ACTO TERCERO
Salen MARGARITA, PORCIA e ISABELA
MARGARITA:
Isabela y Porcia, quiero
proponer una cuestión.
PORCIA: Yo te
diré mi pensión
sin
respeto lisonjero.
MARGARITA: Si
tuviese una mujer
dos
amantes, y uno fuese
quien
más amor la tuviese,
sin
llegarle ella a querer,
y
otro que menos la amara
por
fuerza de alguna estrella,
y le
quisiese bien ella,
¿a cuál
de ellos coronara
si
un reino pudiera dar?
¿Al que
ella estima o a aquél
más su
amante y más fïel?
ISABELA: (Por mí
pienso sentenciar. Aparte
Carlos ser suyo no espere).
Digo
que haga rey la dama
al
galán que menos ama,
pues
dice que ella le quiere.
PORCIA: (A
Federico defiendo; Aparte
pues si
es rey, yo le perdí).
Yo no
le he entendido así,
sólo
agradecer pretendo.
Quien quiere más a la dama
reinar
sólo ha merecido.
ISABELA: ¿Cómo
dirá que ha querido
si no
hace rey a quien ama?
PORCIA:
Vicio o virtud puede ser
muchas veces el amor,
y así viene a ser mayor
la virtud de agradecer.
ISABELA:
Crueldad es decir aquí;
que es
el dueño de su vida.
Deje el
ser agradecida;
que
peor es ser crüel.
PORCIA:
Hacer por quien quiero yo
amor de
mí misma es,
y más
parece interés.
Pagar a
quien adoró
generosidad se llama.
ISABELA: ¿Y será
bueno que elija
quien
la adore y quien la aflija
si está
sin amor la dama?
PORCIA: Con
trato y conversación
ella le
vendrá a querer.
ISABELA: En mi
mismo parecer
militará esa razón.
Tú
convencido te has
que el
galán que no ha querido,
tratado
y aborrecido,
querrá con el tiempo más.
PORCIA: Yo
al que me estima eligiera.
ISABELA: Y yo
eligiera al que estimo.
MARGARITA: Y yo al
parecer me arrimo
de
Porcia. El reino le diera
a
quien más me amara.
ISABELA: ¿Y cómo
se
conocerá ese amor
si
también da resplandor,
cuando
es adorado, el plomo?
MARGARITA:
Isabela dice bien.
Examinemos mejor
los
quilates de su amor;
que hay
oro falso también.
Salen el REY, el MARQUÉS y el INFANTE
REY: Aquí
entre estos jardines
quiero
que esos negocios determines.
Siéntate entre esas flores
y administra piedad; esos rigores
gobierna a tu albedrío.
Hoy eres otro yo, sobrino mío,
la infanta y yo tenemos
un
negocio. Los dos no estorbemos,
allí nos apartamos
entre la amenidad de
aquellos ramos.
Margarita, yo quiero
dejar
por heredero
aquél
que descubriere
mayor
talento, sea el que fuere.
Apártate. Escuchemos
y su capacidad consideremos.
MARQUÉS: El
consejo de guerra ha consultado;
que al
mar ha desatado
armada
poderosa
el de
Aragón contra Sicilia hermosa
de
quien ambición tiene.
Si aquesta acción no viene...
INFANTE:
Prevéngase otra armada.
MARQUÉS: Nuestra
costa se ve tan descuidada
que no
hay bajel ninguno
en los
azules campos de Neptuno.
INFANTE: Buen
remedio busquemos,
ya que
bajeles prontos no tenemos.
Un
valiente soldado
que
parta disfrazado
y dé la
muerte al rey nuestro enemigo.
MARQUÉS:
¿Traición, señor?
INFANTE:
Yo digo
que no
es traición la guerra.
Siempre
ardides encierra.
REY:
¿Escuchas, Margarita?
Defensa
de traidores solicita.
MARGARITA: Antes,
señor, pretende
vencer con menos sangre. ¿Quién no entiende
que el
que aventura menos gente, sabe
vencer, y por camino más süave?
REY:
Ignorancia es extrema.
Diferente es traición que estratagema.
Juzgar sin duda puedo
que
éste es el hijo del traidor Manfredo.
MARQUÉS: ¿Qué
premio suficiente
habrá
para soldado tan valiente,
como
escapar de los contrarios pueda?
INFANTE: ¿Qué
premio? ¿Ha de faltar falsa moneda
con que
darle la paga prometida
o
quitarle la vida?
REY:
¿Escuchaste?
MARGARITA:
Bien hace,
si la
traición así se satisface.
REY: No intentéis
su disculpa.
Su
misma inclinación es mayor culpa.
MARQUÉS:
Consulta aquí el Consejo de Justicia
que con
grande malicia
uno de
dos hermanos
mató un
vecino con sus propias manos
y no consta cuál de ellos
porque
infinito se parecen ellos
y los
testigos juran
que el
uno le mató; mas no aseguran
cuál
fue.
INFANTE:
Mueran los dos. Yo lo permito.
No
quede sin castigo ese delito.
MARGARITA: ¿Es
mala esta sentencia?
REY: Inicua
y pronunciada sin prudencia.
MARGARITA: ¿No es
uno el delincuente?
¡Sin
duda!
REY:
¿Y es razón que el inocente
de ese
modo padezca
aunque
el uno merezca
la
muerte? Es más justicia, así lo digo,
que
quede el delincuente sin castigo
que no
que el inocente
padezca injustamente.
MARQUÉS: Una
mujer casada
dio
muerte a su marido y fue pensada
de
manera que irrita.
INFANTE: ¿Cómo
se llama?
MARQUÉS: Juana Margarita.
INFANTE: Vaya libre al momento. No te asombre.
Goce la
inmunidad que le da el nombre.
Si su
alteza se llama Margarita,
el
mismo nombre de morir la quita.
REY: ¿Y
aquélla no es locura conocida?
Vase el REY
MARGARITA: Es
fineza de amor jamás oída.
Yo
estimo su fineza
y
coronar pretendo su cabeza.
Vase MARGARITA
INFANTE: ¿Quedan
consultas?
MARQUÉS: No, señor.
INFANTE: Agora,
déjame
solo una hora.
Vase el MARQUÉS
Buena
va mi invención. La infanta crea
que
Carlos ama. Como rey me vea,
será
Porcia mi dueño.
Si Margarita del jardín no
sale...
y quizá
volverá... el ardid me vale
aunque
no tengo amor. ¡Que es dulce cosa
reinar! ¡Oh, qué fatiga tan
sabrosa!
La
infanta hacia la fuente se ha venido.
Que yo
la adoro fingiré dormido.
Sale DOMINGO
DOMINGO: Si
el rey su cetro te dio,
tendré
muy grande placer
porque
deseaba ver
un rey
tonto como yo.
De allá vengo de Caserta
de ver
a señor Albano.
Dice
que besa tu mano,
y
Pascuala Ruiz la tuerta
mil
encomiendas me ha dado.
Oyes: la burra mohina
de
Gila, nuestra vecina,
aun
vive y anda en el prado
a la
era. Y al sacristán
encontré sola una vez.
Ya no
juega al ajedrez
el
boticario. Y galán
anda
el barbero contino.
Cegajoso está el alcalde
que
como tiene de balde
salchichas, tabaco y vino,
se
empieza a beber los ojos,
y al
doctor le respondió,
"Mas vale beberlos yo
que
cegar llorando enojos."
Estando en el lavadero
Aldonza
me dijo un día,
"Di, Domingo, ¿es todavía
Carlos
tan grande embustero?"
El
día santo en el ejido
bailaban muchas doncellas.
Así lo publican ellas
pero yo no le he sabido.
¿Duermes? Mal podrás oír.
Eres
hombre, no me espanta.
Por
allí viene la infanta.
Voyme y
déjote dormir.
Vase DOMINGO. Sale
MARGARITA
MARGARITA:
Carlos se quedó vencido
del
sueño, enemigo suave
que
robar y vencer sabe
las
fatigas del sentido.
Si el
rey le viera dormido,
dijera "¿cómo han de estar
juntos dormir y
reinar?"
Y a mí sólo se me ofrece
que
cómo se compadece
el
dormir con el amar.
Triste está cualquier amante
y nace
el dormir de día
siempre
de melancolía.
Disculpa tiene bastante.
Pasar
no quiero adelante
por no
despertarle agora.
Dice el INFANTE Carlos entre sueños
INFANTE: ¿Que te
casaste, señora?
¿Cómo
no sientes mis quejas?
¿Cómo
olvidas, cómo dejas
al
hombre que más te adora?
Vivir no puedo sin ti.
Mataréme. Margarita
es
quien la vida me quita.
¿Qué te has casado? ¡Ay de mí!
Finge que despierta y se da con la daga
MARGARITA: ¿Qué es
eso, Carlos? ¿Así
en sueños estáis hablando?
INFANTE: Aun
despierto estoy temblando.
Como el
alma no está ociosa,
en el
sueño mal reposa
alma
que vive adorando.
El
sobresalto de un sueño
me
tiene, señora, tal
que era
letargo mortal;
que
eres la vida y el dueño.
Del
susto no desempeño
el
corazón afligido.
Aun
viéndote no he vivido.
Agora
sí que estoy muerto;
pues
que no lloro despierto
el bien
que perdí dormido.
A
sentir pena tan fiera
me
parto desesperado
si mal
que ha sido soñado
me
tiene de esta manera.
Siendo verdad como fuera,
pena
hay, sin duda, más fuerte
que el
morir; pues de esta suerte
el
sueño trata a su dueño.
Si a la
muerte llaman dueño,
¿más
mal habrá que la muerte?
Vase el INFANTE Carlos
MARGARITA:
Alguna dama diría
con
mucha incredulidad
que
este amor no era verdad
sino
gran hazañería.
Pero si
Carlos dormía,
claro está que es verdadero
su amor
y no lisonjero.
Él soñó
que me casaba
y
dormido se mataba.
Vida y
reino darle quiero.
Perdone mi inclinación;
perdone
mi gusto, pues
amor
magnánimo es
dar
premio a tanta afición.
Si
alguno dice que son
extremos necios, yo digo
que con
finezas me obligo.
La
razón dicta lo justo
y pocas
veces el gusto
salió
verdadero amigo.
Sale DOMINGO
DOMINGO:
¿Despertaste rey tronero,
rey de
farsa, rey de chiste?
Yo
pienso que te dormiste
porque
nada te pidiera.
¡Ay! Su alteza no me vea.
Huyo de
aquí. Dios me anime
porque
no me riña.
MARGARITA: Dime.
¿Carlos
amaba en su aldea?
DOMINGO: Yo
te diré la verdad.
Carlos
es un hazañero.
No hay
hombre más embustero
en toda
aquesta ciudad.
Una
moza paseaba
y ésta
falso pretendía,
y tanto
amor le fingía
que muchas veces lloraba.
Como
eran sus lienzos pocos,
por
pobreza o desaliño
henchía
un pañal de un niño
de
lágrimas y de mocos.
A
veces se amortecía,
mostrando que era fineza,
y en
volviendo la cabeza,
un
gesto al Amor hacía.
Escucha qué disparate
porque
ella no le ha querido;
que se
mataba ha fingido,
y ella dijo "Date, date."
Mas, quien es muy buen
pobrete
es Federico, señora.
Si
dices que quién adora,
él hizo
este sonsonete.
Un
mar y una garita me hacen roncha;
un mar
y una garita son mi mancha.
De amor
tengo en el alma una gran plancha,
tanto
que el alma con amor se troncha.
A no
ser viejo aquello de la concha,
viniera
a pelo aquí con una ensancha.
Mi
afición se destroncha con ser ancha,
no des
troncha, si des troncha, no destroncha.
Parta mi amor que ya ufano relincha,
porque
la fuerza de su amor es muncha.
Dispara
su arcabuz. Pega la mencha.
Revienta el fuego; que sus manos hincha,
y ya
con su salta, amor no puncha,
ancha, uncha, hincha, honcha y
hencha.
MARGARITA: Vete
con Dios.
DOMINGO: Ya su alteza
también
se quede con Dios,
el cual
la libre de tos
y de
dolor de cabeza.
Y se
libre de sus memorias
de
aquestos dos infanzones;
que dos
hidalgos pelones
cenan
siempre ejecutorias.
Y
déla Dios el descanso
que
desea para sí,
y
líbrela Dios de mí
que
pienso que ya la canso.
Vase DOMINGO
MARGARITA: El
villano es malicioso.
Informó
como ofendido;
pero ha
dejado advertido
al amor
y escrupuloso.
No
he de creer lo aparente;
que tal
vez un monte ameno,
de
arroyos y árboles lleno,
verde
pira solamente
es
habitación de fieras;
y tal
vez un monte rudo
de hierba y flores desnudo,
ignorando primaveras,
produce el bello metal,
hijo
pálido del sol
por
quien corre el español
los
piélagos de cristal.
Con
la sonda iré en la mano
buscando el fondo a este amor
sin que
me engañe el color,
verde
pompa del verano.
Sale PORCIA
PORCIA:
¿Todavía en los jardines?
MARGARITA: Seas,
Porcia, bien venida.
A mí me
importa la vida
que aclares
y determines
el
nombre de aquella dama
que
Carlos dice que adora.
PORCIA: De
buena gana, señora.
Tu
propósito le llama...
Él
viene. Vete.
MARGARITA:
Mil daños
nacen
del primer error.
Amor,
sólo quiero amor.
Dame
finezas, no engaños.
Vase la Infanta MARGARITA. Sale el INFANTE
Carlos
INFANTE:
Hermosa y sabia también,
¿intercediste
por mí?
PORCIA: Pudiera
decir que sí,
si
hubieras dicho con quién.
INFANTE: ¿No
te di bastantes señas?
PORCIA: Una
dama me propones
con
equívocas razones
y palabras
halagüeñas.
El
nombre quiero saber.
INFANTE: ¿Es
cosa dificultosa
de
saber la más hermosa
del
mundo?
PORCIA:
El nombre ha de ser
el
que tienes de decir.
INFANTE: ¿La que
méritos mayores,
la de
partes superiores?
PORCIA: ¿El
nombre?
INFANTE:
(No hay que fingir. Aparte
Si
digo que es Margarita,
pierdo
a Porcia, si la digo
que es
ella, tengo un testigo
contra
mi intento, y me quita
quizá un reino; pero así
sin
decirlo lo diré).
En este
jardín se ve
el
nombre en el alhelí,
en el clavel, en la rosa,
en la
jazmín, el narciso,
en la
flor del paraíso
y en
esa hierba olorosa.
PORCIA: No
quiero bachillerías,
Carlos. El nombre ha de ser.
INFANTE: Pues yo
te quiero coger,
-- oh, Porcia -- como porfías
las flores que hablar sabrán
por enigma y por aviso:
el primero es paraíso
ramo de
espinas galán.
Esta hierba que olorosa
tiene
por nombre y renombre
dará
otra letra del nombre.
Y otra
letra da la rosa.
Y el
clavel que su carmín
púrpura
fina promete,
y cierren el ramillete
el alhelí y el jazmín.
Porcia, agora hablo de
veras.
En flores de sangre y oro
podrás leer la que
adoro.
PORCIA: ¿En qué
letras?
INFANTE: Las primeras.
Vase el INFANTE
PORCIA:
Buenas enigmas me deja.
Gentil
manera de hablar.
¿Que
tengo yo de sacar
de las flores? ¿Soy abeja?
Sale MARGARITA
MARGARITA: Todo
lo he estado escuchando,
y
aunque el nombre no entendí,
podemos
saberlo así.
Aquí
hay pluma. Ve notando.
¿Qué
flores de grana y nieve
te ha
dejado?
PORCIA: Seis dejó.
MARGARITA: Pues,
no soy su dama yo;
que son
necesarias nueve.
PORCIA: Fue
el primero que cortó
paraíso.
MARGARITA:
Pongo "P".
PORCIA: Pienso
que olorosa fue
la segunda.
MARGARITA:
Es así "O".
PORCIA:
También aquí dejó rosa.
MARGARITA:
"R" es su letra primera.
Y hay
vislumbres de quién era
la más
sabia y más hermosa.
PORCIA: Clavel
hay.
MARGARITA:
Pues pongo "C".
PORCIA: Jazmín
también.
MARGARITA:
Pongo "I".
PORCIA: Sólo
queda un alhelí.
MARGARITA: En
"A" comienza. "A"
pondré.
Tú
eres su dama sin duda.
Porcia
dice que no pueda
ser
otro nombre.
PORCIA: No queda
con una
enigma tan muda.
¡Mi
nombre bien declarado!
MARGARITA: Si
Porcia seis letras son,
no forma otra razón
aunque
se hubiesen trocado
las
flores.
PORCIA:
Por pasatiempo
esta
enigma propondría.
MARGARITA: ¡Grande
inocencia es la mía!
¡Qué
discreto que es el tiempo!
¡Qué
segura que esa ciencia,
como el
curso de los años,
es luz
de los desengaños
y es
padre de la experiencia.
Su
lengua me dijo amores
y falso saliendo van.
Mira tú
como serán
los que
dicen unas flores.
Mi
mismo engaño te avise,
amiga
mía, por ti.
Vase MARGARITA
PORCIA: ¡Ay,
señora, yo mentí!
Ni le quiero ni le quise.
Vase PORCIA. Sale
el PRÍNCIPE
PRÍNCIPE:
Enfermo que vio perdida
la vida
en paso tan fuerte
que el
un pie tiene en la muerte
y otro
pie tiene en la vida;
casi el alma desunida,
entre
sus ansias alcanza
una
incierta confïanza
y vence
pena tan fiera,
porque
al fin vivir espera,
¿y amo
yo sin esperanza?
El miserable cautivo
que
arrastrando sus cadenas
con mil
géneros de penas
más
esqueleto que vivo;
y entre
su dolor esquivo,
que
tiene más semejanza
de muerte, espera mudanza
en su
grave adversidad
amando
la libertad,
¿y amo
yo sin esperanza?
El
mar vientos atropella
a
apagar el fuego sube,
la nave
parece nube,
el
farol parece estrella;
y el
peregrino que en ella
vive en
las olas del mar
mil
muertes sabe esperar
y
olvida pena tan fiera
en
llegando a la ribera,
¿y yo no puedo olvidar?
Ama
el joven más prudente,
sirve, adora y galantea,
festeja, anhela y desea,
llora el desdén, celos
siente;
pasa el
tiempo, vése ausente,
da
treguas a su pesar,
empiézase a consolar
la
quietud de dulce vida,
diviértese, juega, olvida,
¿y yo
no puedo olvidar?
Salen el REY, el MARQUÉS, y el CONDE
REY: A servirme no acertáis,
y de
vos estoy cansado.
Marqués, salid desterrado
de mi
corte y no volvéis
hasta que ordene otra cosa.
Dejad luego esos papeles.
Ministros pocos fïeles
sentencia tan rigurosa
han
merecido.
MARQUÉS: ¡Señor...!
REY: No repliques. Tome el Conde,
que a
mi gusto corresponde,
las consultas.
PRÍNCIPE:
Su rigor
nacido de enojo es.
Suplico
a tu majestad...
REY: ¿Qué es
lo que pedís?
PRÍNCIPE: Piedad.
REY: ¿Para
quién?
PRÍNCIPE: Para el marqués.
REY: No
ha lugar, ni es bien, ni es ley.
MARQUÉS: Ya, señor, de los papeles...
(Aun fingidos son crüeles Aparte
iras y enojos de un rey.
Conocida es mi
lealtad
Ningún
temor me desvela;
que
esto en el rey es cautela
para
saber la verdad).
Vase el MARQUÉS
REY: En
tanto que escribo yo,
Federico, despachad
esa consulta y mostrad
hoy que
sois rey.
PRÍNCIPE: Eso no.
No
he de ser tan arrogante,
loco ni
desvanecido
que
pienso haber merecido
ese nombre
en un instante.
Hechura vuestra y crïado
que
alivia vuestra fatiga
basta,
señor, que me diga.
Nombre
de rey es sobrado.
Quien nace rey lo merece,
o quien supo conquistallo;
pero
quien nació vasallo
cuando
calla obedece.
Apenas es rey de sí.
REY:
(Fingiendo escribir, veré
Aparte
quién
es más capaz, porque
ése ha
de reinar por mí).
Éntrese el REY a escribir
CONDE: Aquí
el consejo de guerra
consulta qué general
dará a
la armada real
que es
custodia de la tierra.
Dos propone: el uno es hijo
de su
general pasado.
PRÍNCIPE: ¿Es
soldado?
CONDE: No es soldado;
mas según el Marqués dijo,
viejos los soldados son,
valiente y ejercitados.
PRÍNCIPE: Mejor es que los soldados
sean corderos si es león
el capitán que no ser
los capitanes corderos
y los soldados muy fieros
porque para obedecer
basta cualquiera, y no
basta
cualquiera para mandar.
REY: (Vos sois varón singular. Aparte
No sois
vos de mala casta).
CONDE: ¿Qué
ordenas?
PRÍNCIPE: Que en ese oficio
militar
es imprudencia
hacer
vínculo y exencia.
La
experiencia y ejercicio
han de hacer el capitán.
Los hijos de los soldados
no han de tener
vinculados
los
oficios que se dan
a
quien ha servido así.
Sea
general aquél
que
haya servido, si en él
concurren partes.
CONDE: Aquí
un
gobierno se consulta
en un
noble que es Pompeyo
y en
Lisardo que es plebeyo.
PRÍNCIPE: Pues,
¿en qué se dificulta?
[................... -ado
.........................
........................]
¿Es
oficio de letrado?
CONDE: Sí,
señor.
PRÍNCIPE:
¿Y el noble sabe?
CONDE; No es
letrado, el otro sí.
PRÍNCIPE: No hay
dificultad ahí.
La nobleza es honor grave;
pero
la ciencia ha de ser
preferida mayormente
si al
oficio es conveniente.
Si
letrado es menester...
CONDE: Para
el que es noble pide
su alteza.
PRÍNCIPE:
No importa.
La mano
del rey es corta
para
dar lo que no mide
la
justicia. Servidor
soy yo
de la infanta, pero
lo
justo ha de ser primero.
Después
el rey mi señor,
y en
el tercero lugar
entra
la dama, y después
la vida
que propia es
por
ella se ha de arriesgar.
REY: (Federico
es sangre mía. Aparte
Ya no
se puede encubrir.)
Sale DOMINGO con memoriales
DOMINGO: Señor,
yo vengo a pedir
me deis
una compañía,
ya
que te sirvo dos años.
Toma aqueste memorial.
PRÍNCIPE: ¿Tú,
capitán? ¡Animal!
Los crïados sois extraños.
Por servir al poderoso
queréis
oficios que son
de
desigual proporción.
DOMINGO: ¡Qué rey tan escrupuloso!
Si
eso no me viene bien,
un
gobierno pido aquí.
Dale otro memorial
PRÍNCIPE:
Despacharélo yo así.
DOMINGO:
¡También lo rompe!
PRÍNCIPE: También.
DOMINGO: Pues
no quedara por eso.
Aquí
pido, mi señor,
oficio
de regidor.
PRÍNCIPE: ¡Qué
gentil talento y seso!
¿Qué has de regir, mentecato?
DOMINGO: ¿Y cuántos habrá mayores?
Miren, ¿qué es ser regidores?
¿Es más de comer barato?
Si
eso no le contentó,
una
vara de alguacil
pido en
ése.
PRÍNCIPE:
¡Qué gentil
ministro!
DOMINGO:
Ya la rasgó.
Pues, en ése renta pido.
PRÍNCIPE: La
renta yo la he de dar;
que el
fisco no ha de pagar
lo que
vos me habéis servido.
DOMINGO:
¿Ninguna demanda es buena?
No eres rey, mona de reyes.
PRÍNCIPE: Para
que compres dos bueyes
yo te
doy esa cadena.
Las
mercedes han de ser
sólo
conforme al talento
de
quien pide.
DOMINGO: Dame ciento.
Cien
bueyes puedo tener
y
los sabré gobernar
pues mi
talento es tasado.
PRÍNCIPE: Yo los
mando.
DOMINGO:
¿Y de contado
no
sabes dar?
PRÍNCIPE:
Sí, sé dar.
Toma.
Dale una sortija
¿Queda algún negocio?
CONDE: No
señor.
PRÍNCIPE:
Mucho quisiera
que el
rey mi señor tuviera
con mi fatiga algún ocio.
REY: Sí, daréis. Venid conmigo.
Vanse. Sale el
INFANTE
INFANTE: El rey
se va, y pienso yo
que se
va porque me vio
[....................]
Con
desapacibles ojos
me
mira. No sé sin son
efectos
del corazón
o señal
de sus enojos.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Tus
méritos reverencio.
¿Estás
solo? Mira bien
si nos escuchan o ven.
INFANTE:
Marqués, todo está en silencio.
MARQUÉS: No
pretendo referirte
mi
obligación y mi amor
que es
fuerza superïor
que
tengo para servirte.
Carlos, en breves razones,
¿tendrás ánimo de ser
rey de Nápoles y ver
coronados tus blasones
con la sagrada
diadema?
INFANTE:
Voluntad y ánimo tengo.
MARQUÉS: Pues el
reino te prevengo.
INFANTE: No hay
dificultad que tema.
Sólo
habrá de inconveniente
el rey.
MARQUÉS:
Sí.
INFANTE:
Procura el modo
y
atropellemos con todo.
MARQUÉS: Pues,
vete, que viene gente
y nadie juntos nos halle.
INFANTE:
Marqués, con esto concluyo,
todo el
reino será tuyo.
MARQUÉS: Pues,
silencio. Esto se calle.
Vase el INFANTE. Sale
el REY de donde estaba
REY:
Escondido estoy aquí
entre
susto y entre miedo.
MARQUÉS: Es el
hijo de Manfredo.
Luego
me dijo que sí,
tan
ciegamente arrojado
que ni
dudó ni temió;
y esto
fue como creyó
que
estaba yo desterrado.
REY:
Federico pienso que es
el que
viene. Yo me escondo.
Quiera
Dios que tope el fondo
de este
peligro, Marqués.
Vase el REY. Sale
el PRÍNCIPE
MARQUÉS:
Federico, mi señor,
esperando estoy al paso.
PRÍNCIPE: ¿Y para
qué?
MARQUÉS:
Para un caso
en que
importa tu valor.
PRÍNCIPE: ¿Qué
empresa dificultosa
habrá
para mis acciones?
Y más
si tú la propones.
Tengo
un alma generosa
y
tan llena de piedad
que
siente como la muerte
verte deterrado, y verte
en tan triste adversidad.
Mira, ¿qué quieres, Marqués,
que haga por ti? Porque es justo
que yo
interceda con gusto
arrojándome a los pies
de su majestad.
MARQUÉS: Señor,
mejor
es, si tú quisieras,
que
estos reinos poseyeras.
Yo te
ofrezco mi valor.
PRÍNCIPE: ¿Qué
es lo que has dicho, Marqués?
¿Que tal escuché de ti?
¿Eso se
me dice a mí?
Si su
dueño y su rey es
Federico, ¿esas ofensas
vi en
tus labios infelices?
¡La
lengua con que lo dices
y el alma con que lo piensas
te he de sacar, por Dios!
Y yo, por haberlo
oído
pienso
que traidor he sido.
Moriremos hoy los dos.
Tú por traidor y enemigo,
yo también morir prometo
pues
hallaste en mí sujeto
para
atreverte conmigo.
¡Muere, villano!
MARQUÉS: ¡Señor!
¡Repórtate, escucha, atiende!
PRÍNCIPE: Así ya
su rey ofende
el que
perdona a un traidor.
Vanse
los dos. Sale el REY
REY: ¿Qué más examen y prueba?
Siempre el alma me lo
dijo.
Federico, sí es mi hijo.
El alma
tras sí me lleva.
El
peligro está el marqués.
Siguiéndole aprisa va.
Furioso
tigre será.
Vuelven a salir
Un rayo
del viento es.
MARQUÉS:
Válgame la inmunidad
de tu presencia sagrada.
REY:
Sobrino, ¿qué es esto?
PRÍNCIPE: Nada.
Perdone
tu majestad.
Sombra del rey mi señor,
y aun
su retrato, bastara
para
quien de ti se ampara;
¡pero
no, siendo traidor!
Justamente le permito
este
privilegio y ley;
que
aunque es sagrado el rey,
has
cometido el delito
en ese
mismo sagrado.
REY: Lo que
dices no he entendido.
PRÍNCIPE: Nada,
gran señor, ha sido;
y a mí
sólo me ha pasado.
Sólo
te suplico yo
que le
prendas al instante.
No tope
su semejante.
[.......................-ó].
Sale ISABELA
ISABELA:
Señor, con gran regocijo
Albano
a hablarte llegó.
REY: Señas
de Carlos halló.
Ven,
Marqués. Quédate, hijo...
digo, sobrino....[..-ombre
.........................-ezco]
Vanse. Sale el
INFANTE
INFANTE: Dudas y
engaños padezco.
¿Qué es
esto? El marqués, ¿no es hombre
que
está en desgracia del rey?
¿Cómo agora van hablando?
Mas,
¿para qué estoy dudando?
Mentir
es humana ley.
Sale MARGARITA
MARGARITA:
Escuchad, primos, un gusto
que hoy
es para mí fatiga.
Escuchad
un caso alegre
que hoy
es para mí desdicha.
Ya
sabéis, sí, ya sabéis
como
soy de Carlos hija,
rey de
ese imperio del mar
y
monarca de las islas
de ese
granero del mundo
de quien parecen hormigas
todas las otras naciones
de esa abundante Sicilia,
de esas
montañas que siempre
fuego
exhalan, luz vomitan,
donde
también Aretusa
lágrimas da cristalinas.
Pasó mi
hermano Edüardo
a la
célebre conquista
de
Jerusalén sagrada,
feliz
murió en Palestina.
Con
esto, y siendo heredera
de esa
tierra que fue pira
de los
bárbaros gigantes
que a
Júpiter se atrevían,
muchos príncipes y reyes
mi voluntad solicitan.
Con gran afecto la
claman,
con
veneración la miran.
Entre
éstos fue don Enrique
el
infante de Castilla,
joven
gallardo y brïoso.
Basta
que español le diga.
El rey,
mi señor y tío,
de cuya
tutela fían
mis
cuidados sus aciertos
tuvo
gusto a que le elija.
Capitulóse la entrega
y
estuvo así algunos días
oculta;
mas ya llegó
el
término a mi partida.
Ya
vienen por ese mar,
abismo
de espumas rizas,
navegando selvas secas
y
ciudades fugitivas.
Bajeles
vienen de España
que por
serlo merecían,
como
hicieron los de Eneas,
volverse en hermosas ninfas
en
llegando a esta riberas.
Ya es
fuerza que me despida
de esta
ciudad tan hermosa
como
noble y como antigua.
Ya,
primos, estoy casada.
INFANTE: Pues,
señora, no prosigas
hasta
escucharme. Mi bien
ni lo
niegues ni resistas,
pues te
prevengo temiendo
que
Federico la pida,
dame a
Porcia antes que a España
te
partas. Atiende, prima,
a que
mucho amor me debes.
MARGARITA: Como no
la quiero, y sirva,
Federico, será suya.
PRÍNCIPE: No ha
nacido, prima mía,
mujer
humana si tú
has
coronado de dichas
a
España. Sola la muerte
y la
soledad son vida
de mis
altos pensamientos.
Prosigue o ya no prosigas.
MARGARITA: Tuya es
Porcia.
INFANTE:
Pues, prosigue.
MARGARITA: (¡Ah,
villano!) Aparte
Al fin el día
de mi
partida llegaba
y en
las naves peregrinas
que del
poniente al levante
el mar
terreno corrían
esperaba yo embarcarme
cuando
los hados, de envidia
de mi
gusto, y de la fama
que mi
español merecía,
como
siempre mezclar suelen
entre las rosas espinas,
en las aromas veneno,
turbación en la
alegría,
cortaron el dulce cuello,
cortaron la dulce vida
de mi
dulce esposo, y llegó nueva
de su
muerte y mi desdicha.
Viuda
he quedado, parientes.
PRÍNCIPE: Alma,
¿cómo no respiras?
INFANTE: ¡Qué no
esperara hasta el fin!
¡Necia
cólera es la mía!
MARGARITA: Esos leños coronados
de flámulas amarillas
y encarnadas volverán
sin dos
dueños que tenían.
¡Si
dirán que no se siente
la gloria no conocida!
Yo no
conocí a mi esposo
y su
muerte me lastima.
Volverán túmulos negros
esas selvas que floridas
para tálamo vinieron.
Y ya
cuando esta fatiga
se
pudiera consolar
con ser
reina, con ser rica,
con ser
buscada de muchos,
de
penas más exquisitas
me
hallé cercada. Mi hermano,
cuya muerte
fue mentira,
ya por
el mar del oriente
de
aquella tierra en que pisan,
con
recatos, serafines
nuevo
fénix resucita,
águila
nueva en las alas
de un
leño armenio se empina,
sobre
los moriscos trinacrios
que
abortan humo y ceniza.
En
Sicilia está Edüardo.
Sin
Enrique y sin Sicilia
agora,
primos, veamos.
INFANTE: (No fue
imprudencia la mía. Aparte
Si no
es reina, a Porcia quiero).
PRÍNCIPE: Oye,
espera, no prosigas.
De esa
que desdicha llamas,
mi
esperanza se acredita,
cuando
eras reina no osaba
mi
lealtad, señora mía,
decirte
cómo te adoro.
Ya
quiere amor que lo diga.
Prosigue, prosigue pues.
MARGARITA: Al fin
está Margarita
ya con
su hermano en su reino.
Sola no es mucha que gima;
pobre
no es mucho que llore.
Ya
aquel reino que solía
dar
leyes a cuanto nada
en las
ondas cristalinas
por su
dueño me ha negado.
Ya ha profanado la envidia
cuantos
amantes deseos
hasta
aquí me solicitan.
Ya
retirada a un convento
pasaré los breves días
que constituyen y forman
el número de mi vida.
En ésta
estaba temblando
una vez
y otra. Porfía
mi
triste imaginación,
ya
dudosa y ya afligida;
cuando
desperté del sueño
y hallé
que todo es mentira;
que ni
yo de Enrique he sido
ni
Edüardo está en Sicilia.
Como
ayer estaba, estoy,
siendo
dueño de mí misma
y de
ese reino heredado
sin que
nadie me lo impida.
Pero
fue el susto del sueño
tan
mortal que no se alivia
si no
es agora que el alma
desengañada respira.
INFANTE: ¿Luego,
sueño ha sido todo?
MARGARITA: Sí, que
cosas hay fingidas,
unas de los sueños y otras
del engaño y la malicia.
INFANTE: ¡Mal
haya el hombre imprudente
que se
arroja y precipita
a
declarar sus designios!
PRÍNCIPE: Pluguiera
a los cielos, prima,
que los
sueños de Edüardo
fueran
verdades divinas.
Pluguiera a Dios que, sin reino,
con
humildad fueras hija
de un
caballero mediano,
señor de alguna alquería.
Quizá,
quizá de esta suerte
mereciera verte mía,
pero
así mis esperanzas
se
desvanecen y eclipsan.
MARGARITA: Por
esos buenos deseos,
Federico,
esta amatista
te ha
de decir lo que quiero.
PRÍNCIPE: Tus
bellos labios lo digan.
MARGARITA: De esa
piedra la mitad
todo lo
que quiero explica;
porque
he aprendido de Carlos
a hacer
que las florecillas
canten
el nombre de Porcia
que es
la dama peregrina.
PRÍNCIPE: (La
amatista dice que ama. Aparte
Amor es
mi esencia misma.
Amatista que ame manda;
que ame dice mi amor viva).
INFANTE: Más
vale fingir que amar
si
quien finge no se olvida.
PRÍNCIPE: Más
vale amar que fingir
si
quien ama tiene dicha.
Salen el
REY y todos
REY: Dame albricias, Margarita.
MARGARITA; ¿De
qué, señor?
REY:
De que hallé
prenda
que mi sangre fue.
Ya en
el alma solicita
la
salida el regocijo.
Ciertos mis discursos fueron.
Ya las señas aparecieron;
ya he conocido a mi hijo.
PRÍNCIPE:
Señor, decidme quién es
para
que bese su mano
y por
dueño soberano
le
reconozca a sus pies.
REY: ¿Qué? ¿No echáis de ver los dos
en mi amor y en mis enojos
cuál es la luz de mis
ojos?
PRÍNCIPE: No, señor.
REY: Pues, lo sois vos.
Venid a mis brazos.
PRÍNCIPE: Quiero,
--¡oh
príncipe soberano!--
darte
mi vida.
REY: Y la mano
a
Margarita, primero.
[...................-ezco]
...........................
...........................]
INFANTE: ¿Y yo,
señor, no merezco
a
Porcia?
REY:
¿Queréis reinar?
INFANTE: (En
envidia cruel me abraso. Aparte
Van a descubrirle el caso).
Todo
fue disimular.
REY: Yo
os perdono.
INFANTE: Eres deidad;
eres mi
rey soberano.
REY: Duque
serás de Casano
y con
Porcia os consolad.
INFANTE: (Tan
dulce fin no tenía Aparte
pero
obediente he de ser.
Yo le
supiera querer,
pero no
fue dicha mía).
DOMINGO: ¿Y mis cien bueyes?
PRÍNCIPE:
Es ley.
Ya una
vez los prometí.
DOMINGO: Dámelos
y acabe aquí
examinarse de rey.
FIN DE LA
COMEDIA