ACTO TERCERO
Salen LEONOR y BEATRIZ
LEONOR: Yo te
confieso que me vi a peligro
de amar al
forastero.
BEATRIZ: ¿Ése es peligro?
LEONOR: ¡Y con
razón! Pues es el amor bueno
semejante
al de Dios, y el de los hombres
es amor
que se tiene a las criaturas;
que al fin
resultan de [él] celos, cuidados,
deshonras, inquietud y breves
gustos.
BEATRIZ: Ya sale mi
señor.
Sale MARCELO
MARCELO:
Hija y consuelo,
en los
trágicos casos de esta vida,
ya te he
dicho otra vez, aunque inclinada
a ser
monja, que importa que te cases,
y más,
faltando hoy de aqueste siglo
tu inobediente y desastrada hermana.
A don
Sancho esperamos cada día,
con quien
traté por cartas desposarla.
Tu habrás
de sucederla en el marido
pues la
sucedes en la noble casa.
Don Sancho
es caballero rico y noble
y dicen
que es discreto y de buen talle.
LEONOR: Siempre te
obedecí. Lo mismo digo,
y pienso
que don Sancho vendrá presto.
MARCELO: ¿Quién lo
dijo?
LEONOR:
Sospecha es ésta mía.
BEATRIZ: Ya viene
la villana compañía.
Suenan
cajas, sale[n SANCHO y] el alarde de los labradores,
sacan presos a don DIEGO y DOMINGO
SANCHO: Ya que a
la sierra por ladrones fuimos
y en ella
no prendimos los ladrones,
porque el
miedo los hizo fugitivos,
aquí
traigo, señor, al homicida
de la
bella Lisarda, cuyo caso
en el
camino supe. Haz de él justicia,
o remítelo
al rey. Tu injuria venga
aunque don
Diego se ha fingido loco
que es, a
veces, su fin tenerse en poco.
MARCELO: Como el
ave torna al nido,
el mozo al
primer amor,
y el agua
al mar desabrido,
así vuelve
el ofensor
a manos
del ofendido.
Delante
los homicidas
vierten
sangre las heridas,
y esto me
sucede a mí
si estoy
delante de ti;
que me has quitado dos vidas.
Mis hijos son otro yo,
y así agora que me viste
la sangre
me reventó,
porque el
homicida fuiste
que dos
veces me mató.
Dame,
falso, mi hija agora.
LEONOR: Ingrato,
dame a mi hermana.
BEATRIZ: Traidor,
dame a mi señora.
DIEGO: Dame tu
mano tirana
la mujer
que mi alma adora.
Dime,
¿qué Herodes judío,
qué
Virginio, qué Darío,
qué Manlio
y Bruto romano,
cuáles con
su propia mano
hicieron tal desvarío?
Tú eres
tu propio enemigo,
tú propio
le diste muerte
por no
casarla conmigo
porque el
cielo quiso hacerte
ministro
de tu castigo.
MARCELO: Loco se
nos finge ya.
Así
librarte no intente;
pero es
verdad. Claro está;
porque es
loco el delincuente
que a las
prisiones se va.
Pues
Dios Fortuna esta rueda
para que
yo vengar pueda
mis hijos, tu fin es cierto,
no por vengar los que has muerto
mas por guardar la que
queda;
que tu
condición tirana
por mi mal
he penetrado.
Así
volverás mañana
y si ahora
vas perdonado,
matarás a
la otra hermana.
DIEGO: Antes,
crüel, es más cierto
que si un
noble la desea,
tú por
quebrar el concierto
la matarás
en tu aldea
como a mi
Lisarda has muerto.
Viendo
tu sangre vertida,
no imitó
tu alma perdida
al
pelícano, que el pecho
sangra y
le deja deshecho
por dar a sus hijos vida.
Tú, fiera, ¡que el cielo
dome!
Atropos del tiempo estambre,
deja que
venganza tome.
Eres buho
que con hambre
sus mismo
hijos se come.
LEONOR: ¡En qué
locura que ha dado!
MARCELO: ¿Veis cómo
ha disimulado?
No te librarán
embustes.
DOMINGO: Aunque por
mí te disgustes,
tú propio
me lo has contado.
Tú la
mataste.
MARCELO:
¿Otro loco?
Enciérrense en esa torre
mientras
la justicia invoco
del rey.
DOMINGO: Si
Dios no socorre,
vivirá
Domingo poco.
¿Quién
me metió a mí en hablar?
LEONOR: ¿Cómo lo
puedes negar
con tus
locuras prolijas,
si traes
puestas las sortijas
de mi
hermana?
MARCELO:
Eso es triunfar
de su
vida y sus despojos.
¡Ah, pensamientos villanos!
Pues por darme más enojos
con anillos en las manos
me queréis sacar los ojos.
Ya confirmo tu maldad.
Ponedle en
una cadena,
que pienso
que es caridad
quitar una
vida ajena
de virtud.
DIEGO:
Llegad, llegad;
que
como perro rabioso
os desharé entre los dientes.
SANCHO: Loco se
finge, furioso.
MARCELO: Son embustes no accidentes.
DOMINGO: Tú eres perro, yo soy oso.
Defendámonos, señor.
MARCELO: Si es
cobarde el que es traidor,
sabrás defenderte tarde
que eres
traidor y cobarde.
DOMINGO: ¿Tal oigo?
SANCHO:
Es justo rigor.
Asidle
bien.
DIEGO:
¡Ah, villanos!
¿Sabéis
que soy quien merezco
respeto de
vuestras manos?
MARCELO: Llevadlos.
DOMINGO:
Cuervo parezco
combatido
de milanos.
¡Mal
hay tu necio amor!
DIEGO: Dame a mi
esposa, tirano.
MARCELO: Dame a mi
hija, traidor.
Métenlos dentro
SANCHO: Dame a
besarte la mano
por
reverencia y favor.
LEONOR: Yo la
diera, mas no quiero
que la
mano y voluntad
partas con
el forastero.
SANCHO: De un
favor di la mitad,
y tú se lo
diste entero.
LEONOR: Habla a
mi padre, porque
sepa quién
eres.
SANCHO:
No quiero
hasta
examinar tu fe.
LEONOR: ¿Qué
temes?
SANCHO:
Al forastero.
LEONOR: Tú te
enojas y él se fue.
Vanse. Quedan
LEONOR y MARCELO. Salen ARSINO,
labrador, con
LISARDA, herrada en el rostro, en hábito de esclavo y
escrito en la
cara, "Esclavo de Dios"
ARSINO: Tu
crueldad ha sido rara.
LISARDA: No quiero
ser conocido.
Estando así
se repara
un yerro
que he cometido
con los
hierros de mi cara.
Un vida
errada y loca
he vivido
en edad poca,
y tendré
salud segura
si al modo
de calentura
me sale el yerro a la boca.
ARSINO: No es
posible conocerte
que tan
crüel has estado,
y te has
herrado de suerte
que el
rostro has desfigurado
como suele
hacer la muerte.
LISARDA: Llega
pues.
ARSINO:
Tendré obediencia.
LISARDA: (No me
deis a conocer, Aparte
mi Dios, y
haré penitencia).
ARSINO: En efecto
vengo a ser
el Judas
de tu inocencia.
Mi
señor, tan pobre vengo
de pleitar
la hacienda
de unos
hijos que mantengo
que me es
forzoso que venda
este
esclavillo que tengo.
Yo os
lo venderé barato
y os
holgaréis del contrato;
que aunque
el hierro es excesivo
ni es
ladrón ni es fugitivo,
que es humilde y de buen trato.
LEONOR: El
rostro tiene labrado
de
hierros, por vida mía,
que el
alma me ha lastimado.
MARCELO: Algunas
cosas haría
que son
dignas de este estado.
ARSINO: No está
así porque fue malo,
mas porque
malo no sea;
que a un
hombre de bien le igualo.
LEONOR: Cómpralo,
porque se vea
sin esta
cadena.
MARCELO:
Dalo
con
fïanzas, que es mejor.
ARSINO: Me excusa
de eso el valor.
MARCELO: Pues, ¿en
cuánto le darás?
ARSINO: En treinta
escudos, no más.
MARCELO: ¿Qué es tu
nombre?
LISARDA:
Pecador.
MARCELO:
Estimado en poco estás;
poco,
Pecador, valdrás.
LISARDA: Si este
precio valió un justo,
siendo
quien era, es injusto
que un
pecador valga más.
MARCELO: El esclavillo es discreto.
LEONOR: ¿Por qué te han herrado? Di.
LISARDA: Por lo
yerros que cometo.
LEONOR: Luego, ¿mal has sido?
LISARDA: Sí.
LEONOR: ¿Y ya?
LISARDA: No
serlo prometo.
LEONOR: ¿Qué
seguridad tendrás?
LISARDA: El
mejorarme de dueño.
LEONOR: ¿Hüiste?
LISARDA:
Una vez, no más.
LEONOR: ¿Fuiste
ladrón?
LISARDA:
No pequeño.
LEONOR: ¿Has de
serlo ya?
LISARDA:
Jamás.
LEONOR: Humilde
es; que su delito
nos
confiesa a ambos a dos.
MARCELO: ¿Qué tiene
en la cara escrito?
LEONOR:
Levanta. "Esclavo de
Dios"
MARCELO: Dueño
tiene infinito.
Don
temor te compraré
si eres de
Dios.
LISARDA:
Lo seré
si me
compras.
MARCELO:
Luego, ¿has sido
de otro?
LISARDA:
Quien libre ha vivido
esclavo de
Dios no fue.
LEONOR: ¿Qué
sabrás hacer?
LISARDA: Sufrir,
obedecer y callar.
MARCELO: Tres partes son del vivir.
BEATRIZ: ¿Sabrás
traer agua?
LISARDA: A faltar
la haré a
mis ojos salir.
MARCELO: Mío el
esclavillo es.
¿Qué haces?
LISARDA: Besar tus pies.
MARCELO: Levanta.
LISARDA:
Pasa por cima.
LEONOR: Grande humildad.
BEATRIZ: Me lastima.
LEONOR: Pecador, veme después.
Vanse. Salen don GIL y los dos ESCLAVOS
GIL: En los márgenes de flores
de estos arroyuelos claros
que ceban grillo de cristal
a los pies de robles altos
me parece que esperemos
que el sol sus ardientes rayos
templa, bordando las nubes
de
arreboles nacarados.
ESCLAVO 1: ¿Vienes
cansado?
GIL:
Me cansan
las
acciones del pecado,
no el
gusto de cometerle;
que en
éste siento descanso.
Tres labradores he muerto,
dos mujeres he forzado,
salteé diez pasajeros,
y he
aprendido dos encantos;
soy
discípulo en efecto
de buen
maestro, y esclavo
de buen
señor que a la vida
me enseña
caminos anchos.
ESCLAVO 2: Gente
pasa.
GIL:
Aunque el hurtar
no es
agora necesario,
tiene
fuerza la costumbre
nacida de
tantos actos.
Salen
el PRÍNCIPE y don RODRIGO
PRÍNCIPE: En esas verdes alfombras
que suelen servir de estrados
a los rústicos pastores,
pueden pacer los caballos
mientras con curso ligero
camina el sol al ocaso
haciendo
grandes las sombras.
GIL: Mayor es
vuestro cuidado.
¿Qué
gente?
PRÍNCIPE:
De paz.
GIL: ¿De dónde
venís los
dos caminando?
PRÍNCIPE: ¿Qué os
importa?
GIL:
Soy amigo
de saber,
y lo soy tanto
que siendo
ignorante libre,
quiero
saber siendo esclavo.
PRÍNCIPE: Pues de
aquesta mi jornada
brevemente
os diré el caso.
En la ciudad de Coímbra
vive un
canónigo santo
que es un
vaso de elección
como otro
divino Pablo.
Don Gil
Núñez de Atoguía
se llama,
y aficionado
a la
grande relación
de su vida
y sus milagros
quise
venir de Lisboa
sólo con
este crïado
a
visitarle, y en esto
fui devoto
y desdichado;
porque
llegando a Coímbra,
en
lágrimas desatados,
hallé los
ojos del vulgo,
porque era
común el llanto,
y es la
causa que don Gil
hoy ha
sido arrebatado
como fue
el profeta Elías
en otro
encendido carro,
o a
estrechar su penitencia
del mundo
se ha retirado;
que en
efecto no parece.
¡Suceso
adverso y extraño!
Desconsolado me vuelvo
a Lisboa,
donde aguardo
saber de
él para cumplir
esta
devoción que traigo.
GIL: Si a don
Gil hablar pretendes,
le
hallarás hecho ermitaño
de una
vida extraordinaria
entre esos
altos peñascos.
PRÍNCIPE: Deja que
por esa nueva
baje a besarte las manos;
dime
dónde, que en albricias
esta
cadena te mando.
GIL: Es ajena.
PRÍNCIPE:
¿Cómo? Es mía.
GIL: Derechos
son de este paso.
No te
espante, y oye atento
los milagros de ese santo.
Huye del
favor del cielo
perdiendo
el bautismo sacro;
roba a
todos los que pasan
y mata a muchos robados.
Mujeres fuerza y desea
juntamente.
PRÍNCIPE:
¡Calla, falso!
No ofendes
su santidad.
GIL: Pues con
él estás hablando.
No te
engañes; que en el mundo
es de fe
que ha de haber santos;
pero sólo
Dios penetra
los corazones
humanos.
Muchos
derribó Fortuna:
Pompeyo,
César y Mario,
Claudio,
Marcelo, Tarquino,
Mitrídates, Belisario.
Otros
levantó la misma:
Ciro,
Artaxerxes, Viriato,
Dario, Scila, Tamorlán,
Primislao
y Cincinato.
Unos bajan y otros suben
de estados humildes y altos;
lo mismo en los santos pasa
si no
están santificados.
Unos
tienen el principio
gran virtud; mas un pecado
los derriba; y otros son justos
que al principio fueron
malos.
En Salomón y en Orígenes
tenemos ejemplos raros.
Ambos sabios y ambos justos
y al fin
idolatraron.
De los otros son ejemplo
Magdalena, Dimas, Pablo,
y otros muchos. No te espantes
de verme a
mí derribado.
Muchos
milagros hicieron
que después
se condenaron,
y otros grandes pecadores
hicieron después milagros.
Hasta morir no hay seguro
en aqueste
mundo estado
porque
sólo Dios conoce
los que
están predestinados.
Un pecado llama a muchos,
porque es
cobarde, y en dando
puerta al
uno, está por tierra
el
edificio más alto.
Perdí la
gracia de Dios,
Él me
soltó de su mano,
y al fin
en aqueste monte
prendo,
robo, fuerzo y mato.
De santo
no quiero nombre.
Publica
este desengaño,
y porque
lo jures, deja
la cadena
y los caballos.
PRÍNCIPE: ¿Es posible?
¿Éste es don Gil?
RODRIGO: Señal da.
PRÍNCIPE:
¡Qué extraño caso!
Mira, don
Gil.
GIL:
No prediques.
PRÍNCIPE: Confuso
estoy y turbado.
GIL: Deje la
cadena o muera,
y váyanse
paseando;
que los caballos me importan.
PRÍNCIPE: ¡Que es
posible!
GIL:
Calla.
PRÍNCIPE: Callo.
Don
Rodrigo, ¿éste es sueño?
RODRIGO: Es
prodigio extraordinario.
Vanse el PRÍNCIPE y don RODRIGO
GIL: Dices
bien; que es prodigioso
un pecador obstinado.
Llevad los caballos luego
entre estas peñas, y en
tanto
divertiré
una tristeza
en las
flores de estos prados.
Vanse los ESCLAVOS, y sale ANGELIO que es el demonio
ANGELIO: No
tengas melancolía.
¿Por qué
con lágrimas bañas
el
rostro? ¿No soy tu dueño?
¿Qué te
aflige? ¿Qué te falta?
Buen amo soy; de dos mundos
soy señor y Dios me llama
grande príncipe en su
iglesia;
que así mi
poder le iguala.
Desde la
región del fuego
hasta la
esfera del agua
el corazón
de la tierra
mi mano
pródiga abraza.
Yo penetro
con la vista
las
avarientas entrañas
de la
tierra, de tesoros
y de
hombres muertos preñada.
Si acaso
estas soledades
melancolizan y cansan
y te pide
el apetito
comunicar
gentes varias,
no te
arrepientas, no lloren
los ojos
que me idolatran,
y te
llevaré a que mores
en ciudad
extraordinaria.
Pintarla quiero, el pincel
es mi
lengua, mis palabras
serán las
varias colores
y tus
orejas la tabla.
Pudiera,
don Gil, pintarte
la ciudad
que fue mi patria
de quien
salí desterrado
por siglos
y edades largas.
No te
ofrezco esta ciudad;
que para
mí está muy alta.
Ésta te
ofrezco que tengo
cual si
fuera imaginada.
La
grandeza de París,
de
Zaragoza las casas,
y las calles de Florencia
con igualdad limpias y anchas,
cielo y suelo de Madrid,
vega y
huertas de Granada,
rica lonja
de Sevilla,
de Játiva fuentes claras,
los jardines de Valencia,
escuelas de Salamanca,
y de
Nápoles las vistas
que
alegran el gusto y alma,
de Lisboa
el ancho río
que cuando
el tributo paga
al mar, parece que llega
no tributo
mas batalla,
de
Valladolid la rica
las
salidas porque agradan
diversamente a los ojos,
prado,
campos, montes y agua,
el
gobierno de Venecia,
de
Moscovia las murallas,
sólo
faltarán los templos
que hay en
la corte romana.
Aquí al
modo de Castilla
toros traerán de Jarama,
y en caballos andaluces
verás mil juegos de cañas.
Los banquetes y saraos
serán al uso de Italia,
los torneos al de Flandes,
los juegos al de Alemania,
escaramuzas al uso
de la nación africana,
músicas de Portugal,
gallardas
justas de Francia,
luchas,
carreras al modo
de la
griega edad pasada,
y en los públicos teatros
verás comedias de España.
Tendrán las damas que trates
la habla de sevillanas,
los rostros de granadinas,
ingenios de toledana,
los talles de aragonesas,
los vestidos y las galas
serán al uso moderno
de la corte castellana.
El pan te
dará Sevilla,
las
ásperas Alpujarras
la caza y
fruta escogida,
y los
vinos Ribadavia,
pescado
Laredo y Adra,
y si
extranjero le quieres,
vino te
dará Calabria,
peces
Licia, fruta Lecia,
pan
Boecia, carne Arcadia,
sabrosas
aves Fenicia,
bella miel
la Transilvania.
No te
faltarán riquezas,
oro te
dará Dalmacia,
brocado y
telas Epiro,
y Tiro
púrpura y grana.
A medida
del deseo
poder
tengo y mano franca;
no te pese
de servirme
ni te dé
cuidado el alma.
GIL: No quiero,
dueño y maestro
cuya
ciencia al mundo espanta,
repúblicas
de Catón
en la idea
fabricadas.
No quiero,
no, la riquezas
de que el
mundo ofrece parias
a soberbias majestades
de la
gente idolatradas;
que entre
relevados pinos
que son
rústicas guirnaldas
de las
ásperas cabezas
de estas
soberbias montañas,
aprendo
ciencias gustosas
y a costa
de los que pasan
gozo
diversos regalos
con la
vida alegre y ancha.
Doncellas
fuerzo, hombres mato,
niego a
Dios, huyo su gracia,
y si el
deleite me anima
infiernos
no me acobardan.
Sólo
quiero que me cumplas
una
liberal palabra,
condición
de la escritura
en tu
favor otorgada.
Amo a
Leonor, sufro y peno,
viviendo
con esperanzas
que me convierten las horas
en siglos y edades largas.
ANGELIO: Como
obligado me tienes,
prevenido
en eso estaba
y a pesar
de su virtud
traigo a
Leonor conquistada.
De su casa la he traído;
el monte
pisan sus plantas,
con quien
están compitiendo
limpia
nieve y fina grana.
Vuelve los
ojos y mira
el raro
Fénix de Arabia
y el
encendido planeta
que
alumbra en la esfera cuarta.
Reverencia
su hermosura,
esta
imagen idolatra
a cuyas
aras es justo
que
sacrifiques el alma.
Sale LEONOR
Llega,
habla, goza, gusta.
¿Qué
tiemblas? ¿Qué te desmayas?
Tuya es Leonor. No te admires.
Goza, gusta, llega y habla.
GIL: Hermoso
dueño del mundo,
que tienes
tiranizadas
las almas
con tu hermosura,
que ya da
vida, ya mata,
en hora
dichosa vengas,
huésped de
nuestras montañas,
prisión de
los albedríos
de cuantas
miran tu cara.
Parece que
triste vienes
a ser de estos montes alba,
mensajera
de ti misma
que eres
el sol que se aguarda.
Muda
estás, Leonor, responde
si mis
regalos te agradan,
con ánimo
generoso
te
mostraré manos francas.
Ven
conmigo a aquesta cueva.
Será con
tu gloria honrada.
Dame la
mano. (¿Es posible Aparte
que he de
gozar de esta dama?)
Vanse y queda ANGELIO
ANGELIO: Sale a
la plaza el toro de Jarama
como furia
crüel de los infiernos;
tiemblan
los hombres porque son no eternos,
cuál huye,
cuál en alto se encarama;
herido
el toro en cólera se inflama,
mármoles
rompe como vidrios tiernos;
hombres de
bulto le echan a los cuernos
y allí
quiebra su furia, bufa y brama.
Soberbia fiera soy. Nada perdono;
tres partes derribé de las
estrellas
para que al coso de este
mundo bajen.
Heridas
tengo y por vengarme de ellas,
coger no
puedo a Dios porque están en trono
y me vengo
en el hombre que es su imagen.
Sale don GIL abrazado con una muerte, cubierta
con un manto
GIL: Quiero,
divina Leonor,
pues que
merezco gozar
de estos
regalos de Amor,
tener luz
para juzgar
de tus
partes el valor.
No es
bien que tanta ventura
se goce en
la cueva oscura;
aunque, a
ser águila yo,
viera los
rayos que dio
este sol
de tu hermosura.
¡Dichoso yo que he gozado
tal ángel! ¡Jesús!
¿Qué veo?
Descúbrela y luego se hunde
ANGELIO: ¡Cómo es
propio del pecado
parecerle
al hombre feo,
después
que está ejecutado!
GIL: Sombra
infernal, visión fuerte,
¿a quién
el alma perdida
le pagan
de aquesta suerte?
¡Gustos al
fin de esta vida
que todos paran en muerte!
¡Qué bien un sabio ha
llamado
la
hermosura cosa incierta,
flor del
campo, bien prestado,
tumba de
huesos cubierta
con un paños
de brocado!
¿Yo no
gocé a Leonor?
¿Qué es de
su hermoso valor?
Pero
marchitóse luego
porque es
el pecado fuego
y la
hermosura una flor.
Alma
perdida, ¿qué sientes?
Dios sólo a sus allegados
da los
bienes existentes,
el mundo
los da prestados
pero el
demonio aparentes.
¿No te
espanta? ¿No te admira?
¿No te
causa confusión?
Contempla
estos gustos, mira
que no
sólo breves son
pero que
son de mentira.
Habla desde adentro una voz
VOZ:
¡Hombre! ¡Ah, hombre
pecador!
Tu vida me
da molestia.
Muda la
vida.
GIL: Señor,
¿Hombre
llamáis a una bestia?
¿Vida
llamáis a un error?
Voces en el aire oí.
Sin duda es Dios con quien
hablo.
Libradme,
Señor, de mí.
Seré en
buscaros un Pablo
si Pedro
en negaros fui.
ANGELIO: Don
Gil, ¿qué intentos son ésos?
GIL: Hasme
engañado.
ANGELIO:
No hay tal.
GIL: Testigos
son los sucesos
pues que
di un alma inmortal
por unos
pálidos huesos.
Mujer
fue la prometida,
la que me
diste es fingida,
humo,
sombra, nada, muerte.
ANGELIO: ¿Y cuándo
no es de esa suerte
el regalo
de esta vida?
No
tienen más existencia
los gustos
que el mundo ha dado;
sólo está
la diferencia
que tú
corriste al pecado
el velo de
la experiencia.
Verdadero bien jamás
dieron el
mundo y abismo,
y así engañado no estás
pues que
te di aquello mismo
que doy
siempre a los demás.
En la
mujer que más siente
belleza y
salud constante,
hay seguro
solamente
de vida un
pequeño instante
y este
instante es el presente.
Siendo
pues de esta manera,
lo mismo
podré decir
que fue su
gloria ligera
un
instante antes que muera
u otro
después de morir.
Cautivo estás, la escritura
tengo
firme. Porque al cabo
verás en
la sepultura
de qué
señor fuiste esclavo,
mira mi
propia figura.
Vuélvese una tramoya, aparece un figura de demonio, y
disparando cohetes y arcabuces se va ANGELIO
GIL: Santo
Dios, con razón temo
la pena de
mi locura,
pues
siendo Tú, Dios Supremo,
extremo de
la hermosura,
te dejé
por otro extremo.
Libre me
vi, siendo tuyo;
cautivo
soy, siendo suyo.
Y en la
visión que mostró
no sólo he
visto que yo
esclavo
soy, pero cúyo.
Ser tu
igual ha pretendido
y hoy,
aunque está derribado,
el mismo
intento ha tenido;
que es ya
mortal su pecado
porque no
está arrepentido.
Pero
este aspecto mostró,
porque si
el alma temió,
diga que
es Dios en poder;
y aunque
le empiezo a temer,
eso no lo
diré yo.
Su
potestad negaré;
que sólo
de Ti la alcanza
y yo,
cuando Te dejé,
nunca
perdí la esperanza
aunque he
negado la fe.
La caridad me faltó
teniendo
tal dueño yo.
Mis obras son maliciosas
pues hice todas las cosas
que cuyo soy me mandó.
Si
eres, Señor, el ollero
que la
escritura nos dice,
vaso tuyo
fui primero,
y aunque
pedazos me hice,
volver a
tus manos quiero.
Has de
nuevo un vaso tuyo,
que ya de
este dueño huyo;
porque es
tan malo, y tan feo
que me es fuerza, si le veo,
que no
diga que soy suyo.
Justamente me recelo;
que,
estando libre en mí mismo,
a Dios
negué con mal celo,
a la Virgen, al bautismo,
fe,
iglesia, santos y cielo.
Intercesor no me queda.
Dios
airado me acobarda.
¿Quién hay
que ampararme pueda?
Sólo el
ángel de mi guarda
no he negado. Él interceda.
Pónese
de rodillas
Ángeles, cuya hermosura
no alcanzó humana criatura,
vencer
sabéis, rescatadme;
de esta
esclavitud sacadme;
borrad
aquella escritura.
Desaparece la visión, suenan trompetas, aparece
una batalla arriba, entre un ángel y el demonio en sus
tramoyas,
y
desaparecen
De alegres lágrimas llenos
los ojos, el bien me halla,
porque en los aires serenos
se dan por mí otra batalla
ángeles malos y buenos.
Coro de criaturas bellas,
vencer sabes, que no es sola
esta vez la que atropellas
el dragón
que con la cola
derribó
tantas estrellas.
Sale un ÁNGEL o dos triunfando al son de la música,
con un papel
ÁNGEL: Don
Gil, vencimos los dos;
tomas la
cédula vos.
GIL: Con ella
mi dicha entablo,
esclavo he
sido del diablo
pero ya lo
soy de Dios.
El alma
alegre le adora,
porque
tanto la ha querido
que
habiendo sido traidor,
dos veces
la ha redimido;
una en la
cruz y otra agora.
Comerme
quiero el papel
que al mismo infierno me iguala.
Entre en
este pecho infiel;
que si no
hay cosa tan mala
bien
estará dentro de él.
Pues la
suma omnipotencia
del cielo,
te ha rescatado,
vive, Gil,
con advertencia,
pues
asombró tu pecado,
asombre tu
penitencia.
Vanse. Salen
LISARDA con su cadena y RISELO dándole
empellones
RISELO: Baste
ya la hipocresía.
¡Toda la
noche rezando!
Esclavo, estará buscando
qué hurtar
antes del día.
En esta
torre le encierro
lo que de
la noche queda
porque
hüirse no pueda.
Rece y
azótese el perro.
Éntrese
dentro; que así
yo dormiré
con sosiego.
Requerir
quiero a don Diego,
aunque
seguro está aquí.
Como
Marcelo me ha dado
el esclavo
y la prisión
a mi
cargo, es gran razón
andar con
este cuidado.
Vase RISELO
LISARDA: Estos
golpes me alegraron.
Dadme
trabajos a priesa,
mi Dios,
pues sólo me pesa
que a
cinco mil no llegaron.
De
nadie soy conocida
como el rostro me ha quemado
el mucho
sol que me ha dado
en los
montes, distraída,
o
pienso que estos defectos
causa en
mi rostro el pecado;
que como
el alma ha mudado
mudó
también los efectos!
Salen don DIEGO y DOMINGO con prisiones
DIEGO: ¿Si es
de día?
DOMINGO:
¿Si de mí
entender
eso procuras?
En estas
cuevas oscuras
toda la
vista perdí.
En el Limbo estoy, ¡por Dios!,
cual sin
bautismo y pecado.
DIEGO: Yo en un
infierno abrasado.
DOMINGO: Vecinos
somos los dos.
Suena la cadena de LISARDA
¡Jesús! De alguna cadena
fue aquel
extraño rüido.
DIEGO: ¿Qué será?
DOMINGO:
El alma habrá sido
de Lisarda
que anda en pena.
Sin
duda aquí la mataron,
y como te
amaba tanto
se
condenó.
LISARDA:
¡Ay!
DIEGO:
¡Qué espanto
esos
suspiros causaron!
DOMINGO: Habla
paso. Ten sosiego.
LISARDA: ¡Ay,
desdichada Lisarda!
¡Qué
tribunal que te aguarda!
¡Qué mal
hiciste, don Diego!
DOMINGO: ¿Has
escuchado?
DIEGO:
¡Ella es!
¡Y de mí
se queja!
LISARDA:
¡Ay triste!
¿Por qué
tanto mal me hiciste?
Tú has de
pagarlo después.
DIEGO:
Alto. Mi fin es llegado.
Marcelo me
ha de matar
pues dice
que he de pagar
el haberla
yo adorado.
Temblando estoy. ¡Oh, quién fuera
escolar
conjurador!
LISARDA: Sufre y
calla, pecador
antes que
tu cuerpo muera.
DIEGO:
Domingo, ¿tan malo soy?
¿Tanto
peco?
DOMINGO:
Sí, has pecado
en haberme
a mí enredado
en las
penas en que estoy.
DIEGO: Éntrate
al otro aposento
donde estábamos los dos.
Suena la cadena de don DIEGO
LISARDA: ¡Qué
extraño rumor, ay Dios!
Presagios
son de tormento.
DIEGO:
Hablarla quiero. Lisarda,
mi
inocencia me disculpa;
que en tu
mal no tuve culpa.
LISARDA: Aquesta
voz me acobarda.
¡Jesús! Don Diego parece.
¿Si es don
Diego?
DIEGO:
Tu perdón
espero en
esta ocasión.
LISARDA: Esta alma
triste le ofrece.
DIEGO: Tu padre ha sido crüel
conmigo de
aquesta suerte.
LISARDA: Él, sin
duda, le dio muerte
por
vengarse de mí y de él.
DIEGO: Sin
culpa estoy, pues podía
llevarte a
mi casa yo,
y la
ocasión me quitó
don Gil
Núñez de Atoguía.
En la
noche desdichada
y última
que me hablaste,
en la cual
dices quedaste
engañada y
deshonrada,
me
predicó de manera
subiendo
yo a tu balcón,
que me
trocó la intención.
Fuime al
fin. ¡Nunca me fuera!
Mira lo
que has menester,
Lisarda, y
dame lugar
que me
vaya a reposar.
LISARDA: Presto nos
podremos ver
en la
otra vida.
DIEGO:
¿No oíste
pronosticarme la muerte?
Triste
voy.
DOMINGO:
Yo voy de suerte
que hiedo
de puro triste.
Vanse los dos y queda LISARDA
LISARDA: Basta
que estaba inocente
don Diego,
y fue desdichado,
pues que
la muerte le han dado
por mi
culpa solamente.
Si
suelen tanto, Señor,
matar
dolor y cuidado,
máteme a mí del pecado
el cuidado
y el dolor.
Hacedme
que sienta tanto
el haberos
ofendido
que en
lágrimas derretido
dé el
corazón a mi llanto.
Ciegue
de mucho llorar,
muera de mucho dolor.
Sale RISELO
RISELO: Ya es de
día, Pecador,
alto, al
campo a trabajar.
LISARDA: Vamos,
compañero amado,
digo a
vos, amado hierro.
RISELO: ¡Qué a
espacio se mueve el perro!
Vaya pues, harto ha llorado.
Vase LISARDA
¡Ah,
don Diego de Meneses!
Salen don DIEGO y DOMINGO
DIEGO: ¿Quién me
llama?
RISELO:
En este día
morirás.
DIEGO: Ya
lo sabía
antes que tú lo dijeses.
RISELO: Está
prevenido pues,
que quiere
vengar Marcelo
sus dos
hijos.
DIEGO:
Sabe el cielo
que mi
culpa de uno es
y ya
estaba perdonado.
DOMINGO: Dios se lo
perdone, amén.
Diga,
¿morirá también
un Domingo
desdichado?
RISELO: No un
domingo; hoy sí, que es jueves,
morirán
ambos a dos.
DOMINGO: ¡Malas
nuevas te dé Dios;
que en
pago de aquéstas lleves!
Vanse. Salen el
PRÍNCIPE y don RODRIGO
PRÍNCIPE:
Enamorado vuelvo a aquesta aldea.
No me
aconsejes, don Rodrigo.
RODRIGO: ¿Quieres
obligarte
a casar y dar cuidado
a tu padre
y el reino?
PRÍNCIPE: Si es mi prima
y la fama
pregona sus virtudes,
¿qué mucho
que con ella me despose?
RODRIGO: Sin
voluntad del rey, no es acertado.
PRÍNCIPE: Secreto
puede estar hasta su tiempo.
RODRIGO: Marcelo es
éste, ¿piensas descubrirte?
PRÍNCIPE: Puede ser
que de miedo de mi padre
no se
atreva a casarme con su hija,
y así
tengo elegido otro camino.
Sale MARCELO
El cielo os guarde, ilustre y generoso
Marcelo. Aquesta carta de don
Sancho
el
príncipe mirad.
MARCELO:
Seáis bienvenido.
PRÍNCIPE:
¿Conocisteis la firma de su alteza?
MARCELO: Muchas
veces la vi.
Lee la carta
"Amigo y pariente:
Don Sancho
es el que lleva aquesta carta.
Tratadle
como a mí; que su persona
estimo en mucho, y dadle vuestra
hija
y nunca os pesará del casamiento.
El príncipe don Sancho."
¿Sois don
Sancho
de Portugal, señor?
PRÍNCIPE:
De ello estad cierto.
(Su rey de
Portugal soy, y don Sancho). Aparte
Aquí
estuve otra vez, y no he venido
a hablaros
hasta aquí.
MARCELO: Fue grande agravio,
y eslo
también valeros de esta carta
del
príncipe, si estaba yo esperando
por
momentos serviros yo en mi casa
donde
casaros con Leonor espero
ya que
Lisarda, la mayor, es muerta.
PRÍNCIPE: La
historia supe ya.
MARCELO: El traidor marido
pretendo
castigar, pues soy justicia
en mi
tierra y señor.
PRÍNCIPE: Yo sé que el príncipe
y el rey
lo aprobarán.
MARCELO: Entrad en casa.
Descansaréis,
señor, mientras prevengo
a Leonor.
PRÍNCIPE: Es
el ángel que yo adoro.
Vanse el PRÍNCIPE y don RODRIGO
MARCELO: Bien
manifiesta ser ilustre y noble
y el
príncipe nos honra con su carta.
Hija Leonor, don Sancho es ya
venido.
Salen
LEONOR y BEATRIZ
Vista te tiene ya, porque
encubierto
ha
estado. Ya me habló, y luego pretendo
desposarte. Prevén lo necesario.
LEONOR: Ya supe
yo, señor, que era venido;
verme sin
duda disfrazado quiso.
MARCELO: Ése es un
acto de persona cuerda.
Espera, le
traeré porque le veas.
Vanse. Salen don SANCHO y FABIO. Queda LEONOR
SANCHO: Ya vengo,
mi Leonor, determinado
a que tu
ilustre padre me conozca.
LEONOR: Ya sabe
como están en esta aldea
y quiere
desposarnos.
SANCHO: Soy dichoso.
LEONOR: Dime,
¿quién era aquél con quien la banda
partiste?
SANCHO:
Es un truhán, un embustero,
que
fingiendo ser rey, príncipe o duque
hace
burlas. (El príncipe ha tornado. Aparte
Celos me
abrasan).
LEONOR:
¿Cómo respetaste
su
persona?
SANCHO: De miedo no hiciese
algunas
burlas o quién soy dijese.
Salen el PRÍNCIPE, MARCELO y don RODRIGO
MARCELO: Venga
el tirano homicida
de mis
hijos, porque muera.
Será
vigilia su muerte
de una
alegre y grande fiesta.
Misericordia y justicia
tendré si
de esta manera
desposo
una hija viva
y venga
una hija muerta.
Tú,
generoso don Sancho,
que mis
noblezas heredas,
llega a
conocer tu esposa
si a
estimar mi casa llegas.
Habla a
don Sancho, Leonor.
Éste es el
hombre que esperan
mis ojos,
para el descanso
de esta
edad cansada y vieja.
PRÍNCIPE: Dadme,
señora, las manos.
SANCHO: (Amor, a muerte me ordenas). Aparte
LEONOR: Pues, ¿también, como en los campos,
te burlas en las aldeas?
Ya he sabido tus engaños.
Tus gracias conozco, llenas
de
mentiras y de enredos.
PRÍNCIPE: ¿Qué
dices, Leonor discreta?
O estás
necia o engañada.
MARCELO: Habla a
don Sancho.
SANCHO:
(Él intenta Aparte
desposarse
con Leonor.
El cielo me dé paciencia).
LEONOR: Señor, don Sancho es aquéste;
que no es don Sancho el que
piensas.
SANCHO: Don Sancho de Portugal
humilde los pies te besa.
FABIO: (Triunfo
ha salido de Sanchos Aparte
y todos lo son de veras;
mas del
príncipe no sé
qué fin en
esto pretenda).
PRÍNCIPE: Don Sancho
de Portugal
como a
suegro te respeta.
LEONOR: Mira que
éste es un truhán
que
hacernos burlas desea.
SANCHO: ¿Por qué
me quieres quitar
la gloria,
el ser, la nobleza?
Si es
burla, basta, señor,
si es
amor, tu amor refrena.
Ya sabes
que te conozco
y si te
casas con ella
no te casas con tu igual.
A mí que
lo soy, la deja.
Mira,
señor, que a adorarla
me han
forzado las estrellas.
LEONOR: (Si es
truhán, ¿cómo le habla Aparte
con tan
grande reverencia?)
MARCELO: Confuso
estoy, ¿qué es aquesto?
PRÍNCIPE: No es
posible bien la quieras
si quieres
quitarla a un reino.
Yo la
adoro. Ten paciencia.
Entra RISELO
RISELO: Señor, a
la posta [vienen]
a darte
unas tristes nuevas.
El rey, tu
padre, murió
y todo el
reino te espera;
que ya tu
ausencia ha sabido
y a
buscarte agora entran
para
llevarte, señor.
PRÍNCIPE: LLevarles
pienso una reina.
Marcelo,
dame los brazos
si no es
que acaso los niegas
porque
encubrí mi persona.
Tu rey
soy. ¿Qué dudas? Llega.
SANCHO: Yo soy,
señor, el primero
que ha de
darte la obediencia.
Perdona que
amor y celos
hicieron
errar mi lengua.
MARCELO: Mi
príncipe y mi señor,
no te
espante que no crea
mi
ventura.
PRÍNCIPE:
Vuestro yerno
pienso
ser.
MARCELO:
Gran dicha es ésta.
Honrar
quieres esta casa.
Sea muy en
hora buena.
Hija
obediente y dichosa,
dale la
mano a su alteza.
LEONOR: Si una
hija desdichada
te dio el
cielo, es bien que tengas
otra
dichosa.
Dale la mano LEONOR al PRÍNCIPE
MARCELO:
En ti he visto
mi
bendición manifiesta.
RISELO: Aquí está
don Diego.
PRÍNCIPE: Es justo
que pague
tantas ofensas,
que a no ser propias y graves
perdonárselas pudiera.
Salen don GIL con un saco de penitencia, una soga a la
garganta
y don DIEGO y DOMINGO
GIL: Príncipe
de Portugal,
que
dichoso reino heredas
por muerte
del rey Alfonso
tu padre
que en gloria sea,
Marcelo
noble y Leonor
que
virtudes te hacen reina,
dadle esta
muerte a don Gil.
No es bien
que don Diego muera.
A vuestra
casa y al cielo
ofendí
como una bestia
sin razón;
que de este nombre
es digno
el hombre que peca.
El más
grave pecador
que ha
conocido la tierra
he sido,
pero confío
en Dios y
en mi penitencia.
Esclavo
fui del demonio
a quien
serví en esas sierras
haciendo
torpes delitos,
forzando
muchas doncellas.
Soberbio
fui, soy humilde,
y con esta
diferencia
soy tan
pequeño que el cielo
sus
secretos me revela.
Lisarda
fue inobediente;
mas ya es
tanta su obediencia
que es
esclava de su padre
y Dios la
tiene encubierta.
Su dolor ha sido tanto
que hoy de
dolor quedó muerta
llorando
la grave culpa
de quien
merezco la pena.
La causa
fui de su daño,
no es don
Diego como piensan;
que como
digo ha vivido
entre
estos montes y peñas.
Perdonada
está de Dios.
Su dolor
la tiene absuelta.
María la
pecadora
la llamad,
tal nombre tenga.
Elevado
está su cuerpo
en las
murtas de esa huerta.
De la
penitencia santa,
el alma a
los cielos vuela,
y
avergonzada la mía
públicamente confiesa
sus
culpas, que Dios me manda
me acuse
en público de ellas.
Y ya de
Domingo santo
blanca
saya y capa negra
me está
esperando; que quiero
que
asombre mi penitencia.
A voces
diré mis culpas
y en la
religión primera
de España
quiero que el mundo
trocada mi
vida vea.
Vase don GIL
PRÍNCIPE: Don Gil,
escucha, detente,
aguarda
don Gil, espera...
¡Caso
extraño!
LEONOR:
Estoy confusa.
MARCELO: ¿Si está
mi Lisarda muerta?
Descúbrese LISARDA con música, muerta, de rodillas con
un Cristo y una calavera, en un jardín
Verdad dijo, ¡santos cielos!
Más hermosa y más perfecta
está que en vida.
LEONOR: Y no tiene
los clavos y las cadenas.
MARCELO: Mi
maldición te alcanzó;
mas, si
Dios así te trueca,
maldición
dichosa ha sido.
Viva don
Diego y no muera.
DOMINGO: Hoy hago
cuenta que nazco
con todas mis barbas negras.
DIEGO: Merecen
estos sucesos
una
admiración eterna.
PRÍNCIPE: Dése a
Lisarda sepulcro
y vaya la
nueva reina
a su
corte, dando fin
a esta
historia verdadera.
Cubren a LISARDA o llévanla en hombros.
Vanse todos
FIN DE LA
COMEDIA