ACTO PRIMERO
Salen RAQUEL dama, y DAVID, su padre
RAQUEL:
Suspende de tus ojos,
padre y
señor, el repetido llanto,
que te
ha causado enojos,
y si mi
amor puede contigo tanto
como mi
confïanza,
alcance
amor lo que el dolor no alcanza.
La
causa que tuviste
para
tanto pesar me comunica;
y si tu
llanto triste
en
mudas quejas su dolor explica,
pues
que no sea tanto,
dígamela tu voz, mas no tu llanto.
¿Por
qué tu pena escondes?
Mira
que dando estás tormento al alma.
En fin,
¿no me respondes?
Mira
que ya con tan penosa calma
el
dolor engañamos.
¡O
sintamos los dos o no sintamos!
DAVID:
Eres, hija, importuna
enemiga
de ti, cuando engañosa
buscas
que tu fortuna
te haga
más infeliz por más hermosa,
apurando el veneno
que
oculta el pecho de recelos lleno
RAQUEL: Si
el mal comunicado
halla
alivio en la pena que mantiene,
reparte
tu cuidado,
y el
dolor hará menos, que te tiene
en tan
duro tormento,
ya, de
puro sentir, sin sentimiento.
Comunica tus males
y
templaré al oírlos el tenerlos;
que si
los hizo iguales
el
amor, no se aumentan con saberlos;
y
quizás al oírlos,
descansará tu pecho con decirlos.
DAVID:
Raquel, este cuidado,
que así
es líquido aljófar desperdicio,
no sólo
en mí ha empleado
el duro
golpe que me priva el juicio;
que a muchos toca siento
mas no
por eso es menos mi tormento.
Toda
mi ley padece
el
golpe de fortuna más airado;
que el
dolor ennoblece,
siendo
el honor, Raquel, el injuriado
triste
y común afrenta.
RAQUEL: ¿No me
dirás la causa?
DAVID: Escucha atento.
Después que Alfonso el octavo,
rey de Castilla feliz,
entre rebeldes tinieblas
triunfante empezó a
lucir,
brillando el acero armado
siempre en combate civil
de opuestos afectos, ciegas
luces de mentido ardid;
después que a sus plantas nobles
rindió la altiva cerviz
que
descollaba a horizontes
presuntüoso cenit,
y
después que victorioso
vio a
Fernando desistir,
ceñido el sacro laurel
que
usurpaba para sí;
después
que fijó el imperio
y con
pecho varonil
al
colorido del alma
dio el
valor oro matiz;
después,
en fin, que engañada
envidia
nueva, mentir
hizo a
la edad el ardor
de experiencia juvenil;
entre diversos combates
que pudiera oprimir
mayores fuerzas, el yugo
supo al cuello sacudir,
y en
repetidas campañas
contra
la morisma lid
de mil
victorias cargado
le vio
su campo embestir,
fuera
el repetir sus glorias
toda la
luz reducir
del sol
a número, y todo
ese
estrellado zafir
con la
vista registrar
y en la
memoria escribir.
De esta
postrera lo digan
las
Navas, donde le vi,
siendo
de sus huestes todas
presuntüoso adalid,
competir con lo bizarro
y
triunfar de lo gentil.
Pero,
¿para qué te canso
en contar ni repetir
victorias que han de parar
en tragedias para mí?
Vamos al caso, Raquel,
que ya
no puede encubrir
el
silencio tanto tiempo
la llama
dentro de sí.
A
Toledo llegó Alfonso,
y
agradecido al feliz
triunfo
que a su Dios le debe,
promulgó, en oprobio vil
de la
mosaica y hebrea
ley, que
para dividir
de sus
cristianos vasallos
nuestra
religión, salir
nos
mandaba de Toledo.
Escucha; que desde aquí
empiezan, Raquel, mis penas
que en
el secreto escondí
de mi
dolor, porque el tuyo
en su
noticia temí.
Diez
días ha ya que estamos
desterrados, y de mí
ha diez
días que no sé
con tan
nuevo frenesí.
En este aprieto los nobles,
los
ricos, que, de rabí
descendientes, a sus tribus
firmes siempre han de seguir,
hicieron junta, y Rubén,
descendiente de Leví,
nuestro pontífice sumo,
acordó
que era bien ir
alguna
hermosa judía
a
hablar al rey, y decir
de
parte de su ley toda
que el
miserable infeliz
estado de su rüina
no
aumentase introducir
tan
nueva mudanza al pueblo
que,
olvidado del motín,
entre
los hebreos vivía
quieto,
seguro y feliz.
La causa
que le movió
a
aquesto fue el presumir
que,
como el rey es tan mozo,
en
quien el ardor pueril
aun
está expirando humos,
del
fuego inquieto aprendiz,
puede ser
que no tan firme
quiera
el voto proseguir
con que
a su ley sacrifica
despojos de Sinaí.
Y más,
si es que la hermosura
pone
con mano sutil
en la
tabla de sus ojos
de su
veneno el buril,
que es
tan retórico el labio
si sabe
bello fingir
que
trueca distante unión
entre
el mirar y el oír.
Persüade la hermosura
con
otras voces, y así.
lo que
lo atento callar,
hace lo
hermoso decir.
Pareció
bien este arbitrio,
y
acordándose de ti,
quieren
que tú misma seas
la que vayas a pedir
al rey
por tu pueblo; todos
unánimes, hija, aquí
dicen
que esperan tu amparo
por más
hermosa. Sufrir
debes
tan nuevo cuidado.
Acuérdate
de Judit,
que por
libertar su pueblo
quiso
arriesgarse a morir.
Por el
miedo de Nabal
la
prudente Abigaíl
el
ímpetu resistió
de los campos de David.
No has menester pelear,
pues aunque vas a rendir,
tú en tus ojos aseguras,
triunfante victorias mil.
Ya no
he podido excusarte;
sabe el
gran Adonaí
cuánto
intenté defenderlo,
mas,
¿cómo podré encubrir
los rayos de tu hermosura,
pasmo de Senacherib?
Esto
fue lo que confuso
me
tuvo, y aquesto, en fin,
lo que mi llanto ocasiona,
pues aunque es justo cumplir
el precepto de Rubén,
también es justo
advertir
que
hacer cebo tu hermosura,
y de su
temprano abril
querer ya experimentar
la flor
que empieza a salir,
es
querer que se malogre
el
fruto con la raíz.
¡Ay,
Raquel! Cuánto lo lloro;
mejor
que de Isaac, allí
el sacrificio presumo
que yo
te le labro aquí,
pues si
en el fuego de amor
materia
haciendo de ti,
aplico
la leña yo,
causa
de su llama fue.
Hoy a
la cumbre de Alfonso
tu
subo; mas, ¡ay de mí!,
que hay
incendio al abrasar
y no
hay cordero al herir.
Ya te
lo he dicho, Raquel;
mis
miedos no hagan hüir
el valor
que te acompaña.
Y pues sabes resistir
las orejas a las vanas
lisonjas, por desmentir
mis temores, arma el pecho
de encantos, Circe
gentil.
El árbol
de Ulises lleve
tu
nave, que surta oír
pueda
las voces, y el sueño
burle
encantos a su ardid.
Escúchate el más atento
sollozar, mas no gemir;
tus dos labios purifique
nuevo alado serafín
para
bien del pueblo hebreo,
y de la
fama el clarín
tu
nombre eterno publique
en uno
y otro confín.
RAQUEL: (¡No
sé qué espíritu ardiente Aparte
tiranamente me ciega,
que a
su voluntad me entrega!)
A tu
gusto está obediente
Raquel. La embajada aceto;
y si en
mí libra el favor
del rey,
el pueblo, señor,
desde
luego le prometo.
No
así hagáis con fe perjura
concepto, que desvanezca
en lo
que el valor merezca
lo que
debo a mi hermosura.
¿Vos de mí tal presunción?
¿Vos,
sabiendo mi entereza
tenéis
miedo a mi belleza?
DAVID: No es
miedo; que es prevención.
RAQUEL: Yo,
que soberbia y altiva
ni aun
a la fama consiento
que me alabe, porque intento
que
ella muera y que yo viva,
pudiera negarme, avara,
de mis
ojos al crisol;
aunque
fuera Alfonso el sol,
sus
rayos menospreciara;
y si hago experiencia aquí
de mi
soberbia crüel,
sabré
yo rendirle a él,
mas él
no vencerme a mí;
con
que se allana el intento
que me
pone vuestra ley,
pues
solo vencer a un rey
tuviera
por vencimiento.
DAVID: Pues
si tanto te dispones,
oye lo
que has de decir.
RAQUEL: No he
menester persuadir
yo con
ajenas razones,
pues
si al rey mover ordeno,
a mi
acento persuasivo,
no irá
el afecto tan vivo
si
fuera el discurso ajeno.
Y
cuando mi resistencia
a esta victoria
se obliga,
no
sufra que nadie diga
que
ayudó con su advertencia,
pues
si fuere menos sabio
mi
discurso en sus enojos,
yo haré
que enmienden mis ojos
los errores de mi labio.
Voy
a obedecer.
DAVID: Detente;
que si
est&aaccute;s determinada,
no has
de llevar la embajada
con
traje tan indecente.
Menos alegre el dolor
ostente
tu sentimiento,
porque
dos veces atento
acometa
tu valor.
Todo
está ya prevenido.
¡Zara,
Dalila!
Salen DALILA y ZARA con un traje de gala
ZARA: ¿Señor?
DALILA: Aquéste es mejor color
para adornar tu vestido;
con
él representa atenta
nuestro
mal y nuestro bien,
y diga el color también
lo que
el corazón intenta.
RAQUEL: Todo
a tu obediencia asiste;
mas,
¡ay de mí!
DAVID: ¿Qué te ha dado?
RAQUEL:
Inquieta el alma ha turbado
este espectáculo triste.
Aquesta pompa funesta
que
negro aparato traza,
¿contra
qué vida amenaza?
¿Contra
qué vida se apresta?
¿Qué
librea es la que advierte
mi afecto, en dudas deshecho,
si voy a rendir un pecho
con las
señas de una muerte?
La
voz el dolor ataja
que tan
triste agüero ofrece,
y hasta
el corazón parece
que se
viste su mortaja.
Quitad, apartad; que estoy
temiendo --¡lance crüel!--
cuando
he de rendirle a él,
que yo
a ser rendida voy.
DAVID: ¿Qué dices, Raquel? Advierte
que
éste es traje prevenido.
RAQUEL: Ya sé,
señor, que es vestido,
mas es
vestido de muerte.
DAVID:
Antes ese adorno vi
que
ajena muerte traslada.
ZARA: Y si tú
fueras casada,
no le
temieras así.
DAVID:
Igual pronóstico ha sido
de que
triunfante has quedado,
pues de
la muerte has sacado
despojos
en el vestido.
Mas
si te ha causado enojos...
RAQUEL: No
prosigas; que quisiera
que la
misma muerte fuera,
por
beberla con los ojos.
Venga ese adorno; que así
burlarme quiero del hado;
venceré
al fin mi cuidado.
DAVID:
Mientras te vistes aquí,
aplaudiendo tu dolor,
la
gente voy a juntar
que te
ha de ir a acompañar.
RAQUEL:
Guárdete el cielo, señor.
Vase DAVID
Y
pues es preciso hacer,
obediente a su precepto,
ley su
mandato --¡ay de mí!--
daca,
Dalila, el espejo
y tú,
Zara, harás que cante
Débora
entre tanto --¡ay cielos!--
por ver
si de aquesta suerte
mi
extraño pesar divierto.
ZARA: Tú has
hecho como judía
en
haber tenido miedo.
Pónle DALILA un espejo delante, empieza a
vestirse, y suena música
RAQUEL: No mal
mi mal acredito
si por
despojos empiezo,
pues me
quita lo que gozo
el
logro de lo que temo;
desnude
el pecho el vestido,
y vista
el alma el afecto;
mas,
¿quién no teme en aquél
alegre
y éste funesto?
ZARA: Si tu
hermosura es beldad,
mejor
es dejarla en cueros.
RAQUEL: ¿No
cantan, Zara?
ZARA: Ya cantan.
RAQUEL: ¡Qué
mal mi quietud suspendo!
MUSICA:
"A los ojos de David
Bersabé
rindió su esfuerzo,
porque
los ojos de un rey
pueden
más cuando hablan menos".
RAQUEL: No
fuera si el sagrado
del
amor rindiera fueros;
que no
hay imperio en las almas,
aunque
hay dominio en los cuerpos.
Apriétame el pecho, Zara,
que no será nuevo aprieto,
y al
cristal de mi pureza
defienda este muro negro.
MUSICA:
"Miróla una vez el rey,
y bastó
a encenderle luego;
porque,
como está más libre,
la
vista de un rey es viento".
RAQUEL: Antes,
no, porque un rey tiene
más
cautivos sus afectos,
si ha
de medir advertido
las
acciones con el puesto.
Suéltame el cabello, Zara,
que ese
adorno lisonjero,
si ha
de prender con su engaño,
no es
justo que vaya preso.
MUSICA:
"Retiróse Bersabé
a los
principios, mas luego
el
triunfo de su hermosura
celebró
correspondiendo".
RAQUEL: ¿Cómo
se puede llamar
triunfo
el poco rendimiento?
Dejarse
vencer arguye
o poca
fortuna o miedo.
De
aquellos negros listones
me pon
lazos; que los llevo
previniendo mi cautela,
por si
Alfonso cae en ellos.
MUSICA:
"Acabó el gustoso halago
en
trágico fin sangriento,
y envuelto
en sangre de Urías,
voló el amor más soberbio".
RAQUEL: Calla,
calla, no prosigas;
que de
tu voz a los ecos
infausto culto me rinde
el
amor, y en el inquieto
agüero de mi porfía
has
añadido otro agüero.
ZARA: Deja,
señora, ese tema,
y mira
que ruido siento,
señal
de que ya te esperan.
RAQUEL: Yo
también a mí me espero.
ZARA: Hermosa
estás, nada temas;
a un
rey vas a ver, y puesto
que de
otra ley, allá van
leyes
donde quieren ellos.
RAQUEL:
Vamos. (Deidad soberana, Aparte
que
influyes mortal veneno,
blanca hija de las espumas,
madre
del alado ciego,
a cuyo
templo consagra
la
inmunidad de los tiempos
de mortales acechanzas
fantásticos vencimientos;
préstale imán a mis labios,
dales a mis ojos fuego,
infunde ardor en mis voces,
llena de espíritu el
pecho
contra
Alfonso. Contra Alfonso
lleva
el azote, hiriendo
los blancos cisnes que tiran
tu
carroza por el viento.
Llega,
deidad soberana,
ampara,
ayuda mi intento;
así de
Adonis la muerte
mienta
el trágico silencio,
y así el gentílico aplauso
vuelva
a consagrarte templos;
que tú
ayudando cuando yo venciendo,
daremos
fama y sacaremos premio).
Vanse. Salen
FERNANDO Illán, galán,
y CALVO, gracioso
CALVO: Digo,
señor, que no puedo
mejor
día haber tenido.
FERNANDO: Pero,
¿qué te ha parecido,
Calvo,
la imperial Toledo?
CALVO: De
ella, señor, no he gustado;
la
confusión de la corte
no es para hombres de mi porte,
crïados
al desenfado.
Aquí, si en palacio entramos
con
ceremonias y extremos
al alba
nos recogemos
y a las
doce no almorzamos.
Todo es semblante severo,
todo
respecto y cuidado;
al que
sale, al que ha llegado,
dándole
al pie y al sombrero.
Mejor de la guerra siento,
donde
es toda la atención
cumplir con su obligación
y no
hay otro cumplimiento.
FERNANDO:
¿Cuándo en la corte no ha estado
la
confusión más atenta
y la
quietud más violenta?
Lo que
yo te he preguntado
es
del sitio, del lugar.
¿Qué te
parece?
CALVO: Señor,
que es
para trepar mejor
que no
para pasear;
mas
su disculpa le queda
también, cuando así le igualo,
que no
puede ser muy malo
lugar donde todo rueda.
Sus calles y sus hatajos
a cualquier vecino
ofenden,
y no sé
cómo se entienden
con tantos altos y bajos.
FERNANDO: En
vano así te querellas
de una
ciudad tan hermosa
cuya
fábrica famosa
compite
con las estrellas.
CALVO:
Aunque es buena cortesana,
de ella apartarme procura;
que no
puede ser segura
cosa
que no fuera llana.
FERNANDO: La
novedad con que agora
confuso
está y alterado
el
pueblo, te habrá causado
poco gusto. ¿Quién lo ignora?
CALVO:
¡Notable entereza fue
la de
Alfonso!
FERNANDO:
Ya lo veo;
pero en
fin ningún hebreo
quiere
que en su tierra esté.
CALVO: Muy
justo será el desvelo;
mas,
¿dónde pueden parar
si en
la tierra no han de estar,
porque
ellos no han de irse al cielo?
FERNANDO:
Mucho el vulgo lo ha sentido;
mas,
viendo tan justa ley
se
quietará; que es el rey
amado
como temido.
CALVO:
Grande ha hecho su opinión;
mas yo
no pienso decir
bienes
de él hasta salir
bien de
cierta pretensión.
FERNANDO:
¿Pretensión tú?
CALVO: Pues, ¿qué
extrañas?
¿Seré
en la corte el primero
que
pretenda de hazañero
aunque
le falten hazañas?
FERNANDO: ¿Y
qué piensas pretender?
CALVO: Un
cargo así del derecho
que sea
de gran provecho
y tenga
poco que hacer;
y
esto con maña y audacia,
entablado a lo bellaco,
si en
justicia no lo saco,
nos
valdremos de la gracia.
Además, que tengo ya
un
escolar, grande amigo
y muy
docto, que conmigo
el
memorial dispondrá;
y ajustados
los contratos,
me
ofrece con su jüicio
el
sacarme a mí el oficio
porque
le dé unos zapatos.
FERNANDO: Pues
si está tan desvalido,
¿cómo
para él no apetece
eso mismo
que te ofrece?
CALVO: No
quiere; que es un perdido.
FERNANDO: ¿Y
qué oficio tu talento
espera?
CALVO:
Al rey le diré
que por
agora me dé
el que
hallare más a cuento;
y haciendo de mi valor
experiencia, si importuno
viere
que obro mal en uno,
me
ponga en otro mejor.
FERNANDO: Bien
esa razón se admite,
pero ya
el rey sale aquí.
CALVO: Si se ofrece hablar de mí,
dile
algo que me acredite.
Salen
Á:LVAR Núñez, de barba,
GARCI López, y el REY don Alfonso
REY: Ya
con eso apaciguado
quedará
el reino y seguro.
ALVAR: Como su
quietud procuro,
nada
niego a mi cuidado;
bien
es verdad que primero
el
riesgo a que se exponía
tu
corona proponía
porque
templases severo
tu
rigor; pero ya agora,
que el
lance enmienda no admite,
como la
intención permite,
la
solicitud mejora.
REY: Yo
espero que, apaciguado
el
pueblo, mi arrojo alabe.
GARCI: ¿Quién como
tu pueblo sabe
lo que
debe a tu cuidado?
REY:
¿Fernando?
FERNANDO:
¿Señor?
REY: ¿Adónde
has
estado?
FERNANDO:
De mi ausencia
causa
ha sido la obediencia
que a
tu afecto corresponde;
ocupado en visitar
toda la
ciudad he andado,
como
mandaste; cuidado
que no
se debe olvidar.
Inquieto
el vulgo parece
que
está contra tus deseos
de
desterrar los hebreos;
y
aunque atento te obedece,
siente su falta.
GARCI: No es mucho,
porque
con ellos aumenta
su
población y su renta.
REY: Con
sentimiento os escucho.
¿Cuánto mejor es tener
limpia
de ritos tiranos,
que
llena de ciudadanos
a Toledo? ¿Puede hacer
falta a la ley verdadera
la
hebrea? Como obro, debo.
ALVAR: (¡Qué
bríos tiene el mancebo!) Aparte
REY: Y
aunque provechosa fuera,
no
quiero en esta ocasión
aumentos contra mi ley.;
que
para un prudente rey
primero
es la religión.
Hierba mala que arrancar
no ha
de quedar en la mía.
Sale un CRIADO
CRIADO: Afuera
está una judía,
señor,
que te quiere hablar,
con
grande acompañamiento
de
hebreos, que, lastimosos,
en su
semblante, llorosos,
publican su sentimiento.
REY: Entre; mas si el fin arguyo,
mal la
razón le defiende.
ALVAR: Sin
duda el pueblo pretende
revocar
el orden tuyo.
REY:
Concocerá mi entereza,
siendo
en sus quejas mayor.
Salen RAQUEL, vestida de gala, y damas de
acompañamiento
RAQUEL: A tus
plantas, gran señor...
REY: (¡Qué
desdichada belleza!) Aparte
Míranse uno al otro y túrbase RAQUEL
al hincar la rodilla
RAQUEL: Llega
Raquel que, abatida,
de ti,
del pueblo y del hado...
(Su
presencia me ha turbado. Aparte
¡Pese a
la lengua encogida!)
...una infeliz...
REY: Levantad.
(La
turbación que asegura Aparte
hace
mayor su hermosura).
RAQUEL: (¡Qué
agradable majestad!) Aparte
FERNANDO: (¡No
vi perfección más rara!) Aparte
CALVO: (¡Un
prodigio es la judía! Aparte
¡Lástima es, por vida mía,
que
lleve el diablo esa cara!)
REY: ¿Qué
es vuestro intento, admirable
mujer?
RAQUEL:
(¡Ea, pena infïel! Aparte
Contrástele lo crüel;
no le atiendas lo agradable).
Dar
muestras de mi pasión
quiero,
cuando a tus pies llego...
REY: Proseguid, pues. (Yo estoy ciego; Aparte
mas no es culpa la
atención).
RAQUEL: Una mujer hebrea,
que
libertar su religión desea,
viene,
Alfonso, a rogarte,
con
lástimas, con llanto, si ablandarte
mereciere importuna,
que
hagas menos crüel nuestra fortuna.
Rey,
señor soberano,
a cuyo
imperio rinden más que humano
feudo
los corazones,
atiende
a mis razones.
Enternézcante en tanto
que te
está diviertiendo triste llanto.
Los
míseros gemidos
con que
hiere el hebreo tus oídos,
y el humor que resuena en tus
orejas,
participe del eco de mis
quejas.
Torpe
ya y sin aliento,
desunido el enjambre por el viento,
sólo el
susurro escucha
del
errado destierro con que lucha.
El
blanco panal deja
la
solícita abeja
y el
corcho desampara, a quien hacía
trabajo
amargo dulce compañía,
echando
menos voluntad sincera
el
rubio hijo de la blanca cera.
Así
desamparada
yace la
sinagoga maltratada.
Al rumor de tus voces
huye el enjambre, y miden ya
veloces
su error con tus deseos,
poblando el campo míseros hebreos.
Ya, por
última rüina
del
temido dolor que se avecina,
rendida
a la pasión que los ahoga,
arruinada cayó la sinagoga,
y al
mirar desunido el edificio,
llanto
común lloró su precipicio.
Las tablas que Moisés guardó
sagradas
segunda vez se miran
quebrantadas,
y en
venganza feliz de su ley santa,
llora
el hebreo y el cristiano canta.
Mofa
común, escarnio de la plebe,
llueve en sus voces y en sus ojos llueve,
riega el llanto contino
el
trillado camino,
y florecen en vez de clavellinas
contra sus pies de
abrojos y de espinas,
sangre
que no derrama
pena común
que a tanto dolor llama,
aunque
con queja muda,
suda el
afán y el sobresalto suda
vagando
errantes, sin errar baldíos,
por una
y otra parte los judíos.
Jerusalén segunda
Toledo
es ya, cuando su llanto inunda
y de
tanto concurso desterrada,
la
ciudad populosa desolada
yace
como vïuda,
muda al
ardor y al sobresalto muda.
Llorando quedará [de] noche y día
la
apacible, la antigua compañía
que la
hicieron amigos
los que
agora la injurian enemigos.
Del
amargor cautiva,
muerta
al consuelo, si a la pena viva,
sus
calles va regando
de
nuestros sacerdotes, que llorando
acompañan las vírgenes, ultraje
del
triste rostro, descompuesto el traje,
el
anciano alarido
el alma arroja con cualquier gemido,
dejando
sus querellas inhumanas
maltratada la plata de sus canas.
Ten piedad de nosotros, rey famoso;
no tribute a tus triunfos
tan costoso
aplauso, que llorando
mísero
agüero, esté pronosticando
presagio, que desdice
de lo
mucho que el hado te predice.
Con
risa, y no con llanto,
debes
solemnizar aplauso tanto,
o con
llanto sin risa,
nuestro
destierro mísero te avisa
de
algún suceso extraño.
Vuelve,
Alfonso, los ojos a tu engaño;
que no
es, no, religión la que te mueve
a que airada se cebe
en tan
humilde triunfo tu presencia
de la
más abatida resistencia.
Mas,
¿qué dudo? ¿Qué temo?
Rey
soberano, príncipe supremo,
a
nuestro afecto atiende.
Quien
te obedece más, ¿en qué te ofende?
¿La
humildad con que obliga
más un
vasallo, tu rigor castiga?
Vuelve, señor, los ojos,
y verás cuántos míseros despojos
tu piedad aguardando,
en
lastimoso llanto están bañando
tus
umbrales, que mira
oscuros
la victoria con la ira,
y
repitiendo males,
de
lástimas cubiertos tus umbrales.
Mira
cómo te aclaman
rey
victorioso; y cuando así te llaman,
segunda
Ester, si no con tanta dicha,
yo sola
vengo a ser de su desdicha
protectora, abogada, presumida,
por mujer, por hermosa y afligida,
diciendo en todos el afecto ansioso...
TODOS: Ten
piedad de nosotros, rey famoso.
REY:
Enternecido estoy; mas no me espanto
si me
habló la hermosura con el llanto;
que
puede mucho, si vencer procura,
cuando
el llanto hace voz de la hermosura.
ALVAR: A
piedad me ha movido.
GARCI: Lástima
la he tenido.
FERNANDO: Su
belleza persuada, y sus razones
rémoras son de humanos corazones.
CALVO: Sus
lágrimas provocan a cogerlas;
que
tiene un llanto, a fe, como unas perlas.
REY:
(Turbado estoy).
Aparte
Del suelo
te levanta; que yo... (¡Válgame el
cielo! Aparte
¡Qué
loco arrojamiento!
Resuelto estuve a conceder su intento;
reprimirme es forzoso.
No vi
afecto de amor más poderoso).
RAQUEL: ¿Qué
respondes, señor? (Mi muerte temo Aparte
en su
decreto, y ya con más extremo
en mi
altivez, que ociosa se despeña,
lo que
falta intenté, busco halagüeña).
REY: Yo veré el memorial. (Fieros enojos, Aparte
no está en él la razón,
sino en sus ojos).
RAQUEL: (De
ansia y congoja muerto.
Búscole
amante y hállole severo
en
esfuerzo engañoso).
Pues,
rey, señor, Alfonso generoso,
si tu gusto lo advierte,
lógrale, y más que sea en nuestra muerte;
que
ésta es más que violencia;
felicidad será por tu obediencia.
REY: (A su
voz y a su vista Aparte
no hay poderoso esfuerzo que
resista.
¡Sin mí
estoy! De esta suerte
disimulo las señas de mi muerte).
Vase el REY
RAQUEL: ¿Así,
señor, os vais? ¡Pena violenta!
(Mas, mi
fácil pasión, ¿qué es lo que intenta?)
ALVAR: El rey
se ha retirado.
GARCI: Mal
despacho tenéis.
Vanse GARCI López y ÁLVAR Núñez
RAQUEL: De mi cuidado
peor
juzgo tenerle.
FERNANDO: Vuestra
porfía debe de ofenderle.
RAQUEL: Pensé
vencer a Alfonso, y voy vencida;
ni
llevo libertad ni llevo vida.
Vase RAQUEL
FERNANDO:
Prudente el rey se ha mostrado.
CALVO: ¡Vive
Dios, que es un Nerón!
Y no
tiene corazón
hombre
que no se ha ablandado;
y si
me pidiera a mí
lo que
a Alfonso, no se fuera
mal
despachada, y no tuviera
luego el
sí con otro sí.
FERNANDO: Por
su ley es bien que el rey
templara así esos extremos.
CALVO: También
por acá queremos
muchas
que no tienen ley.
FERNANDO:
¿Posible es que te aconseja
el
deseo tal error?
CALVO: Pues
dime, ¿ésta no es mejor
que no
una cristiana vieja?
FERNANDO: Tu
ignorancia lo apercibe.
CALVO: Yo, si
alguna me ha agraviado,
en mi
vida he deseado
saber
en la ley que vive;
y a
muchos se les consiente
casarse, y no es culpa grave,
con
mujeres que se sabe
que no
obran cristianamente.
FERNANDO: En
ésta el defecto es llano.
CALVO: Sin
embargo, he de sentir
que,
llegada a reducir,
no es
mala para un cristiano.
FERNANDO: La
ignorancia te hace errar
en tan
torpe parecer.
CALVO: Mira,
en cualquiera mujer
que yo
persuado a pecar,
siendo católica, obligo
dos
riesgos, esto es lo cierto.
El
suyo, pues la pervierto,
y el
mío, pues mi error sigo.
Y en
ésta no, pues lograda
la
culpa, me ofende a mí,
pues
ella, así como así,
se
estaba ya condenada.
FERNANDO:
Vete; que el rey ha llegado.
CALVO: Voyme, pues. (¡Hay tal porfía? Aparte
Miren
si por ser judía
desdice
para el pecado).
Vase. Sale el REY
REY:
Fernando.
FERNANDO:
¿Señor?
REY: (La llama Aparte
en que
confuso me abraso,
mal
reprimido en el pecho,
quiere
exhalarse en el labio.
Perdido
estoy).
FERNANDO: (Cuidadoso Aparte
parece
que el rey me ha hablado.
¿Qué puede ser?)
REY: (Ya es rigor Aparte
lo que
sufro y lo que callo.
Sirvan de alivio mis voces;
que si la pasión ha dado
consentimiento al deseo,
será
error más temerario
ocultar
lo que me aflige
cuando
no basto a estorbarlo).
FERNANDO: Permite
que afectüosa
mi
duda, en tantos cuidados
como tu
semblante ofrece,
sepa la causa.
REY:
Fernando,
grave
es mi mal.
FERNANDO: (¿Qué impensada Aparte
novedad
es ésta?)
REY: Y tanto,
que está
en la muerte el remedio.
FERNANDO: (El
corazón se ha turbado). Aparte
¿Quién
le ocasiona?
REY: Yo mismo,
yo soy
mi mayor contrario;
con mis
potencias peleo,
con mis sentidos batallo,
y ellos me rinden y yo
a defenderlo no basto.
FERNANDO:
(Notable riesgo apercibo.
Aparte
¡Válgame el cielo! ¿Si acaso
Raquel
apurarlo intenta?)
¿Quién
tan aprisa ha mudado
a tu
quietud el sosiego?
REY: Un
favor, un sobresalto,
un
ahogo, una pasión,
un
sentimiento, un cuidado,
un frenesí,
una locura,
un
fuego, un incendio, un rasgo
de todos los males juntos;
y en fin, para
publicarlo...
FERNANDO: ¿Es
amor?
REY:
¿Por qué me atajas?
FERNANDO: Porque
pasión tan de humano
no es
bien que tú la publiques;
y así,
el discurso adelanto.
Que si
me engaño, no pierdes
tu
autoridad, en mi engaño,
y si
acertare, te excuso
que, sacándola
a los labios,
por
dejarme satisfecho
te
quedes tú desairado.
REY: Amor
es, pero no dudo,
aunque
estimo tu reparo,
el
publicarlo, porque
cuando
oprobio más villano
me ha
reducido, tener
atenciones es en vano.
Juzga
tú cuál puede ser,
pues
cuando de él no hago caso,
tiene
por malo el amor
y es en
mí lo menos malo.
FERNANDO: (Cierta
salió mi sospecha). Aparte
Pues
permíteme arrojado
que te
pregunte.
REY: Pregunta;
mas, si
has de hallar mi cuidado,
discurre primero tú
los más
dudosos acasos;
porque,
si al mayor no llegas,
no has de conocer el daño.
FERNANDO: ¿Tan
extraño es el suceso?
REY: Sí,
Fernando, el más extraño
que
pudiera haber movido
la
fuerza de los encantos.
FERNANDO: (No hay
que dudar). Aparte
Pues, señor,
lo
breve del sobresalto
al
lance que se ha ofrecido,
la
prevención del reparo,
me hace
pensar que Raquel
pudo...
REY:
¿De qué estás dudando?
Que tú
lo pienses deseo.
Dilo,
en tu voz me declaro,
y deja
que te agradezca
el
consuelo, pues es llano,
si lo
juzgares posible,
que ya
lo habrás disculpado.
Raquel
fue; Raquel la bella,
aquel
divino milagro
de
hermosura me ha rendido;
toda la
luz de los astros
vi en
sus ojos, todo el sol,
en
negros lutos bañado.
FERNANDO: Pues,
¿cómo tan presto pudo
rendirte?
REY:
Porque el contacto
de las
manos, de los ojos,
cebo
del pez, que animado
por la
caña le introduce
al
pescador su contagio,
introdujo en mí el veneno
por los
ojos y las manos.
Demás de que, ¿cómo quieres
pedir
ley a los acasos,
dar
tiempo a los pensamientos,
buscar
razón a los astros
para lo
que ellos infunden?
Yo no
sé más que penando
estoy desde que la vi,
y a mí
me estoy preguntando
lo
mismo que tú preguntas,
y
responde amor a entrambos
que,
pues estoy muriendo y adorando,
causa
debe de haber para mal tanto.
FERNANDO:
Permíteme que te culpe
arrojo
tan temerario.
REY: Sí,
permito; mas advierte
que no
es acción de vasallo
piadoso
la que pretendes,
Pues mis intentos culpando,
haces mayor mi pesar
y no menor mi cuidado.
FERNANDO:
Contraria ley es la suya.
REY: ¿Cuándo
amor no fue contrario?
Mas en el gusto, ¿quién puso
leyes ni introdujo mandos?
Pues en sus libres deseos
puedo, cuando más
templado,
quitarme lo que deseo
pero no
el desearlo.
FERNANDO: Pues,
¿cómo el ser imposible
no te
templa?
REY:
Antes me ha dado
mayor inquietud el serlo;
que en los afectos humanos
como es espíritu es
obra
de alta
poderosa mano,
aquel
heroico principio
los
enciende, y arrojados,
pretenden el imposible
no por
bueno, por contrario,
no por
lo que gozar pueden,
sino
sólo por gozarlo.
FERNANDO: No ha
de ser esto querido
de ti,
sino despreciado;
con que
no está el imposible
en
ella, sino en tu estado.
REY: No es
razón que me convence,
pues si
como rey me hallo
superior,
como hombre estoy
sujeto. Con que, luchando
lo
hermoso con lo rendido,
lo
altivo con lo postrado,
cuando
como rey la obligo,
la
estoy como hombre adorando,
como humano la pretendo
y la
oigo como cristiano.
FERNANDO: Pues, ¿qué presumes hacer?
REY: ¿Qué he de hacer? Morir callando.
FERNANDO: Lástima
tengo a tu pena.
REY: ¡Qué
poco alivio me has dado!
FERNANDO: No es
bien perder a mi rey.
REY: Y a tu
amigo, ¿es bien dejarlo?
FERNANDO: No sé
cómo responderte.
REY: Yo sí;
muriendo y penando.
FERNANDO: El
tiempo hará que te venzas.
REY: ¿No
sabes que el tiempo es falso?
FERNANDO: Sé que
la razón conoces.
REY: También
sé que me está hablando
la
memoria por mi amor,
y que
nos repite a entrambos
que,
pues estoy muriendo y adorando,
causa debe de haber para mal tanto.
Vanse los dos
FIN DEL PRIMER ACTO