ACTO SEGUNDO
Salen ANCELINO, RAMIRO y ORDOñO. ANCELINO
con una lanza y una adarga, con una banda escrita con
letras y
una corona en la mano
ANCELINO: En
esta sierra tan alta
como la
bárbara torre,
donde
el veloz ciervo corre
y el
ligero gamo salta,
entre estos pinos que quitan
los
rayos del sol dorados,
de
heladas aguas bañados
que al
valle se precipitan,
en
todo aqueste horizonte
sigue
la caza ligera,
sin
dejar ave ni fiera
en el
aire ni en el monte,
aquí
le habemos de hallar.
RAMIRO: ¿Si
querrá admitir la empresa?
ANCELINO: En
ningunos hombros pesa
la
máquina de reinar.
Un
regalo sin segundo
al
principio el reinar es
que no
se siente, y después
pesa
tanto como el mundo.
Cargas son, y no pequeñas.
ORDOÑO: Si no
me engaña el deseo,
Mauregato es él que veo
bajar
por aquellas peñas.
ANCELINO:
Dices bien. Aquí le dejo
la
corona, adarga y lanza
porque
así tengo esperanza
de darle un mudo consejo.
Si
en llegando a este lugar
reparando en la corona,
se la
pone y se aficiona,
bien le
podemos tentar.
Pero
si la voluntad
a la corona no ofrece,
es
señal que no apetece
el
imperio y majestad.
Y
así es justo que sepamos
su
intención antes de hablarle.
ORDOÑO: ¿Dónde
habemos de mirarle?
RAMIRO: Entre aquellos verdes ramos.
Dejan la adarga en el suelo y encima la corona y
lanza, y escóndense, ya descendiendo MAUREGATO de un
monte, en el traje que mejor le pareciere a un hombre
que vive en
el campo
MAUREGATO: Alto
monte en quien descansa
sin ser
cazada la fiera,
ribera
alegre, agua mansa,
fieras,
monte, agua, ribera,
vuestra
soledad me cansa.
Duros robles donde oía
de las aves la armonía,
fuentes y flores süaves,
robles, fuentes, flores y aves
ya me dais melancolía.
Ya al mar no lleváis
mis penas,
arroyuelos de cristal,
que
estas sierras no son buenos
para la
sangre real
que
hierve en aquestas venas.
Al
mundo, de polo a polo
dará
vueltas como Apolo,
no he
de ser más cazador.
Basta
ser sólo en valor
sin ser
en la vida solo.
Mira la corona
¿Qué
rey dejó estos despojos?
¿Quién
trató tales trofeos?
Ilusiones son o antojos
que mis
soberbios deseos
representan a mis ojos.
¿Corona en esta aspereza?
Por
donde vio más flaqueza
el
demonio me ha tentado.
¡Qué
bien dirá este tocado
a esta
hidalga cabeza!
El gentil, cristiano, el moro
esta
diadema procura
a costa
de su tesoro
porque
vale más su hechura
que los
quilates del oro.
¿Qué
montes no ha derribado?
¿Qué mares no ha navegado?
¿Dónde
no hizo traición
la
codicia y ambición
de
aquesto que aquí he hallado?
Hace a las gentes airadas
los campos de sangre tiñe,
leyes funda mal guardadas,
y al
fin las sienes que ciñe
son por
ella idolatradas.
Pero
si el reinar es sueño,
yo que
agora soy su dueño,
rey de un mundo he de ser hoy,
pues rey de mí mismo soy;
que soy un mundo pequeño.
Pónese la corona
La
que siempre he deseado
a ver
en mis sienes vengo,
pero
soy un rey pintado
pues que
de rey sólo tengo
estar
cual rey coronado.
Mas,
ya al orbe de la luna
el
mundo verá subidos
mis
intentos. Aquí hay una
letra: "Con los atrevidos
es
favorable Fortuna".
Esta letra está en la banda del adarga
Dice
bien. Tiene razón.
Tenga,
pues mi corazón
atrevimiento gallardo.
Hijo
soy, aunque bastardo
de
Alfonso, rey de León.
Toma la lanza y adarga
El
reino he de pretender;
que con
esta lanza basto
a
derribar el poder
del
segundo Alfonso, el casto,
por ser
medio hombre y mujer.
Ya que no hay hombre presente
que mi
coronada frente
pueda
ver y respetar,
yo
mismo me he de mirar
en el
cristal de esta fuente.
Bueno estoy con tal trofeo;
mas, pues no veo mi rostro,
y en
estas aguas le veo,
al rey
que he visto me postro,
pues
que vasallos deseo.
Llega entre unos ramos como en una fuente, y
allí se está mirando, levantando la lanza al
hombro, la adarga en el brazo, y la corona puesta,
hace
humillación a su sombra
Para
que pueda afirmar
que me
han visto coronar,
plantas que quitáis enojos,
haced de las hojas ojos
con que poderme mirar.
Pero
examinarme quiero,
si
sabré imitar los reyes,
ya en
León me considero,
poniendo y quitando leyes,
el
rostro grave y severo;
afable con el leal,
airado
con el traidor,
Hace todos los ademanes que va diciendo encima de
la fuente
con
todo[s] semblante igual,
modesto
en el bien mayor,
compuesto
en cualquiera mal,
derecho el cuerpo ha de estar,
los
ojos no han de mirar,
la
cabeza quieta y alta.
¡Reinarse! Sólo me falta
gente y
reino en quien reinar.
Soy un rey sin posesión,
casi a
reír me provoco,
de ver que mis reinos son
como reinos de hombre
loco;
que
está en la imaginación.
Pero
a lanzadas haré
que los de Asturias me sigan,
y que los moros sin fe
al rey Alfonso persigan
hasta
que el reino me dé.
ANCELINO:
(Pues que dispuesto le hallo, Aparte
quiero
salir a animallo
fingiendo que me perdí).
MAUREGATO: Un
hombre viene hacia mí.
Esta
vez tengo un vasallo.
¿Quién eres? ¿Adónde vas?
ANCELINO:
Buscando al gran Mauregato.
MAUREGATO; ¿Hasle
tratado?
ANCELINO: ¡Jamás.
MAUREGATO: ¿Qué
quieres?
ANCELINO:
Darle un retrato.
MAUREGATO: ¡Buena
prenda le darás!
¿Es
de dama?
ANCELINO: Y tan fïel
que muere de amores de él.
MAUREGATO: ¿Tanto
le quiere?
ANCELINO: Le adora
y le
está esperando agora.
MAUREGATO: Pues,
hablando están con él.
ANCELINO:
Besaré tus pies.
MAUREGATO: Levanta,
el
retrato manifiesta.
¿Tiene
hermosura?
ANCELINO: Que espanta.
MAUREGATO: ¿Y
quién es la dama?
ANCELINO: ¡Aquésta!
Descubre Ancelino un tafetán donde
está pintado un león.
Puede ser el mismo
pendón que sacaron al principio
MAUREGATO: Nunca
vi hermosura tanta.
ANCELINO: Ésta
se quiere entregar
a tu
valor singular;
que el
esposo que ha tenido,
como siempre
casto ha sido,
no la
ha sabido agradar.
De
esta dama que he mostrado
hoy
será repudïado;
que
para su condición
su
esposa es vivo león
y para
[ella] está pintado.
MAUREGATO: (No
va sucediendo mal Aparte
tu
pretensión, Mauregato.
Corona
hallaste real
y agora
el reino en retrato;
¡él
vendrá en original!)
Imagen, que la belleza
te puso
naturaleza
en
dientes, manos y pies,
porque
tu hermosura es
la
invencible fortaleza,
si
mi imperio en la ciudad
que
representes se ve
y me muestras voluntad,
un oso
y tigre seré
con
quien tengas amistad;
pero
bravo león, advierte,
que si
te mostrares fuerte,
resistiendo a mi ventura,
seré gallo y calentura
que te
dé temor y muerte.
ANCELINO: Yo a
servirte estoy propicio.
Doble el tafetán; que lo ha tenido extendido
hasta aquí
MAUREGATO: Subirás
como una hiedra
arrimado a mi servicio.
Eres la
primera piedra
de mi
soberbio edificio.
Para
vasallo te prevengo,
y si en
popa a crece vengo,
en
valor has de crecer
que
eres todo mi poder
pues más vasallos no tengo.
Eres
mi reino.
Salen RAMIRO y ORDOñO
RAMIRO:
No es
tan
pobre el reino que alcanzas
porque
agora tienes tres.
MAUREGATO: Ya
crecen mis esperanzas.
ORDÓNO: Danos a
besar tus pies.
MAUREGATO; Al
pecho podréis llegar;
que es
más honrado lugar.
RAMIRO; Es
mucha merced el pecho.
MAUREGATO: A
aquellos que rey me han hecho
este
pecho he de pagar.
ANCELINO: En
tu edificio real,
un
triángulo seremos,
y de tu
sol sin igual
somos tres rayos que hacemos
figura piramidal.
Tres vidas hemos de ser
dispuestas a tu servicio
las
cuales han de hacer
al
cuerpo del edificio
crecer,
sentir y entender.
Llamarnos el que nos viera
los
tres luceros pudiera
de tu
cielo sin segundo,
las tres partes de tu mundo,
las tres zonas de tu
esfera.
De
Alfonso fuimos crïados,
pero a
buscarte venimos
para
volver más honrados.
Sólo tu
gusto pedimos
para
darte sus estados.
La
justicia no permite
que tu
sobrino te quite
lo que
es tuyo de derecho.
Saca
valor de ese pecho
que
esta empresa facilite.
De
estas montañas vendrán
mil
nobles asturïanos
que su
hacienda te darán,
y si
faltaren cristianos,
los
moros te ayudarán.
MAUREGATO:
Seguidme, pues, con recato.
Veréis,
amigos, que trato
con
valor la empresa altiva.
ANCELINO: ¡Muera
Alfonso!
TODOS:
¡Muera!
ANCELINO: ¡Y viva
en su
reino Mauregato!
Vanse. Salen
BERNARDO en hábito de labrador
y SANCHA de labradora
BERNARDO: No
me nieguen luz también
esos
ojos que son cielos.
SANCHA: Tengo
celos.
BERNARDO:
No hay de quién;
aunque
no los llames celos
sino
rigor y desdén.
Todo
tiempo, oh Sancha ingrata,
tu amor
con desdén me trata,
desde
que a este monte y llano
frescas
flores da el verano,
y el
invierno helada plata.
Sólo
tu rigor me aqueja
desde
que el sol con su vuelo
pasa un
signo y otro deja
bordando el raso del cielo
con su
dorada madeja;
desde
que empieza Dïana
y da
fin el crüel Saturno
con su
cabellera cana
a
repartir por su turno
los
días de la semana;
desde que en el firmamento
con su
rapto movimiento
sale el
sol que al aire dora
de las
faldas de la Aurora
y se
esconde en su aposento;
desde que la noche fría
al
melancólico suelo
con sus
lágrimas rocía
hasta
que se afeita el cielo
con las
colores del día;
al
fin, en mi pecho moras
y tú, Sancha, me enamoras
con tus partes más que humanas
siglos, años y semanas,
meses, noches, días y horas.
SANCHA:
Lisonjas falsas destierra
cuando
vienes de esa sierra
que a
pasos cazando mides,
licencia a señor no pides
para
armarte e ir a la guerra.
Pues
si te da más cuidado
la
guerra que mi favor,
¿con
esto no has declarado
que has
quebrado ya en mi amor
pues
que quieres ser soldado?
BERNARDO: No
puedo, Sancha, negar
que es
verdad; mas de esta suerte
he
pretendido ganar
valor
para merecerte.
SANCHA: Y aun
para olvidar.
Sale GONZALO, viejo, con gabán y
báculo
GONZALO:
Bernardo. Sancha.
SANCHA: ¿Señor?
GONZALO: ¿Qué tratáis?
BERNARDO; Hemos tratado:
yo cosas de cazador...
SANCHA: Y yo de las ruecas que he echado
de mi costura y labor.
GONZALO:
Honrado entretenimiento.
Habla aparte SANCHA a BERNARDO
SANCHA: Trátale
del casamiento.
BERNARDO: Y si
no, ¿te doy enojos?
GONZALO: ¿Qué es
lo que pides?
BERNARDO: ¿Los ojos
no han dicho mi pensamiento?
GONZALO: Yo
no puedo adivinar.
BERNARDO: ¿Qué te
puedo yo pedir?
GONZALO; Mil
cosas que puedo dar.
BERNARDO; Pues,
¿qué ganó, por servir,
Jacob?
GONZALO: ¿Te
querrás casar?
BERNARDO: Eso
propio.
GONZALO:
¿Y es la esposa?
BERNARDO: ¿No ves
tú quién puede ser?
GONZALO:
¿Sancha?
SANCHA:
¿Yo?
BERNARDO:
Era melindrosa.
Quiere ella ser mi mujer
y agora
está vergonzosa.
Tocan dentro una caja de marchar
BERNARDO:
Pero, señor, ¿no has oído?
Soldados han descendido
de la
montaña esta vez.
Sola
una espada, pardiez,
y la
bendición te pido.
Si
verme entre moros puedo,
la
espada te pagaré;
porque
si muerto no quedo
corvos alfanjes traeré
de los moros de Toledo.
De Córdoba, borceguíes
que
allá dicen marroquíes;
de
Granada almohadas
de
grana y oro labradas
que
parezcan de rubíes;
caballos de los que cría
la fértil Andalucía;
la
manteca de azahar
que el
moro suele envïar
de
Valencia a Berbería;
y si
soldado me nombras
en
estas plantas y riscos
que a
tu casa hacen sombras,
pondré alquiceles moriscos,
turcos bonetes y alfombras.
GONZALO: Si
quieres ser desposado,
¿cómo has de ir a ser soldado?
BERNARDO: Bueno
es casarse, señor,
mas...
SANCHA: ¿qué dices?
BERNARDO: Que es mejor
estar ya, Sancha, casado.
GONZALO: ¡Ah,
señor, la inclinación
descubre su natural!
¡Ah,
columna de León!
¿Cómo
en aqueste sayal
no cabe
tu corazón?
Sale SUERO
Velázquez
SUERO:
Noble casa [en] que nací
con
bienes y honra, ya tienes
un hijo
pródigo en mí;
que el otro
volvió sin bienes,
yo sin
honra vuelvo a ti.
De
verme en ti se recate
el
padre que me desea;
porque
mejor es que trate
que yo
la ternera sea
que mi
venida se mate.
GONZALO:
Hijo.
BERNARDO:
Señor.
SUERO: Con tal nombre
nadie
me llame ni nombre.
No soy el que has engendrado
porque el hombre
deshonrado
el ser ha perdido de hombre.
No des los brazos, señor,
a una hiedra que ha
trepado
por los muros de tu honor;
y hoy en el mundo ha
derribado
con su
pequeño valor,.
A la cámara real
tu
retrato has ofrecido,
y
díjole un desleal
"miente;" que no ha parecido
al
famoso original.
Calló como hombre pintado
tu retrato, y deshonrado
de la
corte el rey lo echó.
Si soy
tu retrato yo,
ya,
señor, estoy borrado.
GONZALO: Dime
con razón más clara
para
matarte tu lengua.
SUERO: Sobra vergüenza
en la cara
y falta
aliento en la lengua
del que
sus faltas declara.
Ancelino, un secretario
del rey
que soberbia y fama
le ha
dado el tiempo voltario,
quiso también a mi dama
como
loco y temerario;
toda
la noche y el día
con
recados la ofendía.
Advertílo, replicóme;
enfadéme y ofendióme,
y
díjele que mentía.
A su
espada mano echó;
yo a la
mía. Fui tras de él.
Vino el
rey y preguntó:
--¿Qué
es aquesto?-- Entonces él
dijo
que me desmintió;
yo
que estaba inadvertido
porque
él era el desmentido,
quise
hablar. Quedé confuso;
el rey
en medio se puso
y con
él quedé ofendido.
GONZALO:
Cobarde hijo, desvía;
pues quebraste
de esta vez
un
báculo que tenía
para
arrimo a la vejez
de esta
sangre helada y fría.
¿A
casa de un padre honrado
vuelves
sin satisfacción
del
honor que te han quitado?
¿Quien
sale así de León
en un
cordero se ha entrado?
Imprimieras en su cara
tu mano
corta y avara,
y
cumplieras con la ley
de
quien eras; aunque el rey
la
cabeza te cortara.
No
me diera la tristeza
la
muerte que tu deshonra;
que el
pecho donde hay nobleza
ha de
redimir su honra
a costa
de su cabeza.
¿A
tu casa vuelta das?
Tahur
del honor serás;
que en
la corte lo jugaste
y en
perdiendo el que llevaste
vuelves
a casa por más.
Pero
yo advertirte quiero
que si
al dado o al tablero
tu
legítima perdieras,
volver
a casa pudieras
para
llevar más dinero;
pero
agora, sabe Dios,
que con
esto que has perdido
quedamos pobres los dos.
BERNARDO: Bernardo es el ofendido,
no vertáis lágrimas vos.
Don
Suero estará vengado
si acaso está declarado
en las leyes del honor;
que la ofensa del señor
puede
vengar el crïado.
Soy
magnánimo gigante
que
escalar los cielos pienso.
Soy
colérico elefante
con la
sangre de la ofensa
que me
ponen hoy delante.
Soy
tigre que voy buscando,
como
leona bramando,
el hijo
a quien tuve amor;
que es
la honra de un señor
con
quien yo me estoy honrando.
Con
tus agravios estoy
como un
mar con su tormenta;
bramidos de toro doy
en el
coso de tu afrenta.
Rayo de
esta nube soy;
a la
corte voy. Perdona,
no me
detenga persona
que le
perderé el decoro;
que soy
elefante, toro,
tigre,
mar, rayo, leona.
GONZALO;
Bernardo, vuelve. ¿Adó vas?
BERNARDO: No
podré, que soy río
que tornar
no puedo atrás.
GONZALO: Pues,
¿qué pudo el honor mío?
Torna
tú; que sí podrás.
Esta
venganza que ordena
el que
a su honor satisface,
como
virtud y obra buena;
que
aprovecha a quien la hace
más que
le vale la ajena.
Como
una moneda ha sido
la
satisfacción honrada;
que
entre nobles no ha corrido
si
acaso no está acuñada
por mano del ofendido.
Deja
que sepa ganar
lo que
ha sabido perder;
que
hasta que se vuelva a honrar
ni a mi
mesa ha de comer,
ni en
mi casa ha de entrar.
Vase don GONZALO
SUERO:
Tiene mi padre, Bernardo,
mucha
razón. Sólo aguardo
tu
consejo y tu favor.
BERNARDO: Hallarás en mí, señor,
un corazón muy gallardo.
SUERO:
Parte, Bernardo, a León
y sabe si al secretario
le
tiene agora en prisión
el
rey; que fue mi contrario
en esta
satisfacción.
Habla a don Sancho, mi tío,
que
aunque el enemigo mío
no tiene mi calidad,
fijarás
por la ciudad
carteles de desafío;
y en
tanto, amigo, que vienes
en
estas sierras aguardo.
Vase don SUERO
BERNARDO: En mí,
crïado mantienes
que te servirá.
SANCHA:
¡Ah, Bernardo!
Al irse, ásele SANCHA a BERNARDO
¡Ah,
traidor, qué prisa tienes!
¿Sin
despedirte de mí
te vas
a la corte así?
Bien con esto me has mostrado
que te
doy poco cuidado.
BERNARDO: No me
voy si quedo en ti.
SANCHA: Sí, te vas; pues que me dejas.
¿Qué me tienes de traer?
BERNARDO: Zarcillos a las orejas
que sordas quisieron ser
a mis
lástimas y quejas;
gargantillas de cristal
que
parezcan en tu cuello
azabache natural;
cintas
para tu cabello;
para
tus brazos coral
traeré, pues mucho te debo;
un
verde sayuelo nuevo
en que
mis esperanzas esté;
y a ti
misma traeré
en el
lugar que le llevo.
Vase. Salen
MAUREGATO, ANCELINO, RAMIRO y algunos
moros. Saquen
una caja sin tocarla y una bandera cogida
MAUREGATO:
Espero coronarme antes del día,
agora
que la noche está en silencio
por
vuestro gran valor, alarbes moros
y la
justicia que en mi empresa tengo.
CAPITÁN:
Prosigue valeroso Mauregato
en
hacer inmortales hoy tus hechos.
Contigo
tienes moros valerosos
que a
pesar de la muerte, envidia y tiempo
el
reino te han de dar, cuya corona
tu
nombre hará escribir en bronce eterno.
Sólo te
falta confirmar agora
las
condiciones que tratado habemos.
MAUREGATO:
Capitán, el más fuerte que en España
con cristianos
milita, yo prometo,
por los sagrados que nos miran,
de ofrecer a los moros largos
pechos.
Cien doncellas daré, las más
hermosas
que el sol con su dorado
movimiento
alumbra
entre cristianos, las cincuenta
hijas
de algo, cincuenta labradoras
que en
tributo daré todos los años.
Podéis,
para regalo y pasatiempo
escoger
en el reino a vuestro gusto;
que
todo mi poder ha de ser vuestro gesto.
CAPITÁN: Con ése
puedes ya darnos el orden
que
habemos de guardar.
MAUREGATO: Eso lo dejo
a la
industria y discurso de Ancelino.
ANCELINO: Si el
mío ha de seguirse, es vencer presto
sin
aguardar batalla rigurosa,
y ya
que hemos llegado con secreto
junto a
los muros de León famoso,
pues el
portillo para entrar sabemos,
en linternas que tengo prevenidas
luces
pongamos; que encubiertas dentro
cuando en los fuertes muros nos
veamos
las luces en un punto
sacaremos.
La
gente que está dentro, descuidada
deslumbrada, después tanta luz viendo,
asombrada del son de las trompetas
y sonorosas parchas, tendrán miedo.
Apenas podrán ver a donde
huyan.
Si
queremos matar, muerte daremos,
si vencerlos no más, en esta noche
por
vencidos los cuento desde luego.
La
grande Jericó fue así ganada;
imitemos agora a los hebreos.
MAUREGATO:
¡Industria milagrosa! Entremos,
guía;
que el
reino ha de ser nuestro antes del día.
Vanse. Salen el rey ALFONSO y TIBALDO
TIBALDO: Ya,
señor, como mandaste
dejo en
ásperas prisiones
a don
Sancho de Saldaña,
en el cubo
de una torre.
Con
buen ánimo me dijo,
--Pienso sufrir estos golpes
con que
el tiempo ha derribado
el
crédito de este conde,
porque
el vasallo leal
siempre
ha de vivir conforme
con la
voluntad del rey
si se
ha de preciar de noble.
Y como
no es cosa nueva
que una
nave se trastorne
[........................]
cuando el
mar salado rompe,
no es
nuevo que en este mundo
caiga
de su trono un hombre,
pues son olas inquïetas
las privanzas de las cortes.
A su majestad suplico
que mis
defectos perdone,
y pues
que ya están proscritos,
con su clemencia los borre --.
ALFONSO: No era
rey ni yo sabía
su
malicia y culpa entonces,
siendo
rey, cupe mi agravio.
Sufra
pues, padezca y llore.
Dentro [tocan] a rebato y dan voces
VOCES:
¡Viva! ¡[Viva] Mauregato!
¡Rey ha
de ser esta noche!
ALFONSO: ¿Quién
alborota a León
con
rumor de guerra y voces?
Sale un CRIADO alborotado
CRIADO: Ampara,
señor, tu reino
y a tus
vasallos socorre,
antes
que de su ruína
y de
ellos la muerte llores.
Esta
noche miserable,
no sé cómo
ni por dónde,
en León
se ha entrado gente
que ni
se ve ni conoce.
Entre
las voces y gritos
que van
dando, sólo se oyen
de
Mauregato y de Alfonso
de cuando
en cuando los nombres.
Los de
León que esto ven
luego a
salir se disponen.
Vuelven
ciegos, deslumbrados
de
diversos resplandores.
Con
linternas encendidas,
con
luces y con faroles
van
todos y de esta suerte
cualquiera los desconoce.
Ni
sabemos si son moros,
ni
franceses ni españoles;
que
Mauregato ha incitado
a ser contigo traidores.
Mas sin duda son leoneses,
pues con tal secreto y
orden
han ganado sin ser vistos
los
alcázares y torres.
ALFONSO: Dios, a
cuya providencia
nada se
encubre ni esconde,
los
castigos nos envía
conforme a las intenciones.
Sin
duda no soy buen rey
pues
Dios que lo reconoce
tan sin
pensarlo me quita
el
reino y me deja pobre;
pero si
valen defensas,
hidalgos, alarma toquen.
Pues sois hijos de un León,
por fuerza seréis leones.
Vanse. Tocan al arma. Salen por la puerta dos
[ciudadanos] de León huyendo de los MOROS
MORO 1: El que
quisiere la vida,
rey a
Mauregato nombre.
CIUDADANO 1: Morir
quiero y ser leal.
MORO 2: Pues,
repare estos dos golpes.
MORO 1:
Ríndete.
CIUDADANO 2:
Tengo valor.
MORO 1: Niega,
pues, en altas voces
que es
rey Alfonso.
CIUDADANO 2: No quiero.
¡Viva!
MORO 2:
¡Que así nos deshonres!
Tocan. Sale el
CAPITÁN moro y otros tras
TIBALDO
CAPITÁN: ¿Has conocido,
cristiano,
otros brazos más feroces?
TIBALDO: Resistencia hay en los míos.
CAPITÁN:
¡Mientras que yo no los corte!
Ríndete
humilde a mis pies
porque
tu pecho perdone.
CIUDADANO 1: Entreguémonos.
TIBALDO:
No es justo.
CIUDADANO 1: No hay
otro medio que importe.
Salen
los más que pudieren de León
TIBALDO: ¡Viva,
Alfonso!
CIUDADANO 2: Es imposible
que al
perdido reino torne.
Asómase MAUREGATO a lo alto, armado,
coronado, con una lanza al hombro y dos moros a los
lados con dos
hachas
encendidas
MAUREGATO: Hidalgos asturianos,
cuyos famosos blasones
hará perpetuos el tiempo
para que a los reyes honren,
Mauregato es el que os
habla,
el que
ha vivido entre montes
para
sufrir como ellos
la
máquina de esta corte.
Un rey
tenéis valeroso
con pecho de duro bronce,
y de
fuerzas tan extrañas
que
gobierna entero un roble.
Díganlo
en esas Asturias
osos y
ciervos veloces
que
aquestos desguijaraba
a falta de los leones.
No
habrá desde el claro Betis
hasta
los hielos del Tormes
castellano ni andaluz
a quien mis fuerzas no asombren.
Hijo soy de Alfonso el magno,
rey vuestro y de los mayores
que han dado temor al
mundo
con su
valor y su nombre.
Si
Alfonso reinar quisiere
nueva
gente, y reinos cobre,
salga a
prisa de los míos
antes que el cuello le corte;
que ya en Oviedo y León
he mandado que tremolen
en posesión de los reinos
mis no vencidos pendones.
El que
quisiere seguirme
las insignias de paz tome
antes
que el cercano día
descubra sus arreboles.
Quítase MAUREGATO y vase a entrar y
detiénese a las voces de ALFONSO que aparece en otro
muro
con otras dos hachas a los lados
CIUDADANO 1: Hidalgos,
viva quien vence.
Sigamos
los vencedores.
CIUDADANO 2:
Mauregato es nuestro rey.
Su
cabeza se corone.
ALFONSO:
Descendientes de los godos,
¿dónde
está la sangre noble
que
vuestras venas crïaban?
¿Dónde vais? ¿A ser traidores?
Vuestro legítimo rey,
¿es
razón que se despoje
de las
insignias reales
para
que un bastardo adornen?
TIBALDO: ¿Quién
nos habla?
ALFONSO: Vuestro rey.
TIBALDO: Huye,
Alfonso, no provoques
el
pecho de Mauregato
porque
su vida perdone.
ALFONSO:
¡Vasallos!
CIUDADANO 1:
Ya no lo somos.
ALFONSO: Los leales cazadores,
¿dónde están?
CIUDADANO 2:
En nuestros pechos.
ALFONSO: ¿Quién
los ciega?
TIBALDO: Dos temores:
de tu
vida y de la nuestra.
Por todos
peligro corre.
Golpes
son de la Fortuna.
Ni nos
culpes, ni te enojes.
Vanse y queda ALFONSO solo
ALFONSO: Ya,
reino, perdido vas.
Plega a
Dios no hayas perdido
la fe
con que agora estás
y que
por malo que he sido
no me
eches menos jamás.
Plega a Dios, muerto León,
que
seas el de Sansón
y que
en ti nazca un panal
para tu
bien y por mal
de la
morisca nación.
A
Navarra voy huyendo,
no por
temor de la muerte
sino
porque así pretendo
con un
ejército fuerte
ganar
lo que estoy perdiendo.
Tú, León, en quien me vi
diferente del que aquí
mientras que volver no pueda
todo
también te suceda
que no
te acuerdes de mí.
Vase. Sale BERNARDO
con un cartel y un bastón
BERNARDO:
Gracias a Dios que en León
me
hallo y adonde espero
dar a
mi señor, don Suero,
honrada
satisfacción.
En
aquesta mármol frío
y más que mi Sancha duro
fijaré
por más seguro
el
cartel de desafío.
Salen RAMIRO y ORDOñO
RAMIRO:
Hacernos debe mercedes
el rey
con pródiga mano.
ORDOÑO: Papeles
fija un villano
en
mármoles y paredes.
¿Qué
será?
RAMIRO:
No sé qué sea.
Preguntárselo deseo.
ORDOÑO:
Labrador, ¿es jubileo
que se
gana en vuestra aldea?
BERNARDO: Una
indulgencia es, señor,
que la
gana una persona,
y con
ella se perdona
un
deseo en el honor.
ORDOÑO: ¿Qué
Papa la ha concedido?
BERNARDO: El papa
del desagravio,
y cualquier
honrado y sabio
la gana
si está ofendido.
ORDOÑO:
Nuevos pontífices son.
BERNARDO: Sí, que
también en el suelo
tiene
las llaves del cielo
la
justicia y la razón.
RAMIRO: Si es cédula de alquiler
o venta de vuestros bueyes
en las casas de los reyes
no es bien que ese
escrito esté.
ORDOÑO: ¿Qué
alquiláis, villano honrado?
BERNARDO:
Deshonrado caballero,
yo mismo alquilarme quiero.
ORDOÑO: ¿Y es
vuestro oficio?
BERNARDO: Extremado.
Sé
castigar socarrones
que en
las cortes adulando
los
vientos andan papando
para ser después soplones.
Castigo los lisonjeros
que
siempre han sido sus fines
hacer de abuelos ruínes
nietos grandes caballeros.
Al que nació en pobre
estado,
y el
mundo volando mira,
en alas
de la mentira
que ha
vestido y afeitado.
Al
que ayer sirviendo vi
para
ser mozo, aunque viejo,
que
quiere ser del consejo
que no
tiene para sí,
los
que no quieren iguales
siendo
en esto como Dios,
éstos
castigo.
RAMIRO: A los dos,
¿por
qué nos tienes?
BERNARDO: Por tales.
RAMIRO:
¡Gracioso a fe!
BERNARDO: Soylo poco.
Vosotros sí, que vivís
con
gracias.
Salen ANCELINO y un MORO con su adarga
ORDOÑO:
Los dos venís
a
tiempo de ver a un loco.
MORO: ¿Qué
hace en aquella puerta?
BERNARDO: No hago
ningún yerro.
Esperando estaba un [perro]
para
llevar a mi huerta.
ANCELINO:
Gusto el villano nos siente.
BERNARDO:
Cualquier perro o cristiano
que me
llamare villano,
téngase
dicho que miente.
ORDOÑO:
Pues, ¿qué eres?
BERNARDO: Un labrador
tan
honrado como él;
que he puesto aqueste papel
en
nombre de mi señor.
ANCELINO:
Quitadlo para romperlo.
BERNARDO: Pues
yo, ¿de qué sirvo aquí?
RAMIRO: De
mirar.
BERNARDO:
Pues, ¿no hay en mí
valor
para defenderlo?
Llega RAMIRO a quitarle y no se atreve
BERNARDO:
¿Dónde vas?
RAMIRO:
A hacerlo pedazos.
BERNARDO: Llegue,
pues, el fanfarrón;
sabrá
lo que es un bastón
regido
por estos brazos.
ANCELINO: ¿Qué
temes a este villano?
BERNARDO: Ya se
tiene un "miente" a cuenta.
Llega ANCELINO y no se atreve, y llega el MORO y va
a bastonazos tras él
ANCELINO: El que
no es igual no afrenta.
BERNARDO: Llegue,
pues, llegue la mano.
MORO: Yo
llegaré, y el papel
rasgaré
en tu misma boca.
BERNARDO: Pues
mire que si le toca
que ha
de ladrar como él.
Huya
el galgo pues que sabe
correr,
pues la caza sigue.
Vase el MORO
ORDOÑO:
Ancelino lo mitigue
antes que aquí nos acabe.
BERNARDO:
¿Quién es Ancelino aquí?
ANCELINO: Yo soy
quien dijiste.
BERNARDO: Pues,
este cartel que aquí ves
viene,
traidor, para ti.
Don
Suero te desafía.
Señala
campo y jüeces
y yo te
reto mil veces
de
traición y alevosía.
El
vestido y el calzado,
la
comida, armas y cama
y
cuanto tuyo se llama
queda
por traidor retado.
Vasallo soy de don Suero
de
quien al rey le dijiste
que
sólo le desmentiste
desmintiéndote él primero.
Y
así como su hechura
te he
dicho, falso, quien eres.
Si de
mí vengarte quieres,
seguir
mis pasos procura.
Vase BERNARDO
ANCELINO: ¿Tal escucho y no le sigo?
RAMIRO: En nada
estás agraviado;
que es
un villano y crïado
de tu
afrentado enemigo.
ORDOÑO: El
papel rasga.
ANCELINO: De enojos
para
rasgarlo y leer,
fuerza y luz no he de tener
en las manos ni en los ojos.
Salen MAUREGATO y ELVIRA
MAUREGATO:
Dama, en extremo he sentido
que con
tan poca cordura
sin
saber de tu hermosura
a un
capitán te he ofrecido.
Pero
ya mi corazón
tanto
se alegra de verte
que
estimo más el perderte
que a
este reino de León.
ANCELINO: El rey,
¿qué podrá querer
a mi
Elvira?
MAUREGATO:
Hoy será justo
que al
ídolo de mi gusto
sacrifique tal mujer.
Dame
un abrazo.
ELVIRA: ¡Ay, mi Dios!
Amparad
la que os adora.
ANCELINO: (Yo
seré tu amparo agora, Aparte
pues
nos importa a los dos).
Vanse RAMIRO, ORDOñO y ANCELINO
MAUREGATO: No
muestres el pecho ingrato
porque
abrazarte me atrevo.
Tocan dentro a rebato
Algún
motín hay de nuevo
pues
que tocan a rebato.
Acudir quiero a saber
este
escándalo y motín.
Espérame, serafín
en
forma de una mujer.
Vase MAUREGATO.
Sale por otra puerta ANCELINO
ANCELINO:
(Buena industria fue la mía Aparte
para
echar al rey de aquí.
Amor, si vuelves por mí,
celebrar pienso este
día).
Mi
cielo, mi doña Elvira,
cuyo
norte y resplandor
el
aguja de mi amor
tocada
en tu piedra mira,
por
casada te he tenido
con don
Suero, y con recato
hice rey a Mauregato
del rey
Alfonso ofendido;
mas
ya, Elvira...
Sale el CAPITÁN moro
CAPITÁN: (Esta cristiana Aparte
desde
el punto que fue mía,
amores
y celos cría
con su
vista soberana.
Llevármela quiero ya).
Venid,
señora, conmigo.
Sale MAUREGATO
MAUREGATO: No
tengo hasta aquí enemigo.
Todo el
reino quieta está
que si el conde de Saldaña
está
preso, no ha de ser
hombre
que pueda ofender
mi
valor y fuerza extraña.
CAPITÁN: Con
tu licencia, señor,
quiero
partir.
ELVIRA:
(Y partirme Aparte
el alma
que tengo firme
en mi
ley.)
ANCELINO:
(Y yo en tu amor). Aparte
MAUREGATO:
(Pues que perdí la ocasión Aparte
y la
prometí sin ver.
¡Paciencia, si he de tener
por una
dama un León!)
Cuando quisieres, te parte
dejándome alguna gente
y al
rey darás mi presente.
ANCELINO:
(Elvira, ¿podré librarte?) Aparte
Vanse. Sale
BERNARDO solo
BERNARDO: Si
salgo fuera de León
y paso
por esta torre,
siento
una nueva pasión
y toda
mi sangre corre
a
alentar el corazón.
Torre que el cuello levantas
hasta las estrellas santas,
mucho vales, mucho puedes:
pues con tus mudas paredes
me alborotas y me espantas.
Alguna deidad se
encierra
en tus archivos
supremos;
que ha
causado en mí esta guerra
porque ambas nos parecemos
en ser compuestos de tierra.
Oh, piedras, no seáis
avaras
si
algunas reliquias caras
tenéis en tanto silencio;
que os
adoro y reverencio
como si
fuérades aras.
Sale el CAPITÁN moro, otros dos [moros] y
ELVIRA
CAPITÁN: En
mí un cautivo tendrás
y una
voluntad muy llana,
y si tu ley vale más
el alma
tendré cristiana
porque
tú mi alma serás.
ELVIRA: Con
razón mi suerte dura
el
Mahoma de tu seta
me ha
hecho, pues mi hermosura
ha sido un falso profeta
de la
ley de mi ventura.
(¡Ay, reino mal gobernado! Aparte
¡República de mil yerros!
De tu
cuerpo me has cortado
y me
arrojaste a los perros
como miembro cancerado.)
BERNARDO:
(¿Tendrá Bernardo paciencia Aparte
viendo
a una dama llorosa
llevada
así con violencia?
No es
mi Sancha tan hermosa
y
perdóneme su ausencia.)
Brazos, aquí es menester
descubrir vuestro poder.
Dame tu
favor a mí
para
dártelo yo a ti,
hermosísima mujer.
¿Va
acaso de buena gana
esa dama con vosotros?
CAPITÁN: ¡Oh,
qué pregunta villana!
No;
llevámosla nosotros.
BERNARDO: ¿Y
sabéis como es cristiana?
CAPITÁN:
Sí. (El villano es del
cartel. Aparte
Vengaréme agora de él).
BERNARDO: Pues,
si han venido a cazar
hoy la
presa ha de quitar
a tres
galgos un lebrel.
No
va bien de esa manera
un
serafín con Mahoma,
con
lobos una cordera,
con cuervos una paloma.
CAPITÁN: ¡Oh,
villano! ¡Dadle!
¡Muera!
BERNARDO: Ambas cosas cumpliré
que la dama habéis de
darme
y yo
también moriré
cuando
Dios quiera matarme.
CAPITÁN: Sin ser Dios te mataré.
BERNARDO: Dos
vidas me habrás quitado
si el
alma doy en despojos,
una la
que Dios me ha dado
y otra
que me dan los ojos
de ese
cielo que he mirado.
¡Reparad, perros!
Da en ellos
CAPITÁN: ¿Quién eres,
monstruo de naturaleza?
BERNARDO:
Defensor de las mujeres.
ELVIRA: Dale mi
Dios fortaleza
si
darme la vida quieres.
BERNARDO:
Noche seré negra y fría
que os
he de quitar el día
porque
este sol, no es razón
que se
ponga hoy en León
y que
salga en Berbería.
CAPITÁN: Muro
soy de la milicia.
BERNARDO: Hoy lo
veré derribado
por tu
soberbia codicia
porque
soy rayo arrojado
del
trueno de la justicia.
Huyen
los moros
Cobardes, ¿por qué hüís
si tres y armados venís?
CAPITÁN: Porque
eres un Lucifer.
BERNARDO: Ése no
os puede ofender
que es
el Dios a quien servís.
Tras
de vosotros iría
pero es
presa sin provecho.
Alégrese
el triste día
pues la
niebla se ha deshecho
que tu
sol escurecía.
Por
tu rostro y ojos bellos
soy un
cristiano Sansón.
Mi
fuerza está en los cabellos
pero
aquésos tuyos son
que el
valor me tiene de ellos.
Y pues ya segura vives
si dones de hombres recibes,
recibe la voluntad
de
quien te dio libertad
para
que tú le cautives.
ELVIRA: De
quien me libre y rescata
[recibo
el favor.]
BERNARDO: Me admira
la
modestia con que trata
el
donaire con que mira,
y la prisa
con que mata.
(Ya, Sancha, puedes creer Aparte
que el amor pasado pierdo
aunque en mucho has de
tener
que de tu nombre me
acuerdo
mirando
aquesta mujer).
ELVIRA: Caballero o labrador,
sombra,
espíritu o favor
que del
cielo me ha venido,
¿quién eres?
BERNARDO: Ángel he sido
de la guarda de tu honor.
De
esa montaña nací;
mis
padres no conocí
aunque
en nada los imito
pues
cual cera me derrito
después que tus ojos vi.
ELVIRA:
(¿Quién habrá que no se asombre Aparte
de un
labrador tan gallardo,
tan
urbano y gentil hombre?
[................... Bernardo]
[..........] ¿Cómo es tu nombre?
(Si
el corazón no me engaña, Aparte
éste es
hijo de Jimena
y del conde de Saldaña).
BERNARDO: Aunque
la estancia no es buena,
vamos,
dama, a esa montaña.
Verás las sierras hermosas
que
viste abril de librea,
guarnecidas de sus rosas
y el
diciembre las platea
con
nevadas mariposas.
Siempre las pacen ganados;
las ovejas valedoras
entre los valles y prados,
y las cabras trepadoras
entre los riscos pelados.
De
sus ásperas entrañas
brotan
agua las montañas
que
cuajada en cristal frío
cae
despeñada en un río
enramado de espadañas.
Allí en robles erizados
las abejas cuidadosas
labran panales dorados
picando flores
y rosas
de los árboles y prados.
Así mi pecho fïel
te dará
mil cosas buenas;
un oso
seré crüel
que
descorcharé colmenas
para
sacarte la miel.
En
abril la tierna almendra
el
pámpano y el hinojo
que
entre las zarzas se engendra
el clavel temprano y rojo
con el
lirio y con la cendra;
el
mayo que amor enseña
te dará
la guinda roja,
regalada aunque pequeña
en
junio la breva floja
y la amarilla cermeña;
el
julio la suave pera
que
almizque hurto el olor
y el
color robó a la cera,
la
manzana que dolor
causó a
la mujer primera;
en
el agosto abrasado
las
uvas en su sarmiento,
en el
septiembre templado
con el
durazno avariento
el
membrillo más guardado;
el
octubre en quien helada
muestra
su cara el otoño,
la
castaña que está armada
arrebolado el madroño,
y la
nuez encarcelada;
y
porque más viva esté
la
memoria entre los dos,
un alma
al fin te daré
tan
amable para Dios
según
nos dice la fe.
ELVIRA: Como
obligada le estoy,
aficionándome voy.
BERNARDO: ¿Qué me
dices?
ELVIRA:
Que te digo.
BERNARDO: Llevando
tu sol conmigo
una
esfera cuarto soy.
Vanse los dos
FIN DEL SEGUNDO ACTO