ACTO SEGUNDO
Sale el CONDE solo
CONDE: Varios
pensamientos son
los que
batallan conmigo.
¡Cómo es
terrible enemigo
la propia
imaginación!
Pensamientos tan violentos,
¿qué queréis? ¿Qué desvaríe
y de
Blanca desconfíe?
¡Eso no,
mis pensamientos!
Aunque
en mí juntando esté
mi
pensamiento tirano
lo que me
dijo el villano,
lo que a
la infanta escuché,
lo que
me advirtió celosa,
lo que el
marqués respondió,
lo que
Blanca se turbó
lo que se
quejó furiosa,
ni he
de dudar ni sentir
un átomo
de pesar.
Y esto no ha sido dudar
no fue
sino discurrir.
Dejadme, vanos antojos.
Ninguno
guerra me dé.
A Blanca
quiero por fe.
Amor,
cerramos los ojos.
Sale BLANCA a una reja
BLANCA: ¡Conde, mi bien!
CONDE:
(El amor Aparte
trae una
voz a mi pecho
que las nieblas ha deshecho
de mis dudas y temor.
Quien está su voz oyendo,
¿cómo
puede estar dudando?
Quien su
voz está escuchando,
¿cómo
puede estar temiendo?
Antes
que vuelva a mirar,
quiero ver
si estoy dudoso,
porque en
viéndola, es forzoso
adorar y
no dudar.
Pensamiento, ¿hay gloria? Sí.
Corazón,
¿Hay dudas? No.
Vuelvo a
ver quien me llamó.
Fuerza es
amor, ya la vi.
Ya la
vi, no hay que dudar.
Ya la vi,
no hay que temer.
Agora, agora placer,
es el
tiempo de llegar).
BLANCA: ¿Cómo
me negáis favores
si mi
propia furia os toca?
Encerrada
estoy por loca
y no por
vuestros amores.
Mi
dueño, amor es acuerdo
que no es
locura el amar,
ni loca se
ha de llamar
quien por
vos el seso pierde.
Furia
me dio la ocasión;
quejas me
dio el sentimiento.
El que
siente mi tormento
ése solo
está en razón.
CONDE:
Cobrando la vida voy;
darme
quiero el parabién.
¿No estás
loca?
BLANCA:
No, mi bien,
aunque en
no estarlo, lo estoy.
La que
come el corazón
de una hija, estará cuerda
cuando más
el seso pierda,
que los otros locos son.
CONDE: ¿Qué enigmas son éstas? Di.
¿Qué
corazón has comido?
BLANCA: ¿Luego no
me has entendido?
CONDE: Mi bien,
lo que presumí
es tal
que no pienso en ello.
Cosa es,
tan atroz, que hallo
que soy
crüel en pensallo.
¡Mira qué
fuera en creello!
BLANCA:
Presume, pues, un rigor
sin ley,
sin razón, sin uso.
La infanta
en la mesa puso
la vida de
Blancaflor.
CONDE: (Aquí
animarla conviene; Aparte
consolarla
es menester).
¡Ah,
miserable mujer,
qué justas
querellas tiene!
Un corazón generoso,
Blanca, no
se ha de vencer
del pesar,
ni del placer.
Caso ha
sido lastimoso;
pero no
se ha de sentir
de modo
que parezcamos
que de
razón nos privamos.
El valor
está en sufrir
los
golpes de la fortuna
con un
rostro al mal y al bien.
Vida los
cielos nos den
que al fin
la de ambos es una
que
venganza habrá y consuelo.
Callen, señora, las quejas.
Sale de prisiones y rejas.
Finge gusto, alegra el cielo
de tus
ojos y entretanto
dame una
mano.
BLANCA:
Y así
harás, esposo,
que en mí
cesen las
penas y el llanto,
porque
entre glorias y enojos
mi
corazón, más ufano
con la
gloria de la mano,
no dará
llanto a los ojos.
Dadas
las manos
CONDE: Los brazos habemos hecho
un pasadizo de amor,
por donde
pase el valor
de mi
pecho hasta tu pecho
que por las líneas y venas
darás fuerza al alma mía,
para
templar la alegría,
para moderar las penas.
BLANCA: Pues si
tú estás consolado,
y uno nos
hizo el amor,
decir
podré a mi dolor
que la
mitad me ha faltado.
Vase
CONDE: Vete, y
cesen tus enojos.
Prisa le di que se fuera
porque asomadas no viera
las lágrimas a mis ojos,
que, como las reprimían
los esfuerzos que yo he hecho
recogiéronse en el pecho
y ya de
golpe salían.
Sale el REY
REY: Conde,
tu tristeza es mucha.
Esas
lágrimas, ¿qué son?
CONDE: Pedazos
del corazón.
Rey
cristianísimo, escucha:
Tu
padre, gran señor, de quien blasona
el mundo que
sus hechos son divinos,
y en dos
águilas puso una corona
de los
imperios griegos y latinos,
la vida de
Carloto no perdona
por la
muerte crüel de Valdovinos
porque con
ser piadoso y ser cristiano
imitó la
justicia de Trajano.
Imagen eres suya, y rasgo breve
de Dios llaman al rey
algunos sabios,
porque en
balanzas siempre iguales debe
pesar, sin
excepción, nuestros agravios.
Aquí pasma la lengua, y no se mueve,
temiendo
que al abrir mis tristes labios,
el cielo
ha de tronar y sentimientos
han de
hacer a mi voz los elementos.
Blanca
sin tu licencia era mi esposa.
Quisímonos los dos secretamente,
y así de
nuestro amor nació una rosa
de quien
albas serán eternamente
mis
ojos. Era flor, la más hermosa
que en los
felices campos del oriente
a la risa
y albor de la mañana
sus ojos desplegó de nieve y grana.
Pequeña estrella fue que
apenas hace
vislumbres
cuando expira en el ocaso;
fuente que
en la ribera del mar nace
que vida y
nombre pierde al primer paso;
jazmín que
sin verdor y pompa yace
al
trasmontar el sol. ¡Oh duro caso!
Corto
vivir le destinó la suerte
pues que
nació en los brazos de la muerte.
La
infanta pues... ¡Oh cielos! ¿Quién diría
que tan
rara beldad fuera inclemente?
Mas si la
injuria lastimosa es mía,
¿quién
fuera menos que ella el delincuente?
La infanta
pues, señor, fue noche fría
que
marchitó el jazmín. Fue el oriente
que la
estrella eclipsó, y el mar ha sido
donde
expiró el cristal recién nacido.
Añadiendo un portento a otro portento,
a comer se
la dio. ¿De quién se escribe
que dé en un plato un corazón sangriento
pareciendo
su mesa de un caribe,
que el
viviente sea bárbaro alimento,
de la
misma de quien el ser recibe,
que vuelva
al centro de quien ha nacido
sepulcro
haciendo lo que cuna ha sido?
¡Oh
prodigio! ¡Oh rigor! Que no te creo
si bien a
costa de mis propios males
te admiro,
toco, siento, lloro y veo.
Si a furia
tan atroz, si casos tales
negaréis la venganza que deseo,
apelaré a
los rayos celestiales,
flechas
del arco con que Dios nos tira
cuando
levanta el brazo de su ira.
REY: ¿Qué te
podré responder?
Porque tal
atrocidad,
a no ser
tú su verdad,
no se
pudiera creer.
Rigor y enojos prevengo
y no sé cuál es mayord:
o la causa del rigor
o la
cólera que tengo.
Considerarlo conviene.
Prudente
demostración
pide tan
fuerte ocasión.
Vete, que
la infanta viene.
Vase el CONDE y sale la INFANTA
Viendo,
infanta, que ha salido
el conde
Alarcos de aquí,
de verme
enojado a mí
la causa
habrás entendido.
Cerrar
quiero. No es razón
que
descompuesto me vean
y que partícipes sean
los hombres de tu traición.
INFANTA: (Tengo
condición tan fiera Aparte
que no
sentiré desmayos
aunque
fulminase rayos
contra mí
la cuarta esfera.
No he
de negar mi rigor,
y fingir
pienso mi culpa;
que está
en mi misma disculpa
el remedio de mi amor).
REY: Dime,
bárbara imprudente,
¿refiérese
acción tan fea
de Circe
ni de Medea?
¿Muerte
das a una inocente?
¿Qué te
ha movido, crüel,
a tan loca
tiranía?
Tú no
tienes sangre mía
en ese
pecho si en él,
desterrada la piedad,
vive
furioso rigor.
INFANTA: Templa el
enojo, señor,
yo te diré
la verdad.
Yerros fueron
por amores.
Amé al
conde Alarcos.
REY: Di.
INFANTA: Entró en
mi cuarto y allí
recibió de
mí favores.
Casóse,
halléme perdida.
Negóme,
halléme celosa.
Vi a
Blanca, halléme envidiosa.
Sentílo,
halléme atrevida.
Pensé
aquella tiranía,
Ricardo la
ejecutó,
y por eso
se ausentó.
REY: ¡Gran
castigo merecía!
(Mayor
es ya mi cuidado Aparte
y mis dudas son mayores.
¿Teniendo el conde favores
de la
infanta, se ha casado?
¿Si ha
fingido ésta su amor,
y contra
sí misma miente?
Que quien
mata a un inocente
matará a su mismo honor.
Mas no;
que en humano pecho
nunca hay
furia tan crüel
cuando no
entraron en él
un agravio
y un despecho.
El alma
tengo turbada.
Por divertirme
abriré).
INFANTA: (Di a
entender lo que no fue. Aparte
Creyólo. Estoy disculpada.
Mis
favores no ha admitido
el
conde. Desprecios son
los que
siente el corazón,
que el honor
no está ofendido).
Vase. Salen el
MARQUÉS y el CONDE y BLANCA
REY: ¡Hola!
MARQUÉS:
¿Señor?
REY:
¿Quién responde?
MARQUÉS: Yo, porque
de guarda soy.
REY: Yo,
marqués, al campo voy.
Prevenid la caza. Conde,
muy
mala cuenta habéis dado
de mi amor
y mi privanza.
CONDE: ¡Ah,
señor! (Esta mudanza Aparte
dice que
soy desdichado).
¿Quejas
y enojos conmigo?
¿Yo de
serviros? ¿En qué?
REY: Seguidme y
os lo diré.
CONDE: Siempre
con el alma os sigo.
BLANCA:
Miradnos, señor, con ojos
de más
piedad a los dos.
REY: Entiendo,
Blanca, que en vos
han de dar
estos enojos.
Vase
BLANCA: ¿Qué es
esto, conde?
CONDE: No admira
esto al
prudente varón
que sabe
la condición
de la Fortuna. Quien tira
al cielo
flechas, ¿qué espera,
si es que
forzoso ha de ser
que cuando
vuelva a caer,
en la
cabeza le hiera?
De la
infanta hablé quejoso;
mis
flechas caen amagando
porque
esto sucede cuando
se quejan
de un poderoso.
BLANCA: Señor,
dejar a palacio
será
vivir en quietud,
salir de
esta mal salud;
y será
vivir despacio.
El
enojo del rey pase.
Del fuego
decirse suelo;
"Ni
tan lejos que te hiele
ni tan
cerca que te abrase."
Retirémonos, amigo,
que pienso
que aún es mejor
su hielo
que su calor.
No habrá
soledad contigo
en un
monte para mí.
CONDE: De que yo
a tu cuarto entré
y tus
favores gocé
y de que
tu esposo fui
sin su
licencia, procede
este rigor de sus ojos;
mas decir que sus enojos
han de dar en ti, ¿qué puede
significar?
BLANCA:
Dueño mío,
éste es
palacio crüel;
huyamos agora de él.
CONDE: ¡Adiós, mar; adiós, bajío
donde encalla toda nave!
¡Adiós,
veneno gustoso,
encanto
dulce! ¡Dichoso
quien de
ti escaparse sabe!
Vanse. Salen
RICARDO, de labrador, y TIRSO
RICARDO: Aquí,
Tirso, en efecto
con este
traje y con llamarme Fabio,
vivir pienso
secreto,
huyendo como
sabio
el rigor de
una infanta
que aún a
las fieras de ese monte espanta.
TIRSO: ¡Dichoso
tú, Ricardo,
que
desengaños de palacio tienes!
Yo tus
secretos guardo;
seguro
estás, pues vienes
temiendo
esos enojos y rigores,
a vivir
entre humildes pescadores.
Sale GIL
GIL: Ninguno
venga a quitarme
hasta que yo los avise,
pues ser desdichado
quise.
TIRSO: Gil, ¿adónde
vas?
GIL:
A ahorcarme.
TIRSO: ¿Tal
maldad quieres hacer?
GIL: ¿No he de
estar desesperado
de tantos
siglos casado?
RICARDO: ¿Cuándo te
casaste?
GIL:
Ayer.
La
condición de Bartola
ha de hacer
que muera o huya.
RICARDO: ¿Qué
condición es la suya?
GIL: Gusta
siempre de estar sola.
Siempre me
está regalando.
Callando
está todo el día.
No dice esta
boca es mía
y hace
cuanto yo la mando.
Si la vido
no me quito,
¿quién podrá
sufrir tal pena?
RICARDO: ¿Pues esa
mujer no es buena?
GIL: ¿Y el ser
propio no es delito?
Por ser
buena aguardé a hoy
el ahorcarme;
que a ser
mala, me
ahorcara ayer.
Un árbol
buscando voy
que me
convida y anime.
TIRSO: Vuelve a
pescar, mentecato.
GIL: Déjenme
colgar un rato;
veré si
Bartola gime.
RICARDO: ¿Después
de muerto has de vella?
Sale BARTOLA al paño
BARTOLA: ¿Bamboleas,
Gil?
GIL:
Aún no.
BARTOLA: ¿Aún no te
has colgado?
GIL:
Yo
se la d[aré]
de dos a ella.
RICARDO: Lazos del
demonio son.
GIL: Digo que soy
infelice.
Habiéndola
visto, dice
que yo no
tengo razón.
TIRSO: El río
está sosegado.
¡A pescar! Deja de extremos.
Trae, Bartola, aquellos remos
de ese barco
que está atado
en esa
margen florida.
Trae tú la
red.
GIL: En efecto,
no me ahorco.
Vanse
los [tres]
RICARDO:
¿Qué discreto
no busca
esta simple vida?
Con miedo
de la crüel
infanta a
este campo vengo,
donde amor
de padre tengo
a una
flor. ¿Mas no es aquél
el rey? Sí, y el conde Alarcos
le
sigue. Mucho sintiera
ser
conocido. Si hubiera
retirádome a
esos barcos,
más seguro estaba. Así
me pienso
disimular.
Dejarlos
quiero llegar.
Salen el REY y el CONDE
CONDE: Ya me
tienes, rey, aquí.
REY: Vete,
villano,.
RICARDO:
Sí, haré.
(Esto, ¿qué
misterio esconde? Aparte
Demudado
viene el conde.
¡Oh, quién
supiera de qué!)
Vase
REY: Saca la
espada.
CONDE:
Señor,
para
rendirla a tus pies,
bien está
como la ves.
REY: Delitos contra
el honor
y contra
la autoridad
de mi
persona, no es ley
castigarlos
como rey.
Depongo la
autoridad.
Saca la
espada.
CONDE:
La vida,
rey, es
tuya. De esta suerte
me tiene de hallar la muerte.
No hay
defensa que lo impida
que el rey
al hombre leal
no hace
injusticia ni agravios,
y así es sólo en los labios
la defensa natural,
no en las
manos. No me toca
resistir
esta violencia.
Sólo, si me
das licencia
habrá
defensa en mi boca.
De los enojos que sientes.
REY: Tales, ¡oh, traidor!, han sido
que a estos campos me he
venido
con asombros de las gentes,
y aún diciéndolos aquí,
de las fieras y las aves
tendré vergüenza. Bien sabes
la causa.
CONDE:
(¿Porque me vi Aparte
con Blanca
en su cuarto han sido
sus enojos? Bien despacio
los recelé. Entré en palacio.
Es su
prima. Fui atrevido).
REY: ¿Cómo,
osado, te atreviste
si respetar
el valor
de mi sangre
y el honor,
que es una
deidad que asiste
como rayo
de luz pura,
y diste pasos traidores
para gozar los favores
de aquella nueva hermosura?
CONDE: (Bien
temí). Aparte
Señor, no puedo
negar que yo
me atreví
y que la
mano le di,
convencido
en todo quedo,
pero
discúlpame Amor.
REY: Pues si la
mano le has dado,
¿cómo, traidor, te has casado?
CONDE: Por eso
mismo, señor.
REY: Tu delito
castigaba
porque
saberlo quería,
que hasta
aquí no le creía.
Hablé como
quien dudaba;
mas ya que
lo confesaste,
mira tú qué
debo hacer.
CONDE: Errores de
una mujer
y de un
hombre a quien honraste
con tu
privanza y amor,
si Amor lo
supo causar,
bien se
deben perdonar.
REY: Quien su
mano y su favor
mereció, y
en su aposento
entró como
falso amigo,
cuando quede
sin castigo
de su loco
atrevimiento,
¿cómo ha de satisfacer
en deshonor tan extraño?
Piensa el remedio del daño
que tú el
jüez has de ser.
CONDE: Ni
inconveniente ni yerro
pienso que
hay. Tu majestad
no dé
aquesta soledad
por castigo
y por destierro.
Viviremos
Blanca y yo
en esta
aldea y esta casa,
mientras que
tu enojo pasa.
REY: ¿Cómo, si no
se enmendó
el
agravio, osas decir
que el enojo
ha de pasar?
Esto se ha
de remediar.
CONDE: ¿Cómo?
REY: Blanca
ha de morir.
CONDE: ¿Qué
dices? ¡Válgame Dios
y válgame su
piedad!
REY: ¡Hola!
Sale [un PESCADOR]
[PESCADOR]:
¿Señor?
REY:
Barrenad
un barquillo
de esos dos,
y llegadle
a la ribera.
Vase
[el PESCADOR]
Tú has de ser ejecutor
de este lícito rigor.
¡Pon en él a
Blanca, y muera!
CONDE: Famoso
rey que tuviste
famosos
progenitores,
porque en
serlo la grandeza
del ánimo se
conoce,
a mis
desdichas atiende.
Podrá ser
que te reportes
que ruegos vencen
a Dios
cuando
fulminan rigores.
No es
generoso valor
referir
obligaciones,
pero la
acción se disculpa
si es
ingrato quien las oye.
El conde de
Irlos, mi padre,
tus lirios y tus pendones
tremoló en Persia, y sus hechos
no habrá olvido que los borre.
Yo en las
guerras de Alemania
inmortal
hice mi nombre,
pero
tengamos silencio.
Callad,
lengua, que se corren
con la
alabanza los ojos.
Duro trance
es el que pone
a un
magnánimo varón
en referir
sus acciones.
Una vez,
cuando vinieron
de los
peligros de un monte
las Rosas de
Ingalaterra
con lucidos
escuadrones,
te vi en un
trance sangriento,
amor es lince --perdonen
las águilas
caudalosas --
más ve el amor, dando voces.
Animabas a
tu gente
y con
bizarro desorden
te empeñaste
en tus contrarios,
error y
aliento de joven.
Conocieron
tus insignias,
y como
suelen legiones
de solícitas
abejas
embestir a
los que rompen
la oficina
donde labran
oro líquido,
así corren
a embestirte
los ingleses;
porque el
fruto reconocen
de la presa,
y tú, vencido
de ti mismo
que no es bronce
el cuerpo
humano, te viste
sin caballo
y en prisiones.
Pero yo,
como los rayos
que de
cálidos vapores
en las nubes se engendraron,
haciendo que los aborte
su mismo
impulso tronando,
me arrojé
furioso donde
miré el
confuso tropel,
y de allí
con los favores
de mi amor y
la fortuna,
en los
hombros españoles
de un
caballo te escapé
porque no
haya dos que ignoren
la dicha
debida a un rey.
¿Cuándo,
dime, mortal hombre
dio vida,
dio libertad
a un dios
pequeño? Que dioses
son los reyes que de rayos
quiere Dios que se coronen.
¿Por cuál de
estos beneficios
me mandas
hoy, rey, que corte
como Parca
inexorable
la vida dichosa y noble
de un ángel
en hermosura,
unión de las
perfecciones
que copió
naturaleza
para admirar
a los hombres?
No llegues a ser crüel,
rey famoso, aunque te enojes.
Los hombres particulares
pueden cometer traiciones,
homicidios y crueldades,
el rey no. Ejemplo nos pone
Dios en los mares y ríos:
que éstos apacibles corren,
y cuando las lluvias hacen
que su caudal fuerza cobre,
excediéndose
a sí mismos
con vana
soberbia rompen
los puentes de mármol tosco
y los márgenes de flores.
Inundan verdes campañas,
émulos del
Nilo, donde
vimos fieras vemos peces,
porque así
se nos antojen
pedazos de
plata viva
que haciendo
van caracoles
en las
ondas. Pero el mar,
rey de las aguas, el orden
y la ley que Dios le puso
guarda siempre, y cuando montes
amenazan con
trabucos
de cristal
porque se asombren
sus márgenes
y riberas,
vuelven sus
ondas salobres
atrás,
quebrando su furia,
y parece que
se encoge
en sí mismo, respetando
los términos
que le impone
la madre
naturaleza.
¿Por qué no
han de ser conformes
en costumbres mar y ríos,
rey y vasallos? ¿Qué enormes
delitos he
cometido
para que mi acero moje
en sangre
inocente sangre
que merece
que la adoren
mis ojos como a deidad
de los celestiales orbes?
Blanca, que es preciosa joya
donde están
fijas al tope
las virtudes, excediendo
diamantes y
tornasoles
del cielo,
¿debe morir?
No, rey mío,
no blasonen
con Falaris
ni Diomedes.
¿Qué
crueldades más atroces
se
vieron? El rey cristiano,
¿Hay razón
que no perdone
a la virtud
y hermosura?
Ya se
escribe de leones
que
reprimieron sus garras
viendo a la
sombra de un roble
una mujer
que durmiendo
eclipsaba
sus dos soles.
Fuera de que, en morir yo,
nos das
tormentos mayores,
pues Blanca,
viendo mi muerte,
es fuerza
que sangre llore
hasta morir,
distilando
dos almas,
dos corazones,
y yo el
apartarme de ella
he de sentir más que el golpe
de la
guadaña fatal.
¿Para qué
quieres que sobre
mi
vida? Dame la muerte,
será piadoso
renombre,
y danos vida a los dos.
Déjanos morir de amores.
Quizá estás mal informado.
No te
ciegues, no te arrojes
a castigar y
a creer,
que si el
aliento de un hombre
suele
manchar el cristal
los ampos y
resplandores
bien podrá manchar
la envidia
a la
verdad. ¿No respondes?
¿No hay
clemencia? ¿No hay piedad?
¿Así te vas? Pues mis voces
penetren cielos; que al fin
las orejas
de Dios oyen
y su verdad
permanece
aunque el cielo se transforme,
aunque se
quiebren sus ejes,
aunque en las humanas cortes
andan rigores, envidias,
desdenes y sinrazones.
REY: Dala en ese
barco al río,
y serán
ejecuciones
de mi rigor
otros brazos
indignos de
que la toquen.
Vase y sale BLANCA
BLANCA: Conde,
amigo, ¿qué tenías
que te sentí
dando voces?
CONDE: ¡Blanca
infelice!
BLANCA:
Prosigue,
¿por qué callas? ¿No respondes?
CONDE: Tú has de morir y yo mismo
he de ser --¡oh, qué rigores!--
quien tu vida infeliz
quite,
quien tu luz
hermosa borre.
BLANCA: ¿Cómo,
señor, es posible
que amando
yo no te acuerdes
de lo bien
que me quisiste
si no de
lo que me quieres?
Pues no te
obligan, mi bien,
amor y
gustos presentes,
oblíguente
los pasados
más
dichosos, más alegres.
¡Cielos!
¿Pues a tanto amor
ingratamente se debe?
Si es
delito el adorarte,
ése he
cometido siempre.
¿Tú me
matas, dueño mío?
¿Tú pasas tan brevemente
del amor y las finezas
al rigor y a los desdenes?
Pasar de
un extremo a otro
sin los
medios, no se puede;
pasar de
amar a matar
sólo
conmigo acontece.
Acuérdome que en mis brazos
repetiste muchas veces:
"Estos montes faltarán,
no el amor que el conde
tiene".
Muero
acordándome de esto.
Memoria,
no me atormentes,
y si eres
sirena calla;
si eres
basilisco duerme;
si eres cocodrilo ríe;
porque son
contrarios fuertes
la voz, la
vista y el llanto
para una
vida inocente.
Los montes
se están constantes.
¿Quién a
mí me da la muerte?
Pero no es
la culpa tuya.
Mis
desdichas la merecen.
No sentiré
yo el morir;
sólo
sentiré el perderte.
Que ya sé
que es nuestra vida
en lo
hermoso y en lo breve
vela que
arde y se consume
con su misma luz. Claveles
que, con
sus hojas de grana
y con sus
listas de nieve,
a la
aurora van rompiendo
aquella
camisa verde,
viven
mientras ven al sol
y expiran
cuando anochece.
La Fortuna viene en
ruedas.
¿Qué mucho
que dé vaivenes?
El tiempo
camina en alas.
¿Qué mucho
que el tiempo vuele?
La muerte
corre la posta.
¿Qué mucho
que presto llegue?
El tiempo,
muerte y Fortuna
sin
resistencia nos vence.
Yo subí
para caer,
gocé para
entristecerme,
florecí
para secarme.
Pasó veloz
por los bienes
para llegar
a los males.
Caminé por
el deleite
para dar
en el tormento.
Humo soy y
sombra leve,
pues nací
para morir.
Quien esto
sabe no teme.
Sólo,
señor, es razón
que me estremezca
y que tiemble
de
imaginar que mi fama
estas
desdichas padece.
Los que ven que tú eres justo,
[......................
-e-e]
los que
ven que eres discreto,
cuando
matarme te vieren,
¿qué han
de decir? ¿Que yo triste
culpada
soy? Que lo piensen
no es
maravilla. Yo misma
lo
pienso. Que tú no puedes
ser
injusto, ser tirano,
ser crüel,
ser impaciente.
Sin duda
que estoy culpada
y que mis
ojos te ofenden
en no
quererte, señor,
tanto como
tú mereces.
Mátame,
pues, si es tu gusto;
que no es
bien que inobediente
sea a tu
voz, y si lo he sido,
la dulce
vida me cueste.
Sólo,
señor, te suplico
que no te
cases ni yerres
segunda
vez ya que yo
nunca pude
merecerte.
Y si ha de
ser con la infanta,
mira que es falsa y aleve
y tu
sangre ha derramado
y estas
acciones prometen
que no ha
de quererte bien.
Tarde las injurias mueren,
porque teme quien las hace
y quien las recibe siente.
¡Mátame, pues! Mas, ¡ay triste!
El ánimo desfallece.
Vanos
fueron mis esfuerzos;
la humana
flaqueza teme.
¡No me
mates, dueño mío!
¡Oh, si
estuviera presente
aquel ángel que mataron,
porque
pudiera valerme
intercediendo por mí!
Permíteme
que me queje;
que yo
otras armas no tengo.
Lágrimas son, que otras veces
llamabas perlas, y agora
llamarse corales
pueden,
pues es
sangre lo que lloro.
¿Que no
puedo enternecerte?
¿Que no
merezco obligarte
a mis
voces? No se nieguen]
las
piedades a mi llanto.
¡Oíd, esferas celestes,
unas quejas desdichadas!
Estremézcanse los ejes
en que estribáis las estrellas.
No brillen, no,
rosicleres
sino
sombras y tristezas,
y las
nubes del oriente
no se
tiñan de carmín.
Horror y
luto nos muestren.
Los
elementos se paren,
sus
calidades se truequen.
Firme el
aire, ande la tierra,
queme el
agua, el fuego hiele,
pues se ha mudado un amante
que ha
merecido laureles,
que es
vencedor de sí mismo
para
asombro de la gente.
Cielos,
elementos, sombras,
volved por
Blanca, que muere
injustamente a las manos
del que
adoró y amó siempre.
Tened piedad, oh vosotras
mudas y sordas paredes,
que pienso que amenazáis
ruín, por
parecerme.
Mas, ¿qué
digo? Mas, ¿qué lloro?
¿Yo quejarme? ¿Yo valerme
de nadie
contra mi dueño?
Dulce
esposo, aquí me tienes.
No me
quejo, no resisto.
Corta el
cuello, el pecho hiere,
saca el
alma, el vivir quita.
Goce el
conde, Blanca pene.
Haz tu
gusto, acabe el mío.
Mi luz
vaya, tu luz quede.
Vivas tú,
muera mi fama.
Dios te
ayude, Él no me deje;
que a más
allá del morir
ha de amar
la que te quiere,
y mi amor
ha de pasar
los
términos de la muerte.
CONDE: Tiemblo
de escucharte y verte.
Cada
lágrima es un rayo,
cada
palabra un desmayo,
cada
suspiro una muerte.
Señora, violencia es
del rey,
que me está mirando.
Ese barco
está esperando
para ser
tumba después.
Entra
en él. ¡Ay, dueño mío!
Quizá
hallarán más piedad
tu inocencia
y tu verdad
en el
cristal de ese río.
BLANCA: Yo
obedezco. En despedida
tus
brazos, conde, me den
agora el
último bien
de mi
desdichada vida.
CONDE: Morir
quiero, y el rigor
más tirano es el más justo;
no quiero
morir de gusto
pues no
muero de dolor.
BLANCA: ¿Ya me
niegas?
CONDE:
No es negarte;
que tu
muerte siento así
y darte a
ti por ti
no es
dejarte, es adorarte.
BLANCA: No
quiero considerar
qué pasos son los que doy.
Pues que la muerte te doy
con razón
podré animar
el alma
que desfallece.
¿Qué
desdichado se fue
al
suplicio por su pie,
que este
barco lo parece?
Vase
CONDE: ¿Yo he de ser ejecutor
de esta tirana
violencia?
Que en
efecto es más decencia
si bien
será más dolor.
A las aguas encomiendo
esta vida
que me mata,
porque el
alma me arrebata
con dulce
gloria viviendo,
muriendo con tristes penas.
Dentro BLANCA
BLANCA: ¡Adiós, mi
esposo y mi bien!
CONDE: ¡Favor, señora, te den
las aguas y las arenas!
Nubes, timbres de los vientos,
nubes que os rasgáis
tronando,
¿para
quién o para cuándo
guardáis
los rayos violentos?
Dentro BLANCA
BLANCA: Esposo,
adiós.
CONDE:
Él te guía.
Ya la
corriente furiosa
lleva el
alma más hermosa.
Dentro BLANCA
BLANCA: ¡Conde,
amigo!
CONDE:
¡Blanca mía!
[............... -osa]
Vuelcos la
barca va dando.
Ya,
cielos, se va anegando
aquella
temprana rosa,
y ya
entre la espuma fría
se apaga
su sol ardiente.
¿Para
cuándo un rayo ardiente
guardas,
sacra monarquía?
¡Sepulten a un desdichado
los
cóncavos de la tierra!
Mas,
cielos, ya le hace guerra
el viento
fuerte y airado.
Ya
fluctúa, ya zozobra.
Ya se hunde, ya perece.
Ya el agua
se ensorbece.
Ya entre
sus ondas se ahoga.
Ya
murió. ¡Lance penoso!
Ya yo no
quiero la vida
que la doy
por bien perdida
en lance
tan lastimoso.
Dentro BLANCA
BLANCA: [¡Hola,
ya me voy ahogando!]
¡Conde
Alarcos, dueño, esposo!
CONDE: ¡Qué
trance tan lastimoso!
Dentro BLANCA
BLANCA: ¡Adiós!
CONDE: Ya
se va anegando.
¡Oh, cómo
la quise poco
pues en
acto tan esquivo
la estoy
escuchando vivo!
Tras ella
voy.
Salen el REY y la INFANTA
REY:
¡Tente, loco!
Ya, en
las ondas sumergida,
falleció
desdicha tanta.
Dale la
mano a la infanta.
CONDE: ¿Esto
más? ¡Estoy sin vida!
¿Cómo
quieres que le dé
mano que
sangrienta está,
cuando
agonizando va
el ejemplo
de la fe?
¿A amor quieres, rey, unir
muerte y bodas? ¿Una mano
que fue
verdugo inhumano
ha de
querer recibir
la
infanta?
REY:
¡Dásela luego!
CONDE: Aún vive
Blanca.
REY: No vive.
Llega y la
mano recibe
de tu
esposo.
INFANTA:
¡Alegre llego!
Turbada
de gusto voy.
Danse las manos
CONDE: (Ésta es
segunda violencia. Aparte
¡Paciencia,
cielos paciencia!)
INFANTA: Tuya soy.
CONDE:
Y tuyo soy.
REY: Agora
no me veáis
hasta que
ordene otra cosa.
Vos desleal, vos celosa,
ambos enojos me dais.
Vase
INFANTA: (Ya
conseguí mi deseo. Aparte
Como yo
esta gloria tenga
no hay
desdicha que me venga.
¿Qué más
bien? ¿Qué más trofeo?
CONDE: (Aquél
que no prevenido Aparte
recibe un
golpe eminente,
parece que no lo siente
de puro
estar sin sentido;
mas al
punto que le deja
la
privación, vuelve en sí,
sobra el
sentido y así
siente el
dolor y la queja.
En tu
muerte fui perdiendo
el
sentido, Blanca mía.
Entonces
no lo sentía,
agora lo
voy sintiendo).
INFANTA: Si a
Blanca tus ojos lloran,
conde, ya
tienes en mí
otra alma
que vive en ti
y otros ojos que te adoran.
Mirando hace dentro el CONDE
CONDE:
(¡Piadoso río, detén Aparte
la
corriente, el curso enfrena!)
INFANTA: Conde,
basta ya la pena.
La infanta
te quiere bien.
CONDE: (¿Si
habrá muerto? Sí, que el río Aparte
corre
soberbio y furioso).
INFANTA: Basta el
sentimiento, esposo,
que será
desprecio mío.
Vuelve
en ti, despierta, escucha.
¿Cómo tu
tristeza es tanta?
CONDE: ¿Aquí
estás?
INFANTA:
Y amando.
CONDE: Infanta,
mucha es
mi tristeza.
INFANTA: ¿Mucha?
CONDE: Pues no
muero, poco ha sido.
INFANTA: ¿No te
consuela mi mano?
CONDE: Perdí el
bien más soberano.
INFANTA: ¿No es
mayor que el que has perdido
el que
tienes? Tuya soy.
CONDE: Yo de
Blanca.
INFANTA:
Eso es desprecio.
CONDE: El amor.
INFANTA: Es
ser un necio.
CONDE: Pues no
muero, sí lo soy.
INFANTA: ¿No
eres mi esposo?
CONDE: Diría
de sí y
no.
INFANTA:
¿Cómo, tirano?
CONDE: Sí, porque
te di la mano;
no, porque
el alma no es mía.
INFANTA: ¡Tuya
soy!
CONDE:
El rey lo ordena.
INFANTA: ¿Tendrás
fe?
CONDE:
¡Con mi memoria!
INFANTA: Si soy
tuya, ¿qué más gloria?
CONDE: Muerta
Blanca, ¿qué más pena?
FIN DEL SEGUNDO ACTO