ACTO PRIMERO
Salen el Conde BERTILO, RICARDO su criado, y
AUSONIO, Príncipe, con un retrato en las manos
BERTILO: No es bien que del gozo
huyas
por un retrato que apenas
puede remediar las tuyas
ni las facciones ajenas
has de
sacar por las suyas;
que
retratada una dama
ni la aborrece ni la ama
el sabio, libre de amor;
mas lo atribuye al pintor
que quiso extender su fama,
porque siempre la pintura
le da más vivas colores
que tiene en sí la figura,
porque quieren los pintores
mostrar allí la hermosura,
y es de damas común trato;
porque
si beldad y ornato
al suyo no sobre puja
[el] pintor que las dibuja,
nunca advierte en el retrato,
desmintiendo imperfecciones
por no descubrir las suyas,
a lo cual dan mil razones
semejantes a las tuyas
cuando
alabas tus pasiones.
Y así puedes entender
que esa diosa, esa mujer
que a tu parecer es diosa,
es mujer no tan hermosa
como es a tu parecer.
AUSONIO: No con tus razones muevo
mi pecho, noble y bizarro,
pues a decirte me atrevo
que aunque su dorado carro
baje a los infiernos Febo
haciendo que a todo el orbe
su luz necesaria
estorbe,
convirtiéndola en tinieblas,
y aunque el aire con las nieblas
que el cuarto elemento sobre,
la luz sola, de esta dama
que arde en mi pecho de cera
levantará tan gran llama
que olvide la luz primera
su resplandor y su fama.
Y si no, permite Apolo
poner de esta estrella sólo
su retrato allá en el cielo,
que ella
dirá luz al suelo
y él la dará al alto [polo].
Mas,
porque no se te antoje
que cual Ícaro voy alto
a hacer que el cielo se enoje,
no quiero dar tan gran salto
porque no caiga y me arroje.
Pero, dime, ¿no es muy llano
que no puede el ser humano
trasladar mayor belleza
que da la
Naturaleza
con su
rica y franca mano?
Si
es efecto la hermosura
que
Naturaleza causa,
sin ser
escasa ni dura,
¿cómo,
di, si en esta causa
tendrá
efecto la pintura?
Luego, el retrato es igual
a su
mismo original,
y esa
beldad que en sí tiene
del
propio dueño, le viene
como
cosa accidental.
Mas,
cuando en esta divisa
su hermosura
no volara
por el
mundo todo aprisa,
solamente lo adornara
por ser
su nombre Fenisa.
Que
con el Fénix de Arabia
[................. -abia]
por ser
en Arabia solo
y lo
consagran a Apolo
la
deidad más justa y sabia.
Y
así la Fenisa
mía
no
reconoce segundo
en todo
el reino de Hungría.
BERTILO: Poco
has dicho. En todo el mundo
no se
vio su gallardía.
¡Por
mi fe, qué firme estás!
AUSONIO: Tan en
su punto lo estoy
que si
quiero estarlo más,
dos
pasos pasados doy
como
quien vuelve hacia atrás.
BERTILO:
Supuesto que tú la quieras
y que
es justo que así mueras,
¿qué remedio has de tener?
AUSONIO: Pedirla
al rey por mujer.
BERTILO: ¡Por
Dios! ¿Que quieres de veras?
AUSONIO: Y
tan de veras que luego
quiero
que a Hungría te partas
a dar a
mi mal sosiego,
y al
rey, su hermano, mis cartas
en que
lo dicho le ruego.
Sólo
pretendo que en esto
estés,
Bertilo, dispuesto
que
será grande servicio.
BERTILO: A tu
alteza estoy propicio.
AUSONIO: Pues, a
escribir voy.
BERTILO: Ve presto.
Vase AUSONIO y quédanse BERTILO y RICARDO
El
resto de su tormento
ha
echado Amor de un envite,
pues
siendo yo el instrumento
quiere
que Ausonio me quite
el bien
de mi pensamiento.
La propia Fenisa adoro.
¡Mira
cuán en balde lloro!
Pues
vengo a ser de ella dueño
como
quien es en un sueño
señor
de ajeno tesoro.
Entendí partirme a Hungría
para remediar mi pena,
y he de
partir este día
para
remediar la ajena
y
acrecentar más la mía.
No
sé cómo agora vivo,
pues
por un amor altivo
la
escondí en pecho fïel
y habrá
de quedarse en él
como
aquél que entierran vivo.
RICARDO:
Pues, si tu pecho la amaba,
¿cómo
aquí la despreciaba?
BERTILO: Y aun
nació de ese desprecio
tenerla
Ausonio en más precio
que
hasta aquí su pecho estaba.
Trae
Amor su gracia bella
es cual
moneda oportuna
a ver
quién da más por ella
diciendo, ¿hay persona alguna
que quiera casar con ella?
Que
se llegó al lance rico,
todo el
mundo certifico
pues
por él anda el retrato;
mas yo
por comprar barato
le pase
precio aunque chico.
Mas viendo que es celestial
y al
traslado sobrepuja
el
divino original,
crecido
ha tanto la puja
que
quedó atrás mi caudal.
RICARDO: Que
estás perdido aseguro
porque si no estás seguro
que el
caudal al precio alcanza,
será tu
verde esperanza
vestido
de verde oscuro.
BERTILO:
Antes será verde y clara,
aunque
mi caudal no alcance.
RICARDO: ¿Será
que por ser tan cara
querrás
buscar otro lance?
BERTILO: Ojalá
otro tal hallara;
pero, pues que yo no hallo
en mi
estado otro vasallo
sabio
como tú y discreto,
decirte quiero un secreto
con que
me jures guardallo.
RICARDO: Ya,
Bertilo, de mí sabes
que la
fe que tú mereces
guardaré en casos más graves;
pues por el aire los peces
y por el agua las aves
primero andarán que yo
pueda
decirte de no
en
cosas de más momento
que es
callar un pensamiento
que
Amor a tu pecho dio.
BERTILO: Como mi mal causa Amor,
y su mal es sin remedio,
es perpetuo su dolor
si no
recibo por medio
ser al
príncipe traidor.
Si
mi mal he de curar
el suyo
se ha de aumentar;
si se
cura el suyo, el mío
será
tal que desconfío
de
poderle remediar.
¡Por
mi fe, que es caso extraño!
¿Qué
medio será más justo?
Venir a
hacer un engaño
quitando a Ausonio su gusto,
ya
remediaré mi daño.
O,
serle siervo leal
en
padecer yo mi mal
porque
no padezca el suyo.
RICARDO:
Remedia, señor, el tuyo
que es causa más principal;
porque en proseguir tu amor,
no eres traidor pues no quitas
haciendas, vidas ni honor.
Y si a traidores imitas,
no te llamarán
traidor;
que
cada cual su fatiga
la
remedia y la mitiga.
Y, pues
el cielo lo quiere
a aquél
que Dios se la diere,
San
Pedro se la bendiga.
Mas
mira que a lo que intentas
has de advertir a los fines,
porque no es bien que
consientas
que
agora lo determines
y que
después te arrepientas.
BERTILO: No
más, Ricardo, no más.
¡Qué
buen consejo me das!
En mi
remedio has estado;
pero
atrás bien he mirado
y
pienso no verme atrás.
Que
en este amoroso intento
seguro
está el pensamiento
porque
va por buen camino,
pues ni
mal me determino
ni de
mi mal me arrepiento.
No
tiene más que pedirme.
La
voluntad es victoria
y Amor
quedará más firme,
pues si
alcanzo tanta gloria
¿cómo
puedo arrepentirme?
Ya
sabes, quiere me parta
cuando
él una carta escriba,
y en
esto su mal no aparta
que
todo mi engaño estriba
en la firma
de su carta.
Con
ella [yo] pienso hacer
que
venga a ser mi mujer
la que
él por suya señala,
pues
muchas veces se iguala
la
industria con el poder.
Cuando
partamos de aquí
a donde
Ausonio me envía,
te daré
la carta a ti
y con
ella irás a Hungría
para
darla al rey por mí.
Yo
de Tracia me saldré
y
entretanto me estaré
con mi
padre Decio, el conde,
hasta
ver si él responde
conforme mi intento y fe.
Y en
dándote la repuesta
agradable y no molesta
porque
conoce la firma,
que
será, Ricardo, aquésta
en que
mi bien se confirma,
te
partirás a buscarme
por la
posta para darme
cuenta
de ello y testimonio
porque
yo, en llegando Ausonio,
vaya
allá para casarme;
que
ni él le [conocerá]
ni a mí
tampoco me ha visto.
RICARDO: No más,
señor. Bueno está;
que en
tu pretensión asisto
y el príncipe
sale acá.
Salen AUSONIO con una carta y LICIO su criado
AUSONIO: Por
señal y por ejemplo
del
milagro que contemplo,
en esta
carta encerrado
mi
corazón bien guardado
colgaré,
Amor, en tu templo.
Porque el poder soberano
que
muestras hoy sin igual
diga a
voces que tu mano
al más
enfermo de [tal]
ha
vuelto más presto sano.
Toma estas cartas y parte
para
que pongas aparte
el mal
que de Amor sostengo.
¡Por mi
fe que envidia tengo
y
quisiera acompañarte!
BERTILO: No
me ha admirado que [veas]
tú envidia en esta victoria
pues
primero es justo creas
que he
de gozar yo la gloria
que
tanto, señor, deseas.
Quiero decir que he de ver
la que
ha de ser tu mujer
y tener mi alma por suya;
que
como esta gloria es tuya
por mía
la he de tener.
AUSONIO:
Satisfecho quedo así;
que
tienes de negociar
como si
fuera por ti.
BERTILO: Bien puedes imaginar
que voy
a casarme a mí.
Queda, Ausonio, descuidado,
porque
yo voy encargado
de
remediar esta pena,
no como
si fuera ajena
mas de
mi propio cuidado.
Mas
mira tú cuánto peno
porque
alcances esta palma;
que a
ser el cuidado ajeno,
nunca
gozará mi alma
de un
casamiento que ordeno.
AUSONIO: De
muy remiso me arguyo
si el
ofrecer no concluyo,
con que
en ti sólo confío
y si
negocias el mío,
negociar prometo el tuyo.
BERTILO: No
quiero, señor, dejar
la
ocasión que se me ofrece
sin la
coger y gozar,
pues
cuando el mío comience
el tuyo
se ha de acabar.
No
hayas miedo que condene
el amor
que tu alma tiene
mi poco
cuidado. Adiós.
AUSONIO: ¿Tenéis
de partir los dos?
RICARDO: Sí,
señor, si así conviene.
Vanse BERTILO y RICARDO
LICIO: ¡Oh,
cuánto debe un señor
a un
siervo noble y fïel!
En Bertilo hay gran valor
pues que sales hoy, por él,
de un gran cuidado de
amor.
Por
él, no hay bien que no sientas
ni mal
que venir consientas;
pues del mar de esos tus ojos,
sin dar el agua
despojos,
te
libró de su tormento.
AUSONIO: Un
no sé qué alegre siento;
que a
mi pensamiento gasta
temor
de mal pensamiento
y en
otras partes contrasta
un temor
a este contento;
más
pienso debe de ser
este
dudar y temer
que la
que juzgo mi esposa.
Aunque
en su beldad es diosa,
no deja
de ser mujer.
Mas el
cielo enriquecido,
ponga sillas diferentes;
que a todas haré partido
[....................-ido]
mas todas son inclementes
porque en este tiempo
injusto,
de
dolor y de disgusto,
la más
alta, la más baja,
en
siendo mujer, trabaja
por
sólo seguir su gusto.
A él
se llegan de tal suerte,
que es
sola su pretensión
la del
gusto. ¡Oh, caso fuerte!
Que
huyen de la razón
como si
fuera la muerte.
[Al retrato]
Pero
tú, que en mi alma estás,
y vida
a mi cuerpo das
en ese
angélico rostro,
claro está que el cielo en todo
te prefirió a las demás,
porque no fuera razón
que
obra tan peregrina
como
fue tu creación
dióte
la beldad divina,
humana
la condición.
LICIO:
Sufre, señor, tu dolor
que
entretanto que haya amor,
hacer
no puede mudanza,
y
mientras hay esperanza
por fuerza he de haber amor.
Vanse
y salen el REY de Hungría y FENISA,
Infanta, y siéntanse
FENISA: Si
en sólo tu pecho cabe,
no será
el amor perfeto.
REY: Ya de
mí lo entiende y sabe
y por
ser grave el sujeto
es mi
tormento más grave.
FENISA:
¡Tanto, Leonora se precia
que a
un rey como tú desprecia!
REY: No se
precia de interés
ni de
servicios, porque es
otra
segunda Lucrecia.
Segunda por ser postrera,
que en
ser crüel para el hombre,
¡por mi
fe!, que es la primera.
FENISA: Quien
de fiera tiene el nombre
las obras tendrá de fiera.
REY: Y
tanto en serlo descansa
que la
mayor fiera es mansa
conforme su gran vigor,
pues
por miedo o por amor
cualquiera fiera se amansa;
mas
esta fiera, esta dama,
cuyo
pecho, cuya fama,
libertó
Amor de su ley,
ni me
teme por ser rey
ni por
ser primo me ama.
Y
así, Fenisa, quisiera,
pues
que tanto a ti te estima,
le
supliques que me quiera.
FENISA: Para tan
subida prima
haré
muy mala tercera.
REY: Mas
antes tengo entendido
me dará
el favor crecido
si le
dices mi afición;
que a
mi primera ocasión
por
ganar tal tercio, pido.
Y
supuesto aquesto así,
hoy,
Fenisa, le has de hablar
para
que ella me hable a mí.
FENISA: (Más
vale no porfïar. Aparte
Burlando...) Digo que sí.
REY: A buen tiempo el sí me das.
Ya
viene. Háblala [y atrás]
a
aquesta parte me allego,
porque
su sol y mi fuego
me
abrasarán juntos más.
Apártase a un lado el REY y salen FLORISEO y
LEONORA desde dentro hablando
FLORISEO: Dile
que en este cuidado
tengo
el blanco pecho tinto
de
lágrimas que he llorado.
LEONORA: Para
tan gran laberinto
muy
corto hilo has cortado.
Quédase FLORISEO a otro lado sin ver al
REY
¡Oh,
mi Fenisa!
FENISA: ¡Oh, Leonora!
¿De
dónde vienes agora?
LEONORA: De mi
acostumbrado fin,
contemplando en tu jardín
he gastado casi una hora.
FENISA: (Por
aquí he de cumplir Aparte
el sí
que al rey tengo dado.
Ahora
tengo de fingir
que le
digo su cuidado
mas no
lo pienso decir).
REY: (Esta vez, a lo que entiendo, Aparte
le dirá
que estoy muriendo
por su
gracia, hermosa y bella).
FLORISEO: (Que
estoy muriendo por ella, Aparte
sin
duda le está diciendo).
FENISA: ¿Que
tanto el jardín te agrada
que a
contemplarlo te vas?
LEONORA: Todo lo
demás me enfada,
y, por
mi fe, que él no más
me
tiene la vida dada.
En
él mi contento está
porque
siempre me lo da,
cualquiera vez que le veo.
REY: (Por mí
lo dice el deseo. Aparte
¡Glorioso fin tiene ya!)
Vase
LEONORA: ¿No
le tienes tú afición?
¿Cómo
en él no te entretienes
para
olvidar tu pasión?
FENISA: No será
bien me condenes
de
afligida condición.
De
él estoy enamorada.
Sí, que
este nombre merece
aquél
que tanto me agrada,
y con su vista fenece
lo que
me aflige y enfada.
FLORISEO:
(¡Oh, divina y alta voz! Aparte
¡Por mí
lo dice, por Dios!
Quiérome llegar allá;
pero
no, mejor será
que queden solas las dos.
Vase
LEONORA: Mi
hermano se va burlado
por
sólo hacerme tercera
de su
tormento y cuidado.
FENISA: Esta
vez, aunque no quiera,
él
mismo se ha engañado.
Sale un MERCADER de piedras y trae un retrato
MERCADER:
¿Mándame llamar su alteza?
FENISA: Quiero
tu riqueza ver.
MERCADER: Mejor
dijera pobreza.
LEONORA: Ser de
piedras mercader
no
adquiere sino riqueza.
FENISA:
Bueno es el rubí, ¡por Dios!
MERCADER: Y aun por extremo las dos.
LEONORA: Esta
esmeralda es muy fina.
FENISA: Hermosa
es la cornerina.
MERCADER: Más,
señora, lo sois vos.
FENISA: Bueno
está el requiebro, a fe.
LEONORA: La
verdad al menos habla.
FENISA: Esta
verdad negaré.
¿Qué
viene en aquesta tabla?
MERCADER: Yo,
señora, lo diré.
Aquí
traigo retratado,
que también
en esto he dado,
el gran
príncipe de Tracia,
cuyo valor, rostro y gracia
igual jamás han hallado.
Es en todo tan
perfeto,
que
mirado, envida causa.
FENISA: (Un
dolor tengo secreto, Aparte
pero
siendo tal la causa,
no ha
sido mucho el efeto).
Quiero comprarte un diamante.
¿No
compras tú piedra alguna?
LEONORA: Un
jacinto.
FENISA: A ser constante
se
inclina más tu fortuna.
LEONORA: Y la
tuya, a ser amante.
Nunca por esa afición
se ve
la del corazón.
Antes,
quien padece amores
entre
piedras y colores
busca
la de su prisión.
FENISA: En
esto engañada estás.
MERCADER:
¡Ea! Pues su alteza elija
la que
le agradare más
para
poner en sortija.
FENISA: Ésta,
¿en cuánto la darás?
MERCADER: El
precio no me da pena,
ya ve
tu alteza que es buena.
Lo que
quisiere me dé.
FENISA: En pago
de tanta fe,
recibe
aquesta cadena.
MERCADER: Para
tan grandes mercedes,
pequeña piedra to ofrezco;
mas las demás tomar puedes.
FENISA: Ésas y
más te agradezco,
si esta
tabla me concedes;
que
de hombre a todos tan grato
quiero tener un retrato.
MERCADER: Que
gano en dártelo entiendo,
pues
que tan caro lo vendo
comprándolo tan barato.
LEONORA:
Vente luego tras de mí;
te daré
lo que éste vale.
MERCADER: En hora buena sea así.
Vase el MERCADER con LEONORA
FENISA: ¡Ah,
quién de la vida sale
como la
dejáis así!
¡Oh,
mercader nada avaro!
¡Cómo
agora se ve claro
el
engaño que me hiciste!
Pues,
tan barato vendiste
lo que
me cuesta tan caro.
¡Que
comprada ha sido aquésta!
¡Que
así en mi pérdida ha sido!
Como si
me dieran ésta,
en ella
tanto he perdido
que el
alma y vida me cuesta.
¡Oh,
retrato angelical!
¡Bello
rostro celestial!
Si me
dais tanto cuidado
siendo
un pequeño traslado,
¿qué hará el original?
Cauteloso, Amor, has sido
y en sujetarme y prenderme,
materia y forma has
unido
pues la
luz para encenderse
en una
tabla has traído.
Mas en tu rueda amorosa
me
consuelo de una cosa,
que soy
su igual y que puede,
si el
juicio me lo concede,
recibirme por su esposa.
¿Pero cómo puede ser
sin que
el mundo me condene
por flaca y fácil mujer?
Amor, Amor, que el rey
viene;
de ti
me pienso valer.
Sale el REY
REY:
¿Cómo, Fenisa, podré
remunerar tanta fe
como he cobrado por ti;
que el
ser antiguo perdí
y otro
nuevo ser cobré.
Los cielos gracias te den,
pues sin desdén ni rigor
hiciste
me quiera bien.
¡Oh,
cuánto vale un favor
que
viene tras un desdén!
Cualquiera desdén que siento
me da
dolor y tormento.
El
valor viene doblado,
pues
quita el dolor pasado
y del otro
tanto contento.
El
tesoro de memoria
escondido siempre ha sido,
y así
en aquella victoria
me
escondí y hallé escondido
el
principio de mi gloria.
Y, pues, el medio remedio
está
claro, que en el medio
consiste el bien de mi fin...
FENISA: Verdad
dices si el jardín
no
estuviera de por medio.
El
medio fue semejante
al principio que tuviste,
y al
fin que será tu amante,
mira
que bien mereciste
por
sólo serle constante.
Pero, sí, que es obligar[se]
para
poder alcanzar[se].
Tu voluntad se confirma
con
sólo darle una firma
que
quiera después casarse;
porque teme que no olvide
habida
tu pretensión.
[..................... -ide
..................... -ón
..................... -ide.
................... -ido
....................... -és]
Pondrás
el darle marido,
aunque
yo por tu interés
gran premio le he prometido;
mas
ella lo echa en donaire
respondiéndome al desgaire,
"Promesas que así se ofrecen
muerto
el fuego, desaparece[n]
como escritas en el aire."
REY: Si el aire son los suspiros
que salen del corazón,
mal
podéis, promesas, ir[os]
pues si
cumplo mi afición
por
fuerza habré de cumpliros.
Bien, Fenisa, me aconsejas.
No
quiero que tenga quejas
después
de mi poca fe.
Pide
papel. Firmaré.
(Tormento esta vez me deja). Aparte
FENISA: Ya, señor, iré por él.
No des a los pajes cuenta.
Vase por el papel FENISA
REY: De mi
amor [le diré] en él,
pues el
bien que me sustenta
le
fundo agora en papel.
Por
mi fe, buen fundamento
podrá
llevar mi contento
si en
sólo papel se funda,
pues de
ello no más redunda
poder
llevárselo el viento.
En
esto se puede ver
si son
las mujeres vanas
o si lo
procuran ser,
pues en
cosas tan livianas
funda
el gusto una mujer.
Sale FENISA con papel, y dice
FENISA: Ves
aquí todo recado.
REY: Cumplir
mi palabra es ley,
y pues que ya así la he dado
firmado en blanco
"Yo el Rey,"
le
tengo su amor pagado.
Al
blanco de su afición
apuntó
mi corazón,
y la
tinta de este blanco
muestra
que mi pecho franco
dio tributo a la pasión.
Esta
firma le darás,
y si
pareciere mengua,
tan
chico don, le dirás
que no
le dará más lengua
por ser
el alma lo más.
Dale el papel y sale un PAJE
PAJE:
Licencia pide, señor,
de
Tracia un embajador
para
hablarte.
REY:
Dile que entre,
porque
en entrando se encuentre
con el
premio de mi amor.
FENISA: A
tiempo bueno ha venido,
que en
nombre del rey con ésta
pienso
pedir por marido
al que
más caro me cuesta
que el
duro troyano a Dido.
En el alma triste siento
un
nuevo bien y contento.
Pensamiento, ¿dó me llevas?
¿Si
será aquestas nuevas
para mí
viejo tormento?
Salen RICARDO y un CRIADO
RICARDO: [Ausonio],
el príncipe y señor de Tracia,
con
pecho cuidadoso descubierto,
tus
manos besa y esta carta envía.
Lee el REY la carta
REY:
"La mucha obligación que a tus pasados,
supremo rey, los míos han
tenido,
me pone atrevimiento que
pretenda
ayuntar
mis estados con los tuyos
pidiendo que me des en casamiento
a
Fenisa tu hermana y mi señora,
aunque
sin avisárselo a mi padre
que
agora está en la guerra de Polonia.
Esto te
suplico. Estoy seguro
que no
le pesará cuando lo sepa
porque
también lo estoy que [eso] tu pecho
al mío
podrá dar lo que desea.
Concluyo con que Dios tu estado aumenta
guardando tu persona muchos años
como es
justo.
El Príncipe de [Tracia]"
FENISA:
(¡Oh, esta imaginación Aparte
que pasó por mi deseo,
o es
sueño de mi pasión
o es
sombra alguna que veo
del fin
de mi pretensión.
No
sé, tabla celestial,
si a
teneros en más venga,
por ser
de Ausonio señal
o si ya
en menos os tenga
pues
tengo el original).
Cáesele [inadvertida] a FENISA el papel de
la mano
REY:
Pues, tanto en ello se gana
por mi
parte, es cosa llana
que no podré decir no,
pues
que gano tanto yo
como ha
ganado mi hermana.
Otros pierden por gozar
lo que
a sus gustos impide,
y
pierde el que suele dar;
mas hoy el príncipe pide
para
darnos a ganar.
Y
tú, si cansado estás,
aquí
descasar podrás
de tu
camino pasado.
RICARDO: (¡Oh,
rey, qué mal te he pagado Aparte
el bien
que agora me das!)
Ser[á] al príncipe molesta
la
respuesta si se tarda,
y en
serle ya manifiesta
porque
por horas aguarda
que le
llegue la respuesta.
Tu majestad no le escriba
porque
así me detendré.
REY: Alto,
pues, que se aperciba
toda mi
gente haré
porque
al príncipe reciba.
Partirte puedes de aquí.
RICARDO: Harélo, señor, así.
REY: Vamos a
cumplir mi intento.
FENISA: Será
hacer recibimiento
para el
recibirme a mí.
Vanse el REY y FENISA
RICARDO: Bien
la ocasión me afortuna
que el
tiempo sin vuelta alguna
me da
lugar y ocasión.
Hoy
sacaré por blasón
Ocasión, Tiempo y Fortuna.
Bien
principio di al engaño,
si por
algún caso extraño
el fin
no viene en ofensa,
que
donde el hombre no piensa
allí
suele estar el daño.
Sólo
nos falta ordenar
que
esperanza o que respuesta
al
príncipe se ha de dar.
Pero, ¿qué
carta es aquésta?
Del
suelo la quiero alzar.
En
blanco tiene la firma.
"Yo el Rey" dice. ¡Oh,
cielo franco!
Mi
voluntad se confirma.
Esta
vez doy en el blanco
pues el rey en blanco firma.
Sobre ella pienso escribir
un caso
digno de oír,
y es
que Fenisa murió
de un
breve mal que le dio,
y así
podré despedir
de
que pretenda la infanta
el
triste príncipe Ausonio.
Mi
buena industria me espanta.
Tanto
puede un testimonio
que un
hombre honrado levanta.
Vase y sale FLORISEO
FLORISEO: Aquí
vuelvo a contemplar
este
sagrado lugar
donde
solamente fue
el
milagro de mi fe
que no
lo puedo olvidar.
Aquí
en señal de victoria
me dio
Fenisa la palma,
y así para aquesta gloria
en
Fenisa tengo el alma
y aquí
tengo la memoria.
Sale FENISA
FENISA: Aquí
fue dó le perdí.
FLORISEO: (Esto
lo dice por mí; Aparte
que
como a verla no he ido
sospecha que me [ha] perdi[d]o).
FENISA: Si
podré hallarle aquí,
pues, ¿qué le puede perder?
FLORISEO: (En su
pensamiento asisto. Aparte
Su
pasión me da a entender,
encubriendo
que me ha visto.
¡Oh,
qué discreta mujer!)
FENISA: Si
le halló alguna dama
de
palacio...
FLORISEO:
(Ella me ama, Aparte
pues de
damas se recela.
¡Puede
poner una escuela
de
discreción, ciencia y fama!)
FENISA: ¡Por
mi fe, no le hallo!
FLORISEO: (Aquí,
mi bien, me hallarás). Aparte
FENISA: Casi
estoy por no buscallo.
FLORISEO: (No me
esconderé yo más, Aparte
que me perderé si callo).
Señora, no está perdido
lo que
buscas.
FENISA:
Yo agradezco
el
cuidado que has tenido.
¿Dó
pareció?
FLORISEO:
Aquí pare[zco].
Pues,
¿tan bien te ha parecido?
FENISA: Di,
¿dónde está? ¡Por mis bienes!
FLORISEO: Dentro
en tu alma lo tienes
después
que tuyo se nombra;
que yo
no soy sino sombra
de aquél que en tu pecho tienes.
FENISA:
Acaba. Dame el papel,
que lo
pedirá mi hermano.
FLORISEO: ¿El papel? ¿Quieres por él
motejarme de liviano?
FENISA: Mira,
que [ya] está en él
la firma del rey.
FLORISEO: Y firme
estoy
sin arrepentirme
del
alma que te he entregado.
FENISA: ¿Estás
loco o porfïado
en
burlarme y perseguirme?
¡Basta
el juego, Floriseo!
FLORISEO: Ésa tu
sospecha baste
si fue
probar mi deseo
ese
término que usaste,
[.................. -eo].
Ya
ves mi poca mudanza;
no marchites
mi esperanza
en
dilatar mi favor
porque
siempre es la mejor
la que
más presto se alcanza.
Bien
sé cierto que me quieres
pero
pienso será tarde
cuando
tú me lo dijeres
porque
el uso de cobardes
tienen
siempre las mujeres.
Muestran con el vencedor
humildad, miedo y amor;
y con
quien vencidos siente
quiere mostrarse
valiente
tratándoles con rigor.
FENISA:
Alguien te tiene engañado.
O el
jüicio te ha falta
o te
ciega la afición,
o ésta
es alguna traición
que en
mi daño has ordenado.
¿Tan
liviana y fácil soy?
¿Tanto
a mis ventanas voy?
¿Con
tan blandos ojos miro?
¿Tan a
menudo suspiro?
¿Tan
melancólica estoy?
¿Tanto sabes [que] te he [amado]?
¿Tantos billetes [te] he
escrito?
¿Tantas veces te he hablado?
¿Tantos requiebros permito?
¿Tantos pajes te he envïado?
¿Qué entiendes que te
he querido?
¿Y si un papel he perdido
sospechas que eres tú él?
Bien dices que eres papel
pues que tan liviano has sido.
Vase
FLORISEO: ¿Soy yo Floriseo? Sí.
¿Fué
Fenisa? Sí... ¡mas no!
La
envida fue la que vi
que mi
bien impedí yo.
Soy
imagen del que vi;
mas,
¡ay!, que si envidia fuera,
Fenisa
no pareciera
si yo
fuera imagen hoy,
siendo
lo poco que soy
de lo
mucho que antes era.
¡Oh,
falsa, que me has burlado!
Mas por
fuerza había de ser
esta
vuelta que hoy has dado.
Mas eres
al fin mujer
y por ser yo desdichado,
ingrata , no te pedía
constancia como la mía
mi
voluntad infalible.
¡Qué
bien vi que era imposible!
Pero
durará algún día.
Sale LEONORA
LEONORA:
¿Quién es ésa tan esquiva,
a quien tus suspiros van,
que trocó en marchita
oliva
lo
verde del arrayán,
señal
de esperanza viva?
FLORISEO: Esa
esquiva, esa ingrata,
ésa que
tan mal me trata,
ésa que
tiene deshecho
en
cautiverio mi pecho
y nunca
de él me rescata,
y
ésa que en verme mató
cual
basilisco furioso
y con
su vista me dio
el
veneno, que a su esposo
[Deyanira] un tiempo dio,
disfrazado en la camisa
ésa que
trae por divisa
de sus
victorias y palmas
sacando
de muertas almas
un
campo pardo, es Fenisa.
Vase
LEONORA:
Perdido va, caso extraño.
El daño
ha sido su dama
y yo la
causa del daño.
¡Oh, cómo
en el alma que ama
es
peligroso un engaño!
Sale el REY
REY:
Después que estampó el Amor
en mi
pecho tu valor
quedando de él envidioso,
arrojó
el pincel furioso
y me dejó mi dolor.
Borró el tormento que viste,
dióme
el ser que me entregaste
después
que bien me quisiste
y el
corazón me llevaste
y
aquéste tuyo me diste.
Amor y Naturaleza
nos
premiaron con largueza;
que él
no puede, y con razón,
darme
mayor galardón
ni ella
a ti mayor belleza.
LEONORA: Rey,
quisiera responderte,
como es justo responder,
de otro
modo y de otra suerte;
mas
pienso que en ser mujer
no he de poder ofenderte.
Y si no te ofendo,
entiende
que ese
fuego que te enciende
en ofenderte se anima;
que
quien ofende a su prima
a su
misma sangre ofende.
Eres
hombre, pero siento
que por
tener de rey nombre,
tuviste
ese atrevimiento;
que no bastara ser hombre
para
tan gran pensamiento.
¿Yo
te he querido jamás?
¿A
quién tu vida y fe das?
¿Vienes
loco? ¿Vienes ciego?
A
ocasión de tanto fuego
deslumbrado y ciego estás.
REY: ¡Que
niegues que me has querido!
¡Que
mudable quieres ser!
Pero
justo caso ha sido.
Quien
así quiso a mujer,
mujer
le paga en olvido.
Sola
mi fe me engañó
porque
nunca pensé yo
que
cupiera en lo que vi
tras un
dulce alegre "sí"
un
amargo y triste "no."
Ingrata de mi servicio,
no puede mi mal culparte
de
aqueste mal beneficio;
que en
ser mujer y mudarte
has
usado de tu oficio.
De
mi mano recibiste
la
firma que me pediste,
y me pediste
papel
para
firmar más en él
la
firmeza que tú viste.
Cual
el fundamento fue,
tal ha
sido tu firmeza.
Del
cielo me quejaré
pues
quiere que tal belleza
en tan mal sujeto esté.
Ya
tus favores se han ido
pero no
lo he perdido;
pues
quiere Amor que me acuerde
que
cuando algún hombre pierde
es
señal que ha poseído.
Da a
tu ingratitud lugar
y le
daré yo a mi llanto;
que si
tan dura has de estar,
quizá
vendré a llorar tanto
que al
fin te venga a ablandar.
Vase
LEONORA: La confusión
me fatiga.
No me
espanto que el rey diga
el amor
y que me quiera;
mas que
a la vista primera
tales
razones me diga.
Sale FENISA
FENISA: (La mujer
con tal se nombre Aparte
engañó
al hombre en comer,
por subir más y más ser,
y así por ser más el hombre
quiere engañar la mujer.
Temo
que el duque no enrede
algún engaño que quede
mi bien
convertido en daño;
que a
veces hace un engaño
lo que
la razón no puede.
Y
como de mi locura
nació
el engaño presente,
de engaño no estoy segura
como
suele un delincuente
que de
nada se asegura).
LEONORA:
Fenisa, quejarte veo.
¿Quién
te agravió?
FENISA: Floriseo;
que loco
de su [pasión]
entendió que su razón
igualara a su deseo.
LEONORA: Si
su disculpa conviene
para
que no le condene
tu
justicia a aborrecerlo,
bien
puedes de hoy más quererlo
que
justa disculpa tiene.
Engañado le he traído,
fingiendo que tú le quieres,
y su
engaño sólo ha sido
pensar
que nobles mujeres
tan fácilmente
han querido.
A mí
me puedes culpar;
que le
he querido burlar
en
engaño semejante
y ya
sabes que un amante
es muy fácil de engañar.
FENISA: Si
libre merece ser,
yo
perdono su inocencia
conque
olvide su querer.
LEONORA: Aún no
se acaba la audiencia
que hay
otro pleito que ver.
FENISA: Ya
he entendido a lo que vas:
residencia le darás
pues
quedará de esta vez
culpado
el primero juez.
LEONORA: Quién
es culpado verás.
¿Qué
liviandad ha hallado
el rey
en mi autoridad
que
sospecha que le he amado
o
quiere sacar verdad
por un
mentís disfrazado?
Y no
saber que afición
le
quita a un amante justo
la
vista de la razón
y aún es
cuerdo donde el gusto
camina
por su pasión.
Si
la señal de su mal
en el
triste amante es tal
que por
ciego es conocido,
¿en qué
ve lo que he querido
si me faltó
esta señal?
FENISA: Si
en las damas principales
la
guerra de amor se encierra,
ella se
encubre en sus males
porque
no siempre que hay guerra
los
cielos muestran señales.
Y, pues tu gloria lo ordena,
ella
misma lo condena
a que
no esté en tu memoria.
Basta
faltarle tu gloria
para
que esté siempre en pena.
Fue
engañarle mi intención
para
cierta pretensión
que tú
después la sabrás.
Pero
agora fingirás
que le
tienes afición.
LEONORA: ¿En
tus trazas y quimeras
peligro
no consideras?
¿No ves
que Amor, por matar,
de
burlas se suele entrar
y viene
a salir de veras?
Y
aunque tu invención me agrada,
si
quieres eso hacer
con mi
hermano, ¡que me enfada!
FENISA: Agora
no puede ser.
LEONORA: ¿Cómo
no?
FENISA:
Estoy desposada.
LEONORA:
[¿Desposada? Pues], ¿con quién?
FENISA: Con
quien reciba tal bien
que no
espero ver desgracia...
con el
príncipe de Tracia.
LEONORA: ¡Por muchos años, amén!
Cuéntame cómo.
FENISA: Después;
que es
el caso un poco largo.
LEONORA: Después
que con él estés
bien puedes
tomar el cargo
de
engañarlo.
FENISA:
Verdad es.
Yo
lo fingiré.
LEONORA: El rey viene.
Salen el REY y LISARTE
REY: Haz que
el alarde se ordene
y salga la infantería
a
cuatro millas de Hungría.
Mira
qué concierto tiene.
No
quede ningún vasallo,
como de
palacio sea,
que no
se le dé caballo
y se le
vista librea.
LISARTE: Luego
voy a concertallo.
REY: A la
brevedad te [brega]
porque
ya el príncipe llega
al
ducado de Haisora.
[Vase LISARTE]
(Entendí hablar a Leonora Aparte
y la
ocasión me niega).
Oh,
bella diosa del cielo,
como en
ti se compadece,
que
mejor del sol del cielo;
tu
bella luz resplandece
y
no desprecie tu velo.
Como acabaste mi vida,
agora
por la herida
una
fresca sangre vierto
como
suele un cuerpo muerto
delante
del homicida.
El
tiempo te ha concedido
de lo
lindo tanta parte
que el
olvido todo ha sido,
y así
no quiero olvidarte
por no
querer al olvido.
Agradaste en ver que muero
y así
agradarte no quiero,
por no
quererte agradar.
LEONORA: Si te
hubieras de matar,
dame mi
alma primero.
REY:
Luego, ¿yo la tengo?
LEONORA: Sí.
REY: Salió
con tal falsedad
el crédito
que te di
que
aunque me digas verdad,
pienso
que burlas de mí.
LEONORA: ¡Oh,
qué novicio amador!
Cese,
rey, tanto rigor.
Basta
ya. Queredme bien;
que es
un crisol, un desdén
donde
se congendra amor.
Aquel desdén hice yo
para
probar vuestra fe,
pero
nunca se gastó;
que
como tan poca fue
en la
prueba se acabó.
REY: Publique el cielo esta historia.
¡Amor,
victoria, victoria!
Que mi
pena y mal notorio
fue
pena de purgatorio
para
gozar de esta gloria.
Hame
consentido el cielo
por lo que en mi pecho encierra,
que fue
procurar tu cielo,
pues,
nunca paró en la tierra
aquél
que cayó del cielo.
FENISA: El
duque afuera ha salido.
REY: Voyme, pues
no me ha sentido.
Vase
FENISA: Tu amor
estoy contemplando;
que no
sé si está burlando
o se de
veras ha sido.
LEONORA: Eso
agora lo verás.
Haz con
el duque otro tanto.
Sale FLORISEO
FLORISEO: ¡Oh,
dura roca, aquí estás!
Roca
dije, pues mi llanto
basta a
endurecerte más.
FENISA:
¿Quién duda que de enojado
un mar
copioso ha llorado?
Su
corazón [descubierto],
hermano, ¿Si estaba muerto,
cómo no
lo han enterrado?
Ya,
duque, de vos me espanto.
Dejad
por un rato el llanto,
no deis suspiros tan recios
porque es de amantes muy necios
suspirar y llorar tanto.
LEONORA:
Hagamos, duque, amistad.
Mira
que fue por probarte
encubrir [mi] voluntad.
FLORISEO: De
nuevo vuelvo a adorarte
si me dices
la verdad.
Y si
aquesto verdad es
dame,
Fenisa, los pies.
FENISA: Poco tu
pecho desea.
LEONORA: El rey
viene.
FENISA:
No nos vea.
FLORISEO: ¿Cuándo
te veré?
FENISA: Después.
Vanse FENISA y LEONORA
FLORISEO: Fue
recién muerto mi fuego
pero al
humo que de él vive,
le tocó
tu lumbre el fuego,
y así
tan presto recibe
otra
vez vida y sosiego.
Tocan cajas y sale el REY
REY: ¡De
esa suerte, duque, estás!
¿Cómo a
recibir no vas
al
esposo de Fenisa
que ya
nuestra corte pisa?
FLORISEO: ¿Luego,
desposado la has?
REY:
¿Agora lo dudas?
FLORISEO: Sí;
que
nunca tal he sabido
de
Fenisa ni de ti.
REY: Pues, sal luego.
FLORISEO: Obedecido
serás en todo. (¡Ay, de mí!) Aparte
REY: ¿Por
qué suspiras?
FLORISEO: Suspiro
porque
mil casados miro
y sólo
yo no me caso.
REY: ¡Por
Dios, que es terrible caso
para
tan grande suspiro!
Vase el REY
FLORISEO: ¿Qué
es esto, tiempo crüel?
¿Qué
curso es éste que has dado
para
consumirme en él?
Acabe
el siglo dorado
en la
muerte de otro Abel.
¿Estoy en mí? ¿Duermo o velo?
¿Cómo
me consiente el suelo,
pues el
cielo me destierra?
Estoy
seguro en la tierra
que no
lo estaba en el cielo.
En
este dolor que siento,
¿quién
sufrirá más dolor,
el alma
o el pensamiento?
Ella
padece el rigor
y él me
causa su tormento.
Mas, ¡ay, Amor!, que tus males
los dos padecen iguales;
aunque
padezca inmortal gloria
[.................... -oria],
dos
sujetos inmortales.
¿Para qué es esto que siento?
¿Querido de ella no estoy?
¿Qué es el primer fundamento?
Pues yo
no seré quien soy
si no
impido el casamiento.
Quiero ver con quién se casa
y lo
que en palacio pasa;
que no
conviene sosiego
pues se va perdiendo el fuego
que me
consume y abrasa.
Vase y salen al balcón FENISA y LEONORA
FENISA:
Leonora, en este balcón,
si
atenta un rato me estás,
de todo
punto sabrás
mi verdadera intención.
Que
aunque mi firmeza es mucha,
cuando
vi aquel mercader,
hice
oficio de mujer.
LEONORA: ¿Luego
lo quieres?
FENISA: Escucha:
no es tan humilde mi trato,
que ese
amor haya tenido.
LEONORA: Pues, ¿en qué mujer has sido?
FENISA: En dar
el alma a un retrato
y en
darle como le di
el
pecho por sacrificio,
aquéste ha sido mi oficio
desde
el día que le vi.
LEONORA: Si
hoy tu esposo te recibe,
¿qué te
da cuidado?
FENISA: Temo
que
cuando llegue al extremo
Fortuna no me derribe.
LEONORA:
Pues, en ese temor tuyo,
el
mercader, ¿qué causó?
FENISA: Causará
si me engañó
y ese
retrato no es suyo.
LEONORA: Y
cuando suyo no sea,
a ti,
¿qué te importa?
FENISA: ¿Qué?
Que
jamás me casaré
hasta
que a su dueño vea;
que
si su rostro no es éste,
su
valor, su cuerpo y gracia,
aunque
príncipe de Tracia
y
aunque la vida me [cueste],
no
me he de casar con él;
que ese
amor le tengo yo
el
retrato me lo dio,
que yo
no lo he visto a él.
LEONORA: Di, pues,
¿qué provecho sientes
en que
aquí las dos estemos?
FENISA: Que los
rostros cotejemos
a ver
si son diferentes.
LEONORA: Bien
has dicho. Rumor suena.
Sin
duda que llegan ya.
FENISA: Solamente en esto está
el
remedio de mi pena.
LEONORA: No
tengas temor, Fenisa.
Tocan cajas dentro
LISARTE:
¡Extiende aprisa esa juncia!
LEONORA: El
tiempo tu gloria anuncia
que la
esperanza se pisa.
Salen uno echando juncia y luego toda la gente de
dos en dos y el REY de Hungría y el conde BERTILO a su
lado, como Príncipe, y éntranse
FENISA: ¡Mi
esperanza va perdida!
LEONORA:
¡Terrible desgracia!
FENISA:
Advierte
que en
este punto la muerte
luchando está con la vida.
LEONORA: El
rey viene y a su lado
quien
[de] esposo tiene nombre.
(¡Por
mi fe, que es gentil hombre! Aparte
Oscuro
queda el retrato).
FENISA: ¡Ay,
Dios, que no se parecen!
¡Qué
diferentes facciones!
LEONORA: (¡Ay,
Dios, que nuevas pasiones Aparte
mi
cuerpo y alma padecen!)
FENISA: ¡Qué rostros tan diferentes!
LEONORA: (¡Qué
rostro, valor y ornato!) Aparte
FENISA: No es
suyo aqueste retrato,
Leonora, ¿de eso qué sientes?
LEONORA:
Dolor, pasión y tormento.
Siento
que son desiguales.
(Mejor
sintiera mis males Aparte
[.................... -ento).]
FENISA: ¡Oh,
mercader cauteloso,
eres al
fin mercader!
Cielos,
¿de quién puede ser
este
retrato glorioso?
Desposarme no imagino.
Mirad,
tabla, en cuánto os precio,
pues a
un príncipe desprecio
por
vuestro rostro divino.
Mirad si sois principal,
pues
que vence mi cuidado
un
verdadero traslado
a un
fingido original.
Mas,
¿qué llorar me aprovecha
si a
ciegas me quejo y lloro?
Vase
LEONORA: Basta
que en efecto adoro
lo que
Fenisa desecha;
mas
yo curaré mi daño
con
hacer que no la quiera.
¡Oh,
mujeres, quién os viera
en la
red de aqueste engaño!
Vase
FIN DEL PRIMER ACTO