ACTO TERCERO
Salen RICARDO y BLANCAFLOR, con vaquero y
sombrero
RICARDO: Altos
son tus pensamientos,
hija, mira
que te engañas.
Las fieras de las montañas
y las aves de los vientos
sigues, y con ansias tales,
que has pretendido igualar
del correr
y del volar
a todos
los animales.
BLANCAFLOR: No soy,
padre, inobediente.
Sólo a
obedecerte aspiro;
pero al
monte me retiro
porque me
cansa la gente.
RICARDO: (El rey
viene cada día Aparte
a estos
montes. No quisiera
que alguno
me conociera).
Voyme a pescar, hija mía.
Queda en paz.
[Vase]
BLANCAFLOR:
Si calidad
--¡oh, cielos!-- me habéis negado,
¿Por qué no me habéis
quitado
la
soberbia y vanidad?
Salen BLANCA, con un tabique de flores, y SILVIO
SILVIO: Sólo agradecerme
puedes
el
secreto; que hay también
respetos de hombres de bien
entre los barcos y redes.
Esta Dïana, a quien
tienes
afición,
te está esperando.
Quiero
dejaros hablando.
Vase
BLANCAFLOR: ¡Oh, [Diana], a qué tiempo vienes!
Sin tu
alegre compañía
triste es
el sol, seco el prado,
pena el
gusto, el bien prestado,
muerte el
vivir, noche el día.
Y tras
esto no me quieres
porque,
oyendo murmurar
que no
eres de este lugar,
nunca me
has dicho quién eres.
Sangre
tienes principal
si no es
villana malicia.
BLANCA: Escucha,
tendrás noticia
de mi bien
y de mi mal.
En ese
río que ves,
mi esposo,
al rey obediente...
Pero agora
viene gente,
ya lo
contaré después.
Sale la
INFANTA
INFANTA: Ve,
labrador, haz salir
las serranas a este prado,
que de un
pesar y un cuidado
me
pretendo divertir.
BLANCA:
(¡Nuevamente soy perdida! Aparte
Que es la
infanta viva historia
que me
trae a la memoria
las desdichas de mi vida.
Es un espejo en que veo
cifradas muchas congojas,
y es un libro en cuyas hojas
abismos de penas leo.
Inmortal debe de ser,
pues no me
acaba el pesar.
Segura
puedo llegar.
Mal me
podrá conocer).
BARTOLA: ¿Su
reverencia ha llamado?
PASCUALA: ¿Qué
quiere su señoría?
INFANTA: Parecer
serrana un día
en las
flores que a este prado
hacen rústicos
tapetes.
¿De qué,
serranas, vivís?
BARTOLA: Todas
llevan a París
a vender
sus ramilletes.
INFANTA:
Llegaos, porque mi tormento
a voces ha
de salir
del alma,
o he de morir
porque si
callo, reviento.
Hoy en
ese monte daba
sus quejas el alma mía.
Ni la fiera respondía
ni el ave
me consolaba.
Los
ecos las escucharon
y consuelo
no me dieron,
que, como
las repitieron,
el
tormento me doblaron.
BLANCA: ¿Quién
duda que tenga amor
su merced,
como solía?
INFANTA: No es esa
pasión la mía.
BLANCA: Doyle
albricias. Esta flor
tome
por eso, que yo
que a
nadie amara, quisiera,
y que un
reino la flor fuera.
INFANTA: Mi
voluntad la estimó.
¿Quién
dirá que puede ser
lo que mi
alma padece
mirar a
quien aborrece?
BLANCA: ¿A quién puede
aborrecer
la que
tiene tal marido?
INFANTA: A ése
mismo tan villano
que en
sólo darme la mano
ser mi
esposo ha parecido.
BLANCA: ¿A
villanas cuenta así
si misma
pena y pasión?
INFANTA: Sí, porque públicas son
y es
alivio para mí.
Sentaos, porque entretenerme
quiero
mirándoos hacer
ramilletes.
Siéntanse
BARTOLA:
Bien decía
su
reverencia, porque es
desdicha
tener marido
a
disgusto. Siempre habré
de
experiencia, porque Gil
es una
bestia, y ayer
la
desdicha me mató
un asno
que era el joyel,
y el
marido me ha dejado.
Si la
muerte ha menester
un pollino
grande y bueno,
¿por qué
me dejó, por qué,
el marido?
Sale GIL
GIL:
Porque ha de ir
delante la
burra, y si es
Gil malo y
Bartola buena,
los dos mentimos a fe.
BARTOLA: ¡Ay de mí,
que me ha escuchado!
INFANTA: ¡Vete,
necio!
GIL:
No están bien
sin gallo
tantas gallinas.
INFANTA:
Divertidme. Cantad, pues.
Cantan
haciendo ramilletes
[TODAS]: "En las selvas de París
sigue las fieras el rey,
Adonis es de los montes,
Marte de los campos
es".
Salen el REY y el MARQUÉS, y quédanse a la puerta
MARQUÉS: Con las
serranas está.
REY: Y aún una
de ellas, Marqués,
es la que
vengo siguiendo
y es la
beldad que el pincel
de Malgesí
dibujó
con su
mágico saber
en el
fantástico espejo
y en mi mente conservé
casi tres
lustros. Y agora
pienso que
mis ojos ven
trasladado
del cristal
el rostro
en que imaginé,
con tal
afecto y memoria
que al
volar o que al correr
de los años, no he podido
apartarme un punto de él.
MARQUÉS: Sabré
quién es. ¡Ah, villano!
GIL: ¡Ah,
jodío!
MARQUÉS:
Siempre fue
descortés
vuestra malicia.
Decidme,
amigo, ¿quién es
la serrana de las plumas?
GIL: Es, señor,
una mojer.
MARQUÉS: ¿Qué
mujer?
GIL:
Mojer del mundo.
MARQUÉS: ¡Calla,
bestia!
GIL:
¿Había de ser
del
cielo? ¿Todas no son
de este mundo? Llevensé
si se han
de llevar alguna
la que
está [cabe] ella.
MARQUÉS: ¿Quién
es
ésa? Di.
GIL:
Mi velada,
con perdón
de su mercé,
y grande gusto me hacían.
REY: ¿Quién es
la hermosa?
GIL: No sé
más de que
salta por montes,
como una
cabra montés,
tras los
conejos y gamos.
Su marido
pienso ser.
MARQUÉS: ¿No eres
casado?
GIL:
Señor,
que me
forzó alegaré,
una abuela
que tenía,
y catadme
vïudo, que es
el
remedio.
REY:
¡Oh, quién pudiera
hablarla
de espacio y ver
desde
cerca su hermosura
que en la
memoria copié!
MARQUÉS: Retírate.
REY: ¡Amor, no flechas
tan osado y descortés
tus
flechas sin ver la mano
que vibra
el arco crüel!
Vase
VOCES: ¡Ataja,
ataja! Que un gamo
se va
despeñando al río.
BLANCAFLOR: Éste es ejercicio mío,
nueva
Dïana me llamo.
Vase.
Levántanse todas
INFANTA: El rey
sin duda sería
quien
hirió en el monte gamos.
PASCUALA: Vamos,
pues, a verle.
BARTOLA: Vamos.
GIL: Hartos
vemos cada día.
Vanse
BLANCA: El
conde viene. ¡Ay de mí!
¡Cuánta
envidia y cuánto amor
me ha
renovado el temor!
Escucharlos quiero aquí.
Sale el CONDE por la puerta de la INFANTA y ella se
vuelve, y BLANCA se esconde entre unos ramos
CONDE: No
tienes que retirarte,
espera. Daréme muerte
porque yo
no vengo a verte,
infanta,
para adorarte,
sino a
morir con mirarte;
porque
esto mismo es decir
que te
aborrezco, y vivir
no debe
aquél que perdió
a
Blanca. Y por esto yo
te busco para morir.
INFANTA: Ya se
ha visto. Y pudo ser
que alguna
de amores muera,
mas yo
seré la primera
que muere
de aborrecer.
Y por no darte placer,
verme no pienso dejar.
Si el
verme te ha de matar,
por
matarte, no te mato,
y por esto
quiero, ingrato,
que viva a
mi pesar.
Nunca
has borrado del pecho
la que
primero adorabas,
y una espada
atravesabas
entre los
dos en el lecho.
Y con esta
espada has hecho
que en mí
haya sido mayor
el olvido
que el amor;
porque es,
si da la mujer
que quiso
en aborrecer,
quinta
esencia del rigor.
CONDE: Si una
espada atravesé
en tu
lecho, no soy mío,
ni tengo
libre albedrío
después
que a Blanca miré.
Murió, mas
no la olvidé.
Tu esposo
ni tu galán
puedo ser, y así dirán
que es
bien que una espada fiera
nuestros
cuerpo dividiera
como las
almas están.
La mano
te di, forzado;
no te he
dado el corazón
porque es
el tuyo león
que dos
vidas me ha quitado.
Hija y mujer me has robado.
Mi deudora eres, y así,
queriendo hallarlas en ti
can soy de fe singular,
que voy y vengo al lugar
donde mi dueño
perdí.
BLANCA:
(Cualquier pesar me divierta, Aparte
como yo no
tenga celos.
¡Al fin me
han hecho los cielos
dichosa
después de muerta!)
INFANTA: En
quererte mal acierta
como el
alma es racional,
que eres
traidor desleal.
BLANCA: (Miente,
Infanta, tu mal gusto, Aparte
que le
quieras mal es justo,
mas no que
le trates mal).
INFANTA: ¿Viste
cuánto han amado los mortales?
¿Viste cuánto
dictó cada elemento
del
hermoso zafir del firmamento,
abismo de los rayos celestiales?
Arenas, flores, plantas,
animales,
comparados al odio que yo
siento,
son átomos
del sol, puntas del viento,
en número
y grandeza iguales.
Tal es
mi aborrecer, que ni lo creo
ni lo
puedo explicar porque es de suerte
que vida y
muerte veo si te veo;
y
aunque es verdad que yo para no verte
apetezco
morir, también deseo
la vida
para más aborrecerte.
CONDE: Más te
aborrezco yo, pues en el prado
donde
nacen tal vez hermosas flores
no
introducen espinas ni rigores
como en
aquél que abrojos ha llevado.
Los dos
somos así, tu pecho airado
campaña ha
sido que produjo amores,
y mis desprecios han de ser
mayores
que estérilmente fui mármol
helado,.
Forma
no se introduce fácilmente
donde otra
alguna vez se ha introducido,
tarde el
amor aborrecer consiente.
No
quise, aborrecí. Tú me has querido.
Ser tuvo
lo que fue y es evidente
que nunca
tuvo ser lo que no ha sido.
INFANTA: La
muerte del amor no es el olvido
pues yo
siento por ti...
CONDE: Yo por ti siento...
INFANTA: ¡Penas!
CONDE: ¡Desdichas!
INFANTA: ¡Mal!
CONDE: ¡Rabias!
INFANTA: ¡Tormento!
Vanse
BLANCA: Aliente
mi confïanza
y no del
todo se aflija,
pues quien
me mató una hija
me da vida
a una esperanza.
Vase
y salen el REY, [BLANCAFLOR] y el MARQUÉS
REY: Detén
el curso; que igualas
al viento
de más rigor
y parece
que mi amor
te va
prestando sus alas.
BLANCAFLOR: De
Dïana, que es luz pura,
tengo el
hombre y condición;
esquivos mis ojos son.
REY: También tienes la hermosura.
Sólo decirte pretendo
el amor
más singular.
BLANCAFLOR: ¡Qué le tengo de escuchar
si habla
en lengua que no entiendo!
¿Qué es amor?
REY: Una verdad
que nos roba el corazón,
oscurece
la razón
y ciega la
voluntad.
BLANCAFLOR: Enigmas son para mí.
(Presto el amor le ha vencido). Aparte
REY: Aún antes de haber nacido
pienso que tu rostro vi.
Años ha
que a la razón
el uso
estás usurpando,
y siempre
estuve adorando
mi propia imaginación.
Sale el CONDE
CONDE: Señor,
un montero avisa
que puedes
ir a tirar.
REY: ¡Vete,
conde! Porfïar
debe el
alma, y es precisa
su
defensa. Tuyo soy.
Quitarte
pienso la rosa
del
cabello, ingrata hermosa.
BLANCAFLOR: ¿Qué importa si no la doy?
CONDE: (¡Qué
extraordinaria hermosura! Aparte
Con
atención me ha llevado
tras los ojos el cuidado.
Honesto amor y fe pura
le he cobrado. Efectos son
ocultos de las estrellas,
porque siempre nos dan ellas
impulsos de inclinación).
¿Qué haces, señor? ¿Corresponde
a rey cristiano, a rey justo?
REY: ¿Nunca sabéis darme gusto?
Mi gracia
perdisteis, conde.
BLANCAFLOR:
Quiérate el cielo guardar,
y nunca te
deje ver
las
espaldas del placer
ni la cara
del pesar.
Vase
REY: Su
amante me ha parecido.
MARQUÉS: De él
mismo lo has de saber,
que el
modo de responder
dirá si
celos han sido.
REY: Conde,
prometo a los cielos
que son
vuestras demasías
o locuras
y porfías
del
amor. ¿Estos son celos?
Decid.
Sale BLANCA por las espaldas del REY sin que la vean
el MARQUÉS ni el REY
BLANCA:
(Al conde deseo Aparte
ver o
hablar si solo está).
CONDE: Prometo,
señor, que ya
quise
vencer... (¿Mas qué veo? Aparte
¡Oh,
soberana ilusión!
¡Oh,
celestiales antojos!
Todo el
corazón es ojos,
toda el
alma es corazón!)
REY: ¿Cómo
impides sin temor
mi gusto?
CONDE:
Señor.. (¡Ay, cielos! Aparte
Blanca es
viva).
REY:
¿Fueron celos?
CONDE: No... Sí...
mas yo...
REY: Esto es amor.
BLANCA: (Agora no hay ocasión). Aparte
Vase
CONDE: (¡Ay, si
es ella!) Aparte
REY:
¡Qué bien toco,
que estás
celoso y aún loco!
CONDE: Señor, si
fuese ilusión
debió
de ser de mi pena.
REY: Tus celos fueron extraños.
CONDE: (¡Oh,
dulcísimos engaños!) Aparte
REY: Tu mismo
amor te condena,
pues
con celos ha perdido
mi respeto
tu osadía.
La serrana
ha de ser mía.
CONDE: Yo, señor,
no la he querido
ni la
he visto sino aquí.
Un secreto
impulso fue,
quizá
nacido...
REY:
¿De qué?
CONDE: De
estimarte tanto a ti,
que todas las ocasiones
he procurado estorbar
en que pudieras manchar
tus católicas acciones.
REY: Cuando
vuelto en sí se halla
sin
turbación el sentido,
lo
niegas. Amor ha sido,
no lealtad.
CONDE:
¡Gran señor!
REY: ¡Calla!
Marqués, sabedme quién es
padre de
aquella hermosura.
No es leal
quien no procura
servirme
como el Marqués.
Por
esto y por la aspereza
con que a
la infanta tratáis,
cada día
mi obligáis
a que os
corten la cabeza.
Vase
CONDE:
Pluguiera a Dios ya acabaran
tantas
desdichas, supuesto
que en el
sepulcro o en esto
las pompas
del mundo paran.
Seguir
quiero la villana
que mi
Blanca parecía.
Mas...
¡Oh, loca fantasía!
¡Imagen
del sueño vana!
¿Tales errores percibo?
¿Tales imposibles creo?
Engaños son que el
deseo
causa al
hombre pensativo.
Canta GIL dentro
GIL:
"De amores del conde Alarcos
pensativa
está la infanta,
y a su
mujer mata el conde
porque el
rey se lo mandara."
CONDE: ¡Caigan
sobre mí desdichas!
¿Mi mal
los villanos cantan?
[. . . . .
. . . . . . . .]
¡Rústico
villano, calla!
Canta
GIL: "El conde
temiera al rey.
Pusiérala
en una barca.
A las
aguas la encomienda,
y con otra
se casara."
CONDE: ¡Calla,
villano!
GIL asómase al paño y vuélvese a entrar
GIL:
No quiero
porque es mía la garganta,
y las coplas son del cura.
Canta
"Pensativa está la infanta,
a su mujer
mata el conde,
porque el
rey se lo mandara..."
CONDE: ¡Calla o
daréte la muerte!
Vuélvese GIL a asomar y sale, y da una vuelta
al tablado con el último verso, cantando
GIL: Yo no digo
mal de nada,
sino de
este conde Alarcos,
y del rey
y de su hermana,
y de todo
el mundo. Deje
que sin perjüicio vaya
holgándome
por el campo.
"...porque el rey se lo mandara".
Vase
CONDE: ¡Vive
Dios, que pues me acuerdas
mi
desdicha que esta daga
te he de
tirar!
Vuélvese GIL a asomar tres o cuatro partes,
cantando "porque el Rey se lo mandara"
GIL:
¡Guarda el loco!
CONDE: ¡Sí lo
estoy, que no me infamas!
¿Hasta
cuándo he de vivir?
Tiempo
viene y años pasan,
desdichas y más desdichas,
y ninguna de ellas mata.
Sale BLANCA
BLANCA: (Aquí está
el conde. ¿Qué temo Aparte
pues
aborrece a la infanta?
Temo que
el mucho placer
el corazón
sobresalta;
no he de llegar de repente,
y así
quiero entre estas ramas
atender a
sus tristezas
y mirar en
lo que paran).
Escóndese
CONDE: ¡Que no
tenga yo consuelo!
Que
siempre la muerte tarda
cuando un
triste la desea.
Estos
montes y campañas,
mudos
testigos un tiempo
de mis
glorias soberanas,
serlo
debieran agora
de muerte
tan deseada.
Por allí
siguió una vez
mi bellísima Dïana
las fieras
de esa espesura
con
hermosura bizarra.
Intrincado
monte, ¿dónde
está la
luz que adoraba
cuando en
ti me dio favores,
cuando en
ti me robó el alma?
Quien
con veneno se cría,
nunca
muere de veneno,
mal podrá,
pues siempre peno,
matar mi
melancolía;
porque
sólo a la alegría
mi veneno
he de decir.
Luego no
puedo morir
porque no
me han de matar
las
desdichas ni el pesar
y el
placer no ha de venir.
Cuando
en esta fuente vio
Blanca su
rostro divino,
no andaba
yo peregrino
también me
miraba yo;
que como
amor nos unió
Blanca en
mí, yo en Blanca estaba.
Y así,
cuando se lavaba,
el cristal
de perlas puras
no
mostraba dos figuras
pero dos
almas mostraba.
[Sale BLANCA]
¡Válgame Dios! ¿Quién diría
que tantas las fuerzas son
de vana imaginación,
de loca
melancolía,
de mi
propia fantasía,
de mi
amante desatino,
que al
espejo cristalino
con
ilusiones y antojos
estén
mirando mis ojos
el mismo
bien que imagino.
Escóndese BLANCA
Bruto o
niño quiero ser,
buscando
lo que he mirado.
Por aquí
no la he topado;
por acá la
pienso ver.
¿Qué loco
pudo creer
que esté
viva una deidad
en aquesta
soledad,
al cabo de
tantos años?
Volvamos a los engaños;
no busquemos la verdad.
Duérmese el CONDE y sale la INFANTA con venablo
INFANTA: Todo
cansa. Mas, ¿qué mucho
que el
cazar me haya cansado,
si me
cansó lo que he amado
y con mi
memoria lucho
para olvidar? Aquí veo
el objeto aborrecido,
y pienso que está
dormido.
Quien
tiene amor y deseo,
quien a
Blanca muerta adora,
¿puede
dormir fácilmente?
¿Ojos
dormidos consiente
loco
amor? Sólo está agora.
Nadie
me ve; mi venganza
y mi
libertad consigo
si doy
muerte al enemigo
que adoré
sin esperanza.
Así mis
desprecio vengo
y mi desdicha.
Sale BLANCA
BLANCA:
¡Ah, traidora!
No puede
morir agora,
porque yo
inmortal le tengo.
¡Despierta, conde, despierta!
INFANTA: ¡Villana,
morir mereces!
BLANCA: No me ha
de matar dos veces
su merced,
que ya estoy muerta.
¡Ah,
conde, esta tigre quiso
darte la
muerte!
[Vase la
INFANTA escondiéndose al paño,
y] despiértase el CONDE sin mirar a BLANCA
CONDE:
(Y lo creo. Aparte
Fingir
quiero amor, pues veo
mi peligro
en este aviso).
Villana, mientes. Si yo
amo y
adoro a su alteza,
¿me ha de
matar?
INFANTA:
(La villana Aparte
me da
mayores sospechas
y
cuidado. Aquí la escucho).
CONDE: No en la
fuente, no, en la idea
parece que
estoy mirando
desatadas
las potencias
de mi
alma, y que eres tú
la voluntad.
BLANCA:
No lo creas.
CONDE: ¿Quién
eres?
BLANCA:
Un alma soy
que anda
celosa y en pena.
CONDE: ¿Celos
tienes?
BLANCA:
Sí, que siento
que amor a
la infanta tengas.
CONDE: ¿Eres
Blanca?
BLANCA:
Quien podía
amarte
después de muerta.
CONDE: ¿Y, en
efecto, vives?
BLANCA: Sí.
CONDE: ¿Cómo
escapaste?
BLANCA:
No sepas
mis
dichas.
CONDE:
¿Por qué, señora?
BLANCA: Porque
causas mis tristezas.
CONDE: ¿Con qué?
BLANCA:
Con una palabras
que me
matan.
CONDE:
¿Cuáles eran?
BLANCA:
"¡Villana, mientes! Que yo
amor y adoro a su alteza".
Pues esto
escuché, no quiero
confesar
que vida tenga.
Fantasma
soy; pero no,
vida
tengo. Infanta, vuelva
tu rigor a
darme muerte.
Blanca vive. ¡Blanca muera!
CONDE: ¡Calla,
señora!
BLANCA:
No quiero.
CONDE: Mi bien,
calla.
BLANCA:
Infanta, espera.
Las ondas
me perdonaron.
No me
perdone tu fiera
condición.
CONDE:
¡Oyeme, escucha!
BLANCA: ¡Déjame
pasar y puedan
seguirla
mis pasos!
CONDE: Dime...
BLANCA: ¿Qué he de
decir? Otra senda
buscaré
para seguirla.
CONDE: Tendréte también
en ella.
BLANCA: ¿Qué me
quieres?
CONDE:
Adorarte.
BLANCA: ¿Hablas,
mi dueño, de veras?
CONDE: Agora sí,
pues que vives.
BLANCA: Pues
callo, y tengo paciencia.
CONDE: ¡Dame tus
brazos!
BLANCA: No puedo
que estás
casado.
CONDE:
¿Me niegas
la
vida? Pues yo seré
quien con
voces y querellas
llame [a]
la infanta. ¡Ah, crüel!
¡Mátame! ¿Por qué me dejas
vivir,
cuando a Blanca adoro?
BLANCA: Ella lo
hará cuando duermas.
CONDE: Pues si no
te obligo así...
Querida
infanta, ya esperan
mis brazos
favores tuyos.
¡Vuelva!
BLANCA:
Calla, que atormentas
con eso mi
vida más.
CONDE: Tuyo soy,
infanta. Deja
que pase.
BLANCA:
¡No la has de ver!
CONDE: ¡Ah,
infanta! ¡No me detengas!
BLANCA: ¡Calla!
CONDE:
¡Pues denme tus brazos
albricias
y enhorabuenas
de tu
vida!
BLANCA:
Eres ajeno.
CONDE: Pues sigo
a la infanta.
BLANCA: ¡Espera!
CONDE: Déjame
pasar!
BLANCA:
No quiero.
CONDE: Déjame dar voces.
BLANCA:
Sean
para
llamarme.
CONDE:
Sí, haré,
como tú me
favorezcas.
BLANCA: En efecto,
¿no la adoras
como
dices?
CONDE:
No.
BLANCA: Pues, llega.
Dame los
brazos.
CONDE:
Y el alma.
BLANCA: Vida es
nueva.
CONDE:
Y gloria es nueva.
Sale la
INFANTA
INFANTA: Y nueva
envidia la mía.
No son celos
sino tema.
¡Muere,
villana!
CONDE:
¡Ah, crüel!
Sale el REY
BLANCA: ¡Téngala,
tío! Que tiembla
de ella
esta pobre villana.
REY: ¿Qué es
aquesto?
BLANCA:
Que su alteza
mataba a
este hombre durmiendo.
INFANTA: ¡Sacarte
pienso la lengua!
BLANCA:
¡Ténganla, tíos!
REY:
Promete
esto tu
mucha crueldad.
INFANTA: ¡Miente!
BLANCA:
Yo digo verdad.
INFANTA: ¡Ah,
villana!
BLANCA:
¡Ah, matasiete!
Salen todos y RICARDO da un papel a BLANCA
RICARDO: Ya,
Blanca, os he conocido.
Por si la
infanta crüel
me da
muerte, este papel
vuestra
dicha os ha advertido.
MARQUÉS: Aquí
tienes a Dïana
y a su
padre, y entendiendo
que le
mato o que le prendo,
no hay en
la selva villana
que no
la siga.
REY:
Yo aguardo
saber
quién eres.
RICARDO:
Señor,
soy un
pobre labrador.
REY: ¡Vive
Dios, que eres Ricardo!
RICARDO: Sí, lo
soy.
REY:
Pues di verdad:
¿quién es
la luz soberana
de la que
llaman Dïana?
RICARDO: Dígalo
Blanca.
BLANCA:
Escuchad:
En un
barco sin remos, navegando
esa
corriente de cristales fría,
mis desdichas y yo nos vimos. Cuando
el nombre
de mi esposo repetía
al peso de
mis males vi temblando
las
ondas. Su rigor no me ofendía,
y cuando
al barco su cristal llegaba,
el fuego
de mi amor las abrasaba.
Vencido
ya mi pecho de sí mismo,
el líquido
cristal tragó a pedazos,
cuando en
ansia mortal de un parasismo
topé de un
pescador redes y lazos
que por
sacarme del undoso abismo
puentes formó de sus piadosos brazos
por quien pasó mi alma
agradecida
del margen
de la muerte al de la vida.
Tiene
una aldea, pues, de esta ribera
por dosel
ese monte y por espejos
el río, y
su muralla en tiempos era
un soto de
sabinas y de tejos;
y como están sus casas en ladera,
apartadas y pocas, desde
lejos
parecen
con el sol y a su vislumbre
peñascos
que han rodado de la cumbre.
Allí viví
en un tiempo disfrazada
y, cuando
no temí ser conocida,
muerta y,
después de muerta, enamorada.
Vivir y amar osé en Selva Florida
en quien de mis vasallos
ignorada
el renovar
memorias fue mi vida.
Aquí vi al
conde, allí me dijo amores;
aquí me
dio una mano, allí unas flores.
Salió a
estos montes, como aurora bella,
Dïana, que
les dio perlas y risa,
y ya por
la virtud de alguna estrella
si
despacio la vi, la amaba aprisa.
Agora sé
que Blancaflor es ella.
Este papel
sin lenguas me lo avisa,
que a
decírmelo así lenguas que hablaran,
el
sobresalto y gusto me mataran.
La
piedad de Ricardo, al acto fiero
usurpó su
piedad esta garganta,
y el
corazón y sangre de un cordero
expuso a
los rigores de la infanta.
Si yo
triste viví, alegre muero,
pues hallo
en tanto mal ventura tanta,
y en dos muertes lloradas y creídas
tres almas, una fe, un amor, tres
vidas.
CONDE: Dame
los brazos, Blancaflor.
REY:
¿Detente!
A tu reina
no pierdas el decoro.
A [BLANCAFLOR]
Dame la
mano, porque ya en tu frente
hermosos
se han de ver los lirios de oro.
BLANCAFLOR: Yo con la gloria que mi alma siente,
la invicta
mano de mi rey adoro.
CONDE: Yo vuelvo
a tu favor como solía.
BLANCA: Y yo al
dueño primero que tenía.
INFANTA: El
cielo os da su favor;
no
pretendo haceros daño.
Rey, yo
fingí aquél engaño.
No me debe
el conde honor.
CONDE: Demos
fin a una tragedia
que
resulta en mayor gloria,
y si os
agrada la historia,
dad perdón
a la comedia.
FIN DE LA
COMEDIA