ACTO PRIMERO
Salen don DIEGO, de estudiante, y don JUAN, de noche
DIEGO: Don Juan, yo os prometo a
Dios
que me tenéis enfadado,
que después que sois casado
no se puede andar con
vos.
Si ver mujeres ordeno,
ninguna tiene buen talle;
si andar de noche en la calle,
os hace mal el sereno;
si al río quiero salir,
la humedad es mal segura;
si trazo una travesura,
miráis a lo porvenir;
si colérico me veis,
entra luego el predicar;
y al fin, si riño, en lugar
de ayudarme, me tenéis.
¡Pese a tal, don Juan, con vos!
Haced
tal vez lo que quiero,
o buscad un compañero
hermano de Juan de Dios.
JUAN: Ello está muy bien
reñido,
mas poca razón tenéis,
pues, cuando soltero, veis
que nadie más loco ha sido.
¿Qué
travesura intentastes
en que yo quedase atrás?
¿En qué
pendencia jamás
a ese lado no me hallastes?
¿Qué
calle no paseé?
¿Qué
noche fría dormí?
¿Qué
mujer con vos no vi,
o qué espaldas no os guardé?
Mas
ya no es tiempo de andar,
don Diego, sin mucho tiento,
que es un yugo el casamiento
que al más bravo hace amansar.
Esto
por vos no ha pasado,
y medís sin diferencia
de un soltero la licencia
y obligación de un casado.
DIEGO: Pues si estáis tan
convertido
no salgáis de noche un punto.
JUAN: No se olvida todo junto;
el ser mozo no he perdido.
DIEGO: Pues, ¡por vida de los dos,
que al gusto
esta noche demos!
JUAN: Por vos he de hacer extremos;
basta,
al fin, quererlo vos.
Sale don GARCÍA, de noche
DIEGO: ¿Quién es éste
JUAN: Don García.
DIEGO: No tengo vista.
JUAN: ¡Eso es bueno!
¿Quién
no la pierde al sereno?
DIEGO: ¿Predicáisme todavía?
¡Don García!
GARCÍA: ¿Quién va allá?
DIEGO: ¡Amigo!
GARCÍA:
¡Don Diego
hermano!
¿Qué
hacéis?
DIEGO: Pasear en vano;
que donde don Juan está
no hay tratar de travesura.
GARCÍA: ¿En santulón habéis dado?
JUAN: Don Diego ha dado en pesado,
y la paciencia me apura.
Decidme si puedo hacer
más que prometer seguiros.
DIEGO: ¡Qué lágrimas, qué suspiros
os costó ese prometer!
GARCÍA: Cómo alegrarnos tracemos,
o voyme.
JUAN: No os vais, García,
que
yo en todo, y hasta, el día,
quiero seguiros.
GARCÍA: ¿Que haremos?
DIEGO: Vamos a ver a Juanilla.
JUAN:
¿A Juanilla?
¡Hermosa pieza!
Mal
está con su cabeza,
quien busca una taravilla.
DIEGO: ¿Tan presto, don Juan,
quebráis
la palabra que habéis dado?
JUAN: Digo que erré, y que callado
iré donde vos queráis.
DIEGO: Mariquilla la bocona
no diréis que es bachillera.
JUAN: No es mala, si no pidiera;
mas, ¿vive la socarrona
vieja?
DIEGO: ¿Qué vieja?
JUAN: La
madre.
DIEGO: Sí.
JUAN: Pues yo no he de ir allá.
DIEGO: ¿No digo yo? No
hallará
una almena que le cuadre.
JUAN: Decidlo vos, don García,
que a vuestro
voto me ajusto.
GARCÍA: Si he de declarar mi gusto,
gastar la noche querría
en cosa de más cuidado.
DIEGO: Declaradla, que aquí estamos.
GARCÍA: De que a la justicia hagamos
una burla
estoy tentado.
JUAN: ¡Guarda!
DIEGO: ¡Hagamos!
JUAN: ¡Eso no!
DIEGO: ¡Dos le hemos de hacer, por
Dios!
JUAN: Digo que se le hagan dos,
mas no he de ayudaros yo.
DIEGO: Necio estáis.
JUAN: Y vos sin
seso.
¿Para
qué es bueno arriesgarnos,
cuando podemos holgarnos
sin temer, un mal suceso?
GARCÍA: En la burla que imagino
ningún peligro ha de haber.
JUAN: Decid, que tal puede ser,
que siga vuestro camino.
GARCÍA: Ella al fin ha de ser tal,
que el alguacil y su gente
queden sin muela ni diente,
y se hagan ellos el mal.
DIEGO: ¡Buena, por Dios!
GARCÍA: Un cordel
es menester.
DIEGO: ¿Qué tan largo?
GARCÍA: De seis brazas.
DIEGO: De él me encargo;
a esta tienda voy por él.
Vase don DIEGO
JUAN: ¡Oh, para estas travesuras
qué diligente es don Diego!
GARCÍA: Moje el agua, queme el fuego
y haga el mancebo locuras,
y más cuando se granjea
hacer que pague quien debe.
JUAN. Sí ¿mas
si encima nos llueve?
GARCÍA: No viva quien tal desea.
Sale don DIEGO con un cordel
DIEGO: El cordel tenéis aquí.
JUAN: Presto venís.
DIEGO: ¿Qué queréis?
¿Acaso
a mal me tendréis
volver presto ya que fui?
¿Qué
ha de hacerse?
GARCÍA: Atravesar
una calle.
DIEGO: Ya os entiendo;
y luego un fingido estruendo
de cuchilladas formar.
La
justicia oye el rüido,
viene corriendo, y adiós
boca y narices.
GARCÍA: Y vos
en la traza habéis caído,
DIEGO: Pues a mi cargo la tomo
que de mil que agudos veo
tengo increíble deseo
de ver un alguacil romo
JUAN: Temo que le hemos de hacer
narices nuevas de plata.
DIEGO: A aquel que más se recata
más mal suele suceder.
GARCÍA: En esta calle imagino
que es mas cierta la justicia.
JUAN: No carece de malicia
ese pensar adivino.
GARCÍA: ¿Por qué?
JUAN: Porque da a
entender
que de Clara el rostro y talle
trae rondantes a esta calle.
DIEGO: (Con que el seso he de perder.) Aparte
GARCÍA: Dos clavos quiero buscar.
DIEGO: ¿Al engañoso artificio
esta puerta no da el quicio,
y esta esquina este pilar?
Atan el cordel atravesando el vestuario, y dice don GARCÍA
aparte
GARCÍA: (¡Quien pusiera, hermosa
Clara,
como pongo este cordel,
un muro, por que con él
nadie tu calle pasara!)
DIEGO: Repartidos nos pongamos,
y el que viere a la justicia
a los otros de noticia,
para que el rüido hagamos.
GARCÍA: Yo me quedo en esta puerta;
id a aquella esquina vos.
DIEGO: Yo me voy a esotra. Adiós,
y todo cristiano alerta.
Repártense por el teatro. Sale ZAMUDIO corriendo un
tostador cae en el
teatro; ALONSO, ganapán, corre tras
él
y cae y abrázase con él; y don DIEGO
llega dando de cintarazos
a ALONSO; él saca la espada y se
retira
ZAMUDIO: ¡Ésta os debo!
INÉS: ¡Alonso,
acude Dentro
al ladrón!
ALONSO: Sosiega, Inés,
que no se me irá por pies.
DIEGO: ¿Rabias?
ZAMUDIO: ¡Tal santo te ayude!
ALONSO: ¡Jesús!
DIEGO: ¡Otro nadador
por tierra!
GARCÍA: ¡No caigas, cuero!
ALONSO: Ya no puedo, majadero.
Pagaréisme el tostador,
o, ¡vive Cristo, ladrón
que os mate!
ZAMUDIO: ¡Aquí del estudio!
DIEGO: Esta voz es de Zamudio.
¡Suelta, aparta, picaron!
ALONSO: ¡Aquí de Dios, que me matan!
Vase ALONSO
DIEGO: ¿Sacas la espada y das voces?
Perro,
mataréte a coces.
Vase don DIEGO
JUAN: ¡Las tres Furias se desatan
cuando
se enoja don Diego!
GARCÍA: La que viene es la justicia.
JUAN: ¡Aquí es Troya!
Salen un TENIENTE y CHINCHILLA y se caen; y luego saca la espada
y éntrase tras de don
DIEGO
CHINCHILLA: ¿Hay tal malicia?
Del vil
oficio reniego,
que me he roto una rodilla.
¡Ténganse al señor teniente!
Vase CHINCHILLA
TENIENTE: ¡Jesús!
DIEGO: ¡Pícaro, detente! Dentro
TENIENTE: ¡Échales mano, Chinchilla!
¡Pagaránme esta insolencia!
CHINCHILLA: ¡Denme las armas! Dentro
DIEGO: Corchete, Dentro
apártate, o mataréte!
CHINCHILLA: ¡Resistencia! Dentro
TENIENTE: ¡Resistencia!
¡Aquí del rey!
Vase el TENIENTE
GARCÍA: A ayudar
vamos,
don Juan, a don Diego.
Sacan las espadas. Vase don GARCÍA
JUAN: De tales burlas reniego.
Vase don JUAN.
ZAMUDIO busca piedras
ZAMUDIO: ¡Que no haya podido hallar,
ya que espada no traía,
una piedra por aquí!
¡Qué
blandura, pese a mí!
¿De
ahito? A fe que no es mía.
Vase ZAMUDIO. Sale
ENRICO, viejo grave, con sotana y ropa de
levantar y bonete, y
tinta y pluma y papel, ANDRÉS, su
criado, en cuerpo, con un
candil pone un bufete en medio del
teatro y el candil encima
ANDRÉS: ¿No es hora ya de dormir?
Mira
que las doce son.
ENRICO: Primero, Andrés, la lición
de mañana he de escribir.
Dame asiento.
Síéntase a escribir
ANDRÉS: Haces agravio
a tu edad y a tu saber.
ENRICO: Siempre queda qué aprender.
No hay
hombre del todo sabio.
ANDRÉS: ¿Cuándo saldrás de pobreza
con trabajo semejante?
ENRICO: Cuando salga de ignorante,
que el saber es gran riqueza.
No
es el fin, Andrés amigo,
del estudio enriquecer;
fin del estudio es saber.
Si eso
alcanzo, lo consigo.
El
que riquezas procura
con la fortuna las ha,
cuyo buen efeto está
no en saber, sino en ventura.
Rico
eminente en saber
pocas veces lo verás;
saber pobre quiero más
que ignorante enriquecer.
Si
ya en un valle templado
de verde pasto abundoso
viste el caballo vicioso,
rico en su bestial estado,
¿tuvístele envidia? No.
¿Trocaras con él tus bienes?
No, que
en la razón que tienes
el cielo te mejoró.
Cuando un mayorazgo ves
de estos que se usan agora,
y que más que tiene ignora,
¿no te
da lástima, Andrés?
Salen don DIEGO con la espada
desnuda, y ZAMUDIO
DIEGO: Si acaso tenéis por dónde
a la otra calle salgamos
los dos, a quien la justicia
viene siguiendo los pasos;
si tenéis dónde escondernos,
sed nuestro asilo y sagrado,
ya que por dicha esta puerta
a tal hora abierta
hallamos.
La
traviesa mocedad
es autora de estos casos;
perdonadlos como cuerdo
y amparadnos como honrado.
Don
Diego soy de Guzmán
y Zúñiga; justo amparo
dad a un noble, si lo sois.
Pero ya
siento los pasos.
ZAMUDIO: Pongámonos en defensa
de la puerta.
Pónese a escribir ENRICO
ENRICO: Sosegaos,
don Diego, cobrad aliento,
que de libraros me encargo.
ZAMUDIO: Si un momento os detenéis,
tarde querréis ayudarnos.
ANDRÉS: No os aflijáis, que sí quiere
sabe el vicio hacer milagros.
Cae de lo alto una nube como
manga, a raíz del vestuario, coge
dentro a don DIEGO y él
se mete en el vestuario, y torna a subir
la nube
ZAMUDIO: Qué es esto ¡Válgame Dios,
qué prodigio! El viejo es santo.
Mas,
señor, triste de mí,
¿de
Zamudio no haces caso?
¿Así te vas
y me dejas
en
poder de tus contrarios?
¿No importa que a mí me prendan?
¡Quiebre por lo más delgado!
Viejo
santo, santo padre,
yo me pongo en vuestras manos.
ENRICO: No temas.
ZAMUDIO: De este bufete
me amparo.
ANDRÉS: Estará debajo
de un bufete otro bufete.
ZAMUDIO: Bufetes hay muy honrados.
Métese debajo del bufete; la sobremesa besa el suelo;
quitan un
escotillón del teatro y
húndese ZAMUDIO, y tornan a poner el
escotillón. Entran el TENIENTE, y CHINCHILLA, y gente
con hachas encendidas
TENIENTE: Guarden algunos la puerta.
Los
demás vayan cercando
esta calle alrededor,
que se irán por los tejados.
¿Sois
el dueño de esta casa?
ENRICO: Yo soy, a vuestro mandado.
TENIENTE: ¿Y este mozo?
ENRICO: Es mi sirviente.
TENIENTE: ¿Qué es de unos hombres que
entraron
agora aquí?
ENRICO: ¿Hombres aquí?
Corta
es la casa, buscadlos.
TENIENTE: ¿No hay más aposentos?
ENRICO: No.
En
aquéste solo paso
con tanta anchura la vida,
como el rey en sus palacios.
TENIENTE: ¿Tiene ventana?
ENRICO: Ninguna;
por la puerta el sol sus rayos
le da.
TENIENTE: ¿Luego no han podido,
si es que en esta casa entraron,
salir sino por la puerta?
CHINCHILLA: Yo los vi entrar, no me engaño,
y hasta agora no han salido.
ENRICO: Mucho estudio y muchos años
me
han acortado la vista,
de modo que habrán entrado
sin verlos yo.
TENIENTE: ¡En vivo fuego
de ira y de enojo me abraso!
¿Cuatro
desnudas paredes
en un tan pequeño espacio
nos los pueden esconder?
CHINCHILLA: Señor, concluye este caso.
Suelo, paredes y techo
de
abajo arriba volvamos.
TENIENTE: Metidos en las paredes
no
han de estar, y si debajo
de este bufete no están,
no hay aquí dónde buscarlos.
Alzad
esa sobremesa
con las armas en las manos.
CHINCHILLA: ¡Ténganse al señor teniente!
Levanta la sobremesa y luego déjala caer, y tórnase a poner
ZAMUDIO debajo del bufete
Mas no
hay aquí nadie.
ENRICO: En vano
es, por Dios, vuestra porfía.
Toda la
casa es un palmo,
sin alacena, tabique,
bóveda, cueva o sobrado;
no hay colgaduras que puedan
encubrir
portillos falsos.
Derribad, romped, partid,
si
a persuadiros no valgo;
que este testigo que dice
que los vio entrar se ha engañado;
como esta casa hace esquina
a esotra calle, doblaron,
y la obscuridad disculpa
de sus
ojos el engaño.
TENIENTE: Ésta es la verdad sin duda.
Por ti
se me han escapado,
Chinchilla, los delincuentes.
CHINCHILLA: ¡Por Dios, que parece encanto!
TENIENTE:
Vamos, que no he de
acostarme
hasta que los prenda.
CHINCHILLA: Vamos.
Vase la justícia.
Salen de debajo del
bufete ZAMUDIO, y don
DIEGO del vestuario
ZAMUDIO: ¡Que se quema, so Teniente!
DIEGO: Dadme los pies soberanos,
restaurador
de estas vidas.
ENRICO: Señor, ¿con vuestro crïado
habéis de hacer tal exceso?
Sale Don JUAN con la espada
desnuda
JUAN: ¡Don Diego!
DIEGO: ¡Don Juan hermano!
¿Dónde
estuvistes?
JUAN: Seguro
de nuestros mismos contrarios,
escondido entre ellos mismos,
aguardé el fin de este caso.
Pero
vos, ¿cómo escapastes?
DIEGO: Por un patente milagro
del varón que veis divino.
JUAN: Razón es que conozcamos
a quien tanto con Dios puede.
DIEGO: Decid quién sois, varón santo.
ENRICO: No soy sino pecador;
mas si algún placer os hago
en
decir quién soy, sabréislo
si oís un pequeño rato.
En
letras y armas la nación famosa
francesa me dio ser; padres honrados,
si no de sangre tuve
generosa,
que no jacto valor de mis pasados.
Propia
virtud es calidad gloriosa;
paternas armas, timbres heredados,
armas
son ciertas de su autor primero.
Vana opinión las pasa al heredero.
En
la niñez las artes liberales
me dieron en París honrosa fama;
mas en la edad autora de los males
que en el rostro el sutil vello derrama,
fueron mis travesuras desiguales,
nacidas del amor de cierta dama,
causa de mi inquietud, hasta obligarme
de Francia mis delitos a ausentarme.
Fuime de mar en mar, de tierra en tierra;
varias
costumbres vi, varias naciones,
viviendo ya en la paz y ya en la guerra
según el tiempo hallé y las ocasiones;
mas
aunque mi locura me destierra,
llevé conmigo mis inclinaciones,
que en cualquiera región, cualquiera estado,
aprender siempre más fue mi cuidado.
Al
fin topé en Italia un eminente
en las ciencias varón, Merlín
llamado;
procuré
su amistad, y cautamente
a la estrecha llegué de grado en grado;
él, que
mi inclinación y intento siente,
a mis letras y ingenio aficionado,
conmigo liberal, del alma rica
los más altos tesoros comunica.
Aprendí la sutil quiromancía,
profeta por las líneas de las manos;
la incierta judiciaria astrología,
émula
de secretos soberanos,
y con gusto mayor, nigromancía,
la
que en virtud de caracteres vanos
a la naturaleza el poder quita,
y engaña, al menos, cuando no la imita.
Con
ésta a los furiosos cuatro vientos
puedo imponer; los montes cavernosos
arrancar de sus últimos asientos
y sosegar los mares procelosos;
poner en guerra y paz los elementos;
formar nubes y rayos espantosos;
profundos
valles y encumbrados montes
esconder,
y alumbrar los horizontes;
con
ésta sé de todas las criaturas
mudar en otra forma la apariencia.
Con
ésta aquí oculté vuestras figuras;
no obró la santidad, obró la ciencia.
Ésta os
ofrezco con entrañas puras
a cualquier peligrosa contingencia,
ajeno de interés, que bien me sobra
el que saco de hacer la buena obra.
En este, pues, que veis, albergue chico,
donde vine a parar por la noticia
de esta universidad, paso tan rico
cuan libre de ambición y de codicia;
aquí mi ciencia a todos comunico;
que no de lo
que sé tengo avaricia.
Esto es
y vale Enrico. Sólo queda
saber si hay más en que serviros pueda.
DIEGO: ¡Oh, prodigioso varón,
consuelo y amparo nuestro!
¡Dichoso
el caso siniestro
que nos ha dado ocasión
de gozar de tal maestro!
Mas
podéisos acostar,
Enrico,
que el trasnochar
a vuestra edad no conviene.
ENRICO: Un colchón y un jergón tiene
mi cama; eso os puedo dar.
DIEGO: Dormid en él, que os hará,
pues sin pena estáis, provecho;
porque a quien con tanta está
como nosotros, será
campo de batalla el lecho.
JUAN: Dormid, padre, que interés
de los tres guardaros es
el sueño mientras durmáis,
pues que despierto guardáis
vos las vidas de los tres.
DIEGO: Dormid sin cuidado o pena,
que gente somos segura.
ZAMUDIO: Y de presunción tan buena,
que si a robar se aventura,
ha de ser alguna Elena.
ENRICO: No tan poco el tiempo ha sido
que en Salamanca he
vivido,
gran don Diego de Guzmán,
que no haya a vos y a don Juan
de Mendoza conocido;
cuanto más que de esta casa
es segura guarnición
el ser la fortuna
escasa,
que el pobre sin riesgo pasa
por delante del ladrón;
y así hallastes a horas tales
de par en par mis umbrales,
y porque por puntos salgo
a la calle a
observar algo
de los cursos celestiales.
DIEGO: Idos, que es tarde, a
acostar.
ENRICO: Pésame de no poder
a los tres acomodar.
DIEGO: De lo que habemos de hacer,
nos es forzoso tratar.
ENRICO: Desnúdame, Andrés.
Vase ENRICO
ANDRÉS: Patrón,
hasta la matina.
Vase ANDRÉS
ZAMUDIO: ¡Es hora
de dormir, que las tres son!
JUAN: ¡Estamos buenos agora,
don
Diego!
DIEGO: ¿Pues qué? ¿Hay sermón?
JUAN: ¿No ha de haber, cuando por
vos
hemos venido los dos
a un estado tan estrecho?
DIEGO: Lo hecho, don Juan,
ya es hecho,
¡y bien hecho, vive Dios!
Como
soltero reñistes;
no temáis como casado.
JUAN: En la ocasión me pusistes,
y en ella debe un honrado
hacer como hacer me vistes.
No hallarse en ella es ventura;
quitarse de ella, cordura;
y salir bien de ella, honor.
DIEGO: ¡Ah, Dios, y qué a mi sabor
he hecho esta travesura!
De alguaciles y escribanos,
a quien tanto aborrecía,
vengado estoy con mis manos.
ZAMUDIO: Tú les has dado un
buen día
al
cura y los cirujanos.
DIEGO: Lindamente le pegué
al bueno del
escribano;
como tan cerca lo hallé
a este lado, derribé
un revés...
ZAMUDIO: Detén la mano,
que la tienes muy pesada.
Mas,
¿por qué no dejas nada
a los demás de la gloria?
Que
este brazo la vitoria
te dio con una pedrada.
JUAN: ¡Buenos estáis! Burla ha
sido
lo que nos ha sucedido.
DIEGO: El tratar de la vitoria
y el celebrarla, la gloria
aumenta de haber vencido.
JUAN: Que tratemos será bien
de lo importante primero.
DIEGO: Bien decís.
JUAN: La voz detén,
que siento pasos.
ZAMUDIO: Aun bien
que está cerca el milagrero.
JUAN: Pasó adelante quien era.
DIEO: De buena gana riñera
con quien pasó, ¡vive Dios!,
que ya he descansado. ¿Y vos,
don
Juan?
JUAN: Que tengáis quisiera
jüicio, por vida mía,
y ver lo que hemos de hacer.
DIEGO: Podemos desde este día
aprender nigromancía,
y escondidos aquí,
ver
el suceso de este cuento,
pues que con su encantamento
Enrico
nos asegura
de ser presos.
JUAN: Es cordura,
pues que ya en este aposento
no han de volver a buscarnos.
DIEGO: Y este francés puede darnos
y nosotros aprender
hechizos, para poder,
mudando formas, andarnos
por la ciudad.
JUAN: Bien está.
Otro
capítulo va,
que en mi libro es el primero.
ZAMUDIO: ¿Y el sueño? A saber espero
a cuántas fojas está.
DIEGO: ¡Ah, quién te pudiera ver!
¡Cuál
estarás, Clara mía,
si esto has llegado a saber!
JUAN: ¡Cuál estará mi mujer!
ZAMUDIO: ¡Cuál estará mi Lucía!
DIEGO: Mas, ¿quién de vosotros vio
a don Garcia?
JUAN: Yo no.
ZAMUDIO: Yo lo vi de tres cercado,
hecho un Marte de enojado;
mas no supe en qué paró.
DIEGO: Yo me duermo.
JUAN: Yo no velo.
DIEGO: Donde falta el lecho blando,
a la juventud apelo.
ZAMUDIO: Tendido en el duro suelo,
y el alma a Dios cuenta dando.
Vanse todos. Salen don PEDRO, doña CLARA y
LUCÍA
PEDRO: Hija, yo voy a saber
este alboroto.
CLARA: Ven presto,
padre, que estás indispuesto
y temprano has de comer.
Vase don PEDRO
LUCÍA: Todo el mundo está revuelto,
herido el corregidor,
muerto el alguacil mayor.
¡El
demonio anduvo suelto!
Abrieron tanta cabeza
a Romero el escribano;
derribaron una mano
a Chispa, aquel buena pieza
que me prendió el otro día.
¡Bien
haya quien le pegó,
que de un ladrón me vengo!
Está
preso don García,
y yo sé que en la prisión
da más suspiros por ti
que por verse preso así.
CLARA: ¡Que impertinente afición!
Pésame, que es camarada
de don Diego.
LUCÍA: Tu don Diego
fue quien causo todo el fuego.
CLARA: ¿Qué dices? ¡Ay, desdichada!
¿Don Diego?
LUCÍA: Como lo digo.
En la plaza lo oí contar;
la justicia anda a buscar
a él y a don Juan su amigo.
Dicen que el corregidor,
por verse más bien vengado,
a la corte ha despachado
a pedir pesquisidor.
CLARA: ¡En qué pudieron parar,
don Diego, tus travesuras!
Pero
no. Mis
desventuras
esto deben de causar.
Sale ANDRÉS con un papel
ANDRÉS: (Ella, por las señas, es.) Aparte
¡Oye,
señora doncella!
LUCÍA: ¿Quién es? ¿Qué quiere?
ANDRÉS: ¿No es ella
la sora Lucía?
LUCÍA: ¿Y pues?
¿Qué
la quiere el sacristán?
ANDRÉS: ¿La que veo es doña Clara?
LUCÍA: ¿Qué, que sea?
ANDRÉS: ¡Linda cara!
De don
Diego de Guzmán.
traigo un papel.
LUCÍA: Llegad
luego,
Pues venís a tan buen hora
que
está sola mi señora.
ANDRÉS: Éste te envía don Diego
de Guzmán.
Da el papel a doña CLARA
CLARA:
Porte
recibe.
ANDRÉS ¿Dónde queda? Ahí lo verás,
que yo no soy para más.
Lee en secreto doña CLARA
CLARA: ¿Llevarás respuesta?
ANDRÉS: Escribe
si quieres. Y a ti, Lucía,
traigo un recado también.
LUCÍA: #161;Mas que es de Zamudio!
ANDRÉS: Bien,
estos
abrazos te envía.
Llega, tómalos, que a
fe
que cuando a mí me los dio
me holgué mucho menos yo
que en dártelos me holgaré.
LUCÍA: ¿Hallóse en la resistencia?
¿Salió
herido?
ANDRÉS: ¡Bueno es eso!
No tiene tan poco seso.
Bien
sale de una pendencia.
CLARA: Id, mancebo, en hora buena,
que aquí no tenéis que hacer.
ANDRÉS: ¿No escribes?
CLARA: No es menester.
ANDRÉS: Tened dolor de mi pena,
Lucía, que por vos muero.
LUCÍA: Dad a Zamudio un recado.
ANDRÉS: ¿Desdeñoso?
LUCÍA: Enamorado.
ANDRÉS: Buscad otro mensajero.
Vase ANDRÉS
LUCÍA: ¿Qué te escribe?
CLARA: La locura
mayor que en mi vida vi.
De ser
preso dice aquí
que escapó por gran ventura;
pero que verme desea
y que esta noche vendrá,
y habré de ir antes allá
porque
sin riesgo me vea;
que es público en el lugar
que amor tiene en esta calle,
y en ella es cierto espialle.
LUCÍA: ¿Sabes dónde lo has de hallar?
CLARA: En éste las señas leo
de la casa donde está.
LUCÍA: ¿Y tu padre?
CLARA: Amor dará
la industria, pues da el deseo.
Vase. Salen el MARQUÉS, de camino, y
don
DIEGO y
don JUAN
DIEGO: ¿Posible es que hayáis venido,
ilustre luz de Girón,
a darla a un pobre rincón
a la del sol escondido?
¿Es
posible que un marqués
de Villena se ha dignado
de pasar del rico estrado
a tanta humildad los pies?
MARQUÉS: Si tal me decís, de vos
será forzoso agraviarme,
que bien puedo entrar y honrarme
en casa en que estáis los dos;
que si tan ilustres
pechos
encontrar aquí pensara,
sin otra ocasión trocara
por éste los altos techos.
Mas
dejando estas porfías,
si bien hijas de verdad,
porque son de la amistad
ajenas las cortesías,
decir quiero la ocasión,
pues me la habéis preguntado,
por qué esta casa he buscado.
DIEGO: Decid, pues.
MARQUÉS: Dadme atención.
En esta universidad,
donde la sabia Minerva
hoy tiene el sagrado culto
de que está celosa Atenas,
desde la puericia dócil
a la ardiente adolescencia
hice de mí sacrificio
a la diosa de las letras.
Era en
mi casa el segundo,
y, aunque amante de las ciencias,
mucho más me provocaba
la milicia que la
Iglesia;
partíme
a Italia, ambicioso
de las
glorias de la guerra,
y al
monstruo en ciencias Merlín
por mi
dicha encontré en ella.
Aquél
que, según publican
o verdades
o consejas,
lo
concibió de un demonio
una
engañada doncella;
que
esto puede hacer un ángel
si a
vaso femíneo lleva
el
semen viril que pierden
los que
con Venus se sueñan...
Mas
sigan esta cuestión
los que
siguen las escuelas,
que a
mí no me toca agora
probar
sus naturalezas.
"Merlín el hijo del diablo"
su
apellido común era,
yo he
pensado que por ser
más que humano a todas ciencias.
Yo, soldado, aun no olvidado
de mi
inclinación primera,
con
dádivas y con ruegos
gané en
su pecho las puertas.
Enseñóme los efetos
y
cursos de las estrellas,
que
el entendimiento humano
hasta
los cielos penetra;
las
quirománticas líneas,
con que
en la mano a cualquiera
de su
vida los sucesos
escribe
Naturaleza.
Supe la
fisonomía
muda
que habla por señas,
pues
por las del rostro dice
la inclinación
más secreta;
sutiles
estropelías
con que
las manos se adiestran,
y a la
vista más aguda
engaña
su ligereza.
De
números y medidas
las demonstraciones ciertas
por
matemática supe
y
supe por arismética.
Estudié
en cosmografía
el
sitio, la diferencia,
longitud y latitud
de los mares y las tierras;
y por remate
de todo
la arte
mágica me enseña,
de cuyo
efeto las causas
no
alcanza la humana ciencia,
pues
con caracteres vanos
y con
palabras ligeras
obra prodigios
que admira
la
misma Naturaleza.
En
esto, de que murió
mi
hermano mayor las nuevas
fueron
causa que de Italia
diese a
Castilla la vuelta.
Fuime a
vivir a la corte,
que parecen bien en ella
las
cabezas de las casas
a
acompañar su cabeza.
La
parlera fama allí
ha
dicho que hay una cueva
encantada en Salamanca,
que mil prodigios encierra;
que una
cabeza de bronce,
sobre
una cátedra puesta,
la
mágica sobrehumana
en
humana voz enseña;
que
entran algunos a oírla,
pero que de siete que entran
los seis vuelven a salir,
y
el uno dentro se queda.
Yo, de
esta ciencia curioso,
incitado de estas nuevas,
supe de
la cueva el sitio
y partíme solo a verla.
La
cueva está en esta casa,
si no
mintieron las señas;
pero
que verdad dijeron
muestra
el hallaros en ella,
porque,
si no es por encanto,
imposible es que cupieran
dos
hombres que son tan grandes
en casa
que es tan pequeña.
DIEGO: Gran
don Enrique, jamás
para
hazaña tan honesta
a
príncipe de estos tiempos
vi calzarse las espuelas,
trocar
las fiestas y gustos
al
trabajo de las letras,
y el
encanto cortesano
por una
encantada cueva;
acción
de príncipe heroico,
acción en efeto, vuestra,
que
sois quien del gran maestre
el
valor y sangre hereda.
MARQUÉS: Para
quien viene a saber,
larga
digresión es ésa.
DIEGO: Oíd de
la cueva, Enrique,
la relación verdadera.
Retórica la fama, de figura
alegórica usando, significa
la
verdad de la cueva en la pintura.
Ésta
que veis obscura casa chica
cueva
llamó, porque su luz el cielo
por la
puerta no más le comunica,
y
porque una pared el mismo suelo
le hace
a las espaldas con la cuesta
que a
la iglesia mayor levanta el vuelo;
y la
cabeza de metal que puesta
en la
cátedra da en lenguaje nuestro
a la
duda mayor clara respuesta,
es
Enrico, un francés que el nombre vuestro,
el
mismo devagar, los mismos casos
y el
que tuvistes vos, tuvo maestro.
De
Merlín, como vos, siguió los pasos,
y al
fin, pródigo aquí de su riqueza,
de
magia informa juveniles vasos;
y
porque excede a la naturaleza
frágil del hombre su saber inmenso,
se dice
que es de bronce su cabeza.
De
siete que entran, que uno pague el censo,
los
pocos que de muchos estudiantes
la
ciencia alcanzan, declararnos pienso;
La
falda ocupan muchos caminantes
al
apolíneo monte, y pocos besan
las
aras en la cumbre relumbrantes.
Enrico está en escuelas; que no cesan
en casi
edad caduca sus intentos
de
seguir el estudio que profesan.
En
ellas oye humildes rudimentos
de las
ciencias que ignora, y da en su casa,
de las
que sabe, claros documentos.
En
viéndolo, veréis que ha sido escasa
la fama
en metafóricos pregones,
pues la verdad sus límites traspasa.
¡Dichosa España, que
de dos varones
goza en
un tiempo tales! Dos Enricos
serán
de hoy más sus célebres blasones.
Mas no convienen coronistas
chicos
a
grandes cosas y hechos inmortales;
déjolo
a estilos de caudal mas ricos.
Y por que ya sepáis los
desiguales
casos,
que a choza tal nos han traído,
oíd en
breve suma largos males.
En
cierta resistencia habemos sido
culpados; muertos hubo, y más de nueve
acompañó el corregidor herido.
Toco a rebato, y la irritada plebe
en tal
número crece, que al espeso
granizo
imita que del cielo llueve.
Fuerza fue retirarnos; yo confieso
que me
faltó el aliento, y ya sería
resistir, no valor, mas poco seso.
Con
alas gran caterva nos seguía;
aquí
entré perseguido, y con encanto
de sus
ojos Enrico nos desvía
Quedámonos aquí, por que entre tanto
con sus artes el vicio nos
defienda,
que nos
da libertad el cielo santo.
Mas,
¡ay!, que allá dejamos una prenda,
don
García Girón, vuestro pariente,
que al
valor de ese pecho se encomienda,
preso quedó en la lucha, y duramente
lo
tienen en la pública aherrojado,
sin
darle cárcel, a quien es, decente.
Dícese que a la corte han envïado
por un
pesquisidor; yo a que lo impidan
por la
posta a mis deudos un crïado.
Pero
los cielos, que jamás olvidan
un
pecho de desdichas oprimido,
en vos
con el remedio nos convidan,
pues a tal ocasión os han traído.
MARQUÉS: Don Diego, la explicación
de la
cueva que he buscado
extraño
gusto me ha dado,
y
puesto en obligación.
Mas
corrido me confieso
de ver que
esté don García
Girón,
de la sangre mía,
en
cárcel pública preso;
a un
crïado de mi casa
debiera
el corregidor
hacer
diferente honor.
Ardiente furia me abrasa;
rabiando está el alma mía,
amigos,
ya por vengar
tan
injusto agravio, y dar
libertad a don García.
Quedaos a Dios.
DIEGO: A Él suplico
que vida inmortal os dé.
MARQUÉS: Luego a
veros volveré
y a
gozar del sabio Enrico.
Vase el MARQUÉS
DIEGO: ¿Qué
decís?
JUAN:
Que ya no dudo
de
tener fin venturoso,
que medio más poderoso
darnos
la suerte no pudo.
A mi
esposa es bien que escriba
de
estas nuevas un papel.
DIEGO: Bien es
que en mal tan crüel
este
consuelo reciba.
Vase don JUAN.
Salen doña CLARA, con manto,
y LUCÍA
CLARA:
¡Querido dueño mío!
DIEGO: ¡Bien
de mi pensamiento!
¿Qué
exceso, qué milagro, qué portento
estoy
viendo? ¿Es verdad o desvarío?
¿Un pequeño rincón triste y sombrío
cielo
ya venturoso
es del
sol más hermoso
que el
que por inventor del claro día
tiranizó la humana idolatría?
CLARA: ¡Ay, mi
bien! ¿Qué te
espantas?
Tus excesos me obligan a este exceso.
DIEGO: ¡Oh, feliz yo, que entre
desdichas tantas
más que
amoroso conseguí travieso!
CLARA: Como
escribiste que esta noche irías
a
verme, dueño mío,
temí tus desventuras y las mías;
y así,
por evitar tu desvarío
y mirar
por tu vida, me he arrojado
a
exceder de la esfera de mi estado.
¿Qué desdichas son
éstas, qué locuras?
¿Tú me tienes amor? Si amor
tuvieras,
tu
inclinación indómita oprimieras,
porque
a mis penas duras
no
diesen ocasión tus travesuras.
DIEGO: No te
aflijas, mi bien, que pues te veo,
nada queda que espere mi deseo.
CLARA: ¿Tú,
señor, retraído?
¿Don
Diego de Guzmán en una cueva
tan
humilde escondido?
DIEGO: No ya
humilde la llames, pues ha sido
oriente
celestial de luz tan nueva.
CLARA: En
riesgo tan crüel, ¿qué determinas?
En
trance tan estrecho,
¿qué
medios imaginas?
Mira si
pueden dar en tu provecho
sangre
mis venas, corazón mi pecho.
DIEGO: Sólo tu
sentimiento,
señora,
es el que siento;
lo
demás todo es nada.
CLARA: ¿Todo
es nada, don Diego,
cuando
el lugar se abrasa en vivo fuego,
cuando
el corregidor, de una estocada
venganza pide, ciego?
¿Cuando
tres escribanos
del
rigor se lamentan de tus manos,
y el alguacil mayor, por una herida,
al
cielo da las quejas y la vida?
DIEGO: Pues,
¿qué es eso?
CLARA: ¿Qué es eso?
¡Harás
que pierda el seso!
DIEGO: ¿Ves esa resistencia,
esas
heridas ves, ves esas muertes,
ves
esas quejas y contrarios fuertes,
heridas y
alborotos?
CLARA: Ya los veo.
DIEGO: Pues mucho más me aflige mi
deseo.
La vida
has ofrecido
a
remediar mis males;
para
éstos, más mortales,
menos, mi bien, te pido.
CLARA: ¡Que
bien las cosas mides!
¿Menos me pides y el honor me pides?
¿Sin la mano querías
gozar
las prendas mías?
DIEGO: Si a tu
bien, dulce dueño, condujese
que yo
tu esposo fuese,
yo,
¿qué más bien quería?
Ma -- ¡ay, señora mía! --
si miro
en tu belleza
opuesta
la Fortuna
a la Naturaleza;
si es
la necesidad más importuna
cuanto
es más la hermosura y la nobleza,
y yo soy por igual pobre y honrado,
¿cómo seré tu
esposo,
para
verme, mi bien, más obligado
y menos
poderoso?
CLARA: No
estás enamorado,
que el
niño Amor no alcanza
tanta
razón de estado.
Para
burlar, ingrato, mi esperanza,
¿hallas
tantas razones?
¡Oh,
qué poco te ciegan tus pasiones!
DIEGO: Tú sí
que a tu honor miras.
¡Mientes si dices que de amor suspiras!
¿En qué
deuda me pones,
si en
recíproco trato de himeneo
la
ejecución me vendes del deseo?
Vete, falsa,
y no digas que me quieres,
que no
es amor, amor interesado.
Ya
estoy desengañado,
que
sólo en lo que agora te he pedido
probar
tu amor mi pensamiento ha sido,
que no
verlo, enemiga, ejecutado
sin ser
esposo tuyo;
y pues probé tu falsedad, concluyo
con que de aquí adelante
ni
quiero ser tu esposo ni tu amante.
CLARA:
Quédate, falso, tú; que pues arguyo
tu engaño de tu prueba cautelosa,
no
quiero ser tu amante ni tu esposa.
Vanse
don DIEGO y doña CLARA
FIN DEL PRIMER ACTO
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