ACTO PRIMERO
Hacen ruido de caza dentro y salen la INFANTA
con
venablo y PORCIA
INFANTA: ¡Qué
dichosa hubiera sido,
Amor, si tú
no supieras
que son
celos y no fieras
los que al
monte me han traído!
¿Quién
podrá decir que celos
me traen
fatigando montes
que en alegres horizontes
son columnas de los cielos?
PORCIA: Yo a lo
menos lo dijera.
INFANTA: ¿La caza y
amor no son
de
distinta condición?
PORCIA: Di, ¿cómo?
INFANTA:
De esta manera:
Al
conde Alarcos amé.
Afición es
peregrina.
Fuerza de estrellas me inclina.
Resistí, y
en vano fue.
Creció
amor. Súpolo el conde;
que mis ojos sin temor
fueron lenguas, porque amor,
cuando calla, no se
esconde.
Prometíle ser su esposa,
y cuando a
razón como ésta
esperaba
una respuesta
dulce,
alegre y generosa,
dudoso
me niega el sí,
huye
tímida la mano.
Ya que
bien tan soberano
le turbaba atribuí
sus
dudas, pero después...
-- aquí el
alma se me arranca --.
Sospeché
que amaba a Blanca.
No es
sospecha, verdad es.
Fuése a
la guerra y, ausente,
celos y amor me embistieron;
que
afectos en mí no fueron
sino una
pasión ardiente.
Dejó la
guerra vencida
el conde
con su prudencia;
Blanca me
pidió licencia
cuando
supo la venida.
Enferma
vino a esta aldea
según
dijo, y yo imagino
que a esta
soledad se vino
para que
el conde la vea.
Mi
envidia, en efecto, lucha
con
recelos inhumanos.
Salen GIL y BARTOLA, villanos
PORCIA: Acá salen
dos villanos.
INFANTA: Pues,
retírate y escucha.
Cantan
BARTOLA:
"Si era hermosa la mañana,
más
hermosa era la aldeana".
GIL: "Que
si linda es la parida,
las torrijas son más lindas".
BARTOLA: Suelta
el prato, Gil.
GIL: ¿También
suelen las que paren hijas
almorzar de estas
torrijas?
A fe que
me saben bien;
linda cosa
es el parir
si de
éstas se han de almorzar.
BARTOLA: ¿Y el
dolor?
GIL:
Así, apretar
bien los dientes y sofrir.
BARTOLA: Dame
siquiera una sola.
GIL: ¡Oh, qué
presto que acodiste!
Dime, ¿cómo las oliste
si no hay
narices, Bartola?
BARTOLA: ¡Cómo
engulles!
GIL:
¿Por qué no?
Cuando
señora paría,
y la
comadre decía,
"aprieta", apretaba yo,
teniéndola de manera
que en
gran peligro nos vimos.
Pero en
efecto parimos
yo, señora
y la partera.
INFANTA: Porcia,
¿los has entendido?
PORCIA: Bien,
señora.
INFANTA:
¡Labradores!
GIL: No se irá
la fiesta en frores;
las
torrijas han olido.
Ya se
acaban, yo me esfuerzo.
Éstas
vienen con venablos.
¿Habéís
parido? ¡Dïablos!
¿Tres
acodís a mi almuerzo?
INFANTA: ¿Cómo
se llama esta aldea?
BARTOLA: Selva
Florida se llama.
GIL: ¡Y a fe de
Gil que la dama
que lo
pregunta no es fea!
Bartola
de Bercebú,
juro a
esta cruz, ¡vive Dios!,
y vuelvo a
jurar, ¡por Dios!
Es más
hermosa que tú.
A la
INFANTA
Si
antes hubiera venido,
almorzara,
por mi fe,
muy a su
sabor.
INFANTA:
¿Y qué?
GIL: Torrijas,
que hemos parido
y alegramos el suceso.
BARTOLA: ¡Calla,
necio!
GIL:
¿Soy bobillo?
Yo tenía
de decillo.
Bonico so
para eso.
INFANTA: ¿Quién
ha sido la parida?
GIL: La señora
del lugar.
INFANTA: ¿Qué decís?
GIL:
Bien sé callar;
no dije
chisme en mi vida.
INFANTA:
(Escuchando estos rigores,
Aparte
toda el
alma se me abrasa).
GIL: Parió la
otra en su casa,
¿y sentís vos los dolores?
INFANTA: ¿De
quién parió?
GIL: De mil modos
se cuenta.
INFANTA:
(¡Ay, amor crüel!) Aparte
GIL: Cuál dice
éste, cuál aquél;
mas yo
pienso que es de todos.
(Como purga es un secreto; Aparte
callar
será reventar.
Déjame
Bartola hablar).
INFANTA: Sois
labrador muy discreto.
GIL: Sí,
señora.
INFANTA:
¿Y qué ha parido?
GIL: Una niña
como el sol.
No es tan
bello su arrebol
cuando del
alba ha nacido.
Lindo
pelo, ojos bracos,
blancos y
negros. Su madre
ya se
levanta.
INFANTA:
Y su padre,
¿quién es?
GIL:
Un conde Zalacos.
INFANTA: ¡Calla,
traidor!
BARTOLA: ¿Qué dijiste?
GIL: Yo, ¿qué
he dicho?
INFANTA:
Airados cielos,
¿rayos
dais en vez de celos?
Muerta
soy. ¡Ay de mí, triste!
Sale RICARDO
RICARDO: Ya era
tiempo que te halle
el que
siguiéndote viene.
Desde esa
cumbre, a quien tiene
miedo y
respeto este valle,
calar
la salva te vi
con
espíritu gallardo.
INFANTA: Aún no me
hallaste, Ricardo,
porque yo
no estoy en mí.
Sale BLANCA
BLANCA: (La
infanta es ésta. ¡En qué extremos Aparte
de cuidado
y pena asisto!)
PORCIA: Blanca
sale y ya te ha visto.
INFANTA: Pues, dolor, disimulemos.
BLANCA: ¡Señora! ¿En Selva Florida
vuestra
alteza? Vos, señora,
¿hacéis
campos de la aurora,
hacéis
reinos de la vida
estos valles? ¿Vos aquí,
o con
cuidado y acaso,
produciendo a cada paso
una rosa,
un alhelí?
Dadme
la mano.
INFANTA:
Levanta.
BLANCA: (¿Qué
venida es ésta, cielos? Aparte
Cuidados
miro y recelos
en el
rostro de la infanta.)
INFANTA: Blanca,
¿cómo estás?
BLANCA: Señora,
habiéndote
visto, buena.
INFANTA: (¡Que se
disimule pena Aparte
que siglos
creció en una hora
y es de
males un abismo!)
Yo la
madrina seré.
BLANCA:
¿Madrina? ¿Cómo? ¿De qué?
INFANTA: Luego,
¿está hecho el bautismo?
BLANCA: ¿De
quién?
INFANTA: De la niña.
BLANCA: (Muerte, Aparte
agora,
agora pudieras
embestirme, sin que fueras
terror de
la humana suerte.
¡Ah,
villanos!) Yo no entiendo,
mi señora,
lo que dices.
(¡Qué
casos tan infelices Aparte
está el
alma previniendo!)
INFANTA: No te
turbes, que bien sé.
BLANCA: ¡Habla más
paso, por Dios!
Retírate de estos dos.
No me injuries.
INFANTA:
Hija fue
de tu
esposo. ¿Qué cuidados
puede
dar? Nunca el Amor
fue
contrario del honor
cuando
están acompañados.
Bien sé
que la niña es tal
que, ya
llore o ya se ría,
a la
aurora desafía
en belleza
celestial.
BLANCA: (¡Ah,
traidores!) Aparte
INFANTA: De tal rama
yo he de
amparar la fortuna.
A RICARDO
¿Oyes?
Entra, y en la cuna
o entre
los brazos del ama
hallarás la flor de lis
sexta de
Francia. En secreto,
con
cuidado y con respeto
la
llevarás a París.
Yo te
la quiero crïar.
A ser mi
hija comienza.
BLANCA: Si
honestidad y vergüenza
me dan
licencia de hablar,
señora,
el conde es mi esposo,
y nos
dimos con las manos
los alientos soberanos
de las almas.
Fue dichoso
en esto
mi pensamiento,
pues se ve
correspondido
mi mucho
amor, y excedido
mi propio
merecimiento.
En
dulce correspondencia
fue mi
dueño, y suya fui.
Sólo has
de culparme a mí
si esto
fue sin tu licencia.
Pero ya
que lo has sabido,
del
silencio no te quejes.
Suplícote
que me dejes
lo que de
ambos ha nacido
para que yo en esta aldea
a los
pechos del amor,
crïar
pueda a Blancaflor,
que éste
es su nombre.
INFANTA: (¡Que sea Aparte
mi
fortuna tan ingrata
que yo
miro, escucho y hablo
sin que
atraviese el venablo
a la fiera
que me mata!)
Yo la
tengo de crïar,
que en
esto puse mi gusto.
BLANCA: (Replicar
no será justo.) Aparte
Los pies
te quiero besar
por la
merced.
Sale RICARDO con la niña
RICARDO:
Ya la llevo.
BLANCA: Déjame
verla.
INFANTA:
Despacio
la veremos
en palacio.
BLANCA: ¡Oh,
infanta, cuánto te debo!
RICARDO: ¡Mil
bendiciones te den!
Cara
tienes de alegría;
ya, como
si fueras mía,
empieza a
quererte bien.
El
cielo dé a tu belleza
larga edad
que se repita,
y con tus
años compita
la misma
naturaleza.
Tu
juventud y beldad
vivan en
verano eterno,
sin que se
atreva el invierno
de la
vejez a tu edad
porque
el tiempo mal ofende
lo que inmortal debe ser.
INFANTA: Prevénte
para volver
a palacio.
[Vase RICARDO].
Dentro ruido
PORCIA:
El rey desciende
al
valle.
BLANCA:
Esta villanía
no ha sido,
traidores sola.
GIL: La culpa
tiene Bartola
que yo
callaba y comía.
BARTOLA: Yo
tenía de decillo.
Estaba,
señora, loca.
Plegue al
cielo que la boca
se me
vuelva al colodrillo.
GIL: Amén muchas veces digo.
Buena estarás de ese arte.
BARTOLA: ¿Por qué,
Gil?
GIL:
Por no besarte
si me
casare contigo.
Vanse los [tres] y salen el REY y el MARQUÉS
REY:
¡Marqués de Mantua!
MARQUÉS: ¿Señor?
REY: La infanta
está aquí.
MARQUÉS: (Y la ingrata Aparte
que con
sus desdenes mata
de amores
al mismo Amor.)
REY:
Hermana, yo te perdí
dichosamente.
INFANTA:
¿Por qué?
REY: Porque la
cueva encontré
donde vive
Malgesí.
INFANTA:
¿Hablóle tu majestad?
REY: De años y
ciencia cargado,
al monte
se ha retirado.
Lo que me pasó escuchad:
Seguí
un ciervo herido, que en la frente
llevaba un
árbol seco, y parecía
que en los
brazos del viento diligente
un pino de
esos montes se movía.
Corrió a teñir
de púrpura una fuente
donde su
sangre en el cristal bebía,
dulces las ansias del morir haciendo
pues con ardiente sed murió
bebiendo.
De un
peñasco, que al sol agravios hace,
tiene el
cristal su descendencia clara,
porque en
su cumbre despeñado nace
y hasta
humillarse al Ródano no para.
En
laberintos de estas sendas yace
del sabio
Malgesí la gruta rara,
tan admirable, oculta y tan
incierta,
que la sirven las aguas de
antepuerta.
Sin
temor de fantásticos agravios
penetré
las corrientes vidrieras,
y vi la
gruta llena de astrolabios,
de pedazos
de estatuas y de esferas.
Entre libros, que son los mudos
sabios,
esqueletos miré de hombres y
fieras.
Horror daban las sombras y podía
temblar de ellas la luz,
forma del día.
En sus lóbregos senos me han
llamado
hijo de Carlo Magno, y era
un viejo
que con su
larga vida ha porfïado,
hijo del
tiempo, padre del consejo.
Después de
haberme el sabio agasajado,
"Mírate", dijo "oh Rey, en ese espejo".
Miréme, y
no me vi entre sus cristales,
que fueron los reflejos celestiales.
Una hermosura vi tan
soberana
que su
deidad a adoración provoca,
de sol,
marfil de oro, nieve y grana
ojos, cuello, cabello, frente y boca.
Aquí mi
admiración, o ciega o vana,
al espejo
da vuelta, el cristal toca.
Un niño
pareció que asir procura
lo que al
espejo ve, que es su figura.
¡Oh, singular mujer! Ya tu belleza
impresa se
quedó en mi fantasía;
copiar
podrá de ti naturaleza
cuantos
prodigios de hermosura cría.
Si tal era
la concha y la corteza,
la perla y
la médula, ¿cuál sería?
Yo pienso
que entre abismos de luz pura
es la
sombra del alma su hermosura.
Díjome
Malgesí, "La que has mirado,
aunque le
pesa a la fortuna ingrata,
para tu
esposa te previene el hado.
El tiempo
esta fortuna te dilata;
mas vive
sin casarte confïado,
mientras
al oro no peinares plata".
Y así
pienso adorar eternamente
esta
hermosura que copié en la mente.
INFANTA: ¡Grave
prodigio!
MARQUÉS:
¡Espejo milagroso!
INFANTA: (¡Oh,
quién mirara en él mis males fieros!) Aparte
MARQUÉS: (¡Quién
viera en él si yo seré tu esposo!) Aparte
VOCES: ¡Un oso
baja al valle!
REY: Los monteros
siguen con
los lebreles algún oso,
y yo a
matar saldré con los aceros
la fiera.
VOCES:
¡Que desciende el oso al valle!
REY: ¡Dile a
esa gente bárbara que calle!
Vanse y sale el CONDE Alarcos
CONDE: Dé a
los caballos el prado,
hierba y
flores mientras vengo.
Nuevos
espíritus tengo,
Amor,
después que he llegado
a esta
aldea; que es sagrado,
que es
depósito del día,
que es
centro del alma mía,
que esfera
es de la luz bella
y epiciclo
de la estrella
que me
influye y que me guía.
¡Oh,
Blanca, cuánto me debes!
¡Oh,
Blanca, cuánto te debo!
A rayos de sol tan nuevo,
¿qué cuidados no son leves,
y qué siglos no son breves?
¿Qué desmayo no es
aliento,
y qué
pesar no es contento?
Todo es
alegre contigo.
¡Con qué
afectos que lo digo!
¡Con qué
fuerzas que lo siento!
Sale GIL
GIL: ¿Yo
desterrado? ¡Eso no!
¿Qué dirá
quien me topare?
Si ella
pare o si no pare,
¿qué culpa
tengo yo?
Páguelo
quien lo comió.
CONDE: ¿Está en
casa Blanca bella?
GIL: No me
pescude por ella;
que es una
mujer perdida.
De un
marqués está parida,
y el tal
hombre vino a vella
y se
llevó a Blancaflor.
CONDE: ¡Ten,
traidor, le lengua muda,
que te
mataré!
GIL:
(Sin duda Aparte
que éste
ha sido el malhechor!)
¡Señora! Aquí está señor.
Rebuscar quiere la viña.
Esté
alegre, no me riña.
¡Albricias, albricias pido!
Sale BLANCA
BLANCA: Necio, ¿de
qué?
GIL:
Que ha venido...
BLANCA: ¿Quién?
GIL: El
padre de la niña.
BLANCA: Tus
simplezas maliciosas
ya no se
pueden sufrir.
CONDE: Al alba he
visto reír,
llorando
perlas y rosas,
en estas
selvas hermosas.
BLANCA: ¿Qué mal
puede haber tras esto?
Y a un
dulce amor tan honesto,
¿quién los
brazos le negó?
Abrázale
GIL:
¡Toma! ¿No lo dije yo?
Más
torrijas habrá presto.
BLANCA: Mi
dueño, conde y señor,
¿cómo
vienes?
CONDE: Blanca mía,
como el
que espera y confía
con
cuidado y con amor,
vencido si
vencedor.
Vencido de
tu hermosura,
de tu fe
constante y pura,
vencedor
como soldado
y, en efecto, enamorado
con razón
y con ventura.
BLANCA: Yo,
conde y esposo mío,
pedí a la
infanta licencia.
Harto ha
sido que en tu ausencia
tuviese
valor y brío.
A esta isla
que hace el río
me vine
muerta de amores,
y apenas sentí dolores
cuando mis ojos miraron
una niña que envidiaron
las
estrellas y las flores.
A la
luz primer, al paso
primero que dio en la vida,
llorar la
vi enternecida,
como si
fuera al ocaso.
Y a no ver
que en este caso
son
comunes perlas tales,
pensara
que eran señales
de
desdichas con razón;
pero no,
que en todas son
las
lágrimas naturales.
Lloró
al fin; y yo reía
con gozo
de ver, señor,
que era
tuya Blancaflor.
No me
acordé que era mía.
La infanta,
al fin, no la cría,
porque de
ello fue gozosa.
¡Que soy tuya y soy dichosa!
¿El color has demudado?
¿Qué tienes? ¿Qué te ha turbado?
CONDE: ¡Oh,
fortuna rigurosa!
BLANCA: Conde,
¿recibes pesar
de verte
con prendas mías?
¿Te enfadan mis alegrías,
y te has cansado de amar?
CONDE: Blanca,
no, pero al contar
que
tuviste por mi amor
dolor y
gozo mayor,
me ha
quitado el alborozo
de la
memoria del gozo
la memoria
del dolor.
BLANCA: Fue,
conde, gran turbación.
No
disimules conmigo.
CONDE: Mal
hiciera, y así digo
que, con
ciega inclinación
me
descubrió su afición
la
infanta, y agora temo
que este
favor tan supremo
no pare en
algún pesar,
pues no
sentir es pasar
de un
extremo en otro extremo.
BLANCA: Es
ciega desconfïanza;
que es un
ángel soberano.
Vuelve a
dar esa mano.
CONDE: Sí, daré,
con esperanza
de que no
ha de haber mudanza
en mi
dicha, y pediré
que en
público te la dé
por merced
al rey.
BLANCA:
Señor,
bien lo
merece mi amor.
[................... -é].
CONDE: Tuyo he de ser.
BLANCA:
¿Aunque pese
a la
infanta?
CONDE:
Sí, señora.
BLANCA: ¡Gran
dicha!
CONDE:
De quien te adora.
BLANCA: ¡Dulce
bien!
CONDE:
Mi fin es ése.
BLANCA: ¡No cese
tu amor!
CONDE:
¡No cese!
BLANCA: Vete,
pues.
CONDE: Contigo quedo.
BLANCA: ¿Vas sin
miedo?
CONDE:
Voy sin miedo.
BLANCA: Juntos
vamos.
CONDE:
¿Quién?
BLANCA: Los dos.
CONDE: Pues
adiós, mi Blanca.
BLANCA:
Adiós.
CONDE:
¿Olvidarásme?
BLANCA:
No puedo.
Vase el CONDE
No
podré olvidar, bien digo,
aunque se
caigan los cielos;
pero podré
tener celos
disimulados contigo.
¡Ay,
esposo! ¡Ay, dueño amigo!
¡Cómo me
has dejado lleno
el corazón
de veneno!
¿Que la
infanta quiere así?
¡Tened
lástima de mí
alto
monte, valle ameno!
No
quise desconfïar
y encubrí
la pena mía.
¿Qué
amante que desconfía
da
lecciones de estimar?
Agora
salga el pesar
que en el
corazón me dejas,
pues de mis ojos te alejas.
Salgan, salgan como entraron
pero,
¿cuándo se aliviaron
los
pesares con las quejas?
A
palacio vuelvo. Cielos,
hija y
esposo me llevan,
permitid
que no se atrevan
más a mi
amor estos celos.
Salen GIL y BARTOLA a la puerta
GIL: Blanca
está llorando duelos.
BARTOLA: Unos van y
vienen otros.
GIL: Aquí, aquí
estamos nosotros.
¿Qué
tienes?
BLANCA:
¡Celos tiranos!
¿Todo lo
escucháis, villanos?
¡Dios me
libre de vosotros!
Vanse y salen el MARQUÉS y la INFANTA
MARQUÉS: Ya que
volviste a palacio,
dejando
montes y fieras,
oír,
señor, pudieras
más atenta
y más despacio
mis quejas y tus mudanzas,
mi desdicha y tu
crueldad.
INFANTA: ¿Cómo ha
de tener piedad
quien de
muertes y venganzas
alimenta el pensamiento?
¿He de
escuchar con rigor
lo que tú llamas amor
y yo llamo
atrevimiento?
¿Cuándo
usó discreto amante
de
lenguaje tan villano?
Sed,
marqués, más cortesano;
habladme
de aquí adelante
en estilo
superior.
El que
sirve y galantea,
ni se
queja ni desea,
ni aún ha
de nombrar amor.
MARQUÉS: (Con
sus desdenes me cela.) Aparte
¡Qué
rigor!
INFANTA:
(El conde viene, Aparte
y a la
puerta se detiene.
¡Aquí
industria, aquí cautela!)
Pues
que tú y Blanca, marqués,
bien os
queréis, a mi hermano
suplicaré
que la mano
sin más
dilación le des
que esto conviene a su honor.
Sale el CONDE
CONDE: (¿Qué es
esto que escucho, cielos?) Aparte
MARQUÉS: (Si es que son hijos los celos Aparte
de la envidia y del amor,
quien
celos pide amor tiene.
Ni negar
ni conceder
será
bien.) Podrás hacer;
mas voyme,
que el conde viene.
Vase
INFANTA: Conde,
bienvenido seas.
Novedades
hallarás,
pero
después lo sabrás,
cuando de
espacio me veas.
Aunque
tú todo lo alcanzas
con
discurso y con razón,
desdichas
de Blanca son
no
solamente mudanzas.
El
marqués de Mantua y ella...
Ya me voy,
que viene gente.
(Industria
ha sido valiente Aparte
contra el
rigor de mi estrella.)
Vase
CONDE: Sin
duda que es el mayor
tormento
que el hombre alcanza,
pasar de
la confïanza
a la duda y al temor.
Verse un
alma con amor,
fe segura
y satisfecha,
cercada de
una sospecha
rigor es,
y tan extraño
que si
viene el desengaño
casi, casi
no aprovecha.
Blasoné del más dichoso,
presumí
del más querido;
ni temí
favorecido,
ni
correspondí quejoso.
Ya
infelice y sospechoso,
sin
confïanza ninguna,
de la
esfera de la luna
caí en
brazos del temor;
porque va
dando al Amor
los pasos
de la Fortuna.
Al rey
quiero suplicar
que me dé
a Blanca, y si ella
sin dudar,
alegre y bella,
la mano me
llega a dar,
no tengo
qué sospechar;
no ama al
Marqués, porque es llano
que no
vive un cuerpo humano
teniendo,
con división,
en un
puesto el corazón
y en otro
puesto la mano.
Sale el REY
REY: Conde,
tus brazos aguardo.
Blasonando
eternamente
de soldado
tan valiente
y de
francés tan gallardo.
En hora
dichosa vengas,
pues, como
César, venciste.
Tus
victorias me escribiste;
laureles
dichosos tengas,
conde
amigo.
CONDE:
El que en tu boca
mereció
ese nombre oír,
bien se
atreviera a pedir...
REY: La mitad
del reino es poca.
CONDE: Blanca,
señor...
REY:
No prosigas,
ni
explicarse amor pretenda;
que basta
que yo lo entienda.
No es
menester que lo digas.
Salen la
INFANTA y BLANCA
INFANTA: ¡Por
vida del rey mi hermano,
y por los cielos, que es más
juramento, que si das
al conde
Alarcos la mano,
y te
arrojares a ser
suya, que
el alma te aflija,
dando la muerte a tu hija,
pues la
tengo en mi poder!
Ya
publiqué mi venganza,
ya he
confesado mis celos,
ya he jurado por los cielos.
Ni clemencia ni mudanza
puedes
esperar de mí.
BLANCA: Mal puede
haber tiranía
en quien
es la luz del día.
INFANTA: No me has de obligar así.
Entre enojos y pesares,
necias las lisonjas son;
la mayor obligación
será si no te casares.
BLANCA: ¿Y cómo
quieres, señora,
que
aventurando mi honor,
no
corresponda al amor
de quien
me estima y me adora?
INFANTA:
¡Bárbara, calla esa injuria,
y a tu mal
los labios no abras,
porque son
esas palabras
alimentos
de mi injuria!
BLANCA: A quien
eres corresponde.
Señora,
¡ten compasión!
INFANTA: Ésta es ya
resolución:
o sin hija
o sin el conde.
REY: Blanca
hermosa, a tus cuidados,
que en la
memoria los tengo,
dichoso
dueño prevengo
que dejará
coronados
de blasones y trofeos
los timbres de tus mayores.
BLANCA: (Aquí logro
mis amores.) Aparte
INFANTA: (Aquí
mueren mis deseos.) Aparte
REY: Al
conde tiene aquí.
Menos
dueño no mereces.
Si mi
cuidado agradeces,
dale la
mano.
INFANTA:
(¡Ay, de mí! Aparte
Si se
desposa con él,
seré
asombro de mujeres.)
BLANCA: Dime,
señora...
INFANTA:
¿Qué quieres?
BLANCA: ¿Y que
serás tan crüel?
INFANTA: No
provoques mi paciencia.
Daré ejemplos de crueldad.
Aspid seré sin piedad.
Tigre seré sin
clemencia.
¡A tu
hija daré muerte,
y aún te
la daré a comer!
BLANCA: (Amor,
¿qué tengo de hacer? Aparte
¡Trance es
riguroso y fuerte!
Confusa
estoy. Estoy loca.
¡Perdida
soy, ay de mí!
Cuando
quiero decir "sí"
me cierra
un hijo la boca.
Tiéneme
el amor tirano
entre la
gloria y tormento,
como el
enfermo sediento
que tiene
el agua en la mano,
cuando
los labios se arrojan
a beber,
el corazón,
temiendo
su perdición
les
detiene; ellos se mojan,
y
queriendo proseguir,
el temor
los embaraza,
la fiebre
los amenaza;
y entre el
beber y el vivir
mira
luchando a sus ojos,
con la
dudosa inquietud,
las ansias
de la salud
y el rigor
de sus antojos.
Así yo,
triste, así yo
temo, dudo
y me fatigo.
"Sí" quiero decir, y digo
un
"sí" que no es "sí" ni "no";
porque en
estos accidentes,
aunque el
alma le ha firmado,
se queda
mal explicado
entre la
lengua y los dientes.)
CONDE: (Este
silencio es dudar. Aparte
esta duda
es no querer.
¿Si la ha
turbado el placer?
¿Si la
suspende el pesar?
Amor, ¿qué he de presumir?
¿Qué es turbación? Mas, ¡ay cielo!,
hallar en todo consuelo
no es
bondad, es no sentir.
Si la mano
señal es
que al
alma se corresponde,
será la
mano del conde,
siendo el
alma del marqués.
Reloj
es desconcertado
Blanca en
sus acciones ya,
porque la
mano no está
en el número que ha dado.
¡Ay,
desengaño crüel,
y qué
tarde que viniste!)
REY: ¿Cómo,
Blanca, enmudeciste?
Pálido he
visto el clavel
de tus mejillas. Responde.
¿Qué tienes? ¿Qué te ha turbado?
BLANCA: Señor, el
haber callado
me ha de
agradecer el conde.
Si en
la merced que me has hecho
conozco el
honor que gano,
no le
negaré la mano,
sí, abrí
las puertas del pecho.
(Pero
soy tan desdichada.) Aparte
Dame,
señora, licencia.
INFANTA: A prueba
de mi paciencia
estás,
Blanca, porfïada.
¡Mira
lo que haces!
BLANCA: (¡Embistan Aparte
mil
tiranos desvaríos!
Valor
tengo y tengo bríos
que tus
crueldades resistan.
Deshoje, pues, tu rigor
un clavel
recién nacido;
que con
hija y sin marido,
no queda bueno mi honor.
[Al REY]
Por
dueño al conde he aceptado;
digo mil
veces que sí.
CONDE: Déjame
pensar a mí
pues tú,
Blanca, lo has pensado.
REY: Si el
casarse es bueno y santo,
malo es sin duda también.
(Pues que,
queriéndose bien, Aparte
éstos dos
lo temen tanto,
bien
hago yo en dilatar
a mi
juventud gallarda
bodas que
mi reino aguarda
y que tarde
ha de lograr.)
CONDE: (De sí
mismo desconfía Aparte
el que de
Blanca ha dudado,
pues es
decir que ha pensado
que yo no
la merecía.)
La
mano, Blanca, te doy.
BLANCA: Y yo, para
agradecerte,
el alma.
INFANTA:
(¡Echada es la suerte! Aparte
¡Atrevióse! ¡Muerta soy!
Si es
mi dolor sin segundo,
si son
locos accidentes,
seré grima
de las gentes,
asombro seré del mundo.)
Habla con RICARDO al oído y [él se va]
¿Oyes,
Ricardo?
CONDE: Señora,
cuanto el
sol mira eminente
en los mares del poniente
y los mares del aurora
me da alegre el parabién.
Dije mal. Todas las cosas,
o corridas o envidiosas
mis
glorias inmensas ven.
BLANCA: Conde,
tu amor reverencio,
mas cuando
en ilustro modo
no se puede decir todo
es
retórico el silencio.
CONDE: Dénos
vuestra majestad
la mano.
REY: Viváis los dos
muchos años. Tomad vos,
y vos,
Blanca, levantad.
CONDE: A la
infanta, mi señora,
pidamos
también la mano.
INFANTA: ¿Qué te
casaste, villano?
CONDE: Sí, porque
Blanca me adora.
INFANTA: ¿Y mi
amor?
CONDE:
No lo creí.
INFANTA: ¿Y mi
esperanza?
CONDE: Fue flor.
INFANTA: ¿Y mis favores, traidor?
CONDE: Nunca yo
los merecí.
BLANCA: Déme tu
alteza la mano.
INFANTA: Que os dé
la mano bien es
la que os
ha de dar después
el castigo
más villano.
BLANCA: En tu clemencia confío.
INFANTA: ¡Ah,
falsa, que me has quitado
el esposo
que he adorado!
BLANCA: ¡Ay,
señora, que era mío!
REY: Dale tu
mesa este día
a Blanca,
como se usó
en mi palacio,
que yo
le daré al
conde la mía.
Regala
a la desposada.
Agasaja su
belleza.
Ven,
conde.
CONDE:
Vuestra grandeza
viva,
señor, envidiada.
Vanse
BLANCA: (Sola he quedado. ¡Ay de mí! Aparte
De estos
favores me pesa.)
INFANTA: No está
bien aquella mesa
donde
está; pasadla aquí.
BLANCA:
(Sobresaltos me molestan;
Aparte
colores turban
mi cara.
Estas
honras perdonara
por el
temor que me cuestan.
Ya he
comenzado a sentir
el corazón
tan estrecho
que no me
cabe en el pecho.
Latiendo
está por salir).
Sacan la mesa
INFANTA: (¡Qué
ame yo sin esperanza! Aparte
¡Que adore yo sin remedio!
Montes se ponen en medio.
Pasarálos
mi venganza.
Ningún
consuelo promete
el amor en
mi pesar,
si no es
sufrir y callar).
Poned ahí
un taburete.
Y cante
Porcia, que quiero
aumentar
esta tristeza.
PORCIA: Siéntese
ya vuestra alteza.
INFANTA: Dadme
aguamanos primero.
Canta
PORCIA:
"Inhumanos son los celos,
pues a su
envidiosa rabia
añade
lisonja el ser
ministros
de su venganza".
Siéntanse la INFANTA en una silla y BLANCA en
un taburete, sirviendo las damas la mesa. Dan aguamanos a la
INFANTA mientras canta PORCIA y BLANCA sirve la
toalla. Sale
RICARDO con un jarro de plata con sangre y un corazón
entre platos
RICARDO: Dime lo
que determinas
que aquí
está.
INFANTA:
(¡La acción es fiera!) Aparte
Déjalo ahí
y salte fuera.
Pone
el plato y vase
Sirvan damas y meninas.
Agua me diste y agora
aguamanos
te he de dar.
BLANCA: Ése no es
modo de honrar
a tu
crïada, señora.
Yo me lavaré después
de comer.
INFANTA:
Es ignorancia
si ves que
en Italia y Francia
ceremonia
y uso es.
¿A las
honras que yo ofrezco
qué
francesa se negó?
BLANCA: ¿No se puede excusar?
INFANTA: No.
BLANCA: Pues, si
es así, yo obedezco.
([................ -ón] Aparte
Honras
dadas de esta suerte
halagos
son de la muerte,
lisonjas
de la traición).
¿Qué
agua es ésta?
Échale la
INFANTA sangre en lugar de agua
INFANTA: No des voces.
BLANCA: Dime,
señora, ¿qué has hecho?
INFANTA: No es
nada, sosiega el pecho.
Es tuya, ¿no
la conoces?
BLANCA: Dime si
ha sido amenaza
o si fue
el mismo rigor.
¡Mátame
presto el dolor!
Que el
alma me despedaza
ver
esta sangre en mis manos.
INFANTA: Es decirte
lo que fuera
si tu sangre se vertiera.
Avisos
son.
BLANCA:
Y no vanos.
¡Qué
sobresalto me has dado!
INFANTA: Siéntate a
comer.
BLANCA:
No puedo,
que la
alteración y el miedo
los sentidos me ha quitado.
INFANTA:
Llega. ¡Acaba, impertinente!
BLANCA: Cuando ve
sangre delante,
vuelve
atrás el elefante
porque es
animal prudente.
De lo
que tu alteza manda,
huír será
más cordura.
Si es el
agua sangre pura,
¿qué puede
ser la vïanda?
INFANTA: Espanto
de poco tienes.
¿Obedecerme no es ley?
Blanca,
por vida del rey,
que me
enoje si no vienes.
BLANCA: Por
excusar tus enojos
llego, el
corazón turbado.
(Callad,
lengua. Hablad, cuidado. Aparte
Sentid,
alma. Llorad, ojos).
Vuelve a cantar y siéntase BLANCA en el
taburete
y las damas sirven
PORCIA: "Hidrópicos del enojo,
dudan sosiego en la saña
fingiéndoles su deseo,
la
ejecución amenaza".
BLANCA: ¡Todo
es turbación aquí!
¿Cuándo se
ha dado por fiesta,
cielos,
comida como ésta?
No acierto
al plato, ni en mí
halla
razón mi sentido.
El alma se
ha desmayado,
la memoria
se ha turbado,
el
discurso se ha perdido.
INFANTA: ¿Por
qué me llamas crüel?
Sin
turbación ni recato,
come,
Blanca, de ese plato.
BLANCA: ¡Un
corazón hay en él!
INFANTA: Sí.
BLANCA:
¿De quién?
INFANTA: Rigor lo ha hecho
de una
flor con su rocío.
BLANCA: Antes
pienso que es el mío
que faltó
al plato del pecho.
INFANTA: No pudo
ser tan pequeño.
BLANCA: Con el
miedo sí podía.
INFANTA: ¿La sangre
no te decía
cúyo es?
BLANCA: Parece sueño.
INFANTA: ¿Qué
dudas? ¿No das en ello?
BLANCA: Si lo
llego a presumir...
mas si
sólo he de vivir
lo que
tardare en creello
la vida
dilato así.
INFANTA: Y yo con
esto consigo
mi
venganza y tu castigo.
BLANCA: ¿Luego es
de mi hija?
INFANTA: Sí.
BLANCA:
¡Válgame Dios, pensamiento!
¿No os
reprime esta violencia?
Que a
veces tener paciencia
es falta de sentimiento.
¡Penetrad,
voces, el viento!
¡Pedid de
esta tiranía
justicia,
venganza mía,
a los
cielos! Bajad luego.
pues sois rayos hechos fuego
que mi corazón envía.
¡Hombres, fieras, montes, cielos,
dadme
entre lástimas furia
para
vengar esta injuria
de la
envidia y de los celos!
Mis ojos son Mongibelos.
¿Cómo esta casa no encienden
y mis quejas no trascienden
las celestes vidrïeras?
¿Cómo de las once esferas
iras de Dios no descienden?
¿Eres Circe sin piedad?
¿Eres bruto sin temor?
Pero vengar es razón
esta no vista crueldad.
En ti no,
que mi lealtad
ha de
salir a impedillo,
pero en mi
pecho sencillo
se ha de
mostrar el rigor,
pues tan
poco es su dolor
que hubo menester cuchillo.
INFANTA: ¡Tened
a esa loca presto!
Vase a dar con el cuchillo y tiénenla las
damas,
y sale el REY y después el CONDE y el MARQUÉS
BLANCA: Temerosa
es la malicia.
¡Justicia,
cielos, justicia!
REY: ¿Quién da
esas voces? ¿Qué es esto?
INFANTA: Blanca en
cuidado me ha puesto.
Arrepentida de ser
del conde
Alarcos mujer
perdió el
seso.
REY:
Bien decía,
cuando dudaba y temía,
que era
falta de placer.
BLANCA: Rey de
Francia, hijo dichoso
de Carlo
Magno, yo espero
que has de
ser tan justiciero
como tu
padre famoso.
Castiga,
rey poderoso,
sin que tu
sangre perdones,
las
bárbaras sinrazones
de una
mujer tan villana
que da a
beber sangre humana
y da a
comer corazones.
REY: ¡Qué
lástima!
MARQUÉS:
¡Qué cuidado!
CONDE: Poco duró
mi alegría.
¿Pero qué
mucho? Era mía.
BLANCA: Si mi mal
te ha lastimado,
¿cómo no
te has indignado
con
justicia rigurosa
contra una
fiera envidiosa
que ha deshojado crüel
la púrpura
de un clavel
y el
corazón de una rosa?
Conde,
dadme vos la muerte
pues
perdimos este día
el alma
que nos unía.
¡Muera de una
misma suerte!
REY: Mucho me
lastima el verte.
Encerrad a
Blanca aquí
mientras
pasa el frenesí.
Vase
BLANCA: ¡Que te
quedes sin castigo!
INFANTA: La tema
tiene conmigo.
BLANCA: ¡Esposo,
volved por mí!
[Llévanla]
INFANTA: Conde.
CONDE:
¿Qué queréis?
INFANTA: Mirad
con quién
os habéis casado.
CONDE: Sol
es. Vos le habéis turbado.
INFANTA: No decís,
conde, verdad.
CONDE: O es desdicha
o es crueldad.
INFANTA: Es lo que
vos no sentís.
Vase
CONDE: Pues yo
juro a San Dionís
que si fue
lo que sospecho,
que el
incendio de mi pecho
ha de
abrasar a París.
FIN DEL PRIMER ACTO