ACTO PRIMERO
Salen
ROBLES y NUÑO
ROBLES: Seas, Nuño, bien venido
a los reinos de Castilla,
de los piélagos de oriente,
de aquellas fértiles islas
del Mar Tirreno. Después
que,
capitán en Sicilia,
dejaste a
España, no tienen
el estado
que solían
las cosas. El rey es hombre;
a empresas grandes se
inclina.
Niño le
dejaste, ya
conocerle
no podrías
a verle sin majestad,
y la
diferencia misma
en don
Álvaro hallarás.
Otro es
ya; mas tanto priva
con el rey
como merece.
Consérvele
Dios la dicha.
Y pues la Naturaleza
se mostró pródiga y rica
en sus
partes, la Fortuna
a sus pies
esté rendida.
Muchos
títulos no quiso,
muchos
cargos, que podían
hacerle
rico, no acepta.
¿Qué varón hay que resista
su mismo
aumento? Éste sólo
se niega
al bien y porfía
con
acciones militares;
venciendo
huestes moriscas
las honras
quiere ganar
a que el
amor le convida,
y aunque
resistió gallardo
al rey de
Navarra, el día
que a
Castilla pasar quiso
sus
banderas enemigas,
merced
ninguna ha aceptado
hasta
verse en la conquista
de Granada, donde piensa
dilatar la Andalucía.
Viudo
está, ya lo sabrás,
porque
murió doña Elvira
Portocarrero, que fue
del señor
de Moguer hija.
El rey, al
fin, como sabes,
casó con
doña María,
hija del
rey de Aragón,
y las bodas en Medina
se celebraron; y agora
esa grandeza que miras,
ese pasmo
de los hombres,
esa pompa
y bizarría,
ese
concurso que ves
en San
Pablo, es que bautizan
al
príncipe don Enrique,
que en las
amenas orillas
de
Pisuerga le ha nacido
de este
matrimonio. Digan
los críticos las señales
con que
los cielos avisan
revoluciones o aumentos
de esta
feliz monarquía.
Tres
padrinos, tres señores,
han de
sacarle de pila.
Don Alonso
Enríquez es
uno de
ellos, sangre altiva
del mismo
rey, gran señor
y
almirante de Castilla.
El
adelantado es otro;
ya sabes
que se apellida
Sandoval,
y Diego Gómez
ordinariamente firma.
Es don
Álvaro de Luna
el
tercero; no imaginan
a este
propósito mal
políticos
estadistas.
Dicen que
los dos oficios
a don
Enrique apadrinan,
y falta el de condestable
que quedó
de las rüinas
de Ruy
López, y que agora
querrá el
rey que se lo pida
don
Álvaro, porque así
en este
bautismo sirvan
los tres oficios, que son
ya, Nuño, tienes noticias:
almirante, condestable
y
adelantado. La grita
y
aclamaciones del vulgo
parece que
nos avisan
que salen
ya de la iglesia.
De este lado te retira
o
acompañemos también
la
soberana familia
del rey,
para ver despacio
lo que
tanto nos admira.
Salen todos del bautismo: don ÁLVARO con un ropón y el
niño, a sus lados almirante y adelantado, y el REY por
otra puerta para
recibir al niño.
Tocan chirimías
REY: ¿Cómo
traéis al príncipe?
ÁLVARO:
Cristiano
del gremio de la Iglesia, y con la risa,
como el
alma es aliento soberano,
su oculto
regocijo nos avisa;
tal, en
florido abril, clavel temprano
muestra,
rascando la sutil camisa,
en las hojas,
que son esfera breve,
unas
listas de sangre, otras de nieve.
Cuando
desnudo infante se miraba,
con un
ceño arrugó la hermosa frente,
de lágrimas los ojos coronaba,
mayorazgo de Adán inobediente;
y apenas
del primer borrón se lava
cuando,
puesto el capillo transparente,
alado
serafín nos parecía
que del
trono de Dios se desasía.
El
mismo, ya su rostro serenado,
a la vela se asió con tal denuedo,
que apenas
de su mano la ha quitado
confuso el
Arzobispo de Toledo.
Acuérdome
que un ángel vi pintado
alumbrando, al hacer la cruz de Oviedo,
al
artífice; hoy vi su semejante
en este
cielo de quien soy Atlante.
Por
edades se cuente, y no por años,
su dichoso
vivir y tú le veas
conquistando los reinos más extraños,
gallardo
Anquises de este nuevo Eneas.
No atienda a los mortales
desengaños,
entre las garras pálidas y feas
de la muerte, hasta ver cómo
desata
la
prudente vejez hebras de plata.
Alégreste de ver que excede y pasa
su edad a
la del Fénix matizado
que, en árabes aromas hechas brasa,
su cuna y su sepulcro ha
fabricado.
En éste,
ya del sol célebre casa,
de tus nietos te mires rodeado,
que con esto, señor, parecerías
al año con
sus meses y sus días.
En tus
armas coloque la Granada
más
hermosa del mundo; Enrique sea
quien
aquella república cerrada
con flor
de nácar en tu escudo vea;
que agora
de turbantes coronada
su pálida
corteza abrir desea,
mostrando
por rubís y hermosos granos
racimos de
valientes castellanos.
Este
pimpollo de tu ilustre copa
a Castilla dilate los extremos;
piélagos
surque en atrevida popa
cuantos
ocultos a los mapas vemos;
y
revienten los límites de Europa
hasta que
en Asia la Mayor
llamemos,
a pesar de los bárbaros alfanges,
Guadalquivir al Tigris, Tajo
al Ganges.
REY: Denle
el cielo y la Fortuna
esa edad y
ese trofeo,
que yo lo
mismo deseo
a don
Álvaro de Luna.
Si el
gran Filipo decía
cuando
Alejandro nació,
que el
cielo dicha le dio
porque en
el tiempo nacía
de
Aristóteles, y diestro
en la
virtud peregrina
bebería la
doctrina
de tan
divino maestro,
lo
mismo digo, que un rayo
será el
príncipe temido,
pues en el
tiempo ha nacido
que os
podrá tener por ayo;
y
aprenderá cada día
con ejemplos singulares
las acciones militares
y cristiana policía.
ÁLVARO: A tanta
satisfacción
el alma se
rinde ya.
REY:
Condestable, bueno está.
ÁLVARO: Esas
palabras no son
señor,
las que os he pedido.
¿Nuestro
concierto, qué fue?
¡Condestable yo! ¿Por qué,
si a los
moros no he vencido?
REY: Esa
modestia es bizarra,
como lo
fue esa cuchilla
que retiró
de Castilla
las banderas de Navarra.
Mayor victoria es vencer
un rey cristiano que un
moro.
Vuestros
méritos no ignoro.
Si bautizó
el chanciller
a don
Enrique. es razón
que le hayan apadrinado
almirante,
adelantado
y
condestable, que son
los
cuatro oficios supremos
de
Castilla. Condestable,
vuestra
modestia no hable
y porque os cansáis, andemos.
Sale LINTERNA de capigorrón
ROBLES: Andar.
LINTERNA: No
andar, gran señor,
deténgase,
que no es río.
Atrevimiento es el mío,
pero
discúlpalo amor.
Los sabios debemos ser
audaces
con cortesía.
Yo soy de
la astrología
el primero
hombre, el primer
conocedor de los cielos;
un signo
soy desatado
del
zodíaco, he vagado
por
trópicos, paralelos,
rumbos, climas, epiciclos,
polos, astros, horoscopos,
garamantos y galopos,
horizontes y horiciclos.
Mi fama ha de ser eterna;
luz y guía
soy del hombre,
y por
aquesto es mi nombre
el
licenciado Linterna.
He sido
levantador
de este
admirable portento
al dichoso
nacimiento
del
príncipe, mi señor.
Saca un papel muy grande. Dáselo al REY
Veráse
en esta figura
cuanto le
ha de suceder.
REY: Émulo no
debe ser
de su
criador la criatura.
Lo que
Dios ha reservado
para sí,
no ha de inquirir
el hombre,
ni debe oír
el próvido
y recatado
los
sucesos que revela
la
judiciaria. Si son
adversos, dan aflicción,
su noticia desconsuela;
si son prósperos nos dan
vanagloria
y confïanza,
y si
después hay mudanza
en los
casos y no van
sucediendo de ese modo,
más nos
afligen, y así
nunca
estas figuras vi.
Sólo Dios
lo sabe todo.
[Rómpele el papel]
Suya es
la muerte y la vida;
Él alcanza
lo futuro.
Ni esto es
cierto ni seguro.
La ciencia
humana es fallida.
Ningún
prognóstico leo,
ni tengo
crédito de él,
pero
aunque rompí el papel,
tomad por el buen deseo.
Dale una cadena
LINTERNA: Vivas
más que el que no muere,
Fénix raro; mas no es justo
adivinar sin tu gusto,
vivas lo
que Dios quisiere.
Y el
príncipe que ha nacido
porque
España un César vea,
viva,
señor, viva y sea
lo que
Dios fuere servido.
Vanse. Tocan chirimías otra vez. Queda LINTERNA
Aquí
que nadie me ve,
¿dónde
está la ciencia mía,
embustera
astrología,
que yo
palabra no sé?
¿Qué
mucho? En mí no comienza
este modo de engañar.
¡Linda
cosa es el hablar
con ánimo
y desvergüenza!
Un
monstruo conozco yo,
hecho a
manera de cepa,
que no hay
ciencia que no sepa
aunque
ninguna aprendió.
Sale ROBLES
ROBLES: Señor
astrólogo.
LINTERNA:
Pues,
ser
astrólogo es ser loco.
ROBLES: Manda que
le espere un poco
el
condestable.
LINTERNA:
¿Quién es?
ROBLES: Don
Álvaro, mi señor.
LINTERNA: ¿Desde
cuándo?
ROBLES:
Desde agora.
LINTERNA: Es muy
dichosa esta hora,
que está
en la Ursa Mayor
muy
retrogrado Saturno.
Nádir y
Cénit están
en
oposición del Can,
junto al
luminar trïurno.
Yo me
acuerdo y muy aína
cuando no
era condestable.
ROBLES: ¡Linda
memoria!
LINTERNA:
¡Notable!
Tomé la
jacarandina.
ROBLES: La
anacardina dirá.
LINTERNA: Todo lo
tomo. ¿Es dador
don
Álvaro, mi señor?
ROBLES: Ya ha
venido y lo verá.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO:
Licenciado, ¿se acordó
de alzar
aquella figura
que le
dije?
LINTERNA:
¡Qué locura!
¡No
preguntara más yo!
Pues
estoyme aquí acordando
cosas que
espantan, ¿y había
de olvidar
lo que vusía
tanto me está
suplicando?
El año
de cuatrocientos
que nació
dichosamente
tenía por
ascendente
dos
planetas turbulentos.
Marte y
Venus, cada uno
por
horóscopo tenía
a Mercurio
y a su tía;
ya se sabe
que ésta es Juno.
Mirando
estaban de trino
Júpiter y
los Trïones;
y haciendo
las direcciones
lo que
juzgo y adivino
es que
tiene la Fortuna
de hacer prodigios notables
con todos los condestables
dichos Álvaro de Luna.
Con
desdichas y embarazos,
todos
aquéllos a quien
hará en
este mucho bien
le serán
ingratonazos.
Dichoso
en guerras será;
vencerá
vueseñoría
tres batallas en un día;
treinta títulos tendrá.
Vivirá
contento y falso
con la
fortuna en Madrid,
Toledo y Valladolid.
ÁLVARO: ¿Y moriré?
LINTERNA: En
Cadahalso.
ÁLVARO: ¡Un
lugar junto a Toledo!
¡Vive
Dios!, que no he de entrar
jamás en
ese lugar,
pues vivir
sin verle puedo.
LINTERNA: Y con
aqueso podrá
ser un
Juan de Espera en Dios,
viviendo
un siglo y aun dos.
Fénix
barbado será.
ÁLVARO:
¿Quieres servirme?
LINTERNA:
Sí, haré
para
introducir despacio
lenguaje
nuevo en palacio;
palabras
inventaré
que no
las hable la villa
pues
conviene segregar
lo sacro
de lo vulgar.
Hable la
lengua sencilla
el
poblachón, pero aquí
digan
"reforma" vería
descrédito; "grosería"
está
falsa; vive en sí
"desaciertos." ¿Lo
garboso
va por
fortuna aliñado
"desvalido," "aventurado,"
"desperdicios" y "lo
airoso,"
y sobre "el aborrecido
y olvidado" he de mover
polvaredas que han de ser
pocas
nueces, gran rüido.
ÁLVARO: Me
agrada su buen humor.
Hernando
de Robles, mira.
ROBLES: ¿Qué me
mandas?
ÁLVARO:
Quien aspira
a medrar
con mi favor,
una
cosa ha de observar
solamente.
ROBLES
Di cuál es.
ÁLVARO: Oye
primero, y después
lo
sabrás. De tu lugar
te he
sacado y te he traído
a mi
servicio; hoy estás
en el del
rey porque vas
de mi amor
favorecido,
medrando más cada día
sin ser noble o principal.
Tesorero
general
eres.
ROBLES: Dé
vueseñoría
dos
hierros en esta frente
porque
debo ser su esclavo.
ÁLVARO: Esa
modestia te alabo.
Lo que quiero
solamente
es que
agradecido seas,
porque me
han prognosticado
muchos el
ser desdichado
haciendo
bien.
ROBLES:
No lo creas,
y menos de mí, señor.
Lo que ese astrólogo ha
dicho
es locura,
es un capricho
procedido
de su humor.
ÁLVARO: Ve a
besar la mano al rey
por la
merced, que él lo quiere.
ROBLES: ¡Mal haya
aquél que te fuere
crïado de
mala ley!
¡La Fortuna le derribe;
muera
preso en pobre estado!
ÁLVARO: Solamente
es desdichado
el que mal
por bien recibe.
¿Oís,
Vivero?
VIVERO:
¿Señor?
ÁLVARO: También
cabéis en mi pecho.
Su
majestad os ha hecho
ya su
contador mayor.
VIVERO:
Alejandro aragonés,
nuevo
César, nuevo Eneas,
católico
Numa, veas
Tiempo y
Fortuna a tus pies.
ÁLVARO: Esas
lisonjas no os pido;
mayores
puestos espero
que habéis
de tener, Vivero;
sólo os
quiero agradecido.
VIVERO: Muera,
señor, despeñado
de un
monte o algún balcón
el ingrato corazón
que el
beneficio ha olvidado.
ÁLVARO: Un
discreto, no sé quien,
preguntado
si tenía
enemigos,
respondía:
"Sí, que a muchos hice
bien."
Hablad al rey, besad hoy
su mano.
VIVERO:
Tuyo seré.
Vanse los dos
ÁLVARO: Vete a
casa tú.
LINTERNA:
Sí, haré.
A mudar de
traje voy,
porque
espero ser así
presto tu
enemigo fiero.
Quise
decirte que espero
recibir
merced de ti.
ÁLVARO: Te
firmarás "Licenciado
con
espada."
LINTERNA:
¡Qué advertido!
Yo he de
firmar lo que he sido
y he de hacer lo que un soldado.
Alférez
fue en Aragón.
Ordenóse. Cura era
y daba de
esta manera
cédulas de
confesión:
"Ha confesado este día
conmigo el
señor Tomé,
y por esto
lo firmé,
el alférez
Luis García."
En mi
tierra conocí
otra
graciosa locura.
Diferente
era otro cura.
Sus
cédulas daba así:
"Ha confesado conmigo
el Regidor
Juan Gaspar,
y por no
saber firmar
lo firmó
por mí un testigo,"
y
firmaba el sastre.
ÁLVARO: Ven,
que salen
damas.
LINTERNA:
¡Qué estrellas!
¡Oh, quien
parlara con ellas
antes! ¡Voz con moral den!
Vase LINTERNA
ÁLVARO: Mi
ambición es solamente
hacer
bien. ¿Qué verde planta
sobre los
aires levanta
verde
copa, altiva frente,
que no
brinde en los caminos,
a su
sombra y a sus flores,
albergue
de ruiseñores,
descanso
de peregrinos?
¿Ni qué
fuentes naturales,
entre
yerbas tropezando,
no hacen
rumor convidando
a beber de
sus cristales?
Sale el
sol, el cielo gira;
¿qué
gusanillo no alienta,
qué
cóncavos no calienta,
qué no
alumbra, y qué no mira?
No
seáis sólo para vos,
Álvaro, en
dichas seguras,
porque
esto de hacer hechuras
tiene un
no sé qué de Dios.
La
infanta viene; hacia aquí
me
retiro. Y doña Juana,
la que
aurora soberana
es del
cielo para mí,
la
acompaña. ¡Ay, dulce amor,
poderosa
fuerza alcanzas!
Entre
guerras y privanzas
no me
olvida tu rigor.
Salen la infanta CATALINA y doña JUANA
CATALINA: Doña
Juana Pimentel,
de este
mal me han avisado;
mira si
tendré cuidado,
tú me
puedes sacar de él.
Habla
al condestable, amiga,
favor será
no pequeño,
que es el
infante mi dueño
y a tales ansias obliga.
Sólo don Álvaro puede
librarme
de este pesar.
Aquí
está. Daré lugar
para que
le hables. Quede
con los
dos mi gran dolor
para que
lástima os dé.
Vase la infanta
JUANA: A tu
alteza serviré
como debo.
(Calla Amor. Aparte
Disimula, niño dios,
si en mí pretendes crecer,
porque en
dándote a entender
somos
perdidos los dos.
Si
hablas en esta ocasión,
me darás, Amor, enojos.
No te asomes a los ojos;
vive allá en el corazón).
Don
Álvaro,...
ÁLVARO:
Apenas creo
que en tu
voz mi nombre oí.
JUANA: ¿Esto es
imposible?
ÁLVARO:
Sí,
tanto como
mi deseo.
JUANA: A su
alteza le dijeron
que al
infante de Aragón
previenen
una traición
hombres
que mal le quisieron,
y que a
don Pedro, su hermano,
y a él
pretenden dar muerte.
El aviso
ha sido fuerte;
no será el
recelo vano,
que
como el infante mueve
alborotos
en Castilla,
no pienso
que es maravilla
si el
engaño se le atreve.
Los dos
a caza han salido
y aunque el rey lo haya mandado,
sacadnos
de este cuidado,
don
Álvaro, yo os lo pido.
¿Dónde vais sin responder?
Volved acá, condestable,
dadme lugar a que os hable.
ÁLVARO: ¿Dónde he de ir? A obedecer.
Órdenes que a mí me da
gusto de
vueseñoría
no admiten
réplica. Mía
es tanta
la causa ya
que
aunque es gloria estar oyendo
y es deidad
estar mirando
lo que el
alma estima amando,
quiero
más, obedeciendo,
ausentar y ser despojos
de esa
dicha; porque es justo
que me
arroje vuestro gusto
de la
gloria de mis ojos.
JUANA: Impedid
una traición
y a la
infanta este pesar.
ÁLVARO: ¡Qué bueno
fuera llevar
para esta
empresa un listón
verde
de un pecho crüel!
Tiénele ella en el pecho
JUANA: Y su
alteza no da cuenta
de esto al
rey, por si él intenta...
ÁLVARO: Fuera para
mí laurel
el
verde listón, que diera
envidia a
Césares.
JUANA:
Yo
pienso que
él no lo mandó.
ÁLVARO: La misma
esperanza fuera
y fuera
abismo de glorias.
JUANA: En
Castilla no es razón
matar a
Enrique a traición.
ÁLVARO: Yo
porfío. Dos historias
son las
nuestras, pero veo
que diferentes han sido.
JUANA: Yo os
hablo en esto que os pido.
ÁLVARO: Y yo en
esto que deseo.
JUANA: Digo,
al fin, que ambos veremos
dicha en
esto, aunque distinta.
Andando a la puerta
ÁLVARO: Pero en
esto de la cinta,
¿qué
tenemos?
JUANA:
¿Qué tenemos?
Vuelve el rostro
Una
empresa porfïada,
locura en
que un hombre dio.
ÁLVARO: Ya me
contentara yo
con no
veros enojada.
A la puerta
JUANA: Si a
partido os dais, yo intento
volver con
piedad los ojos;
digo que
voy sin enojos.
A otra puerta
ÁLVARO: Digo que
yo me contento.
Vanse los dos.
Salen el INFANTE y un CRIADO, de caza
INFANTE: Este
bosque rodeado
de las
ondas de Pisuerga,
de quien
las silvestres flores
aprende la
primavera,
suele
divertirme a ratos
del
cuidado o la tristeza,
porque la caza arrebata
todas las
pasiones nuestras.
CRIADO: De ella
dicen...
INFANTE:
No me digas
que es
imagen de la guerra,
que es
vieja civilidad
y me
cansa.
CRIADO: ¿Y si dijera
que es inclinación real
y las delicias honestas
de los príncipes?
INFANTE:
Dirías
cosa
ordinaria más cierta.
Los
monteros, ¿dónde están?
CRIADO: Siguen
diversas veredas.
Está uno a la puerta con una máscara
INFANTE: ¿Quién es
ése?
CRIADO:
Alguna guarda.
INFANTE: Entremos
por la maleza
de sabinas
enlazadas
con
hermosas madreselvas.
Vanse, y salen los que pudieran con máscaras
PRIMERO: Guarda del
bosque ha pensado
que
soy. Salid y, cubiertas
las caras,
como quien tiene
recelo, si
no vergüenza,
haremos lo
que nos mandan
los
señores que desean
el sosiego
de Castilla
matándolos.
SEGUNDO:
Si lo ordena
el rey
así...
PRIMERO:
No lo creo.
No son
acechanzas éstas
de quien
es su primo y rey;
no vengan
de esta manera
grandes
reyes sus enojos.
SEGUNDO: ¿Y los
demás?
PRIMERO:
Ya rodean
el bosque,
también cubiertos
los rostros,
porque no puedan
escaparse
de unos u otros.
SEGUNDO: ¿Cuántos
somos todos?
PRIMERO:
Treinta,
conjurados
a morir
sin que la
traición se sepa
de
nuestras lenguas.
SEGUNDO: Aquí
me parece
que es la senda
donde
vendrán a parar.
Aquí
espadas y ballestas
le darán
la muerte.
Sale don ÁLVARO con media máscara y hace señas
que se retiren
PRIMERO:
¿Quién
es aquéste
que por señas
retirar
nos manda?
SEGUNDO:
Alguno
del otro
puesto. Cabeza
será de la
otra cuadrilla,
pues con
máscara se muestra
ordenando
nuestro intento.
ÁLVARO: Silencio,
amigos, y alerta
a mi
aviso.
PRIMERO:
Aquí esperamos.
Reconoce
bien.
Sale el INFANTE
INFANTE:
No esperan
los gamos, ni aun los conejos.
Y aun es novedad que teman
hoy tanto.
ÁLVARO:
Señor infante,
salga del
bosque, tu alteza,
por esa
parte que el río
con
murallas de agua cerca.
Suba luego
en su caballo,
porque
darle muerte intentan
aquellos
hombres que mira,
mejor
diré, aquellas fieras.
INFANTE: ¿Y sabéis
quién los envía?
ÁLVARO: No, señor. No se detenga
vuestra
alteza; huya en tanto
que yo con
maña o con fuerza
los
entretengo.
INFANTE:
El caballo
ha
quedado, amigo, fuera
del
bosque, y el ancho río
por aquí no se vadea.
Mal podré
escaparme.
ÁLVARO:
¿Mal?
Pues, señor, ánimo y mueran
los traidores, o muramos
los dos en vuestra defensa;
aunque
primero he de ver
cuánto el
artificio pueda.
Hace señas que se vayan
PRIMERO: Que nos
vamos dice; creo
que nos
engaña.
SEGUNDO:
Quién sea
no
sabemos, y el infante
está
solo. No se pierda
la
ocasión. Acometamos.
ÁLVARO: Si la maña
no aprovecha,
apelemos a
la espada,
señor, la
dicha de César
va con
vos.
INFANTE: Y
aun el valor
según
bizarro te muestras.
Riñen
PRIMERO: Un rayo
del cielo ha sido
quien le
ampara; resistencia
es
invencible. El hüir
agora nos aprovecha.
Vanse
INFANTE: La vida,
amigo, te debo.
¿Quién
eres?
ÁLVARO:
Quien no desea
paga de
aqueste servicio.
INFANTE: Descubre
el rostro.
ÁLVARO:
No quieras
obligarte
a nadie.
INFANTE:
Amigo,
en esto,
¿qué me aconsejas?
¿Iré a
palacio?
ÁLVARO:
¿Pues no?
INFANTE: Temo que
mi muerte intentan
el rey y
su condestable;
y así me he de ir a Villena.
ÁLVARO: Cuando me
importa el honor
se acabaron
las finezas
de no
darme a conocer.
No imagine
vuestra alteza
Descúbrese
que mi rey
ni el condestable
muerte ni
mal le desean.
INFANTE: Álvaro,
dame los brazos.
¿De quién
Enrique pudiera
sino de ti
recibir
la
vida? Tuya es mi hacienda,
mi honor,
mi vida, mi alma.
ÁLVARO: Sólo
quiero que agradezcas
mi
voluntad, porque yo
hago bien
sólo con esta
ambición.
INFANTE: Tú
me casaste,
tú me das
la vida. ¡Quieran
los
cielos...!
ÁLVARO:
Que no me pagues
como
suelen todos.
INFANTE:
¡Ea,
deja tal
desconfïanza!
Otra vez,
bien se me acuerda,
te di la
mano y palabra
de ser tuyo.
ÁLVARO: Vuestros sean
los reinos de Asia, señor.
INFANTE: Y tuya la
fama eterna.
a Ocaña quiero
partirme,
que mi
pecho no sosiega.
Danse
las manos
Adiós, don Álvaro.
ÁLVARO:
Él vaya,
gran
señor, con vuestra alteza.
INFANTE: Tu amigo
soy.
ÁLVARO:
Yo tu esclavo.
INFANTE: No temas
que ingrato sea.
ÁLVARO: Sí temo,
porque eres hombre
y es tal
su naturaleza.
Vanse. Salen el
REY y tres GRANDES con un memorial
PRIMERO: A un
reino conmovido,
¿qué
prudencia de rey ha resistido?
Y más,
cuando es justicia
lo que el
común pretende y no malicia.
SEGUNDO: Señor, el
reino intenta,
no en modo
descortés ni acción violenta,
que se
ejecute luego
para bien de Castilla y su sosiego
lo que
aquí se contiene,
que cuando
injusto fuera, te conviene.
PRIMERO: En justa
razón hallo
que
importa más un reino que un vasallo;
y cuando
tal importe,
salga
cualquiera de tu ilustre corte.
REY: Yo lo veré
despacio.
PRIMERO: Eso no
puede ser. Aquí en palacio
el
cumplimiento esperan
los
grandes de Castilla.
REY:
¿Qué ver quieran,
de la envidia llevados,
los
vasallos leales desterrados?
SEGUNDO: No es
rigor conveniencia
que a tus
reinos importa.
Vanse
REY: ¿Qué paciencia
tendré
correspondiente
a la
pasión colérica que siente
el
alma? ¡Ah, quién hiciera
lo que un
rey de Aragón y ejemplos diera
de justicia y rigores
cortando en el jardín todas las flores
que empinaran el
cuello!
Simple era
el monje rey; sabio fue en ello.
¡Ah, quién
hiciera agora
lo que mi
padre, que en los cielos mora,
quitando a
éstos el brío!
Mas no es agora igual el poder
mío.
¡Qué de mi corte y casa
destierre
yo a don Álvaro! ¿Esto pasa?
Confuso
estoy. ¡Qué pida
el reino
tal crueldad, si de mi vida
es la
mitad! ¡Ah, cielo!
El consejo
me falta y el consuelo.
Si no les
satisfago
su envidia
torpe, mi poder deshago;
si a don
Álvaro pierdo,
ni soy
dichoso rey, ni amigo cuerdo.
Mas cuando
al cumplimiento
de este
destierro venga, ¿con qué aliento
si amor no
da licencia,
podré
notificarle la sentencia?
¿Cómo mis
propios labios,
si bien le
quieren, le dirán agravios?
Sale doña JUANA
JUANA: La reina, mi señora,
espera a
tu majestad.
REY:
Dame agora
valor y
aliento, Juana,
que no
puede mi lengua ser tirana.
El reino
me ha pedido
lo que en
este papel verás, y ha sido
tanto su
atrevimiento,
que sin
fuerzas me deja y sin aliento
con que
palabra alguna
decir
pueda a don Álvaro de Luna.
Caso tan
impaciente
de ti lo
escuchará más dulcemente;
dile tú lo
que pasa:
el reino
le destierra de mi casa,
y yo, por
no perdello,
forzado de
los grandes vengo en ello.
JUANA: Señor, ¿cuándo las damas
secretarios han sido? ¿A mí me llamas
para
intimar sentencia
que la
envidia escribió con tal violencia?
REY: Sí, Juana,
porque es bueno
que al
amigo se dé dulce el veneno;
cuando es
la causa fuerte,
piedad
suele tener la misma muerte.
Mi grave
sentimiento
se templa,
y el rigor de su tormento
a menos
mal provoca
oyéndolo
del aire de tu boca.
Siéntase el REY
Él viene;
aquí me empeño
en un
grave dolor; yo finjo sueño
por no ver
su semblante;
verle no
quiero y quiero estar delante.
¡Quién
durmiese de veras
por no
escuchar palabras lastimeras!
JUANA: Si para
tanta crueldad
al rey le
falta el valor,
¿cómo ha
de hacer el Amor
lo que
teme la amistad?
Faltábame
a mí piedad
para dejar
de sentir
lo que no
osaré decir;
mas si lo
pude leer
sin morir,
bien podrá ser
que lo
diga sin morir.
Sale don ÁLVARO
(Excusa
el rey su dolor Aparte
y a mí me
le da doblado;
que la
amistad no ha alcanzado
las
finezas del amor.
Si yo
estimo el resplandor
de esta
luna, aunque advertidos
se recaten
mis sentidos,
o ya
honestos o ya sabios
¿cómo han
de poder mis labios
dar veneno a sus oídos?)
ÁLVARO:
(¡Durmiendo el rey, y leyendo
Aparte
con
turbación un papel
doña Juana
Pimentel!
Novedades
estoy viendo.
Cuando en
mí mismo no entiendo
si es cuidado o si es temor,
¿qué mucho
que sin valor
mis ojos
estén inquietos
si ven
juntos sus objetos,
la
privanza y el amor?)
JUANA:
Condestable.
ÁLVARO:
No despierte
la voz al
rey; hable paso,
vueseñoría.
JUANA:
(Si en caso Aparte
tan
riguroso y tan fuerte
en hielo
no se convierte
la voz,
¿cómo puede hablar
paso la
que quiere dar
voces, que
remedio son
para echar
del corazón
tantos
siglos de pesar?)
Don
Álvaro, desdichado
fuera el
hombre a no tener
alma
inmortal y a no ser
un
bosquejo trasladado
del mismo
que lo ha crïado
porque
excedido se viera
de los
brutos, de una fiera,
o un
pajarillo pequeño,
y siendo
el hombre su dueño,
miserable animal fuera.
Y es su excelencia mayor
digna que se estime y
precie,
que los
brutos de una especie
tienen
paz, tienen amor
entre sí y
se dan favor,
y sólo el
hombre es crüel
con el
hombre, porque en él
nunca hay
paz, y siempre lidia.
Rasgos son de humana envidia
las letras de ese papel.
Dale el memorial
ÁLVARO: (Déjame
tan prevenido Aparte
que ya es
fuerza que al leer
el rayo no
venga a ser
tanto como
el trueno ha sido).
Lee
"Señor, el reino ha advertido
que don Álvaro pretende
mandarlo
todo." Él ofende
mi
intención y mi lealtad.
No dice el
reino verdad;
mas la
envidia, ¿qué no emprende?
Lee
"Causa ha sido su ambición..."
¿Ambición es fe sencilla?
"...que nos den guerra en Castilla
los infantes de Aragón,
y así muchos grandes son
de su parte, por lo cual
en
conveniencia real
que el
condestable no esté
en la
corte." Mayor fue
el temor
del mal que el mal.
Letra
de Robles parece...
¡Vive
Dios, que es de su mano!
Quien hace
bien a un villano,
quien a un
traidor favorece,
esta
ingratitud merece.
Mas, ¿qué
mucho, si en aquel
divino y
santo vergel
labró Dios
una figura
que, en
mirando su hermosura,
se rebeló
contra Él?)
Mi
señora, cuando importe
al rey, mi
señor, mi ausencia,
no es más
agria esta sentencia.
España
será la corte,
y a los
piélagos del norte
me pasaré,
al mar profundo
que ve el
Ponto sin segundo;
o por ver
si verdad fue
que hay
antípodas, me iré
buscando
otro nuevo mundo.
REY: Sois
ingrato y desleal
a mi
grande amor. ¿Así
sentís el
dejarme a mí?
¿Cosa que
llevo tan mal
que aun el
ánimo real
me ha
faltado, ¡vive Dios!,
para
decíroslo? ¿Ah, vos
sentís
alegre y cortés?
No,
condestable, no es
amistad la de los dos.
ALVARO: Rey y
señor, si el no verte,
supuesto
que es mi desgracia,
fuera
perder yo tu gracia,
éste fuera
trance fuerte,
sombra y
líneas de la muerte.
Esto sí fuera sentir,
esto sí
fuera gemir,
esto sí
fuera llorar,
esto sí
fuera rabiar,
esto sí
fuera morir.
Pero
importando al sosiego
de tu
reino mi partida,
atropéllese mi vida,
muera o
ausénteme luego;
que aunque
con el alma llego
a sentir
tu ausencia yo,
aquél que
honrado nació
y sus
costumbres ordena
siente el
merecer la pena,
pero el
padecerla, no.
Bien
sabe tu majestad
que no soy
merecedor
de este
envidioso rigor,
porque a
ser esto verdad,
¿qué paz,
qué amor, qué piedad
hallara yo
en tu semblante?
Pero a un
ánimo constante
no ha de
turbar ni mover
la
envidia, que ha de tener
las
finezas del diamante.
REY:
Condestable, yo no soy
tan
filósofo moral;
vuestra
ausencia llevo mal,
tristeza
al semblante doy.
ÁLVARO: Rey mío,
esforzando estoy
lo que el
alma calla y siente.
Sabe Dios
si estando ausente
yo sentiré
más dolor,
porque en materias de amor
es más
tierno el más valiente.
JUANA: (Y
quien oye a la amistad Aparte
hacer
aquestos extremos,
¿qué
siente? Disimulemos,
Amor,
tirana deidad
de la
humana libertad).
ÁLVARO: En Aillón
me estaré yo.
REY: ¿Es
tuyo? Pienso que no.
ÁLVARO: ¿Tu merced
olvidas?
REY: ¿Quién,
si es amigo, hombre de bien,
se acuerda
de lo que dio?
ÁLVARO: Sólo se
debe acordar
quien ve
que el que lo recibe
desagradecido vive.
REY: Tu
ausencia dará lugar
a que
pueda sosegar
esta
envidiosa porfía.
Escríbeme
cada día.
ÁLVARO: ¡Cómo
pudiera vivir
callando
sin escribir
afectos el
alma mía!
REY: ¿Y qué
tiempo estaré yo
sin vernos?
JUANA: (¡Amor extraño!) Aparte
ÁLVARO: Un año.
REY:
Siglo es un año,
Condestable. Un año, no.
JUANA: (Con mi
lengua misma habló). Aparte
ÁLVARO: Medio
estaré.
REY:
No han de ser
sino tres
meses.
ÁLVARO:
Hacer
tu
voluntad determino.
REY: Y toma
para el camino
el ducado
de Alcocer.
ÁLVARO: Beso
tus pies.
JUANA:
(¡Quién le diera Aparte
el favor
que me pedía!
Modo
falta, no osadía,
que ya
siento de manera
su
ausencia, que le dijera
lo que el
rey. ¡Ah, listón verde!
¡Qué dulce
ocasión se pierde
de que vos
suyo seáis,
para que
allá le digáis
que si amó, de mí se acuerde!)
ÁLVARO: Viviera
fuera de mí
a no haber
de verte presto,
y podré
decir con esto
que te
dejo a ti por ti.
Tu quietud
pretendo así.
Vive en
paz. Reina, señor,
sin este
inquieto furor
y aquél
que servirte sabe,
ya que en
tu corte no cabe,
quepa al
menos en tu amor.
REY: Ese ha
de ser inviolable.
Pílades sois de mi gusto.
ÁLVARO: Di Mecenas
con Augusto.
REY: Abrazadme,
condestable.
ÁLVARO: Calle
Alejandro, no hable
su privado
Efestïón.
JUANA: (Amor me
da la ocasión Aparte
¡Ea,
modestia importuna,
sirva de
rayo a esta luna
la plata
de este listón!)
Abrázanse el REY y don ÁLVARO. Da el listón
doña JUANA a don ÁLVARO
(¡No me
vio el rey!) Aparte
ÁLVARO:
Juraré
que, al
tocar tus brazos yo,
dos
favores recibió
un alma,
un pecho, una fe.
¿Qué
esperanza no tendré,
si en tus
brazos merecí,
si con ellas
recibí
el favor
más eminente
que al sol
coronó la frente
de topacio y de rubí?
REY: Adiós,
Álvaro.
ÁLVARO:
Sin dos
almas voy.
REY:
Tenga mañana
cartas.
ÁLVARO:
Adiós, doña Juana.
JUANA: (Responder
no puedo). Aparte
Adiós,
condestable.
REY:
¿Cómo vos
no me
miráis?
ÁLVARO:
No me atrevo.
REY: Mucho os amo.
ÁLVARO: Mucho os debo.
JUANA: (Mucho callo). Aparte
REY: ¡Qué dolor!
JUANA: (¡Qué cuidado!) Aparte
ÁLVARO: ¡Qué temor!
REY: Triste
voy.
ÁLVARO:
Pesares llevo.
Vanse los tres, cada uno por su puerta
FIN DEL ACTO PRIMERO