ACTO PRIMERO
Salen doña MENCÍA, con vestido largo y
hábito de San Juan, y
LEONOR, su criada, como capigorrón
LEONOR: ¿Qué? ¿No estás desengañada?
MENCÍA:
Es invencible mi amor.
No me
fatigues, Leonor.
LEONOR:
Tu locura es extremada.
Sin
duda, doña Mencía,
según estas cosas van,
que ha de ser don Garcerán
tu perdición y la
mía.
Seis
meses ha que saliste
de Salamanca tras él,
y sin hallar rastro de él,
hasta Valencia corriste;
y agora quieres que esté
en Madrid. ¡Qué desatino!
MENCÍA:
¡Ay, dulce amiga!
Camino
tras los pasos de mi fe.
LEONOR: ¿Pues, no has mil veces jurado
no
tenerte obligación?
MENCÍA:
Es verdad.
LEONOR: ¿Qué es tu intención?
¿Qué te da
pena y cuidado?
Si te olvidó, ¿no es costumbre
de los hombres olvidar?
Si no tienes qué llorar,
¿qué te ha de dar pesadumbre?
MENCÍA: ¡Ay, amiga! Mi inquietud
no tanto la causa amor
cuanto el áspero rigor
de su fiera ingratitud.
La
noche que se partió
aquel crüel, mil amores
me dijo, que fueron flores,
que su ausencia marchitó.
Y aquella extraña mudanza
y no
pensada partida
me trae y
lleva perdida
tras una
vana esperanza.
LEONOR: Pues
advierte que este traje
tu
pretensión no asegura;
Medio más
fácil procura.
No
afrentes a tu linaje.
MENCÍA: No hay,
Leonor, dificultad.
De ese
temor te retira;
que en la
corte no se mira
con tanta
curiosidad.
Crïado
del Gran Prior
que viene
esta primavera
he dicho
que soy.
LEONOR:
Quimera
de tu
ciego y loco amor.
MENCÍA: Pues,
¿quién ha de reparar
que soy
mujer?
LEONOR:
Tu hermosura
lo dirá y
mi desventura.
MENCÍA: (Aquésta
me ha de acabar). Aparte
Pues,
¿no asegura a las dos
esta cruz
y esa sotana?
LEONOR: Sí,
señora, que cristiana
soy, por
la gracia de Dios;
mas hay
diablos alguaciles
que no se
espantan de cruces,
que ven
más entre dos luces
que los
linces más sutiles;
que,
aunque te llames don Carlos,
nombre
hueco y campanudo,
y yo Jaramillo
el mudo,
no es
fácil desengañarlos;
que no
ha de ser tu recato
tan grande
que alguna vez
no te
miren a la nuez
y a los
puntos del zapato,
y echen de ver que eres macha,
y por la hebra el
ovillo
saquen, y
de Jaramillo
descubran
también su tacha.
Y, en
tal trance, esa cruz blanca
no es la
que te ha de salvar,
aunque te
quieres llamar
la Fénix de Salamanca;
que a
la visita primera,
sin tener
duelo o clemencia,
un alcalde
nos sentencia
a hilar en
una galera.
Tú, si
algún tropiezo das,
como viuda
varonil,
volveráste
a tu monjil,
entera
como te estás;
pero,
¡ay de mí!, mal pecado
si su
cólera desfoga
la sala, y
quiebra la soga
por mí,
como más delgado.
Mira que aquellos señores
sacan de
las faltriqueras
destierro,
azotes, galeras,
y aun
dicen que son favores.
Huyamos
de la Ocasión.
Comámonos
de capones
lo que han
de comer soplones.
Vámonos
con bendición,
porque
yo quería llegar
a tálamo
que bien cuadre,
si por
ventura mi padre
me
pretendiere casar.
MENCÍA: ¡Qué
terribles desatinos
estás
diciendo!
LEONOR:
Señora,
todo
sucede en un hora
por
posadas y caminos.
Salen a la ventana ALEJANDRA y LEONARDO
LEONARDO: Mi
señora, ¿no es gallardo
don
Carlos, nuestro vecino?
LEONOR: Que nos
miran imagino.
ALEJANDRA: Tienes
buen gusto, Leonardo.
¡Qué
bien que pisa y qué airoso!
¡Qué bien hecho es, qué galán!
LEONOR: Señora,
mirándote están.
MENCÍA: Calla y
miren.
ALEJANDRA:
¡Qué gracioso!
¿Sabes
quién es?
LEONARDO:
Caballero,
y del
Piamonte.
LEONOR:
Repara
que te
miran.
ALEJANDRA:
Gentil cara.
LEONOR: Háblale,
que estás grosero.
ALEJANDRA: Hombre
será principal.
LEONARDO: El hábito
lo confirma,
y tu buen
gusto me afirma
que no te
parece mal.
ALEJANDRA: Es así,
mas aunque fuera
un ángel,
lo que poseo,
en tanto
estimo, que feo
y tosco me
pareciera;
porque
no hay comparación
si está de
por medio el conde.
LEONARDO: ¿Y él
también te corresponde
con igual
estimación?
ALEJANDRA: ¿Ha
venido el coche?
LEONARDO:
Sí.
MENCÍA: Si
respondiera que no,
al sol le
pidiera yo
prestado
el suyo.
LEONOR:
¡Eso sí!
Muy
bien empiezas, señor;
habla con
argentería.
ALEJANDRA: El coche del
sol sería
para mí
grande favor.
MENCÍA:
¿Queréisle? Que cuando el sol
prestado
no me lo diera,
en medio
de su carrera
se le
quitara.
ALEJANDRA:
Español
y
bizarro encarecer.
MENCÍA: Que
también los extranjeros
tienen
aquestos aceros.
ALEJANDRA: Muy bien
se os echa de ver;
mas
fuera temeridad
meteros en
tanto aprieto.
MENCÍA: Vence tan
alto sujeto
la mayor
dificultad.
LEONARDO: Mira
que es tarde, señora.
MENCÍA: ¿Dónde
vais?
ALEJANDRA:
Al campo salgo.
MENCÍA: En vos
veo, a fe de hidalgo,
lo que del
campo enamora,
y
agraviáisos si decís
que salís al campo.
ALEJANDRA:
¿En qué?
MENCÍA: Alejandra,
¿no se ve
que fuera
de vos salís?,
porque las perlas hermosas
que el alba vierte en las
flores,
y matizados colores
de sus mejillas de rosas,
viento sutil y amoroso,
fuentes
que risa y cristal
vierten
por el arenal
argentado
y espacioso;
todo lo
ve quien repara
en tan divina pintura,
que del
campo la hermosura
es copia
de vuestra cara;
y así,
no tenéis, por Dios,
a qué
salir ni a qué iros,
que no hay
para divertiros
más que
miraros a vos.
LEONARDO: A fe,
que es gallardo mozo.
¡Qué bien
que cerró el conceto!
ALEJANDRA: ¡Qué
vecino tan discreto!
LEONARDO: ¿Qué hará
si le crece el bozo?
ALEJANDRA: Deseo
con más espacio,
señor don
Carlos, gozar
de vuestro
pico.
LEONARDO:
Picar
queréis en
el pobre Horacio.
MENCÍA: Cuando
fuéredes servida;
que cerca
está la posada.
ALEJANDRA: Adiós.
MENCÍA:
Ella va picada.
LEONOR: Tú, ¿cómo quedas?
MENCÍA:
Perdida.
Quítase de la ventana ALEJANDRA y salen el
capitán
don BELTRÁN y don JUAN
BELTRÁN: Este
don Carlos, don Juan,
¿es fraile
o es caballero?
LEONOR: No hagas
la calle terrero;
que viene
allí el capitán.
JUAN:
Caballero y principal,
según
estoy informado;
que pasa a
Malta, y crïado
del Gran
Prïor.
Hablan de oído LEONOR y doña
MENCÍA
LEONOR: No hagas tal,
que es el viejo mal
sufrido
y se pica
de valiente;
del pie te
mira a la frente.
MENCÍA: Vamos; que
me han conocido.
Vanse LEONOR y MENCÍA
BELTRÁN:
Hablarle quiero.
JUAN: Sería,
si no hay
otro fundamento,
notable
deslumbramiento;
sosegaos,
por vida mía.
BELTRÁN: ¿Qué
fundamento mayor
queréis,
don Juan, que encontralle
cada día
en esta calle?
JUAN: No hay sin
celos firme amor.
Si el
encontrar cada día
a don
Carlos os enfada,
¿qué ha de
hacer, si su posada
tiene
enfrente de la mía?
Celos
tuvistes ayer
del conde
Horacio, y cuidado
hoy,
Capitán, os ha dado
don
Carlos. Puedo temer
que
también de mí mañana
tendréis
sospecha y temor.
¿Con
tantos celos y amor
os adorará
mi hermana?
BELTRÁN:
Mientras que la posesión
no tiene
el galán que ama,
señor don Juan, de su dama,
no halla alivio su
pasión;
y así,
en tanto que no sea
Alejandra
mi mujer,
no dejaré de tener
celos de
quien la pasea.
JUAN: Nadie,
don Beltrán, festeja
su calle,
ni su ventana,
ni a
ningún hombre mi hermana
silla ha
dado ni ha hecho reja;
que su honrado
nacimiento,
recato y
honestidad
refrena la
libertad
y acobarda
el pensamiento;
porque
no hubiera señor,
por grave
y rico que fuera,
que a raya
no le tuviera
su honestidad y valor.
Y es demasiado reñir,
si sale en coche o si no,
dónde va,
quién se le dio
y del bien
y el mal gruñir;
mas
creo que brevemente
vendrá la
dispensación,
con que
vuestro corazón
se asegure
fácilmente,
y una
vez que estéis casado,
como dueño
de mi hermana,
tapiad la
puerta y ventana,
no la
dejéis ir al Prado;
no salga, en silla o en coche,
a ver
madre, abuela o tía,
tenedla en
prensa de día
y en una
estufa de noche;
y como
tío y cuñado,
capitán,
me perdonad;
que el amor
y la amistad
esta
licencia me ha dado.
Y si os
queréis divertir
y gozar
del fresco un rato,
vamos al
Prado.
BELTRÁN:
(¡Qué ingrato Aparte
tanto amor
me ha de salir!)
¿No venís?
Vase
[don JUAN]
BELTRÁN: Ya voy tras vos.
Poneos a caballo luego;
mas este
celoso fuego
tengo de
apagar, por Dios;
que,
quitada la ocasión,
menos el daño amenaza.
Ya se me
ofrece una traza,
pondréla
en ejecución;
que, si
puedo, aquesta noche
ha de
dejar la posada
don Carlos
desocupada,
aunque yo
vele y trasnoche;
que el
huésped es conocido
y el
dinero poderoso,
y un
hombre, si está celoso,
hará lo
que un ofendido.
Vase. Salen don
GARCERÁN, de camino, y SOLANO,
lacayo, también de camino
GARCERÁN: ¿Dónde
tomaste posada?
SOLANO: Junto al
Carmen.
GARCERÁN:
¿Preveniste
la cena?
SOLANO:
Sí.
GARCERÁN:
¿Qué trujiste?
SOLANO: Un capón y
una empanada,
dos
perdices...
GARCERÁN:
Bien las como.
SOLANO: Medio
cabrito extremado,
dos
gazapos...
GARCERÁN:
¡Regalado
plato!
SOLANO:
Tienen tanto lomo.
Un
gigote de carnero...
GARCERÁN: Si está manido,
no es malo.
SOLANO: Un
jamón...
GARCERÁN:
¡Gentil regalo!
Has hecho
buen despensero.
SOLANO: De
clarete y moscatel
tres
azumbres; que sin vino
está en la
mesa el tocino
como cautivo
en Argel.
GARCERÁN: Yo
tengo bien qué cenar.
SOLANO: ¿Que es
buena cena?
GARCERÁN:
Extremada.
SOLANO: Pues,
ven. La verás pintada
que no hay
más que desear,
en esta
calle primera;
que parece que el pintor
dio a los
gazapos primor
y sazón a
la ternera.
¿No me
dirás, por tu vida,
qué bolsón
diste a Solano
para que
te tenga, ufano,
mesa y
cama prevenida?
GARCERÁN: Luego,
¿no tienes dineros?
SOLANO: ¿De qué
los he de tener,
Garcerán,
si desde ayer
estamos
los dos en cueros?
GARCERÁN: ¿No te
di trescientos reales
en
Valencia?
SOLANO: No lo niego;
mas oye la
cuenta, y luego
podrás ver
si están cabales.
Saca un papel de cuentas
"Cuenta de lo que Solano
ha gastado
en el camino".
GARCERÁN: Y dala
también del vino.
SOLANO: ¡A fe que
está en buena mano!
Sesenta
reales gasté
en la
maleta y cojín;
por dos
mulas di a Machín
noventa, y
me vine a pie.
Ves,
ahí tienes la mitad;
ítem: veinte que perdiste
y dos que
a una moza diste,
que tuvo
necesidad.
Ciento
en comida y posada
desde
Valencia hasta aquí,
diez y
ocho que bebí
de vino en
esta jornada.
¿Cuántos faltan, si has contado
para los
trescientos?
GARCERÁN: Treinta.
SOLANO: ¿Justos?
GARCERÁN:
Justos.
SOLANO:
En la cuenta
estoy, por
Dios, engañado;
que treinta menos cuartillo
al huésped
di de señal,
mas por
falta de orinal,
me
acuerdo, compré un jarrillo,
y con
aquesta partida
están los
treinta cabales.
Mira tus
trescientos reales,
y la
cuenta conclüida.
GARCERÁN: Toma,
vende esta cadena.
SOLANO: Del
dinero, ¿qué has de hacer?
GARCERÁN: Mientras
negocio, comer.
SOLANO: ¿Comer
dices? ¡Bien me suena!
Mas, gastada,
ayunaremos
al
traspaso cada día.
Señor,
¿qué estrella te guía
que tan
mal viaje traemos?
¿Qué
pretendes?
GARCERÁN:
Irme a Flandes
con un
entretenimiento,
y entre tanto hacer asiento
con uno de
aquestos grandes.
SOLANO:
¿Qué? ¿Quieres servir?
GARCERÁN: Solano,
el que no
sirve no medra;
de un olmo
quiero ser hiedra
para que me dé la mano.
Con el
de Pastrana o Feria
pienso
tratarlo mañana.
SOLANO: Con el de
Feria o Pastrana
repararás
tu miseria;
que
como grandes señores
no harán las cosas pequeñas.
Apostaré que te sueñas
general
con sus favores.
GARCERÁN: Mal
estás con el servir.
SOLANO: Pues, ¿no
quieres que esté mal?
Servir,
señor, a su igual
es, don
Garcerán, vivir
y no a un señor soberano,
que has de
estar delante de él
como el
ángel San Gabriel
con el
sombrero en la mano;
y si
llama, con más olas
ha de ser
que tiene el mar.
Sin servir
puedes pasar;
ándate,
señor, a solas,
y si
no, vuelve los ojos
a aquella
Fénix divina.
Deja la
corte, camina,
concilia
tantos enojos,
da la
vuelta a Salamanca,
que allí está doña Mencía.
Ya conoces
su hidalguía,
voluntad
segura y franca.
Viudo
estás, no hay qué temer;
resuélvete, Garcerán;
que allí
esperándote están
con
hacienda y con mujer;
mas
cuando de ella me acuerdo
y de tu
fiera mudanza,
mi
imaginada esperanza,
como los
sentidos, pierdo.
GARCERÁN: Dices
bien; que fue rigor;
mas no lo
pude excusar,
que dejarla fue estimar,
como era
justo, su honor.
SOLANO: Pues
decirle a la partida:
"Quedad con Dios", ¿qué importaba?
GARCERÁN: Deja esa
materia, acaba.
¡Ay,
ausente de mi vida!
SOLANO: ¿Hay
intervalos, señor?
¿Qué
discurres o qué sientes?
GARCERÁN: Memoria,
no me atormentes
con tan
extraño rigor.
SOLANO: ¿Date
la viuda cuidado?
GARCERÁN: Y aun
acabarme podría.
SOLANO:
¡Necedad! Toma alegría.
Mira este famoso Prado,
esta
mezcla de colores
en
jardines diferentes,
bullir y saltar las fuentes,
reír y alegrar las flores.
Los varios coches que en
tropa
discurren
el alameda,
que,
hiriendo el viento en la seda,
caminan
con viento en popa;
las damas que a los estribos,
con su donaire español,
salen
dando luz al sol,
como a su
gala cautivos;
esta
confusión que espanta,
y esta
grandeza que admira,
de tanta
verdad mentira
que se
celebra y se canta,
de
tanto amor sin amor,
de tanta
gente perdida,
de tanta bárbara vida,
de tanto
gentil señor,
de
tanto a pie caballero
que se ve
y se disimula,
de tanto
bonete y mula,
de tanto
mulo y sombrero,
de
tanto ciego con vista,
de tanto
malo buen hombre,
de tanto
sabio sin nombre,
de tanto
loco alquimista,
de
tanto ingenio abatido,
de tanto
necio encumbrado,
de tanto
ingrato olvidado
del favor
que ha recibido,
de
tanta dama pelota,
de tanto
galán pelote
que se
viste y come a escote
de los que
la pobre escota.
GARCERÁN: ¿Has de hablar hasta mañana?
SOLANO: Mucho la
ocasión provoca.
¡Por
Dios!, que me iba de boca
y hablaba
de buena gana.
GARCERÁN:
Retírate aquí, Solano.
Veremos
pasar la gente.
Apártense a un lado y salen el conde HORACIO,
RUGERO, su criado, y ALEJANDRA
HORACIO: Fresco
está el Prado.
ALEJANDRA: Excelente.
HORACIO: Lindo
sitio.
GARCERÁN:
(Y linda mano, Aparte
gentil
mujer).
SOLANO:
(Por mi fe, Aparte
que es
buena ropa).
HORACIO:
Rugero,
avisarás
al cochero
que dé la
vuelta.
RUGERO:
Sí, haré.
Vase RUGERO
ALEJANDRA:
Entrarme en él es mejor;
que
apearme ha sido exceso,
y temo algún ruin suceso.
Hacedle
llegar, señor.
No
quiera mi desventura
traer por
aquí a mi hermano.
GARCERÁN: Gallarda
mujer, Solano.
SOLANO: ¿Hay ya
nueva picadura?
¿Hirióte con ballestilla
el dios
ciego y herrador?
HORACIO: Mi bien,
aqueste temor
con razón
me maravilla.
¿Tan
poco mi fe te debe,
que un
flaco temor te impide?
ALEJANDRA: ¿Flaco te
parece? Mide
con mi amor tu gusto breve.
Verás,
conde, si es razón
que tema,
como mujer,
lo que
puede suceder
en
semejante ocasión.
Don
Beltrán anda celoso,
don Juan
no sospecha en vano,
y si es el
uno mi hermano,
el otro se
llama esposo.
¿No he de temer? ¿No he de estar
siempre el alma en
centinela?
Si es mi
honor quien te desvela,
no des al
llanto lugar.
No quieras paguen mis ojos
lo que han
de sentir perderte.
¡Ay, Dios, qué trance tan fuerte!
¡Qué ciertos son mis enojos!
Muerta soy, conde.
HORACIO: ¿Qué viste?
ALEJANDRA: A mi
hermano y don Beltrán.
HORACIO: ¡Bravo
temor! ¿Dónde están?
ALEJANDRA: Hacia acá
vienen. ¡Ay triste!
Perdida
soy. Negra noche,
apresura
tu carrera.
¡Ay,
Dios! ¡Si el coche viniera!
Sale RUGERO
RUGERO: Aquí está,
Alejandra, el coche.
HORACIO:
Repórtate.
ALEJANDRA:
No es posible;
que temo
ser conocida.
HORACIO: Toma el
coche.
ALEJANDRA:
Estoy perdida.
HORACIO: Y de cobarde, terrible.
Vanse ALEJANDRA y el conde HORACIO
SOLANO: Ya toma
el coche.
GARCERÁN: Turbada
parece;
que ya cayó.
SOLANO: ¿No
estuviera cerca yo?
¡Bien
vestida está y calzada!
GARCERÁN: ¿Qué
viste?
SOLANO:
Lo que encender
pudiera un
mármol. Manteo
que lo
guarneció el deseo,
que no hay
más que encarecer;
algo de
la media y pie,
que con un
zapato justo,
parece que
brinda al gusto
para
descalzarle, a fe;
mas
parecióme tener
una falta,
y no lo es,
que tener
grandes los pies
es sobra
en una mujer.
Sale HORACIO
HORACIO: (¡En
qué extraña confusión Aparte
estoy
metido, que veo
a riesgo
lo que deseo
y en la
mano la Ocasión.
Si voy
con ella, destruyo
su
opinión; y si me quedo,
a ley de
quien soy, no puedo
excusar lo
que rehúyo.
Si el
coche ven, por las pías
han de conocer su dueño.
En grave ocasión me empeño.
Desdichas son éstas mías.
¡Qué solo que me han
dejado
mis
crïados! Ni un amigo
de los que
comen conmigo
no
descubro en todo el Prado;
pero
allí está de camino
un hombre,
a lo que parece;
que en él
el cielo me ofrece
todo mi bien, imagino).
¿Caballero?
SOLANO:
¿A quién, señor,
llamáis?
HORACIO: A
los dos.
SOLANO: Decí:
"¡Ah, caballeros!" que así
os responderán mejor.
GARCERÁN: ¿No os
callaréis, majadero?
¿Qué manda
vuesa mercé?
HORACIO: En vuestro
talle se ve
que sois
noble caballero.
GARCERÁN: Si
importa serlo, señor,
para
serviros, yo he sido
desgraciado, aunque he tenido,
siendo
humilde, algún valor;
y si
con él puedo y valgo,
me podéis, señor, mandar
y de mí os asegurar
como del mejor hidalgo.
HORACIO: De que lo sois, muestra clara
me da
vuestra gentileza,
porque se
ve la nobleza
en el
lenguaje y la cara;
pero,
porque cierta dama
de prendas
y de valor,
con la
tardanza, su honor
se
aventura y se disfama,
no
quiero el tiempo gastar
en
ofrecimientos vanos;
que con
términos más llanos
la merced
pienso pagar.
Sólo os
suplico entre tanto
que pongo a salvo aquel coche,
que ya no
quiere la noche
encubrirle
con su manto,
detengáis dos caballeros
que por
aquí han de pasar,
sin que
deis, señor, lugar
a desnudar
los aceros.
El uno
es mozo y galán,
y el otro,
aunque cano y viejo,
es su brío
y su despejo
de un
valiente capitán.
Plumas
trae negras, y espada
guarnecida
de ataujía;
si erráis las señas sería
perderme
en esta jornada.
GARCERÁN: No
tenéis más que informarme.
Seguid el
coche, señor;
que en
ocasiones de honor
sé muy
bien aventurarme.
Las señas son conocidas;
bien podéis, señor, partir;
que aquí están para os
servir
dos espadas y dos vidas.
HORACIO: Bésoos las manos mil veces
por la merced que me
hacéis.
Cielos
amigos, seréis
de aquesta
amistad jüeces.
Vase HORACIO
GARCERÁN: ¿Dónde
vas tú?
SOLANO:
A detener
las mulas
en que venimos,
aunque al
paso que trujimos
postas
serán menester.
GARCERÁN: ¿Para
qué son postas, loco?
SOLANO: Mal
discurres, Garcerán.
GARCERÁN: Presto
vaguidos te dan.
SOLANO: Siempre me
estimas en poco;
mas hazme un placer, señor,
de advertir lo que imagino;
que el
consejo tras el vino
no suele
ser el peor.
Sin
saber quién es el hombre
que de
aquí partió ligero,
sin
informarte primero
de su
calidad y nombre,
te has
empeñado a estorbar
a dos hombres este paso,
ves aquí
que paso a paso
llegan y
quieren pasar.
¿Qué
has de hacer si su porfía
fuese tan
grande, en rigor,
que juzgasen por temor
hablarles con cortesía?
¿No es lance, no es
ocasión
para venir
a las manos
si son los
dos cortesanos
y tú de
buena opinión?
Pues si
reñimos, hay vidas
para este
acero sangriento;
y en tal caso es de momento
tener
postas prevenidas.
GARCERÁN: Has
discurrido, Solano,
con el
temor, altamente;
siempre el
cobarde es prudente.
SOLANO: Como el
atrevido insano.
GARCERÁN: No
tienes qué prevenir
ni de qué
tener temor;
que el
cielo lo hará mejor
que tú lo
sepas pedir.
Y si
los dos que recelas
acertaren
a pasar,
hüir
podrás sin matar,
pues no te
faltan espuelas,
que yo
tengo de acudir
a quien
estoy obligado;
que la
palabra que he dado,
fue de
esperar, no de hüir.
Y
cuando hacer bien se ofrece,
sin saber
a quién se hace,
es lo que
más satisface;
que
aquello más se agradece.
SOLANO: Bien
dices -- mas digo mal --
en saber
si cena a oscuras
éste por
quien te aventuras,
o con un
cirio pascual;
si es merced, o tú, ni vos,
señoría o
excelencia,
por quien
se pueda en conciencia
reñir y
matar a dos;
que
sería gran desastre
ser este
tal hidalgote
un
escudero guillote
o por gran
ventura un sastre.
GARCERÁN: Sin
duda que es caballero.
SOLANO:
¿Caballero? ¿En qué lo vistes?
GARCERÁN: ¿Los
guantes de ámbar no olistes?
SOLANO: ¿No podría
ser guantero?
GARCERÁN: Espera;
que aquéstos son.
SOLANO: Tentemos
la de Bilbao;
aunque
estuviera en el Grao
mejor que
en esta ocasión.
Salen el
capitán don BELTRÁN y don
JUAN
JUAN: No ha
de encubrirles la noche
la
libertad de los dos.
BELTRÁN: Aguijemos;
que, por Dios,
que van
juntos en el coche.
JUAN: ¿No
tomaremos razón
si han
pasado por aquí?
BELTRÁN: ¿Qué hay
que tomar? Yo los vi.
JUAN: Ciega
mucho la pasión;
informémonos
primero.
BELTRÁN: ¡Qué flema
tenéis extraña!
¡Oh, nunca
viniera a España!
Informaos,
pues.
JUAN:
Caballero,
¿ha
rato que estáis aquí?
GARCERÁN: Toda esta
tarde.
JUAN: ¿Ha pasado
por aquí
un coche encarnado?
GARCERÁN: Un coche
no, coches sí.
BELTRÁN: De éste
tiran cuatro pías
que
gobiernan dos cocheros.
SOLANO: ¿Llevan
libreas?
JUAN:
Vaqueros
azules.
SOLANO:
Habrá diez días
que ese
coche vi en Valencia,
y en él al virrey, por Dios.
BELTRÁN: No hablan,
lacayo, con vos.
SOLANO: Lacayo,
con reverencia.
JUAN: No
seáis hablador, hermano;
que no
venimos de humor.
GARCERÁN: Que éste
es un loco, señor.
¿Que no
has de callar, Solano?
Aunque
he visto con cuidado
y
admiración juntamente
aqueste
Prado excelente
y los
coches que han pasado,
no he
visto por él pasar
ni
atravesar la carrera
el que
decís. Yo quisiera...
BELTRÁN: Que no hay
qué nos informar;
que por
aquí fue, y la vuelta
tomó hacia Atocha. Don Juan...
SOLANO: (¿Don tenemos?) Aparte
JUAN: Don Beltrán...
SOLANO: (¿Otro don
más? Que hay revuelta...) Aparte
JUAN:
Seguidme.
GARCERÁN:
Será cansaros;
mas si
buscarle os importa,
por otra
senda más corta
que vais,
he de suplicaros;
que
allí delante, un amigo
está
hablando con su dama,
e importa
mucho a su fama
no tener
ningún testigo.
Hacedlo, por vida mía,
que en la
corte a un forastero
hacer
suele el caballero
amistad y
cortesía.
BELTRÁN: Ya fuera mucho trabajo
y notable desatino
dejar el cierto camino
por buscar
incierto atajo;
que
para quien va de prisa
es
demasiado rodeo.
GARCERÁN: No hay
duda, sino que creo
que la
ocasión es precisa;
mas córreme a mí mayor
obligación y cuidado,
si un amigo me ha dejado
encomendado su honor.
Halle
esta vez a los dos
gentileza
y cortesía,
porque si
pasáis, sería
descomponerme, por Dios;
que la mujer es honrada
y el amigo
conocido,
y por
ventura habrá sido
forzosa la
retirada.
BELTRÁN:
Impórtanos conocer
quién va
en aquel coche.
GARCERÁN: A mí
que no paséis por aquí.
BELTRÁN: ¿Cómo no?
GARCERÁN:
Aquesto ha de ser.
Meten mano
SOLANO: Antes
que acuda al reclamo
del ¡chas,
chas!, alguna gente,
guardaré
como valiente
las espaldas
a mi amo.
Salen
doña MENCÍA y LEONOR en el
hábito dicho y ponen mano [para] favorecer a
GARCERÁN
LEONOR: Cuchilladas son. Acude.
MENCÍA: Parécenme forasteros;
aguija. Paz, caballeros,
paz digo, y nadie se mude.
BELTRÁN: Retirémonos, don Juan.
Vanse el
capitán [BELTRÁN] y don
JUAN
MENCÍA: Mucha merced me haréis.
(Ojos, ¿qué es esto que
veis? Aparte
¿No es
éste don Garcerán?
¿No es
éste el ingrato? ¡Cielos!)
SOLANO: Yo he
andado como un león.
MENCÍA: (Saber
quiero la cuestión, Aparte
y, ¡ay de
mí!, si fue por celos).
¿Por
qué ha sido la pendencia,
podremos
saber, hidalgo?,
que aventurar lo que valgo
obliga
vuestra presencia.
GARCERÁN:
Agradezco ese favor
como
venido del cielo;
que pocas
veces da el suelo
tanta
hermosura y valor.
Pero si
gustáis saber
la causa
de esta cuestión,
fue
cumplir mi obligación
y amparar
[a] una mujer.
MENCÍA: Bien ha
sucedido. Aquí
me
esperad; que no es razón
si aquésa
fue la ocasión
se quede el negocio así.
GARCERÁN: Aquí os
espero.
Aparte las dos
MENCÍA:
Leonor,
no te
apartes de su lado.
LEONOR: ¿Importa?
MENCÍA:
Ser mi cuidado
y mi
tormento mayor.
Vase doña MENCÍA y sale el conde
HORACIO
HORACIO: ¿Llegué
tarde?
SOLANO:
La tormenta,
gracias a
Dios, que ha pasado.
HORACIO: ¡Oh, nunca
ciñera al lado
espada que
así me afrenta!
¿Qué ha sido aquesto, señor?
GARCERÁN: Lo que no
pude excusar.
HORACIO: ¿A quién
tengo de pagar
tanta
merced y favor?
SOLANO: A mí, y
es bien que celebres
mi valor;
que los hidalgos
corrieron
como dos galgos
suelen
correr tras las liebres.
GARCERÁN: Óyete,
loco, no afrentes
sus
espadas sin respeto;
que
anduvieron, os prometo,
bizarros
como valientes.
HORACIO: En todo
sois extremado
con superior excelencia;
que el
valor y la prudencia
veo en vos
en igual grado.
Decidme
si sois servido,
vuestro
nombre y calidad;
que una
perfecta amistad
en veros
me he prometido;
que con
hacienda y persona
os he de
servir, señor.
[Sale doña MENCÍA]
Halle en
vos este favor
el conde
Horacio Colona.
GARCERÁN:
Perdone, vueseñoría,
si en algo
anduve grosero;
que erré
como forastero.
HORACIO: Sois la
misma cortesía.
SOLANO:
Vueseñoría perdone
mi mala
imaginación,
y también,
con el perdón,
alguna
gracia me done;
que, si
va a decir verdad,
creí que
era en el olor
portugués
perfumador
o hombre
de esta calidad.
GARCERÁN: Conozca
vueseñoría
a Solano
mi crïado
por un
hombre en quien no ha entrado
pesar ni
melancolía.
MENCÍA: Esto
está hecho, señor;
la mano me
dad de amigo
de
aquellos hidalgos.
GARCERÁN: Digo
que les
soy su servidor.
SOLANO: Luego,
¿yo matarlos puedo
si los encuentro?
MENCÍA:
También
me dad la
vuestra.
SOLANO:
Está bien.
GARCERÁN: Valiente
estás.
SOLANO:
Todo es miedo.
HORACIO:
Decidme, y no os divertáis
lo que os
tengo suplicado.
MENCÍA: Si es
secreto, aquí apartado
estaré.
HORACIO:
Muy bien estáis.
Débole
vida y honor
a este
noble caballero,
soy
agradecido y quiero
saber de
quién soy deudor.
MENCÍA: El
conde pide razón,
y que el
propio gusto tengo
os
prometo, y os prevengo
mayor o
igual atención.
GARCERÁN: Haré lo
que me pedís;
que
obligación es forzosa,
si vida
tan prodigiosa
con piedad
y gusto oís.
Mi
nombre es don Garcerán
Cabanillas
y Torrellas,
apellidos
de mis padres
don
Vicente y doña Greida.
Segundo
fui de mi casa,
y como el amor heredan
los segundos de sus padres
y los mayores la hacienda,
mientras que vivieron fui
el alivio
de sus penas,
él querido
mayorazgo,
su alma y
su vida mesma.
En medio
de sus regalos
y mi
mocedad inquieta,
vino a
Valencia una dama,
con sus
padres, desde Huesca.
Gente de
mediano estado,
que entre
las demás, plebeya
y la patricia, tenía
buen lugar
por su llaneza.
Víla,
parecióme bien,
visité su
casa, améla
tanto que
creció el amor
hasta
casarme con ella.
Sentidos
mis padres de ello,
retiráronse a una aldea,
donde acabaron sus días
de vejez y de tristeza.
Quedé sin ellos, cargado
de
obligaciones y deudas,
con un
enemigo hermano,
con una
mujer a cuestas;
encontrado
con mis deudos,
con los
suyos en contienda,
porque les
pido y se excusan,
porque les
hablo y me niegan,
hasta que,
de lastimados,
mis deudos
mi vida ordenan,
mis
alimentos componen
y mis
trampillas conciertan.
Quisieron
que prosiguiese
en la
ocupación primera
que
acabase mis estudios,
cosa para
mí bien recia;
que gradüado,
podría
con mi
calidad y letras
su
majestad ocuparme
en una de
sus audiencias.
Resolverme
fue forzoso,
y dejando
en orden puesta
mi casa y
a mi mujer
recogida
en Santa Tecla,
partí para
Salamanca,
y dándome
alguna priesa,
llegué,
día de San Lucas,
a aquella
insigne academia;
tomé casa
y compañía,
que me la
hicieron muy buena
dos caballeros hermanos,
naturales
de Plasencia.
Empecé a
estudiar con gana,
y mis
trabajos lucieran,
si el
catedrático Amor
de
ostentación no leyera
la materia
de Arte amandi,
tan llena
de sutilezas,
que hube
menester pasante
para mejor
entenderla.
Ofrecióse la Ocasión,
y un día
que a San Esteban
salí,...
Aparte
las dos
MENCÍA: ¡Ay de mí, Leonor,
que aquí mi historia
comienza!
LEONOR: ¿Qué
historia o qué calabaza?
MENCÍA: Luego, ¿no
has estado atenta
a lo que
dice este ingrato?
LEONOR: Sí, he
estado, y soy una bestia.
¿Garcerán
es éste?
MENCÍA:
Sí,
calla.
LEONOR:
Callará mi lengua.
Pues, ¿por
un hombre casado
andamos de
venta en venta?
MENCÍA: ¿Qué
quieres? No lo sabía.
HORACIO:
Pensamientos no os diviertan.
Pasa
adelante.
MENCÍA:
Señor,
no os
quedéis en San Esteban.
GARCERÁN: Digo que
vi un mujer,
vïuda,
hermosa y bella
más que el
sol y que los cielos;
mas no quiero
encarecerla,
que todo
será afilar
la espada
que me degüella,
y
despertar la memoria
que me
aflige y atormenta.
Sólo diré
que venía
en un
coche con dos dueñas,
tocada de
honestidad
y vestida
de vergüenza.
Apeóse y
oyó misa,
y aquel
rato que en la iglesia
estuvo, me
vi en la gloria,
gozando de
su presencia.
Volvió a
ponerse en su coche,
y yo, que
estaba a la puerta,
al pasar,
todo turbado,
la hice un
reverencia.
Miróme, e
hizo lo mismo,
fuése, y dejóme en tinieblas,
naciendo de aquestas vistas
mi cuidado
y su querella.
Hasta
llegar a su casa
la seguí,
supe quién era,
con que se
aumentó el deseo
de mi
temeraria empresa;
que fue
casada esta dama
con un tal
don Saavedra,
que de un choque de un caballo
murió,
entrando en una fiestas;
y tan
principal señora,
que de
Guzmán y Fonseca
tenía la
mejor sangre,
y más de
seis mil de renta.
Con estas
partes divinas,
otras le
dio el cielo, anejas
a su mucha
calidad,
tanto, que
por excelencia,
como a
otra Safos un tiempo
la llamó
"el milagro" Grecia,
"la Fénix de Salamanca"
llamaban
todos a ésta.
Procuré
hablarla y servir
mujer de
partes tan bellas,
sin que
pasase mi amor
los
límites de quien era.
Dióme el
tiempo la ocasión,
la Ocasión su corta greña;
asíla y
entré en su casa;
con mi
término agradéla.
Querer
decir sus favores
será
contar las estrellas.
MENCÍA: (¡Ay de
mí, si este villano Aparte
se atreve
a mi fama honesta!,
que si de
lo que no hizo
se alaba,
esta daga fiera
le sacará
el corazón,
y haré que
rabiando muera).
GARCERÁN: Mas pongo
a Dios por testigo
que fue
con tanta limpieza
que no la
toqué una mano.
MENCÍA: (¡Ay,
Garcerán! Bien pudieras... Aparte
Hoy mi
vida te consagro,
y mil, si
tantas tuviera;
y, ¿qué
mujer no da el alma
a un
hombre de buena lengua?)
GARCERÁN: Creció con
el largo trato
nuestro
amor, de tal manera
que era mi
alma una Troya,
y la suya
otra Aquileya.
Por
mancebo me tenía,
y
persuadirse pudiera;
que casados
estudiantes
muy pocas
veces se encuentran.
Enternecióme su engaño,
y
lastimóme la afrenta
que de
ofenderla y burlarla
a su honor
venir pudiera;
y así,
resuelto a morir
a las
manos de la ausencia,
que no a
ofender el cabello
más corto
de su cabeza,
a la Ocasión di de mano,
vencí mi
propia flaqueza,
dejé
libros, cartapacios,
amigos,
ciudad y escuelas,
y sin
hablarle palabra
ni
escribir sola una letra,
solo con
este crïado
a mi casa
di la vuelta.
Turbóse mi
fiero hermano,
cayó mi
mujer enferma;
que
aparecerse así, acaso
sangre y
corazón altera.
Sintió en
mis ojos la causa
y
crecieron las sospechas
de mi amor
su enfermedad,
y acabó
con su carrera.
Lloré su
muerte temprana;
que no hay
vida tan entera
que no la
consuman celos
y que no
la acaben penas.
Vïudo
quise partirme
a
Salamanca y lo hiciera
que la fe
me aseguraba
de aquella
adorada prenda,
si un amigo con quien tuve
alguna
correspondencia
que
trataba de casarse
por cierto
no me escribiera.
Di crédito
a sus razones;
que si se
muda en presencia
la mujer
sin ocasión,
ausente,
¿qué hará?, y con ella
al fin
mudé parecer;
y
partiendo de Valencia
a aquesta
corte he venido
a
pretender por la guerra,
para que
en Italia o Flandes
si se
rompieren las treguas,
acabe con
mis desdichas
una
pistola francesa.
HORACIO:
Suspenso me habéis tenido,
Garcerán, y entre las cosas
que he oído maravillosas,
ninguna me ha parecido
tan digna de admiración
como,
amando y siendo amado,
dejar un
hidalgo honrado
perder tan
buena ocasión;
porque
pocos, os prometo,
tuvieran
tanta cordura;
que siempre
el que ama procura
que llegue
su amor a efeto.
MENCÍA: Anduvo
don Garcerán
como
honrado caballero.
HORACIO: No hay
negaros lo primero;
pero él
hizo mal galán.
MENCÍA: Peor
fuera ofender la fama
de tan principal mujer.
HORACIO: La ocasión
no ha de perder,
señor don
Carlos, quien ama;
y
quédese comenzada
la
cuestión para otro día;
que de
Garcerán querría
saber si
tiene posada.
GARCERÁN: Sí,
señor, que mi crïado
la tiene
ya prevenida.
HORACIO: La mía os
tengo ofrecida,
si de ella
no estáis prendado;
que
caballos y dinero
tendréis a
vuestro servicio.
GARCERÁN: Serviros,
señor, codicio,
que es el
premio verdadero;
mas
vino en mi compañía
un
caballero, y los dos
posamos
juntos.
HORACIO:
Sin vos
voy
descontento, a fe mía;
pero aguardaréos mañana
a comer.
GARCERÁN: A
recibir
merced.
HORACIO:
Bien sabréis cumplir.
Tú
también.
SOLANO:
De buena gana.
Vase el conde HORACIO
MENCÍA: Por ganarme por la mano
el conde,
no os he ofrecido
lo que él
mismo...
GARCERÁN:
Agradecido
os estoy.
SOLANO: Y
está Solano.
GARCERÁN: Yo os
juro, a fe de quien soy,
que he
estimado conoceros
tanto, que
sólo con veros,
mirando mi
bien estoy;
que
sois del original
más bello
que formó el cielo
perfectísimo modelo
y retrato
natural;
y no os
pese parecer
a aquella
Fénix divina;
que beldad
más peregrina
no alcanza
humana mujer.
MENCÍA: Antes
me quiero estimar
en más de
los que hasta aquí,
pues
habéis hallado en mí
cosa que
os pueda agradar;
y si
estriba en mi presencia
parte de
vuestro contento,
no haré,
os juro, ni un momento
de
vuestros ojos ausencia.
Sale RIBERA, huésped
RIBERA: ¿Señor
don Carlos?
MENCÍA: Ribera,
¿hay en qué os pueda servir?
RIBERA: Véngoos,
señor, a pedir
una cosa
harto ligera
para
vos, que para mí
es, don
Carlos, bien pesada;
que vos hallaréis posada
mucho
mejor que os la di;
pero
tal huésped, sería
toparle
grande ventura.
MENCÍA: Pues,
¿quién quitarme procura
mi posada?
RIBERA:
Dicha es mía.
Por el rey está tomada
para
cierto embajador,
y aquesta
noche, señor,
ha de
estar desocupada;
que ya
la ropa han traído.
MENCÍA: ¿Y la mía?
RIBERA:
En mi aposento
la
metí. En el alma siento
no haberos
mejor servido;
pero
volveréis, que presto
se irá
aqueste embajador;
que me
debéis mucho amor
y habéis
de pagarme en esto.
MENCÍA: De
diferente manera
lo siento;
que es gran ganancia
tener
huésped de importancia.
RIBERA: No, por
vida de Ribera.
MENCÍA: Ve tú,
y búscame posada
Jaramillo,
y acomoda
la ropa.
GARCERÁN:
Llévanla toda
a la que
tengo tomada;
que
allí cerca de la mía
os armarán
una cama.
MENCÍA: Por
ventura tendréis dama
y no
querrá compañía.
GARCERÁN: No la
tengo, por mi vida.
MENCÍA: Pues con esa
condición
la
aceptaré.
LEONOR:
¿Qué invención
es
ésta? ¡Que vas perdida!
MENCÍA: Antes
me pienso ganar,
Leonor,
por este camino.
LEONOR: Yo seré
mal adivino
si no
hubiere qué llorar.
GARCERÁN: Venid,
¿sabréis mi posada?
SOLANO: ¿Es
Jaramillo voacé?
LEONOR: Yo soy.
SOLANO: La
mano me dé
por amigo
y camarada;
que la
cama es buena y ancha,
limpia la
ropa y el hombre
que por la
cara y el nombre
yo haré
que metan ensancha;
que de
este nombre un pariente
tengo en
Alcalá, y honrado,
que goza,
a fe de soldado,
libros y
vino excelente.
LEONOR: Toco, y
haga buen provecho
lo que
hubiéredes bebido.
SOLANO: (Es el
capón escogido). Aparte
LEONOR: Adiós,
Ribera.
Vanse y queda RIBERA solo
RIBERA:
Esto es hecho;
que de esta
suerte asegura
el capitán
sus recelos;
que con
dineros y celos
no hay
cosa que esté segura.
Vase
FIN DEL PRIMER ACTO