ACTO PRIMERO
Salen el PRÍNCIPE y el INFANTE, de labradores, riñendo
con dos bastones, y DOMINGO tras ellos
INFANTE: ¿Contra mi valor porfías?
¿Contra
mí te pones?
PRÍNCIPE: Sí.
¿Qué
méritos hay en ti
para
tener mayorías?
INFANTE: ¿No
bastan mis pensamientos?
PRÍNCIPE: ¿De eso
quieres que me espante?
¿Hay
loco que no levante
alcázares en los vientos?
DOMINGO: Y,
¿hay pendencias que se traben
tan sin
ocasión? ¡Por Dios!
Que os
descalabréis los dos
de una vez; porque se caben.
¡Contiendas de cada día,
caiga
quien cayere aquí!
Que
para reñir a sí
se lo
reñirá mi tía.
El
uno "os haré cetrina,"
el otro "os haré pedazos,"
y no llegáis a los brazos
ni oléis a la
trementina.
Sale ALBANO
ALBANO: ¿Fin
vuestra guerra no tiene
porque
castigo no os doy?
Tened
paz y amistad hoy
que el
rey de Nápoles viene
a
estos hermosos jardines
de
Caserta.
PRÍNCIPE:
¿Qué me importa?
Ni me
admira ni reporta
su
venida.
INFANTE:
No imagines,
padre, que aunque soy villano
de los
campos de esa aldea
que yo
le admita ni vea.
ALBANO: Besarle
tenéis la mano.
Salen el REY, el MARQUÉS y acompañamiento
REY: Ésta
es, Marqués, el aldea
que
tanto ver deseaba
cuando
en Alemania estaba.
ALBANO: Su
majestad, señor, sea
bienvenido.
REY:
Amigo, Albano,
huelgo de veros.
ALBANO: Llegad,
hijos, los dos y besad
a Federico la mano.
INFANTE:
Suplícote que nos des
la
mano, invicto señor,
pues lo
merece el honor
de haber estado a tus pies.
PRÍNCIPE: Aunque no son labradores
dignos de tales trofeos,
merezcan nuestros deseos
gozar de vuestros favores.
REY: (Uno de éstos que a mis pies Aparte
están, es Carlos, mi hijo.
Venzo de espacio el
regocijo.
No
quiero saber cuál es.
Venga este gusto penado).
Levantad y guárdeos Dios.
(¿Cuál será de aquestos dos? Aparte
Mi
pecho está alborozado).
Marqués, escúchame aparte.
MARQUÉS: Ala
seré del silencio.
REY: Oye un
caso que he tenido
veinte
y dos años secreto.
Dejóme
Carlos, mi padre,
por
legítimo heredero
de este
reino, que en el mundo
es el
más hermoso reino.
Un hijo
dejó bastardo,
ya
sabes que fue Manfredo,
tan osado y arrogante,
tan
altivo y tan soberbio,
que
intentó tiranizarme
a
Nápoles, y su intento
se
lograra si piadosos
no me
miraran los cielos.
Un ejército ha formado
contra
mí, y en grave aprieto
se vio
la bella ciudad
a quien
llamaron los griegos
Parténope. Muchos días
duró el
enemigo cerco
sin razón y sin justicia,
porque
ni acción ni derecho
pudo
tener un bastardo
tan mi
contrario y opuesto
a mis
costumbres que aun hoy
su
mismo nombre aborrezco
con ser ya muerto. Y en fin,
sucedió
que en este tiempo
del
cerco, un hijo he tenido
tras de
infinitos deseos
que el
cielo entonces cumplió.
Pero
con algún recelo
de que si acaso perdía
la
ciudad, estaba cierto
que
peligraba su vida
porque
el ánimo violento
de un
crüel no perdonara
su
inocente y tierno pecho;
y previniendo este daño,
hice
que el duque Fisberto
a esta
aldea le trujese
a
crïar. Y aunque el suceso
de la
guerra fue felice,
llamó
apriesa el imperio
para
coronar mi frente.
Pasé a
Alemania, y por esto
Albano,
ese labrador,
ha
crïado con secreto
al
príncipe cuyo nombre
es
Carlos como su abuelo.
Las
guerras que en Alemania
he
tenido, me impidieron
la
vuelta a Nápoles. Y hoy
que
tengo en paz y en sosiego
el
imperio, y mi enemigo
es ya
difunto, pretendo
casar a
Carlos mi hijo
con
Margarita, que el reino
de
Sicilia ha de heredar,
y en mi
palacio la tengo
como
sobrina que es mía.
Unos de
esos dos que vemos,
gallardos
jóvenes, es
Carlos
el príncipe. Hoy puedo
decir
que nace a mis ojos
pues es
hoy cuando le veo
la vez
segunda después
que ha
dado el paso primero
a la
vida. Ésta es la causa
porque
a estos valles amenos
de
Caserta vengo alegre
y a
conocerle deseo,
y ya
muere por salir
el
reprimido contento.
¡No
más, no más suspensión!
Dime,
Albano, ¿cuál de aquéllos
es
Carlos?
ALBANO:
Ambos lo son.
REY: ¿Qué es
lo que decís? No entiendo.
¿Cuál
es mi hijo?
ALBANO: No sé.
REY: ¿Estás
loco? ¿Estás sin seso?
¿Cuál
es el príncipe Carlos
que te
dio el duque Fisberto
para
crïar disfrazado,
encargándoos el silencio?
ALBANO: Señor, no
lo sé, ¡por Dios!
REY: ¿Qué
dices, villano?
ALBANO: Quiero
ser
leal y no mentir
para
disculpar mis yerros.
Cuando
a Carlos me entregaron
para que
le diese el pecho
mi
mujer recién parida,
quiso
el hado que a Manfredo
también
le naciese un hijo
que el
mismo nombre le ha puesto
de
Carlos por ser de Carlos
el rey
de Nápoles nieto.
Manfredo tuvo también,
señor,
tu mismo recelo
y por
si acaso perdía
la
batalla, al conde Arnesto,
entregó
el infante, y él
sin
darme noticia de ello,
porque
en los campos estaba,
lo dio
a mi mujer diciendo
que el
crïarlo convenía;
y con
ánimo dispuesto
a crïar
dos hijos ella
se
redució previniendo
en los dos, señor, distintos,
aunque era de un nombre
mesmo.
Crïáronse los infantes
tan enemigos y opuestos
entre sí que parecían
legítimos
herederos
de la
enemistad paterna.
Siempre
los dos compitieron,
siempre
han estado discordes;
que la
crïanza y el deudo
amor jamás les ha dado.
Pero estando ya mancebos,
mi
mujer, que conocía
con
cuidado verdadero
cuál es
el uno y el otro,
murió
de repente a tiempo
que yo
como confïado,
como
sin memoria y viejo,
la seña
olvidé que de ambos
nos
daba conocimiento,
de modo
que como tienen
un
nombre, una edad, un tiempo,
rústica
y bárbaramente
para mí
los diferencio,
pero
llegando a afirmar
cuál es
el príncipe de ellos
no me
atrevo aunque pudiera
mentir
y decir fingiendo
el que
a mí se me antojara;
pero
más quiero en efecto
decir
verdad confesando
que soy
un bárbaro y necio
que no
poner a peligro
que un
felicísimo reino
se
quite por mi ignorancia
a su
legítimo dueño.
Manda,
señor, que me maten.
Mi
error y culpa confieso.
Uno de
ésos es tu hijo
y no sé
cuál. Esto es cierto.
REY:
¡Cielos! ¿Qué es esto que
escucho?
Fábula
parece y sueño;
no se
ha visto verosímil
tan
raro y extraño cuento.
Ven
acá, villano, dime,
¿cómo
puedes conocerlos?
¿En qué
los diferencias?
ALBANO: Señor,
el uno es moreno,
el otro blanco, y así
Carlos
Blanco y Carlos Negro
los
llamamos.
REY:
Cosa al fin
de tu
bruto entendimiento.
¡Bárbaro yo que fïé
cosas
de tan grande aprecio
de este
villano! Marqués,
¿cómo
es posible que vemos
en
aquellos dos mi hijo,
y
conocerle no puedo?
¿No es
desdicha?
MARQUÉS: Señor mío,
si te
agrada mi consejo,
podrá
ser que el desengaño
nos dé
como siempre el tiempo.
Llévalos a tu palacio
y vivan
allí. Diremos
que son tus sobrinos ambos
y callando y encubriendo
que el
uno es tu hijo, es fuerza
que
haga el tiempo manifiesto
lo que
agora la ignorancia
de este
villano ha encubierto.
REY: No es
muy poco lo que importa.
El daño
de este suceso
es
mayor de lo que suena,
pues no
va menos en ello
que
aventurar que de esta tierra
se le
quite a su heredero
y que
le dé --¡Dios lo niegue!--
al hijo
del que aborrezco
como a
enemigo y crüel.
Pero
inténtase el remedio.
Vayan a
palacio. ¡Carlos!
AMBOS: ¿Señor?
MARQUÉS: Ambos respondieron.
REY: Mis sobrinos sois los dos.
Huélgome de
conoceros.
Abrazadme y a mi corte
os podéis venir.
PRÍNCIPE: Yo beso
la mano más poderosa
que ha
gobernado un imperio.
INFANTE: Conocer
puedes tu sangre
en mis
altos pensamientos.
Vase el REY
DOMINGO: Y yo,
señor, ¿soy sobrino?
MARQUÉS: Quita,
villano grosero.
DOMINGO: En mi vida me hallé un tío
de
importancia. Todos fueron
González, Pérez, Carrasco,
Guijarro, Peral, Ciruelo,
y un
rey de Nápoles menos...
PRÍNCIPE: Vente
con nosotros.
DOMINGO: Pienso
que ser
mozo de dos amos
no es
cómodo o de provecho.
A mandar sirven los dos,
y después, a darme el
premio,
lo
achacará uno a otro
y ninguno
será el dueño.
PRÍNCIPE: No
haremos. Sírveme a mí.
INFANTE: No,
sino a mí.
DOMINGO:
Si primero
no se
pegan lindamente
de
ninguno soy mostrenco.
Ha de
ser allá en palacio
hasta
que quieran los cielos
que me
tope un rey mi tío
como los dos habéis hecho.
Vanse. Sale la Infanta MARGARITA
sola
MARGARITA: En
esta galería
se contempla
la tierra, el mar y el viento
y en
cualquiera elemento,
según
filosofía,
aprender puede amor el alma mía.
Allí en
el aire miro
que
andan las aves en hermoso giro
su libertad amando;
allí el
águila sube
a
coronar de plumas parda nube
y los
rayos más puros va adorando.
Sube la
exhalación, ama su centro
el
cálido vapor, y estando dentro
de la
nube ligera
revienta por salir y ama su esfera;
allí la
limpia nube
en la
región segunda congelada
en
blancas mariposas desatada
ama la
tierra que otra vez la bebe
enseñando ésta amor al aire frío.
¡Y no
quiere aprenderlo el pecho mío!
Si al
mar llevo los ojos,
con paz
o con enojos,
hallo que
enseña amor si airado brama;
abrazar
quiere el viento
y la
exención de sus prisiones ama
si
puede la soberbia y el aliento.
Retrata
el firmamento
y su
imagen adora.
En sus cárceles mora
amor; pues que sus ninfas y
sirenas
se nos muestran a
veces
con
guirnaldas de nácar y azucenas.
Festejada de ejércitos de peces
la
concha ama el rocío.
Sólo no
sabe amar el pecho mío;
pues si
la tierra veo,
toda es mostrar amor. Hiedras y parras
en olmos y picarras
son doctrina y trofeo
de amor que en verdes
lazos
nos enseñan a amar dándose abrazos.
Pajarillo y flores
se visten con amor vanos
colores,
que las flores son aves
inmóviles y graves,
y los pájaros son los
ramilletes
que en rústicas canciones y
motetes
suelen decir volantes,
aunque
átomos de pluma,
"También somos amantes."
En tierra, en viento, en mar, aman
en suma
aves, peces y fieras,
y en todas tres esferas
se dice, "Aquí hay
amor." Amor se escribe;
sólo mi
pecho sin amores vive.
Salen PORCIA y el PRÍNCIPE, de cortesano
PRÍNCIPE: Esta
visita te envía
el
rey. No sé si ha de ser
de
pesar o de placer.
MARGARITA: Dime
quién es, Porcia mía.
PORCIA:
Carlos dice que se llama.
MARGARITA: (Será
el príncipe que ha estado Aparte
en Caserta
disfrazado).
PRÍNCIPE: (Quien
llega a ver una dama Aparte
y no
tiembla, no es discreto.
¿Dónde hay peligro mayor
que en los trances del
amor?
Vida feliz me prometo
ya que he visto esa beldad).
MARGARITA:
Vengáis, Carlos, en buena hora.
Salen ISABEL y el INFANTE, de cortesano
ISABEL: Esta
visita, señora,
te
envía su majestad.
MARGARITA:
¿Tantas visitas? ¿Quién es?
ISABEL: Carlos
se dice.
INFANTE: Yo vengo
con la
licencia que tengo
a
dedicar a esos pies
postrada a un alma, de suerte
que a
tal lugar reducida
tendrá inmunidad la vida
de la
prisión de la muerte.
PRÍNCIPE: Si
por estar a sus pies,
ni has de morir ni yo muero.
Quien en el tiempo es
primero
en el
derecho lo es.
De esa inmunidad gocé,
y si en
bien están supremos,
juntos los dos no cabemos;
sólo el inmortal seré.
MARGARITA: ¿Qué
es esto, Porcia? ¿Quién son
éstos
que a mi cuarto vienen?
¿Estos
dos que un nombre tienen
y una
misma presunción?
Un
Carlos sólo he esperado,
no dos
ni que en competencia
se
tomen esta licencia.
PORCIA:
Sobrinos los ha llamado
su
majestad.
PRÍNCIPE: Mi señora,
no os
dé cuidado, por Dios,
el
saber quién son los dos
que tan
dichosos agora
llegaron desalumbrados
a vuestros ojos divinos.
Del rey
somos dos sobrinos
en esos
campos crïados;
primos debemos de ser,
y
aunque igualdades no alcanza
nuestra
sangre, la crïanza
descuidos ha de tener
si
en vez de la policía
rusticidades aprende.
INFANTE: Eso,
Carlos, no se entiende
con la
sangre real. La mía
por
sí misma tiene aliento.
Sin arte puede aprender;
que en
los campos suele ser
cortés
el entendimiento.
Y ya
que en palacio estoy
con
dueño tan soberano,
dadme,
señora, la mano.
Un esclavo vuestro soy.
PRÍNCIPE: Y
cuando haya recibido
mi
primo tantos favores,
sé que
no serán menores
por
haberlos dividido,
y
así espero el mismo bien
de esa
grandeza que alabo;
que
pues también soy esclavo
la mano
espero también.
MARGARITA:
Acción fuera concertada
que el
rey con los dos viniera
para
que yo no estuviera
dudosa y desalumbrada;
pero
darme quiso un susto
con los
dos nombres de Carlos
para
que llegando a hablaros
tuviese
doblado el gusto.
Hablan aparte PORCIA e ISABEL
PORCIA: Amiga, eres, verdadera.
Nada
encubrirte imagino.
Al uno
de éstos me inclino;
holgárame que sirviera
y
galanteara.
ISABEL: ¿Cuál
es el
que te agrada a ti?
PORCIA: El
moreno.
ISABEL:
Esotro a mí.
PORCIA:
Digámosle mucho mal
a la Infanta de los dos
porque
no se incline a alguno.
ISABEL: Has dicho bien.
PORCIA: Pues ninguno
goce del vendado dios
flechas de oro. En Margarita,
como
dicen los poetas
sean
plomo las saetas.
ISABEL: Todo
amor lo facilita.
PRÍNCIPE: Podré
decir que hasta agora
no es
vida la que he tenido
no
habiéndote conocido.
INFANTE: Yo
podré decir, señora,
que
ni a un alma con razón
este
pecho conducía
cuando no
te conocía.
MARGARITA:
Corteses lisonjas son.
Cáesele un guante y los dos a un tiempo le
levantan
PRÍNCIPE: En
un cielo solamente
cinco
planetas cayeron.
INFANTE: Cinco
líneas de luz fueron;
cinco
zonas del oriente.
PRÍNCIPE: Deja
volver a su alteza
prenda
que fue de su mano.
INFANTE: Tal vez
el ser cortesano
no es
discreción, es vileza.
No
me dejaré vencer.
PRÍNCIPE: La
competencia es forzosa.
INFANTE: Pues,
hagamos una cosa.
PRÍNCIPE: ¿Qué?
INFANTE:
Dejémosle caer
y
levántele una dama.
PRÍNCIPE: Bien
previenes y es razón
que
parezca obligación
lo que respeto se llama.
Llega, Porcia, y vuelve al día
nube
que sus rayos cela.
INFANTE: Llegue
a dársele, Isabela.
MARGARITA: ¡Oh,
qué imprudente porfía!
¡Qué
obstinada oposición,
qué
descortés competencia!
¿Que no
os cause mi presencia
respeto
ni estimación?
Presumir tan porfïado
y soberbia tan extraña
fueran valor en campaña
y son locura en mi
estrado.
Traed mejor aprendido
el
estilo si volvéis
a mi
cuarto.
PRÍNCIPE:
Me tenéis,
señora,
tan convencido
que
no sabré disculpar
nuestro
loco atrevimiento.
Cuando
súbito un contento
y
repentino un pesar
arrebatan igualmente
el
jüicio al hombre, así
yo
quedé fuera de mí,
ciego
al sol resplandeciente;
que
en vos me ha deslumbrado,
y es
placer porque llegar
pude a
mirarle y pesar
porque
antes no le he mirado.
Y si
el ver tanta hermosura
de
juicio aquí me privó,
¿qué
maravilla que yo
obré
mal con mi locura?
INFANTE:
Pasar de extremo en extremo
suele
ofender los sentidos,
aun estando
prevenidos;
en los
dos lo mismo temo.
No
es mucho el no respetarte
si
pasamos de esta suerte
del
extremo del no verte
al
extremo de adorarte.
Sale DOMINGO
DOMINGO:
Aunque no soy tan fïel
enano,
ni guardadamas,
ni
repostero de camas,
paje,
ni guardamangel,
su
majestad me ha envïado
a
llamároslos. Espera.
INFANTE: Su
centro deja y esfera
con
violencia mi cuidado;
que
es forzoso obedecer.
Vase el INFANTE
PRÍNCIPE: Y yo,
hasta saber si estoy
perdonado, no me voy.
MARGARITA: Sí, lo estáis.
PRÍNCIPE:
Sumo placer.
Vase el PRÍNCIPE
MARGARITA:
Espera tú.
DOMINGO:
No me digo
"tú;" mas si fuese mi tía...
MARGARITA: ¿Qué os
parece la porfía
de los
dos?
PORCIA:
(La empresa sigo). Aparte
Hombres no vi tan groseros.
¡Qué
necio y qué villanos!
ISABEL: Mal pueden ser cortesanos
ilustres, ni caballeros,
hombres de tan malos
talles.
PORCIA: ¡Oh,
qué mal gusto tuviera
la
mujer que los quisiera!
Cuando vayan por las calles
ambos serán, imagino,
fábula de la ciudad.
Perdone
tu majestad.
DOMINGO:
Esperando está el sobrino.
MARGARITA: En
ellos no reparé.
¿Tan malos son?
ISABEL: Dos pastores
sin políticos
primores.
PORCIA: A fe
que ninguno dé
cuidado a las damas cuando
en los festines los vean.
ISABEL: Los
villanos no tornean
ni
danzan.
DOMINGO:
"Tú" está esperando.
PORCIA: Uno
y otro desatino
llena
su conversación.
¡Dos
brutos con alma son!
DOMINGO:
Esperando está el sobrino.
ISABEL:
¿Cómo te llamas?
DOMINGO: Hermana,
mi
persona un nombre tiene
que
tras el sábado viene
y es
fiesta de la semana.
MARGARITA:
Luego es Domingo.
DOMINGO: (¡Por Dios, Aparte
que ya
mi nombre sabía!
Ella,
sin duda, es mi tía).
MARGARITA: ¿A
cuál sirves de los dos?
DOMINGO: A
los dos y el interés
apenas
llega a ser uno.
MARGARITA: ¿Cuál
es más sabio?
DOMINGO: Ninguno.
Si
preguntaras cuál es
más
enfadoso, dijera
que el
primero que encontramos.
Vase MARGARITA
PORCIA: Tú
sirves buenos dos amos.
DOMINGO: Por uno
bueno los diera.
Vase PORCIA
Cuál
de las tres es mi tía?
ISABEL: Calla, bruto.
Vase ISABEL
DOMINGO:
¡Quién me trae
a mí a
palacio donde hay
tanto señor de Turquía!
¡En las damas una fea
más que otra! Voyme luego
de la corte, y aquí que llego
a los
campos de mi aldea,
unzo
apañando mi arado
un par
de bueyes sin par.
Y así empiezo a barbechar;
deja limón abragado.
Caja y canta
"Toca Francia a Montesinos,
pero,
¿qué se me da a mí?
De
Montesinos aquí
no van
los surcos muy finos.
Cata
París la ciudad,
cate
muy en hora buena.
Sembremos, pues no hay arena."
Sale el PRÍNCIPE a la puerta
PRÍNCIPE: (¡Qué
extraña simplicidad!) Aparte
DOMINGO:
"Este puñado es del cura;
este
mayor para mí.
Agua Dios
y llueva aquí
porque
tengamos ventura."
¡Oj! Mil gorriones están
piando
el grano que arrojo.
¡A fe
que si piedras cojo,
que
bien dice aquel refrán:
Canta
"Gorriones y tordos y abades,
¡qué malas aves!"
Ya van haciendo mi
trigo.
¡Ea,
mozas del lugar,
vamos
todos a escardar!
Aldonza, Inés, id conmigo.
Ésta sí es vida que quiero
y no en
palacio embobado
viendo
salir un barbado
con su
capa y sin sombrero
llamando tapicería
escudero de a pie cava.
Sale el PRÍNCIPE
PRÍNCIPE: Calla,
necio. ¿Aun no se acaba
tu loco
humor?
DOMINGO: Sal sería.
PRÍNCIPE: ¡Que
hablando este loco esté
a voces
de esta manera!
Vete de
aquí.
DOMINGO: Voyme fuera
a segar
lo que sembré.
Vase DOMINGO
PRÍNCIPE:
Amor, tu César no he sido,
pues
que no dirán por mí
que
vine, que vi y vencí
sino que
quedé vencido.
Fama de
hermosa ha tenido;
mas la
fama es breve estrella
porque
en Margarita bella
tanta
luz hallé después;
que
haber de ser reina es
lo menos que he visto en ella.
Un
alma en cada facción
siempre
asiste a Margarita.
A
naturaleza imita
porque
es cifra y es unión
de todo
su perfección.
Y si en
el amor presente,
por
algún raro accidente
átomos
mi alma se hiciera,
para
cada cual tuviera
hermosura diferente.
Un
reino y tanta hermosura
es dote
tan singular
que
atreverse y arrojar
la vida
será ventura.
La
libertad no es segura.
¡No amar! ¡Son locos extremos!
¡El amor bien es! ¡Supremos!
Galantear es prudencia;
pues si hay tanta
conveniencia,
¡amemos, Amor, amemos!
Sale el INFANTE
INFANTE: ¡O
es oposición de estrella
o es adversión natural,
o es influjo celestial!
No me ha parecido bella
Margarita, ni hay en ella
para
amarla el alma mía
la que
llaman simpatía.
Y en
efecto viene a ser
el
querer o no querer
secreta filosofía.
Un
reino hereda famoso.
Fuerza
ha de ser pretendella.
Es
imposible querella
y el
fingir dificultoso.
Pero el
arte es poderoso;
que los sutiles reclamos
entre las flores y ramos
suelen al ave engañar.
Razón
de estado es amar.
¡Finjamos, alma, finjamos!
PRÍNCIPE:
¡Carlos!
INFANTE:
¿Qué quieres?
PRÍNCIPE: Saber
si a
Margarita te inclinas.
INFANTE: Sí, y a
sus plantas divinas
postrar
quisiera y poner
dos
mundos, cuatro elementos
y un alma
que vale más.
PRÍNCIPE: Muy
enamorado estás.
INFANTE: Ya
serán mis pensamientos
y
los del águila parda,
cuando
el sol los examina,
mirando
la luz divina
con
resistencia gallarda.
Si
con algún desvarío,
pensamiento alguno hubiere
que a
su hermosa luz no fuere,
podré
decir que no es mío.
PRÍNCIPE: Bien
me causa admiración
que
sigas el bien que sigo,
teniendo siempre conmigo
natural
oposición.
Si
no me he inclinado a cosa
que te
inclinases a ella,
¿cómo
te parece bella
la que
me parece hermosa?
Entre tu alma y la mía,
sea
malicia o sea ignorancia,
habiendo tanta distancia
que se
convierte en porfía,
siempre nuestro sentimiento
lo que
aborrezco te agrada;
amas lo
que a mí me enfada;
mi
placer es tu tormento.
¿Cómo agora amando yo
más que
amó ningún mortal,
no te
parece a ti mal
lo que bien
me pareció?
Pregunto como prudente.
Sólo te
quiero rogar
que
amemos sin porfïar.
Sirve
cortesanamente
y si
en noble competencia
de
estos hidalgos amores
uno
merezca favores,
el otro
tenga paciencia.
INFANTE: Bien
avenido quedemos.
PRÍNCIPE: En este
acuerdo quedamos.
INFANTE: (¡Finjamos, alma finjamos!) Aparte
PRÍNCIPE: (¡Amemos, Amor, amemos!) Aparte
Salen el
REY, MARGARITA y las damas
REY: Al
fin, no puedo saber
cuál es
mi Carlos sobrina.
Sus
talentos examina,
y modo
de proceder,
pues ya que en dudas me aflijo,
sin ver remedio
jamás,
el que
mereciere más,
ése
habrá de ser mi hijo.
Permite su galanteo;
que el
alma se entiende amando.
Ve notando y observando
los
avisos que deseo.
MARGARITA: Mi
gusto es sólo agradarte.
A los dos
REY: Porque
confusos no estemos,
es bien
que un Carlos borremos.
Federico has de llamarte
como
yo. Las confusiones
que los dos nombres nos dan,
de este modo cesarán.
PRÍNCIPE: Cuando
tu nombre me impones,
pienso, señor, que me das
la
grandeza de tu pecho.
Un
hombre de nuevo has hecho.
INFANTE: Mi
nombre merece más;
pues
Carlos el padre fue
que
tuvo el rey mi señor,
y
siempre el padre es mejor.
REY: Eso no lo
negaré;
mas
esa razón que dais
es
buena para que yo
la
dijera, pero no
para
que vos la digáis.
Vase el REY
MARGARITA:
(Mándame el rey que examine
Aparte
el de más merecimiento,
y antes
que mi pensamiento
al uno
de ellos se incline,
sólo
pretendo saber
cuál me
tiene más amor;
que
esto es la virtud mayor
que un esposo ha de tener.
El
amor, cuando es perfeto,
discreción y galas da.
¿Quién
más amante será,
más
galán y más discreto?
Ser
mujer agradecida
es en
mí lo más hermoso.
Aquél
ha de ser mi esposo
de
quien fuere más querida.
¿A
cuál llamaré primero?
Dudar
puedo y con razón
porque
aun no tengo elección
que a ninguno de ellos quiero.
Decir suelen que si a un ave
distante con igualdad
ponen
igual cantidad
de
alimento, que no sabe
a
cuál de ellos tiene de ir,
y que así inmóvil se está
y a
ninguna parte va
porque
no sabe elegir.
Bruto soy si amor no tengo.
A
ninguno el alma aplico
de
Carlos a Federico,
con los
ojos voy y vengo.
Alma, muy dudosa estás
cuando
estos dos examino;
a
Federico me inclino
para
llamarle no más).
¡Ah,
Federico!
PRÍNCIPE: ¿Señora?
INFANTE: (La
suspensión ha parado Aparte
en ser yo más desdichado.
Mas Federico la adora,
a mí
me enfada. ¿Qué mucho?)
PRÍNCIPE: Llego
con ojos dichosos
cuando
en labios tan hermosos
mi
nombre, señora escucho.
PORCIA:
(Ella se le va inclinando.
Aparte
Quiero
estorbar). Vuestra alteza,
considere su grandeza
y no se
vaya empeñando
con
este rústico así.
MARGARITA: Porcia,
Porcia, la verdad,
¿Es
fineza de lealtad
o de
amor?
PORCIA:
Miro por ti.
MARGARITA:
Guárdente, Porcia, los cielos
por el aviso y favor,
pero me parece amor
con su
puntica de celos.
PORCIA:
(¡Entendióme!)
Aparte
PRÍNCIPE:
El que es llamado
de un
jüez superïor
siempre vive con temor
hasta
salir de cuidado.
Y
cuando llega a sus ojos
de la
ocasión ignorante,
mirando
está en su semblante
si son
favores o enojos.
Fui llamado y ya me veo
entre
tu inmenso poder
temeroso hasta saber
si soy
actor o soy reo.
Aquí
estoy a obedecerte,
y no te
espantes si temo;
pues
eres el jüez supremo
que me
ha de dar vida o muerte.
MARGARITA: ¿Qué
delito has cometido?
PRÍNCIPE: Si es
delito amar, yo soy
un
delincuente; que estoy
en
prisión y convencido.
MARGARITA: ¿De
manera que amas?
PRÍNCIPE: Sí;
cuanto
amaron los mortales
fueron
sombras y señales
del
amor que vive en mí.
MARGARITA:
¿Cómo confiesas tu error?
PRÍNCIPE: Soy
delincuente obstinado.
Préciome de haber errado
si es
errar tener amor;
pero
si es valor amar
cuando
el amor es perfeto,
en amar
alto sujeto
solamente está el errar.
MARGARITA: (No
quiero que se declare Aparte
éste;
mas poco amor tiene,
pues
tan atrevido viene.
Mi
inclinación se repare
que
ya Federico viera
el que
empezaba a querer
mucho. Amor no es bachiller;
voluntad no es lisonjera.
Tener tanto atrevimiento,
tan halladas osadías
y tantas bachillerías
no es amor, es
fingimiento).
Federico, esos delitos
no son
de este tribunal.
Retiraos.
PRÍNCIPE:
Si tras un mal
suelen
venir infinitos,
tras
el temor que tenía
vienen
rigores supremos.
Alma,
callemos y amemos.
Paciencia, desdicha mía.
MARGARITA:
¡Carlos!
INFANTE:
Señora, ya estaba
reventando de envidioso.
ISABEL:
(Contradecir es forzoso).
Aparte
Vuestra
prudencia se alaba
en
Nápoles. No arriesguéis,
señora,
tan grandes famas
amando
a Carlos.
MARGARITA: ¿Tú amas?
Una
enfermedad tenéis
vos
y Porcia.
INFANTE: (Yo me quiero Aparte
fingir turbado, y así
me excuso de ser aquí
bachillero y lisonjero).
MARGARITA: Vos,
Carlos, debéis de ser
melancólico, que os veo
muy
retirado.
INFANTE:
Deseo
pero no
sin mi querer.
Amo en efecto, y así...
Dije mal. Turbación fue.
Con más
ánimo os hablé
la
primera vez que os vi,
y
agora con el temor
en vano
mi estrella sigo.
Amo y
no sé lo que digo.
Perdona.
MARGARITA:
(Éste sí que es amor. Aparte
Ya
empieza a ser desdichada.
El que
pretendí querer
ama
poco a mi entender,
y el
que adora no me agrada.
Pero
muy sin fundamento
hago
estos discursos yo;
que amor muchas veces dio
discreción y atrevimiento;
pero lo más cierto es
que
amor causa turbación.
¡Vuelve
atrás, inclinación,
ya que
tu peligro ves!)
¿Cómo os turbáis cuando os llamo
y el
gusto os inquiero?
INFANTE: Quiero.
MARGARITA: ¿Cómo
apartado y severo
estáis cuando os llamo?
INFANTE: Amo.
MARGARITA:
(Hame dicho lo que siente
Aparte
atajando de camino.
Mucho
amor es vizcaíno,
no
cortesano elocuente.
Pero, ¿qué me importará
que
tenga menos amor
Federico si es mayor
el
cuidado que me da?
¿Qué
me importará la vida?
Pensamiento ha sido loco
querer a
quien quiere poco
y no
seré agradecida.
¡Ea,
inclinación, paciencia!
Pero el
tiempo es el que trae
los desengaños. No hay
en sólo un acto
experiencia).
Otra vez, Carlos, vendréis
más cobrado y más en vos.
Adiós, Federico, adiós.
INFANTE: Como
esperanzas me deis,
ánimo tendré.
PRÍNCIPE: Mi amor
tantas
finezas alcanza
que aun
no quiere esa esperanza.
MARGARITA: Será
porque es el menor.
INFANTE:
(Pienso que a tiempo fingí).
Aparte
PRÍNCIPE: (Pienso
que premio no espero). Aparte
MARGARITA: (Pienso
que quiero y no quiero). Aparte
PORCIA: (Pienso
que el lance perdí). Aparte
PRINCIPE: (Amo
por sólo adorar). Aparte
INFANTE: (Amor
por razón de estado). Aparte
PRÍNCIPE: (A los
dos nos ha mirado). Aparte
INFANTE: (Alma,
fingid). Aparte
PRÍNCIPE:
(Alma, amar). Aparte
MARGARITA: (Si
yo trocarlos pudiera Aparte
porque
el alma salud halle,
a éste
le diera aquel talle
y a
aquél este amor le diera).
Vanse
FIN DEL PRIMERO ACTO