ACTO TERCERO
Tocan un clarín o trompeta a modo de
desembarcar, y salen el duque de ALBA y soldados
ALBA: Hoy
el mayor soldado
que la
tierra y la mar ha venerado,
monarca
sin segundo
desprecio singular de tanto mundo,
verá en nuestros extremos
que en sus escuelas militado
habemos.
SOLDADO: Ya las naos se divisan.
ALBA: Garza en los vientos son, los aires
pesan,
hagan los fuertes salva,
sean los sacros pájaros del Alba
y el rosicler abone
del sol que va a nacer
cuando se pone,
y vea
que el amor nos ha quedado
cuando
él la monarquía ha renunciado.
Sale [el EMPERADOR] Carlos y ANDRÉS con su
fardel, y la caja debajo del brazo. [El EMPERADOR] Carlos
besa la
tierra
SOLDADO: El
labio en tierra pone.
ALBA: Así sus
afectos la virtud dispone.
EMPERADOR: Pueblo
de vidrio undoso
por
quien fui soberano y poderoso,
adiós, que agradecido
desde hoy de tus ondas me
despido.
Dios transmite mil veces
perlas en nácar y zafir en
peces.
Beso otra vez la tierra,
que me saca
a la paz de tanta guerra.
Ya,
Andrés, en salvamento
redimimos al mar furias del viento.
ANDRES:
Favorables han sido.
EMPERADOR: Que no
soy César ya no habrán sabido,
que si
lo imaginaran
hoy de
tantas fatigas se vengaran.
ALBA:
Vuestra majestad me dé
sus
pies.
EMPERADOR:
Prevención igual
digna
es de tal general.
Dadme
los brazos, que sé
que los habéis merecido,
Duque,
por vuestro valor.
ALBA: ¿Yo los
brazos, gran señor?
EMPERADOR: Por mi
consuelo los pido,
que
son los brazos primeros
que en
España llego a ver.
¿Cómo estáis?
ALBA:
Con nuevo ser,
después que he llegado a veros,
aunque viejo en
vuestra luz,
en
quien mi vista acobardo.
EMPERADOR: Viejo
estáis pero gallardo.
Bien honráis el arcabuz.
Vuestro cuidado y valor
en el
escuadrón se ve.
Yo,
duque, le escribiré
que os
honre el rey mi señor.
[Unas voces dentro]
VOZ: ¡Caso
extraño y peregrino!
EMPERADOR: ¿Qué ha
causado ese alboroto?
SOLDADO: Tu nao,
ya el árbol roto
se
anega.
ALBA:
¡Cielo divino!
Si
estuviérades allí...
EMPERADOR: Yo al
mar esa cortesía
agradezco, pues podía
vengarse en ella de mí.
Ya
sé que no se la debo,
que hartas veces le he domado,
y en su piélago salado
he sido otro Jerjes nuevo.
Mas ésta fue
vanagloria
del mar
en triunfo pequeño,
queriendo en mi poco leño
eternizar su memoria.
Muchas veces alterado
le
atropellé y le vencí,
y hoy quiso de rabia en mí
comer
el postrer bocado.
Dios, monstruo, de ti me escapa;
vengarte de mí quisiste,
pero
como no pudiste,
hiciste
el golpe en la capa.
Agradecido te quedo
poco y
mis dudas absuelves,
que el
no anegarme en los Gelves
sin
duda que fue de miedo.
Miedo fue a mi planta grave,
pues
hoy de ti, bestia fiera,
aguardaste que saliera
para
vengarte en mi nave.
Da a
tus golfos para honrarlos
ese
postrero despojo,
y
di: "Aquí vengo un enojo
de
muchos que me dio Carlos."
Pero
sin duda has sabido
que el
triunfo más bizarro
mío,
esa nave es el carro
en que
glorioso he venido,
y has querido amable y fiel
con prevenciones iguales
venerarle en tus cristales,
porque
otro no triunfe de él.
¿Hundiéronse muchos?
ALBA: Todos
a las aguas se arrojaron,
y en los bajeles hallaron
salvamento por mil modos.
Todo
lo demás hundillo
pudo.
EMPERADOR:
No me da cuidado,
como
Andrés haya escapado
la caja
y el fardelillo,
que ya
filósofo digo,
después
que en la cuenta caigo,
que todos mis bienes traigo
y mis riquezas conmigo.
Andrés, ya en la paz
estamos,
no más
guerra, no más mar.
ANDRES: A
tardar más.
EMPERADOR: A tardar
materia a los tiempos damos,
que ya la Coruña excuso
las
justas ya en mí molestas,
que
aunque agora son mis fiestas,
no es
tiempo que de ellas uso.
ALBA:
¿Cómo, si ya se alborota
y el
cuidado le pregunto?
EMPERADOR:
Decidles, duque, que vengo
con
achaques de la gota.
ALBA: Sólo, señor, has de dar
licencia a las chirimías.
EMPERADOR: Sólo he de estar tres días,
que me importa el
caminar.
ALBA: ¡Notable humildad!
ANDRES: ¡Extraña!
EMPERADOR: Luego,
Andrés, a toda prisa
ha de saber la princesa
como
estamos en España;
ven,
escribiré, y serás
tú mismo el embajador.
ANDRES: Eso es turbar tu valor.
EMPERADOR: Esto es concernirme más;
no es hacerte a ti
favor
sino
ajustarme a otro estado,
que un
donado a otro donado
bien sirve de embajador.
Vanse y
salen la princesa doña JUANA y don
GARCÍA
JUANA:
Cansada salgo.
GARCIA: Trabajo
para
vuestra alteza ha sido.
JUANA: Piden
espacio y secreto
las
cosas del Santo Oficio.
GARCIA: Salir
los inquisidores
a las
nueve habemos visto,
y las
cuatro de la tarde
son ya.
JUANA: No son de sí mismos
dueños, García, los
jueces
que son
del cielo ministros,
y más
en la Inquisición,
que
siempre Atlantes han sido
para
sustentar los polos
de los
secretos divinos.
¡Oh,
tribunal soberano,
fundado
todo en los siglos
de mis
bisabuelos santos
con
celestiales auxilios!
Mucho nuestra ilustre España
os
debe, pues ha blandido
contra
cizañas dañosas
esos penetrantes filos.
Mandad, García, hacer luego
con secreto y sin
rüido
lo que os dice ese papel
que va
de mi mano escrito
por no
fïarlo, que aquí
de
vuestro secreto fío,
de
ningún otro.
GARCIA: Yo voy.
.................. [ i-o].
Sale el CONDESTABLE
CONDESTABLE: Con el
duque de Gandía
su
hermana, que ya ha venido,
piden
licencia de verte.
JUANA: Pues
entren que os certifico
que es de los mayores gustos
que darme pudo otro aviso,
fuera
de los de mi padre
a quien
adoro y estimo.
GARCIA: En la
antecámara están;
ya
llegan.
Salen el duque de GANDÍA y doña
ISABEL, de monja
GANDIA: Los pies suplico
nos dé
a besar vuestra alteza.
JUANA: Prima
Isabel, ¿al oficio
de
camarera venís
de esa
suerte, habiendo sido
tan
prolija mi esperanza
que en
dos estados he visto
de mi
fortuna osadías,
de mi
persona prodigios,
vuestra
venida esperando?
¿Qué
traje es éste?
ISABEL: No ha sido
la
culpa mía del todo
ni el
impulso ha sido mío,
como
sabrá vuestra alteza
del
suceso peregrino
del
caballo.
JUANA:
Ya yo supe,
Isabel,
ese peligro.
ISABEL: No doña
Isabel de Borja
soy ya,
porque en otro siglo
Soror
Francisca me llamo
de
Jesús.
JUANA:
Mucho me admiro;
pues,
¿no sois mi camarera?
ISABEL: Señora,
el sayal que visto
es ya de monja descalza
que el
seráfico Francisco
dio a
mi madre Santa Clara.
La
obediencia me ha traído
de
Gandía a que fundase
en
cierto lugar vecino
de la Rioja a quien llaman
casa de
la reina, y quiso
mi tía
doña Juliana
de
Aragón que fuese el sitio
ésta a
instancia de sus ruegos.
JUANA: Todo lo
tengo entendido.
¿No es la duquesa de Frías?
GANDIA: Acción
es de su buen juicio.
JUANA: Y ella
en el de todos santa.
ISABEL: Para lo
cual nos partimos
siete
monjas.
JUANA:
Siete estrellas
mejor hubiérades dicho.
ISABEL:
Sabiendo que vuestra alteza
gobernaba con divino
modo
aquí en Valladolid
la
corte, el duque ha querido,
mi
hermano, darme licencia,
y viendo
era gusto mío
de besar tus reales manos.
JUANA: Por
padre y hermano asisto
aquí,
aunque determinado
tengo
ya en Madrid el sitio
para la
corte de España,
que en esto
el haber nacido
en
aquella villa advierto
que
agradecida la estimo;
y
aunque ha de quedarme en deuda
de tan
heroico principio,
deteneos por consuelo,
Soror Francisca,
que fío
que muy
presto de emplearos,
no para
que en mi servicio
seáis
mi camarera, mas
ser mi
prelada imagino
que lo
he tenido propuesto
después que estas tocas ciño.
ISABEL: Dadme esos pies.
JUANA: En los vuestros
me enseño yo y me ejercito,
porque, Francisca, en el
alma
con
cierto respeto os miro.
ISABEL: Yo me
detendré gozando
favores
tan infinitos.
GANDIA: Y
conseguirá el de todos
y la
ocasión de serviros.
ISABEL: Hame
dicho que os casáis.
JUANA: El
archiduque, mi primo,
quiere
mi hermano que sea
de mis tristezas alivio;
y
obedecerle es forzoso,
aunque
quisiera a mi hijo,
don
Sebastián, no dar padre
sino
ser al obelisco
del
príncipe mi señor
segundo
asombro artemiso.
GANDIA: Yo del
archiduque traigo
un
retrato peregrino
que
servirá a vuestra alteza.
JUANA: ¿De
Matías es?
GANDIA: Del mismo.
JUANA: Mucho,
duque, he de estimarlo.
GANDIA: Voy por
él si en esto os sirvo.
Vase el duque de GANDÍA
ISABEL: Yo sé
que el cielo es Matías;
por un
hombre un ángel mismo
tanto
valor puso en él;
y para
que lo que digo
se acredite, yo otra copia
tengo
en que ha de verle el vivo
pincel,
que así profanó
con lo
humano lo divino
del
glorioso original.
JAIME: Pincel
tan valiente ha sido
tu labio, que ya la copia
de ese
original codicio.
ISABEL: Pues
voy, señor, por él.
Vase doña ISABEL
JUANA: Veremos
donde ha cedido
el
pincel reglas del arte,
emulación
de lo vivo.
Sale don GARCÍA
GARCIA: ¿A
estas horas, gran señora,
vuestra
alteza no ha comido?
JUANA: ¿Quién
os lo ha dicho?
GARCIA: Las mesas
mudamente me lo han dicho.
JUANA: ¿Pues, vos no sabéis que son
los reyes del beneficio
del
pueblo ministros fieles?
Así los ratos me quito,
que no gobernando un
reino
pudiera
llamarlos míos.
Sale doña ISABEL con retrato
ISABEL: Esta
copia a vuestra alteza
le
traigo.
JUANA:
No estéis dudosa
de que
me llame su esposa
ni lo
juzguéis a extrañeza;
él es
mío con certeza,
y suya
prometí ser.
ISABEL: Monja
descalza ha de ser
sin
duda.
JUANA:
Córtele el velo,
Isabel. ¡Válgame el cielo!
¿Qué es
esto que llego a ver?
El retrato es [uno de] San Francisco
ISABEL: La
copia del soberano
esposo,
a quien ya se ofrece
vuestra
alteza y quien merece
tan
solamente su mano.
JUANA: En
desengaño tan llano
se confunde mi porfía,
pues en tan notable día
me dais aquí sin saber
la copia que he menester,
mas no
la que yo os pedía.
La
encarecida esperanza
del
archiduque con quien
me casa
el rey, y aunque bien
el
casamiento me estaba,
larga
cuenta me aguardaba
de
corto y breve camino;
y así
Francisco a ser vino,
en
efecto tan soberano,
desprecio del reino humano,
elección del rey divino.
ISABEL: Si a
vuestra alteza he traído
esta
ilustre copia agora
del
serafín que enamora
y yo por
padre he tenido,
agradecimiento ha sido
al día
en que le previene
fundar
un convento.
JUANA: Y tiene
tanto a
santo ese traslado,
que
aunque vos me lo habéis dado,
sé que
de otra mano viene.
Él
viene a pedirme aquí,
viendo
que elijo otro esposo,
de
palabra, poderoso,
que en
mi corazón le di;
fundación en mí sentí
de la
observancia primera,
clausura en que a Dios sirviera,
él
quiso porque triunfara
que
antes Francisco llegara
que el
archiduque viniera.
Sale el DUQUE con el retrato
DUQUE:
Acredite aquí lo hermoso
del
retrato encarecido.
JUANA: Tarde,
Duque, habéis venido.
DUQUE: ¿Tarde?
JUANA:
Tengo ya otro esposo.
DUQUE: . . . .
. . . . . . . [ -oso]
Galán, bizarro y fuerte
honra
lo robusto y fuerte
de
Matías.
JUANA:
Mas la muerte
trueca
las acciones mías.
DUQUE: ¿Qué
dices?
ISABEL:
Que aunque es Matías,
no le
ha caído la suerte.
JUANA:
Entre admiración y espanto
cuando
un esposo deseo
aquí un
archiduque veo,
y aquí
estoy mirando un santo;
aquí al
poder me levanto,
aquí a
la humildad me entrego;
aquí a
la virtud me niego,
aquí la
obediencia sigo;
aquí me
espera el castigo,
aquí me
llama el sosiego.
Aquí
es la deidad mortal,
aquí lo
mortal es sombra;
aquí la
púrpura asomara,
aquí
enamora el sayal;
aquí
hay bien que siempre es mal,
aquí
vive el mal distinto
y en tan
grande laberinto,
con lo
que el alma desea,
mejor
que en reinar se emplea
la hija
de Carlos Quinto.
DUQUE:
¿Luego casarse no quiere
vuestra
alteza?
JUANA:
Duque, no;
escribid al rey que yo
le
escribiré si pudiere;
Dios al
hombre se prefiere;
déjese
al hombre por Dios;
dejadme
esa copia vos
--¡Ay,
Soror Francisca!-- a mí
que
presto en Madrid así
nos
gozaremos las dos.
Sale Don GARCÍA
GARCIA: Déme
vuestra alteza albricias.
JUANA: Yo, don
García, os las mando.
GARCIA: De la Coruña ha salido
el César.
JUANA:
¿Quién nueva ha dado
de eso?
GARCIA:
Este soldado viene.
Sale ANDRÉS
ANDRES: Su
majestad me ha encargado
a mí
este pliego, aunque había
para ello
príncipes tantos.
Dáselo
JUANA: Para
embajador de un César
no
venís muy bien tratado.
ANDRES: No es del César este pliego.
JUANA: ¿Pues de quién?
ANDRES: Es de don Carlos
de Austria, un pobre caballero,
tan
pobre y necesitado
que
cosa suya no tiene,
habiendo ganado tanto.
JUANA: ¿Tan
pobre está?
ANDRES: Sí, señora,
porque
no es señor de un cuarto
si no
se lo dan o prestan.
JUANA: Al que
es pobre voluntario
todo le
sobra.
ANDRES: Es así.
JUANA: Todos son hoy desengaños,
y así empezando a vencer
quiero
exceder en este acto
a mi
padre haciendo en él
los favores soberanos
de embajador; dadnos sillas.
GARCIA: En esta
mujer se hallaron
majestad y entendimiento.
JUANA: Embajador, asentaos.
ANDRES: ¿Yo, señora?
JUANA: Vos.
ANDRES: Mirad.
JUANA: Esta
cortesía no os hago
sino al
dueño que os envía;
sentaos y pensad que os trato
no así por embajador
de un César sino de un
santo.
Lee
"Hija, en la Coruña
estoy;
mañana
a veros me parto;
excusad las vanaglorias
que en otras os he encargado.
Desde el día que propuse
vivir
como hombre ordinario,
habitar techos humildes
quise y no opulentos
cuartos
como ya he dicho; y así
que elijáis os ruego y
mando,
si
puedo, una casa humilde
cerca
de vuestro palacio
para mi
aposento, en quien
haréis
un modesto paso,
por
donde sin que nos vean
podamos comunicarnos."
Enternéceme de nuevo,
aunque
tengo ese cuidado;
cuanto
al aposento toca,
esté
advertido el palacio
que
según esto a mi padre
de en hora
en hora le aguardo.
ANDRES: Yo
tardé y así le espero.
JUANA:
Desprecio fue no alcanzado
de
hombre jamás.
DUQUE: En su aldea
callen
Séneca y Horacio.
JUANA: Si este
desengaño vemos,
¿cómo
admitimos engaños?
Mira la
Princesa [JUANA] a ANDRÉS y
lee
"Honraréis al portador
quien
se llama Andrés de Cuacos,
el mayor amigo mío
y nuestro mayor privado."
¿Vos sois el cantor?
ANDRES: Señora,
con mi canto desengaño
al
cisne cuando se muere,
porque
siempre estoy cantando.
JUANA: Referidme
la canción,
que me
ha encarecido tanto
mi
padre.
ANDRES:
¿Señora?
JUANA: En mí
será
también desengaño.
ANDRES: Miren
si cantaré bien;
mas quisiera un mosquetazo
que
cantar aquí delante;
el
demonio lo ha ordenado.
JUANA: ¿No acabáis?
ANDRES: Señora, sí,
que a uno que están
ahorcando
le dejan
decir el credo;
¿yo
músico y en palacio?
Canta
"Pobre nací, pobre viví.
y pobre
me estoy;
y
dáseme un cornado
del
Emperador."
JUANA: Es la
canción extremada,
y según
me han informado
de
vuestra puntualidad,
vuestra
advertencia y recato,
bien
podéis decir seguro
que no
hacéis del César caso.
Hola, dadme
de comer,
porque
luego dispongamos,
Soror Francisca, otras cosas;
y vos, llegad a mis brazos.
ANDRES: ¡Señora!
JUANA:
Mi padre manda
que os
honra y es fuerza honraros.
¿Qué es
esto?
ANDRES:
Es la monarquía
que
sobre mis hombros traigo.
Atiéntase el fardel
JUANA: Daréis
buena cuenta de ella;
pónganle una mesa al lado
de la
mía, que con él
quiero
partir los platos.
ANDRES: En esta
venta postrera
comí un
poco del tasajo
y unas
manos de carnero;
.................... [ -a-o]
¿Yo
asentarme? ¿Yo?
JUANA: Venid,
que en
vos enseñarme trato
a ser
pobre.
ANDRES:
¿Qué mujer!
¿Tanta
honra a Andrés de Cuacos?
Va saliendo CAZALLA y vanse todos menos el
DUQUE
DUQUE: En la
más grave y severa
mujer
del mundo es espanto
lo que
he visto.
CAZALLA: ¿Vuestra excelencia
acaso
estará informado
si la
reina mi señora
ha dado algún obispado
en la
consulta de hoy
de dos
que han quedado vacos?
DUQUE: Señor
doctor, no lo sé;
si ello
estuviera en mi mano,
el de
Toledo le diera,
porque estoy bien informado
de sus
virtudes y letras.
(Aquéste ha de ser un santo,
Aparte
no hay
duda que se le den.)
CAZALLA ¡Vivas
infinitos años!
(Soy un
grande pecador. Aparte
Es
ambición, que ya vamos
viento
en popa, pues la mitra
dará
fuerza a mis engaños.
Vana
adoración pretendo,
vida
espero en bronce y mármol
en España,
si Lutero
logra
en Sajonia alabastros.
Ambición me ensorbece;
los
vicios me están brindando
cuando
por sabio me estiman
y me
veneran por santo.)
Sale al Princesa Doña JUANA alborotada
JUANA: No he
podido reposar
desde
que sé que en palacio
para
hablarme entra Cazalla,
visita
que espero tanto.
CAZALLA: A mi
casa, gran señora,
fue a
decirme el secretario,
en
vuestro nombre, que estaban
vacos
los dos obispados
de
Córdoba y Plasencia
y que
acudiera a palacio,
y así
vengo a vuestros pies.
JUANA: Antes
venís a mis manos.
De
cólera estoy perdida.
Tres
obispados hay vacos.
CAZALLA: ¿Y cuál
es, señora, el otro?
JUANA: Es, doctor, el que he de daros,
que ahí está en ese
bufete.
CAZALLA: ¿Cuál es,
señora?
JUANA: Miradlo.
Túrbase CAZALLA que ve una coroza y una
soga
CAZALLA:
¿Éste es mi obispado?
JUANA: Sí,
sacerdote de Baal,
que en
vos la palia es dogal
y en
vos la mitra es así;
ésta
que miráis aquí
monstruo de la iglesia fiero
con
blanca piel de cordero,
para
vos dispuesta está,
que
ésta es la mitra que da
el
pontífice Lutero.
CAZALLA:
¿Ésta a mí?
JUANA: Ésta ganáis,
vil
cuerpo, sangriento arpía,
que al
que es vida y pan de vida
de
noche muerte le dais;
ésta
quiere que os pongáis
aquel
monstruo horrible, aquel
loco
Amán, ese crüel;
y aquí
en su nombre os la entrego,
porque
obispados de fuego
piden mitras
de papel.
Con
vuestro nombre quisisteis
vuestra
fama acreditar;
dogmas fuisteis a cazar
y vos cazado vinisteis.
Al velo alevoso fuisteis
y
vuestro honor avasallan
muchos
que culpado os hallan
.........................era
en la
fe; la frente fiera
he de
quebraros, Cazalla.
Vuestros ministros tiranos
faltan
ya; en Logroño preso
está
don Carlos de Seso;
sin él en actos tan vanos
vuestra madre y cinco
hermanos;
ya
preso Errezuelo vino
de Toro
y de desatino
el
maestro Pérez ya
paga, y
ya en Sevilla está
preso el doctor Constantino.
Ya presas por vos están
mil vírgenes profanadas,
religiosas y casadas
y otras que crédito os
dan;
id, que aguardándoos están,
si no
con valor sucinto
jamás
de mi ser distinto,
yo os
llevaré y postraré,
que
hasta en defender la fe
soy
hija de Carlos Quinto.
Hácele hincar de rodilla
CAZALLA:
¡Señora!
JUANA:
No abráis el labio,
que
infincionáis la pureza
de este
cuarto.
CAZALLA: ¡Vuestra alteza!
JUANA: No
hagáis a mi nombre agravio.
¿Vos
sois español? ¿Vos sabio?
Mentís,
de la iglesia afrenta.
Muera
el que errores inventa.
¡Hola!
Salen el CONDESTABLE y el DUQUE de Gandía
CONDESTABLE:
¡Qué es esto?
JUANA: Un traidor
que ha
caído del error
y no ha
caído de la cuenta.
Un
ministro de Betel
que a
nuestra España persigue,
porque
ella a decir se obligue,
que ha
habido herejes por él.
Un vil
Lutero, un Luzbel
que del
monte inaccesible
otra
vez quiere insufrible
turbar
estrellas al sol,
y un heresiarca
español
que es el mayor imposible.
Sale ANDRÉS
ANDRES: En
este punto, señora,
tuve
aviso de que llega
el
César.
JUANA:
Bastante prueba
de lo
que el alma le adora
es
dejar tal presa agora.
A verle
vamos, Andrés.
ANDRES: No
quiere aplausos después
que
olvida tantos extremos.
JUANA: Por el
pasadizo iremos,
y esa
fiera de mis pies
entregad a los cordeles,
porque
al santo oficio luego
le
lleven, y pague en fuego
sus intenciones crüeles.
CAZALLA: ¡Señora!
JUANA:
De esto no apeles
sino al herético instinto
de tu
torpe laberinto.
Sabrá
el hereje que soy,
padre,
cuando a verte voy,
la hija
de Carlos Quinto.
Vanse y llevan a CAZALLA
DUQUE: No presumo
que pudiera
el
hombre de más valor
emprender acción mayor
con
gloria más verdadera.
ISABEL: Ya
en Valladolid está,
hermano, el César, y agora
la
princesa, mi señora,
entiendo que nos dará
licencia de proseguir
el
viaje que llevamos,
pues al
tiempo que tardamos
mi tía
lo ha de sentir.
DUQUE: Por
dar gusto a la princesa
en él muestro mi afición;
no
siento la suspensión
ni
haber tardado me pesa,
aunque importaría primero
besar
al César la mano.
ISABEL: Eso
solamente, hermano,
viene a ser ya lo que espero;
por
el pasadizo fue
la
princesa solamente.
DUQUE: Quien
de su pecho valiente
viera
la obediencia y fe.
ISABEL:
Quien duda que en sus acciones
viera el mundo celebradas
palabras autorizadas
de dos
tiernos corazones.
DUQUE:
Vamos, que con nuestro amor
tampoco
habrá autoridad,
pues
prefiere la humildad
al cetro.
ISABEL:
¡Extraño valor!
Vanse y
sale el [EMPERADOR] y detiene a
ANDRÉS de Cuacos
EMPERADOR: Bien
sé, Andrés, que los ojos
son del
alma vidrieras,
que en
tanto contento al llanto
franquean las dulces puertas.
¡Válgame Dios, qué alegría
tuve de ver la princesa
mi
hija! Para vivir
le
rogué a Andrés que se fuera;
dejóme
por consolarme
y aflíjome ya en su ausencia.
ANDRES: A pocos pasos, señor,
está el cuarto de su
alteza.
EMPERADOR: Pues así que antes de mucho
rato he de ir sin que me
vea.
ANDRES: Con
valor prendió a Cazalla
y a sus secuaces con flema
digna del ingenio suyo.
EMPERADOR: Para
quemarlo licencia
me
pide, y yo la suplico
que dé
a su hermano esa empresa.
Felipe
hará esa justicia
que
sabrá muy bien hacerla;
los dos
al justo castigo
es bien
que presentes sean.
Ya en
Valladolid estamos;
entremos, Andrés, en cuentas
con
nuestras humildes vidas.
Aparato
grande ostentan
estas
sillas; haz, Andrés,
que me
las saquen afuera;
quíteme
aquel cobertor,
que si
le miro de tela
sobre
mí tendrá el deseo
de
emperador la soberbia.
Un paño
buriel de luto
mejor
ha de estarme, y piensa,
pues
con la muerte me alegro,
que en
el lecho la modestia
quiero
también que a un sepulcro
le bastan las galas negras.
La sotanilla que dije,
¿mandaste, Andrés, que se hiciera?
ANDRES: Fue la
principal memoria.
EMPERADOR:
Permíteme que la vea,
pues
tendré para mi estado
todo mi
consuelo en ella.
ANDRES: Véala
tu majestad,
que
aquí está sobre esta mesa
sotanilla y ferreruelo.
Dásela
EMPERADOR:
Muestra, mucho me consuela,
que
éste es el arnés que importa
a mis batallas postreras.
Vase desnudando
Vestírmela quiero, Andrés,
para
que galán me veas
y
asegurado me miras,.
porque
del mundo las fuerzas
son
como el plomo arrojado,
que
sirve al bronce de lengua.
Vase vistiendo
Y menos
a dañar viene
donde
hay menos resistencia;
en tu
libro de memorias
estos
blasones asienta,
que hoy
es el día que hago
la
mayor gala de jerga.
ANDRES: Vuestra
majestad, señor,
galán
estará y de fiesta
diamante será entre plomo,
sayal
cubrirá la tela.
La
sotanilla es, señor,
caja de
preciosas perlas,
pues cubrirá la humildad
majestad que fue soberbia.
Representación
parece
que
acabada la comedia
los
cetros y monarquías
deja el que los representa.
En el
teatro del mundo
dio
admiración tu grandeza
dejarla, porque discreto
de que
eres hombre te acuerdas.
Excedes
al Saladino
que en la muerte se desprecia,
porque
esta vida acomodas
para
conquistar la eterna.
EMPERADOR: Andrés, pues estoy galán,
quiero ver a la princesa,
que a
fe he de darla un rato
de regocijo y de fiesta.
Traerásme también la caja,
porque
quiero verme en ella
el
contento de las joyas,
que
escapé de la tormenta
del
mundo.
ANDRES:
Con esta vista
no dudo
que se entretenga.
EMPERADOR: Las
humildades levanta
Dios,
humilla la soberbia.
Vanse, y salen la Princesa doña JUANA y
doña ISABEL
JUANA:
Cosa, Isabel, no podía
causarme
contento igual
que
vestirme este sayal
en que
fundo mi alegría.
ISABEL:
Estos dos hábitos son
de la
milicia de Clara.
JUANA: En
probármelos declara
su
intento mi corazón,
y
sólo por contemplarme
un día
de esta manera
trocara
la gloria entera
que el
mundo pudiera darme.
ISABEL: Las vestiduras reales
podréis sobre ella poneros,
pues se guardan los aceros
mejor entre los sayales.
JUANA:
¿Cuándo os partís?
ISABEL: Con süave
modo lo
ordena mi hermano,
y como
en su gusto gano
lo que vuestra alteza sabe,
no
tengo resolución;
pero
según agora entiendo,
todo lo
está previniendo
sin
falta.
JUANA:
A mi corazón
me
está como amigo fiel
entre
unos impulsos raros,
diciendo que he de imitaros
en un
convento, Isabel.
Sale el CONDESTABLE
CONDESTABLE: Lo
que vuestra alteza ordena
ya está
prevenido todo,
pero...
JUANA:
Verme de este modo
no os
dé, Condestable, pena.
Sale el DUQUE
DUQUE:
Señora, el César aquí
entra
por el pasadizo.
JUANA:
¡Jesús! Aunque así eternizo
su nombre, no estoy en mí;
dame
luego otro vestido;
no
puede ser que ya entró.
Sale el
EMPERADOR Carlos
EMPERADOR: Hija, ¿pues de veros yo
tal tu pasión ha nacido?
¿No
advertís que solamente
vine
por manifestaros
esta
humildad y enseñaros
el
hábito más decente?
No
os inquietéis, que aunque vos
parece
que me imitáis,
no vos
a vos os lleváis
que ésa
es hazaña de Dios.
Fiestas el alma granjea
en tan
ajustado empleo,
cuando,
doña Juana, os veo
vestida
de mi librea.
Tener firmeza es ganancia
segura
y no desconsuelo,
que no
se conquista el cielo
faltando perseverancia.
JUANA:
Señor, en vuestro valor
conozco
que la humildad
levanta
la majestad
la
gloria más superior.
En
ese traje confundo
del
siglo las vanidades,
porque
vos sacáis verdades
de las
mentiras del mundo.
Solos con estos ensayos
de fe, que a ser vuestra aspira
como
girasol, que mira
de
vuestro sol a los rayos.
Vaslos a poner, y yo,
conviene en tantas
venturas,
dejándome el sol a escuras,
quedarme luciendo yo.
EMPERADOR:
Enternecido me tienes,
en ti
mi valor contemplo,
pues yo
pensé darte ejemplo
y tú a
darme ejemplo vienes.
¿Qué
es la ocasión del vestido
porque
me alegro de verlo?
JUANA: Señor,
si quieres saberlo,
es que
tengo prometido
una
fundación descalza;
como me ensayo advertid.
EMPERADOR: ¿Y dónde será?
JUANA: En Madrid.
EMPERADOR: Así tu
nombre se ensalza.
JUANA: Si
aquí no hay que te disguste
mi
intento proseguiré.
EMPERADOR: En buen
hora, y trataré
yo de
retirarme a Yuste,
supuesto
que el rey tu hermano
con
aprobación gobierna
del
mundo su fama eterna.
JUANA: Téngale
Dios de su mano.
DUQUE: ¿Hay
semejante suceso?
ISABEL: Yo,
hermano, aprendo valor.
EMPERADOR: Andrés de Cuacos.
ANDRES: ¿Señor?
EMPERADOR: Mira
qué extraño suceso;
todo
te lo debo a ti
y el
estado en que me veo.
ANDRES: Señor, cúmpleme un deseo.
EMPERADOR: ¿Y es?
ANDRES: Que no vamos de aquí.
EMPERADOR: Ese
soberano instinto,
Andrés,
nos ha de salvar.
JUANA: Ya va
el convento a fundar
la hija
de Carlos Quinto.
FIN DE LA
COMEDIA