JORNADA PRIMERA
Salen IRENE, y FLORA y SILVIA
deteniéndola
IRENE:
Dejadme las dos.
FLORA: Señora,
mira...
SILVIA:
Oye...
FLORA:
Advierte...
IRENE: ¿Qué tengo
de oír,
advertir y mirar,
cuando
miro, oigo y advierto
cuán
desdichada he nacido,
sólo
para ser ejemplo
del
rencor de la Fortuna
y de la
saña del tiempo?
Dejad,
pues, que con mis manos,
ya que
otras armas no tengo,
pedazos
del corazón
arranque, o que de mi cuello,
sirviéndome ellas de lazo,
ataje
el último aliento;
si ya
es que, porque no queden
de tan
mísero sujeto
ni aun
cenizas que ser puedan
leves
átomos del viento,
no
queráis que al mar me arroje
desde
ese altivo soberbio
homenaje, en fatal ruina
de la prisión que padezco.
SILVIA:
¡Sosiega!
FLORA:
¡Descansa!
SILVIA: ¡Espera!
IRENE: ¿Qué
descanso, qué sosiego
ha de
tener quien no tiene
ni
esperanza de tenerlo?
SILVIA: El
entendimiento sabe
moderar
los sentimientos.
IRENE: Ésa es
opinión errada;
que
antes el entendimiento
aflige
más cuanto más
discurre y piensa en los riesgos.
FLORA: Es
verdad, pero también...
IRENE: No
prosigas; que no quiero
desaprovechar mis iras
ahora en tus argumentos.
Dejadme sola, dejadme,
idos,
idos de aquí presto.
FLORA: Dejémosla
sola, pues
sabes
que sólo es el medio
de su
furor el dejarla.
Vanse FLORA y SILVIA
IRENE: Ya se
han ido. Ahora, cielos,
han de
entrar con vuestras luces
en cuenta
mis sentimientos.
¿Qué
delito cometí
contra
vosotros naciendo,
que fue
de un sepulcro a otro
pasar
no más, cuando veo
que la
fiera, el pez y el ave
gozan
de los privilegios
del
nacer, siendo su estancia
la
tierra, el agua y el viento?
¿A qué
fin, dioses, echasteis
a mal
en mi nacimiento
un alma
con sus potencias
y sus
sentidos, haciendo
nueva
enigma de la vida
gozarla
y perderla, puesto
que la
tengo y no la gozo,
o la
gozo y no la tengo?
O son justas o injustas
vuestras deidades, es cierto;
si justas, ¿cómo no os
mueve
la
lástima de mis ruegos?
Y si
son injustas, ¿cómo
las da
adoración el pueblo?
Ved que por entrambas partes
os concluye el argumento.
Responded a él... pero no
respondáis; porque no quiero
deberos
esa piedad,
por no
llegar a deberos
nada
que esté en vuestra mano,
y de
vosotros apelo
a los infernales dioses,
a quien
vida y alma ofrezco,
dando
por la libertad
alma y
vida.
Sale el DEMONIO
DEMONIO:
Yo [la] acepto.
IRENE: ¿Quién
eres, gallardo joven,
que, si las noticias creo
de
pintados simulacros
que en
algunos cuadros tengo,
viva
copia eres de aquel
ídolo
que en nuestro templo,
con el
nombre de Astarot,
adora
todo este reino,
cuya
opinión acredita
haber
penetrado el centro
de esta
ignorada prisión
sobre
las alas del viento?
DEMONIO: ¿Qué
mucho que a él me parezca,
Irene,
si soy el mesmo,
pues las doy a sus estatuas
alma, vida, voz y
aliento?
Yo soy
el dios de Astarot,
aquél a
cuyo precepto
ilumina
el sol, la luna
alumbra, los astros bellos
influyen, el cielo todo
se
mueve y los elementos
en lid
se conservan, siempre
amigos
y siempre opuestos.
Yo soy
el que en toda el Asia,
por los extraños portentos
de mis milagros, estoy
adorado, hallando a un
tiempo
su
amparo en mí el afligido
y su
salud el enfermo.
Compadecido a tu llanto
y
enternecido a tu ruego,
concurriendo
a tus conjuros,
a darte
libertad vengo.
Y
aunque yo sepa la causa,
oírla
de tu boca quiero,
porque
caiga nuestro pacto
sobre
mejor fundamento.
Dime,
¿qué quieres de mí?
IRENE: Tanto a
tu voz me estremezco,
tanto a
tu vista me asombro,
tanto a
tu semblante tiemblo
que no
sé si formar pueda
razones; mas oye atento.
Esta provincia
de Asia,
a quien
los que dividieron
el
mundo dieron por nombre
inferior Armenia, imperio
es del
grande Polemón,
de cuya
corona y cetro
hija
heredera nací,
si hubiese querido el cielo
que se
midieran iguales
fortuna
y merecimiento.
Quiso
mi padre que hiciesen
juicio
de mi nacimiento
sus
sabios y en él hallaron
--¡de imaginarlo reviento!--
que
había de ser mi vida
el más
extraño, el más nuevo
prodigio de cuantos dio
la fama
a guardar al tiempo;
pues de
ella resultarían
para
todo aqueste imperio
robos, muertes, disensiones,
bandos, tragedias, incendios,
lides, traiciones, insultos,
ruinas y escándalos, siendo
en oprobio de los dioses
el
principal instrumento
de otra
nueva ley de un dios
superior a todos ellos.
Con
estos temores, dando,
entre
tan raros sucesos,
crédito
a los vaticinios
y opinión
a los agüeros,
equivocando los nombres
de
piadoso y de severo,
dispuso
mi padre el rey
que yo
muriese en naciendo.
¿Quién
vio más crüel, tirano,
injusto
y torpe decreto
que
hacer los delitos él
porque
yo no llegue a hacerlos?
De esta
sentencia apelando
de su
ira a su consejo,
él
mismo mudó intención,
tomando
--¡ay de mí!-- por medio
que en
esta torre, fundada
en los
ásperos desiertos
de
Armenia, viva, si acaso
vive
quien vive muriendo.
Aquí
con solas mujeres
me ha
criado, de quien tengo,
por su
relación, remotas
noticias del universo.
No sé
hasta ahora cómo son
sus repúblicas, sus pueblos,
sus políticas, sus leyes,
sus tratos y sus comercios.
El primer hombre que he visto,
si no
me miente el objeto
tuyo aparente, eres tú;
tan cerca --¡ay de mí!-- y tan
lejos
vivo de lo racional.
Y aun
ya pasara por esto,
si hoy no me hubiera una dama
dicho
que mi padre --¡ay cielos!--
a dos hijos de Astiages,
su hermano, trajo a su
reino;
cuya
desesperación
me hizo
--¡de cólera tiemblo!--
salir de mí --¡de ira rabio!--
hasta
--¡ahógame mi aliento!--
decir
que en muerte y en vida
el alma
le daré en precio
a
cualquiera que me dé
la
libertad que apetezco.
Y así,
si tú, enternecido
de mi
llanto y de mis ruegos,
de mi
pena y de mi agravio,
de mi
voz y mi tormento,
me la
das, otra vez y otras
mil
veces a decir vuelvo
que soy tuya, y lo seré
en vida
y en muerte, haciendo
libre
donación en vida
y
muerte de alma y de cuerpo,
para
ver si así me libro
de esta
prisión que padezco,
de esta esclavitud que lloro,
de esta
sujeción que tengo,
de esta
envidia que publico
y de
esta rabia que siento.
DEMONIO: La
lástima, hermosa Irene,
de tus extraños sucesos
me ha obligado a tomar hoy
esta forma, concurriendo,
como
dije, a tus conjuros;
y
aunque puedan mis portentos
no sólo
de aquí sacarte,
pero
todo este soberbio
edificio
trasladar,
arrancado de su asiento,
a los
más remotos climas
de todo
el orbe, no quiero
que hoy en tu favor me ayuden
tantos prodigiosos
medios.
De
medios más naturales
me he
de valer. (Y es que tengo Aparte
limitada la licencia
de
Dios, y así no me atrevo
a más
de lo que permiten
sus
soberanos decretos.)
Yo te
pondré en libertad,
revalidando el concierto
de que
serás siempre mía.
IRENE: Otra y
mil veces lo ofrezco.
DEMONIO: Pues
con esa condición
yo haré
que tu padre mesmo
por ti envíe
y que esos dos
sobrinos suyos que al reino
aspiran, porque te juzgan
incapaz
de su gobierno,
se
pongan tan de tu parte
que
ellos sean los primeros
que te
ilustren y te adornen
de la
corona y el cetro
de toda
Armenia. Y porque
no te
dé cuidado el verlos
hoy en
tu corte, sabrás
de su
venida el intento.
Astiages, menor hermano
de
Polemón, rey supremo
de
algunas de las provincias
de
Asia, tuvo tan a un tiempo
esos
dos hijos que hasta hoy
el
mayor ignora de ellos;
porque
al tiempo del nacer
las
matronas, acudiendo
a su
madre, olvidaron
de
señalar el primero
que vio
las luces del sol,
perturbándose el derecho
que a
la herencia de su padre
tenían;
de cuyo yerro
nació
dividirse en bandos
sus
vasallos, pretendiendo
cada
uno para sí
merecer
el valimiento.
Polemón, por excusar
lides, batallas y encuentros,
llamó a los dos a su corte,
tomando por buen acuerdo
que el
uno a su padre herede
y el
otro al tío; advirtiendo
que él
ha de hacer la elección
del que
ha de jurar su reino.
No
temas que de ninguno
se
agrade su entendimiento;
porque los dos son, Irene,
tan encontrados y
opuestos
en
acciones y en costumbres,
en
obras y en pensamientos,
que
duda al que ha de fïar
la
corona, conociendo
que
ninguno de ellos es
merecedor del gobierno.
Es el
defecto de Ceusis
ser
ambicioso, soberbio,
cruel,
homicida, tirano,
lascivo, injusto y violento.
De todo
esto es al contrario
de
Licanoro el afecto,
porque
es de ánimo abatido,
postrado, humilde y sujeto.
Tanto a
la lección se entrega,
apurando y discurriendo
quién
es causa de las causas,
que le
deja desatento
para lo
demás; de suerte
que,
aplicando yo otros medios
hoy a la
neutralidad
que tu
padre tiene, puedo
hacer
que tú te corones,
bella
Irene, y, siendo ellos
quien
en tu frente y tu mano
pongan
la corona y cetro,
rendidos a tu hermosura,
para
que acaben con esto
tus prisiones, tus ahogos,
tus llantos, tus desconsuelos,
tus pasiones, tus desdichas,
tus penas, tus sentimientos.
IRENE: ¡Oye!
(¡Ay de mí!) Aparte
DEMONIO: ¿Qué me quieres?
IRENE: Tu
poder no dudo inmenso.
Ya
sabes cuánto es vehemente
la
cólera del deseo;
dame
una señal de que
no es
delirio, asombro o sueño
de mi
loca fantasía
lo que
estoy tocando y viendo.
DEMONIO: Sí
haré. ¿Qué es lo que deseas
ver más
del mundo?
IRENE: Aunque tengo
en mal formadas especies
retratados mil objetos
que me llevan la
atención,
a esos
dos jóvenes, puesto
que
ellos dices que han de ser
de mi
libertad el medio,
quisiera ver.
DEMONIO:
Pues yo haré
que los veas en los mesmos
ejercicios que ahora
están
divertidos. (Aquí, infiernos,
Aparte
he
menester vuestra ayuda,
pues para
la lid que espero
es
necesario tener
tan
[pervertido] este reino
que en
él no halle entrada aquella
nueva
ley del Evangelio
que los
apóstoles van
por
todo el orbe esparciendo.)
Vuelve
los ojos, Irene;
verás
lo que a este momento
tratando Ceusis está.
Sale CEUSIS tras un CRIADO con la daga
desnuda
IRENE: Ya le
veo, ya le veo,
a cuyo
asombro me admiro.
CEUSIS: ¡Villano! ¡Viven los cielos,
que has de morir a mis manos!
CRIADO 1: ¿Yo,
señor, qué culpa tengo
de que
Marcela te trate
con
desdenes y desprecios?
CEUSIS: Si tú de
mí la dijeras
que he de ser yo el heredero
de Armenia, porque mi
hermano
no
tiene merecimientos
para
competir conmigo,
claro
está que fueran menos
sus
rigores.
CRIADO 1:
Tanto adora
a su
esposo que por eso
presumo
que no te admite.
CEUSIS: Añade,
entre los que tengo
de dar
la muerte en reinando,
a ese
atrevido, a ese necio
que con su propia mujer
se
atreve a darme a mí celos.
CRIADO 1: Teme,
señor, que los dioses
castiguen tu atrevimiento.
CEUSIS: ¿Qué
dioses se han de atrever
a
castigarme, si ellos
me dieron vista con que
mirase
lo que apetezco?
Acusen
su providencia,
pues
ella fue el instrumento
para mi
culpa; o si no,
preciados de justicieros
quítenme
la vista, si
con la
vista los ofendo.
DEMONIO: (Aquí,
para ser más malo, Aparte
me
importa parecer bueno;
y pues
que me ha dado Dios
permisión, por sus decretos,
para usar de naturales
causas,
con ellas me atrevo
a
entorpecerle los ojos,
con que
dos nombres adquiero,
el de
justiciero ahora
y el de
milagroso, luego
que a
la vista que le turbo
le
quite el impedimento.)
CRIADO 1: ¿Eso
dices?
CEUSIS:
Esto digo.
Finge estar ciego
Mas,
¡ay infeliz! ¿Qué es esto?
¿Qué se
nos ha hecho el día,
que a
media tarde, cubierto
de
pardas nubes, fallece?
¿Dónde
se ha ido el sol huyendo,
sin
permitir que la luna
substituya sus reflejos
en el
horror de la noche?
CRIADO
1: ¿De qué haces tantos extremos?
¿Qué tienes?
CEUSIS:
Perdí la luz,
y con
mil sombras tropiezo.
¡Ay de
mí, rabiando vivo!
¡Ay de
mí, rabiando muero!
Vase CEUSIS, guiándole el
CRIADO
IRENE: Confusa
estoy y turbada.
A
hablar --¡ay de mí!-- no acierto.
DEMONIO: Para
quitarte ese horror,
ve a
Licanoro. Arguyendo
con un
sacerdote mío
está;
escucha el argumento.
Salen LICANORO y el SACERDOTE
LICANORO: Dime,
puesto que tú eres
tan
sabio, docto y maestro,
¿qué
libro es éste que acaso
hallé
entre otros que tengo,
que,
por más que en él estudio,
ni sus principios entiendo,
ni sus
misterios alcanzo
ni su
doctrina comprendo?
SACERDOTE: ¿Cómo
es el título?
LICANORO: El Génesis
se
dice, voz que en hebreo
creación
quiere decir.
SACERDOTE: Pues
¿cómo empieza?
LICANORO: Oye atento;
"En el principio crïó
Dios a
la tierra y al cielo."
SACERDOTE: No
prosigas, si no dice
qué
dios.
LICANORO:
Mi duda está en eso.
De un
Dios habla solamente,
poderoso, sabio, inmenso,
criador
del cielo y la tierra.
SACERDOTE: Pues no
le leas, supuesto
que
niega los demás dioses.
LICANORO: Antes
le estimo por eso;
que no
es posible que aquesta
fábrica
del universo
sea
obra de dos manos;
y más
si el lugar advierto
del
filósofo que dice
lo que
es ser Dios, infiriendo
que es
sólo un poder y un solo
querer. Prosigue diciendo,
"La tierra estaba vacía,
nada
eran los elementos,
y el
espíritu de Dios
iba,
estándose en sí mesmo,
llevado
sobre las ondas."
SACERDOTE: Ni lo
alcanzo ni lo entiendo.
LICANORO: Yo
tampoco. De Dios dice
que iba
el espíritu inmenso
llevado
sobre las ondas,
sin decir
qué dios.
SACERDOTE: De ahí veo
cuán
como rústico escribe
el
autor que le ha compuesto,
pues
nada prueba.
LICANORO: Antes mucho.
Oye, a
ver si te convenzo.
DEMONIO: (Sí
harás; que ya tu discurso Aparte
por
otros actos penetro.
Pero
yo, antes que lo digas,
impediré el instrumento
de tus
voces. Habla ahora,
que yo
tu lengua entorpezco.)
SACERDOTE: Pon el
argumento, empieza;
que a
todo responder pienso.
LICANORO: Quien
dice dios, absoluto
poder
dijo.
SACERDOTE:
No lo niego.
Prosigue.
LICANORO: (No puedo hablar.) Aparte
Titubea
SACERDOTE: ¿Qué
tienes?
LICANORO:
(No sé qué tengo; Aparte
que el
corazón a pedazos
se
quiere salir del pecho
al ver que
muda la lengua
articula los acentos.)
SACERDOTE: ¿Qué tienes?--Por señas solas
habla, y con raros
extremos
al
cielo y la tierra mira,
y va de
mi vista huyendo.
LICANORO: (¡Ay de
mí, rabiendo vivo! Aparte
¡Ay de
mí, rabiando muero!)
Vanse LICANORO y el SACERDOTE
IRENE: Con no
menor pasmo --¡ay triste!--
me dejó
aqueste suceso
que el
pasado.
DEMONIO:
Mis piedades
les
darán la vista luego
y la
voz que les quitaron,
porque
hablaron con desprecio
mío. Mira a qué poder
te
entregas.
IRENE:
Yo me confieso
tuya, Astarot, en la vida
y en la
muerte.
DEMONIO:
Yo lo acepto.
IRENE: ¡Ay de
mí, rabiando vivo!
¡Ay de
mí, rabiando muero!
Vanse. Salen
LESBIA y LIRÓN
llorando
LIRÓN: ¡Ay!
LESBIA:
¿Por qué lloras?
LIRÓN: Probar
quisiera si conseguir
puedo
en todo este lugar,
ya que
a nadie hago reír,
hacer a
alguno llorar;
pues si la causa te digo
del mal
que traigo conmigo,
fuerza es que antes y después
lloren todos.
LESBIA: ¿Qué mal es?
LIRÓN: Estar
casado contigo.
LESBIA: Pues
¿cuándo pensasteis vos
tener
mujer de esta cara?
LIRÓN: Eso
nunca; que--¡por Dios!--
que si
una vez lo pensara,
que no
lo llorara dos.
LESBIA: La
causa saber espero.
LIRÓN: ¿Qué
mayor, si considero
a cuán
pocas satisfizo
de las
cuentas que me hizo
contigo
el casamentero?
Porque él me dijo, "Lirón,
casaos;
que es mucha razón
el que
tenga un hombre honrado
casa,
familia y estado.
Vos,
con aquesa ración
que
tenéis de barrendero
de este
tempro, y con tener
quien
lo gobierne, si infiero
que en
manos de la mujer
luce doblado el dinero,
lo
pasaréis, craro está,
como un
rey; porque es así,
que a
eso se juntará
su
hacienda, y de aquí y de allí
la
gracia de Dios vendrá."
Caséme, viéndole habrar
tan sin
duelo y sin mancilla,
y la
honra que vine a hallar
son
mujer, casa y familia
que
tener que sustentar.
Lo
que yo solo comía,
lo como
ahora en compañía,
y el
locirlo tú es engaño;
pues no
gano yo en un año
lo que
gastas tú en un día.
Sin
que de aquí ni de allí
un pan
me venga siquiera,
ni la
gracia de Dios quiera
más
acordarse de mí
que si
en el mundo no huera.
Y
así de aquesta africión,
pues
que le barro su tempro,
le he
de pedir a Astarón
me libre;
que, si contempro
cuántos
sus milagros son,
que
sana al cojo, al tullido,
al
manco, al ciego, al baldado,
mayor
milagro habrá sido
sanar a
un hombre casado
del
achaque de marido.
LESBIA: Yo
también al tempro iré,
y a
Astarón le pediré
que, si
en otra ha de empezar
la
grande obra de enviudar,
en mí
sea; que yo sé
que
me oirá mijor a mí,
mentecato, que no a vos.
LIRÓN: ¿Por
qué, Lesbia?
LESBIA: Porque sí.
LIRÓN: Pues vamos juntos los dos
habrándole desde aquí.
LESBIA:
Astarón de gran poder...
LIRÓN: Dios
adorado y querido...
LESBIA:
...duélos mirar...
LIRÓN:
...duélaos ver...
LESBIA: ...el
talle de mi marido.
LIRÓN: ...la
cara de mi mujer.
LESBIA:
Dadme modo...
LIRÓN:
Dadme traza...
de
librarme de esta maza...
LESBIA: ...de
quien él la mona ha sido...
LIRÓN: ...que,
si hacéis esto que os pido...
LESBIA: ...que,
si esto hacéis...
Dentro
VOCES: ¡Plaza, plaza!
LIRÓN: ¿Qué
ruido aquéste será?
LESBIA: Yo la
causa de él no dudo;
porque,
viendo el rey que está
un
príncipe de esos mudo
y el
otro ciego, querrá
traerlos al tempro a ofrecer
sacrificio, para ver
si así
en la gracia conquista
de
Astarón su habra y su vista.
LIRÓN: Pues no tenemos que her
por hoy mosotros, que tiene
mucho que her nuestro dios;
y así por hoy más conviene
[.......................ós?]
[......................ene?]
irnos.
LESBIA:
No conviene tal;
que
mijor es asistir
para ver en caso igual
cómo le
hemos de pedir
la cura
de mueso mal.
Ábrese el templo, y salen el REY, CEUSIS,
LICANORO, el SACERDOTE y MÚSICOS
REY:
Inmensa deidad bella
de esta
patria felice, pues en ella
tu
imagen venerada
se ve,
en templos y altares colocada,
en ti
la pena mía
la fe
con que te busca hallar confía
favores
y piedades,
restituyendo al alma sus mitades.
Y,
puesto que mi celo,
por
excusarle la ojeriza al cielo,
a
Irene--¡suerte esquiva!--
muerta
la llora y la sepulta viva,
ya que
otro arrimo ni descanso tengo
que estos báculos dos, en quien prevengo
descansar del prolijo
peso
del reino, con que ya me aflijo...
CEUSIS: Si yo, por obligarle,
pudiera--¡ay
infeliz!--sacrificarle
vida y
alma, lo hiciera,
porque
a la luz del sol restituyera
la
ciega vista mía.
¡Oh
cuán triste es la noche sin el día!
LIRÓN: ¿Esto
es ser ciego? ¡Ay Dios, y quién lo
fuera!
LESBIA: ¿Por
qué? Di.
LIRÓN: Porque habrara, y no te
viera.
A LICANORO
REY: ¿A los
cielos me enseñas?
¿Qué me
quieres decir con esas señas?
Solo
"uno" me señalas;
con tu
dolor a mi dolor igualas.
¿Qué dices?
No te entiendo.
SACERDOTE: Yo sí;
que su concepto comprehendo.
Dice
que, si él hubiera
de
pedir el remedio, le pidiera
al dios
que solo es uno.
REY: De
oírlo se alegra. ¿Haber puede ninguno
de
absoluto poder? Ése es engaño.
Busca
el remedio donde hallaste el daño.--
Todos
al templo entremos;
que no
dudo que en él piedad hallemos.
SACERDOTE: Ya
desde aquí la imagen se termina,
y
corren a sus aras la cortina.
REY: Con
músicas vosotros y con voces
los
altos cielos penetrad veloces.
Cantan
MÚSICOS: "Grande
prodigio de Asia,
dios
de la inferior Armenia,
nuestros lamentos escucha,
atiende a las voces nuestras;
pues deidades supremas
ni esconden el rigor ni
el favor niegan."
Descúbrese el ídolo
REY: A
ti, deidad soberana,
con dos aflicciones llega
quien
más tu grandeza adora,
quien
más tu culto venera;
a
Ceusis y a Licanoro,
gran
dios, traigo a tu presencia,
uno
ciego y otro mudo.
En mí y
en ellos ostenta
lo sumo
de tu poder,
lo
inmenso de tu grandeza.
CEUSIS: Si
pequé soberbio, humilde
ya el
perdón te pido; muestra
que
tiene la humildad premios,
si
castigos la soberbia;
pues tu
dulce voz süave
nos advierte y nos enseña...
Cantan
MÚSICOS: "...que
deidades supremas
ni
esconden el rigor ni el favor niegan."
Dentro el DEMONIO
DEMONIO: Quien a
los dioses ultraja
justo
es que sus iras sienta,
y justo
también que goce
sus
piedades quien los ruega.
Y, porque veas que en mí
hay castigo y hay clemencia,
la luz del sol a tus ojos
a
restitüirse vuelva.
CEUSIS: Gracias
te den, dios inmenso,
a un
tiempo el cielo y la tierra.
Feliz
quien ver mereció
revocada tu sentencia.
SACERDOTE: ¡Viva
nuestro gran dios!
TODOS: ¡Viva!
LESBIA: ¡Viva
muy en hora buena!
LIRÓN: ¡Viva,
como me descase,
pues
que tan poco le cuestan
los
milagros!
REY:
Licanoro,
pide tú con vivas señas
sus
favores, y entretanto
la
música a cantar vuelva.
Cantan
MÚSICOS: "...pues deidades supremas
ni esconden el rigor ni el favor
niegan."
DEMONIO: (Aunque
las señas que hace Aparte
nada
conmigo merezcan,
la voz
le he de dar; pues más
me
importa ocultar la ofensa
que
limitar el poder.)
Quien
mi majestad venera
con
señas, es justo que
ya con
voces la engrandezca.
LICANORO: Es
engaño; porque yo
no te
he pedido clemencia;
a la
causa de las causas
la he
pedido.
SACERDOTE:
Porque veas
que Astarot lo es, ha querido
darte
como tal respuesta.
¡Viva
nuestro gran dios!
TODOS: ¡Viva!
LICANORO: Aun con
ver que me reserva
del
dañado impedimento
que tuvo atada mi lengua,
con mi
duda quedé.
LIRÓN: ¿Han visto
cuánto
es a la estatua muesa
záfil
el hacer milagros?
Lleguemos nosotros, Lesbia.
LESBIA: ¿No ves
que está el rey aquí,
y no
querrá en su presencia
ocuparse en pocas cosas?
LIRÓN: Yo bien
sé cómo pudieras,
si el
milagro es descasarnos,
hacerlo
tú, sin que huera
menester
pedirlo a nadie.
LESBIA: ¿Cómo?
LIRÓN:
Cayéndote muerta.
LESBIA: ¡Malos
años para vos!
REY: Divina
deidad eterna,
¿qué
víctima, qué holocausto,
qué
sacrificio, qué ofrenda
en hacimiento de gracias
puedo
yo hacerte que sea
más
acepto?
DEMONIO:
Dar a Irene
libertad.
REY:
Mi providencia
pervertir quiso sus daños;
mas si eso mandas, por ella
vayan,
señor, al momento.
Vase el SACERDOTE.
Dentro San
BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ:
¡Penitencia, penitencia!
REY: ¿Qué
triste y mísero acento
es el que en los aires suena?
LICANORO: Nunca
se oyó en sus espacios
voz tan horrible y funesta.
CEUSIS: El
sonido de sus ecos
el
corazón me atormenta.
¡Qué
pavoroso rüido!
LIRÓN: ¿Cúya
será esta voz, Lesbia?
LESBIA: A todos turba el oírla.
DEMONIO: (Y más
a mí el conocerla. Aparte
Pero
¿qué temo, qué temo,
que el
apóstol de Dios venga,
si
viene a tiempo que tengo,
con las
mentidas grandezas
de mis fingidos milagros,
toda
esta gente suspensa?)
REY: ¡El
corazón se estremece!
Gran
dios, ¿cúya voz es ésta?
DEMONIO: Yo te
lo diré. (Aquí importan Aparte
mis
engaños y cautelas.)
De un
hombre, rey, que a tu corte
viene,
que tirano intenta
quitar
de tu mano el cetro
y el
laurel de tu cabeza.
Y
aunque otra cosa te diga,
ni le escuches
ni le creas,
y está
advertido, porque
o le
mates o le prendas.
REY: Esa
palabra te doy.
BARTOLOMÉ:
¡Penitencia, penitencia!
LICANORO: ¿Qué
hombre, cielos será éste?
Sale IRENE
IRENE: ¡Aguarda,
detente, espera!
Que,
aunque debiera primero
rendir
gracias y obediencias
a dios
que me da la vida,
y a ti
que me la reservas,
de este
hombre o de este monstruo
te quiero contar las señas,
ya que
viniendo le vi
entre
el vulgo que le cerca,
a cuya
vista quedé
ni bien
viva ni bien muerta,
de ver
que el gusto de verte
me
embaracen estas nuevas.
LICANORO: (¡Qué
peregrina hermosura!) Aparte
CEUSIS: (¡Qué
soberana belleza!) Aparte
IRENE: Es su
estatura mediana,
su
barba y cabello en crencha
partida
a lo nazareno
y de
cenizas cubierta,
afectando el desaliño
más su
hipócrita modestia;
el
rostro es grave, la voz,
bien
como de una trompeta,
armoniosamente dulce
y dulcemente
tremenda;
vivo
esqueleto de un vil
báculo
que le sustenta,
es todo
su adorno un saco
ceñido
con una cuerda.
Pero
¿para qué repito
las
señas suyas, si entra
ya en
el templo? A cuya voz
todo el
edificio tiembla,
cuando
en pavoroso acento
dice
atrevida su lengua...
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: ¡Cristo
es el Dios verdadero!
¡Penitencia,
penitencia!
LIRÓN: ¡Ay qué
voz y qué semblante!
Peor
cara tiene que Lesbia.
LESBIA: Sí;
pero mejor que tú,
por
mala que te parezca.
REY: Hombre,
aborto de la espuma,
que esa
marítima bestia
sorbió
sin duda en el mar,
para
escupirte en la tierra...
LICANORO: Parto
de aquesas montañas
que,
equivocando las señas,
para
ser fiera, eres hombre,
para ser
hombre, eres fiera...
CEUSIS:
Racional nube que el viento
para
rayo suyo engendra,
pues el
trueno de tu voz
espeluza y amedrenta...
IRENE:
Prodigio, ilusión y asombro
que ha
bosquejado la idea
de
algún informe concepto
de soñadas apariencias...
REY: ...¿qué mal entendido rumbo...
LICANORO: ...¿qué
derrotada tormenta...
CEUSIS: ...¿qué
deshecho terremoto...
IRENE: ...¿qué
fantástica quimera...
REY: ...a
estos puertos...
LICANORO: ...a estos montes...
CEUSIS: ...te
trae?
IRENE:
...te arroja?
REY: ...te echa
o te
forma para asombro?
¿Qué
solicitas?
LICANORO:
¿Qué intentas?
BARTOLOMÉ: La
salud de tantas almas
como
cautivas y presas
de la
injusta idolatría
tiene
la ignorancia vuestra,
que dejáis de dar al Dios
que es
criador de cielo y tierra
las alabanzas que dais
al bronce, barro y madera
de que labráis vuestros
dioses.
Éste es
único en esencia
y trino
en personas; pues
el
Padre, que es la primera,
ni
criado, ni engendrado
ni
procedido se ostenta
de
nadie, porque en sí mismo
sin fin
ni principio reina;
el Hijo,
que es la segunda
de esta
soberana esencia,
ni
criado ni procedido,
sino
engendrado se muestra
del
Padre, cuyo concepto
siempre
incesable se engendra;
el
Espíritu, que es
de
aquesta esencia suprema
la
tercera, ni crïado
ni
engendrado, es cosa cierta,
sino
procedido de ambos;
que,
aunque tres personas sean,
no son
tres dioses, un solo
Dios es
no más, una mesma
voluntad, un querer mismo
y una
misma omnipotencia.
Uno es
el Padre, uno el Hijo,
y de la
misma manera
uno el
Espíritu; pero
no son tres con diferencia,
no es
fingido simulacro,
en cuya
errada asistencia
habla
el espíritu impuro
del
demonio.
REY:
Ten la lengua;
que
nuestros dioses infamas.
IRENE: No
prosigas, cesa, cesa;
que su
gran poder ofendes.
CEUSIS: ¿Qué imposibles sutilezas
son [a] las que nos persuades?
LICANORO: Tente,
Ceusis; no le ofendas,
hasta entender sus razones.
REY: ¿Qué razones? Todas ellas
son para darme la muerte.
BARTOLOMÉ: No son
sino vida eterna.
REY: Cuando
eso fuera verdad,
¿cómo
quieres que lo crea,
que
este simulacro hermoso
virtud
divina no tenga,
si,
cuando vienes, estamos
dándole
gracias inmensas
de dos
milagros tan grandes
como
dar su providencia
vista
al ciego y voz al mudo?
BARTOLOMÉ:
Sabiendo que todas esas
obras
caben en la margen
de la
gran Naturaleza,
habiendo puesto primero
el
impedimento en ella,
como
angélica criatura,
capaz de todas las ciencias.
Prosigue sus sacrificios
y di,
si de dios se precia,
que,
estando yo aquí, responda
a
alguna pregunta vuestra.
DEMONIO: Sí
responderé.
BARTOLOMÉ:
No harás;
que yo
con esta cadena
de
fuego, en nombre de Dios,
tengo
de ligar tu lengua.
Habla
ahora.-- Preguntadle;
decid
que os dé la respuesta.
Al báculo que trae BARTOLOMÉ, que
será a modo de cruz, se pondrá una bombilla y se
encenderá por debajo
CEUSIS: Gran
dios de Astarot, tu nombre
hoy se
ilustre y engrandezca.
Vuelve
por ti, con decirnos
lo que
este bárbaro intenta.
DEMONIO: (No
puedo hablar--¡ay de mí!-- Aparte
porque
cautivas y presas
con
cadena están de fuego
mis acciones y mis fuerzas.)
No me aflijas, no me
aflijas,
Bartolomé;
que ya deja
mi
engaño este ídolo mudo,
faltándole mi asistencia.
Y así
cúbranme la faz
caliginosas tinieblas
que den
al cielo pavor,
que den
asombro a la tierra.
Cubren el altar
BARTOLOMÉ: ¿Cuánto
es más, quitar a un dios
vista y
voz, que no el que pueda
dar a
otros voz y vista?
CEUSIS: Eso
fuera, si no fuera
valido de los encantos
y mágicas apariencias
de que usáis los galileos
todos, de hechizo y
quimera.
¡Muera
a mis manos quien viene
a
alterar la patria!
TODOS: ¡Muera!
LICANORO:
Dejadle; que hasta ahora no
sabemos
que nos ofenda.
IRENE: Sí
sabemos, pues que viene
a
introducirnos ley nueva
de un
dios que ignoramos, siendo
la gran
provincia de Armenia
patrimonio
de los dioses
y de
nosotros herencia,
desde
que la primer nave
tomó en sus cumbres excelsas
puerto, sobre cuya cima
incorruptible se asienta.
BARTOLOMÉ: Y aun
por eso aquí de Cam
la
réproba descendencia
obra
con su idolatría
en
vuestros pechos impresa.
REY: No lo
escuches.
CEUSIS:
No le oigas.
¡Muera
a nuestras manos!
TODOS: ¡Muera!
BARTOLOMÉ: Para
otra ocasión el cielo
mi vida
guarda y reserva.
Quieren acometer a BARTOLOMÉ, y él
vuela
LIRÓN: Hecho
una bestia he quedado.
Vase
LESBIA: Siempre
tú eres una bestia.
Vase
REY: Seguidle todos, buscadle,
hasta traerle a mi
presencia.
Vase
SACERDOTE:
Sacrificio le he de hacer
de
aquestas aras sangrientas.
Vase
IRENE: La
primera seré yo
que le dé
la muerte fiera,
pues
como esclava me toca
del
dios de Astarot la ofensa.
Vase
CEUSIS: Yo bien
quisiera seguirle,
mas la
divina presencia
de
Irene me lleva el alma.
LICANORO: A mí
también me la lleva,
y por
eso no le sigo.
(Aunque
el seguirle yo fuera, Aparte
no para
darle la muerte,
mas
para que luz me ofrezca
de si
el dios que yo imagino
es como el dios que él enseña.)
FIN DE LA
JORNADA PRIMERA
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