ACTO SEGUNDO
Salen LUCRECIA con manto, ALDONZA con tocas,
GÓMEZ por una puerta y por otra doña ANA
LUCRECIA: Esta
visita te debo.
ANA: Y en nuevas deudas me pones.
LUCRECIA: Las
demás obligaciones
a
pagarlas no me atrevo.
ANA:
Pienso que vienes huyendo
de
algún pretendiente mío.
LUCRECIA: Por lo
menos de mi tío;
que me
cansa persuadiendo
y
con don Sancho me casa.
¡Pero
no ha de ser así!
ANA:
¿Aldonza con tocas?
LUCRECIA: Sí;
que
autorizan una casa.
Quiero que de tocas use;
que es autoridad y honor
y las he cobrado amor
después que yo me las puse.
ANA:
¿Habemos de ver las fiestas
que a Baltasar
el Primero
hace el
Rey?
LUCRECIA:
Tu gusto quiero.
GÓMEZ: En
ocasiones como éstas...
¡Por
acá! ¿Qué amante viene?
ANA: Cuando
alguno me pasea,
hago
que luego me vea
y así
por otra me tiene
y se
va.
GÓMEZ:
Pues, don Fernando
el fin
de su seso entabla.
Ya con
bordoncillos habla
y dice
que está esperando
ser tuyo; que eres su centro.
ANA: Yo
fuera entonces la necia.
Tu tío
viene, Lucrecia.
LUCRECIA:
Retirémonos adentro.
Vanse las dos
GÓMEZ: Yo
me quedo a ver qué manda.
No
estarás tan zahareña
pasando
plaza de dueña.
Tocas
ese traje ablanda.
Sale ALBERTO leyendo un papel
Pero
leyendo un papel
viene
Alberto. Aun no me ha visto.
Éntrome; pues que conquisto
a Inés
que es menos crüel.
Vase GÓMEZ y sale el Capitán ALVARADO
ALVARADO:
Señor Alberto, siguiendo
vuestros pasos he venido.
Sospecho que habéís sabido
quién
soy y lo que pretendo
en
esta corte.
ALBERTO: Ya sé
que de
las Indias venís.
¿Por
qué causa lo decís?
ALVARADO: Mis
intentos propondré.
Lucrecia, vuestra sobrina
tiene en casa una crïada
con
tocas de dueña honrada
y de
beldad peregrina.
Casarme quiero con ella
sin
mirar inconvenientes.
ALBERTO: No le
faltan pretendientes.
ALVARADO: Todo el
Amor lo atropella.
A mis ojos es hermosa.
Para mí es bastante
prenda.
Tendré
quien guarde mi hacienda,
y no
mujer caprichosa
y
vana que la destruya.
Ella tendrá esposo rico.
Resuelto estoy y os suplico
que hoy
se trate o se concluya.
ALBERTO: A la
vuelta de esa esquina
un
breve rato esperad
y sabré
su voluntad;
que aquí está con mi sobrina.
ALVARADO: En buen hora amor tan justo
me disponga la
respuesta.
Vase el Capitán ALVARADO
ALBERTO: ¿Quién
vio pretensión como ésta?
¿Quién
vio tan extraño gusto?
Lucrecia, Aldonza, doña Ana,
salid
todas acá fuera.
Salen todas
LUCRECIA: (¿Con
qué vejez y quimera Aparte
vendrá
mi tío?)
ALBERTO:
(Ella gana Aparte
en este indiano un marido
cuerdo,
noble, rico, honrado.)
Sabe
Aldonza, que he buscado
tu
remedio; que has servido
bien
a Lucrecia y así
te
tengo casada y bien.
No hay preguntarme con quién.
Basta
que me agrade a mí.
Yo
sé que está bien casada.
Sigue,
sigue tu ventura.
ALDONZA:
Replicar fuera locura;
su
esclava soy, no crïada.
Deja que tu mano bese.
LUCRECIA: Todos
parabién te damos
y
agradecidas estamos
a mi
tío.
GÓMEZ:
(¡Que tuviese Aparte
hombre
en Madrid tan mal gusto!
Huélgome porque temí
no me
achacasen a mí
este
trato. ¡Oh, necio adusto,
cualquiera que tú hayas sido,
serpientes de Libia son
su cara
y la condición!
Honrado
serás marido.)
ALBERTO:
Luego la boda ha de ser.
GÓMEZ:
¡Colérico desposado!
ALBERTO: Ponla,
doña Ana, en tu estrado.
Idla
luego a componer.
LUCRECIA: Ven,
doña Ana. Si esto pasa,
¿qué
tenemos que esperar?
GÓMEZ: Eso
sí. Empiecen a entrar
las
bodas en esta casa.
Vanse todos menos ALBERTO
ALBERTO: Mal
hace quien desconfía.
¿Quién
dijera que guardada
una
mísera crïada
esta
ventura tenía?
Sale el Capitán ALVARADO
ALVARADO: ¿Qué
tenemos?
ALBERTO: Que ya están
previniendo porque sea
la boda
esta noche.
ALVARADO: Vea
esa
vejez a quien dan
plata por canas los cielos
un
siglo asombro español,
y tu
edad detenga el sol
por azules paralelos.
Voy a prevenir también
mi casa para venir
a este
cielo a recibir
de su
mano tanto bien.
Vase el Capitán ALVARADO
ALBERTO: Loco
está de puro amor,
y loco
de agradecido.
¡Qué
dichosa Aldonza ha sido!
¡Oh, señor Comendador!
Salen
el COMENDADOR y don SANCHO
COMENDADOR:
Señor Alberto, quisiera
poner a
Sancho en estado
y en
esta corte no he hallado
mejor
mujer para nuera
que Lucrecia.
Don SANCHO está retirado
ALBERTO: Yo traté
con
ella ese casamiento.
Mostró
al principio contento;
mas
después, no sé por qué,
ha
mudado de opinión.
COMENDADOR: ¿Vio
algún defecto en mi hijo?
ALBERTO: Nunca
la causa me dijo.
COMENDADOR:
Sabedme, pues, la razón
por
qué a este mozo desprecia.
ALBERTO: Yo lo
pienso disponer.
COMENDADOR: Llega,
Sancho, a agradecer
que te
casa con Lucrecia
Alberto.
SANCHO:
Yo agradeciera
más que
no tratara de eso.
COMENDADOR: ¿Qué
mudanza o qué suceso
te ha
puesto de otra manera?
¿No
lo deseabas?
SANCHO: Sí,
pero la Naturaleza
sólo a
un monte dio firmeza.
Hombre
y no monte nací.
COMENDADOR: ¡Ambos
se han arrepentido!
Hablan en tanto los viejos
SANCHO: (Amor,
mi muerte dispones; Aparte
nuevo
linaje de arpones
son
éstas que me han herido.
Naturaleza indignada,
ya
piadosa o ya crüel,
pienso
que arrojó el pincel,
y en
una humilde crïada
dio
con todos los colores
y sin
saber lo que hacía
quedó
hermosa más que el día
para
matarme de amores.
O la Fortuna envidiosa
de ver
que Naturaleza
al
repartir tu belleza
se
mostró tan generosa
con
una pobre crïada,
dijo
con ansias extremas,
como
siempre andan a temas,
"Yo te hago desdichada".
¡Qué envidie yo con desvelos
todos los hombres que son
de menos obligación
y calidad! ¡Que los cielos
pundonor, sangre y riqueza
rara en
mi daño me den.
El
primero soy a quien
embarazó su nobleza).
COMENDADOR: ¿Por qué eres tan desigual
que, habiendo amado,
después
a
Lucrecia olvidas?
SANCHO: Es
noble, honrada y principal.
No hay, [no], mujer
que sea
de más
garbo y bizarría.
Por
hermosa la tenía
pero es
en extremo fea.
ALBERTO: ¿Lucrecia fea? Es error.
No hay
más hermosa mujer.
Esta
noche la ha de ver
el
señor Comendador;
que
se casa una crïada
y
ocasión la boda ha dado
para
entrar allá embozado.
SANCHO: ¿Acaso
es la desposada
la
que trae tocas de dueña?
ALBERTO: La
misma.
SANCHO:
(Muerte me dan.) Aparte
¿Y el
novio?
ALBERTO:
Es un Capitán
de las Indias.
SANCHO: (No soy peña. Aparte
No
soy escollo del mar.
Déjame,
fiero tormento,
recibir
algún aliento
con qué
poder respirar.
Matadme de amores, cielos,
no de
envidioso rigor.
Si son
hijos del amor
y de la
envidia los celos,
¿por
qué con tan noble padre
no son dulces, no son bellos?
¿Por qué prevalece en ellos
lo
villano de la madre?
Mal
el alma se reporta
si los
celos la han herido.)
COMENDADOR: Parece que los has sentido.
A ti, Sancho, ¿qué te
importa?
SANCHO:
[........... -eses]
Yo la
veré si eso pasa.
ALBERTO: La boda
es en esta casa
de doña
Ana de Meneses.
Vanse y ha salido don JUAN y oye los dos versos
JUAN:
Teneos, vanas sospechas,
y no
paséis de recelos
a ser
envidia, a ser celos.
Amor, no trueques las flechas.
Tu matar es dulce y
bueno
si
cuando a doña Ana adoro
me
abrasas con rayos de oro.
No me
mates con veneno.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ:
Póngale ese moño rizo
a la
novia aunque es enano.
JUAN: ¿No es
aquéste el escribano
que las
escrituras hizo?
¿Cuándo es la boda? (Yo
muero.) Aparte
GÓMEZ: Esta
noche, ¿no lo ves
en mi
alborozo?
JUAN:
¿Y quién es
el
novio?
GÓMEZ:
Un gran majadero,
y ya
le van a avisar.
Vase por otra puerta
JUAN: ¡Don
Fernando de [Moncada]
ha
tenido destinada
belleza
tan singular!
¡Un
hombre necio, un figura
goza
prendas celestiales!
Pero,
¿quién, si no los tales,
son
dueños de la ventura?
Y yo
a ser más necio vengo,
pues
cuando por varios modos
le
tienen lástima todos,
yo solo
envidia le tengo.
Helo
aquí. ¡Qué necio y grave
viene
al puesto destinado!
¡Qué
presto le han avisado!
Sólo
que es dichoso sabe.
Sale don FERNANDO
FERNANDO: Vos,
señor don Precursor,
digo
don Juan de Vellido,
andáis
sin duda herido.
JUAN: ¿Qué es
Vellido?
FERNANDO: El autor;
que
siendo bello Cupido,
y como
Dolfos aleve,
con
razón llamarse debe
bello, bellaco y Vellido.
Sí,
esto pasa, porque pasa
de raya
un paso pequeño.
Esta
casa tiene dueño;
no
paseéis esta casa,
porque en ella -- así --yo fui
con amor -- así
--escogido
y amor -- así -- me ha tenido.
JUAN:
(También es de los de así.)
Aparte
Bien, don Fernando, he sabido
la
ventura que gozáis,
que
esta noche os desposáis,
y que a
avisaros han ido;
mas
no me habéis de pedir
que por
la calle no pase,
y que
en celos no abrase.
Doña
Ana lo ha de decir;
de
ella lo quiero saber.
FERNANDO: Salga
Anarda a la ventana
que el
albor de la mañana
su
paraninfo ha de ser.
Su
luz salga a lucidar
los
nebulosos vapores
de nuestras dudas y amores.
Clandestino he de aguardar.
Quede el aire verberado
de sus
labios en mi oído.
Aquí
espero submergido
en
ondas de mi cuidado.
Interrogadla, don Juan;
que aquí me eclipso en saudades.
Escóndese donde oiga
JUAN: Con tan
raras necedades
envidia
y celos me dan.
Señora, doña Ana.
Sale doña ANA a una reja baja
ANA: ¿Quién
llama a
doña Ana?
JUAN: No os quiero,
señora,
a vos. Aquí espero
con
riguroso desdén
la
que ya no será mía.
Decid
que llama don Juan.
ANA: (¡Lindo aseo de galán!) Aparte
Vase doña ANA
JUAN: Gentil
fea respondía.
Sale LUCRECIA
LUCRECIA: ¿Qué
es lo que queréis?
JUAN: En fin,
señora,
doña Ana, ¿es
la boda
esta noche?
LUCRECIA: Pues,
¿qué os
importa?
FERNANDO: (Un serafín Aparte
muy
melífluo y sonoroso
siento
parlar.)
JUAN: En efeto,
¿negáis
a un hombre discreto
por un
necio?
FERNANDO:
(¡Qué envidioso!) Aparte
LUCRECIA:
Señor don Juan, no os canséis
pues ya
estás desengañado.
Discreto os habéis llamado
y
pienso que lo seréis
porque es propio el desaliño
de
hombres de ingenio.
FERNANDO: Por eso
soy yo
muy limpio y profeso
de santo oficio y armiño.
LUCRECIA: Al
novio estoy esperando.
Basta,
don Juan, lo que he dicho.
Vase doña LUCRECIA
JUAN: ¡Oh,
plega a Dios, enemiga,
que
éste que tuyo se nombra
como
fantástica sombra
la luz
de tus rayos siga.
Tú
vivirás sin amor;
que si
el tormento más cierto
es atar
un vivo a un muerto
por
fuerza ha de ser mayor
la unión de discreta y necio;
mas,
¿cómo ha de ser discreta
la que
a un necio se sujeta?
Cólera
fue, no desprecio.
Perdona si te he agraviado
y en tu boda me he de hallar
porque viéndote casar,
quedaré
de ti vengado.
Vase don JUAN.
Salen GÓMEZ e INÉS
con sillas
GÓMEZ: Saca
esas luces, Inés;
que la
noche viene apriesa
aunque
el novio viene a espacio
y en
ello pienso que acierta.
Alégrate que otro día,
como
dicen en mi tierra,
llegará
tu San Martín
pues
ves a Aldonza de fiesta.
Échate
en remojo tú.
INÉS: ¿Para
qué?
GÓMEZ:
Para estar tierna.
Algún
día dirás "sí"
con esa
boca de perlas
y
labios de cochinilla.
INÉS: Eso es
decirme de puerca.
GÓMEZ: De
grana quise decir.
Doña
Ana y doña Lucrecia
sacan a
la novia ya.
Salen ALDONZA de novia, LUCRECIA y ANA
LUCRECIA: ¡Que no
sepamos quién sea
el
desposado!
GÓMEZ:
Señora,
cuando el desposado venga,
haré lo
que un cortesano.
INÉS: Bufón
estás. Cuenta, cuenta.
GÓMEZ: Fue a
visitar dos casados
ella
vieja, flaca y tuerta,
y él
era calviantojado;
jugaban a la primera
y
preguntó el visitante:
--Vuestras Mercedes, ¿qué juegan?
Respondió el marido, --Besos.
Fuése
el cortesano apriesa
diciéndoles: --Yo me huyo
para que darme no puedan,
barato.
Sale don SANCHO embozado
SANCHO:
Celoso vengo.
¡Oh, rigurosas estrellas!
¿Envidioso he de mirar
bodas que son mis obsequias?
¿Tumba y tálamos se juntan
para
que los hombres vean
la
inconstancia de la vida?
¿Qué
maravilla que tenga
por el
un lado el arpa
música
y sonoras cuerdas,
y que por otro ataúd
a
nuestros ojos parezca?
Si es
símbolo de la vida
donde
se juntan y mezclan
risa y
lágrimas a un tiempo,
vida y
muerte, gusto y pena.
Sale por una puerta don JUAN embozado sin valona,
con capote y medias de invierno y con lodo
ALDONZA:
¡Embozados han entrado!
¡Ah,
gómez, cierra las puertas!
GÓMEZ: Yo
pensaba que venía
embozado el novio a verla
porque quien hace un delito
procura
que no lo vean.
Voy a
cerrar.
Vase. Sale don
JUAN
JUAN:
¿Hasta cuándo
reprimiré la tristeza?
¡Que
quiera el alma sanar
con
lágrimas y con quejas!
¡Que
venga a ver su desdicha
un
hombre cuerdo!
Sale GÓMEZ
GÓMEZ:
¡Gran fiesta!
Banquete nos hace el novio;
una
gallina muy vieja,
reflaca, por quien se dijo,
--¡Oh,
más dura que mármol a mis muelas!--
un
cuarterón de confites
envïó
para la cena
el tal
novio.
LUCRECIA:
¡Pobre de él!
Haced,
Gómez, que lo vuelvan.
GÓMEZ: Pero ya son dos las aves;
una gallina que
pelan
y otra
que he visto en la sala
que
pone y no cacarea.
Don
Sancho es aquél, señora.
LUCRECIA: Ya lo
sé.
Don FERNANDO dentro
FERNANDO:
¿No manifiestan
las
puertas? Hacen patente
la
interior circunferencia.
Decid: "Atolite
portas".
Dan
ingreso.
GÓMEZ:
¿Quién vocea?
FERNANDO: El
consorte.
GÓMEZ:
No entendemos.
FERNANDO: ¿He de
hablar lengua plebeya?
¡El
novio!
GÓMEZ:
¡Gracias a Dios!
¡Alerta, señores, que entra!
Entra de gala ridícula y con un criado
alumbrándole con una hacha
FERNANDO: Cuando
el noruego falcón
cerúleos vientos pasea,
se ve
garzas en plural.
Dicen
que luego penetra
a cual ha de estropear.
La comparación es recta:
halcón soy, y garzas veo.
¡Tres garzas, garzas y
bellas!
Hay cuatro sillas.
Siéntase junto a LUCRECIA
Aquí me
siento, sentido
de que el amor no me sienta;
que
sentado en este asiento
sentir
con sentidos sepa.
GÓMEZ: ¡Oigan
quién el novio ha sido!
JUAN: ¡Que
esto sufra, que esto vea!
SANCHO: ¡No es
el novio el Capitán!
Deshaz, Amor, tus quimeras.
FERNANDO: Los desposados; -- así --
a la palabra
primera,
-- así -- se turban, -- así --.
Y esto --
así -- que me suceda
-- así --
no es -- así -- milagro
si
es tanta -- así -- su belleza.
LUCRECIA: Bien
dijiste. Bordoncillos
le
faltaban, él no deja
estilo
de mentecatos
que no
toque y que no encienda.
Sólo el
de culto le falta.
FERNANDO: No
faltan purpúreas hebras
en ese,
ensarzan, cabello,
[ni]
rubicundas planetas.
Muy, me
parece, hermosa.
No, tan
mujer, se vio bella.
LUCRECIA: Pues,
halcón que alozanías
luciente, aun agora, esfera,
altiva -, volveréis, -- mente
garza,
pretendiendo, aquesta.
A la
blanca, llegad, nieve
de la
hermosamente perla,
y -- así -- veréis vuestra -- así --
novia -- así -- que si os alegra
-- así --seréis destrozado
que -- así --gran desdicha tenga.
Levántase LUCRECIA
FERNANDO: ¿Dónde
va la fugitiva?
¿Dónde
la ola fuese arredra?
LUCRECIA: ¡Ah,
dejaos esa silla
junto a
la novia!
FERNANDO: Estupenda
figura
ha constitüido
en el
orbe de mi idea.
Espantádome ha su efigie
si
espanto es Pantasilea.
Adentro el Capitán ALVARADO y ALBERTO
ALVARADO: Abran
aquí al desposado.
ALDONZA: Abran
muy en hora buen[a].
Poco
por medio ha de ser.
No hay
desposado allá fuera;
que ya
le tenemos dentro.
ALBERTO: Abrid,
Gómez.
GÓMEZ:
La voz suena
de mi
señor. En la voz
sólo
falta su presencia.
Salen los dos
ALBERTO: Señor
Capitán, ocupe
este asiento.
ALVARADO:
¡Qué belleza!
Aunque
sea humilde y pobre
me caso
alegre con ella.
JUAN: ¡Ah,
ingrata, que has de casarte!
LUCRECIA: ¿Qué
figura es esta nueva?
Desembócese, galán.
¿A esta
boda no viniera
con una
valona?
JUAN: Quise.
[.......... -e-a].
LUCRECIA:
Viniera, pues, aseado
y así
no le conocieran.
¡Qué
bellacos pies que trae!
JUAN: Son los zapatos y medias
de invierno y vengo de
noche.
¿Hasta
cuándo has de ser piedra?
Deja de
casarte, ingrata.
¿Cuándo
sentirás mis penas?
LUCRECIA: Mira
qué imposibles digo
cuando
él en la corte sea
el más
airoso y galán.
JUAN: Aun
esperanza me dejas.
ALBERTO: Dense
los novios las manos,
¿qué
aguardan?
ALVARADO:
Esa licencia.
FERNANDO: Ese
benévolo fïat,
ese
pláceme se espera.
Levántanla los dos
ALVARADO: Dame,
señora, la mano.
FERNANDO: El
carcaj de cinco flechas
espera
vuestro consorte.
LUCRECIA: ¿Estáis
loco? ¿No es aquélla
la
desposada?
ALVARADO:
Otra es.
Es mi
dueño y es mi prenda.
FERNANDO: Mi
tálamo conyugal
es doña
Ana.
ALBERTO:
Pues, ¿qué intentan?
Doña
Lucrecia de Castro,
mi
hermosa sobrina, es ésta.
GÓMEZ:
Deshízose la maraña.
SANCHO: Déte el
cielo alegres nuevas.
Si aquí
espero, estoy en riesgo;
que
esto parará en pendencia.
¡Oh, qué alegre me rehuyo!
Vase don SANCHO
ALVARADO: Yo
adoraba esa belleza.
¿Qué
importa que yerre el nombre?
FERNANDO: Tu
objeto borró las nieblas
a mis
especies visivas.
No me
place otra diversa.
JUAN: Dichoso
engaño fue el mío.
Vase don JUAN
LUCRECIA:
Capitán, yo seré vuestra
cuando
seáis liberal.
(Imposible es la promesa.)
Aparte
FERNANDO: ¿Y mía?
LUCRECIA: Cuando discreto
seáis,
hablando la lengua
castellana lisamente
sin
metáforas ni arengas.
FERNANDO: Pues
sois vos común de dos.
Más os
valiera ser neutra.
Vase don FERNANDO
LUCRECIA: Ea,
despejad la sala.
GÓMEZ: Esta
novia salió güera.
LUCRECIA: Ea,
despejad.
GÓMEZ:
Pareces
alabardera tudesca.
ALVARADO: Así
tomaré venganza.
Gómez,
pues la boda cesa,
dé la gallina a mi negro
y
cómase la grajea.
GÓMEZ: ¿La del
negro?
ALVARADO:
Los confites.
GÓMEZ: Nunca
tan pródigo seas;
que te
perderás.
ALVARADO: Amor
suele
hacer magnificencias.
Vase el Capitán ALVARADO
ANA:
Vuélvete, Aldonza, a tus tocas.
ALDONZA: A mí,
por Gómez, me pesa
que
andará fisgando siempre.
Vanse doña ANA y ALDONZA, y sale por otra
puerta don SANCHO embozado
GÓMEZ: Un
embozado nos queda.
Don
Sancho es, que vuelve a ver
si dura
la competencia
aunque
también soy rüín
el
refrán dice que venza
acometiendo primero.
Embózase
¿Quién
va? ¿Qué gente? ¿Quién es?
Sálgase
luego allá fuera.
SANCHO:
Sosiéguese, caballero.
De paz
soy.
GÓMEZ:
Yo soy de guerra.
SANCHO: A ver
si dura la boda
volví a
esta casa.
GÓMEZ: Pues vuelva
el perro de muchas bodas,
ya que son
carnestolendas,
con
esta maza.
Pone mano y dale
SANCHO:
Señores,
¿tantos
a uno?
GÓMEZ:
¡Mal cuenta!
SANCHO: ¡Que
matan a un caballero!
GÓMEZ: No
mataran si él lo fuera.
LUCRECIA: ¿Qué es
esto, Gómez?
GÓMEZ: No es nada.
Desollad esa liebre, Luis Quijada.
LUCRECIA: (Don
Sancho es éste. ¡Que Amor Aparte
con
este objeto me embista
aunque
el discurso resista
con
prudencia y con valor!
No ha de salir vencedor.
La
razón nos ponga en paz;
que si
en el fuego eficaz
de ese
amor mi pecho se arde
también
seré yo cobarde
pues
que me vence un rapaz.)
SANCHO: (A Lucrecia adoro y muero Aparte
sin
merecer su favor;
que me
falte a mí valor
siendo
un noble caballero.
Que un
lacayo, un escudero
se me
mostrase atrevido
pero ni noble he nacido
ni he
adorado su belleza;
que el
amor y la nobleza
siempre
valientes han sido.
LUCRECIA:
(Divertido está y confuso.)
Aparte
Don
Sancho.
SANCHO: (¡Que siempre temo Aparte
poder
pasar a otro extremo
con la
prudencia y el uso!)
LUCRECIA: ¡Ah,
don Sancho!
SANCHO: (¡Que dispuso Aparte
tal
defecto en mí mi estrella!)
LUCRECIA: Fuerte
es la memoria. ¿En ella
estáis
hoy arrebatado?
Ve a LUCRECIA
SANCHO: Fuerza
es que esté deslumbrado
a rayos
de luz tan bella.
Los objetos excelentes
suelen turbar los sentidos,
sordos dejan los oídos
las despeñadas corrientes
del Nilo, que en siete
fuentes
tiene
su cuna primera.
El sol,
que en su ardiente esfera
forma
líneas de amatista
suele
eclipsarnos la vista
si en
un cristal reverbera.
LUCRECIA:
¿Quién os enseñó, señor,
tan
altas sofisterías?
SANCHO: Como el
tiempo con sus días
suele
el retórico amor
enseñar, y aun es mujer
maestro
de la verdad.
LUCRECIA: ¿Luego
amáis?
SANCHO:
Esa beldad.
LUCRECIA: ¿Y es
grande Amor?
SANCHO: Extremado.
LUCRECIA: Al Amor
vi yo pintado
en este
emblema, escuchad:
Volaba amagando el suelo
gavilán
que al sol se empina,
por
robar a una gallina
algún
tímido polluelo.
Ella
espantada del vuelo,
a morir
antes dispuesta,
el pico
y alas apresta
y en
sudor vertiendo espumas
iba
erizando las plumas,
iba
moviendo la cresta.
Vanos círculos hacía
aquel
pájaro rapante
y la
gallina constante
en sus
alas recogía
los
hijos que ajenos cría
con una
cólera ardiente
y
estaba escrito en su frente
un mote
que dice así:
"Símbolo del miedo fui,
pero
Amor me hizo valiente".
SANCHO: El
propósito no entiendo.
Más es
enigma que emblema.
LUCRECIA: El que
tiene amor, no tema.
SANCHO:
¿Decíslo porque pretendo
con
temor? Si no os ofendo,
¿cuándo
de vuestro favor
he de
ser merecedor?
LUCRECIA:
Tarde. Cuando sin espanto
sepáis hacer otro tanto.
SANCHO: Pues, milagros hace Amor.
Vanse
y salen el COMENDADOR y ALBERTO
COMENDADOR: No
quise ver a Lucrecia
hasta
saber la ocasión
del
enojo y la pasión
con que
a don Sancho desprecia.
ALBERTO:
Dice, y creerla no quiero,
que en algunas ocasiones
falta a las obligaciones,
don Sancho, de caballero.
COMENDADOR: ¿En
qué materia? ¿En qué acción?
ALBERTO: En las
que mostrar debía
con la
espada bizarría.
COMENDADOR: Tener
yo esa presunción
me
causa gran descontento.
Mientras en Flandes he estado
con su
madre se ha crïado
en
mucho recogimiento.
ALBERTO:
¿Cómo mujeres? Hizo mal
que el
joven ha menester
salir
de noche y vencer
el
recelo natural.
COMENDADOR: Su
madre tuvo cuidado
que
discreto y galán fuese
don Sancho,
no que tuviese
espíritu denodado.
Pienso que mi corrección
le ha
de enmendar ese vicio.
La
sangre ha de hacer su oficio.
Hijos legítimos son
el valor y bizarría
de la nobleza. A escuadrones
dan
ánimo las razones
del
capitán que los guía.
ALBERTO:
Consolado pienso verte.
Sale don SANCHO
SANCHO: En la
voz te he conocido,
y a acompañarte he venido
que es
hora de recogerte.
COMENDADOR:
Alberto, adiós.
ALBERTO: Él te guarde
Vase ALBERTO
COMENDADOR: (Noche,
que de estrellas gozas, Aparte
¿en
sangre de los Mendozas
vive
espíritu cobarde?)
SANCHO:
Padre y señor, ¿ya no es hora
de ir a
casa?
COMENDADOR:
Vos mentís
cuando
padre me decís.
En la
sombra burladora
os
engendró el torpe miedo.
Hijo no
puede ser mío
hombre
sin valor ni brío
y aun
sin honra decir puedo.
¿Vos
tenéis atrevimientos
de
tener mi mismo nombre
no siendo hombre o siendo un
hombre
de
cobardes pensamientos?
El
hijo que como debe
no
corresponde al honor
del
padre, al padre es traidor
y a su
misma sangre aleve.
Vase el COMENDADOR
SANCHO:
Padre y dama de una suerte
mi
honra dejan ofendida.
¿Para
qué es buena la vida?
Estoy
por darme la muerte.
Pero
el darse muerte impía
de pusilánimos es.
No
incurramos, alma, pues
en la
mayor cobardía.
Salen don FERNANDO y GÓMEZ
FERNANDO:
Antes que se devanezca
la
morena noche, tengo
prevenida una armonía,
unos sonoros acentos,
una
consonancia dulce
con
gorgoritas de Orfeo.
GÓMEZ: Música
quiere decir.
SANCHO:
(¿Música ha de haber? Yo
quiero Aparte
para no
ser conocido,
ir por otra capa y luego
oírla
pues que se viste
nuestros humanos afectos.
Al
triste entristece más
y al
alegre alegra.
Vase don SANCHO
GÓMEZ: (Pienso Aparte
que
yerra el buen don Fernando.)
FERNANDO: Ya me
llamo don Lucrecio.
Lucrecia me vivifica.
GÓMEZ: Si
cuando sea discreto
dijo
que lo ha de querer,
mire,
tome mi consejo.
Retírese a alguna aldea
y lleve
un docto maestro.
Aprenda
filosofía
y el
lenguaje casto y bueno
de
Castilla.
FERNANDO:
No me incumbe.
GÓMEZ: Lleve libros,
aunque en esto
hay engaños, porque algunos
están en romance griego
y le echarán a perder.
Dese a
la lección de versos
de los
poetas que escriben
alto,
claro y con ingenio.
FERNANDO: No me
incumbe.
GÓMEZ:
Oiga comedias;
que en
los teatros oyendo
un
vocablo que disuena,
lo
ponen al margen luego
un
silbo en lugar de un ojo.
Sale don JUAN y escucha
FERNANDO: No me
atañe.
GÓMEZ:
Será necio
in
seculá seculorum.
FERNANDO: Haré
esta noche terrero.
Por mis
anfïones voy.
Vase don FERNANDO
JUAN: ¿Qué dice ese majadero,
Señor
Gómez?
GÓMEZ
Darnos quiere
una
música.
JUAN:
Lo mesmo
pienso
hacer.
GÓMEZ:
Señor don Juan,
nací para consejero.
Mejor
música será
andar
con gala y aseo.
Tenga
cuidado de sí
pues es
rico y es bien hecho.
Busque
un sastre de buen gusto
que le
vista bien en viendo
con
alguna buena gala.
O señor
o caballero
imite. Aprenda a danzar
Para
andar con aire.
JUAN: Acepto
sus
consejos y esta noche
daré
esta música.
Vase don JUAN
GÓMEZ: Quiero
avisarlas. ¡Ah, señora!
Por la ventana que es la reja
No se
recoja tan presto
pues se
queda acá esta noche,
porque
música tenemos
de don
Juan y don Fernando.
Salen doña LUCRECIA y doña ANA
LUCRECIA:
Consentirla será yerro.
ANA:
Escucha, Gómez.
GÓMEZ:
Yo,
mis
señoras, ¿como puedo?
LUCRECIA: Si nos
han de dar rüido,
en la
calle le queremos
de
espadas, no de guitarras
y así
he pensado el remedio.
Pasa don SANCHO embozado con capa de color y en
ella un hábito como el de su padre
¿Quién
es ése que ha pasado?
ANA: Buen
talle de caballero
me
parece.
LUCRECIA:
¡Ah, gentilhombre!
SANCHO: ¿Qué
mandáis?
LUCRECIA:
Estoy temiendo
una música importuna
y así os suplico y os ruego
que no permitáis que
canten.
SANCHO: Harélo
así. Cumplirélo
o
moriré en la demanda.
Devíase
(Aquí
espero en este puesto. Aparte
Una
capa de mi padre
tomé y
agora lo advierto
que en
el hábito reparo.
Noche
es. No importa.
GÓMEZ: Yo entiendo
que es
don Sancho, mi señora.
LUCRECIA: Yo
también.
ANA:
A gentil puerto
llegamos con la demanda.
GÓMEZ: Véanle
venir huyendo.
Vase a él
SANCHO: (Éste
viene para mí, Aparte
y es,
sin duda, el escudero
de
Lucrecia. ¡Vive Dios
que la
emblema me da aliento!
Honra y
amor, ¿qué no harán?
GÓMEZ:
Gentilhombre, deje el puesto
porque
yo le he menester.
Saca la espada y dale
SANCHO: De esta
manera le dejo.
GÓMEZ: Yo no
lo digo por tanto.
Tente,
paladín moderno.
¿Comes
hígado de Aquiles?
Vase retirando
ANA:
Engañámonos en ello.
Don
Sancho no puede ser.
Sale el COMENDADOR con rodela
COMENDADOR: A
Sancho vine siguiendo
para
ver con la experiencia
si
aprovechan mis consejos.
Éste
es, sin duda.
SANCHO: Éste viene
la
calle reconociendo
para
dar música.
COMENDADOR: Amigo,
deje
ese puesto.
SANCHO: Grosero
y
villano, ¿de este modo
vos
tenéis atrevimiento
de esa
acción?
Acuchíllale
COMENDADOR:
Ésa me alegra.
(Agora
sí te confieso Aparte
que
eres, don Sancho, mi hijo.)
Vase el COMENDADOR
LUCRECIA: Saca
luz. Conoceremos
este
hombre.
INÉS:
Esta noche puedes
dejar muy bien satisfecho
tu capricho de pendencias.
Llega don SANCHO a la ventana y cúbrese
mostrando el hábito
LUCRECIA: Sola la
música os ruego
que
estorbéis.
SANCHO:
Bastan los rayos
de ese
sol y humano cielo.
No
saquéis más luz agora.
LUCRECIA: Hábito
tiene, ya empiezo
a
quererle bien, doña Ana.
SANCHO: Ya suenan los instrumentos;
voy a hacer lo que
mandáis.
Apártase
LUCRECIA: ¡Qué
bizarro caballero!
Sale don FERNANDO con músicos
FERNANDO:
Ruiseñores bautizados,
gorgead
aquí.
SANCHO:
Si dejo
pluma
en ellos.
FERNANDO:
Filomenas,
romped nocturnos silencios.
SANCHO: Cisnes son. Muriendo cantan.
Acuchilla
FERNANDO: Hombre
argólico, teneos.
Desmesurado gigante...
[.......... -e-o]
Vanse don FERNANDO y los músicos. Salen por
otra puerta don JUAN y el Capitán ALVARADO con músicos
JUAN: Señor,
Capitán, aquí
pienso
que están defendiendo
la
calle.
ALVARADO:
¿Qué importa? Así
desocuparla podemos.
Ponen mano
JUAN:
Gentilhombre, a su pesar
una
música traemos.
SANCHO: Esta
noche no ha de ser
a mi pesar, sino al vuestro.
Retíralos
LUCRECIA: ¡Quién
conocerle pudiera!
Es un
César, es un Héctor.
SANCHO: La
campaña está por mía,
[............... -echo]
LUCRECIA: El
hábito de ese pecho
os da
tanta bizarría,
con
afecto espero el día.
SANCHO: ¿Por
qué?
LUCRECIA:
Para conocer,
hombre, a quien debemos ser
agradecidas las dos.
SANCHO: Vos misma sois. Sólo a vos
os
tenéis que agradecer.
Amo
yo por solo amar,
y el
sol que el mundo rodea
no
importa que a nadie vea.
Basta
dejarse mirar.
Siendo
su luz singular,
nunca
ha visto las estrellas
con ser
imágenes bellas
de su
divino pincel;
que es
forzoso al nacer él
apagarse y morir ellas.
LUCRECIA: ¿El
amar sin esperar
es amor y entero? No,
pues la
mitad le faltó
con que
yo pudiera amar.
No dejándoos ver ni hablar,
no sois perfecto amador,
pues pudiendo ser mayor
vuestro amor, no habéis
querido;
que
siendo correspondido
era
fuerza el ser mayor.
SANCHO: Amo,
pues, y amando espero.
LUCRECIA: Ésta os
dará la esperanza.
Dale una banda
SANCHO: Gran
amor gran premio alcanza.
LUCRECIA: Pues,
¿es grande?
SANCHO: Y verdadero.
LUCRECIA: Decid
quién sois, caballero.
SANCHO: Amante
que en penas anda.
LUCRECIA: Amor
decíroslo manda.
SANCHO:
Caballero fue hasta hoy
del milagro; mas ya soy
Caballero de la Banda.
LUCRECIA:
Pues, adiós.
SANCHO:
Iré penando.
LUCRECIA:
¿Pretenderéis?
SANCHO:
Mereciendo.
LUCRECIA:
¿Dejaréis de amar?
SANCHO: Muriendo.
LUCRECIA: ¿Cómo
viviréis?
SANCHO: Amando.
LUCRECIA: ¿Nos
veremos más?
SANCHO: Sí.
LUCRECIA: ¿Cuándo?
SANCHO: Siempre
me tenéis presente.
LUCRECIA: Ya
siente el alma.
SANCHO: ¿Qué siente?
LUCRECIA: Pena.
SANCHO: Yo, fe.
LUCRECIA: Yo, temor.
SANCHO: Pues, adiós.
LUCRECIA:
Gracias a Amor
que
encontré un galán valiente.
Vanse todos
FIN DEL ACTO SEGUNDO