ACTO SEGUNDO
Salen don GIL y LISARDA, en hábito de salteadores, con
arcabuces
GIL: Ya
vendrás arrepentida;
ya te
quisieras tornar.
LISARDA: Un delfín
cortando el mar,
una cometa
encendida,
un
caballo en la carrera,
en alta
mar un navío,
el veloz
curso de un río,
rayo que
cae de su esfera,
una
flecha disparada
del arco, podrán volver
atrás, mas
no la mujer
una vez
determinada.
Delfín,
caballo, cometa,
río
flecha, rayo, nave,
es la
mujer que no sabe
ser
obediente y sujeta.
Vergüenza y honra preciosa,
interés,
miedo y poder
no la
podrán detener
si está
agraviada y celosa.
Pues yo
que en cólera rabio
sin
vergüenza, honra ni miedo,
¿cómo arrepentirme
puedo
antes de
vengar mi agravio?
Antes
me trae confïanza;
que, pues
fuiste el instrumento
de las
injurias que siento,
lo has de
ser de mi venganza.
Ésta es
del monte la falda
a quien llaman Las Cabecas;
de encinas verdes y secas
sustenta
un bosque en su espalda.
Aquí en
un valle cercano
que a los
ánimos recrea
tiene mi
padre una aldea
donde se
viene el verano.
De la
otra parte don Diego
un pequeño
bosque tiene,
donde
muchas veces viene
a cazar y
holgarse.
GIL:
¿Luego
aquí
pretendes vengarte?
LISARDA: Sí, porque
en esta espesura
con vida
libre y segura
yo me
atrevo a contentarte.
Una
tigre seré brava
contra el
cauto cazador,
pues me han robado el honor
que era el hijo que crïaba.
Haré
del miedo moneda
y compraré
a los pastores
cabritillos trepadores,
fresca
lecho y fruta aceda.
El
seguro pasajero,
viendo mi
arcabuz al hombro,
con
sobresalto y asombro
dará el
guardado dinero.
Fuertes
murallas haremos
de esta
sierra, que si subes
verás que
toca en las nubes
con sus
ásperos extremos.
Cuando
su nieve desata
julio, por
ásperas quiebras
bajan al
valle culebras,
hechas
delicada plata.
Con el
calor del estío
sudan
tanto estas montañas
que en el
valle entre espadañas
forman un
pequeño río.
Dos
fuentes hay donde cría
velos
mayo, y leche enero,
y donde el
ciervo ligero
vide
correr algún día.
Una
cueva hay de pizarras
y de
diferentes piedras
que está
aforrada de hiedras
y
guarnecida de parras.
Todo a
pasos lo he medido
porque he
sido cazadora
y la gama
coladora
en vano de
mí ha hüido.
Aquí
pretendo que pases
el pecho
de piedra fría,
que grande
amor me fingía
para que
tú me gozases.
Aquí,
cuando al bosque venga,
su
homicida pienso ser,
sin que el miedo de mujer
lugar en
mi pecho tenga.
Aquí le
he de dar la muerte,
pues que
ha sido el instrumento
de las
injurias que siento.
GIL: ¡Fuerte
mujer!
LISARDA:
Y tan fuerte
que el
mundo me ha de llamar
Semíramis
la crüel,
y en
cuantos pasen por él
quiero
enseñarme a matar.
GIL: Yo
seguiré tus cuidados,
pues soy
ciego con mi error,
hidrópico
pecador,
y tengo
sed de pecados.
Manda
que emprenda adulterios,
que
latrocinios intente,
que jure,
mate y afrente,
que escale
los monasterios,
y mira
si peco aprisa
por ti en
aqueste lugar;
que ayer
me vi en el altar
celebrando
eterna misa,
ayer,
en llanto deshecho,
tuve a Dios entre mis manos,
y hoy, con actos inhumanos,
tengo un infierno en el
pecho.
LISARDA: ¡Gente
pasa!
Pónense las mascarillas
GIL:
El rostro cubre
y
escóndete en estos riscos
coronados
de lentiscos
verdes a
pesar de octubre.
LISARDA: Morirán.
GIL:
Si no son tantos
que algún
recato nos dan.
¡Mujeres
son!
LISARDA:
No podrán
enternecerme sus llantos.
Salen MARCELO, LEONOR de camino, y BEATRIZ
con un cofrecito
MARCELO: Vaya el
coche por lo llano,
y tú,
Leonor, esta cuesta
descenderás de la mano
segura.
LISARDA:
(Mi hermana es ésta). Aparte
GIL: (Es un
ángel soberano). Aparte
LEONOR: Fácil es la descendida;
sólo tu
cansancio siento.
LISARDA: Hoy verá
el mundo en mi vida
el extraño
atrevimiento
de un alma
que va perdida.
Mi
sangre quiero verter.
¡Mueran
pues! ¡Mueran los dos!
Porque
tales suelen ser
las obras
de una mujer
que está
sin honra y sin Dios.
Mi
hermana a heredarme viene;
la envidia
me da inquietud
y matarla
me conviene,
que me ofende la virtud
y
aborrezco a quien la tiene.
Si el
ser Marcelo me dio,
con su
maldición prolija
a esta
vida me obligó,
y el que
aborrece a su hija
sin duda
no la engendró.
No es
mi padre, es mi contrario
y así a la
muerte se viene.
GIL: Ese
intento temerario
me agrada
por lo que tiene
de pecado
extraordinario.
Hecho
será que me asombre;
que a la mujer nadie iguala
en celo y
piadoso nombre,
pero
cuando da en ser mala
es peor
que el más mal hombre.
Apúntales LISARDA, y pónese de rodillas
MARCELO
MARCELO:
¡Deteneos! ¡Esperad!
Para mí no
es bien que os pida
misericordia y piedad,
pues me
quitáis poca vida
no
perdonando a mi edad.
No es
para mí caso fuerte
el verme
así amenazado,
pues
mataréis de esa suerte
a un viejo
que está llamado
a las
puertas de la muerte.
Si yo
en vuestras manos doy
la vida,
me habréis sacado
de
desdichas, porque soy
el hombre
más desdichado
que Portugal tiene hoy.
Sólo la
piedad pretendo
para esta
hija, que es joya
con quien
escapo huyendo
de mi
casa, que es la Troya
que está
en desdichas ardiendo.
Por
ella piedad espero,
pues que
el soberbio elefante
ablanda su
pecho fiero
cuando le
ponen delante
un
inocente cordero.
Hijas
el cielo me dio;
ángeles
han parecido
porque la
mayor cayó.
Ya es
demonio, y ésta ha sido
el buen
ángel que quedó.
De
virtudes está llena,
ninguna
mujer la iguala;
y pues mi
desdicha ordena
que tenga
vida la mala,
no me matéis vos la buena,
LISARDA: (Más la
envidia me inhumana). Aparte
GIL: (No dé
lumbre el pedernal). Aparte
Sosiégate,
hermosa dama.
(¿Qué
dije? No es racional Aparte
el hombre
que no se allana.
Aunque
otras veces te vi,
quise el
alma como cuerdo,
y la
guardaba de mí;
mas ya que
sin mí la pierdo
perderla
quiero por ti).
LEONOR: Si una
vida queréis ya,
yo pagaré ese tributo;
que menos
daño será
cortar el
temprano fruto
que no el
árbol que le da.
Crüel
sois; la causa ignoro.
Si es
vuestra furia de toro,
sirva mi
vida de capa.
Rompedla
mientras se escapa
el dueño y
padre que adoro.
Nunca
os ofendí, señor.
Viva mi
padre y yo muera.
Si es de
lobo este rigor,
despedazad
la cordera
y dejad vivo al pastor.
Aunque
en ambos puso Dios
tan grande
amor que ninguno
le ha
igualado, y así vos,
sólo con
matar al uno
quitáis la
vida a los dos.
GIL: A
aquellos ojos se deben
mil victorias y trofeos.
Cielos son que perlas llueven,
y mis sedientos deseos
dentro del
alma los beben.
(Por
ti, divina Leonor, Aparte
haré otro
grave delito;
que el
pasado fue un error
y éste es
un ciego furor
nacido de
un apetito.
A
Marcelo he de matar;
mas lo que
el alma desea
podrá
Lisarda estorbar.
Váyanse
pues al aldea;
que allá
la pienso gozar).
BEATRIZ: Señor,
por el cielo os pido
que ir nos
dejéis con sosiego.
LISARDA: (Y si tú
no hubieras sido Aparte
alcahueta
de don Diego,
yo no me
hubiera perdido).
Dime,don Gil, ¿qué haremos?
GIL: Que
nuestra necesidad
con sus
joyas remediemos,
y la amada
libertad,
por ser tu
sangre, les demos.
LISARDA:
Rescatad las vidas.
MARCELO: ¿Cómo?
LISARDA: Dándonos
oro.
MARCELO:
Señor,
en esta
caja de plomo
hay joyas
de gran valor.
Dale el cofrecillo
LISARDA: (Si son
mías, nada os tomo). Aparte
MARCELO: Estas
joyas he guardado
a una hija
que tenía.
LISARDA: ¿Y adónde
está?
MARCELO:
Se ha casado
contra mi
gusto este día
para mí
tan desdichado.
Huyendo
a mí me persigo
por no ver el casamiento
tan
infelice que os digo,
que es
envidioso tormento
la gloria
de un enemigo.
Eslo
mío el desposado,
y pues
ella se ha casado
contra el
mandato de Dios,
gozad de sus joyas vos
que así me habéis consolado.
LISARDA:
¿Consolado? ¿En qué?
MARCELO: En pensar
que se ha
podido llamar
más
desdichado que yo
vuestro
padre, que engendró
hijos para
saltear.
LISARDA:
(Quitarte el consuelo puedo
Aparte
si la
máscara me quito).
La
libertad os concedo,
y adiós.
BEATRIZ: Él
sea bendito;
que ya respiro sin miedo.
GIL: Espera,
que me has de dar
la mano.
Tómale a LEONOR la mano
LEONOR: Mi
vida es breve
si me la
quiere cortar.
GIL: Sangre,
leche, grana y nieve
el cielo
quiso mezclar
en
estas manos.
LEONOR:
¡Ay cielos!
Temblando
estoy.
GIL:
(Yo, encendido, Aparte
tocando
estos dulces hielos.
¡Qué
ignorante que he vivido
de amor, de favor, de celos!
Pero ya empiezo a saber
que es
peregrina criatura
para el
gusto la mujer.
Con razón
por su hermosura
reinos se
saben perder).
LISARDA: ¡Vuelve!
MARCELO:
Si que vuelva el llanto.
LEONOR: ¡Don Gil,
amigo de Dios,
quitadnos
peligro tanto!
GIL: Por
cierto, dama, que vos
os
ofrecéis a un buen santo.
MARCELO: ¿Qué
quieres?
Pónese de rodillas LISARDA
LISARDA:
Que me perdones
tus
injurias, que me digas
blandas y
dulces razones
y cual
padre me bendigas.
BEATRIZ: ¡Oh, qué
benditos ladrones!
MARCELO: Ya que
con sano consejo
pides
bendición a un viejo,
Dios de
esta vida te saque,
Él te
perdone y se aplaque
que
perdonado te dejo.
Bendícela y vanse
GIL: No es
bendición, sino error,
la que pediste y te ha dado;
porque
para el pecador,
mientras
gusta del pecado,
no hay
otra vida mejor,
¿o
vives arrepentida?
LISARDA: Lejos
estoy de ese estado;
mas, bien
es que el perdón pida
para
tenerlo alcanzado
cuando
mudare la vida.
GIL: En el
poder de don Diego
te juzgan.
LISARDA:
Muerto lo llama.
GIL: ¿Cómo?
LISARDA:
Hoy pienso poner fuego
a su bosque y a la fama
vendrá, y
mataréle luego.
GIL: Con
mucho rigor salteas
si a tus
padres no perdonas.
LISARDA: Imito,
como deseas,
a las
fieras Amazonas
pero no al
troyano Eneas.
Abre
el cofre, ven las joyas
GIL: ¿Qué
joyas son?
LISARDA:
No pequeñas.
GIL: ¿Y éste?
LISARDA:
Retrato ha de ser
de mi
hermana.
Tome el retrato
GIL:
El sol me enseñas.
LISARDA: La caja
quiero esconder
entre
estas ásperas peñas.
Vase LISARDA con el cofre
GIL: Amor,
el alma abrasada
con vida
esperanza viva;
que podrás
dársela viva,
pues hoy
se la das pintada.
El alma
tuya se nombra
con
amorosos desmayos;
mas, ¿qué efecto harán tus
rayos
si así me ciega tu sombra?
Leonor,
mi pecho se abrasa,
tu gloria
he de pretender;
que la
peste pienso ser
de las
honras de tu casa.
Gozar
pienso el bien que veo,
pues lo
llegué a desear;
que no me
han de condenar
más las
obras que el deseo.
Si la intención y el afe[c]to
condenan
al pecador,
por gozar
de ti, Leonor,
daré el
alma.
Sale el demonio, vestido de galán,
y llámase ANGELIO
ANGELIO:
¡Yo la ace[p]to!
GIL: (Después
que a este hombre he mirado Aparte
siento
perdidos los bríos,
los huesos
y labios fríos,
barba y
cabello erizado.
Temor
extraño he sentido.
Alma,
¿quién hay que te asombre?
¿Cómo temes tanto a un hombre
si al
mismo Dios no has temido?)
ANGELIO: No
temas, don Gil. Espera.
GIL: Di, ¿quién
eres?
ANGELIO:
Soy tu amigo,
aunque he
sido tu enemigo
hasta ayer.
GIL:
¿De qué manera?
ANGELIO: Porque
imitándome vas;
que en
gracia de Dios me vi
y en un
instante caí
sin que
pudiese jamás
arrepentirme.
GIL:
¿Y te llamas?
ANGELIO: Angelio, y
vivo espantado
de lo poco
que has gozado
gusto de juegos y damas.
Si predestinado estás,
la gloria
tienes segura;
si no lo
estás, ¿no es locura
vivir sin
gusto jamás?
Si
aprender nigromancía
quieres,
enseñarla puedo;
que en la
cueva de Toledo
le
aprendí, y en ésta mía
la
enseño a algunos. ¡Qué ciencia
para vicio
infinitos,
corriendo
los apetitos
sin freno
de la conciencia!
Si a
los infiernos conjuras,
sabrás
futuros sucesos,
entre
sepulcros y huesos,
noche y
sombras oscuras.
En todos cuatro elementos
verás extrañas señales,
en las plantas, animales
y celestes movimientos.
Tu gusto será infinito,
son vida
libre y resuelta
seguirás a
rienda suelta
los pasos
de tu apetito.
Y, pues que tienes amor
a Leonor, aunque es incesto,
haré que la goces presto.
GIL: ¿Que adoro
a doña Leonor
has
sabido?
ANGELIO:
Y no imagines
que en lo
que toca a saber
me pueden a mí exceder
los más altos querubines.
GIL: Tengo a
tu ciencia afición.
Yo
aprenderé tus lecciones.
ANGELIO: Guardando
las condiciones
con que las
deprendí.
GIL: ¿Y son
ANGELIO: Que del
mismo Dios reniegues,
y haciendo
escrituras firmes
de ser mi
esclavo, las firmes
con
sangre, y la crisma niegues.
GIL: Alma,
si hay alma en mi pecho,
hoy tu
salvación se impide.
Poco pide,
pues me pide
lo que
casi tengo hecho.
Dejando
la buena vida,
perdí el
alma. Pues, ¿qué espero,
si por
hallar lo que quiero
doy una
cosa perdida?
Si son
tres las ocasiones
con que
ofendí a Dios eterno,
ya tengo
para el infierno
bajados
tres escalones.
Otro,
con algún disgusto,
se da
muerte o desconfía,
y así
viene a ser la mía
desesperación de gusto.
Digo
que haré lo que ordenas;
pero has
de darme a Leonor.
ANGELIO: ¡Ah,
discípulos!
Salen dos, en hábitos de ESCLAVOS
ESCLAVO 1:
¿Señor?
ANGELIO: Sangrad a
don Gil las venas,
porque
a ser mi esclavo empieza.
GIL: Yo a ser
discípulo voy.
ANGELIO: No te
pese, porque soy
de mejor
naturaleza.
Meten a don GIL los ESCLAVOS, queda ANGELIO,
sale LISARDA
LISARDA: Junto a
una fuente que espejo
de
cristales y diamantes
es del
sol, dos caminantes
robados y muertos dejo.
Relámpago fue, y ensayo
de mi colérico fuego;
pero el
matar a don Diego
será la
verdad y el rayo.
Probar
quise mi valor;
mas, ¿cómo
no he de ser fuerte
en la
ajena, si a mi muerte
tengo perdido
el temor?
Cazadora de hombres soy,
fieras de
otro nombre indinas.
Yo colgaré en las encinas
humanos despojos hoy.
Serán silvestres picotas,
tanto que
a decirnos muevan
que ya las encinas llevas
cabezas y
no bellotas.
Ve la visión del demonio que asoma, y dice
¡Jesús! ¿De qué ha procedido
tan
prodigioso temor?
¿Adónde
están el valor
y
arrogancia que he tenido?
Sólo a
un hombre tanto temo;
que ni es
monstruo ni gigante.
Pasar no
puedo adelante,
espantada
con extremo.
La
muerte le quiero dar.
Apúntale la escopeta
ANGELIO: No tienes
que prevenir
que si no
puedo morir,
¿cómo me
podrás matar?
LISARDA: ¿Viste
un hombre?
ANGELIO:
A un hombre vi
que no ha
de ser hombre más.
LISARDA: ¿Qué ha de
ser?
ANGELIO:
Tú lo verás.
Salen los ESCLAVOS y sacan a don GIL, hecho esclavo
con "ese" y clavo
¿Firmó la
escritura?
ESCLAVO 1: Sí.
LISARDA: ¿Quién
habrá que a don Gil vea
que no se
admire? ¿Qué es esto?
GIL: Yo a
servirte estoy dispuesto.
ANGELIO: Esta
cédula se lea.
Lee el papel
GIL: Si
aprendo la sutil nigromancía
que el
católico llama barbarismo,
y
excediendo las fuerzas de mí mismo,
gozare de
Leonor un breve día,
digo
yo, don Gil Núñez de Atoguía,
sin temor
de las penas del abismo,
que
reniego del cielo y del bautismo,
perdiendo
a Dios la fe y la cortesía.
Su
nombre borro ya de mi memoria,
tu esclavo
para siempre quedo hecho,
por gozar
de esta vida transitoria,
y
renuncio el legítimo derecho
que la
iglesia me da para la gloria
por la puerta que Dios abrió en su pecho.
Así lo
otorgo.
ANGELIO:
Pues, ea,
maten hombres esas manos
porque entre cuerpos humanos
la primer lección se vea.
Esta
cueva es el asilo
y allí en
sus negros altares
llorarás
los que matares
como suele
el cocodrilo.
Vanse. Quedan
don GIL y LISARDA
LISARDA: ¿Qué
traje es éste?
GIL: De esclavo,
que he
dado mi libertad
por una
curiosidad
que te
encarezco y alabo.
Aprendo
nigromancía
que en
esta cueva me enseña.
LISARDA: No es
curiosidad pequeña.
Yo también
daré la mía.
Contigo
la aprenderé.
GIL: Guardan
ciertas condiciones.
LISARDA: Si
Mongibelos me pones,
por sus llamas pasaré.
GIL: De Dios has de renegar.
LISARDA: Harélo una
vez y dos.
GIL: Y de la
madre de Dios.
LISARDA: Eso no
podré otorgar.
GIL: Pues,
¿no es más Dios?
LISARDA: Sí, más es;
mas si a
los dos niego agora,
¿quién
será mi intercesora
si me
arrepiento después?
GIL:
Apréndela, tú, sin miedo
del que la
vida te dio;
que no soy
demonio yo;
que
arrepentirme no puedo.
(Y en
tu loca juventud Aparte
la suerte
quisiera darte;
pero es
virtud el matarte
y
aborrezco la virtud).
LISARDA;
Pecadora y ciega soy
y espero
hacer penitencia
aunque mi
enferma conciencia
dice que
mejor es hoy.
GIL:
Espérate para luego
volverte a
inflamar en ira.
(Con la
verdad y mentira Aparte
que la
dije de don Diego
quiero
ocasiones buscar
en que
usar del vicio nuestro;
pues he
hallado maestro
para
enseñarme a pecar).
Vanse, y salen don SANCHO y FABIO de labradores
FABIO:
¿Podráte conocer?
SANCHO:
Es imposible;
que no me
vio Marcelo en muchos años.
FABIO: ¿Y si te
extrañan los de aquesta aldea?
SANCHO: No
importa. Pensarán que en las entrañas
moramos.
FABIO:
¿Qué pretendes?
SANCHO: El alma noble
de esta
Leonor que ya robó la mía.
FABIO: Lisarda no ha venido con su padre.
SANCHO: Ya yo lo
supe. No sé qué es la causa.
¿Si es
muerta, si es casada?
FABIO: Todo es uno;
mas todos
están tristes y sospecho
que es
muerta. Hoy lo sabré.
Salen don DIEGO y DOMINGO de labradores
DIEGO: Calla,
Domingo.
No me
aconsejes; que me abrasa el alma
el amor de
Lisarda.
DOMINGO:
¿Y qué es tu intento?
DIEGO: Robarla.
DOMINGO: Ya
pudiste, y como necio
dormido me
dejaste y te acogiste.
No sé si
miedo fue.
DIEGO:
Fue celo bueno.
Procura el
amistad de los villanos;
que
introducido yo una vez entre ellos
y el
rostro recatado de Marcelo,
ocasión
buscaré para mi intento.
DOMINGO: Manténgaos
el Señor.
FABIO:
Sí, que es buen amo
y a todos
nos mantiene.
DOMINGO: ¿Habéis ya visto
el señor
del lugar?
FABIO:
Vístole habemos.
DOMINGO: ¿Y a las señoras?
FABIO:
Sólo trajo una
que es
Leonor.
DOMINGO:
¿Y Lisarda?
FABIO: Creo que es
muerta.
DOMINGO: Pues, mal
te haga Dios, así lo dices.
¿Oyes
esto, señor?
DIEGO:
Oigolo, y creo
que así
debe de ser porque Marcelo
la habrá
muerto por no verla casada
conmigo. ¡Viejo cruel! ¡Triste don Diego!
DOMINGO: Ninguno de
esta casa me conoce.
Informarme
podré. Escóndete presto;
que salen
a este prado.
SANCHO: Ésta es la gloria
que pienso
conservar en mi memoria.
Salen MARCELO, LEONOR, y BEATRIZ. MARCELO, un gabán
puesto, y un MÚSICO
MARCELO: Mucho
agradezco el deseo
que
muestras tú de alegrarme.
Cantad
mientras de este campo
gozo de
los frescos aires.
MÚSICO:
"Escucha, Lisarda, ausente
de
aquestos amenos valles,
más que
Anajarte crüel,
y más
ingrata que Dafne.
Al pastor
que te adoraba
trocaron
tus libertades,
y a
Gerarda llama dueño
que en
perfección es un ángel."
DOMINGO: Señor
Marcelo, pescudo,
¿cómo a
este prado no sale
nuesa
señora Lisarda?
MARCELO: No la nombres. No me mates.
Lágrimas vierten mis ojos
si de ella me acuerdo.
DIEGO: (Sangre Aparte
fuera
mejor. Ello es cierto.
Mi mal y
desdicha es grande).
MÚSICO: "Con
justa razón te olvida,
pues no
supiste estimarle
y ha
mejorado de gusto
siendo de
Gerarda amantes."
SANCHO: Dame
licencia, señora,
que
mientras cantan te hable.
LEONOR: Ya te
conozco, don Sancho.
SANCHO: Amor
atrevidos hace.
MÚSICO: "Con
menosprecio y olvido
es justa
razón que paguen
a quien no
estima las obras
ni
agradece voluntades."
DIEGO: Pregunta
claro si es muerta.
DOMINGO: Mis pescudas
no te cansen.
¿Murió
Lisarda?
MARCELO:
Ya es muerta
en esta
casa.
DOMINGO:
¿Escuchaste?
Que en
esta casa murió
me ha
dicho.
DIEGO:
(¡Ay, hermosa mártir, Aparte
vida
inocente, alma noble,
viejo
tirano, mal padre!)
Matarle
quiero y vengarla.
DOMINGO: Más sano
será que calles.
DIEGO: Loco
estoy.
DOMINGO:
Mira que estamos
entre villanos cobardes
y son muchos.
DIEGO:
Ella ha muerto.
Domingo,
mi mal es grande.
DOMINGO: Soy
Domingo, y tus desgracias
me van
convirtiendo en martes.
Vanse don DIEGO y DOMINGO
MÚSICO: "En
el jardín del amor,
entre
verdes arrayanes,
duerme
Gerarda al rüido
de
fugitivos cristales."
SANCHO: No te
ofendo si te adoro.
Mira,
Leonor, que no es fácil
vencer una
inclinación.
LEONOR: Podráse
ofender mi padre;
podráse
ofender mi honor.
Mira, don
Sancho, qué haces;
que puedo
ser murmurada
si estás
aquí en este traje.
Sale CONSTANCIO, labrador
CONSTANCIO: Señor, si de tus vasallos
sientes las desdichas grandes,
siente y remedia la mía;
que la tendrás por notable.
A las
fuentes de esa sierra
subí yo
con dos zagales
y mi hija
cuya boda
fuera
mañana en la tarde.
¡Nunca a
la fuentes subiera!
Que otras en mis ojos naces
que correrán mientras dure
mi vida
caduca y fácil.
Salieron
cuatro ladrones,
crüeles
como cobardes,
que entre
esos montes soberbios
no vistos
insultos hacen
y a Lísida
me robaron.
Mira si es
razón que bañen
con
lágrimas estas canas
ojos que
ven cosas tales.
Un esclavo
es capitán
de aquella
cuadrilla infame,
y
aficionóse de verla.
¡Cegaran
sus ojos antes!
Viéndose
presa y forzada,
daba
gritos, aunque en balde,
cual cabritillo que bala
por las
ubres de su madre.
MARCELO: Mi mal
renueva esa historia.
Sucesos son semejantes.
LEONOR: Mis joyas robaron ésos.
SANCHO: ¡Qué eso
me encubras y calles!
¿A ti, que
las almas robas,
se
atrevieron? A buscarles
tengo de
ir en tu servicio.
Con su
muerte he de obligarte.
Labrador,
si en esta aldea
alguna
gente juntases,
yo buscaré
los ladrones.
No hayas
miedo que se escapen.
LEONOR: Habrá muchos que te sigan.
CONSTANCIO: Yo también pienso ayudarte.
SANCHO: Con tu
licencia, señora,
ir pienso.
LEONOR: Merced me haces.
¿Quién es este labrador
forastero
y de buen talle?
FABIO: De aquesta
cercana aldea,
hombre de
bien y tu amante.
Vanse
los labradores
LEONOR Basta ya, prosigue tú
en cantar aquel romance
que gusto
me dio.
BEATRIZ:
Otro tono
podrá
decir que te agrade.
Cante el músico algo, y salen don Sancho,
PRÍNCIPE de Portugal, y don RODRIGO, criado suyo,
de camino
PRÍNCIPE: Esta
voz he de escuchar
mientras
hierran los caballos.
RODRIGO: El señor
de estos vasallos
es éste.
LEONOR:
Torna a cantar.
PRÍNCIPE: ¡Ah,
don Rodrigo!
RODRIGO: ¿Señor?
PRÍNCIPE: ¡Gran mal hay!
RODRIGO:
Dame tristeza
que eso
digo vuestra alteza.
¿Qué mal
siente?
PRÍNCIPE:
Mal de amor.
¿Has
visto rostro más grave,
color más viva y perfeta,
más señales de discreta,
habla más
viva y süave?
Muerto
soy, y no me espanto.
Sin causa
serpiente he sido
pues que
no cerré el oído
a las
voces de su encanto.
BEATRIZ: Dos
forasteros atentos
a la
música han estado.
LEONOR: Y uno de
ellos me ha robado
más de
cuatro pensamientos).
MARCELO: A
Coímbra pasarán.
LEONOR: (¡Buen
talle!) ¿Cómo parece, Aparte
caballero?
PRÍNCIPE: Él
lo merece.
LEONOR: Los
soldados aquí están.
Tocan
una caja, salen todos los villanos que pueden,
don
SANCHO de capitán y villano, FABIO de alférez,
y los
demás
SANCHO: Marchen
en concierto.
RODRIGO: Tío,
¿quién es
padre de esta dama?
SANCHO: Éste, y
Marcelo se llama
de Noroña.
PRÍNCIPE:
Deudo es mío.
RODRIGO: Y
decidme, ¡adónde van
armados
estos garzones?
CONSTANCIO: A prender unos ladrones.
PRÍNCIPE: No es mal hecho el capitán.
SANCHO: Acá les traigo el alarde.
Sus bendiciones le den.
LEONOR: Todo os
suceda muy bien,
y el
cielo, Sancho, te guarde.
MARCELO: ¿Sancho
te llamas?
SANCHO: Señor,
uno
Sancho, otro Pascual.
LEONOR: Y Sancho
de Portugal.
SANCHO: Mejor
dirás "de Leonor."
Del
dueño el nombre se toma,
tuyo soy,
y lo confiesa
el ánimo,
aunque esta empresa
no de
César ni de Roma.
No voy
con valor profundo,
ni con
griegos estandartes,
a
conquistar las tres partes,
como
Alejandro segundo.
Voy a
cobrar los despojos
y tú el
ánimo me pones;
pero, ¿quién busca ladrones
si están
presentes tus ojos?
(Mas,
¿a quién están matando Aparte
tan
divertido y atentos?
¡Ay,
celosos pensamientos,
al
Príncipe está mirando!
¿No es
éste don Sancho, cielos,
Príncipe
de Portugal?
Déjeme en
paz con mi mal
sin darme
muerte de celos.
¿Dónde
va si no ha venido
a ver el
sol que me admira?
¡Con qué
atención que la mira,
y ella en
él se ha divertido!
Quiero
sufrir y callar).
¡Ah,
ingrata, de celos muero!
¿Qué
miras?
LEONOR:
Un forastero
convida
siempre a mirar.
No es
bien que ingrata me llames.
¿Qué favores te he quitado?
SANCHO: Los que pido y no me has dado.
LEONOR: Si
consiento que me ames,
favores
son cortesanos.
CONSTANCIO: Vamos, capitán, que es tarde.
SANCHO: Bueno, voy
haciendo alarde
de celos y
de villanos.
Vanse los del escuadrón
PRÍNCIPE: Merece
que la veamos.
Yo he
mitigado el cansancio.
Don
Rodrigo, di que a espacio
hierren,
que todos erramos.
Sale RISELO
RISELO:
Perdóname las nuevas desdichadas
que
traigo.
MARCELO:
Ya están hechos mis oídos
a
desdichas. ¿Qué son?
RISELO: Muerta es Lisarda.
Don Diego
la mató sin duda alguna.
MARCELO: ¿Cómo lo
sabes?
RISELO:
Como en ese campo
él mismo
dice a voces, "Sepan todos
que a
Lisarda mató quien aborrece
su
sangre." Y como loco a todos dice,
"Lisarda es muerta; ya murió
Lisarda.
Quien su
sangre aborrece le dio muerte."
MARCELO: Él es el
que mi sangre ha aborrecido.
Un hijo me
mató y robó una hija.
Y en vez
de desposarse me la ha muerto.
Por tálamo le dio la sepultura,
y por
darme dolor vino a decirlo.
Paciencia
me ha faltado. Iré a la corte
y al rey
me quejaré de estos agravios.
PRÍNCIPE: Yo podré
remediar vuestra desgracia.
¿Quién es el ofensor?
MARCELO: Mi mal es tanto
que
aliento no tendré. Díselo, hija;
que
referido el mal siempre se alivia.
LEONOR: ¿Quién sois, señor, que remediar desdichas
podéis?
PRÍNCIPE: Un
cortesano que pudiera
dar cuenta
al mismo rey.
LEONOR: (Y que ha
podido Aparte
mitigar el
dolor que me ha causado
la muerte
de mi hermana).
BEATRIZ:
¿Y dónde bueno
vais por
aquí?
PRÍNCIPE:
Corriendo voy la posta
para ver a
don Gil, un hombre santo,
canónigo
en la iglesia de Coímbra,
a pedirle
que ruegue a Dios que sane
a mi padre
que está en mucho peligro,
y es
persona que importa en estos reinos.
Éste es,
señora, el fin de esta jornada;
mas,
después que os miré, salir no puede
de este
lugar con libertad mi alma,
que al mismo Amor matar podéis de amores.
LEONOR: Muy sin
crédito están vuestros favores.
Sale don SANCHO, vestido de labrador
SANCHO: (Si ha
conocido Leonor Aparte
quién es
el que la miraba,
mi
esperanza y bien se acaba;
que le ha
de cobrar amor.
El alma
traigo abrasada).
LEONOR: Capitán,
¿dónde volvéis?
SANCHO: A pediros
que nos deis
insignia
en esta jornada;
una
banda, cinta o toca
que siendo
vuestra, ¡pardiobre!,
que lleve
fuerza de robre.
(Poco he
dicho, --de una roca). Aparte
PRÍNCIPE: Si un
rústico labrador
te estima
tanto, y adora,
¿cómo no
ha de amar, señora,
quien
conoce tu valor>
(Ninguno me ha conocido).
Aparte
SANCHO: ¿No suelen
los cortesanos
dar celos a los villanos?
PRÍNCIPE: Luego, ¿celos has tenido?
SANCHO: Al paso que tengo amor.
PRÍNCIPE: ¿Amas
mucho?
SANCHO:
Amando muero.
PRÍNCIPE: Pues yo
seré tu tercero.
Dadle,
señora, un favor.
Vaya a
esta empresa contento.
SANCHO: Hed lo que
el señor os manda.
LEONOR: Echadle al
cuello esta banda
si
gustáis.
Quítase una banda y dásela
al PRÍNCIPE
SANCHO:
Más es tormento
que
merced, la que me ha hecho,
si viene
por mano ajena.
PRÍNCIPE: Labrador,
la banda es buena.
SANCHO: Así me
hará buen provecho.
BEATRIZ; Espero
entre aquestos ramos.
¡Que le ha
dado ocasión
de tener
una cuestión!
LEONOR: Mal he hecho. No más vamos.
Pónense LEONOR y BEATRIZ aparte
PRÍNCIPE: Mucho
la banda te vale,
pues te
doy este diamante
por ella.
SANCHO:
Soy gran amante;
no hay
tesoro que la iguale.
PRÍNCIPE: Deja es
necia porfía.
SANCHO: No ando en
esto necio yo.
PRÍNCIPE: ¿No ves
que el dártela o no
de mi
voluntad pendía;
que si
gustaba la diese
dijo el dueño. Y así es justo
que, si de darle no gusto,
me la
lleve aunque te pese.
LEONOR: Valor
muestra el forastero.
BEATRIZ: Reñir tienen. Mal hiciste.
SANCHO: Tú para mí
la quisiste.
PRÍNCIPE: Pues, [ya]
dártela no quiero.
Eres un
necio.
SANCHO:
Discreto,
si a necio
aquí correspondo,
yo sé por
qué no respondo.
LEONOR: ¿Esto es
miedo o es respeto?
BEATRIZ: ¿Por
qué le ha de respetar?
Es miedo,
y no se ha atrevido.
Claro
está.
SANCHO:
(Yo soy perdido. Aparte
No me sé determinar.
Si
pierdo la banda, pierdo
una prenda
de favor.
El
príncipe es mi señor,
si le
ofendo no soy cuerdo.
Si la
dejo, por cobarde
mi dueño
me ha de tener,.
¿Si me
dejo conocer?
¡No hay
quien fe en amores guarda!
No vi
confusión igual.
Estando
Leonor delante
o dejo de
ser amante
o dejo de
ser leal.
Así lo
remediaré).
Aunque yo
la banda espero,
no he de
reñir; que no quiero
reyertas
con su mercé.
Pero si
quieres mirar
si tengo
valor y brío,
désela a
aqueste judío
que yo la
sabré cobrar.
RODRIGO: Porque
este infame grosero
no me
tenga por cobarde,
deja,
señor, que la guarde.
PRÍNCIPE: No es
razón.
RODRIGO:
A un caballero
se la
das.
SANCHO:
Señor, señor,
que bien
se la puede dar.
PRÍNCIPE: No le
habéis de maltratar
sino
probar su valor.
RODRIGO Ya la
tengo. ¡Vesla aquí!
SANCHO: Pues yo le
prometo a Dios
que son
menester los dos
para
guardarla de mí.
Ásense los dos
LEONOR: ¡Como
estuve inadvertida
en la
locura! ¿Qué he hecho?
SANCHO: Quitaros
tengo del pecho
o la banda
o vuestra vida.
PRÍNCIPE: No es
villano este valor;
sin duda
que es caballero
y aun yo
conocerle quiero.
BEATRIZ: Es
valiente; tiene amor.
RODRIGO: Demonio
es este aldeano;
la banda
le dejo.
SANCHO:
Así
podéis
libraros de mí.
BEATRIZ: Ya trae la
banda en la mano.
SANCHO: Así
cobro lo que es mío.
PRÍNCIPE: Yo la
pienso restaurar,
y conmigo
has de mostrar
segunda
vez ese brío.
SANCHO: Tengo
reverencia y fe
a tu talle
y tu valor,
y así de aqueste favor
humano mártir seré.
Tomad, señor, la
mitad,
y en hacer
esto os enseño,
que, como
soy, con su dueño
parto yo
la voluntad.
BEATRIZ: ¡Don
Sancho de Portugal!
LEONOR: Gran
respeto le ha tenido;
sin duda
le ha conocido
y es
persona principal.
SANCHO: Da tus
favores, ingrata,
con más
prudencia otro día.
PRÍNCIPE: (Él me
vence en cortesía Aparte
y ella de
amores me mata).
Vanse. Sacan don GIL y los esclavos a don DIEGO y
DOMINGO,
atado y medio desnudos
DIEGO:
Bandolero, ladrón, esclavo noble,
cualquiera
que tú seas, ¿qué te mueve
a
prenderme? ¿No basta que el dinero
me
quites? ¿Y la ropa?
DOMINGO: Ilustre
esclavo y capitán valiente
de estos
ministros, émulos de Caco,
¿en qué el
pobre Domingo te ha ofendido?
Déjame
vivo, y más, que vaya en cueros.
GIL: Atadlos a esos robles.
DIEGO: (Yo me acuerdo Aparte
de unas
palabras de don Gil el santo,
tan fuertes y eficaces que volvieron
mi pecho. El de éste moveré con ellas).
"Amigo, si enfadaran mis
consejos,
es buena
la intención, perdona, y mira
que Dios
rompe la paz y enojo toma
contra el
hombre que ofende sus criaturas.
Huye el
mal, busca el bien,
que es la
edad corta,
y hay muerte, y hay infierno,
hay Dios y gloria."
GIL: (Las
últimas razones de mi vida Aparte
aquéllas
son, que ya mi vida es muerta).
DIEGO: "Si
hay número en pecar determinado,
¿qué sabes, si te falta darme
muerte
para ser
condenado eternamente?
Huye el
mal, busca el bien,
que es la
edad corta,
y hay muerte, y hay infierno,
hay Dios y gloria."
GIL: (Esa
doctrina prediqué en un tiempo. Aparte
Moví con
ella un pecho de cristiano;
mas yo me
obstino más, que soy demonio.
Queden
atados, a Lisarda busco,
porque
muerte le dé su mano propia).
Vanse. Quedan
atados don DIEGO y DOMINGO
DIEGO: Vivos nos
dejan, ¡oh, palabras santas!
Al fin son
de don Gil esas razones.
DOMINGO: Desátame,
señor, primero y luego
desataréte
a ti.
DIEGO:
¿Qué dices, necio?
DOMINGO: Como estoy
a la muerte desvarío.
San
Sebastián parezco de azabache.
Quiera
Dios que no lleguen las saetas.
Sale LISARDA
LISARDA: (La
fábrica del mundo comparada Aparte
con la
celeste máquina en su punto,
y la
gloria del hombre, es un trasunto
de la
angélica empresa derribada.
Parece
la presente edad pasada,
si la
eterna de Dios contempla junto,
y al fin
de largos años ve difunto
el cuerpo,
envuelto en humo, en sombra, en nada.
La
vida, el mundo, el gusto y gloria vana,
son junto
nada, humo, sombra y pena.
Del alma
que es eterna el bien importa;
pues,
¿cómo una mujer, siendo cristiana,
se opone
contra Dios y se condena
por el
gusto que da vida tan corta?)
DOMINGO: Si
tenéis necesidad,
gentilhombre, de un cordel,
yo os haré
servicio de él.
Aquí le
tengo. Llegad.
DIEGO: Tened
piedad, caballero,
de una
extraña tiranía.
DOMINGO: No repare
en cortesía.
Desáteme a
mí, primero.
LISARDA: Aquesta
ocasión se opone
a mi buena
pretensión.
Pónese la mascarilla
DOMINGO: También es
éste ladrón;
que la
máscara se pone.
LISARDA: (Al fin
ha venido a ver Aparte
su castigo
entre mis brazos.
¿Si es don
Diego, si son lazos,
para qué
torne a caer?
Ya
vuelvo a la oscuridad.
No me
quiero arrepentir.
Vela he
sido que al morir
muestra mayor claridad.
Don Diego es. ¡Ingrato, muera!
Navegante
soy que a nado
salí del
mar del pecado
y me
anegué a la ribera).
¡Muere,
traidor!
Apunta a don DIEGO y no dispara
DOMINGO:
¡Santo Dios,
socorred
en tanto mal!
No dio lumbre al pedernal
Sancte
Petre, ora pro nos.
Pues
que no hay santo lacayo
que me
libre de este fuego,
válgame un
santo gallego.
Socorredme
vos, San Payo.
DIEGO: Piedras
me están perdonando,
y tú en
matarme, ¿qué medras?
LISARDA: Si te
perdonan la piedras,
piedra
soy, y así me ablando.
Perdón
te pido, y confío
que así a
Dios obligaré,
de modo
que le podré
pedir perdón por el mío.
Enemigos importunos
tuvo Dios,
y perdonó,
y en esto
ser Dios mostró
más que en
milagros y ayunos.
Y pues
que me pecho sabe
en la ley
de Dios glorioso
hacer lo
dificultoso,
mejor hará
lo süave.
DIEGO: ¿Quién
eres?
LISARDA:
Decir pudiera
el que más
has perseguido.
DIEGO: A ser
quien más he ofendido,
que eras Lisarda dijera.
Pero yo
no te he ofendido;
que no te
he visto jamás.
LISARDA: Toma, que
desnudo estás.
Busca a
quien comprar vestido.
Toma.
Dale una sortija
DIEGO:
Por favor del cielo
tomo la
vida y las prendas.
¿Qué me
mandas?
LISARDA:
Que no ofendas
cosas
jamás de Marcelo.
DIEGO: Soy tu
esclavo hasta la muerte.
Cumpliré
tu honrado gusto.
DOMINGO: ¿Por
ventura soy el justo
sobre
quien cayó la suerte?
¿He de
morir?
DIEGO:
No.
DOMINGO: Sospecho
que al
árbol estoy pegado.
DIEGO: Confuso
voy y admirado
de quién tanto bien me ha hecho.
Vanse y queda LISARDA
LISARDA: Ya,
Dios santo, me dispongo
por
serviros a morir,
aunque lo
quiera impedir
el
infierno a quien me opongo.
Sale LÍSIDA, pastora destocada
LÍSIDA: Una
desdichada ampara
que de la
muerte se ha huído
y su honra
ha detenido
tan a
costa de su cara.
Sin
aliento y fuerzas hablo.
Un esclavo
me prendió
que en los
hechos pareció
que era el
esclavo del diablo.
Forzarme quiso y vencer
mis
pensamientos honrados,
pero a
gritos y bocados
me he
sabido defender.
Con
Dios no llevo deshonra;
mas lloro,
y el alma siente
que en mi
lugar, con la gente,
en duda
tengo la honra.
Pobre soy, y habrá quien note,
pues tan desdichada he sido,
que el honor llevo perdido
sin
hacienda, cara y dote.
LISARDA: Dignos
tus intentos son
de
alabanza; digo que eres
confusión
de las mujeres
y mi
propia confusión.
Tanta
envidia te he tenido
que me trocara por ti.
En tu
peligro me vi;
faltó el
valor. Fui vencido.
(Pero
llevando esta pena Aparte
puede ser
mi dicha harta;
que si
aquésta ha sido Marta,
yo puedo ser Magdalena).
Lágrimas al cielo ofreces
y el cielo
dote te dio;
que no es
bien que goce yo
lo que
sola tú mereces.
Unas
joyas te daré
que en una
caja pequeña
en guarda
di a aquesta peña.
LÍSIDA: Gran
limosna, grande fe.
Saca de una peña el cofre de las joyas
LISARDA: Era
esta caja que enseño
de una
honrada desposada;
mas dejó
de ser honrada
y ha
menester otro dueño.
Toma y
ves allí el camino.
Ya vas
segura al lugar.
LÍSIDA: Los pies
os quiero besar
por hecho
ten peregrino.
Vase LÍSIDA, y sale ARSINO, labrador
ARSINO: ¿No respetáis a la edad
ni a la
pobreza, ladrones?
LISARDA: Dios me da
estas tentaciones
para
moverme a piedad.
¿Qué
tenéis, buen hombre?
ARSINO: Vengo
de
Coímbra, de la feria,
y ya lloro
la miseria
de unos
hijuelos que tengo.
Vendí
un poquillo ganado
en treinta
escudos, y aquí
un esclavo
salió a mí
y sin
ellos me ha dejado.
LISARDA: ¿Cuántos son los hijos?
ARSINO: Dos.
LISARDA: Esta
limosna he de hacer.
Yo mismo
me he de vender
en treinta
escudos, por Dios.
Nada me
queda que dar,
pero tu
esclavo he de ser
y me has de herrar y vender
al señor de este lugar.
Perdíme
no obedeciendo
y he de
ganarme obediente.
ARSINO: ¿Quién
habrá, señor, que intente
hacer lo
que est s diciendo?
LISARDA: Importa
a mi salvación.
ARSINO: Si al alma
importa, obedezco.
LISARDA: Señor,
desde aquí os ofrezco
un esclavo
corazón.
Vanse
FIN DEL ACTO SEGUNDO