SEGUNDA JORNADA
Suena dentro música, y sale
MALANDRÍN
MALANDRÍN:
Después de la salpicada,
mil
instrumentos oí.
Si
fuera comedia, aquí
acabara
mi jornada.
Mas, puesto que no lo es,
y que
prosiguiendo va,
la
música suplirá
ausencias del entremés.
Por
lo menos extrañeza
será de
ingenio saber
que hoy
todo cuanto hay que ver
es
cortado de una pieza.
Y
esto aparte--¡vive Dios!--
que él
se ha puesto en el caballo
--ya
nunca podrá parallo--
y a un
mismo tiempo los dos
y el
sol me dejan a obscuras
en un
monte. ¿Ya qué espero?
No
fuera andante escudero,
a no
verme en aventuras.
Salen FLORISEO y CORO
FLORISEO: Pues
que ya la noche fría
temerosamente asombra,
y baja la negra sombra
pisando
la falda al día,
cantad. Tenga una vez salva
la
negra noche al bajar;
que no
siempre ha de envidiar
a los
músicos del alba.
Decid al segundo sol,
que da
al primero desmayos,
que, en
ausencia de sus rayos,
soy
humano girasol.
Salen ROSICLER y CORO por el otro lado
ROSICLER: Pues
Lindabridis permite,
hasta el fin de tanto empleo,
lo que
es cortés galanteo
y estas
licencias admite,
mientras yo digo llorando
mi mal,
pues yo lo sentí,
quien
no le siente, por mí
le
podrá decir cantando.
Cantan
CORO 1: "Bellísima
Lindabridis,
¿para qué tus ojos buscan
nuevos encantos, teniendo
el
mayor en la hermosura?"
CORO 2: "¿Para
qué buscas más rayos,
si sale la aurora tuya
compitiendo con las selvas,
cuando las flores madrugan?"
FLORISEO: Desotra
parte del monte
sonoras
voces se escuchan.
ROSICLER: Éste es
Floriseo, que así
dichas
que yo pierdo busca.
MALANDRÍN:
Vísperas son a dos coros;
no será
muy mala industria,
en
tanto que cantan ellos
la
copla, hacer yo la fuga.
Vase
hacia ROSICLER
CORO 1: "Despojos son de tu planta
bellas flores, fuentes puras,
porque ambicioso el abril
para
tu adorno las junta."
CORO 2: "Y
porque el aire no esté
celoso de su ventura,
los
pájaros en el viento
forman abriles de pluma."
ROSICLER: Bajeza es que un hombre noble
declarados celos sufra;
mas es nueva ley de amor;
la obediencia me
disculpa.
MALANDRÍN: (Por
esta parte se acerca Aparte
a mí un
bulto o una bulta
que no
sé si es hembra o macho;
Y sólo
sé que se junta
más de
lo que yo quisiera.
Ánimo,
todo es fortuna;
quizá
será otro gallina
como yo, y en esta duda
seamos
valientes de miedo.)
Caballero, a mí me injurian
esas
voces que al aurora
destas
montañas saludan;
y así
mandadles que callen.
ROSICLER: (Este hombre viene, sin duda, Aparte
a
reconocerme y darme
ocasión
con que mi furia
pierda
el derecho de ser
acreedor de esta aventura.
Venceréle con callar,
vengando
mi pena injusta
en que
canten, pues le ofenden.
De
cuantos una hermosura
hizo
valientes, a mí
me hizo
cobarde, no hay duda;
pues
por no perderla siempre,
haga lo
que no hice nunca.)
CORO 1: "¡Ay
Lindabridis bella, hermosa y pura,
milagro del amor y la hermosura!"
CORO 2: "¡Ay
Lindabridis pura, hermosa y bella,
que
eres del cielo flor, del campo estrella!"
Retírase ROSICLER
MALANDRÍN: (¡Vive
Apolo, que se vuelve! Aparte
¿Esto
es ser valiente a oscuras?
No hay
cosa más fácil. Otro
de esta
parte está; pues dura
el
susto, dure el remedio.)
Esas
voces que se escuchan
a un
celoso amante ofenden,
caballero, y le disgustan;
callen,
si acaso hay remedio
para
que callen en bulla
músicos, que cantan mal.
FLORISEO: (Ésta
es cautela o industria Aparte
de
Rosicler, que ocasiona
mi
valor, porque desnuda
la
espada, las esperanzas
pierda
de dicha tan suma;
pues no
ha de lograr su intento.
Hoy
amor al valor supla;
que
huir de amante en la ocasión,
más que
bajeza, es cordura.)
Retírase
MALANDRÍN: ¡Viven
los cielos, que son
gallinas, sin duda alguna!
Que si esperaran un poco
sin hüir--¿hay tal locura?--
huyera yo.
FLORISEO:
Cantad siempre.
Vase
ROSICLER: No
dejéis de cantar nunca.
Vase
CORO 1: "Suspiros
son de un amante
cuantos
el eco pronuncia;
lágrimas son de un celoso
cuantas las flores inundan."
CORO
2: "Porque así fuentes y
flores
con sonora voz y muda,
de
su belleza engañados,
por
aurora la saludan."
CORO 1: "¡Ay
Lindabridis bella, hermosa y pura,
milagro del amor y la hermosura!"
CORO 2: "¡Ay
Lindabridis pura, hermosa y bella,
que
eres del cielo flor, del campo estrella!"
MALANDRÍN: ¿Dueño
yo de la campaña
y músicos? ¿Hay tal burla?
O está todo el mundo
loco,
o
borracha la Fortuna.
Si me
valiera la hazaña
en esta
ocasión alguna
alhaja
manducativa,
fuera
notable ventura. Ä
¡Ah del
castillo! Si non
yace la
infanta desnuda,
catadla, que a un agujero
asome
su fermosura.
Malandrín de Trapobana
soy, de
allén que vengo en fucia,
si ella
es la vana, e yo el trapo,
de
facer dos almas una.
Si non
cuida de salir,
salga
cualque dama suya,
e si
non dama pulgare,
menina
su ausencia supla,
ya de
la cámara sea,
magüer
que non de la ayuda.
¿Non la
hay? Pues sea mondonga;
que ¿a
quién mondongas no escuchan?
O si
no, salga una dueña;
que
dueñas non faltan nunca.
¿Non
hay dueña? Yo dichoso,
iréme
por la espesura
a
buscar quien me socorra,
fablando vegadas muchas,
Canta
"quien
no tiene ventura
aun
dueñas no hallará, si dueñas busca."
Vase. Ábrese
el castillo y salen, como a
un jardín que estará fingido dentro de él,
LINDABRIDIS, SIRENE, ARMINDA, y las damas, dejando
abierta la
cueva del FAUNO
CORO 1: "Amorosos
sacrilegios
esta novedad disculpan,
porque en su misma belleza
están la culpa y disculpa."
CORO 2: "Pues,
cuando deidad la adoran,
y
cuando beldad la juran,
mirando sus ojos bellos,
quedan
vanos de su culpa."
CORO 1: "¡Ay
Lindabridis bella, hermosa y pura,
milagro del amor y la hermosura!"
CORO 2: "¡Ay
Lindabridis pura, hermosa y bella,
que
eres del cielo flor, del campo estrella!"
SIRENE: Bien
los dos competidores
cortesanamente usan
de la
licencia de amantes,
celebrando tu hermosura
en
dulces versos.
LINDABRIDIS: Bien dices;
pero yo
no supe nunca
que
gallardos caballeros,
que
andan buscando aventuras,
con
músicos caminasen.
SIRENE: Quien
de hacer obsequios gusta
jamás
le falta ocasión;
en
cualquier parte la busca;
cerca
está Constantinopla.
Y como
las leyes tuyas
les dan
licencia de amarte
y no de
verte, procuran
que
donde no entran sus ojos,
entren sus penas ocultas
y disfrazadas.
LINDABRIDIS:
¡Qué bien
al
compás suyo murmuran
las fuentes de estos jardines,
que el canto a las aguas
hurtan!
SIRENE: Esta
alfombra, que tejió
de mastranzos
y de juncia
el
abril, formando en ella
un
florido catre, a cuya
belleza
corona es
el
pabellón de una murta,
trono
será de la aurora,
si tú
su dosel ocupas.
LINDABRIDIS: Desde
aquí se oyen mejor
dulces
canciones, que anuncian
anticipada la guerra.
Siéntase, y queda como dormida
SIRENE: Y ella
por verte madruga.
ARMINDA: Pues la
princesa se queda
aquí,
Sirene, segura,
ven
donde oigas tono y letra
mejor.
ROSICLER:
Vamos, si tú gustas.
Vanse SIRENE y ARMINDA. Sale FAUNO por la
cueva
FAUNO: Cuando
de la opuesta boca,
por
quien bosteza esta gruta,
aborto
fui, con intento
de que
la cobarde turba,
siguiéndome, se quedara
sepultada en las obscuras
entrañas de aqueste monte,
que los
sirviese de tumba,
y
vuelvo a escuchar gemido,
penas,
lástimas y angustias,
me
informan voces sonoras
que a
la obscuridad nocturna,
como si
ella fuera el alba,
alegremente saludan.
Y aun
no paran mis sentidos,
contentos con una duda;
pues
extrañan lo que ven
mucho
más que lo que escuchan.
¿A la
boca de mi albergue
fábricas de arquitectura
tan hermosa que las piedras,
aun más que la luz,
alumbran?
¿Aquí fuentes y jardines,
espejos, cuadros, pinturas?
¿Duermo o velo, sueño o
vivo?
Mas ¿qué
dudo que en confusas
imágenes haga el sueño
estas
sombras y figuras? Ä
Bárbaros dioses de un Fauno
que a
las sangrientas y duras
aras
vuestras consagró
cuantos
mortales la inculta
playa
de esta isla tocaron,
dadme
favor, dadme ayuda;
que una
admiración me ciega,
que una
deidad me deslumbra,
una
beldad me suspende,
y todo
un cielo me turba.
¿Si es
la diosa que este templo
habita? Sí; ¿quién lo duda?
No en
vano, pues, la adurmieron
voces que los vientos sulcan,
fuentes que las flores mojan,
arroyos que el prado
cruzan,
copas
que el aire detienen,
auras que mansas murmuran,
hojas que apacibles suenan,
flores que sus plantas buscan;
pues voces, fuentes, arroyos,
copas, vientos y hojas mudas,
todos dicen que ésta es
la
diosa de la hermosura.
Mas
otra duda me queda;
¿si es
viva o si es escultura,
adorno
de estos jardines?
Que
para todo hay disculpa;
para
estar viva, en dar muerte
a quien
a su luz se junta;
para
estar muerta, en dar vida
a quien sus milagros busca.
Luego si da vida y mata,
si da
muerte y asegura,
para
dar vida y dar muerte
estará
viva y difunta.
Llega a tomarle la mano a LINDABRIDIS
¿Atreveréme a tocar
la
blanca mano que injuria
la
nieve? Sí. Mas--¡ay cielos!--
que me
abrasa su blancura.
Mujer,
deidad, o quien eres,
¿qué
veneno es el que oculta
este
áspid de jazmín?
Despierta LINDABRIDIS
LINDABRIDIS:
¿Quién
me
llama? ¡Ay de mí!
FAUNO: No huyas.
LINDABRIDIS: No
podré, porque el temor
con
prisión de hielo anuda
mis
pasos. Fiera u hombre
silvestre, deidad inculta,
¿cómo
te atreviste, cómo,
a
profanar la clausura
de un
castillo donde el sol,
si
entra, entra con la disculpa
de que
viene a traer el día,
y entra
en él porque le alumbra?
FAUNO: Como yo
soy más que el sol
atrevido; y si él se excusa
de tu
enojo por traer
la luz,
yo con menos culpa,
porque
vengo a traer la sombra;
que esa
bóveda profunda
es el
seno de la noche,
y yo
quien su seno ocupa.
LINDABRIDIS:
¡Arminda, Sirene, Flora!
Salen ARMINDA y SIRENE
SIRENE: ¿Qué
das voces? ... ¡Suerte injusta!
ARMINDA: ¿Qué
mandas? ... ¡Horror extraño!
SIRENE: ¡Grave mal!
ARMINDA:
¡Desdicha suma!
FAUNO: ¿Son
éstas las que han de darte
el
favor? Porque la duda
queda
en pie, ¿quién ha de darles
favor a ellas? Llama, junta
muchos enemigos de estos,
será mejor la fortuna
de
morir a tales manos,
aunque
ya lo esté a las tuyas.
Todas son bellas; mas tú
te avienes con su hermosura,
como el clavel con las flores,
como las estrellas puras
con los claveles, los signos
con las estrellas, la
luna
con los
signos, y con ella
el sol,
que a todos sepulta.
Deja,
deja que a beber
vuelva
la sed, que me angustia
este
tósigo de nieve.
LINDABRIDIS: Antes
seré de tu furia
breve
despojo. ¡Dad voces!
SIRENE: Yo
estoy turbada.
ARMINDA: Yo muda.
LINDABRIDIS:
¡Caballeros, al castillo!
Que a
manos de la sañuda
fiera de estos montes muero.
¡Dadme favor, dadme ayuda!
SIRENE: ¡Al
castillo, caballeros!
Que
vuestra gloria difunta
a manos
de un monstruo yace.
Dentro ROSICLER y FLORISEO
ROSICLER: Sirena,
las voces tuyas
no me
engañarán, que atado
al
árbol de la fortuna
estoy.
FLORISEO:
Cocodrilo aleve,
que voz
humana pronuncias,
no me
vencerá tu encanto.
LINDABRIDIS: ¡Ah leyes de honor injustas!
¿Cuál es la dama que ver
cobarde
a su amante gusta?
FLORISEO:
Responded cantando siempre.
ROSICLER: No
dejéis de cantar nunca.
ARMINDA: ¡Al
castillo, caballeros!
FAUNO:
Escaparte no presumas.
LINDABRIDIS: ¿Cómo
están sordos los cielos
a mi
voz?
FAUNO: Como en mi injuria
los cielos no oyen.
LINDABRIDIS: ¿Los montes
cómo no se descoyuntan?
FAUNO: Son los montes mis vasallos.
LINDABRIDIS: ¿Las fieras?
FAUNO: Temen mi furia.
LINDABRIDIS: ¿Los hombres?
FAUNO:
No se me atreven.
LINDABRIDIS: ¿Los
rayos?
FAUNO:
Mi voz los turba;
que soy
rayo, muerte y fiera.
LINDABRIDIS: Yo
rabia, veneno y furia.
¡Caballeros, al castillo!
Romped las leyes injustas.
¡Al castillo, caballeros!
Éntranse LINDABRIDIS, ARMINDA y SIRENE, y
síguelas FAUNO. Sale CLARIDIANA
CLARIDIANA: ¿Mi
valor qué dificulta,
que no
entra a ver qué ocasión
el
monte de horror ocupa?
¿Qué
aventuro en esto yo?
¿Las
esperanzas futuras
de
Lindabridis qué importan,
si yo
no las tuve nunca?
Vase. Vuelven a
salir FAUNO, LINDABRIDIS,
CLARIDIANA y las damas
LINDABRIDIS: ¡Que
estén sordos los cielos!
¿Qué
mucho, si el amor lo está y los celos?
CLARIDIANA: No así
al amor ofendas,
ni
deslucir su vanidad pretendas;
que yo por él satisfacerte espero.
FAUNO: (¡Qué
bello joven!) Aparte
CLARIDIANA:
(¡Qué galán tan fiero!) Aparte
LINDABRIDIS: (¡Qué
desdichada suerte, Aparte
si mi
vida redimo con su muerte!)
FAUNO: (No sé
qué nuevas ansias he sentido Aparte
de que
éste en su favor haya venido,
que de
un veneno tengo el pecho lleno,
y se
hace más lugar otro veneno.)
CLARIDIANA: Semidiós
de estos montes
que,
llenando de horror sus horizontes,
por no
ser fiera y hombre en una esfera,
dejaste
de ser hombre y no eres fiera,
esa
belleza vive
a
cuenta de este acero. Así apercibe
el
nudoso bastón, que partir quiero
contigo
el sol.
FAUNO:
Pues yo llevarle entero;
que si
es sol la belleza
de esta
excelsa deidad, fuera bajeza
partirle ni aun un rayo; y más contigo,
que
eres, puesto conmigo,
átomo
comparado
al sol,
cárdeno lirio cotejado
al
ciprés eminente,
mendigo
arroyo al rápido corriente
del Nilo, sombra pálida y pequeña
a la
inmensa estatura de esta peña.
CLARIDIANA: No,
barbaro, blasones,
ni de
ajenos aplausos te corones;
que, si
eres sol, soy luna,
a cuyo
eclipse mengua tu fortuna;
si
ciprés, soy la muerte,
que en
fúnebre arrebol hoy le convierte;
si
Nilo, mar sediento que le bebe,
si
montaña, homenaje soy de nieve,
que su
eminencia inclina,
cuando a rayos de hielo le
fulmina.
FAUNO: Acis,
mancebo de esta Galatea,
si soy
el Polifemo vuestro, sea
este
bastón, ya que no aquella roca,
urna
mucha, pirámide no poca.
Riñen, dale FAUNO con el bastón a
CLARIDIANA, y cae
CLARIDIANA: ¡Muerto
soy!
LINDABRIDIS:
¡Ay de mí!
FAUNO: ¿De qué te
espantas?
Mira,
mira a tus plantas
flor,
arroyo, cristal, jardín y fuente,
salpicados de púrpura caliente;
y, si
fiero y sangriento no te obligo,
cortés
amante quiero ser contigo.
Cuanto
metal se encierra
en las
pardas entrañas de la tierra,
y
cuantas piedras cría
ese
luciente aparador del día,
pondré
a tu pie de nieve,
que
hidrópica esa cueva se las bebe,
porque
registro fue del peregrino
que,
hallando puerto aquí, perdió camino.
Un
breve instante espera
y en
tanto ese cadáver considera,
porque
admires, teniéndole delante,
valiente y rico a este tu nuevo amante.
Vase
LINDABRIDIS: Muda,
cobarde, helada,
confusa
y admirada,
no sé
lo que hacer puedo,
que no
me deja qué elegir el miedo.
Aquí--¡oh qué horror!--un triste me suspende,
allí--¡oh qué pena!--un bárbaro me ofende,
aquí--¡qué pasmo!--un joven agoniza,
allí--¡qué llanto!--un monstruo atemoriza,
aquí--¡qué desconsuelo!--
deshojado un clavel, salpica el suelo,
allí--¡qué desventura!--
amante
un bruto--¡ay Dios!--mi fin procura,
y yo,
sin quien me valga en este abismo,
a manos
muero de mi encanto mismo.
¿Qué
haré, piadosos cielos?
Pero
apelen a mí mis desconsuelos.
Fuera
está del castillo, y en su cueva
la
fiera horrible; pues eleva, eleva
--oh
espíritu oprimido
del
mágico conjuro--el atrevido
vuelo;
mi amparo y mi sagrado sea
el viento, que esta fábrica posea;
llevemos de este bárbaro desierto
un alma
viva en un cadáver muerto.
Entra y cierra el castillo, que desaparece, y queda
el teatro como antes estaba. Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: ¡Ah,
volador castillo! ¡Espera, espera!
¿No hay
más hablar? ¿Se va de esa manera?
Que se
lleva a mi amo;
sea
cortés y responda, pues le llamo.
Sale FAUNO con algunas cajas de joyas
FAUNO: Ya,
Lindabridis bella,
que
eres del cielo flor, del campo estrella,
podrás llenar las manos y los ojos
en estos...¡Ay de mí! "Ricos
despojos"
iba a decir, y mudo,
con ser desdichas, las desdichas
dudo.
MALANDRÍN: (¡Qué
salvaje tan fiero es el que veo! Aparte
Con ser desdichas, las desdichas
creo.)
FAUNO:
¿Adónde, adónde tanto alcázar sube?
¡Oh
fábrica eminente, si eres nube
que
bajaste del trono de Faetonte
por
granizos de piedras a este monte,
mira
que son prodigios que me elevan,
ser tú
la nube y que mis ojos lluevan.
¡Aguarda, aguarda!
MALANDRÍN: (Si de noche fuera, Aparte
fuera
valiente yo.)
FAUNO: ¡Detente, espera!
Mas
¿quién está testigo a mis ultrajes?
MALANDRÍN: Un
servidor de todos los salvajes,
que por
su devoción los ha buscado
para
servir.
FAUNO:
¿Quién eres?
MALANDRÍN: Un menguado.
FAUNO:
¿Viste...
MALANDRÍN:
¿La cueva? Sí, y estuve en ella.
FAUNO:
...aquel alma feliz que a ser estrella
sube a
mejor esfera?
MALANDRÍN: ¡Y cómo
que la vi!
FAUNO: Pues di, ¿quién era?
MALANDRÍN:
Lindabridis se llama,
que
anda buscando al hombre de más fama,
al más
valiente y de mejor persona;
que,
aunque es infanta, ha dado en ser buscona.
Pero
esto a nadie espanta;
porque
ya ¿qué buscona no es infanta?
FAUNO: Pues si
al de más valor viene buscando,
dile
que yo lo soy.
MALANDRÍN: Si va volando,
decírselo no puedo.
FAUNO: Sí
podrás; porque yo--no tengas miedo--
asiéndote de un brazo,
te haré
volar del aire tanto plazo
que, cayendo del mar a esotro cabo,
llegues
primero que ella.
MALANDRÍN: El saque alabo,
pero
¿quién hará luego
conmigo
desde allá otro pasajuego
que me
vuelva a la losa
con la
respuesta? ¿No es más fácil cosa
que
paso a paso a Babilonia vamos,
donde
en la lid a todos los venzamos?
Que yo
con este escudo y esta espada
a tu lado
me ofrezco a no hacer nada.
FAUNO: Bien
dices; una balsa, bajel breve,
a los
dos ese piélago nos lleve,
con
violencia tan suma
que aun
no aje los rizos de la espuma.
Desde
hoy serás mi guía; ven conmigo.
Lindabridis, espera; ya te sigo.
MALANDRÍN: Venme
aquí en un instante
hecho
escudero de un salvaje andante;
y aun
con él más contento la siguiera,
si
Lindabridis "lindo brindis" fuera.
Vanse. Baja
FEBO en un caballo, atravesando el
teatro de un lado a otro
FEBO:
Hipogrifo desbocado,
parto
disforme del viento,
¿dónde
te cupo el aliento
para
haber atravesado,
ya en la carrera, ya a nado,
tanta
tierra y tanto mar?
Hijo o
monstruo singular
del
tiempo debes de ser,
pues
que te enseñó a correr
y no te
enseñó a parar.
Mas no; que si tu ambición,
cuando
las riendas te di,
haciéndote dueño a ti
de mi
desesperación,
se
paró, no fue esta acción
del
tiempo; ya tu violencia
de la
fortuna fue herencia,
pues
pudo en tanto fracaso
contigo
más el acaso
que
pudo la diligencia.
¿Qué
escuela, di, te ha instruido?
¿Qué
lección, di, te ha enseñado,
que te
desboques llamado
y te
detengas herido?
Mas si
en un concepto has sido
tiempo
y en otro después
fortuna, ya mejor es
hacer
dos sentencias una,
pues
eres tiempo y fortuna
en
andar siempre al revés.
¿Cuál fue tu dueño, me di,
que con
mi vida fïel
y con
mis desdichas crüel,
me
quiso ausentar así?
Mas
¿qué discurro--¡ay de mí!--
cuando
me llego a mirar
en tan
remoto lugar,
lleno
de penas y enojos,
con los
míseros despojos
que
escapé de fuego y mar?
¿Dónde iré? Pero ¿qué veo?
Cajas
Al caer de esta montaña
que el
mar proceloso baña,
una
vega fértil veo
que
adorna el marcial trofeo,
pues en varios resplandores
al monte hacen sus colores
una hermosa emulación,
las tiendas las peñas son
y las plumas son las flores.
De la mayor--que es
esfera
en los rasgos y bosquejos,
en la luz y los reflejos
del sol
y la primavera--
sale un
joven que pudiera
dar
cuidado a Venus, pues
en sólo
un sujeto es
bello
Adonis, Martes fiero.
Aquí
retirado espero
saberlo
todo después.
Escóndese con el caballo entre los
bastidores. Se
descubre una tienda de campaña, de donde
sale MERIDIÁN armado, con acompañamiento, y por
otro lado el rey LICANOR, viejo, y hacen al salir unos
y otros
salva de caja y clarín
MERIDIÁN:
Invicto Licanor, a quien aclama
y en
cuanto el sol midió con veloz llama,
siendo
una vez sepulcro y otra cuna,
no
compitió ninguna con tu fama,
con tu
deidad no compitió ninguna,
atiende, atiende, y en tu real presencia
hoy
para protestar me da licencia.
LICANOR:
Prosigue, Meridián.
MERIDIÁN: Azul esfera,
rápido
Eufrates, áspera montaña,
sagrado
muro, bárbara ribera,
gente,
ya propia sea, ya sea extraña,
testigos sed que Meridián espera
de sol
a sol armado en la campaña,
tomando
testimonio cada día
de que
a sus enemigos desafía.
Sed testigos de cómo no ha faltado,
desde
que se fijó el cartel del duelo,
de la
tela y el sitio señalado,
constante al sol, al agua, nieve y hielo;
que a
caballo o a pie, desnudo o armado,
con
armas o sin ellas, hoy al cielo,
puesta
la mano sobre el pomo, jura
que
Licanor las armas le asegura.
Testigos sed también que tiene armada
tienda
y familia a todo aventurero;
y que
desde que entrare en la estacada,
le
proveerá de armas y dinero;
y que
en defensa de la celebrada
Lindabridis no ha entrado un caballero
a
presentarse, y que por tantos días
Tartaria y la campaña están por mías.
Tocan cajas y sale FEBO a pie
FEBO:
Ínclito rey del babilonio muro,
que fue
de tanto idioma primer fuente,
cuando
aquel edificio mal seguro
empinó
al orbe de zafir la frente,
hoy que
la novedad deste seguro
a tu
patria conduce tanta gente
que
parece, según la que a ella corre,
que aun
la fábrica dura de la torre;
da
licencia que un pobre aventurero
a
Meridián en tu presencia diga
que
tiene Lindabridis caballero
que su
justicia a defender se obliga;
y que,
si no se presentó primero,
fue
porque el precio del honor consiga
el
tiempo que ha tardado, pues entiendo
que el
que es César de amor llegue venciendo.
LICANOR: Si
de ese aventurero generoso
sois
escudero, y por seguro envía
para entrar en la tela, licencioso
habéis
andado en la presencia mía.
MERIDIÁN: No te
enojes, señor, porque animoso
vuelva
a su dueño y tenga yo este día
a quien
vencer.
FEBO:
(¿Quién vio fortunas tantas?) Aparte
LICANOR: Decid que llegue, pues.
FEBO: Ya está a
tus plantas.
Arrodíllase
LICANOR:
¿Quién es?
FEBO:
Yo.
LICANOR: Loco estás, sin duda
alguna.
FEBO: Nada al
varón magnánimo le asombre,
que de
los accidentes de la luna
desigualdades participa el hombre.
Al
honor acrisola la fortuna,
no le
consume. Así os diré yo el nombre
que el
traje os ha callado. Yo soy Febo,
que al
sol el nombre como el lustre debo.
De Rosicler hermano...Mas no es
justo
que piense yo que me
ignoráis, pues creo
que ya de mi valor y esfuerzo augusto
lenguas y plumas son vulgar trofeo.
Supe el campo que haces
y, a disgusto
de una
dama que adoro, mi deseo,
eclipse
desde entonces de tu gloria,
anhelo fue en la sed de esta
victoria.
En
África alcancé aquel prodigioso
castillo que a su arbitrio se pasea,
porque
los elementos litigioso
pleito
tuvieron sobre cúyo sea.
El fuego le examina luminoso,
la
tierra sus campañas hermosea,
en su
estancia le ven mares y vientos;
y así
le traen por lid cuatro elementos.
En sus planchas de bronce fui el
primero
que su nombre imprimió; así
le imprimiera
en un
pecho de cera dulce y fiero.
Mas
¿quién dudara nunca o quién creyera
que a
los arpones dos de oro y acero
se
enterneciese el bronce y no la cera?
Yo lo
dudara, pues a mi despecho
va mi
nombre en el bronce y no en el pecho.
Seguirle quise, y sobre riza espuma,
huésped
ya del cerúleo pavimiento,
viví un
bajel que, sin escama y pluma,
águila
fue del mar, delfín del viento.
Mas
porque Amor de ciego no presuma,
a la
venganza Júpiter atento,
fuego
introdujo ardiente en nieve fría,
y el bajel Volcán de agua parecía.
Los
marineros, viendo que Neptuno
no
tomaba el desprecio con enojos,
a
llorar empezaron, cada uno
por
valerse del agua de sus ojos,
pero lo
que apagó el llanto importuno,
de la
voz encendieron los despojos.
¡Oh
cuánto el riesgo en su favor ignora!
Pero
¿quién no suspira cuando llora?
Con
tanto enojo sus venganzas fragua
el flamígero dios que, osado y ciego,
ni al
fuego pudo mitigar el agua,
ni al
agua pudo consumir el fuego.
El que
el bajel, ya roto, al mar desagua,
vuelve
a la llama a socorrerse, y luego
que ve la llama, vuelve al mar, de
suerte
que dio
esta vez en que escoger la muerte.
Tan
uno el humo con el mar se vía,
tan uno
el viento con el mar estaba
que, si
el incendio ahogaba, el mar ardía;
y si el
agua encendía, el viento ahogaba.
Dígalo
aquel que el fuego se bebía,
dígalo
aquel que llamas respiraba,
u yo lo
diga, pues, a todo atento,
a la
sala apelé de otro elemento.
Rompí, pasé y vencí la ardiente llama;
vencí,
pasé y rompí la espuma luego;
y,
logrando opinión, ventura y fama,
la
amada tierra mido, toco y llego.
Tomé, tuve, logré sepulcro y cama,
donde
confuso, absorto, helado y ciego,
ira y
amor, piedad y rigor hallo
en el
dueño feliz de ese caballo.
En
él vine hasta aquí y, si haber perdido
por fortuna en el mar armas y
hacienda,
causa
bastante a mi desprecio ha sido,
yo haré
que el mundo el desengaño entienda.
Haz sin
armas el campo que te pido,
porque
no me hagan falta, y yo defienda,
que ser
merece Lindabridis bella
reina
en el mundo, y en el cielo estrella.
LICANOR:
Febo, de vuestro valor
no
dudo, y es bien se crea
de un
osado caballero
mayores
fortunas que éstas.
Sucesos
tristes o alegres,
suertes
prósperas o adversas
ni
deslucen, ni dan fama;
que el
sol no de serlo deja
por
nieblas que se le opongan,
por nubes que se le atrevan.
Pero,
esto aparte, os respondo
que yo
soy quien hace buena
esta
campaña y no puedo
alterar
las leyes de ella.
Caballero que perdió
--en
buena o en mala guerra,
en
buena o mala fortuna--
el
escudo, que es su empresa,
hasta
que por su persona
otro
gane, el duelo excepta.
Y así,
aunque yo sea el primero
que vuestras desdichas crea,
seré el
primero también
que
guarde a la ley la fuerza.
Fuera
de esto, no se admite
caballero que no entrega
testimonio de que es él
el mismo que se presenta.
Éste es pleito, yo soy juez,
y no basta que lo sepa
yo, si
vos no lo probáis.
Y así, Febo invicto, es fuerza
que yo, conforme a lo
visto,
haya de
dar la sentencia.
Ganad
armas y volved
con
testimonio y certeza
de que
sois el que decís;
que
Meridián os espera
y yo os
haré bueno el día,
partiendo con vos la tierra,
el
aire, el polvo y el sol.
Vase
FEBO: Sí
haré; y porque no padezca
ese
escrúpulo mi fama,
mi
opinión esa sospecha,
un
breve instante, un minuto,
y sólo
con una empresa
dé el
testimonio de mí,
y gane las armas, sean
éstas las de Meridián,
porque digan él y ellas
que soy
yo y que las gané.
Salga
donde...
MERIDIÁN:
Sí saliera,
si me
tocara el salir;
mas
quien tiene a su defensa
un
duelo o está llamado
no hay
nueva causa que pueda
hacerle
acudir a otro;
y así
no respondo. Intenta
ganar
armas y volver;
que
aquí me hallarás. No temas
que
falte de aquí; porque,
aunque
todo el mundo venga,
no me hará dejar el puesto;
y así en él, oh Febo, es fuerza,
pues quedo cuando te vas,
que
aquí me halles cuando vuelvas.
Vase, y ocúltase la tienda de
campaña
FEBO: ¿Hay
hombre más infeliz?
¿Aun no
bastó la tormenta
del mar, sino que también
la he
de correr en la tierra?
¿Yo exceptuado del honor
que dio más plumas y lenguas
a los tiempos que
quedaron
de
estas fábricas? ¿Yo fuera
del número de los nobles,
porque
en batalla sangrienta
perdí
de dos elementos
mi
escudo? Mas justa es esta
infamia, este deshonor;
pues
que no cuidé que fuera
menor
defecto morir
con las
armas que perderlas.
Bien
nos lo enseña el decreto
del
honor, bien nos lo enseña
la ley
de caballería,
pues en
sus fueros ordena
que
para morir se arme
el
caballero, y que muera
de
todas armas guarnido,
y el
manto mortaja sea,
dando a
entender que primero
pierda
la vida que pierda
las
armas, que del cadáver
aun son
adorno en la huesa.
Pues
¡vive Dios!, que esta injuria,
este
enojo, esta violencia
del
mar, del viento y del fuego
hoy me
ha de pagar la tierra,
pues hoy de sangre manchada
se ha
de mirar, de manera
que
este monte y aquel muro
ciudad
fundada parezca
sobre
el rubio mar; el sol
ha de
mirar su belleza
en
espejo de escarlata
que el
sangriento humor le ofrezca;
tal
que, dejando al morir
llena
de flores la selva
y
hallándola de corales
al
nacer, piense que yerra
el día,
y le yerre entonces,
dando a
otra parte la vuelta.
Dos montañas, que columnas
son de las nubes, estrechan
este paso, que es por
donde
se ha
de pasar a las telas.
No ha
de entrar aventurero
alguno
desde hoy en ellas
sin
hacer campo conmigo
y dejar
su escudo. Sea
esta
línea, pues, la valla
que el
paso a todos defienda.
Verá
Licanor, verá
Meridián, verá la esfera
superior, el sol, la luna,
los astros, signos y estrellas,
hombres, brutos, flores,
plantas,
agua,
viento, fuego y tierra
que el
caballero del Febo
así sus
desprecios venga.
Baja el castillo
Mas
¿qué es esto? ¡Vive el cielo,
que
entre los dos montes cierra
el paso
otro monte hermoso
que
hace a los dos competencia!
Sin
duda el orbe de Marte
de sus
polos se despeña,
de sus
quicios se trastorna,
murado
cielo de almenas,
porque
no gane otras armas
que las
suyas; bien lo muestra
la
máquina desasida
y
desplomada la esfera,
que aun
no pronunció el gemido
de los ejes y las ruedas.
Pero--¡ay de mí!--ciego
estoy,
pues no
percibo las señas
de este
encantado castillo,
a cuya
frente soberbia
se
abolla el viril del cielo,
por no
decir que se quiebra.
Como
del año fatal
está el
número tan cerca,
los
campos de Babilonia
serán
su estancia primera.
Abren
las puertas del castillo
Sólo este testigo--¡ay triste!--
les faltaba a mis ofensas,
les sobraba a mis desdichas
para que...Pero las
puertas
se
abren. ¿Qué he de hacer? Dejar
este puesto ya es bajeza,
habiendo jurado en él
mi
venganza. Que me vea
Lindabridis es desaire.
Pues de irme y quedarme sea
medio
el esconderme; así
ni ella
me ve ni hago ausencia.
Retirado esperaré
hasta
que el primero venga.
Haz
breve sepulcro a un vivo,
oh monte, de hojas y peñas.
Escóndese.
Salen LINDABRIDIS y SIRENE como acechando
LINDABRIDIS: Pues
sin estruendo ni ruido
el
castillo tomó tierra
en
Babilonia, Sirene,
con
intento de que pueda
--antes que la novedad
despierte las gentes de ella--
salir
ese hermoso joven
que la
piedad y clemencia
del
cielo restituyó
a la
vida, considera
si hay
en este inculto monte
gente
alguna que le vea.
SIRENE: Sólo son mudos testigos
estos troncos y estas selvas
de nuestra venida.
LINDABRIDIS: Pues
sal,
Claridiano; ¿qué esperas?
Sale CLARIDIANA
CLARIDIANA: La
sentencia de mi muerte;
que es
de mi muerte sentencia
notificarme, señora,
tu voz,
tu llanto o tu lengua
que me
ausente de tus ojos.
¡Oh
nunca, oh nunca volviera
yo a
vivir, pues allí, viva
el alma
y la vida muerta,
no daba
tiempo de estar
sin ti,
y es feliz quien llega
a
morirse de una dicha
sin el
temor de perderla!
La
ausencia es muerte del alma,
muerte
del cuerpo es la pena;
pues si
allí el cuerpo moría
y aquí
el alma, considera
que lo
que hay del cuerpo al alma
hay de la muerte a la ausencia.
LINDABRIDIS: Si,
para morir de ausente,
viviste
de amante, deja
el
necio argumento, pues
también
quien muere se ausenta.
Y ya
que, por no dejarte
--después que amor a mis quejas
movido, te dio la vida--
en una
playa desierta
solo,
triste y mal curado,
te
traje hasta aquí, no quieras,
rebelde a leyes de honor,
usar mal de mis finezas.
Ya
estamos en Babilonia;
valor
tienes, armas llevas,
y si
dan dicha favores
--¡turbada estoy y suspensa!--
favores llevas también;
las campañas son aquéllas,
tribunal de Amor y Marte;
armadas
están las tiendas,
precio
soy de la victoria,
hazte
tu fortuna mesma,
lábrate
tu misma dicha;
y a
Dios, que con bien te vuelva.
El te
libre y él te guarde,
Claridiano, en su violencia.
Adiós,
adiós. Vete pues.
CLARIDIANA: No--¡ay
cielos!--con tanta priesa
me
despidas. ¿No darás
siquiera
al dolor licencia
para
saber que se parte?
LINDABRIDIS: Temo...
CLARIDIANA:
¿Aquí ya qué hay que temas?
LINDABRIDIS: ...que
te vean...
CLARIDIANA:
Di.
LINDABRIDIS: ...salir
del
castillo, y que no pierdas
las
esperanzas...
CLARIDIANA: Prosigue.
LINDABRIDIS: Esto
basta.
CLARIDIANA:
No, no quieras
dejar
pendiente la voz.
LINDABRIDIS: No dudo
yo que me entiendas.
CLARIDIANA: Ni yo
dudo que te entiendo.
LINDABRIDIS: Pues,
si me entiendes, ¿qué esperas?
CLARIDIANA: Que me
lo digas.
LINDABRIDIS:
¿Por qué?
CLARIDIANA: Porque
hay una diferencia
entre
el saber y el oír
uno las dichas que espera;
que es
dicha aparte el oírlas,
muchos
después de saberlas.
LINDABRIDIS: Pues
temo, si eso te agrada,
que las
esperanzas pierdas
de ser
mi dueño, por verte
en el castillo.
CLARIDIANA:
No quieras
más
afecto de mi fe,
sino
que otra vez lo oyera.
LINDABRIDIS: Dices
bien; porque si Amor
no
tuviera preeminencia
de
hacer nuevas cada vez
las
razones, ¿qué tuviera
que
hablar al segundo día
con su
dama? Mas ¿qué esperas?
Vete,
vete.
CLARIDIANA:
¿Acordaráste
de mí,
señora, en mi ausencia?
LINDABRIDIS: No; que
no me olvidaré.
CLARIDIANA: ¿Serás
mía?
LINDABRIDIS:
Amor lo quiera.
CLARIDIANA: Porque
veas de mi fe
las más
declaradas muestras,
sólo
con que no seas de otro
me contento.
LINDABRIDIS:
Esa promesa
cumpliré con darme muerte
el día
que tú me pierdas.
CLARIDIANA: ¿Quién
lo asegura?
LINDABRIDIS: Mi fe.
CLARIDIANA: ¿Será
firme?
LINDABRIDIS:
Será eterna.
CLARIDIANA: Pues,
adiós.
LINDABRIDIS:
Adiós.
CLARIDIANA: Conmigo
vas.
LINDABRIDIS: Y
tú conmigo quedas.
(¡Qué
ardiente el rayo es de amor!) Aparte
Éntrase, y cierra el castillo
CLARIDIANA: ¡Qué frías son las finezas
que se dicen sin el alma!
Sale FEBO
FEBO: (¡Qué
rigurosa es la fuerza Aparte
de los celos, pues se hace
lugar entre tantas penas!
Éste es
el dueño--sí, él es--
de la
desbocada bestia
que
aquí me trajo. No en vano
me dijo
entonces que él era
el
dueño de Lindabridis;
bien el
efecto lo muestra;
pues, ofendido y celoso,
hoy vengaré dos ofensas.
Mis celos me den valor
y mis desdichas paciencia.)
CLARIDIANA: ¡Oh Babilonia! Tus muros
saludo
y beso la tierra
que ha
de ser teatro donde
la
fortuna representa
del
poder y del amor
la mayor de sus tragedias.
A ti vengo.
Pónese la banda
FEBO:
Caballero,
el de
la blanca cimera,
que,
mariposa de plumas,
en el
sol las alas quema,
no des
otro paso más;
no te
arrojes, no te atrevas
a pisar
aquesa raya,
porque
su línea postrera
es
línea que hizo la muerte,
como
quien dice, "Aquí tengan
término
y coto las vidas,
que
osaren pasar por ella."
CLARIDIANA:
(¡Válgame el cielo! Este es
Febo. Aparte
¿Qué
nueva fortuna es ésta?)
Disfrazado aventurero,
albricias darte pudiera
de los
riesgos que me avisas,
pues me
alegraré que sea
ley de
la muerte esta línea,
y que rompida
su fuerza
por mí,
cuantos amenaza
vivan
después a mi cuenta.
FEBO: Pues
con dejar ese escudo
vivirán, porque así cesa
mi
rigor, y tu piedad
consigue lo que desea.
De ganar escudo tengo
a mi
honor hecha promesa
al
primer aventurero.
CLARIDIANA: Mucho ofreces, mucho intentas,
porque la tengo hecha yo
de
defenderle.
FEBO:
Pues sea
ésta
una lid a dos luces;
que, si
no mienten las señas,
eres el
que ya otra vez
solicitaste esta empresa.
CLARIDIANA: Bien
dices, ingrato Febo.
Pero
¿cómo se te acuerda
esa
ofensa, y se te olvida
el
beneficio y la deuda
de
haberte dado un caballo
en que
a estas campañas vengas?
Pero
dirás que es defecto
de
nuestra naturaleza
dar el beneficio al agua
y dar
al bronce la queja.
FEBO: No
presumo yo ni creo
que hay
piedad que te agradezca
en
darme el caballo a mí,
pues no
hubiste--es cosa cierta--
menester para volar
entonces su ligereza;
luego,
sin que ya de ingrato
puedas
argüirme, es fuerza
ganar
tu escudo.
CLARIDIANA: También
lo es
en mí que le defienda;
pero no
ha de ser a vista
del
castillo, si te acuerdas
que es
ley que pierda la acción
el que
a desnudar se atreva
su
acero aquí.
FEBO: Ley también
es suya
que la acción pierda
quien
entrare en el castillo,
y tú,
sin temerla, entras;
luego
tú sólo eres quien
rompes
la ley y la quiebras;
rómpela
en tu daño y no
jurista
del amor seas
que en
su daño y su provecho
una ley
misma interpreta.
CLARIDIANA: Pues si
estás desengañado...
(¡Qué
buena ocasión es ésta!) Aparte
...de
que favores que entonces
te dije
son ciertos, deja
la
pretensión de esta dama;
pues es ruindad y bajeza
reñir por dama que a otro
quiere, estima, adora y
precia.
FEBO: Hoy no
riñe aquí el amor,
riñe el
honor, porque entiendas
que el
que en la ocasión se halla,
aunque
a la dama no quiera,
debe
por ella reñir,
si le
da la ocasión ella.
CLARIDIANA: Pues yo
no quiero de ti
más
satisfacción que ésa.
FEBO: Ésta no
es satisfacción,
ni yo a
ninguno la diera,
sino
decir solamente
que es
obligación primera
la
obligación del honor.
Ya
estoy restado a esta empresa
por
empeños de mi honra,
ganando
armas con que vuelva
a vista
de Licanor.
Mira,
advierte y considera,
si ya
una vez declarado
que estoy sin honor...
CLARIDIANA: La lengua
suspende. (¡Ay de mí! ¿Qué escucho?) Aparte
¿Tu honor, Febo, en
contingencia?
¿Tu opinión en opiniones?
Calla,
calla; no te atrevas
a
pronunciarlo; que el alma
con
cada acción me penetras,
con
cada acento me hieres,
con
cada voz me atraviesas.
FEBO:
Suspenso otra vez me tiene,
absorto
otra vez me deja
ver que
aumentes mis desdichas
y que
mis desdichas sientas.
CLARIDIANA: (Ya,
cielo, éste es otro caso; Aparte
ya es,
cielo, otra duda ésta.
A Febo
le va el honor
en que yo ahora le pierda;
en que
yo no tenga vida
me va
el que Febo la tenga;
si le
doy las armas, doy
armas
contra mí, pues ellas
le
darán a Lindabridis;
si las
defiendo, me dejan
la pena
de su opinión.
¡Denme
los cielos paciencia!
Mas si
al fin he de quererle,
que le
gane o que le pierda,
en tan
grandes confusiones
su honor
viva y mi amor muera.)
Febo,
si la obligación
de tu
honor es la primera,
la mía
también; y así
ganarme
el escudo intenta,
que yo
le arrojo en el suelo,
porque
le lleve el que venza.
Echa el escudo en el suelo, y sacan las
espadas
FEBO: Por no
errar en lo que diga,
con la
espada--que es la lengua
de un
caballero--respondo.
CLARIDIANA: ¡Qué
gran ventaja me llevas.
Febo!
FEBO: Di
en qué.
CLARIDIANA:
En que, si tú
aquí
matarme deseas,
yo
deseo que me mates;
y es la
primera pendencia
en que
se ha visto reñir
dos
sobre una cosa mesma.
FEBO: No vi
más templado pulso.
CLARIDIANA: No vi
más notable fuerza.
La
banda se me ha caído
del
rostro.
Cáesele la banda
FEBO:
Y a mí con ella
las alas
del corazón,
y en su
ejecución suspensa
el
alma, no determino
si está
viva o si está muerta.
CLARIDIANA: Pues en
tanto que lo dudas,
que lo
imaginas y piensas,
vive
honrado y muera yo.
Ahí el
escudo te queda
que, a
costa del honor mío,
quiero,
Febo, que le tengas.
Vase
FEBO:
¡Espera, espera!
CLARIDIANA: Soy rayo.
FEBO: ¡Oye,
oye!
CLARIDIANA:
Soy cometa.
FEBO:
Seguiréte, aunque a las nubes
subas.
Dentro el rey LICANOR
LICANOR:
¿Qué voces son éstas?
Salen LICANOR, MERIDIÁN, y gente
FEBO:
(Guardar mis penas importa,
Aparte
si hay
lugar adonde quepan.)
Son
llamar a un caballero
que en
buena guerra ha dejado
este
escudo; y pues ganado
hoy por
mi espada le adquiero,
ya
en la tela entrar podré,
libre
del baldón injusto.
LICANOR: De
vuestro valor augusto
yo
nunca, Febo, dudé.
Dadme los brazos, y luego
ved que llegan Rosicler
y Floriseo a vencer
--cada cual de amores
ciego--
esta
empresa.
FEBO: Fuerza es
lidiar,
hermanos los dos.
MERIDIÁN: Dadme ahora los brazos vos,
que han de vencerme
después.
FEBO: Yo
callo, por no ofenderte.
LICANOR: Ya que
tanta bizarría
disfraza en la cortesía
los
semblantes de la muerte,
y tan conformes extremos
hoy en todos maravillo,
vamos todos al castillo,
porque
juntos visitemos
a
Lindabridis; veamos
este
encanto que ha tenido
todo el
mundo suspendido
con admiraciones.
TODOS: Vamos.
Vanse. Suena música, ábrese el
castillo, como primero, y salen LINDABRIDIS, SIRENE,
ARMINDA, y
las
damas
LINDABRIDIS: Pues mi hermano y Licanor
aquí a visitarme vienen,
hoy
manifestar se tienen
las pompas de mi valor.
Vean todas las riquezas
con que el orbe discurrí,
no diga el tiempo de mí
nunca
menores grandezas.
Haced, pues, que se prevengan
músicas,
saraos, festines,
para
que aquí con dos fines
dos admiraciones tengan.
Salen
LICANOR, MERIDIÁN, ROSICLER, FEBO y
todos
LICANOR: Cómo
saludarte dudo,
prodigio hermoso, y no sé
si--con
un sabio--diré
que la
copia me hace mudo.
Ven
en felice ocasión
a
honrar el suelo en que estás;
Yo
enmudecí, lo demás
te diga
la admiración.
LINDABRIDIS: Si
una suspensión forzosa
es en
el que se turbó,
dos habré de tener yo,
de turbada y de dichosa.
MERIDIÁN:
Dadme vuestra mano, hermana,
y seáis
muy bien venida
a dar
muerte y a dar vida
a quien
os pierde u os gana.
Y,
pues el gusto de veros
todos
esperando están,
y a mí
licencia me dan
de hablar estos caballeros,
todos por vos han venido
en alas de sus cuidados;
muchos fueron los
llamados,
¡dichoso del escogido!
LINDABRIDIS: A
todos responderé
con el
alma, que quisiera
que
capaz de un cielo fuera,
para agradecer mi fe.
Sentaos, señor, y tomad
todos
lugares.
Vanse sentando cada uno junto a una dama [FLORISEO
con SIRENE, ROSICLER con ARMINDA, y FEBO con
LINDABRIDIS]
FLORISEO:
Aquí,
Sirene, me toca a mí.
SIRENE: Pidiólo
mi voluntad.
ROSICLER: Yo
junto a vos, dama bella,
me
abrasaré a su arrebol.
ARMINDA: Ya que
no me cupo el sol,
por lo
menos sois su estrella.
CABALLERO 1: Como
a luz de aquella esfera,
gozaré
este resplandor.
CABALLERO 2: Yo os
adoro, como a flor
que
sois de otra primavera.
FEBO: Yo,
el más dichoso en efeto,
por mí
aqueste lugar gano.
LINDABRIDIS: ¿No
veis que es favor en vano?
FEBO: Si
queréis que del conceto
me
aproveche, bien sé yo
quién
es la que en vano quiere,
pues
por una sombra muere.
LINDABRIDIS: Yo no
os he entendido.
FEBO: ¿No?
Sale CLARIDIANA
CLARIDIANA:
(Aquí me traen mis desvelos Aparte
otra
vez a morir. Sí,
pues
mis celos miro allí,
y aun
no conozco mis celos.)
LINDABRIDIS: (Ya
Claridiano se ofrece. Aparte
¡Oh
quién excusar pudiera
sus
celos! ¡Oh, si entendiera...!)
¡Hola! La música empiece,
porque yo logre el deseo
de festejar en mis reales
palacios huéspedes tales.
LICANOR: Maravillas dudo y creo.
CLARIDIANA:
(Esto ya es morir.) Si alcanza Aparte
tal
licencia un caballero,
empezar
el festín quiero,
por
hacer una mudanza.
Tocad. (¡Oh, si a ver
lograda Aparte
llego
la acción que emprendí!)
SIRENE:
¡Atención, que desde aquí
empieza
la otra jornada!
Puso el autor aquí este sarao, para que,
dilatándose en las mudanzas lo que pareciere, sirva de
sainete, en lugar del que se estila hacer entre las
dos jornadas
FIN DE LA
JORNADA SEGUNDA
|