ACTO PRIMERO
Salen JAEL y TAMAR, criada
JAEL: Ya no
puedo caminar.
TAMAR: Y a
descanso te convida
aquesta
fuente.
JAEL:
¡Ay, Tamar,
que es símbolo de la vida,
un correr
y un murmurar!
Ya son sus cristales fríos,
ya furiosos, ya tardíos,
ya por
peñas, ya por prados,
hasta que
en el mar mezclados
pierden sus nombres los ríos.
¿Qué es la muerte sino el
mar
a donde acaban las vidas?
TAMAR: La tuya
debes guardar.
Si tus
pesares no olvidas,
tú misma te has de acabar.
Mira ese valle florido,
de sus
flores guarnecido.
JAEL: Si a mí
imitándome van,
presto se
marchitarán.
Falte el
sol, vendrá su olvido;
que la Fortuna crüel
un mismo
fin apresura,
y el mayor tormento en él.
TAMAR: Quien goza
tanta hermosura,
¿por qué
se queja, Jael?
¿Qué
importa que con rigor,
por
pensión de tu valor,
te sea la
suerte avara?
Pues, al
fin traes en tu cara
el
mayorazgo mayor.
JAEL: ¡Ay,
Tamar, nunca creí
que era
hermosa, aunque avisada
del
cristal o espejo fui,
hasta
verme desdichada;
que
entonces lo presumí.
TAMAR:
Siéntate.
JAEL:
Llega a mi lado,
verde
sitio, hermoso prado
para
aumentar mi tristeza.
TAMAR: Aumenta
más su belleza
de los
montes coronado.
JAEL: ¿Qué
tierra [es ésta]?
TAMAR: No inquieres;
que no lo
puedo saber;
mas al fin
preguntar quieres
por ser
del todo mujer,
aunque a
todas te prefieres.
Salen FINEO y SIMANEO
SIMANEO: ¡Qué
ligero el corzo va!
FINEO: Los
cristales buscará
de esa
fuente clara y fría,
¡cosa tan
cobarde cría
el
desierto de Judá!
SIMANEO:
Imposible es alcanzalle,
y más yo, que
un topo soy.
FINEO: Atrás deja
el verde valle,
y en parte
corrido estoy
de herirle
y no matalle.
SIMANEO: A tan
veloz animal,
seguirle
pudieras mal.
Gente hay
en la fuente, espera.
FINEO: ¡Oh, qué
felice ribera!
Ninfas
beben su cristal.
SIMANEO: ¿No es
ésta caza mejor
sin que se
gasten las flechas?
FINEO: Antes me
anima el temor
entre
dudas y sospechas
que los
presume el amor.
¡Qué
soberana belleza!
A no saber
con certeza
que hay
sólo un Dios, adorara
a Venus en
esta cara,
monstruo
de naturaleza.
SIMANEO: ¿Por
cuál dices?
FINEO: Hablad vos.
Vista mis
ojos pudieran...
¡No las
entiendo, por Dios!
SIMANEO: Pues, en
tus ojos hubieran
lugar a un
tiempo las dos.
Donde hay lengua, ¿para qué
han de hacer los ojos fe?
FINEO: Advierte
con más decoro,
cuanto
resplandece el oro
si entre
la plata se ve.
SIMANEO: Pienso
que a la blanca humillas
el
corazón.
FINEO:
Maravillas
miro en el
cristal ligero.
SIMANEO: Pues yo a
la morena quiero
para
hacerla seguidillas.
TAMAR: Si
Narciso quieres ser,
bien
puedes mirarte más.
JAEL: Mal me
sabes entender.
TAMAR: Sé que
embelesada estás.
Amor te podrás tener.
SIMANEO: Llega,
pues.
TAMAR:
Gente ha llegado.
¡Qué
cazador tan turbado!
De la
suspensión me admiro.
JAEL: Mal
acertaréis el tiro
con el
arco desarmado.
Si
caluroso buscáis
la fuente,
llegad.
FINEO:
No llego,
por saber
que me engañáis.
Dieron
vuestros ojos fuego
y agua con
la voz me dais.
Mas, si
hubiera de llegar,
agua
pudiera tomar
cuando me
he sentido arder;
que si no
para beber
sirviera
para llorar.
¿Quién
eres, mujer divina?
JAEL: Una mujer
desdichada
que
desterrada camina.
FINEO: Una gloria
está cifrada
en beldad
tan peregrina.
¿Eres
gentil?
JAEL:
De Israel,
el Dios adoro y en Él
fundo esperanzas altivas.
FINEO: Ya de
sentido me privas.
¿Cómo te
llamas?
JAEL:
Jael.
¿Y tú,
quién eres?
FINEO: Escucha,
porque te
quiero obligar
diciéndote
brevemente
mi estado
y mi calidad.
Yo me
llamo Ever Fineo.
Adoro al
Dios de Abrahán.
Ignorante
de la escrita,
sigo la
ley natural.
Fue mi
ascendiente Esaú
y soy
nieto de Boaz,
deudo del santo Moisés,
vuestro
heroico capitán.
Cuando
huyendo de Egipto
fue pastor
en Madïán,
le dio
Jetro, sacerdote,
la hija
que quiso más.
Después,
cuando el Mar Bermejo
hizo muro
de cristal
y pasó las doce tribus:
Judá, Rubén, Isacar,
Zabulón, Neftalí, Aser,
Simeón, Benjamín, Dan,
que Jacob llamó culebra,
Efraín, Manasés, Gad,
y después que Josüé
quebró el viril del Jordán,
[y] en la
prometida tierra
rompió los
muros de Haí,
bajó mi
padre y familia
de la
hermosa Ciudad
de las Palmas y habitaron
los desiertos de Judá.
Aquestos valles que miras
que eternos abriles dan,
cuyas fuentes son lazadas
de las flores
de coral,
cubren los ganados míos
de quien soy otro Labán
sin que varas de Jacob
puedan sus pieles manchar.
Dime tú, Jael divina,
iris
hermosa de paz,
¿quién
eres y qué es la causa
que a este
desierto te trae?
JAEL: Obligada, Ever Fineo,
a tu amor y voluntad,
oye las desdichas mías
en que un prodigio verás;
el tribu
de Benjamín,
nieto
querido de Isaac,
me dio
sangre clara y noble
por serlo
entre los demás.
De ricos
padres nací
a quien no
pude heredar
porque
hermanos codiciosos
son
ejemplo de crueldad.
Si fui
hermosa, o si la soy,
tus ojos
te lo dirán.
Sólo sé que el parecerlo
pudo mis
penas causar.
Muertos
mis queridos padres,
al partir
con gusto igual
la
hacienda que nos dejaron
en el monte de Galaad
mis
hermanos me dijeron,
"Jael, ¿qué tesoro hay
[más] que
tu rara hermosura
que puede
el sol envidiar?
No fue
Raquel tan hermosa
ni vio más
belleza Adán
en Eva,
siendo su cuerpo
de jazmines
y azahar.
¿Qué rosas cría Samer,
qué claveles Simaná,
qué bellos lirios Emón,
qué
jazmines el Cedar
que a tus mejillas y cuello
no den superioridad
confesando
ser traslados
de tu
hermoso original?
Dividida
en cuatro partes
nuestra
hacienda, ¿quién será
rico de
todos nosotros
si no es
inmenso el caudal?
Tú, Jael,
seguramente
esposo
rico hallarás,
y por eso
de la hacienda
tu parte
nos puedes dar.
Dijeron y entre los tres
sin temer que el Jehová
poderoso castigase
tan
inhumana impiedad,
parten los
bienes y quedo
como en la
orilla del mar
el que sin
bajel desea
romper sus
montes de sal,
como el
mísero que pasa
los
desiertos de Farahán
perdido en
sus arenales
no
habiendo a quien preguntar.
Piadosa y
enternecida
pedí el
favor celestial
como si
entonces llovieran
las nubes dulce maná.
Determinéme, en efecto,
a dejar mi natural.
Aunque soy hija de Sara
peregrina
como Hagar,
y con el
traje que ves,
con poca
seguridad,
de todos
desamparada,
sino sólo
de Tamar,
por
inciertas sendas guío,
hasta que la variedad
de las
flores de este prado
entre
lirios y arrayán
al
descanso convidaron
con el
dulce murmurar
de las
fuentes fugitivas
que
huyendo a su centro van,
nuestros cansados alientos
donde has venido a escuchar
las desgracias de quien huyo
pero corren ellas más.
FINEO: Aunque
debo con razón
culpar el
término injusto
de tus hermanos,
es justo
que alabe
su discreción;
pues
entre varios efetos
del
ambicioso cuidado,
Jael,
contigo han andado
avaros
pero discretos.
Hazaña
fue peregrina
el
quitarte tus hermanos
todos los bienes humanos
conociéndote divina.
SIMANEO: ¿Y ella
no dice quién es?
TAMAR: Su crïada.
SIMANEO:
Brevedad
notable y
facilidad.
TAMAR: Yo le
informaré después.
FINEO: Fuerza
es, divina mujer,
que halles
un rico esposo.
Sólo es lo
dificultoso
que te
pueda merecer,
y si de
mí conociera
que
méritos igualara
y que al cielo de tu cara
atrevido
no ofendiera,
ya
puesto a tus plantas bellas,
amante y
enternecido,
diera,
siendo tu marido
clara
envidia a las estrellas.
Y, si
licencia me das,
[si] para
este atrevimiento,
y si de mi
pensamiento
ya con
enojo no estás,
permíteme que te ofrezca
un crïado,
no un esposo,
que te
sirva cuidadoso
y que
humilde te obedezca.
Rica y
servida serás
y por tus
ojos serenos,
Jael, que
no puedo menos
ni puedo
ofrecerte más.
JAEL: Fineo,
el agradecer
tu amor es
justa razón,
y pagar a tu afición
si acaso
pudiera ser.
El
casarnos, ¡no os asombres!,
es imposible los dos.
Soy de los hijos de Dios
y tú hijo de los hombres.
En mi
ley es prohibido
el poder
ser yo tu esposa.
FINEO: ¿No sabes,
Jael hermosa,
cuántos
ejemplos ha habido?
JAEL: Yo sigo
la ley de Job.
No vive
otro sino tú,
descendiente de Esaú
entre
hijos de Jacob.
FINEO: Justas las leyes serán.
JAEL: Y es
excusada porfía.
FINEO: ¡Cuántos
están de la mía
en el seno
de Abrahán!
JAEL: Antes
que Dios la ley diera
en el Sinaí a Moisés,
puede ser, mas no después.
FINEO: La
grandeza considera
de mi
pueblo. Balán fue
testigo de
su valor.
Si sois
hijo del Señor,
¿cómo
consentís que esté
en
esclavitud pisada,
de Jabín, rey de Canaán?
JAEL: Nuestras muchas culpas dan
fuertes filos a su espada.
Padece porque ofendió
a su
Dios. Porque estuvieron
en gracia,
presto cayeron
los muros de Jericó.
Y para decir verdad,
por dichosa me tuviera
si nuestra
ley una fuera,
en pagar
tu voluntad.
FINEO: La
mucha fuerza de amor
a quien el
alma rendí
hoy quiere
mostrar en mí
todo su
extremo mayor.
Pobre
vienes y cansada.
Aquí si mi
amor deseas
te queda
para que seas
servida y
reverenciada.
Una
tienda te armarán
que al sol
en belleza afrente.
Tendrá la
punta al oriente
y sus
columnas serán
de
cedro para que estés
como tu
beldad promete.
Las
columnas serán siete
y la cama
de ciprés.
Allí de espacio, informado
de tu ley,
seguirla quiero
y ser tu
esposo.
JAEL:
No quiero,
viéndome
en tan pobre estado,
no
aceptar tu ofrecimiento
pues que
de ti me fío
mi honor.
FINEO: No
es amor el mío
ni
atrevido ni violento.
Con
respeto y cortesía
has de ser
de mí tratada.
El
hospedaje me agrada.
SIMANEO: ¿No
habláis vos, morena mía?
¿Es vergüenza o es temor?
(Derretido
estoy por ella). Aparte
FINEO: El vano
miedo atropella.
JAEL: No le
tengo de tu amor.
FINEO: Sólo
licencia te pido
porque
llegue a ser dichoso
que alcance el nombre de esposo.
SIMANEO: Esposo de
anillo has sido.
JAEL: Ese favor te concedo.
FINEO: Pues, ven,
esposa querida.
JAEL: Amante y
enternecida,
al amparo
tuyo quedo,.
FINEO: Ven, mi
querida Jael.
JAEL: Soy
esclava tuya al fin.
FINEO: Hoy, hija de Benjamín,
claro espejo de Israel...
Vanse
SIMANEO:
¿Osaráme a hablar agora
que su ama
no está aquí?
TAMAR: Hablo
poco.
SIMANEO: Jamás vi
mujer
menos habladora.
Milagro
es que haya mujer
que calle.
TAMAR: Si
empiezo a hablar,
muy tarde
suelo acabar.
SIMANEO: Eso es
fácil de creer.
Advierte que no hay zagal
en los
desiertos que ha habido
más fuerte
ni más erguido.
¿Quiéresme?
TAMAR:
Ni bien, ni mal.
[Vanse]. Salen
el REY y SOFONISA, su hermana, y el
capitán SÍSARA
REY: Dame los brazos. Bienvenido seas.
SOFONISA: Bien merecidos son esos favores.
SÍSARA: Por ver que mis deseos los empleas,
se acrecientan en mí fuerzas
mayores.
Tú, viva emulación de las
tebeas,
que [así] con [tus] divinos
resplandores
afrentan su candor, dame tus
plantas.
SOFONISA: Con la
humildad al cielo te levantas.
¿Tienes
salud?
SÍSARA:
¿No es fuerza que con muerte
la cobre,
aunque en tu ausencia me faltara?
SOFONISA: Que nos
escucha el rey, mi hermano, advierte.
SÍSARA:
Deslúmbrame tu luz hermosa y clara.]
REY: Sísara,
capitán heroica y fuerte,
que en
Aser y Canaán mi gente ampara,
¿cómo quedan
Samaria y Palestina?
SÍSARA: Pues, tú
por mis venturas adivina:
Saqué
[desde] Haroset, el cananeo
ejército
marchando belicoso
hasta
mirar al muro jebuseo
que
esperaba entre palmas, temoroso;
allí
quisiera ver al gran hebreo
que el mar
rompió soberbio y espumoso,
o el que
detuvo al sol con tal porfía
que se
durmió la noche y todo el día.
Del
tribu de Judá vi las banderas,
con el león real que al sol atreve
al pasar
del Jordán por sus riberas
que goza a
mediodía diez y nueve
ciudades
que puestas en hileras
cerca del
mar que sus cristales bebe,
cobardes y rendidas, aunque tantas,
sobre ellas puse mis altivas
plantas.
Rubén, que un monte por
sus armas tiene
y el reino
goza de los amorreos,
franco
pasó. A mi ejército previene
para que
marche, rico de trofeos.
Benjamín,
con el buey por armas, viene
humilde a
presentarme sus deseos
que hacia
el septentrïón límite inclina
y con el
Muerto Mar líneas termina.
Dan
mostró la culebra, su estandarte,
mas fue
para que humilde se rindiera;
que el
airado aquilón sus tierras parte
gozando de
su eterna primavera.
Isacar,
cuyas tierras a la parte
del
Líbano, del mar ve la ribera
más
humilde metió mis pretensiones
que el
animal que pinta en sus pendones.
Neftalí, con el ciervo presuroso
de sus
armas llegó a besar mi mano;
y Simeón,
confuso y temoroso
dejó los montes, ocupando el llano.
Vi la Asiria y la Caldea hasta el hermoso
campo en
Damasco, conde por la mano
de su Dios
fue formado, porque asombre,
del limo
de la tierra el primer hombre.
No se
atrevió ninguno a dar señales
de que
alegre admite tu obediencia
y los montes, los fieros animales
aman tu nombre y temen mi
presencia.
¡Y pensar
que los dioses inmortales
pudieran
con humana inteligencia
juntarse,
me dieron [dos] mil desvelos
del globo
los desiertos paralelos!
No
temas que otra vez los israelitas
salgan del
cautiverio como hicieron
de Egipto,
a quien las plagas infinitas
por orden
de los dioses destruyeron.
Conquista
las naciones inauditas
que de
Orontes los cristales bebieron
que
estatuas tuyas de alabastro y jaspe
han de ver
las corrientes del Hidaspe.
REY: Ya
conozco tu valor
y te
estimo de manera
que
contigo dividiera,
para
muestras de mi amor,
el
reino si de este modo
mis deseos
no afrentara,
pues al
que todo lo ampara
fuera bien
dárselo todo.
Sólo te
quiero advertir
para
saberte premiar
que ya que
soy corto en dar
no los seas en pedir.
SOFONISA: ¿No
respondes?
SÍSARA:
Mil caminos
intento,
mas todos vanos;
que por
servicios humanos
espero
premios divinos.
SOFONISA: Bien te
puedes atrever.
Agora hay
buena ocasión
y no será
discreción
que así la
dejes perder.
SÍSARA: Si por
heridas pudiera
el corazón
enseñarte,
de él, en
la más noble parte,
lo que he
de pedir se viera.
Del que
puedes inferir
lo que te
quiero agradar,
pues
sabiendo pelear
me turbo
para pedir.
REY: Ya ofendes con esas dudas
mis liberales antojos.
SÍSARA: Yo sé que hablan los ojos
cuando están las lenguas mudas.
De ellos pudieras saber,
si puertas del alma han
sido,
que ciego
de amor te pido
a tu
hermana por mujer.
Perdóname, loco estoy.
REY: Justos son tus pareceres.
Tú pides como quien eres.
Yo he de dar como quien soy.
Tuya es
mi hermana cara,
mi valor y
su nobleza.
Por dueño
de su belleza
desde
luego te declara.
Dale la
mano.
SOFONISA:
Y con ella
el alma
que suya es ya.
SÍSARA: Humilde a tus pies está
quien toda el Asia
atropella.
Job
quedara envidioso
de mis
dichosos empleos,
mas quiero
que los trofeos
veas que
alcanza tu esposo.
Los
esclavos israelitas
quiero que
besen tus pies
para que
estimes después
la
libertad que me quitas.
REY: Dispón
a tu gusto, en fin.
SOFONISA: No hay más
bien que desear.
SÍSARA: A caza te
he de llevar
a los montes de Efraín,
porque si conmigo
vas,
después de
verme temido,
viendo lo
que yo he vencido,
el
vencerme estimarás.
[Vanse]. Salen
ABDÍAS, BARAC, RUBÉN, y
SOLDADOS
ABDÍAS: Aquesta
es su habitación.
Éste es el
monte Efraín.
BARAC: Ya estoy
con más confusión.
Saber,
Abdías, el fin
me llama a esta ocasión.
ABDÍAS: Ella
misma lo dirá.
Aquí vive
entre Ramá
y Betel.
BARAC:
¿Qué puede ser?
ABDÍAS: Aquesta
ilustre mujer
respuestas
al pueblo da.
Al pie
de una palma altiva,
después
que murió su esposo
Lapidot,
para que viva
en el seno
venturoso
y su
nombre en bronces, escriba,
vive
Débora, y consulta
con alta
deidad oculta,
al Dios de Abrahán e Isaac.
RUBÉN: ¿Quién es
aquéste?
SOLDADO 1:
Barac.
RUBÉN: Quiero ver
lo que resulta.
BARAC: [El
fin] de haberme llamado
[cierto me
lo dirá].
SOLDADO 1: Mira
cuánta
gente se ha juntado.
ABDÍAS: Ya escucha
el pueblo admirado;
y su
belleza me admira.
Sale DÉBORA
Aquí
está, Débora hermosa,
Barac.
BARAC: A tus pies [me] tienes.
(Mucho me mira y no habla. Aparte
Más
confusión me parece).
DÉBORA: Sean los
montes testigos
cuyos
peñascos parecen
gigantes
que al cielo suben
armados de ramos verdes;
los arroyos despeñados
cuyas risueñas corrientes
con ricas plumas de vidrio
púrpura y azahar guarnecen;
los animales feroces
que a mis voces obedientes
embelesados me escuchan
y sin responder entienden
de que el
gran Dios de Jacob
por mi
indigna boca quiere
hablar
para remediaros,
porque el
ánimo os despierte.
¡Oh,
pueblo de Dios querido!
¡Victorioso
tantas veces
contra el
número infinito
de los idólatros reyes!
¡Ah, vosotros que pasasteis
el Mar Bermejo, de suerte
que hombres [treparon] las ovas
a donde habitaban peces,
por quien cayendo las aguas
sobre Faraón rebelde,
el caballo y caballero
vieron su
sangre la muerte!
Los que
una nube cubría
para que
el sol no les diese
calor sino
luz hermosa
por los
estíos ardientes;
y de noche
una columna
de fuego
os prestaba siempre
luz para
ver en los campos
llover el
maná de nieve;
que
cansándoos su dulzura
disteis causa a que lloviese
codornices por las ollas
que llorasteis
impacientes.
¿No sois
los que con el arca
el Jordán
claro y alegre
abierto
por doce bocas
os dio
paso francamente
y en la
prometida tierra
que manaba
miel y leche,
vencidas
tantas naciones
os
vestisteis de laureles?
¿Cómo,
desagradecidos
al Dios
que os dio tantos bienes,
falsos
dioses adorasteis
engañados
del deleite?
Volved al Dios de Jacob,
que Él por mi boca os ofrece
la
victoria de Jabín
y su
capitán valiente.
A ti,
Barac, te ha elegido
el Dios
que ejércitos vence
porque del
número seas
de los ilustres y jueces.
Levanta pues, animoso.
Trae al
Tabor eminente
del tribu
de Neftalí
origen de quien desciendes
y deja
brillar diez mil
soldados
con que presentes
a Sísara
la batalla,
del Cisón
en las corrientes.
Allí el
Dios de vuestros padres
traerá a
tus manos la gente
de Sísara,
con los carros
falcados
que rige y tiene.
Será
famoso tu nombre.
Levanta,
¿qué te suspendes?
Dios te
llama y yo te aviso.
Anímate,
pues. Él vence.
BARAC: ¡Oh,
profetisa divina,
el ánimo
helado enciendes!
La ceniza
de mis canas
en vivas
brasas conviertes.
No dudo de
la victoria
sino de
hallarme imprudente
para
empresa tan heroica
que tanta
industria requiere.
Débora, si
vas conmigo,
con tu
amparo atreveréme;
mas si no
vas, mi osadía
se
acobarda y entorpece.
No iré si
no me acompañas
porque
quiero que peleen
mi espada
y tus oraciones.
No es
miedo aunque lo parece.
DÉBORA: ¡Qué no
por llamar Jacob
ciervo a
Neftalí te viene
parte de
su cobardía!
Contigo
iré, pero advierte
que no
tiene de ser tuya
la
victoria que Dios quiere;
que a
manos de una mujer
Sísara la
vida deje.
ABDÍAS: ¡Vivan
Débora y Barac!
¡A sus
contrarios sujeten!
Ciña este
laurel honroso,
Barac
ilustre, tus sienes.
Dentro
VOCES: ¡Por aquí
va el capitán!
Con él al
valle desciende
su alteza.
SÍSARA:
Deja el caballo.
ABDÍAS: Voces al aire suspende
de
cazadores.
Salen SÍSARA y SOFONISA
SÍSARA:
Teneos.
¿Qué hace
aquí tanta gente?
DÉBORA: Éste es
Sísara. No temas.
BARAC: Ya es
forzoso atreverme.
SÍSARA: ¿Qué es
esto, viles hebreos?
¿Quién os
animó a juntar
tanta
gente, y en lugar
contraria
a nuestros deseos?
¿Qué
laureles, qué trofeos
en la
cabeza ponéis
de un
caduco? ¿A quién hacéis
fiesta? ¿Qué memoria
honráis?
¿Los
ácimos celebráis
o la
pascua ennoblecéis?
Como al
ídolo que adoro
primero y
a mí después,
¿No sois
alfombra a sus pies
de más
divino tesoro?
Si le
perdéis el decoro
y no
llegáis a adorar
a Venus,
hija del mar,
en
perfecciones tan raras,
vuestra
sangre en limpias aras
le pienso
sacrificar.
¿No habláis?
¿No respondéis?
Si es que
turbados estáis,
ya que la
ocasión buscáis,
por el
miedo que tenéis,
SÍSARA le quita la corona de laurel a BARAC y
se la presenta a SOFONISA
vuestros
laureles veréis
puestos a
sus plantas bellas
para que
se honre en ellas.
DÉBORA: ¡Suelta,
mujer!
SOFONISA:
¡Ay de mí!
SÍSARA: ¡Vivan los
dioses! Que vi
en el
suelo las estrellas.
Quítale DÉBORA la espada a
SÍSARA
DÉBORA:
Levanta, Sísara.
SOFONISA:
Apenas
puedo
vencer el temor.
SÍSARA: La sangre
con el furor
helada
queda en las venas.
Manche las
rubias arenas
la sangre
de la canalla.
DÉBORA: Quien sin
espada se halla,
¿cómo
busca nuestra ofensa?
Si tú me
das mi defensa,
necia seré
en no tomalla.
SOFONISA:
Advierte que sólo estás
y sin
armas.
SÍSARA: Loco estoy.
Muestra
mujer.
DÉBORA:
No la doy
para que
te enojes más.
De aquí
adelante tendrás
por
defensa de Israel
un
contrario más crüel
en el que
informas así;
que por
eso le ceñí
verdes
hojas de laurel.
Resucitado a Josué
otro Judá
ha nacido
que a tu
poder atrevido
el castigo
justo dé,
y no será
lo que fue.
SÍSARA: Bárbaros
jueces nombráis
cuando
cautivos estáis,
pero bien
es que mostréis
cuán poco
valor tenéis
pues de un
caduco os fïáis.
BARAC: Sísara,
si no te viera
de tus carros rodeado,
verte [he] de mí castigado
y que el castigo te diera.
Cubra la
verde ribera
del Carit
y del Cisón,
tu
innumerable escuadrón
agote el
claro Jordán.
Sube en tus carros. Serán
los que
perdió Faraón.
Vuelve
a Haroset y no esperes
a que tu
injusto rigor
tanto
incite mi valor;
que te
deshonras si mueres
desarmado.
SOFONISA:
Si me quieres,
como
dices, no aventures
tu vida y
mi mal procures.
¡Si es
difícil de vencer
hasta que
con el poder
las
victorias asegures!
SÍSARA: Aunque
del furor vencido,
tu
mandamiento obedezco
y las causas que te ofrezco
de estos que libres han
sido.
Vuestros
nombres no he sabido.
DÉBORA: Débora y
Barac serán
los que
guerra te darán.
SÍSARA: Débora,
guarda mi espada.
DÉBORA: Presto la
verás manchada
con la
sangre de Canaán.
SÍSARA: ¡Qué
arrogancia de mujer!
¡Y qué
viejo confïado!
La guerra
habéis publicado
que
vuestra muerte ha de ser.
BARAC: Dios tiene
el sumo poder.
SÍSARA: ¿Qué poder
si vivo estoy
y asombro
a los cielos doy?
DÉBORA: Confía en
el Dios de Isaac.
TODOS: ¡Vivan
Débora y Barac!
SÍSARA: Rabiando
de enojo voy.
Vanse y sale SIMANEO
SIMANEO: Cada
hora, cada instante
va
creciendo mi amorío;
de noche
no temo el frío,
no hay día
que el sol me espante.
Ya no
voy tras el ganado
con el
gusto que solía.
Yo que amor no conocía
en su
ciencia soy letrado.
Ésta es
la tienda en que están
las dos de todos servidas,
que de mozas tan garridas
inficionados están.
Saber
un cantar quisiera
con qué
llamase a Tamar,
pues que
no sabe el cantar
ruiseñor
de esta ribera,
como
ella. ¿Qué podré hacer
para que
pueda salir?
Que es leer y no escribir
el cantar y no tañer.
Gente
suena. ¡Juro a mí!
Instrumentos traen. Quisiera
que alguno
un cantar dijera,
y se
hiciese, porque así
dijera
que había sido
requebrando
a mi morena
a costa de
voz ajena
que ya es
uso introducido.
Salen FINEO y los MÚSICOS
FINEO: Como el
bien aún no poseo
que con
esperar me engaña,
adorando a
esta cabaña
le doy
aliento al deseo.
A mi
esposa querida
darle
música concierto;
que en
cuidado tan despierto
no ha de
haber alma dormida.
SIMANEO: Éste es
mi amo.
FINEO:
¿Quién va?
SIMANEO: Bien
arrebozado estoy.
FINEO: ¿Es
Simaneo?
SIMANEO:
Él [soy].
Todos
estamos acá.
FINEO: Pues
tú, ¿qué haces aquí?
SIMANEO: También
soy persona yo,
y sus virotes gastó
Amor, como en vos, en mí,
y si a Tamar no me dais,
amor,
guárdaos el ganado.
FINEO: Gusto
infinito me has dado.
SIMANEO: Como en
esperas andáis
de
casaros, los desvelos
diferenciáis de los dos;
que gocéis
la esposa vos
y acá que nos papen duelos.
[.......................]
FINEO: Calla; que
yo estoy aquí
para que
imites a mí.
[........................]
MÚSICOS: "Levanta,
paloma mía.
Suene a mi
oído tu voz,
la de la
tórtola a mí
en nuestra
tierra se oyó."
Dentro
JAEL: Muéstrame,
adorado mío,
dónde, en ardiente calor,
apacientas tus rebaños
pues ves que a buscarte voy.
[TAMAR]: Estando el
rey en su trono,
el nardo
dióme su olor.
Hija de
Jerusalén
hermosa
aunque negra soy.
MÚSICOS: "A
estos montes de Judá
mi bella
esposa subió,
hermosa
como la luna,
escogida
como el sol."
JAEL: Si
viéredes a mi esposo,
bellas hijas de Sïón,
llamadle y decidle todos
que estoy muriendo de amor.
Salen JAEL [y TAMAR]
Levantéme,
esposo, a verte
cuando mi
alma te oyó,
llenas de
mirra las manos
para que
abriesen mejor.
FINEO: Ábreme,
esposa querida,
que el
invierno no pasó,
y el
verano a dar empieza
dulce
fruto entre la flor.
Ya se
llega el mismo tiempo
de nuestra
imaginación,
fruto ha
dado la higuera,
la viña
flores brotó.
Por el
desierto subiste
como
hermosa inspiración
del vino
que de la mirra
y del
incienso nació.
Es aceite
derramado
tu
nombre. Tras ti me voy
al olor de
tus aromas
de
infinita estimación.
Los
tabernáculos santos
del Cédar
del rey mayor
el vestido
a tu belleza,
son propia
comparación.
Hermosa
eres, mi Jael,
y mancha
en ti [no] se halló.
Tórtolas son tus mejillas,
palomas tus ojos son.
Tu cabellera el rebaño
de las
cabras que subió;
del monte
Galaad quedaba
bellísimo
resplandor.
SIMANEO: ¿No
dejaréis que requiebre
a Tamar un poco yo?
FINEO: Antes
quiero que nos vamos.
Que
descanse y es razón.
JAEL: ¿Qué más
descanso que el verte?
FINEO: Adiós, mi
Jael.
JAEL:
Adiós.
SIMANEO: Vamos
cantando, zagales,
una amorosa canción.
MÚSICOS:
"Si tus ojos se ponen,
zagala
bella,
no habrá
luz que me alumbre
cuando
amanezca."
Vanse todos
FIN DEL PRIMER ACTO