ACTO TERCERO
Salen doña ELVIRA y BERNARDO
BERNARDO: Ya en las montañas estamos
donde el lobo huye de
día,
saltan los ligeros gamos,
el
águila en peñas cría,
y el pajarillo en los ramos.
Esta casa que señalo
es del
noble don Gonzalo
de quien yo labrador soy,
y donde palabra doy
que no
faltará regalo;
pues
yo, porque tú me quieras,
del
aire derribaré
todas las aves ligeras,
y en los montes mataré
las más selváticas
fieras.
Traeré la perdiz lozana
con el
pico y pies de grana
a quien
Dédalo envidió
porque
la sierra inventó
cuando
fue persona humana,
el
jabalí colmilludo
que a
pesar de Venus pudo
ver a
Adonis muerto y frío,
y
sacaré de ese río
la lisa
anguila y pez mudo.
Sale SANCHA a la puerta
BERNARDO:
Aldeanas juntaré
si la soledad te agravia.
Sólo al
Fénix no traeré
porque
habiendo de ir a Arabia
en tu
ausencia moriré.
ELVIRA: Yo
para dejar pagadas
voluntades como aquéstas,
te haré
de seda pintadas
polainas para las fiestas
con dos
camisas labradas.
Pañuelos de holanda fina,
con
cuadros en cada esquina,
cordones, cuantos gastares,
y el
día que te casares
te
serviré de madrina.
SANCHA:
Antes debéis de venir
a ser
vos la desposada.
BERNARDO: ¿Celos
me viene a pedir?
SANCHA: Más
sola y más deseada
te
pensaba recibir.
De la jornada que has hecho
vuelves con mucho provecho
pues que por esta
señora
trocaste una labradora
que
llevabas en el pecho.
Entre tantos terciopelos,
¿quién
dudara que olvidaste
las
sortijas y sayuelos
y el
coral que me mandaste?
ELVIRA: Donosas
están los celos.
BERNARDO: ¿Por
qué, mi Sancha, estás triste?
Si en
tal espejo te viste,
donde
el mismo sol se ve,
que con
él te traigo a fe
todo lo
que me pediste.
Sale SUERO
SUERO: Mi
Bernardo.
BERNARDO: Mi señor.
SUERO: Seas
bienvenido a fe.
¿Mostraste ya tu valor
en mi
defensa?
BERNARDO:
Reté
a
Ancelino de traidor.
Carteles puse en León
donde ya los moros son
el regimiento y
gobierno,
y un
ángel de Dios eterno
traigo
a casa en conclusión.
Míralo.
SUERO:
¿Qué es lo que veo?
¡O
sueño lo que deseo
o me
favorece Dios!
¿Mi
doña Elvira, sois vos?
Porque
casi no lo creo.
ELVIRA: Bien
dudaste y bien creíste
que yo
quién era no soy,
como tú
no eres quién fuiste.
SUERO: Loco de
contento estoy.
ELVIRA: Y yo
estoy loca de triste.
SUERO: Hoy,
y con mucha razón,
no cabe
en mi corazón
el bien
que en mi casa tengo.
ELVIRA: A las
de tu padre vengo,
y no porque tuyas son.
SANCHA: Buenos sus amores van.
Basta que ha sido
alcahuete
pretendiendo ser galán.
BERNARDO: ¿Quién
con Elviras me mete
si Sanchas favor me dan?
Sale don GONZALO
GONZALO: ¿Qué
dama es ésta que mira
este
monte? ¿Es doña Elvira?
ELVIRA: Las manos, señor, me dad.
GONZALO: Vuestra
venida contad
que me
suspende y admira.
ELVIRA:
Huyendo de la injusticia
y no de
justicia vengo;
que
quien huye sin delitos
se
retrae en tales templos.
Dos
contrarios tiene el mundo
que son
la muerte y el tiempo;
ellos deshacen sus cosas
y así mi bien han deshecho.
Después que el rey don
Alfonso
tiene
al de Saldaña preso,...
que
siempre el cielo, aunque tarda,
castiga
pecados viejos....
después
que está penitente
Jimena
en un monasterio
donde
con gusto del alma
padece
penas el cuerpo,
la Fortuna varïable
el
castigo de los cielos,
el gran
descuido de Alfonso,
y los pecados del reino
trajeron a Mauregato
y a
diez mil moros trajeron
a los
muros de León
una
noche con secreto.
El
soberbio Mauregato
como un
Lucifer soberbio
quitó
la silla de Alfonso;
que el
rey es dios en el suelo.
Pero
aquí faltó un Miguel
que con
brazo justiciero
quien
como Alfonso dijese
derribando los soberbios.
Coronóse Mauregato
y a
Alfonso puso en destierro
mostrando en aquestos días
que su
reino es, sólo, entero.
Siguiéronle los más nobles
porque el interés y el
miedo
son dos cosas que derriban
los honrados pensamientos.
A los moros sus amigos
de Badajoz y Toledo
les ofreció cien
doncellas
--¡Oh,
bárbaro ofrecimiento!--
Él ha
impuesto este tributo
y si
agora paga censo
la
santa virginidad,
plega a
Dios no sea perpetuo.
Era
cosa lastimosa
mirar a
los padres viejos
llorando como unos niños
que el
amor es padre tierno,
las madres viendo sus hijas
se arrancaban los cabellos
dando voces y arrojando
hebras
de plata en el suelo.
Muchas de las tristes hijas
despedirse no pudieron
que los suspiros y el
llanto
cortaban la voz y aliento.
Toda
fue una confusión,
plegarias, votos, deseos,
exclamaciones y gritos,
y el
rey más duro con esto
que un
corazón obstinado
más se
endurece con ruegos,
y al
que es tirano deleita
un
lastimoso suceso.
Cupe en
suerte a un capitán,
y
Bernardo llegó a tiempo
que iba
mi honor peligrando
entre
ladrones intentos.
Fue en
mi tormenta dudosa
el
resplandor de Santelmo,
y en mi
diluvio el arco
que en
señal de paz me dieron.
Libróme
de muchos moros
con
aquel nudoso fresno
y
huyendo de mis desdichas
con él
a tu casa vengo.
GONZALO: ¡Ay, desdichado León!
¡Ay, Asturias! ¡Ay, Oviedo!
¡Qué miserias y ruínas
te vienen ya
persiguiendo!
Entremos, Elvira, en casa
que
tanto estas cosas siento
que sólo
vuestra venida
me
servirá de consuelo.
Éntranse
SUERO: De esta
suerte mi venganza
no puede tener efecto;
mas pues mi dama he cobrado
el honor cobrar espero.
Vase. Sale MAUREGATO
dando voces
MAUREGATO: ¿No
sabéis mi condición?
Que con
mi brazo robusto
pegaré
fuego a León
si
contradice mi gusto
como a
Roma hizo Nerón.
Haré
como otro Anibal,
de
cuerpos humanos puentes.
Siendo
a Falaris igual,
haré
que bramen las gentes
en un
toro de metal.
Por las divinas estrellas
que alumbran los altos coros
que las casadas más bellas
se han de entregar a los
moros
cuando
faltaren doncellas.
Matarélas como Atila
si no
van de buena gana.
Seré un Mario, seré un Scila
vertiendo sangre romana;
seré
otro godo Totila.
Mi
imperio no es tiranía
y
justas mis obras son.
¡Qué
extraña melancolía!
Golpes
me da el corazón
cercado
de sangre fría.
Los
miembros están sudando,
la
vista me va faltando...
¡De
repente tanto mal!
Pero
yo, ¿no soy mortal?
¿De qué
me estoy admirando?
Van saliendo unas figuras enlutadas con hachas,
otro con una bandera arrastrando y otro con un cuerpo
en los
hombros a modo de entierro y detrás una figura de
DEMONIO
con una cadena en las manos
Aquéstas, ¿qué luces son:
¡Caso extraño! ¿Qué visión
tengo
delante los ojos?
¿Son
sueños, sombras, antojos:
¿Es
entierro o ilusión?
Dime, amigo tú, lo cierto.
PRIMERO:
Llevamos a Mauregato
a enterrar.
MAUREGATO:
(Yo no estoy muerto. Aparte
¿Cómo
aquesto no los mato?
Pero
yo, ¿no estoy despierto?)
¿Quién es éste que lleváis?
SEGUNDO:
Mauregato.
MAUREGATO: ¿Donde vais?
TERCERO: A
enterrarlo.
MAUREGATO:
¿Quién decís?
PRIMERO:
Mauregato.
MAUREGATO:
¿A qué venís?
SEGUNDO: A
enterrarlo.
MAUREGATO:
¿Hoy me matáis?
Sombra, espíritu, figura,
¿dónde
vas?
DEMONIO:
Por Mauregato.
MAUREGATO:
¿Adónde?
DEMONIO:
A la sepultura,
a
llevar el cuerpo ingrato
con el
ánima perjura.
Van pasando, éntranse.
Quiere echar mano
MAUREGATO a la espada
MAUREGATO: Oye,
escucha, espera, advierte.
Probarás mi brazo fuerte;
mas
levantarme no puedo.
Estas
sombras con el miedo
han querido darme muerte.
Rabio y pierdo la paciencia.
Sierpes
me rompen el pecho,
pero
sierpe es la conciencia
del que
mala vida ha hecho
y muere
sin penitencia.
El corazón se me abrasa.
Gente
de mi reino y casa,
venid. Sabréis este día
que la
humana monarquía
como un
relámpago pasa.
Un
sol fui que entré León
con resplandor y con fama,
y hoy
estoy en Escorpión
que me
muerde y que derrama
veneno
en mi corazón.
La
misma muerte me hiere.
Quien mal hace, mal recibe.
El que mal vive, mal
muere,
y quien
como bruto vive,
morir
como bruto espere.
Quédase muerto en la silla. Suena dentro un
tronador. Sale
ANCELINO
ANCELINO: Hoy
he visto una doncella
que oscurece
al mismo sol.
Sólo
tú, rey español,
eres
digno agora de ella.
Su
majestad, ¿qué imagina?
¿Duerme? Mas, ¡ay, dura
suerte!
Que a
sólo Dios y la muerte
el rey la cabeza inclina.
Pues
él ha inclinado tanto,
muerto
está que a Dios no mira.
Su
rostro negro me admira.
Sus
ojos me dan espanto.
Si
el rey murió de repente,
¿qué
fin podré tener yo?
Si está
vivo... pero no;
que ni
se mueve ni siente.
El
triste pecho me rompe,
la
guarda quiero llamar;
pero
no, yo he de reinar
mientras que no se corrompe.
El
mundo ha de ver agora
un rey
muerto en un momento
y otro
rey que tiene intento
de
reinar sólo una hora.
Pónese ANCELINO al lado de MAUREGATO y salen
dos CIUDADANOS
¡Ah,
de la guarda! ¡Hola, gente!
CIUDADANO 1: ¿Quién
llama?
ANCELINO:
Su majestad.
(Mi
dañada voluntad Aparte
goce la ocasión presente).
Que
pongáis en más prisiones
a don
Sancho, el de Saldaña.
(¿No es
semejante hazaña Aparte
para
todos corazones?)
Vase el CIUDADANO y vuelve
CIUDADANO 1: Muza ha llegado a esta puerta,
¿entrará?
ANCELINO:
Bien puede [entrar].
Vanse los CIUDADANOS.
Sale el CAPITÁN Muza.
[ANCELIN0]: (A mi
Elvira he de cobrar Aparte
si de
dolor no está muerta).
ANCELINO hace que habla el REY con el dedo
CAPITÁN: Su
majestad, ¿en qué entiendes?
ANCELINO: Que
prendáis a Muza luego
manda
el rey.
CAPITÁN:
Agora llego.
Mi venida,
¿en qué le ofende?
ANCELINO:
Porque su vida le priva
de una
dama que te dio.
CAPITÁN: Un
villano la quitó
a los
moros con quien viva.
Los demás están al lado de ANCELINO,
que no pueden ver si está muerto MAUREGATO
ANCELINO: El
del cartel fue sin duda
que se
vaya presto fuera.
CAPITÁN: (Nunca
este agravio creyera; Aparte
mas
cualquier hombre se muda).
[Sacan preso al CAPITÁN]
ANCELINO: Buscar quiero mujer bella.
¡Ah, de
la guarda!
CRIADO: ¿Señor?
ANCELINO: Que
vais por doña Leonor
porque
quiero gozar de ella.
CRIADO: Ya
vamos.
ANCELINO:
Al camarero
manda
que venga.
CRIADO: Ya viene.
ANCELINO: (Todas las joyas que tiene Aparte
gozar como rey
espero).
Sale el CAMARERO
ANCELINO: Su
majestad ha mandado
que traigas de su tesoro
todas las piedras y el oro.
CAMARERO: Voy por
ellos.
Vase el CAMARERO
ANCELINO: ¡Con cuidado!
(Con
esto no satisfago
mi
atrevido pensamiento,
si como
rey no me asiento
y si
mercedes no hago.
Sentaréme, y quien me viere
que es
favor ha de pensar.
¡Qué
gustoso es el reinar!)
Allega otra silla junto al rey. Siéntase.
Salen RAMIRO y ORDOñO
ORDOÑO: Ramiro
está aquí.
ANCELINO: ¿Qué quiere?
RAMIRO: A su
majestad real
quisiera hablar.
ANCELINO: No podéis
aunque
título tenéis
de capitan general
y de
conde.
RAMIRO:
Yo lo estimo.
Besarle
quiero los pies.
ANCELINO: No
lleguéis. Venid después.
RAMIRO: Gran
valor tiene mi primo.
ANCELINO: Ordoño,
su majestad
os ha
hecho su almirante.
No
estéis agora delante;
que es
cosa de calidad
la
que trata.
ORDOÑO: Sus pies beso
por
merced tan infinita.
RAMIRO: (¡Qué a
su lado se permita Aparte
asentarse!)
ORDOÑO:
(¡Extraño exceso!) Aparte
ANCELINO: (Con
majestad fingida Aparte
rey soy
de este reino incierto,
y alma
soy de este rey muerto
pues
doy a su cuerpo vida.
En
ambos el rey está,
él con
su cuerpo gobierna,
yo con
alma aunque eterna
en esto
no lo será.
Al fin
son amigos ciertos
el rey,
el mundo, y la muerte;
pues
por reinar de esta suerte
estoy
entre cuerpos muertos).
Sale un CRIADO alborotado y adentro tocan cajas
CRIADO:
¡Alfonso ha vuelto a su tierra
con
[ejército] copioso!
¡Levanta, rey poderoso!
¡Defiéndete! ¡Guerra, guerra!
ANCELINO: (No
puedo ya proseguir Aparte
con mi
intento. ¿Qué haré?
Así
disimularé).
Salgámosle a recibir.
Levanta, señor, levanta.
No
estés agora suspenso;...
mas,
¡ay Dios! ¡Ay Dios inmenso!
Su
negro rostro me espanta.
¡Muerto está!
CRIADO: ¿Qué dices?
ANCELINO: Digo
que
está muerto.
CRIADO: ¿Así es verdad?
ANCELINO: Ya
tenemos libertad.
A Dios
mil veces bendigo.
¡Libertad tienes, León!
¡Libertad, que el rey es muerto!
¡Libertad!
Dentro
VOCES:
Si fuere cierto,
nuevas de contento son.
Salen
todos los más que pudieren y
TIBALDO
ANCELINO: (Ya
no lo son para mí; Aparte
que
seguro no he de estar).
TIBALDO: Todos
vamos a mirar
si este
suceso es así.
CRIADO: Sin
duda Dios lo mató
por su
mucha tiranía.
TIBALDO: Alegre y dichoso día
a su
reino amaneció.
Con
este cuerpo salgamos
para
que el pueblo lo vea;
que ya
su muerte desea
y a
nuestro rey recibamos.
Meten a MAUREGATO en la silla
ANCELINO: (No
es bien detenerme más. Aparte
Ocasión
tengo oportuna.
¡Ah,
rueda de la Fortuna,
qué
aprisa tus vueltas das!)
Vanse. Sale don
SANCHO a un balcón aprisionado
SANCHO:
Prisión dura y larga
que
deshaciendo vas mi sufrimiento,
sin
duda serás amarga
porque
un breve contento
suele
ser causa de un mortal tormento.
Alfonso desterrado,
el rey
mil injurias hoy padece,
que
todo se ha trocado
y sólo
permanece
la pena
que mi ofensa no merece.
Salen BERNARDO y SUERO de labradores
BERNARDO: Ese
vestido, señor,
otro
labrador te ha hecho.
SUERO: Soy,
Bernardo, labrador;
siembro
acechanza en mi pecho
y
pienso coger honor.
Labro con esta mudanza
el campo
de mi esperanza,
y si el
disfraz aprovecha
al
tiempo de la cosecha
será el
fruto mi venganza.
SANCHO: (¿Si
tendrá fin mi prisión? Aparte
¿Si
habrá para tanto mal
alguna consolación?)
BERNARDO: No
esperes suceso tal.
SANCHO: (¡Qué malos agüeros son! Aparte
¿No
dicen unos serranos
mal
habrá favor o manos
que me
libren de esta suerte?)
SUERO: Escapará con la muerte.
SANCHO:
(Prodigios son inhumanos. Aparte
Aunque no, pues me consuelo
de ver
estos labradores.
Favorable está ya el cielo
pues
que me ofrece favores
en las
cosas de este suelo.
BERNARDO: En
esta torre, ¿qué habrá?
SUERO: En ella
pienso que está
mi tío
en larga prisión.
BERNARDO: ¿Qué
será? Que el corazón
extraños golpes me da.
SANCHO:
Labrador.
BERNARDO:
¿Quién es?
SUERO: Mi tío.
Que me
conozca no quiero;
habla
tú y yo me desvío.
Escóndese
BERNARDO:
(Grandes mudanzas espero) Aparte
SANCHO:
(Extraño gusto es el mío). Aparte
BERNARDO: Si
habéis menester, señor,
a este
humilde labrador
vuestro
intentos decid.
SANCHO: (Digo
que es otro David. Aparte
Ya me
suspende el dolor).
¿Quién eres?
BERNARDO:
Soy quien quisiera
ser
otro vos para hacer
que en
esa prisión tan fiera
rey
viniérades a ser
aunque
el rey otro yo fuera.
Yo
soy quien estoy temblando
de sólo
estaros mirando.
Un no
sé qué soy de vos
que
como cosa de Dios
os
estoy reverenciando.
Mirándoos yo sin querer
tanto humillarme quisiera
ante
vos, que a no creer
que
Dios me dio el ser, creyera
que vos
me disteis el ser.
Mi
sangre habéis alterado
y a ser
posible, diría
que la
sangre se ha trocado
porque
vos tenéis la mía
y a mí
la vuestra me han dado.
En
resolución yo estoy
con don
Gonzalo y le guardo
sus bienes prósperos hoy.
Todos me llaman Bernardo
y yo no sé quien me soy.
SANCHO: Si
no te abrazo perdona,
mi
Bernardo, con razón.
[Habla] consigo
(Nuestra sangre se aficiona; Aparte
que eres tú mi corazón
y somos una persona.
¡Ay, imagen! ¡Ay, hechura!
De este conde sin ventura
hay
gusanillo que nace
del
Fénix, que se deshace
en esta prisión oscura.
El
cielo que te ha querido
guardar
en la edad pequeña,
[................... -ido]
te dé
piedad de cigüeña
para
sacarme del nido.
Reyes venzas, oro pises,
tiemblen las franceses lises,
Dios te dé lo que deseas.
Déte
los hombros de Eneas
para
librar a este Anquises).
BERNARDO: ¿Por
qué, señor, agua vierte
tu pecho invencible?
SANCHO: Lloro
de pena
y gozo de verte
porque
eres, Bernardo, un oro
acendrado con mi muerte.
Y pues eres cosa mía,
y has sido tú la ocasión
de que
me falte alegría
sácame
de esta prisión;
convierte mi noche en día.
[Vase don SANCHO]
BERNARDO:
Espera, señor, [espera].
No
huyas de esa manera
dejándome tan confuso.
Extrañas cosas propuso
si sus
cifras entendiera.
Dice
que la causa soy
de su
prisión, pues ¿qué hago
que
libertad no le doy?
¿Cómo
la deuda no pago
si tan
obligado estoy?
Con
el valor de mis brazos
haré la
torre pedazos,
los
candados romperé
y en
hombros lo sacaré
para
darle mis abrazos.
Da golpes con el bastón en las puertas
Libertad tendrá.
SUERO: Sosiega;
que
Alfonso a la corte llega.
No
hagas eso.
BERNARDO;
Hasta morir
le
pienso, Suero, servir
si a tu
tío nos entrega.
Vanse. Salen
los que pudieren con ALFONSO y TIBALDO
ALFONSO:
Gracias al cielo que los muros veo
cuyas
almenas sirven de corona
[a]
León, que es el rey de las ciudades.
Gracias
al cielo, nobles ciudadanos
que mis
desgracias y destierros largos,
dichosos en fin, veros han tenido
Publíquese el perdón con las trompetas;
que yo
perdono a todos los culpados
pues
Mauregato con su tiranía
que ya
el cielo quitó, hizo rebeldes
los
nobles que siguieron su bandera.
Y si es
del rey un brazo la justicia
la
clemencia ha de ser el brazo diestro.
TIBALDO: De esa
suerte, señor, don Sancho, el conde
que tú
prendiste, y en prisión ha estado
por
odio y por temor de Mauregato,
saldrá
de aquesta vez.
ALFONSO: Salir no puede,
que
pues no quiso el cielo libertarlo,
el
tiempo que este reino sin mí estuvo,
sin
duda su prisión es pena justa.
Sale ANCELINO y arrodíllase
ANCELINO: Movido
de mí mismo, humilde vengo
a
recibir la pena y el castigo
que
merece la culpa de este pecho.
De la
prisión salí sin licencia;
rebelde
fui a mi rey por Mauregato.
Conozco
que pequé contra mi cuello.
ALFONSO: ¿Quién
te trajo a mis pies?
ANCELINO: [El]
desengaño
del
error en que he estado y el deseo
que de
verte he tenido, aunque malo,
ya conozco,
señor, que soy tu hechura
y que
eres casto Alfonso y rey cristiano.
La
espada que ayudó a quitarte el reino
rendida
está a tus pies, porque con ella
saques
el alma de este ingrato pecho.
ALFONSO: Levanta
de mis pies. Toma mi mano
de
favor, de amistad, perdón y gracia;
que
sólo porque tienes conocida
tu
culpa eres capaz de esta clemencia.
Publique el mundo la piedad suprema
con que
vuelvo a mi reino. Soy piadoso
y al
fin supe por ti el torpe delito
secreto
para mí y público al mundo.
ANCELINO: Vivas
mil siglos, pues que a Dios imitas
en
perdonar el hombre sus ofensas.
[Salen] SUERO y BERNARDO
SUERO: Ya es
tiempo, mi Bernardo.
BERNARDO: Ánimo cobra.
Satisface muy bien la antigua ofensa
porque
a pesar del rey y de su corte
has de librarte.
SUERO: Majestad suprema,
si a
traidores perdonas fácilmente,
los agravios de honor no has
perdonado;
y así Ancelino que
traidor ha sido
gana la
gracia que don Sancho pierde,
pues si ofensas en honras son
eternas,
Ancelino el traidor que
está presente,
habiéndole yo a solas desmentido,
en tu
presencia me imputó su agravio.
Y aunque en sangre no iguala aquesta mía,
pues
subió como hiedra por el muro
de sólo
tu favor, a su soberbia
mil
veces le he retado con carteles
pidiéndole saliese al desafío;
mas él como cobarde ha sido sordo
y en el
traje que ves vengo buscando
a aquél
que me quitó mi honor mintiendo.
Hallélo
en fin aquí, y pues no se atreve
a
empuñar contra mí la humilde espada,
sufra
este golpe de mi mano honrada.
Dale un bastonazo [a ANCELINO]
TIBALDO:
Aquesto, ¿no es traición?
ALFONSO:
¡Prendedlo! ¡Muera!
BERNARDO:
Cualquiera que traición aquí llamare
a la venganza de don Suero
miente.
ALFONSO: ¡Dadle
muerte también! ¡Muera el villano!
BERNARDO: No se
dejan matar así, señores.
ALFONSO:
¡Prendedle! ¿Qué hacéis?
Lléganle a prender y BERNARDO defiende a
SUERO con su bastón
BERNARDO: Es imposible
darme
la muerte porque soy crïado
de un
hombre que cobró su honor perdido.
Y tengo
yo valor con la honra suya.
Y tú, Alfonso y señor, que te has
preciado
de amparar los nobles de tu
reino,
¿Por qué no consientes
que un noble, tu vasallo,
cobre
el honor perdido en tu presencia?
¿Es bien que los traidores que te
quitan
el cetro y corona estén
honrados
hallando amparo en ti y que no le hallen
los
hidalgos leales de tu corte?
Rey,
mira lo que haces; que aunque agora
acabas
de cobrar lo que perdiste,
don
Suero hizo bien, que a su enemigo
rostro
a rostro le dio, y agora espera
y
esperará después cual caballero.
Si [a]
alguno le parece que es mal hecho,
dígalo
agora y abriré su pecho.
Vanse los dos
ALFONSO: Bien
dice. Gran valor tiene el villano.
Consuélate, Ancelino, con que el cielo,
aunque
yo perdono, con esta ofensa
tu
delito castiga.
ANCELINO: ¡Ay, crüel Fortuna!
Que
vueltas en mi daño has dado siempre.
Sale un CRIADO
CRIADO: Los
cielos no permiten, grande Alfonso,
que
goces de tu reino con sosiego.
No acaba
tu inquietud. Nuevas desgracias
hallarás en el reino; que don Bueso
el
francés más soberbio y arrogante
que en
la grande París sustente Carlos,
con
infinito ejército de gente
por tus tierras ha entrado y casi llega
a enarbolar sus lises en Oviedo.
ALFONSO: Sin
duda soy injusto, pues cristianos
no me
dejan en paz. ¡Francés soberbio!
Yo
mismo pienso ser el que tú buscas.
En
batalla entraré sólo contigo.
TIBALDO: Eso no
es justo; que vasallos tienes.
De
ellos elige quien le dé la muerte.
ALFONSO: No sé
quien puede ser porque es muy fuerte.
Salen don GONZALO y BERNARDO
GONZALO: La
soberbia del francés
con que
llama a desafío
me trae
a besar tus pies
como rey y señor mío.
Suplico que me los des;
que
yo en aquesta ocasión
vengo a darte un corazón
que pondrá los lises de oro
entre las lunas del moro
a los
pies de tu León.
De
este labrador gallardo
la
empresa y victoria fía.
ALFONSO: Que
digas quién es aguardo.
GONZALO: Sangre
es tuya y sangre mía.
ALFONSO: Luego
vi que era Bernardo;
que
el fuego y sangre real
no
pueden disimularse.
Llega
que no dirán mal
cuando lleguen a juntarse
mi
púrpura y tu sayal.
Llega, que quiero abrazarte
como a
hidalgo y caballero;
y
porque puedan llamarte
hijo
mío, agora quiero
en mi
privanza engendrarte.
Tu
padre y madre he de ser
y así
quiero darte el pecho
para
que puedas crecer;
que si
hoy mi hijo te he hecho,
hoy acabas de nacer.
Y porque vivas honrado
la espada que me he
ceñido
quiero
ceñirte yo al lado.
Muda
luego de vestido
pues
que de ser has mudado.
Lado
de tal corazón
bien merece
recibirla;
que
aunque mal guardó a un León
trae
más sangre la cuchilla
que
perlas la guarnición.
BERNARDO:
Tanto, señor, me has trocado
con tal
merced que sospecho
que otro espíritu me has dado
o que
dentro de mi pecho
tu
corazón se me ha entrado.
Si
hoy acabo de nacer,
tu real
majestad me mande,
porque
así pienso crecer;
que hombre, que nació tan grande
más que
gigante ha de ser.
Honra y eterna memoria
con
majestad y con gloria
me dará
esta espada a mí
porque
ella misma por sí
se ganará la victoria;
mas
tú la verás después
en el
francés envainada
si aquí
en al vaina la ves.
ALFONSO; Vamos,
harás la jornada
contra
el soberbio francés.
Luego me parto yo a Oviedo
y tú
con mi gente parte
que
acompañarte no puedo.
BERNARDO: Vamos,
pues, que al mismo Marte
le dará
esta espada miedo.
Vanse. Salen doña ELVIRA y SANCHA
SANCHA: Elvira, señora mía,
¿cómo
en las sierras te va?
ELVIRA: Mira tú
cómo me irá
con tan
dulce compañía.
SANCHA:
¿Echas menos la ciudad?
ELVIRA:
Olvidarla me da gloria.
SANCHA: Allá
tengo la memoria
si va a
decir la verdad.
Quiero a Bernardo en extremo
y tú no
tienes amor.
ELVIRA: Sí,
tengo; mas con temor.
SANCHA: Eso es
común. También temo.
Don
Suero será a quién amas.
ELVIRA: Y con
celos me ha agraviado
aunque
ya se ha disculpado.
SANCHA: Sois muy celosas las damas.
Por acá las labradoras
quieren más y sienten menos.
¿Verdad que ellos son buenos?
ELVIRA: Eslo al
menos el que adoras.
Con
razón, Sancha, has querido
guardar
a Bernardo ley
porque
es sobrino del rey.
SANCHA: Dalo
por aborrecido
si eso,
Elvira, verdad es.
ELVIRA: Antes
merece afición.
SANCHA: No hace
buena proporción
la
cabeza con los pies.
Humildes y principales
sin
quererse están mejor;
que no
se pesa el amor
en
balanzas desiguales.
El
amor es infinito
si
igualdad la sangre siente,
pero en
sangre diferente
no hay
amor sino apetito.
Apenas tú le dirás
que tienes deudos tan buenos
cuando
a mí me tenga en menos
para
tenerse él en más.
Sale SUERO
SUERO: Si
al tener un hombre honrado
con
hacienda, honra perdida,
llama
el mundo muerte en vida,
yo
vengo resucitado.
Denme ya tus ojos gloria
y premio de vencedor,
porque es cobrar el honor
dificultosa victoria.
Vencer
gente no vencida,
ganar
la tierra y el mar
no es
tanto como hallar
la
honra una vez perdida.
Con
mi honra tropecé.
Era de
vidrio y quebróse;
mas
levantéme y soldóse
con
otra que yo quebré.
Ya
deshice mi desgracia,
ya he
borrado mi deshonra
y quien
ha vuelto a su honra,
bien es
que vuelva a tu gracia.
No mis contentos desdores.
Denme favor esos labios;
que donde mueren agravios
bien es
que nazcan favores.
ELVIRA: Otro
vienes este día.
Grande
mudanza hay en ti.
SUERO: Dices
bien porque hasta aquí
no he
sido quien ser solía.
No
podía merecerte
pero ya
méritos tengo.
Me he
vengado y vengo
huyendo
del rey por verte;
porque estando así los dos
no
puedo ser ofendido
viendo
que estoy retraído
junto a
una imagen de Dios.
ELVIRA:
Llamar [su] imagen podrás
a
cualquiera crïatura.
SUERO: Tienes
tú más hermosura
y así
le pareces más.
ELVIRA:
Levanta.
SUERO:
No puede ser;
que en
la firmeza que gano
soy
monte, y sin esa mano
jamás
me podrá mover.
ELVIRA: Pues,
a estar así, disponte;
que un
monte no moveré.
SUERO: La que
tiene tanta fe
bien
puede mudar un monte.
ELVIRA:
Levanta, pues.
SUERO: ¡Ay, amor!
Bien
levantes mi firmeza
pues
llego con la cabeza
al
cielo de ese favor.
ELVIRA: Ven,
mi Sancha, no estés triste.
SANCHA: Es ya
mi dolor extraña.
ELVIRA: ¿Quién
te aflige?
SANCHA: Un desengaño
que de
Bernardo me diste.
Para
mí fuera más bueno
verlo
al margen de ese río
hecho
labrador y mío
que
caballero y ajeno.
Alma
suya me ha llamado
pero ya Bernardo mal
tendrá
un alma de sayal
cuerpo
que viste brocado.
Vanse. Tocan
dentro caja un poco, luego dicen dentro
VOCES:
¡Viva España, viva España!
FRANCÉS: ¡Huyamos
de la montaña!
BERNARDO: No ha
de aprovechar [huír];
que
todos han de morir.
FRANCÉS: ¡Grande
valor!
OTRO:
¡Fuerza extraña!
Tocan cajas, entran por una puerta españoles
tras de algunos franceses, acuchillándolos, luego
BERNARDO
con don BUESO debajo el brazo, éntrase con él y
sale ALFONSO y dos peregrinos [PLATEROS], el uno con
una caja
pequeña en la mano
ALFONSO:
Mientras el cielo con piedad nos mira,
dando a
Bernardo del francés victoria,
de las piedras y el oro que he
traído
de Navarra a mi reino,
hacer pretendo
una
cruz de valor y de artificio
que
aquí en Oviedo, donde agora estamos
honre los templos y las almas
guarde.
Pues, ¿qué decís los dos que
sois plateros,
peregrinos devotos de
Santïago?
Esas
piedras tomad y todo el oro
que
necesario fuere.
PLATERO 1: Por servirte
empezaremos luego a fabricarla
y a tu
gusto saldrá.
Vanse
los dos
ALFONSO: ¡Qué olor extraño
en la sala han dejado
estos plateros!
Salen GONZALO, doña ELVIRA, SANCHA y don SUERO
GONZALO: Para
mejor servirte, ¡oh casto Alfonso!,
de esas
montañas donde siempre vivo
con
toda mi familia vengo a Oviedo.
Como los va nombrando, se van arrodillando
Este
hijo, señor, que te ha enojado
te
traigo a que le des cualquier castigo.
A doña
Elvira traigo, que en mi casa,
huyendo
del poder de Mauregato,
librada
por Bernardo de los moros,
enriqueciendo
mi pobreza ha estado.
Y
aquesta labradora es doña Sancha,
hija de
Aurelio, hermano de tu padre,
habida
en una dama que fue noble,
tu
prima, como ya señor, lo sabes,
aunque
ella hasta este punto lo ha ignorado.
Aquésta
es la familia con que vengo.
Dispón
de ella, señor, como mandares
y en mis cortos servicios no
repares.
ALFONSO:
Levantad de ese suelo, hijos de Alfonso.
Dadme los brazos todos, pues que
quiero
recibiros agora en mis entrañas.
Tú, Sancha, reconoce en
este pecho
la
sangre que en tus venas también vive.
SANCHA:
Reconozco un señor y un rey famoso.
ALFONSO: Pide
don Suero, y no perdón me pidas.
Pide
mercedes en mi pobre reino.
SUERO: Los
pies para besarlos sólo pido,
y si
gustas de darme a doña Elvira
por
esposa, aunque yo no la merezco.
ALFONSO: Bien
pediste; mas eso ya era tuyo.
SUERO: Viva
mil años porque sepa el mundo
que
eres su César sin tener segundo.
Danse las manos [don SUERO y doña ELVIRA].
Sale BERNARDO con el estandarte francés cargado de cabezas
y otra espada
BERNARDO: Casi
a la posta he venido
para
que sepas, señor,
la
victoria que has tenido.
Tu
espada me dio valor
con que
al francés he vencido.
Porque tu ser autorices
y este gozo solemnices,
traigo las lises impresas
y estas figuras francesas
con que
tu sala entapices.
Por
aquella noble espada
de tu mano
ilustre dada,
aunque
será don pequeño
con la
sangre de su dueño
te doy
esta acicalada.
Murió en efecto don Bueso.
Su
gente huyó, y no por eso
dejó
también de morir,
y yo te
vengo a pedir
en
albricias sólo un preso.
ALFONSO:
Llega, Bernardo, a abrazarme;
que si
una vez te abracé,
el
abrazo has de pagarme
porque
entonces yo te honré
y agora
puedes honrarme.
Pide
mercedes.
BERNARDO: Señor,
como
humilde labrador
una
Sancha sólo pido
y un
Sancho preso afligido
porque a los dos tengo amor.
Al
conde, señor, nos da
que es
un español Alcides.
ALFONSO:
¡Norabuena, bien está!
Pero,
¿qué Sancha me pides?
¿Mi
prima?
BERNARDO:
(¿Su prima es ya? Aparte
Labradora la dejé,
pero si
infanta se ve,
paciencia, importa y callar).
ALFONSO: La mano
le puedes dar.
BERNARDO: ¿Qué le
dices que me dé?
ALFONSO: La
mano.
BERNARDO:
Palabra buena.
Ya mi
corazón ensancho.
Sácame,
Elvira, de pena.
¿Quién
soy?
ELVIRA:
Hijo de don Sancho
y de la
noble Jimena.
BERNARDO: ¡Válgame
Dios! Padre mío,
verte
sin prisión confío.
¡Venturoso yo mil veces!
Danse
las manos BERNARDO y SANCHA
ELVIRA: Todo,
señor, lo mereces.
GONZALO:
Bernardo.
BERNARDO:
Señor y tío.
Sale un CRIADO
CRIADO: Los
plateros que han tomado
la
plata, piedras y el oro
no
parecen.
ALFONSO:
¿Has mirado
en mi
cámara?
CRIADO:
El tesoro
que les diste se han llevado.
ALFONSO: ¿No
estaban en mi aposento?
CRIADO: Allí
estaban no ha un momento
y ya
labraban la cruz...
Pero,
¿qué será esta luz?
Suena música, aparece en el aire una cruz
resplandeciente que va bajando hasta un altar e
híncanse
de rodillas
ALFONSO: Música
gloriosa siento.
Imagen de aquel madero
que de
mesa tiene nombre
donde
se contó el dinero
para
redimir al hombre
de la
culpa del primero,
pues
ángeles os labraron
con tan
infinitas gracias,
sin
duda que aquí os dejaron
por
señal que mis desgracias
con vuestra
vista acabaron.
El
lugar que daros puedo
pues en
vos el Redentor
nos
salvó de mortal miedo
es sólo
San Salvador
de la
antigua y noble Oviedo.
Será
inmenso mi consuelo
porque
si Cristo llevó
una
cruz hecha en el suelo,
llevaré
en mis hombros yo
otra
labrada en el cielo.
BERNARDO: Si
la piensas colocar
en
algún sagrado lugar,
yo, que
tocarla deseo,
pienso
ser el Cirineo
que te
la ayude a llevar.
Caso
es digno de memoria
éste
que tus ojos vieron,
y pues
ya con tanta gloria
fin tus
desgracias tuvieron,
téngalo
también la historia.
Llevan la cruz en procesión con que se da
fin a la famosa comedia de las desgracias del rey don
ALFONSO el
casto
FIN DE LA
COMEDIA