ACTO SEGUNDO
Salen BARAC y DÉBORA
BARAC: Aquí,
Débora, he traído,
entre
confusos crïados,
diez mil
valerosos soldados,
que son lo
que me has pedido.
El
tribu de Zabulón
y de
Neftalí ofrecieron
las vidas,
que así admitieron
alegres tu
petición.
Todos
vienen animosos.
Sólo yo
cobarde vengo,
y no
porque dudas tengo
en los
hechos milagrosos
de nuestro Dios de Israel;
pero, si
al temor me ajusto,
es por no
verme tan justo
que espere
milagros de Él.
¿Qué
Moisés has escogido
que le
habla cara a cara,
que a las
peñas con su vara
rompió el
pecho endurecido,
que en
el Sinaí el Horeb
le pueda
ver amoroso?
¿Qué Josüé
valeroso?
¿Qué
virtüoso Caleb?
Sino un
hombre pecador,
de servirle tan ajeno
que sólo
ha tenido bueno
el tener
este temor.
DÉBORA: Barac,
aunque así te humillas
miro, como
Dios discreto,
que en el
humilde sujeto
muestra
Dios sus maravillas.
El
humilde le agradó,
y por Él
fue levantado,
y cuando
más confïado
el
soberbio derribó.
[Tú
mismo te levantaste]
por la
humildad que has tenido.
Justo a su
pecho has venido;
ya la
victoria alcanzaste.
No
deseará de ti
propio
gozar la victoria,
pues
vences la vanagloria
de verte
ensalzado así.
De aquí es justo que se vea,
después de
tiempos tan largos
que Dios
nunca da los cargos
al hombre
que los desea.
Moisés
bien supo temer
cuando con
Dios se excusaba,
pues por
su lengua dudaba
poderle
nadie entender;
y así
los reyes debían
honrar al
que no pretende.
Mucho más,
pues, de Él se entiende;
que
ambiciones no porfían.
Esto
basta y no te vea
más,
Barac, desconfïado.
BARAC: Un pecho,
por ti animado,
bien es que sus dichas crea.
Por ti destierro el
temor.
Mira,
divina Belona,
esa gente
que corona
estas cumbres del Tabor.
Aunque pocos, bien armados,
en sus puntas eminentes
parecen las armas fuentes
con los cristales helados,
de cuyos blancos rebaños
o con fuerza juveniles,
duros
peñascos movibles
haciendo a
la vista engaños.
DÉBORA: Ésos a
la multitud
de Sísara
vencerán.
BARAC: Seguros,
Débora están
de tu
industria y tu virtud.
DÉBORA: ¿Quién viene?
BARAC:
Abdías, amigo,
¿de dónde
vienes?
Sale ABDÍAS
ABDÍAS:
A ser
del más
soberbio poder,.
Barac,
ilustre, testigo.
Salí
como me mandaste
a ver con
el manto oscuro
de la
noche, de Haroset
los
inexpugnables muros.
No pude
llegar a verlos
porque
apenas el sol rubio
daba
resplandor al alba,
sólo con
bostezos suyos,
cuando
llegando a Cisón
vide sus
cristales turbios
de los
caballos que vienen,
espumas
entre los juncos.
Detuve el
ligero paso,
no medroso mas confuso,
haciendo
como prudente
prevenciones y discursos.
Salió el
padre de los días
por
diamantes y carbunclos
para dorar
pabellones
adonde flores produjo.
Enseñóme con sus rayos
la multitud y discurso
de los
contrarios, por quien
nuestra
perdición anuncio.
Del mar
las arenas rojas
entre
corales y lucios,
que de
lágrimas del alba
cuajan
aljófar oculto,
las hojas
de aquesta selva
a quien
viste de oro julio,
mayo de
verde y octubre
deja sus troncos desnudos,
las flores de aqueste campo
que se igualen dificulto
al número
de la gente
de este
capitán robusto.
La
multitud es tan grande
que si
contarlos presumo,
átomos le
cuento al sol
y gotas de
agua al diluvio.
Filisteos arrogantes
parecen
montes robustos
de carne y
hueso. Sus lanzas
son cedros
altos y duros
Madianitas
y Amorreos.
Si arrojar
pretenden juntos,
sus
flechas dejan al sol
cuando no
eclipsado, oscuro.
Los carros falcados son
novecientos. Ved qué surcos
harán entre los hebreos
para el cananeo triunfo.
Cebadas
vienen las ruedas
de espadas cuyos agudos
filos [a] las peñas parten.
¿Qué acero estará seguro?
Perdón os
pido, jüeces,
animosos
como justos,
si con
dudar la victoria
vuestros
créditos injurio.
[Yo] no
intento pervertir
vuestro
intento. Si procuro
que
nuestras cervices vuelvan
a sufrir
de nuevo al yugo
yo he de
morir [el] primero;
que de
esta manera cumplo
con la
obligación que tengo;
que una
vida paga mucho.
¡Buscad
las divinas fuerzas!
¡Acudid al
sacro oculto!
¡Sacrificad blancos toros!
¡Suban
voces entre el humo
al trono
del Dios de Isaac!
Que con su
favor no dudo
que
vuestra fama se alargue
felices y
largos lustros.
DÉBORA: Parece
que está turbado.
BARAC: No es el
pálido color
cierto
señal de temor,
sino de
enojo y cuidado.
DÉBORA: Ése te
importa tener
para
empresa tan altiva.
ABDÍAS: E
infinitos años viva
tan
invencible mujer.
DÉBORA: Ya que
en el Tabor nos vemos
de enemigos rodeados,
bien es
que a nuestros soldados
el
bastimento busquemos.
Yo me
he de apartar de ti,
Barac, por
algunos días.
BARAC: ¿No
bastara si tú envías
a buscarle
desde aquí?
¿Por
qué me quieres dejar?
DÉBORA: Hablar yo
misma deseo,
porque es
fuerza, a Ever Fineo;
que de él
pretendo alcanzar
el
socorro conveniente,
pues que
sus blancos ganados
cubren de Judá los prados.
BARAC: Mucho
siento el verte ausente.
DÉBORA: Tiene
hechas con Jabín
parias;
que las rompa espero,
que deje
el lugar primero
y ocupe el
valle Senín
que es a la guerra importante.
BARAC: Y en mí lo
es obedecerte;
mas no es
bien que de esta suerte,
mientras
tú no estás delante,
esté
ocioso y retirado
sin dar
muestras de valor.
Bajar quiero del Tabor
encubierto
y disfrazado.
Por mis ojos he de ver
el contrario altivo y fiero;
que quiero
contar primero
los que
tengo de vencer.
DÉBORA: Mucho
me agradan tus bríos.
BARAC: Si los
gobierna un león,
tigres las ovejas son.
Tuyos son, que no son míos.
DÉBORA: Seguro
puedes partir,
pues el
cielo te defiende
de
cualquier peligro. Entiende
que con
honra has de salir.
No te
acobarde el poder
del
contrario, ni el hallarte
a tu
parecer en parte
donde es
fuerza el perecer.
De todo
victoria alcanza
quien a Dios lleva por guía.
BARAC: ¿Quién
miedo tener podría
con tan
segura esperanza?
Tú,
Abdías, rige la gente,
pues que
quedas esta vez
por
capitán y jüez
en tanto
que estoy ausente.
DÉBORA: Del
monte la cumbre altiva
corone;
que así estará
más seguro
y gozará
de la
plata fugitiva
de las
fuentes del Tabor.
ABDÍAS: En todo he de obedeceros;
que presto imagino
veros,
con fuerza
y poder mayor,
tener
sujeto a Canaán.
BARAC: Tus
brazos, Débora, pido.
DÉBORA: De la vida
me despido.
Guárdete
el Dios de Abrahán,
Dios de
ejércitos, Dios santo.
No pruebes
más mi paciencia.
BARAC: ¡Que ya
celebran tu ausencia
las
corrientes de mi llanto!
Vanse y salen SÍSARA, el REY Jabín y su
hermana, SOFONISA
SÍSARA: Tanta
merced y favor,
¿cómo la
puedo pagar
con una
vida, señor?
REY: Bien la
merece gozar
quien
tiene tanto valor.
SOFONISA: En tus
pies pongo mi boca
por la
parte que me toca
de la
merced que le has hecho.
REY: Quien
tiene parte en mi pecho
sin causa
mi amor apoca.
¡Qué
mucho que ven haber,
el que
defiende mi estado
tan
enseñado a vencer
que a la Fortuna he quitado
ya su mudanza, el poder!
Que las
veces que ha salido
con mi
ejército, vencido
por los
triunfos que alcanzó,
no
pregunten si venció
sino sólo
si ha [venido].
SÍSARA: ¿Qué te
puedo responder
a un favor
tan soberano?
Pero debes
de querer
pagarte a
ti de tu mano
pues de
ella alcanzó el poder.
¿Quién
celebra la corriente
de un
arroyo que la fuente
no alabe de quien manó?
El ser que
tengo nació
de tu
valor excelente.
Tuyas han de ser las glorias
de mis hechos, pues han sido
en tu nombre mis victorias
porque al
pesar del olvido
duren en sacras historias.
REY: Después de venirte a ver,
Sísara, quiero saber,
¿cómo el
amor se reparte
entre
Venus y entre Marte,
con la
guerra y la mujer?
¿Qué ratos alcanza Amor
entre las
armas desnudo?
Porque el
bélico furor
nunca
asegurarle pudo
entre el
temer ni el temor?
SÍSARA: Antes
en mi pecho cría
esta
belleza tan mía
más aliento en la ocasión
Amor, y la
valentía
que es la
fuerza del blasón.
Vivo
alegre de esta suerte
con el
bien que el alma estima,
y es
fuerza que en todo acierte
que la
posesión anima
si la
esperanza divierte.
REY: De tu
valor no he dudado;
mas pienso
que has acertado.
Que quedes
sólo a vencer;
que dudo
que pueda ser
si no
amante, buen soldado.
Ve y
castiga los hebreos
que en las
cumbres del Tabor
han de
aumentar tus trofeos,
pues con
la paz y el amor
multiplican los deseos.
Hoy mi
hermana he de llevar.
SOFONISA: ¡Ay, si podréme quejar
del
agravio que me hiciste!
Pues
pienso que el bien me diste
por
volvérmele a quitar.
En
marciales ocasiones,
Sísara, es
bien que se vea
conmigo
entre tus pendones.
Verás que
por dos pelea,
pues lleva
dos corazones.
SÍSARA: Mal
contigo te aconsejas
si
solicitas mis quejas,
¿cómo
tengo de poder
a los
hebreos vencer
pues que sin alma me dejas?
Si así
mi paciencia pruebas,
ten,
señor, por cosa llana
que la
victoria te niegas;
que en mí
dejas a tu hermana
y en ella
a Sisara llevas.
SOFONISA: Mira...
REY:
No hay que replicar.
Conmigo te
he de llevar;
que si de
ti se destierra,
dará más
prisa a la guerra
para
volverte a gozar.
Desvelado le han de ver
los que le
llaman soldado;
que el que
es fino lo ha de ser;
ni ha de
dormir sin cuidado
ni de
espacio ha de comer.
Ésta es
mi resolución;
que la
harás con razón
que de
gusto le limito
y de su
lado te quito.
Doy a tu
imaginación...
SÍSARA: ¡Por
los dioses! Que he de ser
rayo que
en las peñas arda.
¿Qué daño
puedes temer?
¿Un caduco
te acobarda
y una
ignorante mujer?
¡Que
así mis gustos impidas
y del alma
me dividas!
Pésame en
esta ocasión,
que es
poca satisfacción
de mi
enojo diez mil vidas.
Ya
Samaria y Palestina,
Judá, en
el monte y llano,
teman su
fatal rüina;
que
Júpiter en mi daño
sus vivos
rayos fulmina.
REY: Si con
mi hermana quedaras,
menos tu
valor mostraras.
SÍSARA: Tú mi
razón acreditas.
Con el
gusto que me quitas
a todos
los desamparas.
SOFONISA: Yo,
triste y enternecida,
a los
dioses pediré
tu
victoria con tu vida;
que ella
te muestre mi fe
en
ausencia tan temida.
REY: Ven,
que la partida ordena.
SOFONISA: La
esperanza el llanto enfrena.
REY: Mañana
partir podremos.
Entra en
mi tienda.
SÍSARA:
¡Qué extremos
de furia,
de amor y pena!
¡Capitán!
Sale un CAPITÁN
CAPITÁN:
Señor, [¿qué haré?]
SÍSARA: Prevenid
al campo altivo;
que mañana
romperé
ese
cristal fugitivo
a donde el
valor se ve.
Vayan
los carros falcados
con
sesenta mil soldados,
y entre
escuadras de amorreos,
los
gigantes filisteos,
despojos
de acero armados;
que yo
en mi carro triunfal,
hecho otro Marte iracundo,
daré
evidente señal
que es
poco abrasar el mundo
por
venganza de mi mal.
CAPITÁN: Ya al
campo partir querría.
SÍSARA: La mucha
melancolía
siempre
trae consigo sueño.
La memoria
de mi dueño
divertir
en él querría.
Dadme
una silla.
Sacan dos soldados a BARAC
SOLDADO 1: ¿Qué hacéis?
BARAC: ¿Todavía
porfïáis?
¿Dónde
llevarme queréis?
SOLDADO 2: La
sospecha que nos dais
es justo
que aseguréis.
SÍSARA: ¿Qué es
esto?
SOLDADO 1:
Este labrador
es
israelita, señor,
y aunque
con leña venía,
se presume
que es espía.
SÍSARA: Más me
enoja ese temor.
¿Qué
espía? ¿Cómo o de quién?
¿De cuatro
esclavos hebreos,
que es
fuerza por lo que ven,
que de sus
vanos deseos
arrepentidos estén?
Dejad al
pobre villano.
Vengarme
en él es en vano
cuando
Barac me ha ofendido
si no es
que de mí lo he sido.
BARAC: Que soy
espía es llano.
SÍSARA: ¿Qué
importara que lo fueras?
Antes, en
parte, me holgara
porque a
ese hebreo dijeras
la
multitud sola y rara
que agota
aquestas riberas.
Pienso
que será mujer.
Vuelve y
dile la verdad:
el poder
con que le sigo;
que antes
de verse conmigo
se morirá
de temor.
Haced
que la gente vea
y dejadme
sosegar.
CAPITÁN: Esas
riberas rodea.
BARAC: ¿De qué me
puede importar?
Sólo
serviros desea
mi afición. Dejadme aquí
ver esta
tienda que así
opuesta al
sol resplandece.
CAPITÁN: Bárbaro o
simple parece.
[Vamos].
Vanse [los SOLDADOS y duérmese SÍSARA
BARAC:
El temor perdí.
Sólo con él me quedo
y gozo
francamente la salida.
¡Oh,
asombro, espanto y miedo
del pueblo
de Israel, hoy con tu vida
su
libertad restauro
y alcanzo
sin peligro eterno lauro!
Dormido tengo al fiero
que al
[pueblo] de Judá tiene oprimido,
y aunque
humilde cordero,
con las
divinas fuerzas atrevido,
por la
rubia que deja
la Ocasión, que la goce me
aconseja.
Pon
fuerza, aliento y brío,
Dios de
Abrahán, en mi animosa mano.
En tu
valor confío.
A sueño
eterno pase este tirano
del que
agora le ha dado.
Parece que
en la tierra estoy clavado.
Mover los pies no puedo.
¿Cómo, si el corazón está
animoso,
las
plantas muestran miedo?
¡Raro
prodigio! ¡Efecto milagroso!
SÍSARA: ¡Notable
alevosía!
BARAC: ¡Por el
Dios de Jacob, que no dormía!
SÍSARA: ¿Qué
intentas? ¿Qué procuras?
BARAC: Sólo para
hüir estoy ligero.
¡Extrañas
desventuras!
SÍSARA: ¡Detente,
aguarda!
BARAC:
Ya la muerte espero.
SÍSARA: ¡Traición,
traición!
BARAC: ¡Ay, cielos!
¡De plomo son los pies, las manos
hielos!
Salen SOFONISA, hermana del rey, un CAPITÁN y
SOLDADOS
SOFONISA: A la
voz de mi esposo
acudo
temerosa y afligida,
y el amor
es forzoso.
BARAC: Con tal
engaño me quitan la vida.
SÍSARA; Ten mi
guarda.
SOFONISA:
¿Qué tienes?
¿Desprecios por abrazos me
previenes?
SOLDADO
1: Hombre, ¿qué has hecho? Tente.
BARAC: Sujeto me
tenéis a mi fortuna.
SÍSARA: ¿Qué sol
en el oriente,
a quien el
alba le sirvió de cuna,
salió con
más belleza
con rayos
que alumbrasen mi tristeza?
CAPITÁN: Si ha
sido este villano
causa de
este alboroto...
SÍSARA: ¿Vienes ciego?
¿Vióse
temor tan vano?
¿No te he
dicho que no? Déjale luego.
BARAC: (¿Qué es
esto, cielo santo? Aparte
Pues,
¡cómo si me oyó, me sufre tanto?)
SOFONISA: ¿Qué ha
sido, esposo mío,
la causa
de tus voces dolorosas?
Tu valor y
tu brío
no se
alteran [ya] por pequeñas cosas.
Llega,
llega a mis brazos.
SÍSARA: Vida me
pueden dar tales abrazos.
El
dolor, la tristeza
de ver que
el rey te aparta de mis ojos
rindió mi
fortaleza
entregándole al sueño mis despojos;
mas en
dicha pequeña,
no descansa
quien duerme pues que sueña.
Soñé
que se hundía
el carro
en que yo salgo a las batallas
y en un
prado me veía,
lleno de
hermosas flores que al pisallas
viva
sangre corrían,
púrpura humana a un valle
prometían.
En
esto, del oriente,
una mujer
salía, de luz vestida,
coronada
la frente
con rosas
de Gadí, y repartida
sobre los
hombros bellos
la máquina gentil de sus cabellos.
El
cándido vestido
al nardo
pudo dar sacros olores,
tan
vistoso y lucido
que daba
lustre [ya] a las secas flores,
y en su
rostro perfeto
un hermoso
pensil venció al Himeto.
Ésta,
pues, cifra bella
del iris
celestial que paz anuncia
me
habló. Llegué con ella
donde
sentado entre la grama y juncia
como en
jardín Hibleo
leche manó la tierra a mi deseo.
Con la
dulce acogida,
sin
sentido quedé sobre la grama.
La mujer
advertida,
sin temor
de mis fuerzas y mi fama,
con
fatales desdenes,
con un clavo
crüel pasó mis sienes.
Por eso
voces daba.
BARAC: (Agora me
acordé, Débora mía, Aparte
aunque
dudoso estaba
de tu
divina y cierta profecía.
Pues, una
mujer fuerte
dice que a
este crüel dará la muerte.
Por eso
yo no pude
mover los
pies).
SOFONISA:
Pues, [mi] querido dueño,
¿es
posible que dude
tu
discreción en qué te dice el sueño?
Que es
cierta tu victoria.
SÍSARA: Da la
interpretación pena a mi gloria.
SOFONISA: Ven las flores teñidas
en sangre. [Muestra] que dará tu acero
Israel
tantas vidas
que el
sol, donde esmeraldas vio primero,
mire rojos rubíes
juntando al clavel los alhelíes.
La mujer que a la luna
excedió en
el candor tan milagrosa
es la
diosa Fortuna
que
favorable se te muestra hermosa
de
estrellas circundida,
alba su
rostro si del sol vestida.
El
clavo significa
que has de
ponerle en su mudable rueda
para que
estable y rica
goces la
vida que a su cargo queda.
Y el ponerle en tus sienes
señal es
de laurel que te previenes.
SÍSARA:
Profetisa discreta,
dame los brazos. Largos años vivas.
BARAC: (De otra
suerte interpreta Aparte
mi
esperanza el suceso).
SÍSARA: Ya me privas
de dudas y
recelos.
BARAC: (Ya espero
la victoria de los cielos). Aparte
CAPITÁN: A los
dos espera
su
majestad.
SOLDADO 1:
¿Qué esperas hoy, villano?
Ya no veros quisiera.
BARAC: Aunque
vivo le dejo, no es en vano
la venida
que he hecho.
SÍSARA: Llévate el
rey, y quedas en mi pecho.
BARAC: Yo
volveré otro día.
El cielo
os guarde.
SÍSARA: ¿Ha visto ya la gente
el
labrador?
BARAC:
Podía,
pero el
veros me basta solamente.
SÍSARA: Di a Barac
que se guarde;
que le
fuera mejor nacer cobarde.
Vanse todos. Salen
FINEO y SIMANEO
SIMANEO: Yo
pienso que vos y yo
tenemos un
mismo mal.
FINEO: ¿Cómo en
pena tan mortal?
¿Cuándo
descanso se halló?
No sé
qué tengo de hacer.
SIMANEO: Acabaos de
contentar.
Ello es que habéis de dejar
o la ley o
la mujer.
Con
requiebros solamente
consoláis
vuestra afición,
amante
camaleón
que del
aire se sustente.
Dicen
que un hombre tenía
por pena,
en su ardiente fragua,
tener a la
boca el agua
y sediento
no bebía.
Lo
mismo venís a hacer,
y lo peor es, por Dios,
ni acabar de beber vos
ni dejarse a mí beber.
FINEO: Aunque
adoro esta belleza,
¿no me ha
de dar pesadumbre
el ver que
[al] mudar costumbre
mudó la
naturaleza?
Contemplo la libertad
de la ley
en que he nacido,
y en la
escrita he conocido
cansada dificultad.
Preceptos y mandamientos
tantos, mal los guardará
quien con libres pasos va
solicitando contentos.
SIMANEO: Sabéis
que me ha parecido
aunque más
me lo neguéis,
que ya en el amor tenéis
esperezos de marido.
FINEO: Nunca
quien ama de veras
repara en
dificultades.
SIMANEO: Mis amorosas verdades
aseguran
tus quimeras.
Dicen
que a una imagen fría,
que
suspenso la miraba
y tan
elevada estaba,
que
requiebros le decía.
Vos
sois a este necio igual.
Amáis a
una piedra dura;
que es
Jael por la blancura
de mármol
y aun de cristal.
FINEO: Tu
amor, ¿en quién se emplea?
SIMANEO: Aunque
[ella] es conmigo franca,
Tamar no
es negra ni blanca.
Es mujer de taracea.
Tal cual es, yo estoy perdido
por ella sin caminar.
Por lo que
tiene de amar,
su mismo
norte he seguido;
mas es moza carrasqueña.
Salen
TAMAR y JAEL
TAMAR: Aquí está.
JAEL:
(Triste le veo. Aparte
Si darle
gusto deseo,
dificultades me enseña
la ley
que guardo). Señor,
¿Qué
tenéis, quién os disgusta?
Mirad que
no hay causa justa
pues [que
es] tan grande mi amor.
¿Vos
triste, vos enojado,
cuando,
llegándoos a hablar,
soléis
conmigo mostrar
rostro ni
semblante airado?
¿Vos
sois el firme amador?
Sospechas
me dais así
que habéis
visto falta en mí
o hay
desmayo en vuestro amor.
FINEO: ¿Falta
en vos, esposa mía?
Cuando en
vos la imaginara
los rayos
al sol quitara,
piadoso padre del día.
No es
más limpio el cristal frío
de esta
fuente que desata
cintas de
quebrada plata,
dando
perlas por rocío.
Vuestra
belleza ha de dar
nueva causa
a mi locura.
¿Qué
importa ver la ventura
si no la
puedo gozar?
De esto
nace mi tristeza.
JAEL: Si vos la
culpa tenéis,
no es
justo que me culpéis.
SIMANEO: [Aquí] mi
sermón empieza.
TAMAR:
Conténtate. Escucho, di.
SIMANEO: Cuando
para no perderme,
ha de
dejar de traerme...
TAMAR: ¿Cómo?
SIMANEO:
...de aquí para allí,
¡voto
al sol!, que es una...
TAMAR: ¡Tente!
SIMANEO:
¿Cómo? ¡Que es una y aun dos!
[Me
parece] que es, por Dios,
tener
miedo a aquesta gente.
Si no,
andar al morro luego
para
ésta. Si no me dais
la mano
[porque pensáis]
que soy
bobo...
TAMAR:
Vienes ciego.
JAEL: Fineo,
más bien podía
yo
quejarme del amor
que
tenéis, pues es error
que no
sigáis la ley mía.
Pero
quieres y no alcanzas
la luz que
dándote estoy,
pues con
ella tuya soy
y alargas
las esperanzas.
Pudiera
haber presumido
de las
dudas en que estás,
que por
burlarme no más
las finezas has fingido;
mas
pienso que no es razón.
Porque mi
valor aumente
que el
nombre de esposo afrente
ni aun con
la imaginación,
tu
misma tristeza heredo.
Vete
agora.
FINEO:
Para dar
al
pensamiento lugar
me voy y
contigo quedo.
A verte
vendré después.
Vase FINEO
SIMANEO: También yo
volveré a vella.
TAMAR: Váyase ya.
SIMANEO: Quédese ella.
TAMAR: ¿Que al
fin se va?
SIMANEO:
¡Con los pies!
Vase SIMANEO
TAMAR: ¿Qué
dices de esto, señora?
JAEL: Que en
parte corrida estoy,
pues
cuando el alma le doy,
las leyes de Amor ignora.
TAMAR: ¿No
puedes ser su mujer
aunque de
tu ley no sea?
¿Aunque el
alma lo desea?
JAEL: De nuevo
le quiero ver;
aquí
tengo la escritura
sagrada. Déjame sola.
TAMAR: Así tu
amor se acrisola
si la
posesión procura.
JAEL: En el
Deuteronomio, [yo] deseo,
Dios de
Abrahán, si puedo sin ofensa
de tu
divina ley, dar recompensa
a Ever de
[la] afición en justo empleo.
Agradecida estoy a Ever Fineo;
mas no se
agravie tu deidad inmensa,
pues para
tu justicia no hay defensa;
temo tu
enojo y tu justicia [leo].
Tu,
gran legislador Moisés divino,
que a Dios
hablaste con serena cara,
muéstrame
de estas dudas el camino.
Milagros muestra tu divina vara;
que [al]
abrir una peña no imagino
que iguale
a una duda que [se] declara.
Salen DÉBORA y RUBÉN
RUBÉN: Aquí en
esta tienda vive
Jael, que
espera casarse
con Fineo,
y él la adora.
DÉBORA: Ella
quiero que le hable
pues hará
cuanto le pida.
A solas
quiero dejarte.
RUBÉN: Adiós,
pues.
DÉBORA:
Guárdete el cielo.
(Divertida
está, que hace, Aparte
tendido el
rubio cabello,
afrenta al
oro que nace
fomentado
de los rayos
del sol, generoso padre).
JAEL: Gozo en el
alma [yo] siento.
¿Quién
está aquí?
DÉBORA:
Dios te salve,
Jael, y bendita seas
entre las mujeres. Halles
gracia en los ojos de Dios.
Tu casa todos alaben;
el Señor
sea contigo.
JAEL: No sé qué
respuesta darle.
DÉBORA: No temas,
Jael hermosa,
el clavel teñido en sangre
vuelve a las rojas mejillas,
su púrpura ostente amable;
a los
labios los rubíes,
afrenta de
los granates,
los
jazmines a la frente
que copas
de nieve agravien.
¡Oh, tú,
felice mujer,
adorada de
tu amante,
que con un
cabello tuyo
le
prendiste y cautivaste,
Débora
soy, profetisa,
que suele
comunicarme
el espíritu de Dios
secretos [ejecutables].
Rijo el pueblo de Israel
con Barac,
tan digno Atlante
de este
peso, que en sus hombros
puede el
cielo sustentarse.
Ever, tu
querido esposo,
con Jabín
ha hecho paces,
debiendo
al pueblo de Dios
obligaciones más graves.
Bien sabes
el cautiverio
de nuestro
pueblo, y bien sabes
que Sísara
por Jabín
nos
amenaza arrogante.
Diez mil
soldados tenemos
en el
Tabor que no salen
por falta
de bastimentos
a ver del
Cisón la margen.
En estas floridas vegas,
en los montes y en los valles
ya sus caballos soberbios
cristal beben, juncio pacen.
Pídele que nos socorra
y a Senín
sus tiendas pase
para que
del enemigo
felice
triunfo se alcance.
Jael, a tu
pueblo debes
este
favor. No te espante
el temor
de que Fineo
no
obedezca lo que mandes.
Serás el
remedio nuestro
en tantas
adversidades.
Otra Ester
que no defienda
cuando más nos amenace.
Hija de Jerusalén,
toda hermosa, toda amable,
con
requiebros a tu esposo
a nuestro
bien persüade;
que
después de la victoria
de multitud tan notable
las doncellas de Sïón
se honrarán de alabarte.
JAEL: Ya dejando
el torpe miedo
que me
causa tu semblante
de verte
armada y hermosa,
vivo
retrato de un ángel,
animosa y
atrevida,
dispuesta
estoy a agradarte
atropellando por ti
mayores
dificultades.
Levanta, a
mis brazos llega,
que con
sólo que me abraces
alentarás mis afectos.
Será lo imposible fácil.
Enojado está mi esposo;
mas con
todo quiero hablarle,
que si con
llorar le obligo,
haré que
dos fuentes manen
de mis
ojos. ¡Tamar mía!
Sale TAMAR
TAMAR: ¿Señora?
JAEL: A
mi esposo llamen.
TAMAR: Él viene
aquí. Ya imagino
que hay alguna[s] novedad[es].
Salen FINEO y SIMANEO
FINEO: ¿Qué es
esto, Débora bella?
¿Cómo de
Belén bajaste
a los
campos de Judea?
DÉBORA: Tu esposa
puede informarte.
JAEL: Querido
esposo Fineo,
hoy quiero
que des señales
del mucho
amor que me tienes,
de la fe
que me mostraste.
De nuestro
Dios inspirada,
Débora,
animosa Marte,
contra
Sísara y Jabín...
No es bien
que amistad les guardes.
En [su]
favor, que confía,
que ocupes
te pide el valle
de Senín y
que sustentes
el
ejército que saquen.
A tus pies
te pido aquesto,
si acaso
mis ruegos valen,
que hagas
lo que te pido
porque a
nuestro Dios agrades.
Si vas con
ella a la guerra,
cuando
vuelvas pienso darte
la
posesión que te niego,
agradecida
y constante.
FINEO: ¿Cómo, si
tus ojos miro
con que el
alma me robaste,
no estaré
tierno a tu ruego
aunque
fuera de diamante?
Pide más,
esposa mía,
que así
pretendo mostrarme
tan tuyo
que el gusto tuyo
todas mis
acciones cause.
Iré a
ayudar a tu pueblo,
aunque
muera por dejarte;
mas si
dejo en ti la vida,
imposible
es que me maten.
Levanten
luego mis tiendas
para que
en Senín se planten.
Lleven
ganado al Tabor;
contra
Canaán se declare
la
guerra. ¿Quieres Jael,
otra cosa?
JAEL:
Que te guarde,
y [que su]
gracia me preste
para saber
agradarte.
Más su
espíritu levanta
[.........................-a-e].
Hoy ampara
a Israel.
Haz cuenta
que le libraste
de la
opresión que tenía.
FINEO: Toda el
alma se me parte,
que he de dejarte, Jael.
Prometílo. ¡Ea, zagales,
yo me voy,
mi dueño queda!
¡Que
vuestro puedo llamarle!
¡En mi
lugar acudid!
En su regalo no falte
ninguno a
cuanto pidiere.
Todo lo
gobierne y mande;
que en
volviendo le prometo
al que más
la regalare
cincuenta
ovejas que sólo
mi hierro
sus pieles manche.
SIMANEO: ¡Voto al
sol, que la he de her
mil mercedes! Por el aire
le traeré las pajarillas
para que en sus manos
canten.
Para que
en ellas se afrente,
natas he
[de] presentarle
que estén
diciendo "comedme"
si ha
habido leche que hable.
JAEL: Más mi
sentimiento aumentas
viendo
finezas tan grandes.
Tráigate
el cielo a mis ojos
porque en
ellos se retrate.
FINEO: Adiós,
esposa querida.
DÉBORA: Otra vez,
vuelve a abrazarme;
que estoy
contemplando en ti
excelencias celestiales.
FINEO: Apenas
hablarte puedo.
DÉBORA: En partidas semejantes
los ojos sirven de lenguas.
JAEL: Mis suspiros te acompañen.
FIN DEL SEGUNDO ACTO