ACTO TERCERO
Salen FINEO, BARAC, DÉBORA, ABDÍAS y
otros
FINEO: Ya
habéis bajado de la cumbre altiva
del Tabor,
y el Senín, alegre y claro
os enseña
su plata fugitiva.
Vuestro
valor admiro, aunque reparo
en la
temeridad que emprender quiere.
DÉBORA: Cierto es
el bien con el divino amparo.
FINEO: ¿Cómo
es posible que victoria espere?
Si vence,
por ventura, el temerario,
mirad
también que las más veces muere.
Mirad
las prevenciones del contrario.
La gente
cubre el llano, agora el río;
valiente
es el poder y el tiempo vario.
De
vuestro Dios de Isaac milagro fío,
pero
pedirle siempre que los haga
téngolo
por injusto desvarío.
Del
aire la región líquida vaga,
ocupa el
tafetán de sus banderas;
recibe en
furias lo que visos paga.
Las flores
y verdor de estas riberas
agotadas se miran; de sus plantas
huyen al monte las feroces fieras.
¡Y vosotros, jüeces, que entre
tantas
dificultades embestís seguros,
sólo fïados en las fuerzas santas!
DÉBORA: El Dios
que derribó los altos muros
de Jericó
con sólo ver el Arca,
y al
Jordán derribó cristales puros,
el que
hizo a José rey y monarca
y detuvo
en el aire el limpio acero
de
Abrahán, nuestro santo patrïarca,
el que
venció otra vez al Jabín fiero
por la
mano de aquél que el sol detuvo
nos dará
la victoria que ya espero.
Por
nuestras culpas enojado estuvo,
ya nos
mira piadoso enternecido.
Al templo
de la Fama alegre
subo.
Hoy es
el propio día en que ha querido
entregarnos a Sísara arrogante,
y al
cananeo ejército atrevido.
¿No lo
veis desde aquí, sobre el triunfante
carro
falcado, entre gigantes fieros,
con el
arnés lucido de diamante?
¿Veis
que se vuelve loco en los aceros
del sol
que da por átomos centellas?
Pues, oíd;
que es razón satisfaceros:
Mirad
al cielo, que con luces bellas
en
escuadrón ha puesto entre zafiros
el
infinito número de estrellas,
con
nuevos rayos, con dorados giros,
despierto,
Apolo a Sísara amenaza
causa
fatal que fue de mis suspiros.
Con santo modo, con divina
traza
las nubes
ajuntado del diluvio
y el
aquilón furioso los enlaza.
Ya
oscurecen la luz del padre rubio
del
terrestre vapor, piedras compelan
que
derriben las cumbres del Vesuvio.
Ya presurosos por los aires vuelan,
y ya sobre el ejército y el
carro
suspendidos están y ellos
recelan.
BARAC: ¡Oh,
prodigio divino, en pies de barro
estriba la
soberbia! Así espero
ver por el
suelo el ímpetu bizarro.
FINEO: Vuestro
culto es, sin duda, el verdadero.
ABDÍAS: La
tempestad empieza, el tiempo corre,
el miedo
turba al más feroz guerrero.
DÉBORA: Caiga
deshecha la confusa torre,
las piedras rompen ya carros
falcados.
ABDÍAS: Ánimo,
pues, el cielo nos socorre.
BARAC: Advertid cómo mueren los soldados
de Sísara, deshechos los escudos,
los duros capacetes abollados,
acobardados, de valor desnudos.
FINEO: Piedras reparan fieros alborotos;
alaben vuestra ley los robles
mudos.
DÉBORA: Mirad los carros ya deshechos, rotos,
y quebrados los ejes y las ruedas,
y los aceros de sus armas botos.
Embistamos agora, porque
puedas
conseguir
la victoria que te aguarda.
ABDÍAS: En fama
ilustre a lo mortal excedas.
¡A
ellos, que el contrario se acobarda!
DÉBORA: Yo voy
delante porque se avergüence.
BARAC: ¡Raro
valor! ¡Satisfacción gallarda!
¡Viva el
Dios de Israel que triunfa y vence!
Dentro
SÍSARA:
¡Válganme los dioses santos!
BARAC: Ya de su
carro cayó.
Vanse todos.
Sale SÍSARA
SÍSARA: ¿Quién
jamás, Júpiter, vio
tan
peregrinos espantos?
Marte
divino, si ha sido
envidia de mis victorias,
y así oscureces mis glorias,
piedad, humilde, te pido.
Roto mi carro, caí
sobre las
hierbas que están,
con la
sangre de Canaán,
matizadas
de rubí.
¿Dónde
voy si los furiosos
hebreos
van degollando
mis
soldados y triunfando
de mis
hechos prodigiosos?
Sale DÉBORA
DÉBORA:
¿Adónde, tan ciego, vas?
SÍSARA: ¿Qué es lo
que quieres, mujer?
DÉBORA: Darte
agora a conocer
aquesta
espada no más.
A mis
pies te la dejaste
y por mi
mano regida
quita a tu
gente la vida.
SÍSARA: ¡Oh, qué
bien que aconsejaste!
Milagro
del cielo ha sido
o castigo
de algún dios
que os
favorece a los dos
de mi
soberbia ofendido.
Cien
hombres y más tenía
mi
escuadrón para uno vuestro
con un
capitán tan discreto
que al
mismo Marte excedía;
mas parece que han tenido
todos las manos atadas
y las hebreas espadas
los rayos han excedido
de Júpiter.
DÉBORA:
Bien quisiera
quitarte
la vida aquí
a poder
tener por mí
el castigo
que te espera.
Otra mano quiere el cielo
por
triunfo tan soberano,
pues que
yo al mover la mano
parece que
soy de hielo.
SÍSARA: Dame
lugar.
[DÉBORA]:
Impedir
sus pasos
es por demás.
SÍSARA: ¿Qué
quieres? Vengada estás,
pues, que me has hecho hüir.
DÉBORA: Ver que
te dejo me espanta.
SÍSARA: Pues que
Marte me olvidó
y las manos me quitó,
déme sus pies Atalanta.
Vase SÍSARA
DÉBORA: Huye,
pues, que yo no he sido
de tan
venturosa suerte
que pueda
darte la muerte
después de
haberte vencido.
¡Oh,
venturosa mujer
a quien el
cielo ha guardado
un triunfo tan deseado!
¡Puédete
envidia tener
el
sol. Los pocos que quedan
con la
vida huyendo van;
envueltas
en grana están
porque
correr grana puedan
las
corrientes del Sisón.
Victoria
canta Israel;
ciña el
honroso laurel
sienes que
tan dignas son.
¡Oh,
Barac, púrpura humana
tiñe tu
sangriento escudo!
Salen BARAC, FINEO y ABDÍAS
FINEO: Habiéndola visto, dudo
victoria tan soberana.
DÉBORA Dame tus brazos.
BARAC: Tus pies
primero quiero besar;
que no
merezco tocar
aun la
tierra donde estés.
Tuya la victoria ha sido.
FINEO: Da los
brazos a Fineo
si es que
premias mi deseo.
El favor he merecido
pero por las obras, no.
DÉBORA: No es bien
que nos detengamos,
Barac, la
gente sigamos
hasta
Haroset, pues huyó.
ABDÍAS: ¿Y
Sísara?
DÉBORA:
Huyendo va
cuando del
carro cayó.
BARAC: Alcanzarle
quise yo;
mas no
pude.
DÉBORA:
Claro está.
[ABDÍAS]: Sigue
al alcance.
FINEO:
Primero,
pues vi
tan dichoso fin,
para
volverme a Senín
que me
deis licencia quiero;
que
entre el bélico furor
de las
armas no he podido
dar
descanso, sino olvido
a mi
cuidadoso amor.
DÉBORA: Esas
finezas merece
Jael, tu
querida esposa,
pues
honesta y virtüosa
como otro
sol resplandece.
FINEO: Dadme los
brazos los dos
porque
pueda mi pasión
ya gozar
la posesión.
BARAC: Vida te dé
nuestro Dios.
FINEO: Seguir
vuestra ley espero;
que [ya] estos hechos han sido
los que vencer han podido
un corazón tan de acero.
DÉBORA: La
perfecta luz alcanzas.
[ABDÍAS]: ¡Sigue al
alcance!
FINEO:
Marchad,
y a mí
agora me dejad
dar fin a
mis esperanzas.
ABDÍAS: Milagro
evidente ha sido.
FINEO: ¿Qué más
dicha si he pasado
de
victorioso soldado
a deseado
marido?
Vanse. Salen
SIMANEO y TAMAR
SIMANEO: Este
bosque, esta espesura,
que
confina con el prado
de sus
fuentes abrazado
con lazos
de plata pura,
ejemplo
te pueden dar
cuando
darme gusto intentes,
pues las flores y las fuentes
te están brindando, Tamar.
Aquesta
hierbas felices
están con
amante efeto
abrazados
en secreto
con lazos de las raíces.
A estas bellas maravillas
esmaltadas de granates
con amorosos combates
besan las claras orillas.
Tú con rigurosas trazas,
cuando
nuestra boda intento,
teniendo
más sentimiento
ni me
besas ni me abrazas.
La
mujer más presumida
de sus
prendas, de su amor,
aunque
muestra más rigor,
se huelga
de ser querida.
Y yo,
si digo verdad,
con
amorosa pasión
conociendo
tu afición
te he
cobrado voluntad.
TAMAR: Digo que
tuyo seré,
pero con
las condiciones...
SIMANEO: Mucho me
agravias si pones
duda
ninguna en mi fe.
Mil
veces soy tu marido
si tantos
serlo pudiera,
y
pluguiera a Dios cubriera
este llano
y este ejido
mi
ganado, porque así
más mejor
te regalara.
TAMAR: Esa
voluntad tan clara
es la que
me basta a mí.
SIMANEO:
¿Quiéresme agora abrazar?
TAMAR: Mira que
nadie nos vea.
SIMANEO: ¡El bien
que el alma desea
se
comienza a ejercitar!
TAMAR: Ya te
abrazo.
SIMANEO:
Aquesto es hecho;
que será
justa razón
que viva
en tu corazón
quien ha tocado tu pecho.
¿Quieres?
TAMAR:
No hay que querer más.
SIMANEO: Mucho más
hay que querer
si lo
quisieses hacer.
TAMAR: Siendo mi
esposo tendrás
la
posesión que deseas.
SIMANEO: Venga
luego el cazador
que se
deshace mi amor
porque su
fineza creas.
Fuentes, dadme el parabién.
Bailad todas de alegría;
pues que ya Tamar es
mía
justo es
que locos estén
los que
gozan la belleza
mucho
tiempo deseada.
Una
guirnalda extremada
ha de
adornar tu cabeza.
Présteme aqueste arrayán
un ramo, y
tú este listón
donde en estrecho prisión
rojas
flores se atarán.
Aquí
los quiero coger.
¡Oh, qué
clavel! ¡Pesia a mí,
en él tus mejillas vi!
Su nácar puedes vencer.
TAMAR: No con
tanta adulación
solicites mis favores.
SIMANEO: Produzcan aquestas flores
el fruto de mi afición.
Tiende
el cabello, Tamar,
porque
sobre el oro estén
aquestas
flores más bien
y el sol
te pueda envidiar.
Si
puedo, a Jael darás
envidia.
TAMAR: No
puede ser.
SIMANEO: Si ella es
hermosa mujer,
tú para mí
lo eres más.
Ya está
hecho, juro a mí,
la medida
he de tomar
del lugar
donde ha de estar.
TAMAR: ¿Cómo la
medida?
SIMANEO:
Así.
¿Quieres, si acaso es grandona,
que al
cuello pueda caer
y que
collar venga a ser
la que
labré por corona?
Llega
la cabeza, humilla.
TAMAR: Llego
porque alegre estés.
SIMANEO: Yo te
tomaré después
medida a
una gargantilla.
TAMAR: No os
la dejaré tomar.
SIMANEO: ¿Qué
tienes que rebatir?
Quien más
no puede sufrir,
¿no es
fuerza que ha de tascar?
¡Qué
cabello! ¡Qué limpieza!
TAMAR:
¡Acaba! No seas pesado.
SIMANEO: ¡Voto al
sol que estoy tentado
de partirte
la cabeza
por
traérmela conmigo!
TAMAR: Muy buena
quedara yo.
SIMANEO: Le medida
se tomó
y agora
[a] atarla me obligo.
TAMAR: ¡Ay
desdichada!
SIMANEO:
¿Qué fue?
TAMAR: Al prado
viene Jael.
SIMANEO: Es honesta
y es crüel.
Triste de
mí si me ve.
TAMAR: Huye.
SIMANEO: Ya
no puede ser.
TAMAR: Que viene
[muy] enojada.
SIMANEO: Entre esta
zarza intricada,
Tamar, me
quiero meter.
TAMAR: Si te
picas...
SIMANEO:
Excusado
temor.
TAMAR:
... luego se verá.
SIMANEO: Di, ¿qué
espinas temerá
quien está
de ti picado?
Vase SIMANEO
TAMAR: La
corona se dejó,
olorosa,
hermosa y bella,
y viene
bien, pues con ella
puedo
disculparme yo
de
haber al prado salido
sin su
licencia.
Sale JAEL
JAEL:
Tamar,
¿qué
hacías?
TAMAR:
Contemplar
en este
valle florido
la
imagen de tu belleza
en las
flores trasladada,
y una
corona extremada
labré para
tu cabeza.
Las memorias de tu amante
divierte.
JAEL:
¿Cómo podré,
pues es
agraviar mi fe,
estar
alegre un instante?
Antes
juzgué por menor
esta
amorosa dolencia;
mas la
rigurosa ausencia
crisol ha
sido de amor.
TAMAR: Pon la
corona.
JAEL:
¡Qué mal
viene
entre honesto decoro!
TAMAR: ¿Cómo, si
el cabello es oro
y la
frente de cristal,
no quieres que asienten bien
las flores?
JAEL:
Mira, Tamar,
si tú la
puedes llevar.
[SIMANEO habla desde dentro]
SIMANEO: ¡Que me
picó!
TAMAR:
Al prado ven.
Verás sus nativas fuentes.
JAEL: Aumentarán
mis enojos,
dando
ocasión que mis ojos
multiplican sus corrientes.
Aquí me
quiero asentar.
[SIMANEO y TAMAR, entre los dos]
TAMAR: No hay
remedio.
SIMANEO:
Estoy picado
y una
pierna me ha arañado
con una
espina, Tamar.
TAMAR: ¿Qué
blanca paloma o garza
tuviera
beldad mayor?
SIMANEO: Mucho
picaba el Amor,
pero más picó la zarza.
JAEL: Si
habrá Débora vencido,
esto de
gusto me priva;
pues en su
victoria estriba
el ver
presto a mi marido.
TAMAR: Sísara
es valiente.
JAEL: Sí;
mas el
cielo es su jüez.
TAMAR: ¿Hasle
visto alguna vez?
JAEL: Una vez
sola le vi
cuando
el tribu sujetó
de
Benjamín.
TAMAR:
Di, señora,
¿y
conocerásle agora?
JAEL: Pienso que sí, aunque pasó
aprisa
con su escuadrón.
TAMAR: ¿Vióte
acaso?
JAEL:
Bien pudiera,
pero
porque no me viera
me
escondí.
TAMAR:
Con gran razón.
JAEL: Tamar, esta soledad
me
alegra. Déjame aquí.
Vete a la
tienda.
SIMANEO:
¡Ay de mí!
TAMAR: Efecto es
de tu lealtad.
Vence
tu melancolía.
SIMANEO: ¿Váisos,
Tamar?
TAMAR: ¿No lo ves?
SIMANEO: ¿Puedo
salir yo?
TAMAR:
Después.
Vase TAMAR
SIMANEO: Esto es
hecho. ¡Ay, cara mía!
JAEL: Fuentes
fugitivas,
tropezando
en jaspes,
levantando
espumas
que el tiempo deshacen;
hierbas esmeraldas,
flores de corales,
hermosos claveles
teñidos de sangre;
plantas que heridas
del viento süave
lleváis el compás
a las dulces aves;
morados narcisos
donde el
tiempo hace
que en sus amatistas
diamantes se engasten;
flores, plantas, fuentes,
divertid mis males;
que sólo este sitio
puede
consolarme
porque soplan quedito los aires
y mueven las hojas de los
arrayanes.
SIMANEO: Zarza
pegajosa,
que a los
caminantes
que pasan
de noche
narices
llevaste,
y de las ovejas
que tus hojas pacen
en blancos vellones
la deuda
cobraste,
rica,
pues, me tienen
alisos y
sauces,
como [la] camisa,
con punto
y encaje;
mi ruego
piadoso
tus puntas ablande,
espín de las plantas
estémonos graves;
que al
moverse un poquito los aires
me pasan
tus puntas el sayo y la carne.
Sale SÍSARA
SÍSARA: ¿Adónde me
llevan
por montes y valles
los airados dioses
que hoy quieren vengarse?
El veloz
caballo,
que tuvo
por padre
el viento
y las yeguas
que en
Dardania nacen,
cansado y
rendido
entre estos jarales
sus espumas vence
sin que el freno tasque;
y yo sin
aliento
busco
quien me ampare
cuando
hacer pudiera
desprecio
de Marte;
enseñadme agora,
mudas soledades,
el mejor camino
para que me escape;
que si soplan quedito los aires
presume
que vienen siguiendo mi alcance.
JAEL:
¡Cielos! ¿No es aquéste
Sísara
arrogante
tan
cansado y solo,
ya Israel
triunfante?
Sin duda
que huyendo
viene
donde halle
en lugar
de amparo
rigor que
le mate.
Ánimo,
Jael,
no es bien
te acobarden
sus armas
lucidas,
su temido
alfanje.
Yo llego
mostrando
alegre
semblante
pues entre
las hierbas
ha pisado
el áspid.
SÍSARA: ¡Válganme
los dioses!
¡Qué mujer
notable!
Dorado
parece
de aquestos cristales;
el rico
cabello
las hebras
esparce,
guarnición
divina
del
costoso traje.
Oh, tú,
mujer bella,
que a
verme bajaste
del Líbano
altivo
hermosa y amable,
de Amana las rosas
de olores süaves
envidiosas ciñen
tu frente admirable,
si entre la hermosura
la piedad
crïaste,
si desdichas mías
pueden obligarte,
mi miedo asegura.
Dame dónde
pase
la noche
de forma
que no
llegue nadie;
que si
libre vuelvo
ya pueden
pagarte
perlas,
plata y oro
piedad
semejante.
Ofir será
tuyo
y entre
los corales
el sur
dará crucios
de que
perlas saques.
JAEL: Llega,
señor mío,
no temas
ni trates
de paga a
quien debe
servir [y]
agradarte.
Mi casa te
espera.
Entra
donde halles
descanso y
reposo;
tu miedo
se aplaque.
Mi tienda
es aquella
que entre
alisos sale,
pirámide
altiva
que al sol
se levante.
No está
aquí mi esposo.
¿Qué
importa que falte
porque yo
te ofrezca
mi humilde
hospedaje?
Pasarás la
noche
que ya por
los valles
sombras
espereza
de montes
gigantes.
Tendrá,
señor mío,
guarda
vigilante
y en casa
tan pobre
ricas
voluntades.
Dame aquesa mano
que quiero
llevarte
donde mis
palabras
a las
obras pasen.
SÍSARA: A tu voz
divina
suspenso dejaste
los sentidos míos
sin sentir sus males.
Tus ojos hermosos,
estrellas radiantes,
en mi
pecho influyen
ánimo
constante.
¡Dichoso
el que goza
tus divinas partes,
y yo que merezco
verte y contemplarte!
Vamos a tu
tienda
mi mano te
enlace
con las
azucenas
castas que
aun no abren.
[Dame,
pues, la mano].
JAEL: Toma.
SIMANEO:
¿Puede usarse
tal
traición? ¡Ah, cielos!
No siento
el picarme
ya sino la
afrenta
de mi
señor.
SÍSARA:
Dame
a beber,
que vengo
con sed
insaciable.
JAEL: Muy poco
me pides.
El licor süave
que dan
mis ovejas
por agua
he de darte;
que tras
el cansancio
será mucha
parte
la leche
que el sueño
sus
sentidos mande.
Ven, señor, no temas.
SÍSARA: El cielo
me falta
si he
visto en mi vida
belleza
tan grande.
JAEL: ([No es]
piedad al menos. Aparte
Mira, no
te engañes
triste
pajarillo,
la liga
tocaste
En hallar
tu fin
[tu suerte
alcanzaste].)
Vanse. Sale
SIMANEO
SIMANEO: ¿Esto
se puede sufrir?
¿Hay semejante traición?
¿Éstas las promesas son?
¿[Éste] el llorar y fingir?
¡Voto al
sol!, que estoy por ir
tras ellos
y al descarado
darle;
pero viene armado
y yo sin
cuchillo estoy.
Ello, muy
honrado soy;
mas soy
pacífico honrado.
¿Qué ha
de decir mi señor
si llega y
viene a saber
la
traición de esta mujer
tan en
contra de su honor?
Que yo le
avise es mejor
al punto
que llegue aquí.
Diré todo
cuanto vi
que otro
al fin se lo dirá
y por
dicha pensará
que yo en
el concierto fui.
¡Oh,
mujeres, malos años
para mí si
yo os creyere!
La que más
piensa que quiere
sabe trazar más engaños.
Aquí vino a los rebaños
esta mujer de Fineo
para un
delito tan feo.
Éste, sin
duda, la habló
antes, y
al verle, venció
la
voluntad y el deseo.
Quiero
llegar poco a poco
hacia la
tienda y veré
qué hacen;
mas, ¿para qué,
si yo sin
duda estoy coco?
Sale FINEO
FINEO: Ya llego
de gusto loco,
fresco
valle de Senín,
a ver de
mi mal el fin,
que al
fin, si llega, no tarda,
donde
contenta me aguarda
mi adorado
serafín.
Dulces
abrazos espero
con
amorosa beldad.
SIMANEO: ¿Quién va
allá?
FINEO:
¿Quién es?
SIMANEO: Callad,
si acaso
sois ganadero
de Fineo,
que ver quiero
los fines
de una traición
contra su
honor y opinión.
FINEO: (Como la
noche ha venido Aparte
Simaneo no
ha conocido
quién
soy. ¡Rara confusión!)
¿Qué
quieres ver?
SIMANEO:
No me habléis
sino
callad. No des voces.
FINEO: Amigo, ¿no me conoces?
SIMANEO: ¡Ay,
señor, no os espantéis!
Tened, por
Dios, no lleguéis
a la
tienda.
FINEO:
¿Estás en ti?
Si ves que
me trae así
por los aires mi deseo,
cuando ya la tienda veo,
¿quieres
detenerme aquí?
SIMANEO: Hay
grandes cosas, señor.
FINEO: ¿Cómo así?
SIMANEO:
Gran mal.
FINEO: ¿Qué mal?
¿Pagó el
tributo mortal
la que es
dueño de mi amor?
¿Helóse mi
fruto en flor?
¿Es muerta
Jael?
SIMANEO:
Pluguiera
al cielo
que muerta fuera.
FINEO: ¡Válgame
Dios! ¿Tal escucho?
Con varias
sospechas lucho.
Ya toda el
alma se altera.
Habla;
que, ¡viven los cielos!,
que te dé
muerte, villano.
SIMANEO: ¡Ay,
señor, detén la mano!
FINEO: Ya estoy
abrasado en celos;
que entre
dudas y desvelos
ya desmaya el corazón,
y ya se
alienta; que son
en sucesos semejantes
los pechos de los amantes
la torre de confusión.
SIMANEO:
Escondido entre una zarza,
como el
ave que al neblí,
de hacer puntas en el aire,
para poderse abatir
estaba,
porque Jael
no me
viese hablar aquí
con Tamar,
cuando llegó
un
caballero gentil.
Estaba tu
ingrata esposa,
que es
bien que la llame así,
junta a la
fuente que riega
flores de nieve y carmín.
Y así como vio el soldado
se
encendió más el rubí
de sus mejillas,
y alegre
se le
salió a recibir.
Llegaba
cansado el hombre
y sin
duda, presumí,
que vino
corriendo a verla
dejando
muerto el rocín.
Llamóle
ella "Señor mío",
y dijo después, "Venid
a mi
tienda porque quiero
que estéis
regalado allí.
Esta
ausencia de mi esposo
no
importa".
FINEO:
Proseguir
no te
dejen los furores
de mi loco
frenesí.
¿Qué es
esto, cielos? Acaba;
que fue
impulso varonil
de mi
honor. Di lo que falta
si hay más
faltas que decir.
SIMANEO: Dióle la
mano.
FINEO:
¿La mano
que aún yo
no la merecí
de esposo?
SIMANEO: Y
entraron juntos
en la
tienda. Éste es el fin.
FINEO: Si de mi
vida lo fuera,
fuera
menos infeliz.
¡Cielos,
que pudo ofenderme
un humano serafín!
Aquellos
ojos que al sol
prestan
luz en su cenit,
aquella
boca en que el alba
puede
aprender a reír,
aquellos
rubios cabellos
viva
afrenta del Ofir,
aquel
cuerpo que pensaba
que era
cerrado jardín
en otros
aleves brazos
con
pensamiento tan vil
descansan
cuando por bellos
corren los aires tras mí.
¿Qué es esto. Dios de
Israel?
¿Cómo
puedes consentir
mi agravio
si por servirte
dejo
vencido a Jabín?
Cuando
Débora y Barac,
Zabulón y
Neftalí
sustenté
con mis ganados
desde el
valle de Senín;
cuando tu
ley esperaba
lleno de
gusto seguir,
hallo que
Jael me afrenta,
la hija de
Benjamín.
Si yo
ayudé a que tu pueblo
sacudiese
la cerviz
de la
opresión en que estaba,
¿cómo me pagas así?
¿Éstas fueron las promesas?
¿Éste es el llorar,
fingir?
¿Qué
importan armas de acero
contra un
error femenil?
La más
casta, la más noble
sabe
burlar y mentir.
¿Quién
puso el error en ébano
de tan
delgado viril?
Mi
esperanza que imitaba
al ancora
y al delfín
en el mar
de mis agravios
no ve puerto en qué surgir.
Sólo la
venganza puede
darme el
gusto que perdí.
Espada, en
sangre teñisteis
las
corrientes del Carit
por las ajenas venganzas,
tomad agora barniz
con la sangre de esta
ingrata.
¡Pague el
daño con morir!
¡Oh, estrellas, ojos que puso
el artífice sutil
en dorados epiciclos
sobre el
globo de zafir,
ved, agora, mi venganza!
SIMANEO: ¿Qué
pretendes?
FINEO:
Dar matiz
con la
sangre de los dos
a aqueste
ameno pensil.
SIMANEO: ¿No
adviertes, que si te sienten
entrambos
podrán hüir?
Ven sin que nadie te vea.
FINEO: Bien
dices.
SIMANEO:
Ven por aquí;
por detrás
del pabellón
puedes
entrar.
FINEO:
Resistir
no puedo
el furor, y el brazo
ya sin
aliento sentí.
¡Ay, si
fueran ilusiones
mi suerte
fuera feliz!
¡Si fuera
sueño, y despierto
mi adorado
serafín
viera
entre los brazos míos!
Lágrimas,
¿dónde venís?
¿Pretendéis acobardarme?
¿Qué es lo
que queréis de mí?
SIMANEO: Ven,
callando.
FINEO:
¡Ay, mi Jael!
Apenas
puedo decir
tus
mudanzas me vencieron
cuando a
Sísara vencí;
pero este puñal, oh ingrata,
de tu
pecho de marfil
sacará por
bocas rojas
el alma
que puse en ti.
Vanse. Salen SÍSARA y JAEL
SÍSARA: A tu
noble proceder
estoy tan
agradecido
cuanto cansado y dormido;
que no hay
más que encarecer.
Dióme
la dulce bebida
tanto
gusto, Jael bella,
que pienso
que estuvo en ella
el remedio
de mi vida.
JAEL: Duerme
y descansa, señor,
seguramente podrás,
pues ya
satisfecho estás
de mi
cuidado y amor.
SÍSARA: Para
que en nada repare,
ponte,
porque no me ofenda,
a la
puerta de la tienda,
y si
alguno preguntare
si
alguien está dentro, di
que no hay
nadie.
JAEL:
Bien está.
SÍSARA: El sueño
importuno va
triunfando
en todo de mí.
A tus manos [me] he ofrecido
tras de tan adversa suerte;
en la
imagen de la muerte
de la vida
me despido.
Vase SÍSARA
JAEL: Símbolo
de la soberbia,
ya que tus
ojos no ven
y te
recibí contenta
para matarte después,
hoy daré
fin a tu vida,
y fama
heroica daré
a mi
nombre, pues altiva
he de triunfar y vencer.
Dios que hicisteis que en Adán
todos los dones estén,
y luego los
repartisteis
con divino
proceder,
le disteis
a Job paciencia,
la edad a
Matusalén,
y por
gloria de su esposo
la
hermosura de Raquel,
para
envidia de Caín
la santa
inocencia [a] Abel,
generación
[a] Abrahán
de quien
[he] de descender,
a Jacob
sagacidad
y ligereza
a Ismael,
pon en mí
la fortaleza
aunque indigna de este bien.
Armas faltan a mis manos;
mas pocos son menester.
Donde tu favor acude,
no faltará quien las dé.
Basta este
clavo, que hace
de aqueste
roble parén
adonde
estriba la tienda.
¡Qué
presto el martillo hallé!
Salen FINEO Y SIMANEO [sin ser vistos por JAEL]
FINEO: Confieso
que voy dudoso;
que es imposible creer
tal falta en tal hermosura.
SIMANEO: Tú lo
verás, como estés
atento.
FINEO:
Aun los pies no muevo,
¿qué es lo
que hace?
SIMANEO: No sé.
Con un
clavo y un martillo
está.
FINEO: Pues, ¿qué puede hacer?
Los ojos
vueltos al cielo
como a
Dios en el Horeb,
su primero
capitán
[el]
famoso Josüé,
habla
entre sí.
SIMANEO:
Escucha y calla.
JAEL: Débora, la
que en Betel
el
espíritu divino
habló
contigo tal vez,
ruega por
mí en este trance.
Padre y
caudillo Moisés,
hoy con tu
favor imito
al ilustre
Josüé;
la punta
pongo en sus sienes
por las hojas de laurel.
Dios vaya conmigo.
FINEO:
¡Ay, cielos!
SIMANEO: ¡Voto al
cielo, me engañé!
SÍSARA: ¡Muerto
soy, oh santos dioses!
¡Oh,
engañosa mujer!
JAEL: Clavado en
el suelo está.
De esta
suerte le tendré.
Salen DÉBORA, BARAC, ABDÍAS, y otros
DÉBORA: Llegad;
que según las señas
quizá
podrá ser que esté
en esta
tienda.
JAEL:
Llegad,
donde
muerto le veréis.
DÉBORA: Tened, no
paséis de aquí,
que
abierto el azul cancel
del cielo,
admiro el milagro
del más
Supremo Poder.
Figura
Jael ha sido
de la que
con sólo el pie
la cabeza
del dragón
ha de
quebrar y romper.
Sísara fue
del pecado
figura.
BARAC: Dejadme ver
el más crüel enemigo
de mi pueblo de Israel.
DÉBORA: Bendita tu
casa sea,
y bendita eres, Jael,
entre todas las mujeres,
hijas de Jerusalén.
FINEO: Deja que bese tus plantas.
SIMANEO: Yo soy el
que más erré,
y es bien
que perdón te pida,
[puesto]
que no sé de qué.
JAEL: Te
perdono.
FINEO:
Desde agora,
esposa,
sigo tu ley.
JAEL: Y yo mis
brazos te doy.
BARAC: Marchad
todos [a] Haroset
donde
acabe la arrogancia
que tuvo el bárbaro rey
de Canaán.
SIMANEO:
Si no me casas,
conmigo
andarás crüel.
JAEL: Tamar es
tuya.
FINEO:
Y acabe
la comedia
y baste el ver
que sus
faltas os confieso
para que
las perdonéis.
FIN DE LA
COMEDIA