ACTO PRIMERO
Suena música y salen al tablado [tres]
tambores, uno con un pendón levantado y en él un
león, otro con una fuente de plata con una corona,
otro
con otra fuente con una espada. Después en orden, todos
los que pudieren y corriendo una cortina aparece en un
tribunal
el rey don ALFONSO, armado el pecho, galán y
descubierta
la cabeza. Arrímanse
todos a los dos lienzos del
vestuario
ALFONSO:
Hidalgos asturianos
reliquias y sucesión
de
godos y de romanos,
fortaleza de León
que he
de regir con mis manos;
por el valor sin segundo
que
tenéis, máquinas fundo
para
dar a España asombros,
y he
puesto sobre mis hombros
el
mayor peso del mundo.
Los reinos y majestades
suelen tener por grandeza
lisonjas y falsedades,
y así
pongo en mi cabeza
montes
de dificultades.
Poca
paz y mucha guerra
son
columnas de reinar;
que el
hombre que en rey se encierra
entre
las sirtes del mar
y
volcanes de la tierra,
siempre ha de vivir velando.
La vida
le van gastando
los
cuidados con que lidia,
y los linces de la envidia
sus
obras le están mirando.
Desde la gallega sierra
hasta
la andaluz nevada
me está
llamando la guerra.
Mirad
si es carga pesada
para un
hombre hecho de tierra.
En
efecto a mi persona
el
cuidado no perdona;
que a
todo estaré ofrecido
desde
oí que habrá ceñido
mis
sienes esta corona.
SANCHO: Seas, Alfonso, de hoy más
para
los moros un rayo
que
abrase, y sí lo serás;
que
eres nieto de Pelayo
y vas
dejándole atrás.
Ya
que es hecho la elección,
falta la coronación.
Permita, pues, tu persona
ponerle
espada y corona
en
señal de posesión.
De
Pelayo es esta espada,
que el
mundo causaba espanto
en su brazo
levantada,
y si
viviera otro tanto
viera a
España restaurada.
Ármate, señor, con ella,
serás
sol de la milicia
y hemos de jurar en ella;
tú de guardarnos justicia,
nosotros de obedecella.
Con
aquesta un león se doma,
de tus
vasallos la toma,
que
darte quisieran ellos
el
águila de dos cuellos
con el
imperio de Roma.
Y si
en aqueste estandarte,
por
insignia un león te han dado,
ellos
gustarán de darte
el
fuego del scita helado,
del
tracio el armado Marte,
las águilas
del romano,
arco y
flechas del persiano,
los leones
del inglés,
los tres lirios del francés,
las lunas del
otomano.
Y en
tanto, señor, que vienes
a estos
pomposos trofeos,
ciñe
con ésta tus sienes,
que
aumenta nuestros deseos
esta
majestad que tienes.
Toma la corona y sube a coronar el REY
La
corona te asegura
del
reino la envestidura,
como a los pasados reyes;
pero de guardar las leyes
sobre
esta espada jura.
Ponen la espada junto al rey [ALFONSO] y llegan
todos a feudar
ALFONSO: Pues
ha de ser de esa suerte
en su
cruz; que en la malicia
de
muchos ha sido muerte,
juro de
guardar justicia.
TODOS:
Nosotros de obedecerte.
ANCELINO: De
ti la reina conciba
más hijos
que tuvo Egisto.
TODOS: ¡Viva
Alfonso el Casto!
ALFONSO: ¡Viva!
Para
que la fe de Cristo
en su
defensa reciba.
Aunque hay hombres que son hechos
nobles por naturaleza,
libres
de tributo y pechos,
la
verdadera nobleza
se
adquiere con nuestros hechos;
Tener la familia llena
de
nobles, nobleza es buena;
mas ser
solamente honrados
con
hechos de los pasados
es
buscar nobleza ajena.
Supuesto, pues, lo que digo,
si en
España rica y bella
fue
desdichado Rodrigo,
procuremos
echar de ella
al
africano enemigo;
que
en los reales pendones
espero
ver dibujadas
águilas, quinas, leones,
castillo, barras, granadas,
y otros famosos blasones.
Y espero dejar tal
lauro,
si las
Españas restauro,
que
este león que celebro
beba
del Turia, del Ebro,
del Tajo, Betis y Dauro.
SANCHO: Rey eres de las montañas.
Ensancha, Alfonso, tu
tierra.
ALFONSO: Con
vuestras grandes hazañas.
Tornan a tocar las cajas
TODOS:
¡Guerra, Alfonso, guerra, guerra!
¡Restauremos las Españas!
SUERO: Pues ya con tanto valor
te han jurado por señor,
los españoles cristianos
te hemos de besar las manos
o los pies será mejor.
Tocan la música y llegan de dos en dos al
rey humillándose. Luego hacen otra reverencia al
pendón real y suben a besar la mano al rey.
Levántese el rey a tomar el pendón [y]
cáesele la corona de la cabeza
ALFONSO: La
corona se ha caído
de mi
frente, ya he tenido
prodigio
adverso.
SANCHO:
Eso no;
que a
caso rey se cayó.
Vuélvesela a poner
ALFONSO: Plegue
a Dios que así haya sido.
Toma el rey el pendón y tres veces le
levanta y abaja, y la última vez se quiebra el asta
del
pendón, y cae en el suelo, quedándose el rey con el
pedazo de él
SANCHO: Rota
el hasta, ya me asombra.
ALFONSO: Mi
Dios, que eterno se nombra,
dice
que no me asegure
porque
no hay reino que dure;
que
esta vida es humo y sombra.
Los reinos y monarquías
de cualquiera rey o reina
son las olas del mar frías;
sólo Dios por siglos
reina,
que el
hombre reina por días.
Ningún rey seguro viva,
que el
imperio que celebra
es de
vidrio o flor altiva;
que
entre las manos se quiebra
o que
el aire la derriba.
Levanta el pendón don SANCHO y dale al rey
SANCHO: Esos
agüeros desprecia;
tu
corona estima y precia
porque
sangre no ha llovido
el
cielo como se vido
cuando
entró Filipo en Grecia.
Como
en la guerra de Dario
no han hablado las murallas,
la región del aire vario
no ha
visto entre sí batallas
como en
el tiempo de Mario.
En las nubes inconstantes
no has visto armados gigantes,
ni has visto como otros reyes
hablar los perros y bueyes
y ladrar los
elefantes.
Junto al sol de luz eterna
no se
ha visto una persona,
ni
bramar una caverna.
¿Qué es
caerse una corona
y
quebrarse una hasta tierna?
Vive, señor, muy seguro;
pon el
pendón en el muro.
Muestra
el corazón más ancho.
ALFONSO: Bien me
aconsejáis, don Sancho.
SANCHO: Tu vida
y honra procuro.
ANCELINO: Ya
León su rey te ha hecho,
acaba
esta ceremonia;
que es
de fuero y de derecho.
ALFONSO: La confusa Babilonia
llevo
dentro de mi pecho.
Vanse
en orden de dos en dos, y el rey
detrás, tocando la MÚSICA. Salen doña
JIMENA, con una carta abierta y un pañuelo a los ojos,
y
doña ELVIRA
ELVIRA:
Lágrimas das en despojos;
la
carta te da pasión.
Sin
duda dándote enojos
te ha
deshecho el corazón,
pues lo
destilan los ojos.
JIMENA:
Siempre he sido desdichada
y como
mis ojos vieron
una
carta que me agrada,
con sus
lágrimas quisieron
dejar
la letra borrada.
ELVIRA: ¿Luego, lloras de placer?
JIMENA: Los
gustos suelen hacer
que
esté a veces afligida
porque
gustos de esta vida
sin
amargo han de tener.
Sigue el resplandor del día
la
oscura noche que asombra,
la
muerte pálida y fría
la vida
al cuerpo, su sombra,
y el
disgusto al alegría.
Y
como tal pensamiento
hasta
el alma me penetra,
y en la
carta gusto siento
temo
que de cada letra
ha de
nacer un tormento.
ELVIRA: Será
mi dicha muy corta
sin ese
gusto, y te importa
contarlo porque es doblado
el
gusto comunicado,
y el
mal contado se acorta.
JIMENA: Son
cosas para callar.
ELVIRA: Por
fïel merezco lauro.
Más
muda tengo de estar
que
grulla pasando el Tauro,
y que
pez cortando el mar.
De
tu recato me admira,
mi
amistad advierte y mira
al
deudo y obligación.
JIMENA: Dices
bien, tienes razón.
Oye,
pues, mi doña Elvira.
Hízome el cielo piadoso
hermana
de Alfonso el casto,
que a
imitarle no borrara
estas
letras con mi llanto.
Aunque
viven en el mundo
los
reyes idolatrados,
que
apenas tienen deseos
porque
de nada están faltos.
Aunque
entre púrpura y telas,
y en camarines dorados
adulan sus majestades
lisonjeros cortesanos;
aunque
gobiernan el mundo
en sus soberbios palacios
cuyos chapiteles de oro
escalan el cielo santo;
aunque
dan blasones y honras,
no
tienen seguro estado,
que
también pueden los reyes
ser a veces deshonrados;
pies tiene torpes y feos
el pavón bello y ufano,
calentura el león, y frío
el
elefante gallardo;
así los reyes del mundo,
aunque ricos, tienen algo
que
refrene su potencia,
que en efecto son humanos.
Y como está de una suerte
sujeto
el fino brocado
a la
mancha negra y fea,
como la
jerga y el paño,
suele caer en los reyes,
aunque son oro acendrado,
la
escoria del deshonor
y la
mancha del agravio.
Cayó
por flaqueza mía
en la
sangre que heredamos;
que
como es vidrio la honra
quiebra
por lo más delgado.
Por mis pecados, al fin,
quizá no por mis pecados
que es Dios incomprehensible
y son secretos sus casos,
hubo una justa en
León
donde
los godos hidalgos
quebraron
lanzas al rey,
y entre
ellas su honor quebraron.
Entre
los nobles de Asturias
salió a
la justa don Sancho,
digo el
conde de Saldaña,
aunque
bastaba nombrarlo.
Salió, con armas azules
y con
azules penachos,
hecho
un cielo en el color
y un
infierno en mi descanso,
en un
overo andaluz
que al
margen del Betis claro
se crió dejando atrás
los
vientos desenfrenados.
Corto
el cuello, el rostro alegre,
de
caderas fuerte y ancho,
no era
potro ni era viejo
aunque
estatua remendado.
De estas razones, mi Elvira,
podrás
colegir de espacio
si
olvidará al caballero
quien
se acuerda del caballo.
Como
ligera saeta
que
disparada del arco
por el
arrogante persa,
sin ser
vista, llega al blanco.
Y como desde las nubes
girando bajan los rayos
hasta romper con su
furia
los
edificios más altos,
tal fue
Sancho en su carrera
que de
él fuimos derribados,
yo de
toda libertad,
del
caballo su contrario.
Tras sí
llevó el corazón
de este
pecho y corrió tanto
que me
he quedado sin él
porque
no pude alcanzarlo.
Al fin,
desde aquellas justas
quedo
con algún cuidado
de ver
el que yo tenía
en
oírlo y en mirarlo.
Son los ojos lenguas mudas,
son parleros
secretarios,
del
alma son vidrïeras
y del
corazón retratos.
Ellos,
al fin, le dijeron
lo que
callaron mis labios,
con la
grana de vergüenza
encendidos y encarnados.
Amor, con las flechas de oro,
para que no fuese ingrato
hirióle
el pecho de acero
y así me sirvió dos años.
Al fin, para no cansarte,
de
esposo le di la mano
y por
ella me ganó
el
resto de mi recato.
Correspondí a sus deseos
y a diez meses desdichados
tras los dolores de amor
me afligieron los de un
parto.
Un niño
grande y hermoso
el
fruto fue de este árbol;
que por
dar fruto sin tiempo
merece
ya ser cortado.
Lleváronle a las montañas,
su nombre
ha sido Bernardo,
y con
orden de su padre
ha sido
en ellas crïado.
Mil prodigios vide entonces.
Los edificios temblaron;
tronaron los aires densos,
aunque era invierno
erizado.
Soñé
que de mis entrañas
nació
un león africano,
que a
los franceses comía
y a los
moros daba espanto.
Sospecho que ha de ser hombre
que a España sirva de amparo;
porque
a veces saca Dios
grande
bien de un gran pecado.
Ya
hemos visto en este mundo
buen
fin de principios malos,
y
aunque aborrezca mi culpa
el suceso será honrado.
Hoy
supe de su salud;
que me
escribió don Gonzalo,
el que
en su casa le tiene,
y esto
ha causado mi llanto.
ELVIRA: Si
tu afición no me engaña,
yo no te puedo culpar;
que tu
culpa fuera extraña
con
hombre particular,
no con
Sancho, el de Saldaña.
JIMENA: Temo
por muchos respetos
que mis
esperanzas borre,
y que con pasos inquietos
el
tiempo que aprisa corre
descubrirá mis secretos.
Las culpas no se encubrieron,
que aún las piedras las dijeron
y siempre lo que es mal
hecho
aún no
les cabe en el pecho
a los
mismos que lo hicieron.
ELVIRA: Yo
me voy; que el conde viene
y quizá
te querrá hablar
algo
que a los dos conviene.
JIMENA: Tu
discreción singular
aficionada me tiene.
Vase doña ELVIRA y sale don SANCHO
SANCHO: ¡Mi
Jimena!
JIMENA:
¡Mi don Sancho!
Ya mi
corazón ensancho
por
recibirte en mi pecho
aunque
es aposento estrecho
y era
menester más ancho.
SANCHO: Si
he vivido dentro de él,
¿ya es
estrecho?
JIMENA: Si, señor,
que
siendo a mi amor fïel
tanto
has crecido en amor
que ya
no cabes en él.
Aunque si tienes de entrar
en mi
pecho, es ancho mar
en
constancia y en valor.
Aunque
entren ríos de amor,
todos
hallarán lugar.
SANCHO: ¿Y
no podrá suceder
que
mengüe?
JIMENA:
Sí, puede ser;
mas
saliendo amor de mí,
como ha
de ser para ti
a su centro
ha de volver.
SANCHO:
Dices bien. ¿Qué carta es ésta?
JIMENA: De
venta de mi virtud;
que hoy
la he tenido por fiesta,
mensajera es de salud
que
está esperando respuesta.
Don Gonzalo, vuestro tío,
de
quien mi honra confío,
y no
como en pecho ajeno,
me
escribe como está bueno
aquel
hijo vuestro y mío.
SANCHO: ¿Por
eso habéis de llorar?
Antes la nueva merece
quitaros todo pesar.
JIMENA: Es
verdad; mas me entristece
el no
poderlo gozar.
Dicen dentro
ANCELINO:
¿Sabes que soy Ancelino?
SUERO: Ni
pedirlo determino
porque le eres muy molesto.
JIMENA: Acude,
don Sancho, presto
pon en
paz a tu sobrino.
Vanse. Salen
SUERO y ANCELINO
SUERO: Doña
Elvira no consiente
tu
amor, ni he de consentir
tu loco
y necio accidente.
ANCELINO: Yo la
merezco servir
con
mucha razón.
SUERO: ¡Él miente!
Ponen mano a las espadas
ANCELINO: Sin
duda quieres, traidor,
que
esta espada con rigor
el
infame pecho te abra
de
quien nació la palabra
que me
ha quitado el honor.
Sale don SANCHO
SANCHO:
Quien la corte ha alborotado
merece
ser castigado
aunque
mi sobrino sea.
Apartad.
Entre el rey, JIMENA, RAMIRO, primo de ANCELINO, y
gente
ALFONSO:
Luego se vea
quién
de los dos es culpado.
ANCELINO: De
mi misma boca fía;
que te diré
la verdad.
A tu
cámara venía,
díjome
una necedad,
respondíle que mentía.
SUERO: ¿Hay
tal maldad? ¿Tal permito
y la
vida no le quito?
ALFONSO: En eso
ofendes mi pecho;
que
confesar lo mal hecho
es
preciarse del delito.
SUERO:
Escucha, señor, advierte
que yo
fui...
SANCHO:
Calla, cobarde,
pues no
le diste la muerte.
[..................... -arde]
[..................... -erte].
ALFONSO:
¡Prendedlo ya!
Prenden a ANCELINO y llévanle
SUERO:
¿Hay tal afrenta?
ALFONSO: ¿Suero
Velázquez consienta
que sin campo ni batalla
le
satisfaga?
SUERO:
Antes...
SANCHO: Calla,
la
lengua tu agravio sienta.
ALFONSO: ¡Ah, don Sancho!
SANCHO: ¿Señor?
ALFONSO: Mira,
¿quién
provocó el corazón
de
Ancelino a tener ira?
SANCHO:
Sospecho que celos son
y
amores de doña Elvira.
ALFONSO:
Llamadla; que hoy determino
casarla
con tu sobrino.
Vase un criado
SANCHO: Será
paz el casamiento.
RAMIRO: (Nueva
será de tormento Aparte
para mi
primo Ancelino).
Vase RAMIRO
SANCHO: (¡Ay,
honra, como eres vida Aparte
del
corazón principal,
si una
vez estás perdida,
nunca
tarde, poco o mal
le será
restitüida.
Aquél que con honra nace,
mire en
guardarla, qué hace,
porque
un edificio labra
tan
frágil, que una palabra
lo
derriba y lo deshace.
Gran
vigilancia conviene
que el
honor por valer más
tan
hecho espíritu viene
que no
se siente jamás
hasta
que ya no se tiene.)
Sale doña ELVIRA
ELVIRA: ¿Qué
manda tu majestad?
ALFONSO: Darle
dueño a tu beldad,
a tu
pecho fortaleza,
a tu cuerpo otra cabeza,
a tu
honor seguridad,
darle a tu casa gobierno,
un
freno a tu voluntad,
prudencia a tu ingenio tierno,
imperio
a tu libertad,
a tu cuello un yugo eterno,
un
descuido a tu cuidado,
a tu
edad honroso estado,
para
tus dudas consejo,
para
tus ojos espejo,
y en
efecto un desposado.
ELVIRA: (Si será don Suero, sí, Aparte
mi
ventura será inmensa).
SUERO: (¡Qué
aquél que desmentí Aparte
me
atribuyese su ofensa,
pues
vivo, no la sentí!
¡Ah,
rigurosa Fortuna,
ayer dos almas tenía
y hoy
he perdido la una!)
ALFONSO: (Trocar
quiero en alegría Aparte
esa
tristeza importuna).
Hoy
quiero dar galardón
a tu
amorosa pasión,
a tus
padres alegría,
a tu
lecho compañía,
regalo
a tu corazón,
canas a tu poca edad,
a tu
hacienda nueva parte,
aumento
a tu calidad,
y otro
tú imagino darte
para mayor igualdad.
SANCHO: (¡Qué seis letras han deshecho Aparte
la nobleza de este pecho;
mas las obras han de ser
las que habrán de
deshacer
lo que palabras
han hecho!)
ALFONSO: Una
esposa te doy. Mira,
que
serla tuya merece;
porque
es un cielo que admira,
es un
sol que resplandece,
y en efecto es doña Elvira.
ELVIRA: (Si es verdad que me ha querido, Aparte
¿cómo
no muestra don Suero
que
contento ha recibido?)
SUERO: (Yo le
desmentí primero; Aparte
mas,
¡ay, que a solas ha sido!
¡Y
él con gente cortesana!
Mi
deshonra al fin es llana;
que es
la honra la opinión
del pueblo, y los hombres son
con quien se pierde o se
gana.
¡Abriré el pecho inhumano!)
ELVIRA: (Que me
aborrece es muy llano Aparte
el que
me adoraba ayer).
Está divertido don SUERO y llega el rey y
tírale del brazo
SUERO: (Su
amigo no pienso ser). Aparte
ALFONSO: Deisle,
don Suero, la mano.
SUERO: ¡La
mano? (Su majestad Aparte
me
obliga a no obedecello.
¡No,
afrenta mi calidad!
Tuerza,
si gusta, este cuello
pero no
esta voluntad).
ALFONSO:
Dadle la mano, don Suero.
SUERO: No está bien a un caballero
tal
amistad ni tal mano.
ELVIRA: ¡Ah,
traidor, falso, villano,
tal
oigo y no desespero!
ALFONSO: ¡Ah,
don Suero! ¿Habéis oído
lo que
os he dicho?
SUERO: Señor,
lo que
dices he entendido;
mas no
conviene a mi honor.
ELVIRA: (¿Él ha
estado divertido?) Aparte
SUERO: (¿Yo
su amigo? No haré tal Aparte
aunque me venga más mal
que
hasta aquí, si esto es posible.)
ALFONSO: Aspero
estás y terrible.
SUERO: Por ser
noble y principal.
ELVIRA: (¿Y
yo no lo soy, traidor? Aparte
¿A esto
me ha llamado el rey?)
SUERO: Que
obedezco a mi señor,
[.................. ley],
en lo
bueno y justo es rigor.
Su
majestad no lo pida;
que la
honra amortecida
en sí
es posible tornar,
pero no
resucitar
si
pierde toda la vida.
Aunque mi agravio repara
llegarla ya con mi mano;
mas ha
de ser en la cara.
Vase don SUERO
ELVIRA: (¿A mí bofetón,
villano? Aparte
¡Quién
la vida le quitara!)
ALFONSO: (O
está loco o no ha entendido.) Aparte
ELVIRA: (Estará
loco fingido.) Aparte
ALFONSO: Suero
Velázquez, espera.
SANCHO:
¡Vuelva, aguarda!
ELVIRA: No quisiera.
(¡Qué
esto hubiera sucedido!) Aparte
Vanse todos y queda sola ELVIRA
ELVIRA:
¿Quién vio tal deshonor
en
quien ayer era piedra
en
firmeza y en valor
y en
quien ha sido la hiedra
de los
muros de mi amor?
Mas
el tiempo de esta suerte
derriba
el muro más fuerte,
el agua
gasta la piedra,
el sol
marchita la hiedra,
y todo
tiene su muerte.
El
sol fui de sus amores,
y él
jardín en quien decía
que
como con sus favores
el alba
perlas vertía,
era yo perlas
y flores.
Pero
viene tiempo en fin
que el
hielo quema el jardín,
el alba
aljófar no ofrece,
la luz
del sol se oscurece,
y todo
tiene su fin.
Pero
mi mal no remedio
sintiéndolo de esta suerte,
quiero
buscar otro medio,
que, si
en todo hay fin y muerte,
todo
mal tiene remedio.
Vuelve don SUERO
SUERO: Ya,
León, no me verás
hasta que venga... ¿Aquí estás,
mi
Elvira, mi bien , señora?
Dame tu
licencia agora
para no
verte jamás.
Un
hidalgo deshonrado
no
merece la presencia
de este rostro que he adorado.
Muera a
manos de tu ausencia
para
ser más desdichado.
ELVIRA:
Loco, falso, necio, infame,
que así
es justo que te llame.
¿Cómo a
mi presencia has vuelto?
¿O
acaso vienes resuelto
a que
tu sangre derrame?
Vase doña ELVIRA
SUERO: Ya
con desdenes me mata
quien
me dio vida sin ellos.
Trueque
el tiempo, ¡oh falsa ingrata!,
el oro de tus cabellos
en blancas hebras de plata.
Pecho y cuello
transparentes
del
cristal con que me alegro
hallen ébano las gentes,
granos de azabache negro
el aljófar de tus dientes.
A tus manos de mosquetas
cristalinas y perfetas,
haga el tiempo mil
agravios;
los
corales de tus labios
vuelva
en moradas violetas.
Arrugue tu tez serena
en cárdenos lirios trueque;
tus mejillas de azucena
tus años floridas seque...
¡Pero no! ¡Qué es darme pena!
Hoy
me matan con rigor
tu
desdén y mi deshonra,
y no sé cuál es mayor
si la falta de mi
honra
o la
falta de tu amor.
Infame al fin me llamaste,
bien el
nombre me acertaste;
que sólo ese nombre tengo
en
tanto que no me vengo
de
aquél que sin duda amaste.
Pero
hago voto al cielo
a mi
ofensor y a mi dama
de
estar al calor y al hielo
sin entrar en blanda cama
durmiendo en el duro suelo,
de
no mudar el vestido,
ni el
cabello más crecido
cortar,
ni tratar con gente
hasta
que ofenda y afrente
al mismo que me ha ofendido.
Vase don SUERO.
Salen RAMIRO y ORDOÑO, el
uno con papel y tinta
RAMIRO: Sin
duda lo habrá sabido.
ORDOÑO: Holgara
que lo supiera.
RAMIRO: La mala
nueva es ligera
y es mala
la de un olvido.
Ya
lo sabrá, y en su llama
más
calor habrá imagino.
ORDOÑO: Bueno
quedará Ancelino
con
enemigo y sin dama.
RAMIRO: Aún
vale que el agraviado
no fue
mi primo.
ORDOÑO:
Es verdad,
pero no
hay seguridad
con un
ofendido honrado.
RAMIRO: El
tiempo cura las cosas
con el amistad y el favor.
ORDOÑO: Heridas en el honor
son heridas peligrosas.
Las del honor quebradizo
son heridas de alacrán,
que
curarse no podrán
sin el
mismo que las hizo.
Como
la abeja atrevida
es quien afrenta a un honrado
porque
en habiendo picado,
le dura
poco la vida.
RAMIRO: Deja
agora esos temores.
Si
acaso parece, mira
y sepa
como su Elvira
fue precio
de otros amores.
Asómase ANCELINO al balcón
ORDOÑO:
Ancelino.
ANCELINO:
¿Quién me llama?
ORDOÑO: Quien
trae nuevas de disgusto
y el
gusto sin algún gusto.
ANCELINO: Luego serán
de mi dama.
RAMIRO: No
es bien que la llames tuya,
ni aún
suya ha de ser llamada,
porque
es la mujer casada
de su
marido y no suya.
ANCELINO:
¿Doña Elvira se ha casado?
RAMIRO: Agora el rey la casó,
porque
aplacar procuró
a tu
enemigo agraviado.
Luego la pendencia ha sido
de la
honra y el amor.
Don
Suero perdió el honor
y tú la
dama has perdido.
ANCELINO: ¡Ay,
amigos! ¿De qué suerte
tales nuevas he escuchado
y en albricias no os he dado
las de mi temprana
muerte?
Digo
que quisiera ser
-- y nadie, amigos, se asombre --
ofendido de tal hombre
a
trueco de tal mujer.
RAMIRO: ¡Oh,
primo! No digas más
esa
razón; que te infama.
Hallar
podrás otra dama
y otra
honra no hallarás.
Y
aun esa mujer liviana
que te
ha dejado, si fuera
agora
tuya, pudiera
dejarlo
de ser mañana.
ANCELINO: Yo
me pienso resolver
en
darle rienda a mi amor;
que
quien le quitó el honor
le ha
de quitar la mujer.
Pues
al rey se la he pedido
y
habiéndomela negado,
a don
Suero se la ha dado.
El rey
me tiene ofendido.
Ya
no podré refrenar
mi
cólera, que estoy loco.
El rey
me ha tenido en poco
pues no
me la quiso dar.
Vase quitando las ligas y atándolas al
balcón
Vengarme, amigos, conviene.
ORDOÑO: ¿De
quién vengarte has querido?
ANCELINO: De uno
que en nada he tenido
y otro
que en nada me tiene.
Dejar quiero la prisión.
RAMIRO: No
desciendas. Vuelve arriba.
ANCELINO: No,
abajo; que me derriba
el peso
de mi pasión.
Desciende
RAMIRO: Lo
que hacer quieres ignoro.
ANCELINO: Quebrar
de honrado la ley
con
quitar al reino a un rey
que me quitó
la que adoro.
ORDOÑO: Ni
es justo ni hacerlo puedes.
No
tengas tal pensamiento;
que a
voces dirán tu intento
aquestas mudas paredes.
ANCELINO: La
reprobada traición
que al hidalgo no conviene,
dos
partes iguales tiene
que
hacerla y pensarla son.
Y
siendo aquesto verdad
ya,
amigos, estoy culpado,
porque
en haberlo pensado
tengo hecho la mitad.
Esos
papeles, ¿qué son?
¿Para
qué pluma traías?
RAMIRO: Para si
acaso querías
escribir en la prisión.
ANCELINO:
Dame, pues escribiré
cosas
que al rey den temor.
RAMIRO: Ciego
estás.
ANCELINO:
Con el amor
y con
agravios cegué.
Sólo
me puede ofender
don
Sancho en mi pretensión,
y con
aquesta invención
le he
de quitar el poder.
Mientras puede averiguar
el rey
aquesta mentira,
por
librar mi doña Elvira
el
reino le he de quitar.
Escribe ANCELINO
RAMIRO:
Paréceme que Ancelino
delira
con este humor.
ORDOÑO: Ya
tiene para traidor
andado
el medio camino.
¿Qué
será su pretensión?
RAMIRO: Será
buscar con recato
al
valiente Mauregato
y
hacerle rey de León.
ANCELINO: Hoy
intento una hazaña
con que
nombre me darán
de
segundo Julián
para
los reinos de España.
Hoy,
si este reino persigo,
Alfonso el casto ha de ver
que
merecí la mujer
que el
ofreció a mi enemigo.
La
atrevida pretensión
que hoy
Ancelino procura,
ha de
ser la calentura
que derribe a este león.
Mi
corazón sólo basta,
montañeses caballeros,
para
cumplir los agüeros
de la
corona y el hasta.
De gallo mis voces son;
que velo en mi honra y
así
haré
que tiemble de mí
este
gallardo león.
Escribe
Quiero dejar esta carta,
Ata el papel que escribió en la liga que
colgó del balcón
donde
el rey la puede ver,
y el
que más quiere valer,
sígame,
tras mí se parta.
RAMIRO: Tu
sangre me está llamando.
ORDOÑO: Y a mí
tu mucha amistad.
ANCELINO:
Perdona, noble ciudad,
que tus
males voy buscando.
Vanse. Salen
ALFONSO y el conde TIBALDO
ALFONSO:
Muéstrase el reino feroz
para
que el horror y miedo
lleve
la fama velos
a los
moros de Toledo,
de
Córdoba y Badajoz.
Gástese en vencer al moro
ese
pequeño tesoro
que hay
en Oviedo y León,
y el
valor del corazón
supla
la falta de oro.
Sale un CRIADO
CRIADO:
Ancelino ha quebrantado
la
prisión.
ALFONSO:
¿Cómo lo sabes?
¿A quién las llaves han dado?
CRIADO: No
abrió la torre con llaves.
Por la
ventana ha saltado.
ALFONSO: Si
los vasallos mayores
que tienen cargo y honores
pierden
al rey el temor,
o en él
ven poco valor
o
empiezan a ser traidores.
Pues
no me tuvo temor
que de
él le tengo os prometo;
que quien al rey su señor
pierde
una vez el respeto,
mucho
tiene de traidor.
TIBALDO:
Atado dejó un papel
del
pendiente tafetán
que le
sirvió de cordel.
ALFONSO: Sus intentos
se sabrán
sabido
lo que hay en él.
Conoceré sus intentos
que las letras son retratos
de los mismos
pensamientos.
¡Ah,
cortesanos ingratos!
[................. -entos].
Lee el REY la carta
"A
los criados que pidieren a vuestra majestad,
mereciéndola como yo a doña Elvira,
no se le niegue, pues los ha menester
quien tiene
pretensores de su reino, como son el valiente
Mauregato, hijo bastardo del primer Alfonso, y su
tío, y
así mismo el conde de
Saldaña, habiendo [un hijo] en doña
Jimena, hermana de vuestra majestad,
como ya lo sabe.
Ancelino"
¿Hijo? ¿Jimena? ¿Qué espero?
Pero
creerlo no quiero
que el
hombre más principal
dejando
de ser leal
deja de
ser verdadero.
En Ancelino hay pasión
por
causa de doña Elvira,
y al
infierno de traición
descendió por la mentira
que es
el primer escalón.
Venir a Jimena veo.
Salid todos. La verdad
saber
agora deseo
para
más seguridad
pero no
porque lo creo.
Vanse todos.
Quédase en la puerta TIBALDO y
sale por otra JIMENA
ALFONSO: Por
hacer más extendido,
Jimena, el árbol real
te caso
con un marido
que
aunque en sangre no es tu igual
en los
méritos lo ha sido.
Con
Tibaldo has de casarte.
JIMENA: (¡El
corazón se me parte! Aparte
¡Ay, mi
Dios! ¿Qué trance aguardo?
¡Ay, mi
Sancho! ¡Ay mi Bernardo!
Recibid
de éste mal parte;
mas
ya sé qué responder).
Si, de
casto y limpio, nombre
has procurado tener,
más
conviene a la mujer
este
título que al hombre.
Hónrame con él, señor.
ALFONSO: De
sucesor estoy falto;
esto
conviene.
JIMENA: (¡Ay, dolor!) Aparte
ALFONSO: (Con el
nuevo sobresalto Aparte
se ha
trocado el color.
Ella
sintió la alteración.
¡Qué
buenos indicios son
de
flaquezas, si se ampara
con la
sangre de la cara,
el
temido corazón.
Si
su color natural
tiene
el rostro, indicios siento;
mas no,
que sospecho mal
porque
es muerte el casamiento
y vuelve
el rostro mortal.
Pero
un engaño he de hacer
que
ella misma haya de ser
quien
me diga la verdad).
Tibaldo, con brevedad
me
trae...
Sale TIBALDO que ha estado a la puerta y
háblale al oído
JIMENA:
(¿Qué podrá querer? Aparte
¿Con
qué tormento infinito,
con qué
antojos y pasión
sospecha y miedo maldito,
vive
siempre el corazón,
que ha cometido un delito?)
Vase
TIBALDO
ALFONSO: ¿Qué has de hacer?
JIMENA: Lo que
quisieres.
ALFONSO:
Casarte.
JIMENA:
Mientras vivieres,
no será
razón dejarte.
ALFONSO: Conde
don Sancho has de casarte
pues a
Tibaldo no quieres.
(Ya
se alegra y le comienza Aparte
a hacer
el rostro rosado,
el
brasil de la vergüenza;
que el
cómplice del pecado
al
delincuente avergüenza).
¿Qué
quieres?
JIMENA: Tu gusto trata.
ALFONSO: Tu
maldad está entendida.
Mejor
será, falsa ingrata,
un
engaño que da vida
que un
desengaño que mata.
Todo
se sabe.
JIMENA: Señor,
no me causes tal dolor.
Tu sangre en mis venas
vive.
ALFONSO: Para
morir la apercibe.
(Así lo sabré mejor). Aparte
JIMENA:
¿Para qué?
ALFONSO:
Para morir.
JIMENA: ¡Ay,
Dios! ¡Qué extraño accidente!
Mal me
podré apercibir
si me
matas de repente.
Hermano, torna a decir
para
qué.
ALFONSO:
Para la muerte,
este
monstruo torpe y fuerte.
(Si es
verdad que ella lo ha hecho, Aparte
del
laberinto del pecho
lo sacaré de esta suerte).
JIMENA:
Alfonso, si hablas de veras,
de Dios culpado has de ser.
ALFONSO: ¡Ojalá
tu no lo fueras!
JIMENA: Culpa
quisiera tener
porque
tú no la tuvieras.
¿La muerte me das en fin?
ALFONSO: Sí,
porque importa tu fin.
JIMENA: ¿De qué
te sirve, crüel,
ser
casto como un Abel
si eres
también un Caín?
Fueras otro Salomón
y otro
David penitente
con tu
manso corazón,
y no un
José continente
con
entrañas de Absalón.
Mira, Alfonso, que haces mal.
Fue
blanco y puro cristal
que a castidad
te ha dado,
hoy lo
tiñes de encarnado
con
esta sangre real.
¿En
qué te ofendí, señor?
Sale TIBALDO con un vaso de vino
ALFONSO: Dame el
vaso y vete luego.
Toma el vaso el REY y vase TIBALDO a la puerta
Confiesa ya sin temor.
JIMENA: Eres mozo y eres lego
para ser mi confesor.
ALFONSO:
Tengo, aunque lego, tal ciencia
que
entendiendo tu pecado,
sin
encargar mi conciencia
antes
de haber confesado,
te he
de dar la penitencia.
Aquesta purga te ordeno
porque
soy médico bueno
para
curar mi deshonra;
que enfermedades
en honra
se
purgan bien con veneno.
Pues
que no has tenido cuenta
con mi
honor y el tuyo, ingrata,
bebe
hidrópica, sedienta;
que con
veneno se mata
la sed que te tienes afrenta.
Toma el vaso JIMENA
JIMENA: Ya,
señor, quiero beber,
si éste
tu gusto ha de ser;
pero
dirá mi virtud
que me
purgas en salud
y me brindas sin comer.
Mi vida quieres
quitar
no mi
sed, y así no digas
que te
he querido afrentar
aunque
si tú me castigas
culpada
debo de estar.
Bebe un trago
Poco
a poco iré muriendo;
crecerá
mi mal notorio;
y pues
que tanto te ofendo,
sírvame
de purgatorio
[el
vaso que voy bebiendo].
Bebe
Ya,
señor, está bebida.
ALFONSO: La
causa tendrás sabida.
JIMENA: No la
sé; mas la sospecho.
ALFONSO:
Confiesa, pues, lo mal hecho
mientras te dure la vida.
JIMENA: Ya
que mi Dios fue servido
que
este veneno me quite
la vida que le ha ofendido,
con la
purga es bien vomite
las culpas que he cometido.
Veinte años ha,
señor,
que le
cobré grande amor
a un
caballero, y después
me casé con él.
ALFONSO: ¿Quién es?
JIMENA: ¡Estás
con mucho rigor!
Serás con él muy crüel
aunque
tan querida fui
de su
corazón fïel;
que en
darme una muerte a mí,
dos
muertes le das a él.
ALFONSO:
Darle una largo confío.
Deja el
necio desvarío.
Díme su
nombre.
JIMENA:
Es [sin] nombre,
que no
le supe otro nombre
sino esposo y señor mío.
De
él tengo en esa montaña
un hijo
hermoso y gallardo.
ALFONSO:
(Ancelino no me engaña). Aparte
¿Cómo
se llama?
JIMENA: Bernardo.
ALFONSO: ¿Fue el conde de Saldaña?
Túrbase ella
JIMENA: No,
señor.
ALFONSO:
¿Quién fue su padre?
JIMENA: El
saberlo no te cuadre.
Sólo
pido, si ser puede,
que
aqueste hijo no herede
las desdichas de su madre.
Hijo
y madre natural,
del
padre un espejo son,
pues
por mi culpa y mi mal
le
rompes la guarnición.
No le
quiebres el cristal.
Ya que el árbol has cortado,
conserva el fruto, señor,
quizá
sabrá ser honrado.
ALFONSO: No me
dará buen olor
fruto
tan mal sazonado.
Muerte te di sin saber
tu culpa, y has de tener
la vida ya que se sabe.
JIMENA: Mi
muerte ha sido süave,
pues me
la diste a beber.
ALFONSO: No
fue veneno. Levanta;
que yo
cobrar mi honra quiero,
ya llena
de infamia tanta.
JIMENA: ¡Ay, mi
Dios! Que vida espero
con el
alma en la garganta.
ALFONSO: El
vino te hizo hablar.
JIMENA: Luego
bien podré alegar
que el
vino, como era fuerte
y el
engaño de mi muerte,
me
hicieron desvarïar.
ALFONSO: No;
que la verdad ha sido,
y por
ella has merecido
ser
monja de Santa Clara
para
que cubras la cara
que
honestidad no ha tenido.
Viste de jerga crüel
ese
cuerpo mal regido,
[................... -el]
deja el
mundo inadvertido
[................... -el].
Castigada no estarás,
pues en
pago de tu pena
a vida
del cielo vas.
Anda,
imita a Magdalena
ya que
a Clara no podrás.
Vase doña JIMENA
¿Así
Sancho mi honra guarda?
Presto le verán difunto.
Él es,
su muerte no tarda).
Don
Tibaldo, ten a punto
toda mi
gente de guarda.
Sale don SANCHO y vase don TIBALDO
Conde, llamarte quería
en este
infelice día
para
ser aconsejado
en un
caso que ha causado
la
muerte y deshonra mía.
Tú
eres médico [que allana]
mi
deshonra. ¿Qué haré
para
dar muerte inhumana
a un
vasallo que hoy hallé
abrazado con mi hermana?
(Así
sabré la verdad). Aparte
SANCHO: ¿Qué
dice tu majestad?
ALFONSO: Digo,
porque más te asombre
que hoy
vi a Jimena y a un hombre
sin ninguna honestidad.
SANCHO: ¿A quién, señor?
ALFONSO: A mi hermana.
SANCHO: ¿Y con
quién?
ALFONSO:
Con un crïado.
SANCHO: Dime,
¿cuándo?
ALFONSO: Esta mañana.
SANCHO: (¡Ay,
don Sancho, desdichado! Aparte
¡Ay,
mujer falsa y liviana!)
¿Y
ella, señor, le quería?
ALFONSO: Mil
requiebros le decía.
SANCHO: (Pues,
el rey, siendo agraviado Aparte
su
deshonra ha confesado,
también
es cierta la mía).
Su
vida, señor, acaba
y quita
al que te ofendía
los
ojos con que miraba,
los
oídos con que oía
y la
lengua con que hablaba.
Dime, quién es el traidor
que nos
quitó nuestro honor...
Digo
como a hermano a ti
y como
a vasallo a mí,
honrado
de su señor.
Muerte les daré a los dos
que su
vida y honra gastan
en tu
ofensa y la de Dios.
ALFONSO: Conde,
vuestros celos bastan;
no
tengáis celos de vos.
Delincuente sois de amor;
que ha
descubierto los cielos.
Y
confesáis vuestro error
en el
potro de los celos
que es
el tormento mayor.
El
consejo tomaré
que me
dais. ¡Ah, de mi guarda!
Prended
al conde.
SANCHO: ¿Por qué?
ALFONSO: Porque
el precepto no guarda
de
Dios, del rey y su fe.
Porque, siendo mi hechura,
igualárseme procura
sin
prudencia ni consejo
y
porque siendo mi espejo
no me
enseña mi figura.
Porque habiéndolo querido,
a mi
amor ha sido ingrato,
porque
me tiene ofendido,
porque
siendo mi retrato,
en nada
me ha parecido.
Encerradlo en esa torre.
SANCHO: El
tiempo que aprisa corre
borró
cualquiera delito.
ALFONSO: Soy
bronce y está en mí escrito:
"No has miedo que se borre."
Vanse
FIN DEL PRIMER ACTO
BAILE DE LAS DIOSAS
Salen las MÚSICAS y cuando quieren comenzar
a cantar se ha de correr una cortina y aparece PARIS
recostado
sobre unas hierbas
Quedito, no hagáis rüido
porque
está Paris durmiendo
entre
lentiscos y adelfas
aunque
hacen profundo el sueño.
El hijo
del gran troyano
está
ausente de su reino
por el
sueño de su madre
que le
desterró en naciendo.
Los
parleros ruiseñores,
su
valor reconociendo,
cesan
las arpadas lenguas
mostrando grato silencio.
Cuando las tres bellas diosas
que son Palas, Juno y Venus
llegaron a su
presencia
haciéndole acatamiento.
Salen
las tres diosas danzando al son de los
instrumentos
JUNO: Invencible y fuerte Paris,
recuerda, pues ves que el
sueño
es
imagen de la muerte.
PARIS: Es
verdad, yo lo confieso.
¿Quién
sois? Que me habéis nombrado
por mi
nombre; pues es cierto
que me
llaman Alejandro.
JUNO: Aquése
fue nombre impuesto.
Porque
sepas la causa
de
buscarte, estáme atento
que
aquestas diosas y yo
gran
diferencia tenemos
porque
estando en un convite
una
manzana pusieron
de oro
sobre la mesa,
y en
ella puesto un letrero:
"Dénsela a la más hermosa".
Y cada
cual pretendiendo
serlo,
por jüez te nombra,
advierte como discreto,
Paris,
si por mí juzgares,
aqueste
don te prometo:
de
hacerte el más rico rey
del más
poderoso reino.
PALAS: Si por
mí juzgas, infante,
aqueste
don te prometo:
que
tendrás ventura en armas
y serás en fuerza Héctor.
VENUS: Si por
mí dieres sentencia,
gran
infante, te prometo
una
saeta amorosa
que abrase de amor los pechos.
Daréte
una dama hermosa
que con
su poder supremo
crió la
naturaleza
y de
rostro más perfecto.
PARIS: Ya he
entendido la ocasión
y vuestros rostros contemplo,
y pues
lo público he visto
quisiera ver lo secreto;
mas por
los gallardos talles
las
demás partes penetro
y juzgo
que la manzana
se
lleve la diosa Venus.
PALAS: Por lo
que has juzgado, Paris,
a la
muerte te condeno
y
morirás a las manos
de Ajax
Telemón, el griego.
Y
porque Paris no piense
que tenemos
sentimiento
las dos
iremos bailando
al son
de los instrumentos.
Bailan las dos diosas al son de la letra que
cantarán las MÚSICAS
"No fiéis de los hombres, niña.
¡Mal haya quien de ellos fía!
Venían confïadas
las dos bellas diosas,
que por ser hermosas
fueron señaladas.
Quedaron burladas
con su
porfía.
No fiéis de los hombres niña.
¡Mal haya quien de ellos fía!
Vanse PALAS y JUNO
VENUS: Lo
que yo te he dicho, Paris,
se ha
de cumplir en efecto;
que has
de casar con Elena
mujer de Menelao griego.
Tú, ¿no eres hijo de rey
gallardo, sabio y
discreto?
Valiente por tus proezas,
no hay
de qué tener recelo,
y
porque es bien celebrar
el valor de ese real pecho,
danzar
quiero en tu presencia.
Recibe
mi buen intento.
Danza VENUS una mudanza curiosa y cierra una
cortina con que se da fin al baile