada la sentencia
de que en este rigor fiero acabemos,
revóquela, si acaso lo merece
la presta enmienda que Numancia ofrece.
Vanse y salen MARANDRO, y LEONICIO, numantinos
LEONICIO:
Marandro amigo, ¿dó vas,
o hacia dó mueves el pie?
MARANDRO: Si yo mismo no lo
sé,
tampoco tú lo sabrás.
LEONICIO:
¡Cómo te saca de
seso
tu amoroso pensamiento!
MARANDRO: Antes, después que
le siento,
tengo más razón y peso.
LEONICIO:
Eso ya está averiguado;
que el que sirviere al
amor,
ha de ser por su dolor
con razón muy más pesado.
MARANDRO: De
malicia o de agudeza
no escapa lo que dijiste.
LEONICIO: Tú mi agudeza
entendiste;
mas yo entendí tu simpleza.
MARANDRO:
¿Qué simpleza? ¿Querer bien?
LEONICIO: Si al querer no se
le mide
como la razón lo pide,
con cuándo, cómo, y a quién.
MARANDRO:
¿Reglas quiés poner a amor?
LEONICIO: La razón puede
ponellas.
MARANDRO:
Razonables serán ellas,
mas no de mucho primor.
LEONICIO: En
la amorosa porfía
a razón
no hay conocella.
MARANDRO: Amor no va contra
ella,
aunque de ella se desvía.
LEONICIO:
¿No es ir contra la razón,
siendo tú tan buen
soldado,
andar tan enamorado
en tan extraña ocasión?
Al tiempo que del dios Marte
has de pedir el favor
¿te entretienes con
Amor
quien mil blanduras reparte?
¿Ves la patria consumida
y de enemigos cercada,
y tu memoria burlada
por amor, de ella se
olvida?
MARANDRO: En
ira mi pecho se arde
por ver que hablas sin cordura.
¿Hizo el Amor, por ventura,
a ningún pecho cobarde?
¿Dejé yo la
centinela
por ir donde está mi dama
o estoy durmiendo en la cama
cuando mi capitán vela?
¿Hasme visto tú faltar
de lo que debo a mi
oficio,
para algún regalo o vicio
ni menos por bien amar?
Y si nada no has hallado
de que debo dar disculpa,
¿por
qué me das tanta
culpa
de que sea enamorado?
Y si de conversación
me ves que ando siempre ajeno,
mete la mano en tu seno,
verás si tengo razón.
¿No sabes los muchos años
que tras Lira ando perdido?
¿No sabes que era venido
en fin todo a nuestros daños,
porque su padre
ordenaba
de dármela por mujer,
y que Lira su querer
con el mío concertaba?
También sabes que llegó
en tan dulce
coyuntura
esta fuerte guerra dura
por quien mi gloria cesó.
Dilatóse el casamiento
hasta acabar esta guerra
porque no está nuestra
tierra
para fiestas y contento.
Mira cuán poca esperanza
puedo tener de mi gloria,
pues esta nuestra victoria
toda en la enemiga
lanza.
De la hambre fatigados,
sin medio de algún remedio,
tal muralla y foso en medio,
pocos, y ésos encerrados;
pues como veo
llevar
mis esperanzas del viento,
ando triste y descontento,
ansí cual me ves andar.
LEONICIO:
Sosiega, Marandro, el pecho;
vuelve al brío que
tenías;
quizá que por otras vías
se ordena nuestro provecho,
y Júpiter soberano
nos descubra buen camino
por do el pueblo
numantino
quede libre del romano,
y en dulce paz y sosiego
de tu esposa gozarás,
y la llama templarás
de aquese amoroso
fuego;
que para tener propicio
al gran Júpiter tonante,
hoy Numancia en este instante
le quiere hacer sacrificio.
Ya el pueblo viene y se
muestra
con las víctimas e incienso.
¡Oh, Júpiter, padre inmenso,
mira la miseria nuestra!
Apártanse a un lado, y salen dos numantinos
vestidos como sacerdotes antiguos, y han de traer asido
de los
cuernos en medio un carnero grande, coronado de oliva y
otras
flores, y un paje con una fuente de plata y una toalla, y
otro
con un jarro de agua, y otros dos con dos jarros de vino,
y otro
con otra fuente de plata con un poco de incienso, y otros
con
fuego y leña, y otro que ponga una mesa con un tapete
donde se ponga todo lo que hubiere en la comedia, en
hábitos de numantinos; y luego los SACERDOTES, dejando el
uno el carnero de la mano, diga
SACERDOTE 1: Señales ciertas
de dolores ciertos
se me han representado en el
camino
y los canos cabellos tengo
yertos.
SACERDOTE 2: Si acaso no soy
mal adivino
nunca con bien saldremos de esta empresa.
¡Ay, desdichado pueblo numantino!
SACERDOTE 1: Hagamos nuestro
oficio con la priesa
que no incitan los agüeros tristes.
Poned, amigos, hacia aquí esa mesa.
SACERDOTE 2: El vino, incienso
y agua que trujisteis
poneldo encima y apartaos
afuera,
y arrepentíos de cuanto mal hicisteis;
que la oblación mejor y la primera
que se ha ofrecer al alto cielo
es alma limpia y voluntad sincera.
SACERDOTE 1: El fuego no le
hagáis vos en el suelo,
que aquí viene
brasero para ello,
que así lo pide el religioso celo.
SACERDOTE 2: Lavaos las manos
y limpiaos el cuello.
Dad acá el agua. ¿El fuego no se enciende?
NUMANTINO: No hay quien pueda,
señores, encendello.
SACERDOTE 1: ¡Oh,
Júpiter! ¿Qué es esto que pretende
de hacer en nuestro daño el hado esquivo?
¿Cómo el fuego en la tea no se enciende?
NUMANTINO: Ya
parece, señor, que está algo vivo.
SACERDOTE 2: Quítate afuera. ¡Oh, flaca
llama oscura,
qué dolor en mirarte tal
recibo!
¿No miras cómo el humo se apresura
a caminar al lado de poniente,
y la amarilla llama, mal segura,
sus puntas encamina hacia el oriente?
¡Desdichada señal, señal
notoria
que nuestro mal y daño está patente!
SACERDOTE 1: Aunque lleven
romanos la victoria
de nuestra muerte, en humo ha de tornarse,
y en llamas vivas nuestra muerte y gloria.
SACERDOTE 2: Pues debe con el
vino rucïarse
el sacro fuego, dad acá ese vino
y el incienso también ha de quemarse.
Rocía el fuego con el vino a la redonda, y
luego pone el incienso en el fuego, y dice
Al bien del triste pueblo numantino
endereza, ¡oh gran Júpiter!, la fuerza
propicia del contrario amargo sino.
Ansí como este ardiente fuego fuerza
a que en humo se vaya el sacro incienso,
así se haga al enemigo fuerza
para que en humo, eterno padre inmenso,
todo su bien, toda su gloria
vaya,
ansí como tú puedes y yo pienso;
tengan los cielos su poder a raya,
ansí como esta víctima tenemos,
y lo que ella ha de haber él también haya.
SACERDOTE 1: Mal responde el
agüero; mal podremos
ofrecer esperanza al pueblo triste,
para salir del mal que
poseemos.
Hácese ruido debajo del tablado con un
barril lleno de piedras, y dispárese un cohete volador
SACERDOTE 2: ¿No oyes un
ruido, amigo? Di, ¿no viste
el rayo ardiente que pasó volando?
Presagio verdadero de esto
fuiste.
SACERDOTE 1: Turbado estoy; de
miedo estoy temblando.
¡Oh, qué señales, a lo que yo veo,
que amargo fin están pronosticando.
¿No ves un escuadrón airado y feo?
¿Ves unas águilas feas que
pelean
con otras aves en marcial rodeo?
SACERDOTE 2: Sólo su esfuerzo
y su rigor emplean
en encerrar las aves en un
cabo,
y con astucia y arte las rodean.
SACERDOTE 1: Tal señal
vituperio y no la alabo.
¿Aguilas imperiales vencedoras?
¡Tú verás de Numancia presto el cabo!
SACERDOTE 2: Aguilas, de gran
mal anunciadoras,
partíos, que ya el agüero vuestro entiendo,
ya en efecto contadas son las
horas.
SACERDOTE 1: Con todo, el
sacrificio hacer pretendo
de esta inocente víctima, guardada
para aplacar al dios del gesto horrendo.
SACERDOTE 2: ¡Oh, gran Plutón,
a quien por suerte dada
le fue la habitación del reino oscuro
y el mando en la infernal triste morada!
Ansí vivas en paz, cierto y seguro
de que la hija de la sacra Ceres
corresponda a tu amor con amor puro,
que todo aquello que en provecho vieres
venir del pueblo
triste que te invoca,
lo alegues cual se espera de quien eres.
Atapa la profunda, oscura boca
por do salen las tres fieras hermanas
a hacernos el daño que nos toca,
y sean de dañarnos tan
livianas
sus intenciones, que las lleve el viento,
como se lleva el pelo de estas lanas.
Quita algunos pelos del carnero, y échalos
al aire
SACERDOTE 1: Y ansí como te
baño y ensangriento
este cuchillo en esta sangre
pura
con alma limpia y limpio pensamiento,
ansí la tierra de Numancia dura
se bañe con la sangre de romanos
y aun los sirva también de sepultura.
Sale por el hueco del tablado un demonio hasta el
medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero y [todos los
sacrificios], y volverse a disparar el fuego
SACERDOTE 2: Mas, ¿quién me ha
arrebatado de las manos
la víctima? ¿Qué es esto, dioses santos?
¿Qué prodigios son éstos tan insanos?
¿No os han enternecido ya los llantos
de este pueblo lloroso y afligido
ni la arpada voz de aquestos
cantos?
Antes creo que se han endurecido
cual pueden inferir en las
señales
tan fieras como aquí han acontecido.
Nuestros vivos remedios son
mortales;
toda nuestra pereza es diligencia,
y los bienes ajenos, nuestros
males.
NUMANTINO: En fin
dado han los cielos la sentencia
de nuestro fin amargo y miserable.
No nos quiere valer ya su clemencia;
lloremos, pues es fin tan
lamentable,
nuestra desdicha; que la edad postrera
de él y de nuestras fuerza siempre hable.
TEÓGENES:
Marquino haga la experiencia entera
de todo su saber, y sepa cuánto
nos promete de mal y la
lastimera
suerte, que ha vuelto nuestra risa en llanto.
Vanse todos, y quedan MARANDRO y LEONICIO
MARANDRO:
Leonicio, ¿qué te parece?
¿Han remedio nuestros males
con estas buenas señales
que aquí el cielo nos
ofrece?
¡Tendrá fin mi desventura
cuando se acabe la guerra,
que será cuando la tierra
me sirva de sepultura!
LEONICIO:
Marandro, al que es buen
soldado
agüeros no le dan pena,
que pone la suerte buena
en el ánimo esforzado,
y esas vanas apariencias
nunca le turban el
tino.
Su brazo es su estrella o sino;
su valor, sus influencias.
Pero si quieres creer
en este notorio engaño,
aún
quedan, si no me engaño,
experiencias más que hacer,
que Marquino las hará,
las mejores de su ciencia,
y el fin de nuestra dolencia
si es buena o mala
sabrá.
Paréceme que le veo.
MARANDRO: ¡En qué extraño
traje viene!
Quien con feos se entretiene,
no es mucho que venga feo.
¿Será acertado
seguille?
LEONICIO: Acertado me parece
por si acaso se le ofrece
algo en que poder serville.
Aquí sale MARQUINO con una ropa de
bocací grande y ancha, y una cabellera negra, y los pies
descalzos, y la cinta traerá de modo que se le vean tres
redomillas llenas de agua; la una negra y la otra
clara y la
otra teñida con azafrán; y una lanza en la mano,
teñido de negro, y en la otra un libro; y ha de venir
otro
con él que se llama MILBIO, y cuando entran LEONICIO y
MARANDRO, se apartan afuera MARQUINO y MILBIO
MARQUINO:
¿Dó, dices Milbio, que está el joven triste?
MILBIO: En esta
sepultura está encerrado.
MARQUINO: No yerres el lugar
do le perdiste.
MILBIO:
No; que con esta hiedra señalado
dejé el lugar adonde el mozo tierno
fue con lágrimas tiernas enterrado.
MARQUINO:
¿De qué murió?
MILBIO:
Murió de mal gobierno;
la flaca hambre le acabó la vida,
peste crüel, salida del infierno.
MARQUINO:
¿Al fin dices que ninguna herida
le cortó el hilo del vital aliento,
ni fue cáncer ni llaga su homicida?
Esto te digo, porque hace al cuento,
de mi saber que esté este cuerpo entero,
organizado todo y en su asiento.
MILBIO:
Habrá tres horas que le di el postrero
reposo y le entregué a la sepultura
y de hambre murió, como refiero.
MARQUINO:
Está muy bien, y es buena coyuntura
la que me ofrecen los propicios signos
para invocar de la región oscura
los feroces espíritus
malinos.
Presta
atentos oídos a mis versos,
fiero Plutón, que en la región oscura,
entre ministros de ánimos perversos,
te cupo de reinar suerte y ventura;
haz, aunque sean de tu gusto adversos,
cumplidos mis deseos en la dura
ocasión que te invoco; no te tardes,
ni a ser más oprimido de mí aguardes.
Quiero que al cuerpo que aquí está encerrado
vuelva el alma que le daba
vida
aunque el fiero Carón del otro lado
la tenga en la ribera denegrida
y aunque en las tres gargantas
del airado
cancerbero está penada y escondida.
Salga, y torne a la luz del mundo nuestro
que luego tornará al escuro vuestro;
y pues ha de salir, salga informada
del fin que ha de tener guerra tan cruda
y de esto no me encubra y calle nada
ni me deje confuso y con más duda
la plática de esta alma desdichada.
De toda ambigüedad libre y desnuda
tiene de ser. Envíala. ¿Qué esperas?
¿Esperas a que hable con más veras?
¿No desmovéis la piedra, desleales?
Decid, ministros falsos. ¿Qué os detiene?
¿Cómo no me habéis dado ya señales
de que hacéis lo que digo y me conviene?
¿Buscáis con deteneros vuestros males,
o gustáis de que ya al momento ordene
de poner en efecto los
conjuros
que ablanden vuestros fieros pechos duros?
Ea, pues, vil canalla mentirosa;
aparejaos
al duro sentimiento,
pues sabéis que mi voz es
poderosa
de doblaros la rabia y el tormento.
Dime, traidor esposo de la esposa
que seis meses del años a su contento
está, sin duda, haciéndote cornudo,
¿por qué a mis peticiones estás
mudo?
Este yerro, bañado en agua clara
que el suelo no tocó en el mes de mayo,
herirá en esta piedra, y hará clara
y patente la fuerza de este ensayo.
Con el agua clara de la redomilla baña el
hierro de la lanza, y luego herirá en la tabla, y debajo
suenan cohetes y hágase ruido
Ya pareces, canalla, que a la clara
dais muestras de que os toma crüel desmayo.
¿Que rumores son éstos?
¡Ea, malvados,
que aún sin venir aquí venís forzados!
Levantad esta piedra, fementidos,
y descubrid el cuerpo que aquí yace.
¿Qué es esto? ¿Qué tardáis? ¿A dó sois idos?
¿Cómo mi mando al punto no se hace?
¿No curáis de amenazas,
descreídos?
Pues no esperéis que más os amenace;
esta agua negra del estigio
lago
dará a vuestra tardanza presto pago.
Agua de la fatal negra laguna,
cogida en triste noche, oscura y negra;
¡por el poder que en ti sola se aúna,
a quien otro poder ninguno
quiebra,
a la banda diabólica importuna
y a quien la primer forma de culebra
tomó, conjuro, apremio, pido y mando
que venga a obedecerme aquí volando!
Rocía con agua negra la sepultura, y ábrase
¡Oh, mal logrado mozo! Salid fuera.
Volved a ver el sol claro y sereno.
Dejad aquella región do no se espera
en ella un día sosegado y bueno.
Dame, pues puedes, relación entera
de lo que has visto en el profundo seno.
Digo de aquello a que mandado eres
y más si al caso toca y tú pudieres.
Sale el cuerpo amortajado, con un rostro de muerte,
y va saliendo poco a poco, y, en saliendo, déjase caer en
el tablado
¿Qué es esto? ¿No respondes? ¿No revives?
¿Otra vez has gustado de la muerte?
Pues yo haré que con tu pena avives
y tengas el hablarme a buena suerte.
Pues eres de los míos, no te
esquives
de hablarme, responderme. Mira, advierte
que, si callas, haré que con tu mengua
sueltes la atada y enojada
lengua.
Rocía el cuerpo con el agua amarilla, y
luego le azotará
Espíritus malignos, ¿no aprovecha?
Pues esperad. Saldrá el agua encantada
que hará mi voluntad tan satisfecha
cuanto es la vuestra pérfida y dañada;
y aunque esta carne fuera polvos hecha,
siendo con este azote castigada,
cobrará nueva aunque ligera vida
del áspero rigor suyo oprimida.
Alma rebelde, vuelve al aposento
que pocas horas ha
desocupaste.
Ya vuelves, ya lo muestras, ya te siento,
que al fin a tu pesar en él te entraste.
En este punto se estremece el cuerpo y habla
MUERTO: Cese la
furia del rigor violento
tuyo, Marquino. Baste, triste, baste
lo que yo paso en la región
oscura
sin que tú
crezcas más mi desventura.
Engáñaste si piensas que recibo
contento de volver a esta penosa,
mísera y corta vida que ahora vivo,
que ya me va faltando presurosa.
Antes me causas un dolor esquivo
pues otra vez la muerte rigurosa
triunfará de mi vida y de mi alma.
Mi enemigo tendrá doblada palma.
El cual, con otros del oscuro bando,
de los que son sujetos a agradarte,
están con rabia eterna aquí esperando
a que acaba, Marquino, de informarte
del lamentable fin, del mal infando,
que de Numancia puedo asegurarte,
la cual acabará a las mismas
manos
de los que son a ella más cercanos.
No llevarán romanos la victoria
de la fuerte Numancia, ni ella menos
tendrá del enemigo triunfo o gloria,
amigos y enemigos siendo buenos;
no entiendas que de paz habrá memoria,
que habrá albergue en sus contrarios senos;
el amigo cuchillo, el homicida
de Numancia será, y será su vida;
y quédate, Marquino, que los hados
no me conceden más hablar
contigo,
y aunque mis dichos tengas por trocados,
al fin saldrá verdad lo que te digo.
En diciendo esto, se arroja el cuerpo en la
sepultura
MARQUINO: ¡Oh, tristes signos,
signos desdichados!
Si esto ha de suceder del pueblo amigo,
primero que mirar tal desventura
mi vida acabe en esta sepultura.
Arrójase MARQUINO en la sepultura
MARANDRO:
Mira, Leonicio, si ves
por do yo pueda
decir
que no me haya de salir
todo mi gusto al revés.
De toda nuestra ventura
cerrado está ya el camino;
si no, dígalo
Marquino,
el muerto y la sepultura.
LEONICIO:
Que todas son ilusiones,
quimeras y fantasías,
agüeros y hechicerías,
diabólicas
invenciones;
no muestres que tienes poca
ciencia en creer desconciertos;
que poco cuidan los muertos
de lo que a los vivos toca.
MARANDRO:
Nunca Marquino
hiciera
desatino tan extraño,
si nuestro futuro daño
como presente no viera.
Avisemos de este paso
al pueblo, que está
mortal.
Mas, para dar nueva tal,
¿quién podrá mover el paso?
FIN DE LA JORNADA SEGUNDA
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