ACTO TERCERO
Salen BELISARIO, LEONCIO, FILIPO y FLORO
LEONCIO: Bien venga el restaurador
del
imperio.
BELISARIO:
Bueno está.
FILIPO: Si lo
sabe dejará
la caza
el Emperador.
BELISARIO: Su
majestad se entretenga
al latir
de los sabuesos,
que de Italia los sucesos
podrá
saber cuando venga.
LEONCIO: ¿No
hubiera sido prudencia,
sin
atender a la ley
de
vasallo, hacerte rey?
FILIPO: Según
aquella sentencia,
que Eurípedes
repetía,
Belisario, mal hiciste;
Rey de
Italia ser pudiste.
Por
reinar no hay tiranía.
LEONCIO:
Monarca de este hemisferio
fue César
siendo atrevido.
FILIPO Tirano en
efecto ha sido
el
principio del imperio.
LEONCIO:
Mudable es la condición.
No es
monte la voluntad.
BELISARIO: (O éstos
prueban mi lealtad Aparte
o mis
amigos no son.
Así
les responderé
ya que su intención ignoro).
Tú, ¿qué
dices a esto, Floro?
FLORO: La fábula
contaré
de la
zorra que cazaba
para el
lobo noche y día,
y
solamente comía
lo que al
lobo le sobraba.
Esta
sujección dio pena
a cierto
zorrazo viejo,
y dábale
por consejo:
"No
comas por mano ajena."
Respondióle: "¿Yo
traidora
con el
lobo mi señor?"
Cogiólo
de mal humor
un día la
tal señora;
diez
gallinas le llevó
y él le
replicó: "Esta vez,
¿cómo me traes solas diez
si he menester once yo?
Y pues, no hay quien me socorra
en esta
hambre canina,
a falta
de una gallina
no será
mala una zorra."
Bien
aplicado lo ves.
No hablo
a persona sorda.
El que
cochino engorda
comerlos
quiere después.
BELISARIO: ¡Vive
Dios, loco atrevido,
que esta
lengua he de cortar!
Vase tras él con la daga
FLORO: Tres
lenguas puedes sacar
si el
consejo te ha ofendido.
¿Contra una lengua porfías
si son
tres las que pecaron?
BELISARIO: Estos
señores hablaron
por ver
lo que tú decías.
Los
reyes por privilegio
dioses de
la tierra son,
y hacer
con ellos traición
es cometer sacrilegio.
Bien
sé que contra las leyes
han hecho las tiranías
imperios y monarquías;
traiciones han hecho reyes.
Si es
fácil la voluntad
del hombre,
aunque rey se llama,
no se ha
de perder mi fama
de parte
de mi lealtad;
que
obedeciendo a mi dueño,
más altos honores hallo
en ser yo el mayor vasallo
que no ser un rey pequeño.
Pónense
a hablar los tres y sale TEODORA
TEODORA: (Locos
pensamientos míos, Aparte
no os
engañen esperanzas,
porque
son vuestra mudanzas
amorosos
desvaríos.
Quise
un tiempo a Belisario
y
desprecios padecí;
sus
partes aborrecí
y era el
amor su contrario.
Ya del
olvido al amor
anda el
alma sin sosiego,
porque ha
recibido el fuego
que encubrió mi altivo honor.
Si le
dan dicha los cielos,
si el
Emperador le estima,
si le
quiere bien mi prima,
¿qué mucho que envidia y celos
produzcan amor en mí?
¡Qué batalla con mi honor!
¡Ay de
mí, si vence amor!
FLORO: La Emperatriz está aquí.
BELISARIO: Déme
vuestra majestad
su mano.
TEODORA:
Salid afuera.
FILIPO: (Yo
pienso que persevera Aparte
en su
tirana crueldad).
Vanse y quedan TEODORA y BELISARIO
TEODORA: Vos
seáis muy bien venido.
BELISARIO: Feliz
vino quien escucha
tal
favor.
TEODORA:
(El alma lucha Aparte
con el
amor y el olvido.
¡Ayer tanto aborrecer
y hoy amor tan singular!
Bien dicen que es como el
mar
el alma
de una mujer).
BELISARIO: Ya
habréis sabido el trofeo
de
Italia.
TEODORA:
De más rigor
sé que
venís vencedor.
BELISARIO: (Más
apacible la veo. Aparte
Oh,
si se fuese mudando
su
terrible condición!)
TEODORA: (El Amor
y la
Ocasión Aparte
me van aquí despeñando.
Hüid, fáciles antojos,
dejadme en eterna calma,
que se va
asomando el alma
a los labios y a los ojos).
BELISARIO: Ir
pretendo, en seguimiento
de su
majestad, al monte.
TEODORA: No os
vais. (Corazón, disponte Aparte
si no
tienes sufrimiento.
Mi
primera inclinación
fue a
Belisario. Si agora
quien le
aborreció le adora,
no es mucho. Cenizas son
de mis antiguas pasiones,
y ya será agradecido
pues mi
rigor ha temido).
BELISARIO: ¿Qué
mandas? ¿Qué detenciones
en el
hablarme son éstas?
TEODORA: (Ya
atropellado el honor Aparte
salga de
golpe el amor
sin
demandas ni respuestas).
Belisario, ¿has olvidado
aquel
tiempo en que yo amaba?
BELISARIO: Vuestro
pecho adivinaba
que le
estaba destinado
el
imperio, y para honrallo
con
liberal bizarría
vuestra
majestad me hacía
favores
como a vasallo.
TEODORA: Y tú,
entonces, para ser
de Antonia, me dabas celos.
BELISARIO: (¿Qué
lenguaje es éste, cielos? Aparte
Mucho
temo esta mujer).
Conociendo tu grandeza,
nunca yo
me prometí
que
hiciese caso de mí
tu virtud
y tu belleza,
porque
estaban dedicadas
al que es
mi dueño y señor.
TEODORA: Almas que
alienta el amor
no han de
ser desconfïadas.
Yo por
desprecio tenía
lo que
fue desconfïanza,
y así
tomaba venganza;
mas ya
Amor...
BELISARIO:
(Fortuna mía, Aparte
tente;
que en aquellos labios
cuyo
silencio deseo,
como en
un espejo veo
mi desdicha y mis agravios.
El que
no temió escuadrones
del
africano poder,
temiendo
está una mujer,
temblando
está a sus razones.
Mujer,
mi sepulcro labras.
Tres veces
darme quisiste
la
muerte, y hoy me la diste
con esas
pocas palabras.
Mi
lealtad es infinita,
¡oh, mi rey y emperador!,
mal te quitará el honor
quien la haciendo no te
quita).
TEODORA: (Ya me
ha entendido, y mi estrella Aparte
que le dé
un favor me manda.
Cuando
levante esta banda
pienso
dejarle con ella).
Deja caer una banda
BELISARIO: Dame
licencia, que debe
saber
cómo ya llegué
el César.
TEODORA:
(O no la ve Aparte
o a
tomarla no se atreve).
Luego
iréis.
BELISARIO:
(¿Con qué intención Aparte
la banda
dejó caer?
¡Que
pasase una mujer
del rigor
a la afición
tan
fácilmente!)
TEODORA:
(Este guante Aparte
hará que
la banda vea).
Deja caer un guante
BELISARIO: (Que la
levante desea. Aparte
Amor
muestra en el semblante.
Haréme
desentendido).
TEODORA: (O mi
favor le ha turbado, Aparte
o el no
mirar es cuidado).
Un guante
se me ha caído.
¿Cómo
a alzarlo no te inclinas?
BELISARIO: Ya, mi
señora, le vi;
pero no
me toca a mí
levantar
prendas divinas.
Si yo
las toco, profano
su valor
y su deidad;
que no
será autoridad
recibirlas de mi mano.
Llamaré quien las levante,
porque en
mí es acción grosera.
¿No hay
una dama allá fuera
que dé
una banda y un guante
a su
majestad?
TEODORA: (Crüel, Aparte
¨mi favor no has de estimar?)
BELISARIO: Antonia
viene. (Al pasar Aparte
le he de
dar este papel).
Sale ANTONIA
Un guante
se le cayó
a su
majestad; y así,
como no
me toca a mí
levantarlo, te llamó.
Llega
a dárselo.
ANTONIA: Sí, haré,
pues tan
dichosa he venido.
Dale un papel y échaselo ella en la manga
BELISARIO:
(Favorecerme ha querido.
Aparte
Lindamente me escapé).
Vase BELISARIO
ANTONIA:
(¿Banda y guante por el suelo? Aparte
Mi temor
ha sospechado
que cayeron con cuidado.
Muchas
máquinas recelo).
Levanta la banda y el guante y dáselos
TEODORA: ¿Tú,
por fuerza, habías de ser
la que
viniste en oyendo
a
Belisario?
ANTONIA:
¿Te ofendo
en servir
y obedecer?
TEODORA: ¿Qué
papel es ése?
ANTONIA: ¿Cuál?
TEODORA: El que en
la manga has echado.
ANTONIA: ¿Pues,
eso te da cuidado?
TEODORA: Hame
parecido mal.
¡No
has de verle ni saber
lo que
contiene!
ANTONIA: Señora...
TEODORA: No hay
que replicarme agora,
soy
curiosa, soy mujer.
Sácale el papel de la manga y échalo
en la suya
ANTONIA: Pienso
que no son desvelos
sólo de
mujer curiosa.
TEODORA: Si no,
¿de quién?
ANTONIA: De envidiosa.
(Abrasada
voy en celos). Aparte
Vase ANTONIA
TEODORA: ¿Que
me haya yo declarado
sin
remedio ni esperanza?
Banda,
tomemos venganza,
que en el
suelo os han dejado.
Guante, vuestro honor se halla
despreciado como mío;
sed guante
de desafío.
Entremos
hoy en batalla.
Amor,
no fuistes amor;
sin duda
fuistes deseo,
pues que
así trocado os veo
segunda
vez en rigor.
Declaré mi voluntad.
Desprecióme; es mi enemigo.
No es
bien que viva testigo
que vio
mi facilidad.
Rabiando quedo de enojos.
Venguen los muchos agravios,
mis querellas en los labios,
mis lágrimas en los ojos.
Sale el EMPERADOR
EMPERADOR: Mi
Teodora, ¿dónde está
Belisario? A verle vengo.
Del
alborozo que tengo
quietud
ni gusto me da.
A
Italia ha restitüido,
sujetando
nación fiera.
TEODORA: No le
busques. Más valiera
que allá
quedara vencido.
EMPERADOR: ¿Aún
la cólera te dura?
¿Qué te
ha obligado a llorar?
¿O
pretendes aumentar
con lágrimas
tu hermosura?
TEODORA:
Bellezas desdichas son.
No sé
cómo responderte.
Abrame el
pecho la muerte;
verás en
él mi pasión.
Tanto
aborrecer a un hombre,
tanto
quererle matar,
tanto
gemir y llorar
en
escuchando su nombre,
¿no te
han dicho....?
EMPERADOR: Espera; calla.
Mira qué
dices, primero;
advierte
que bien le quiero
y se han de dar la batalla
la
queja de mi mujer
y el
crédito de mi amigo,
y
luchando ambos conmigo
no sé
cuál ha de vencer;
que
están en una balanza
el amor y
la amistad.
Tú tienes
mi voluntad
y él
tiene mi confïanza.
Mi
mujer y amigo aquí
balanzas
son, ¡vive Dios!,
y no sé
cuál de los dos
ha de
poder más en mí.
TEODORA: Por eso
quiero morir.
Por eso
quiero ausentarme.
Si el
callar ha de matarme,
si ha de
matarme el decir.
Mis no
creídos agravios,
si todo
ha de ser rigor,
dilatemos
el dolor
del
corazón a los labios.
¿Quieres ver si pesa más
mi amor
que su confïanza?
Pon tu
honor en la balanza
del amor,
y lo verás;
que,
rica de tu favor
con
soberbia y vanidad,
hallarás
que la amistad
intenta
tu deshonor
y,
pues mi agravio es un rayo
que se ha
engendrado en mi seno,
sírvame,
al nacer, de trueno
o mi
muerte o mi desmayo.
Siéntase desmayada TEODORA
EMPERADOR: ¿Qué
dices, mujer? ¿Qué dices?
Desmay¢se
y con pasi¢n
ha robado
el corazón
a su cara
los matices
de
púrpura y de clavel.
Con su pálida
hermosura
me ha
dicho mi desventura.
Sin duda
en este papel
me
escribe la triste suma
de rigores
alevosos,
porque a
labios vergonzosos
sirve de
lengua la pluma.
De Belisario es la letra.
Nuevo
linaje de enojos
me está
turbando los ojos
y el
corazón me penetra.
Lee
"Cuando pensé que querías
matarme,
sin ofenderte,
estimaba
aquella muerte
más que
las victorias mías.
Porque
morir a tus manos
fuera
vivir mereciendo,
como agora
estoy muriendo
a tus ojos
soberanos."
¿Qué
duda el alma, que ignora
abismos de confusiones?
Bien se ve
que estas razones
sólo son
para Teodora.
Del
pecho el alma revienta.
Déme Dios
dolor tan fuerte
que no le
alcance la muerte
para que viva
y lo sienta.
Tu
honestidad, tu decoro
te han
causado tal tormento
que
envidio tu sentimiento
y tus
desmayos adoro.
¿Qué
tengo ya que esperar,
pues
desmayada y hermosa
ha quedado, como rosa
que
acabaron de cortar?
¡Hola!
Salen MARCIA, CAMILA y ANTONIA
ANTONIA:
¿Señor?
EMPERADOR: A Teodora
dio un
accidente violento.
Retiradla
a su aposento.
Llévanla
Agora,
dolor, agora
es el
tiempo de acabar
el vivir y
el padecer.
Inmortal
debo de ser
pues no me
acaba el pesar.
Cuando matarle
quería
ella calló
estos agravios,
que el
honor aun a sus labios
su misma
ofensa no fía.
Sale BELISARIO
BELISARIO: Dame la
mano, señor.
EMPERADOR: (Aquí es menester paciencia; Aparte
aquí es menester prudencia;
aquí es
menester valor.
¡Oh,
duro trance, aquí, aquí
era el
morir! ¿Para cuándo
está la
muerte guardando
sus
rigores para mí?)
BELISARIO: A
Italia hoy he restaurado
y esta
victoria, señor,
es la
victoria mayor
que mi
fortuna os ha dado.
Debe de
ser la postrera.
EMPERADOR: (¡Que este
hombre me esté agraviando Aparte
y que
estándole mirando
tenga él
vida y yo no muera!
¿Es
posible que mi hechura
se haya
atrevido a mi honor?
¡No es
nuevo que a su criador
haga
ofensas la criatura!)
BELISARIO: Señor,
¿qué mudanza es ésta?
¿Vos negándome la mano?
EMPERADOR: Su
pensamiento villano
este papel
manifiesta.
¿Por
qué dudas me permito?
Ea;
muramos los tres:
Teodora
por si no es
verdadero
este delito
y lo ha sabido fingir;
por si es
cierto, morid vos;
y yo
porque sin los dos
será
imposible vivir).
BELISARIO: Mi
señor, mi rey, mi dueño,
¿vos sin
hablarme y sin verme?
EMPERADOR: (Que éste
se atrevió a ofenderme, Aparte
¿es verdad, cielos? ¿Es sueño?
Mas no, que ya está
culpado;
no, que ya
estoy ofendido,
sólo en
haberlo creído,
sólo en
haberlo pensado.
Voyme;
que el que al ofensor
mira con
rostro clemente
parece que
ya consiente
en su
mismo deshonor).
BELISARIO: Tal
disfavor, tal mudanza
me han de tener admirado.
EMPERADOR: Muy mala
cuenta habéis dado
de mi amistad y privanza.
BELISARIO: Señor,
a vuestros enojos
ni di
ocasión ni lugar.
EMPERADOR: Los ojos han de pagar
lo que pecaron los ojos.
Vase el EMPERADOR
BELISARIO: ¿Cuándo
en verle he dado enojos?
¿Qué podrá significar
"los
ojos han de pagar
lo que
pecaron los ojos?"
Fortuna, ¿ya te has cansado?
Fuerza fue, si nunca paras,
que agora
me derribaras
cuando me
ves levantado.
No me
llamo desdichado
por lo que
empiezo a sentir;
que si el
correr y el hüir
son calidad de tu ser,
no es la desdicha el caer,
Fortuna,
sino el subir.
Casi llego a desear
la
adversidad que estoy viendo,
porque
pienso ser cayendo
el varón
más singular;
porque el
subir y el medrar
son
escalas de la vida,
y honra en
mí tan merecida,
pues en la
virtud se alcanza,
no
admirará mi privanza
y admirará
mi caída.
Sale FILIPO
FILIPO: Como
amigo desleal,
fuerza he
de ser el decillo,
me envía
por el anillo
que es de
su sello imperial
su
majestad.
BELISARIO:
Si es mortal
cualquiera
por más que prive,
¿qué
merced eterna vive?
Todas
mueren, claro está,
porque es
hombre quien las da
y es hombre quien las recibe.
Todo favor es violento
cuando no
viene de Dios.
Tomadlo, y
dichoso vos,
si yo os
sirve de escarmiento.
FILIPO: Sabe Dios
mi sentimiento
pero no
puedo mostrallo.
BELISARIO: Novedad en
eso no hallo;
ya sé que
es humana ley,
que en el
semblante del rey
se ha de
mirar el vasallo.
Vase FILIPO y sale NARSÉS
NARSÉS: Su majestad
ha ordenado
que os
secrete vuestra hacienda.
Nuestra
amistad no se ofenda
que en
efecto soy mandado.
BELISARIO: No me coge
descuidado
ese mal;
ya lo temía;
y así,
cuando recibía
las mercedes que me daba,
en mí las
depositaba
para
darlas este día.
Sale LEONCIO
LEONCIO: El
César manda prenderte
y de tus
males me pesa.
BELISARIO: ¡Con qué
priesa, con qué priesa
se muda la humana suerte!
El rey es
como la muerte:
despacio
favores hace.
La vida al
hombre que nace
y la
muerte, --¡ah desengaños!--
lo que
hizo en muchos años
con sólo
un soplo deshace.
Yo no
le he ofendido en nada;
el mismo
sol es mi fe
y
solamente daré
a su
majestad mi espada
más
gloriosa y más honrada
porque
siempre le he servido.
Salen
JULIO, FABRICIO y el EMPERADOR
EMPERADOR: Yo te
prendo y yo la pido.
BELISARIO: Pisen tus
pies la cuchilla
que fue
octava maravilla.
EMPERADOR: Haced lo
que os he advertido.
Dale un papel a LEONCIO
BELISARIO: Monarca
de dos imperios,
rey del
orbe, dueño mía,
si para
honrar las virtudes
y castigar
los delitos
ha
menester el que es rey
usar de
los dos oídos
que le dio
Naturaleza,
que me deis
uno os suplico.
¡Oh quién
aquí enmudeciera,
que
referir beneficios
no es de
magnánimos pechos!
Pero si
Séneca dijo
que se
deben referir
si el que
los ha recibido
o es ingrato o los olvida,
justamente
los repito.
Cuando el
Tigris os temió
como a
celestial prodigio
y de sus
cóncavos senos
salió con
mayores bríos,
tropezó
vuestro caballo
y amenazaba el peligro
fin en
globos de cristal,
muerte en
montañas de vidrio.
Mi amor os
vio agonizando
y me arrojé a los abismos
de nieve donde estos brazos,
remos
humanos y vivos,
hecho yo
bajel con alma,
del
hundoso precipicio
os
libraron y el sepulcro
os negaron
cristalino
porque el
amor que os tenía
las ondas
ha dividido
con bombas
de fuego. ¿Cuándo
teme nada
el que bien quiso?
Otra vez
cuando los persas,
que son
legítimos hijos
de Marte
porque pelean
vencedores
y vencidos,
rompieron
los escuadrones
del
imperio y, sin aviso,
vuestra
juventud bizarra
se empeñó
en los enemigos,
con valor
se defendía,
pero con
vanos designios.
Hidras
eran, roto un cuello,
resultaban
infinitos.
Ya el
caballo sin aliento,
manchado
el acero limpio,
despedazado el escudo,
vos
vencido de vos mismo,
os vi yo
porque mis ojos
de vista
no os han perdido.
Bien como
a la luz del cielo
girasoles
amarillos,
acometí,
pareciendo
rayo que
en ardientes giros
bajó
violento abrasando
chapiteles
y edificios.
Amor fue,
no el corazón,
el que
aquella facción hizo.
La dicha
fue, no el valor
el que os
sacó de peligro;
que como
felices hados
os tenían
prometido
un
imperio, no pudieron
ser allí
contra sí mismos.
De vuestro
muerto caballo
pasasteis,
señor, al mío,
y yo
delante de vos
os iba
abriendo camino.
Desde la
muerte a la vida
os hice
allí un pasadizo,
que dar
vida a un casi muerto
amagos de
Dios han sido.
Vos el
imperio heredasteis,
yo lo
dilaté hasta el Nilo,
competidor
de los mares
y monarca
de los ríos,
aquel que
entra en su sepulcro
con
estruendo y con rüido
y la cuna
calla tanto
que aun no
saben su principio.
Cuanto
Alejandro ignoró
sujeté a
vuestro albedrío,
hasta el
origen del Ganges
que ve al sol recién nacido.
Más reinos os tengo dados
que heredasteis. Abisinios,
etíopes, medos, persas,
vándalos, lombardos, indios,
por mí
besan vuestro pie.
Cuando
Anastasio y Lisinio
contra vos
se conjuraron,
¿no os di
vida? ¿Qué designios
tenéis hoy
en deshacer,
con el
borrón del olvido,
hechura
que os sirvió tanto,
vasallo
que tanto os quiso?
Pasando la primavera
de la
edad, llegó el estío
de la
juventud lozana,
y a los
ejércitos fuimos
donde el
águila de Roma,
como el
pavón más lucido,
llena de ojos
y de cuellos
mira al
sol de hito en hito.
¿Por qué
allí me habéis honrado
con
magistrados y oficios,
si era el
subirme tan alto
para mayor
precipicio?
Más bien
me hubiérades hecho,
más piedad
hubiera sido
dejarme en
mi humilde estado
donde
viviera bien quisto,
ni
envidiado ni envidioso,
que una
humilde caña, un lirio
vive sin
temer el rayo,
no cual relevado pino
que está
expuesto a su rigor
sobre
alcázares de riscos.
Crüel sois
haciendo bien,
avaro en
beneficio,
tirano
dando la vida,
engañoso
en vuestro estilo.
¿Qué más hiciera algún áspid
entre
acantos y narcisos,
una sirena
cantando
y llorando
un cocodrilo?
Si pensáis
que os ofendí,
¿en qué
tiempos, en qué siglos
no hubo traidores y engaños?
Porque son un laberinto
los
humanos corazones,
y en los palacios más ricos
anda la envidia embozada
con
máscara y artificio.
Entre las cosas más claras
ojos engañados vimos;
los remos parecen corvos
en las ondas y zafiros
del mar, y paloma negra
suele
volar y, a los visos
del sol,
parecen sus alas
oro y púrpura
de Tiro.
Pues si en el agua y el sol
vemos engaños, rey mío,
¡en las lenguas de los hombres
cuantas veces se habrán
visto!
¡Vive Dios, que pude ser
en los reinos adquiridos
más poderoso que vos!
Pero no
quise; que os sirvo
con
lealtad y por reinar
no la
guarda al padre el hijo,
yo sí que
he sido vasallo
el más
fiel, el más digno
de eterna fama. Señor,
a vuestras
plantas me inclino.
Mirad que
estoy inocente,
suspended
vuestro castigo.
Si es el
rey un casi Dios,
advertid
que Él no deshizo
al hombre,
que antes al mundo
para
repararlo vino.
¡No
deshagáis vuestra imagen!
Vuelve
el EMPERADOR las espadas y paséase
¿Así os vais, airado, esquivo,
que no me habéís consolado,
que no me
habéis respondido?
Pues, daré a los cielos voces;
con mil quejas y suspiros
romperé
esferas del aire.
¡Sed testigos, sed testigos
cielos, hombres, fieras, plantas,
de mi inocencia, y a gritos
publicad
la ingratitud
de los
monarcas del siglo!
Bien sé de
mi fortuna
son éstos
los parasismos,
y que
quieren ya expirar
su máquina
y edificio.
¡Oíd,
mortales, oíd!
¡El César
y yo fuimos
de la Fortuna dos ejemplos
vivos,
y ya será
mi vida
el ejemplo
mayor de la desdicha!
Vanse los soldados y llévanle preso a BELISARIO
FLORO: Tragóse el
lobo a la zorra.
Mi villa,
señor, aplico
para
servirte con ella.
Finezas
haré contigo.
EMPERADOR: Preven tú
la montería
en ese
bosque vecino
al punto,
porque Teodora
divierta
allí los sentidos
y yo venza
mi tristeza.
Vase NARSÉS
Di, Julio,
¿cómo te ha ido
en las
fronteras de Persia?
JULIO: Bien, gran
señor. A Fabricio,
que es un
valiente soldado,
te encomendé,
y no ha tenido
premio
alguno; dos banderas
ganó en
Asia.
EMPERADOR:
No me olvido.
Una villa
he dado a Floro
por esa
hazaña.
FLORO:
Servicio
muy enano.
FABRICIO:
Yo fui sólo
quien
tales facciones hizo,
y Floro me
hurtó un papel.
FLORO: Yo no
ofendo a Jesucristo
en el
séptimo precepto.
FABRICIO: Ni le
ofendes en el quinto.
EMPERADOR: La merced
hecha, ha de ser
del que
venciere. Permito
que aquí
saquéis las espadas.
FLORO: De aquesta
vez me desvillo.
FABRICIO: ¡Ea!, que
el César lo manda.
FLORO: Dios no lo
manda y yo rindo
Saca la espada
villa y espada, y seremos
yo y el
señor Fabricio
de la Fortuna dos ejemplos
vivos,
y yo seré
sin villa
el ejemplo
menor de la desdicha.
Vanse. Salen
LEONCIO y FILIPO con un papel
LEONCIO: En efecto, Filipo, éste es el orden
que
ejecutar el César ha mandado,
y así
miras ligado a Belisario
a un
árbol, el que fue segundo César.
¡Tal es la
condición de la Fortuna!
Lee FILIPO
FILIPO: "Sacaréis con cien soldados de guarda
a
Belisario, fuera de los muros, y allí le
saquen los
ojos, pues con ellos ofendió la
cesárea
majestad poniéndolos en lo sagrado
de su
honor; y ninguno le socorra, pena de
mi
desgracia, porque quiero que mendigue
usó mal de las riquezas que tenía.
Justiniano
Emperador"
LEONCIO: Acto
terrible ha sido. Ya el verdugo
le ha
quitado los ojos y el vestido,
y a dar adonde estamos ha venido.
Sale BELISARIO, corriendo sangre de los ojos, con una
sotanilla
vieja y sin valona, sin capa ni sombrero, cayendo y
levantando
BELISARIO: Si
tuviere culpa alguna
para tanto
padecer,
no era maravilla ser
escarnio
de la Fortuna;
mas que
el valor y lealtad
padezcan desdichas tales
no han oído los mortales
tan nunca usada
crueldad.
Dadme escudo
de paciencia
en este
trance, mi Dios,
pues que
solamente Vos
sabéis mi
mucha inocencia.
Con la
virtud fui subiendo,
pero
cuando más subía
la envidia
me detenía;
mas yo trepando y cayendo
con la
gran solicitud
de ambas a
dos, di en despojos
a la
envidia hacienda y ojos,
y la fama
a la virtud.
FILIPO:
Tengamos piedad alguna.
BELISARIO: ¿Quién
habló?
FILIPO:
Filipo.
BELISARIO: Amigo,
ya que a
mísero mendigo
me ha
traído la Fortuna,
algo me
dad con que pueda
dar, no
siendo mi homicida,
sustento a
una poca vida
que es la
hacienda que me queda.
LEONCIO: Nos
darán por alevosos.
BELISARIO: No me
socorráis, señores,
si en efecto son traidores
ya los hombres virtüosos.
FILIPO: Sólo
este palo te doy
porque te
sirva de arrimo.
Vanse
BELISARIO: Es gran
merced; yo la estimo.
Siempre
agradecido soy.
¿En qué
han pecado los ojos
que la luz
vital les quitan?
Haberme
dado la muerte
menor
tormento sería.
Mi Dios,
mucho te ofendí,
pues de
esta suerte castigas
mis
pecados. Tú lo sabes,
eterna
sabiduría.
Hombres,
Belisario soy;
el que
reinos y provincias
ganó al
imperio, sin ojos
por estos
campos mendiga.
Sale NARSÉS
NARSÉS: Las telas
se han de poner
desde el
bosque hasta la orilla
de este
camino.
BELISARIO:
Señores,
dad limosna a quien podía
ser rey
del mundo, y se ve
derribado
de la envidia.
Dad
limosna a Belisario
cuya
famosa cuchilla
Asia y
Africa temieron.
NARSÉS: Tu
adversidad me lastima.
BELISARIO: ¿Es quien
habló Narsés?
NARSÉS: Sí.
BELISARIO: Pues de
escarmiento te sirva
ver del mayor edificio
las asoladas rüinas.
Lee en mis ojos los sucesos
de los mortales, y mira
las
vueltas de la Fortuna
en mis calientes cenizas.
NARSÉS: Admiración das al mundo.
BELISARIO Socórrese
en la fatiga
de mi
adversidad.
NARSÉS:
No puedo,
que el
Emperador se indigna
con quien
pretende ampararte.
Vase NARSÉS
BELISARIO: Socórranme
las divinas
manos de
Dios, que ellas solas
son
liberales y ricas.
¿Qué mucho
que los amigos
hoy me nieguen
las reliquias
y migajas
de sus mesas
si temen
la tiranía
de un
emperador ingrato?
Pero
callemos; no digan
que
muriendo le ofendió
quien no
le ofendió en la vida.
Sale FLORO
FLORO: Mi señor.
BELISARIO:
¿Quién habla?
FLORO: Floro.
También
fui zorra. La villa
me han
quitado.
BELISARIO:
Si los ojos
te dejan,
ten alegría.
Mendiguemos por el mundo,
ya que mis pasos imitas
dejando yo a las historias
ejemplos de la desdicha.
¡Mortales,
alerta, alerta!
Esta es la
mayor caída
que dieron
ni que darán
los
privados. A mi dicha
no llegó
ningún vasallo.
Con el
César competía
mi
fortuna.
Salen
el EMPERADOR y los demás
EMPERADOR:
Quite el campo
mis graves
melancolías.
BELISARIO: Caminantes
peregrinos,
si hay
lástima que os permita
tener
dolor, Belisario
es ya la
fábula y risa
de la Fortuna. Limosna
va
pidiendo el que solía
hacer bien a todos, y hoy
no hallo persona viva
que me
favorezca.
EMPERADOR:
(¡Cielos! Aparte
¨Este
espectáculo miran
mis
ojos? Piedad es ya
la que
hasta aquí fue justicia).
BELISARIO: Dadme
siquiera consuelo,
porque la
inocencia mía
lo
merece. No ofendí
jamás al
César. Malicia
o envidia
me han derribado
porque mi
nombre eterniza
el cielo en mi adversidad.
EMPERADOR: Mudo
estoy, y solicita
la lengua
hablar y no puede.
Temo que
fue tiranía
mi
rigor. Tarde lo temo;
no
quisiera que me digan
las
historias "el crüel").
Por otra puerta salen ANTONIA, MARCIA y CAMILA
MARCIA: Ven,
Antonia, ven Camila,
ya que se
queda Teodora
entre
aquellas fuentecillas.
BELISARIO: Hacia aquí
ha sonado gente.
Señores,
si el mal lastima
cuando no
se ha merecido,
dad
limosna a quien castiga
la Fortuna por leal.
ANTONIA: ¿Qué
ilusión, qué sombras frías,
qué sueño,
qué devaneos
perturban
mis fantasías?
Belisario,
hablar no puedo;
toda el
alma me lastimas.
Temblando
en el pecho, ¡cielos!,
salir ha
querido aprisa
el
sentimiento del pecho,
mas no
pudo y se retira
hasta que
resuelto en llanto
destile
tantas fatigas.
Belisario,
Belisario,
sólo entre
lágrimas vivas
puedo
pronunciar tu nombre.
BELISARIO: Antonia,
esa voz me quita,
después de
tanta miseria,
después de
estas dos heridas,
la vida
que me quedaba,
porque el
alma para oírla
se va
asomando a la boca.
Tú sabes
que no ofendía
a su
majestad. Mi honor
te
encomiendo. Adiós.
Déjase caer junto al paño y queda cubierto
ANTONIA: ¿Qué arpía,
qué tigre,
qué fiera habrá
que a tal
dolor se resista?
Emperador
riguroso,
tirano,
crüel, homicida,
que a deshacer tus hechuras
te arrojas y determinas,
tan a ciegas Belisario
cortesmente me servía
y Teodora
me envidiaba;
un papel,
que me escribía
Belisario,
me quitó,
y viéndose
aborrecida
de tu
vasallo leal
convirtió
su amor en ira.
EMPERADOR: Calla
Antonia, calla Antonia,
más palabras no repitas,
que las creo y me atormentan.
¡Mal haya el rey que derriba
sin
acuerdo y sin firmeza
al hombre
de quien se fía!
Murió el mayor capitán
que las naciones antiguas
ni venideras tendrán.
Vengue en
mis entrañas mismas
el cielo
su mal. Teodora
repudiada
y abatida
ha de ser,
y sola Antonia,
porque él
la amó, será mía.
ANTONIA: Eso no;
que vendré a menos.
EMPERADOR: ¿Por qué?
ANTONIA:
Tuvo Roma invicta
muchos
Césares y sólo
un
Belisario.
EMPERADOR: Altas piras
y túmulos honorosos
honras varias y
exquisitas
le haré en
su muerte.
ANTONIA: Ya es tarde.
EMPERADOR: No me
niegues.
ANTONIA:
Soy muy fina.
EMPERADOR: Bien le
quise yo.
ANTONIA:
No hiciste.
EMPERADOR: Su virtud
amé.
ANTONIA:
Es mentira.
EMPERADOR: Engañéme.
ANTONIA:
No eres cuerdo.
EMPERADOR: Tuyo seré.
ANTONIA:
Mal porfías.
EMPERADOR: Amaré.
ANTONIA: A
Teodora puedes.
EMPERADOR: Fue
desleal.
ANTONIA:
No la olvidas.
EMPERADOR: Ya la
repudio.
ANTONIA:
La adoras.
EMPERADOR: Mataréla.
ANTONIA: No
me obligas.
EMPERADOR: Sola
Antonia...
ANTONIA:
No me nombres.
EMPERADOR: ¿Qué
temes?
ANTONIA:
Que solicitas...
EMPERADOR: ¿Qué?
ANTONIA: Mi
muerte.
EMPERADOR:
No la temas.
ANTONIA: Miro
ejemplos.
EMPERADOR:
Y fe miras.
ANTONIA: Fui de
Belisario.
EMPERADOR:
Y yo.
ANTONIA: Si más
fuiste...
EMPERADOR:
¿Qué?
ANTONIA: Homicida.
EMPERADOR: Te
estimaré.
ANTONIA:
Soy constante.
EMPERADOR: ¿No me
querrás?
ANTONIA:
¡No en mis días!
EMPERADOR: ¿No has de amar?
ANTONIA:
¡No!
EMPERADOR: Pues acabe
en tu firmeza y su vida
el ejemplo
mayor de la desdicha.
Vanse
FIN DE LA
COMEDIA