ACTO TERCERO
Salen el REY don Alfonso, CALVO, RAQUEL, ZARA, y
damas de acompañamiento.
Cantan
MÚSICA:
"La hermosura de Raquel
eterna
a los siglos viva,
para ser feliz amante
de
Alfonso, rey en Castilla."
RAQUEL: (¡Qué
bien suenan estas voces Aparte
a mi
ambición!)
REY:
(¡Qué bien pintan Aparte
estos
ecos mi fortuna!)
RAQUEL: Repita
la voz.
REY: Repita.
Cantan
REY:
"La hermosura de Raquel
eterna
a los siglos viva...
RAQUEL: ...para
ser feliz amante
de
Alfonso, rey en Castilla."
REY: Días
ha, Raquel hermosa,
que en
tus brazos divertida
toda mi
grandeza enciende,
con la
posesión, la envidia.
RAQUEL: Poco mi
amor te ha debido;
que
quien repara en los días
o lo
que pasa no goza,
o lo
que goza no estima.
REY: El
contentaros es dudar
que
dure tanto una dicha.
RAQUEL: Y el
olvidarlos hacer
dichoso
lo que se olvida.
CALVO: Tú no lo entiendes, señor,
-- perdona
que te lo diga --
que no
hay mujer que no sienta
que se
le cuente la vida.
REY:
Mientras más vive Raquel,
es su
hermosura más viva.
CALVO: Días tienen las hermosas
con que
enamoran y hechizan;
mas no
hay quien pueda mirarlas
en
llegando a tener días.
REY: ¿No es
hermosa?
CALVO: Eso parece
que
adrede la hicieron linda;
no la
falta sino el ser
una
Santa Catalina.
ZARA: ¿En
efecto, el hablador
por
bufón con el rey priva?
CALVO: Y tú
con tu ama, ¿por qué?
ZARA: Por crïada
más que amiga.
REY: Parece
que triste estás.
RAQUEL: Yo te
confieso que lidian
conmigo
imaginaciones
de un
sueño que me fatiga.
CALVO: Yo
apostaré que no es.
Soñaba
el ciego que veía.
REY: Pues,
¿qué soñaste?
RAQUEL: Soñaba
que
entre mis brazos nacía
un rojo
clavel, que hermoso,
corona
de carmín fina,
aromatizando el aire,
todo el pecho enriquecía,
y que
por gozarle, yo
le
ajaba, aunque le pulía;
y apenas corté sus hojas
las potencias divertía,
cuando de violenta mano
golpe fatal
me le quita.
Desanimado el aliento,
con sus
hojas me salpica,
fáltame
el logro que busco,
y en
vez de adorno, pinta
en lo
que fue rojo, sangre,
en lo que
fue tronco, herida.
El
corazón en el pecho
con
este susto me avisa
de
algún peligro. Despierto,
y
mirándote, decía:
"Éste es el clavel sin duda,
flor
que, en mis brazos rendida
está
cobrando en desdoros
cuánto
me paga en caricias.
Éste es el rey de las flores;
quien me le arranca es la
altiva
fuerza
de su ingrato reino
que no es posible resista."
¡Ay,
Alfonso! ¡Cuánto siento
estas
verdades fingidas
en las
sombras de la noche!
¡Cuánto
temo que me envía
el alma
aquestos avisos,
anuncios de mi desdicha!
Yo te
adoro y no merezco
de tus
ojos ser querida;
yo
mando todo tu reino,
y anda
muy pronta la envidia;
no temo
ser despreciada,
pero
temo ser temida.
Éstos son los sentimientos
que disimulado había
por no disgustarte; pero
dígolos
porque me obligas
y porque de tus consuelos
nuevos halagos consiga.
REY:
Fantásticas ilusiones
del
sueño, en vano podían
vencer
verdades del alma
que
aparentes se eternizan.
CALVO: Ella
con aquestas flores
pasa,
por Dios, brava vida;
soñadas
o no soñadas,
siempre
se las vende finas.
REY: ¿Qué
temes, viviendo yo?
¿.................. [--i-a]?
CALVO: Tu amor
es mi vida; no
moriré
si no me olvidas.
RAQUEL: La
fineza te agradezco.
ZARA: Mucho
vale una mentira.
REY: ¿No
eres dueño del gobierno?
RAQUEL: Sí.
REY:
Pues, ¿qué te atemoriza?
ZARA:
Esperando está la audiencia.
REY: Pues de
mí no necesita
adonde
queda Raquel,
demás
de que yo quería
salir a
caza; y así,
mientras voy a prevenirla,
pues
que la has de despachar,
quédate
tú a recibirla.
RAQUEL: Tu
grandeza el cielo aumente.
REY: Porque
toda a ti la rinda.
CALVO: De la
plaza de portero
te doy,
Zara, las albricias.
ZARA: Más
vale ser mete-audiencias
que mete-muertos,
gallina.
REY: Calvo,
ven.
CALVO:
Ya voy tras ti.
REY: Y
mientras me aparto, sigan
alabanzas de Raquel
los
ecos de mis caricias.
Vanse el REY y CALVO.
Cantan
MUSICA:
"La hermosura de Raquel,
eterna
a los siglos viva,
para
ser feliz amante
de
Alfonso, rey en Castilla".
RAQUEL: Amor,
si eternizar puedes
los que
tu bandera alista,
en mí tendrás un valiente
soldado
contra la envidia;
abogada de tus leyes
defiendo dogmas prolijas,
y de errados argumentos
formo materias distintas.
Rey eres, y de tu imperio
el mejor blasón peligra;
yo estableceré tu trono
si me fijas esta silla.
Siéntase
Aquí,
donde la ambición
reparte, mal entendida,
premios
al gusto, es forzoso
que
ensanche la tiranía.
No hay
insulto que no apoye
quien
las virtudes castiga;
quien
contra la razón obra
la
sinrazón acredita.
Muera
el bien obrar; no quede
embarazo a la malicia,
y del
vicio y liviandad
se
ensanche la tiranía.
ZARA: (Si
ella a gobernar el mundo Aparte
se
sienta, ¿qué más desdicha?
Muy presto le verán todos
vuelto
lo de abajo arriba).
Salen ÁLVAR Núñez y GARCI
López
ALVAR:
(¡Que así infamemente venda
Aparte
Alfonso
la libertad!)
GARCI: (¡Que
así de nuestra lealtad Aparte
el
piadoso celo ofenda!)
ALVAR:
Guárdete el cielo, Raquel.
RAQUEL: El
mismo tu vida aumente.
ALVAR: (¡Quién
tal vio!) Aparte
GARCI:
(¡Quién tan consiente!) Aparte
ALVAR: ¿Dónde el rey está?
RAQUEL: Sin él
podéis consultarme aquí
los
negocios que traéis,
pues
que no vota, sabéis,
el rey
ninguno sin mí.
A
caza salir desea
hoy, y
porque embarazado
no le
tengáis, me ha dejado
que su
sustituta sea.
Sin
él la audiencia no cese;
pues
conmigo estáis, hablad;
que
aquésta es su voluntad.
ALVAR: (Y mi
sentimiento ése). Aparte
Sale una MUJER
MUJER: Una
mujer afligida
de ti
se viene a valer;
ampárala, así el poder
eternices con la vida.
RAQUEL: ¿Qué
pides?
MUJER: La libertad
de un
hijo, que por travieso
tiene
la justicia preso.
Muévate
mi soledad.
RAQUEL: ¿Qué
delito ha cometido
más notable?
MUJER:
Enamorado
de una
mujer, ha turbado
el
sosiego a su marido.
ZARA:
Aquese delito ha sido
mañoso,
pues ha alcanzado
de un
marido sosegado
hacer un bravo marido.
GARCI: A mí
me toca, y en eso
informarte lo que sé,
pues de
la justicia fue
también
el marido preso.
ZARA: Con
eso se ha autorizado
la
afrenta; no hay qué temer,
aunque
también vino a ser,
tras
aquello, apaleado.
GARCI: Que
por haberle estorbado,
así el
honor se atropella,
una
noche hablar con ella,
contra
su vida arrojado,
le
acuchilló, y mal herido,
se teme
que morirá.
En
aqueste estado está;
mira si
es bien parecido,
fuera de ser hombre inquieto,
que se
perdone esta culpa.
RAQUEL: Su
voluntad se disculpa;
que
amor no guarda respeto.
Si
la dama no le diera
entrada, no la tomara.
GARCI: Ella
bien se lo estorbara
si por
sí misma pudiera;
de
su arrojo despechada,
su
marido ocasionó.
RAQUEL Pues si
ella le provocó,
ella
será la culpada.
Que
le libréis determino.
MUJER: Así tu
nombre se aumenta.
ALVAR: Míralo,
primero, atenta.
RAQUEL: No hay
que mirar; que encamino
así
la razón, pues hallo
entre
los dos no sé qué
culpa,
que al castigo dé
ocasión, y así le callo;
que
es de enmendarle costoso,
delito
que ha ocasionado
del
hombre lo desgraciado
y de la
mujer lo hermoso.
ZARA: Y el
paciente que procure,
si
acaso estima su vida,
el
curarse de la herida,
y de
esotro no se cure.
GARCI:
Injusta razón parece.
RAQUEL: Aunque
injusta, se obedezca.
MUJER: Ser yo
tu esclava merezca.
Vase la
MUJER
RAQUEL: A mi ambición
lo agradece.
Sale un VIEJO
VIEJO:
Justicia pedirte intento
de un
hombre que me ha robado
el
honor.
ZARA:
Mal alhajado
debe de
estar; pues atento
el ladrón que fue a buscarle
entre
cosas de valor
no le
quitara el honor
si
tuviera qué quitarle.
VIEJO: Un
traidor, una hija bella
que
tenía me ha llevado.
ZARA: Pues el
otro es el cargado,
si es
que ha cargado con ella.
VIEJO: De
su delito apetece
mi
queja el castigo usado.
RAQUEL: Si lo
hizo de enamorado,
ningún
castigo merece.
VIEJO: Mal
mi honor se satisface.
RAQUEL: Pues,
¿he de derogar yo
lo que
el cielo decretó?
ZARA: ¿Y lo
que ella misma hace?
VIEJO:
Luego, ¿dejarme procuras
sin
honra?
RAQUEL:
Paciencia ten.
VIEJO: El
cielo castigue, amén,
tu
soberbia y tu locura.
RAQUEL:
¡Matadle! ¿Qué atrevimiento
es
aquéste?
ALVAR:
Justo ha sido.
RAQUEL: ¿Tú
también le has defendido?
ALVAR: Era piadoso su intento.
RAQUEL:
¡Vive el cielo!...
GARCI: ¿Qué te alteras?
RAQUEL: ...que
ha de probar mi rigor.
ALVAR: Que te
reportes mejor
será,
si lo consideras.
GARCI: ¡Qué
así con término injusto
nos
quiera humillar el rey!
ZARA: Ella
cumpla con la ley,
puesto
que sentencia al justo.
ALVAR: Este
memorial acusa
la
libertad, a que exhorta
tu pueblo.
RAQUEL:
Pues, ¿qué le importa
al
vuestro, que lo rehusa?
ALVAR:
Lleva mal el igualarlos,
siendo
de la iglesia nervios.
RAQUEL: Son los cristianos soberbios,
y es menester sujetarlos.
ALVAR:
Mejor espero yo ver
sus
bríos avasallados.
ZARA: Son
unos desesperados,
y no
tienen qué perder.
ALVAR:
Otras mil cosas había
que
tratar, si Alfonso aquí
estuviera; pero a ti,
¿cómo
se ha de consultar?
RAQUEL:
Decidlas; que puede ser
que en
mi discurso veáis
cuán
engañados estáis
si os
acierto a responder.
GARCI: No
son negocios, Raquel,
para
ti.
RAQUEL:
¿Qué os embaraza?
ALVAR: ¿Sabrás
sitiar una plaza?
¿Sabrás
plantar un cuartel?
¿Sabrás dar para un socorro
medios y trazas poner?
RAQUEL: Pues,
¿por qué no he de saber?
De que
lo digáis me corro.
Sabré a campaña salir,
sabré
un moro acometer,
un
ejército vencer
y una
ciudad combatir.
ZARA: Y
mas, que con buena estrella
dice
verdad, no hay dudarla;
que
ninguna, es cierto, amarla
ha
sabido mejor que ella.
ALVAR:
Falsas presunciones ganas.
RAQUEL: No son
sino verdaderas.
¿Seré
yo de las primeras?
ZARA: Ni de
las segundas vanas.
ALVAR:
¡Cómo tu soberbia entiende
saber
regir?
Levantándose RAQUEL
RAQUEL:
Si no sé
regir, al menor sabré
castigar a quien me ofende.
Vase RAQUEL
ALVAR: (Eso
dudo, porque antes Aparte
que tus
impulsos soberbios
se
atrevan a levantar
torreones
en el viento,
con la
tempestad que cuaja
el odio
común del pueblo,
lo que
has labrado en oprobios
espero
en ruinas deshecho).
Garci
López, si tus bríos
guardan
aquel ardimiento...
GARCI: ¿Qué me
dices?
ALVAR: Mas Fernando
viene;
con él lo tratemos.
Sale FERNANDO
Seas,
Fernando, bien venido,
y a
ocasión...
FERNANDO: Guárdeos el cielo.
ALVAR: ...que
podrás, entre los dos,
como
noble y como atento,
hacer
caudal de una queja
y dar a
un daño remedio.
FERNANDO:
Decidle; que ya os escucho.
ALVAR: Pues, has de advertir primero
que en ti la nobleza
atiende
y en mí
propone el buen celo.
Nobles castellanos, cuyas
cuchillas vieron sangriento
todo el poder de los moros,
esmaltando el noble pecho
el rojo
matiz que os cubre
de
victoriosos trofeos;
ya, el
Hércules que os regía,
a nueva
ley le sujeto;
trueca
el uso de la clava
por el
huso, en que torciendo
va a
sus victorias el hilo
que
hizo su renombre eterno.
Ese
sacrílego engaño,
ese
engañoso trofeo
de la Fortuna, ese hechizo
del alma, ese devaneo
del
discurso, ese milagro
de la
idea, ese portento
del
siglo, esa majestad
de la
hermosura, ese vello
simulacro, ese pasmoso
escándalo
de los tiempos,
a quien
altares levanta
el
culto de sus deseos,
le ha
rendido, y en sus ojos
los de
ella sólo son dueños,
pues
mira lo que ellos miran,
y no ve
lo que no vieron.
Con
llanto notan los míos
el
penoso cautiverio
y cuán
licencioso el vicio
se
aumenta con el ejemplo
porque
los príncipes mandan
cuando
pecan, advirtiendo
que la
adulación permite,
por hacer al rey obsequio,
que se bauticen las culpas
por leyes, que en el exceso
de sus vicios, no son
vicios
los vicios,
sino preceptos.
¿Qué es
aquesto, nobles godos?
¿Quién
avasalla el esfuerzo
que en
vuestros pechos guardaba
la
lealtad de vuestros pechos?
¿Cómo
consentís que Alfonso
por un vano, por un ciego
gusto,
la justicia tuerza
manchando el decoro regio?
Mirad
que en los corazones
que
anima heroico ardimiento
parece
mal tanto olvido,
y que al varonil es fuero
el
disímulo le hace
cobarde
más que no atento.
¿Es
bien que de una mujer
se deje
regir un reino
que en
pechos ilustres graba
patrones
de jaspe eterno?
No
permitáis que el laurel
que
corona sacro imperio
planta
lasciva le cerque
con
mentido culto, haciendo
lo que
es traición agasajo,
favor lo
que es cautiverio.
Que
hasta su virtud nos niega
cuando
por nudos estrechos
pasa
mentida lisonja
en el
verdor de su aseo.
Respete
el laurel el brazo,
y abrase
la hiedra el fuego;
muera
este encanto, este asombro
que así
nos tiene suspensos,
y
sacrifiquemos esta
ofrenda
impía al eterno
simulacro de los reyes
que en
el siglo venidero
con
violenta tiranía
fueren en sus lazos presos,
dejando nuestra lealtad
a su
vicio por trofeo,
con la
ruina del cuchillo,
esmaltado el escarmiento.
FERNANDO: Hablar
te he dejado sólo,
cansado
y caduco viejo,
por ver
que de la lealtad
haciendo escudo tus ecos,
el
nombre de la traición
cubriste con el de celo.
Tú, que
entre muertas cenizas,
de la
juventud al hielo,
en la
nieve de tus canas
enfrías
tus ardimientos,
¿quieres juzgar incapaz
la
fuerza de los efectos
en el más común contagio
del
impulso más perfecto,
accidente que a la fuerza
de la
vida y de los tiempos
mayores disculpas tiene,
y consigue más ejemplos?
Es deidad tan misteriosa
el
amor, que no podemos
negarle
en los corazones
la
fuerza de su veneno
porque
cuanto siente y vive
tributa
a su influjo feudo.
Aman en igual balanza
conformes los elementos;
aman los astros, iguales
corresponden los efectos
a las causas; ama el
mundo
la
forma del universo;
ama el
bruto, ama la fiera,
ama la
planta, el ligero
pájaro
que surca el aire
ama
tributando, atento
a su
semejante hermoso
afectüosos anhelos.
Ama
también lo insensible
la proporción de sujetos;
y en
fin el Autor de todo
ama lo
que juzga bueno.
Pues,
¿por qué quieres culpar
en el
hombre más atento
el
amor, cuando en lo hermoso
hace diferente aprecio
lo
racional del discurso
que lo
incapaz del afecto?
¿Cuándo
ajustada medida
de
ciencia infusa no ha hecho
en
Alfonso que señale
celestial
llama su pecho?
¿Qué culpas son las que impones
a su pasión? ¿Hallas, ciego,
que
homicida, que ambicioso,
haciéndose a un tiempo dueño
de la
hacienda, de las vidas,
oprima
al vasallo el cuello?
Si
religioso pretendes
culpar
sus atrevimientos,
¿hallas
que en su religión
intentara ritos nuevos?
¿Culpaba Jerusalén
de Salomón el imperio
porque
erradas concubinas
le
hicieron levantar templos,
donde
en ciegos simulacros
adorase
dioses nuevos?
¿Qué
estatua ves colocada
donde a
Júpiter o Venus
se le
tributen aromas
o se le
quemen inciensos?
Pues,
¿qué pretendes? ¿Qué intentas?
¿Amar
del Autor Supremo
la
imagen es el delito
que reprehendes
severo?
Tu
codicia sólo culpo,
por ser
timón del gobierno.
¿No ves
que la mocedad
no ciñe
el límite estrecho
bastantemente la fuerza
de su altivo
pensamiento?
No es
letargo, es vanidad,
hija de
espíritu inmenso,
cuya
heroica pesadumbre
engaña
en canto halagüeño.
Demás
de que, cuando fuera
culpa
su divertimiento,
es
menester que conozcas
que los
reyes los da el cielo,
y se
han de llevar humildes
a fuer
de varios sucesos,
sin
registrar la intención
de sus
arcanos misterios.
Es
hombre el rey como todos,
aunque
en fortuna diverso,
y es
menester que conozca
el leal
que a sus preceptos
asiste,
que pues su estado
lo dio
excepción en el puesto,
también
en el disimulo
debe
quedar más exento;
que
tener acierto en todo
aun no
se da al que perfecto
merece
del sacro Olimpo
infuso el
conocimiento.
El
reprehender al mayor
sólo
toca, sin que atento
profane
el límite noble
de la
autoridad del puesto
y sin
que la persuasión
irrite
con el esfuerzo;
y así,
tu barbaridad
temple
el arrojo indiscreto,
que,
imitando del caribe
el
voraz impulso hambriento,
intentas bañar con sangre
la
inquieta turba del pueblo.
Trueca
el bárbaro dictamen,
y mira,
cuando sangriento
la
muerte de Raquel trazas,
que a
la de tu rey has puesto
de traidoras acechanzas
fantásticos instrumentos.
Vuelve atrás, y no prosigas,
si no intentas que,
severo,
contra
tu escándalo escupa
el aire
rayos inmensos.
GARCI: Basta,
Fernando. No así
injuriéis el fiel afecto
con que Álvar Núñez intenta
rescatar de Alfonso a un tiempo
la
vida, el alma, el discurso
que
mira en cadenas puesto;
no tu
juventud ardiente
culpe
su prudente celo.
Bien es que muera Raquel.
ALVAR: Menos
que con tal exceso
no
puede vivir seguro
ni su
fe ni su gobierno.
FERNANDO: No
vengo en tal tiranía.
GARCI: Yo sí,
Fernando, pues veo
que es menos mal que ella muera
que no
que muera su reino.
FERNANDO: ¿Por
ser hermosa es culpada?
ALVAR: No, mas
es culpada siendo
instrumento de la culpa;
y así,
juzgo por bien hecho
que con su muerte se quite
la
causa por el efecto.
Que no
es la primera flor
que se
arranca, conociendo
que, de
mayor planta arrimo,
quita
la virtud al riesgo.
GARCI: Muera aquesta encantadora.
FERNANDO: (Avisar
al rey pretendo; Aparte
que yo
no podré impedirlos
si una
vez están resueltos,
y
aunque aventure la vida
importa
no perder tiempo).
Vase FERNANDO
ALVAR:
Fernando por la privanza
del rey
le apoya indiscreto;
mas, pues resueltos estamos,
Garci López, ¿empecemos
a libertar nuestra
patria,
guardando
el justo respeto
que a
Alfonso se debe?
GARCI: Así
me
parece.
ALVAR:
Ya tenemos
el
apoyo de la reina,
que en
olvidos y desprecios
desdenes paga, sin que
compra
Raquel lucimientos.
GARCI: ¿Y cómo
se dispondrá?
ALVAR: Ya yo
lo tengo dispuesto;
porque
en intentos que piden
ayuda
más que consejos,
es siempre facilitarlos
primero
que proponerlos.
El rey
ha salido a caza,
y
avisados los monteros
están
de que, con la maña
mayor
que puedan, tan lejos
le
lleven, que aunque el aviso
de
Fernando, porque es cierto
que no
ha de dejar de darle,
habiéndonos descubierto,
llegue
a tiempo, nunca pueda
volver
a estorbarlo a tiempo.
Y así, entretanto, nosotros
con los
muchos nos juntemos
que
aborrecen esta aleve,
ingrato, tirano dueño,
y
volveremos aquí
para
que en el sitio mesmo
que nos
ultrajó mandando
nos
desagravie muriendo;
y así, ayudadme y callad.
GARCI: Tu
lealtad ampare el cielo.
Vanse. Salen
FERNANDO y CALVO
FERNANDO: ¿Tan
presto salió?
CALVO: Y a mí
me dejó
a que te dijese
que
hasta que él aquí volviese
no te apartases de aquí;
y que a Raquel
solicites
entretenerte ha pedido,
para
que entretenido
la
plaza también me quites.
FERNANDO:
(Dudoso estoy; si me voy,
Aparte
Raquel
puede peligrar,
y él no
la podrá librar
tampoco
si aquí me estoy.
Si no
le aviso le enojo,
y si le
aviso no hago
lo que
manda, y satisfago
mal al
consejo que escojo.
No
sé qué hacer).
CALVO: ¿Qué te ha dado?
¿Quién te
ha sacado de quicio?
¿No
corre bien el oficio
Mas sí
hará; que es hurtado.
Salen RAQUEL y ZARA
RAQUEL:
(Fernando está aquí; con él
Aparte
mi
soledad divertir
quiero).
FERNANDO:
(Yo me tengo de ir). Aparte
RAQUEL:
¡Fernando!
FERNANDO:
¿Hermosa Raquel?
RAQUEL: En
fin, ¿Alfonso se fue
a caza?
FERNANDO:
Presto vendrá.
RAQUEL:
Aguardándole estará
mi
amor, mi lealtad, mi fe.
Hablemos de él entretanto;
que
quizá con su memoria
haré de
la pena gloria
y
libertad del encanto.
FERNANDO:
Mejor será que le vaya
a
buscar yo, porque venga
más
aprisa y porque tenga...
CALVO: (Muy
mal su papel ensaya). Aparte
FERNANDO:
Consuelo tu soledad.
ZARA: Y
nosotras, di, ¿qué haremos
entretanto?
CALVO:
Ahí le daremos
un filo
a la voluntad.
RAQUEL: Bien
dices; mas no quisiera
quitarle el gusto que tiene.
FERNANDO:
(Disimular me conviene
Aparte
con Raquel
mi duda fiera).
No
hay gusto como tu amor.
Darla
pesar no pretendo,
y a
tiempo llegar entiendo
que él
lo remedie mejor.
Adiós.
RAQUEL: Mi afecto te rige.
CALVO: ¿Se
fue?
ZARA:
¿Cómo te dejó?
CALVO: Sin
duda que se corrió
de
aquello que yo le dije.
RAQUEL: A
buscar mi bien se ha ido.
Y tú,
Calvo, ¿puede ser
que al
rey dejaste?
CALVO: A correr
inclinado nunca he sido;
y
así, de la caza dejo
el
afán, que me embaraza.
ZARA: Será
porque él mejor caza
un lobo que no un conejo.
¿No
es verdad?
CALVO: Aquése el robo,
con que
tu mentira entablas,
porque
en todo lo que hablas,
hablas
por boca de lobo.
ZARA: Él
es cobarde, y la fiebre
del
miedo le desmentía.
CALVO: Pues,
¿acaso es valentía
el
correr como una liebre?
ZARA: Y un
jabalí acometer,
¿No es
valor de ánimos tercos?
CALVO: Yo no
me meto con puercos.
ZARA: Bien
hace en no se ofender.
RAQUEL:
Valentía y gusto encierra
la caza
en cuanto se ve.
ZARA: ¿Y no
ha oído aquello de
"viva imagen de la guerra?"
Pero, ¿quién se ha entrado aquí?
CALVO: Otro
perro que te ladre.
ZARA: ¡Ay,
señora! Que es tu padre.
Yo me
voy. ¡Triste de mí!
CALVO: Aquí
sin duda os azota,
y será
paso notable.
ZARA: Yo me
escurro.
CALVO:
Y yo me voy,
si te
escurres, a secarte.
Vanse. Sale DAVID
DAVID: ¿Hija,
Raquel?
RAQUEL:
¿Qué es aquesto?
¿Vos conmigo tan afable?
¿Vos me llamáis hija, cuando
no consentís que yo os
llame
padre? Pues, ¿qué novedad
trocó
así vuestro dictamen?
DAVID: Ya no
es tiempo de reñirte;
que si entonces, por sacarte
de este
engaño, mi razón
pudo
airada amenazarte,
hoy,
que tu peligro mira
mi
amor, mi piedad no sabe,
para
poder convencerte,
otro estilo
más amante.
RAQUEL: Pues,
¿a qué venís?
DAVID: (¡Ay, cielos! Aparte
No sé
como declararse
pueda
mi pena). A estorbar
tu
muerte. Dime, si sabes,
dónde está
el rey.
RAQUEL: No está aquí.
DAVID: No me
lo niegues, cobarde.
Mira
que importa tu vida.
RAQUEL: A caza
salió esta tarde.
DAVID: Pues,
mira que todo el reino
contra ti
inquieto se esparce,
contra
tu vida amenaza
su
cólera, y desiguales,
no
respetan de su rey
las
sacras inmunidades.
"¡Muera Raquel!" dicen todos,
y de la
reina mortales
ansias avivan sus celos,
que ausente, más ciegos arden.
Raquel, huye este
peligro;
nadie
mejor que tu padre
sabrá
sacarte del riesgo.
Que, si
primero, ignorante
con su
queja te maldijo,
ya con
su amor te persuade.
Hoy no
puede ser mayor
la
culpa, pero más grande
puede
ser el escarmiento
si
aguardas a que te alcance.
¿Qué
respondes?
RAQUEL: No me atrevo
a
resolverme.
DAVID:
¿Arriesgarte
quieres
a tanto peligro?
RAQUEL: No
juzgo que quiera nadie
así
ofender su lealtad.
DAVID: Antes
juzgan que, leales,
deben
rescatar su rey,
que tú
en tu amor cautivaste,
y
dándote a ti la muerte,
la vida
pretenden darle.
RAQUEL: Yo no les
quito su rey.
Su rey,
que quiso quitarme,
es el
culpado.
DAVID:
¿Qué importa,
si en
la elección de los males,
siempre
a menor paz sujeta
la
ciega ambición del grande?
No
dudes, vente conmigo.
RAQUEL: ¿Qué es
ir? Aunque me mostrases
más
muertes que vidas tengo,
pues si
vivo de adorarle,
¿qué
más muerte que no verle?
¿Qué
más pena que dejarle?
Alfonso
es mi bien. No puedo
creer
que mi mal se llame;
si por
quererle me culpan,
dichoso
delito saben.
Merezca
que lo conozcan,
y más,
que luego me maten.
Dentro
VOCES: Cercad
la casa. No quede
resquicio, puerta ni llave
que no
guarde cuidadosa
la
solicitud más grande.
RAQUEL:
¡Válgame el cielo! ¿Qué
escucho?
Por mis venas se reparte
un
sudor frío. ¡Ay de mí!
DAVID: Ya
llega mi aviso tarde;
ya
llegó, Raquel, tu muerte,
para
que mi vida acabe.
Llora DAVID
RAQUEL: Padre y
señor, ¿qué es aquesto?
DAVID: ¿Qué ha
de ser? Que tus umbrales
pisa ya
tu desventura
en
manos de desleales.
Dentro
VOCES: ¡Muera
aquesta encantadora!
DAVID: Toda el
alma se me parte.
RAQUEL: ¿Qué
ruido es éste? Traidores,
¿así se
profana fácil
el
templo de vuestro rey?
¿Así
rinde el vasallaje
feudo
que a la reverencia
de su
adoración profane?
¿Qué es
esto? Alfonso el Octavo
¿es
vivo o muerto, cobardes?
Salen ÁLVAR Núñez, GARCI
López y SOLDADOS
ALVAR: Vivo es
Alfonso, y Alfonso
también
es muerto; que iguales
efectos
de tu malicia,
fiera encantadora, nacen.
tú nos
le robas, y en ti
con la
vida ha de cobrarse.
RAQUEL: ¿Cómo, cobardes traidores,
así os atrevéis a hablarme?
GARCI: Ya,
Raquel, se acabó el tiempo
de temerte y venerarte.
Tiene
la suma desorden
gobierno, y no siempre estable
la Fortuna favorece.
RAQUEL: Decís
bien, porque es mudable.
Mirad
que el rey...
ALVAR: Ya sabemos
que no
está aquí. Bien distante
el
término le asegura
de que
no podrá escucharte.
RAQUEL: (¡Qué
así Fernando se fuese! Aparte
¡Qué así todos me dejasen!
Ambición, ¿tú me
vendiste?
Voluntad, ¿tú me engañaste?
Fortuna, ¿ya tu me olvidas?
Valor,
¿ya tú no me vales?
¿Nadie
en mi favor se alienta?
¡Ay de mí! Sacras deidades,
amparad mi
desventura.
No
permitáis que mi sangre,
bárbaramente ofendida,
mi
oscuro sepulcro manche).
¿Qué
queréis de mí?
GARCI: ¡La vida!
RAQUEL: ¿La
vida? Alfonso la guarde.
Quitadme a Alfonso, si acaso
la vida
queréis quitarme.
En él
la herida ejecuta
quien
contra mí la señale.
¡No es posible! No es posible
que vuestra lealtad
agravie
la vida
del mejor rey,
en el
triunfo más cobarde.
Mas,
¡ay de mí!, que ya veo
que
aquello que mucho vale
mucho cuesta; mucho quise,
y así, es bien que mucho pague.
ALVAR: Tu
culpa busca el castigo.
RAQUEL: Mi
culpa fue solo amarle.
GARCI: Tu
ambición te precipita.
Vase GARCI López
RAQUEL: No es mucho
que me arrastrase.
¿Que en
fin no tiene remedio?
ALVAR: Pides
el remedio tarde.
RAQUEL: Sed testigos de mis ansias,
cielos, hombres, brutos, aves,
peces, plantas, montes, selvas,
sed testigos de mis males.
Hoy muero a manos de
Amor,
ley del
alma inexorable;
por
querer mucho padezco,
consuelo me da el achaque.
¡Ay, Alfonso! ¡Ay, pena justa!
Pues no he de volver a hablarte
otra vez, porque me
atiendas,
préstenme orejas los aires
lleven mis quejas los vientos,
digan mis penas las aves,
publiquen mi sentimiento
estos montes y estos valles.
El eco
cuando resuene
adonde
triste te halle,
te
avise de mi desdicha,
Alfonso, el último trance.
Y tú,
padre, -- ¡oh, hado injusto --
ya que
del cielo irritaste
la
justa piedad, no irrites
mi amor
con tus impiedades;
no
llores, porque me acuerdas
de que
otra vez que lloraste
me pusiste
en ocasión
de
perderme por librarte.
Adiós,
señor; que ya voy
a
morir.
DAVID:
Porque se arranque
el alma
con que te miro.
¡Ay,
Raquel!
RAQUEL: ¡Querido padre!
ALVAR: Ea, ejecutad el orden,
soldados.
DAVID:
Fieros cobardes,
¿qué
queréis de una mujer?
Matadme, ingratos, matadme
a mí, y
dejadle la vida.
SOLDADO 1: Mal por
ella satisfaces.
SOLDADO 2: Aparta,
caduco hebreo.
RAQUEL: No le
injuries, no maltrates
de sus
inocentes canas
la
lástima venerable.
Adiós,
señor.
DAVID:
Apartad.
GARCI: ¿Qué
aguardáis?
RAQUEL: Alfonso el Grande,
vive
felices los siglos
del fénix, y a las edades
eterna tu fama asombre;
que yo,
si puede llamarse
felicidad la desdicha,
ostento
felicidades,
acabando por quererte,
muriendo por adorarte.
Llévanla los SOLDADOS a RAQUEL
DAVID:
Esperad, enemigos.
Mas en vano
mi enojo en ellos vengo;
si de
aquestos castigos
yo solo
soy el que la culpa tengo,
yo la
vida le quito,
pues,
¿cómo así el aliento me permito?
Dentro
RAQUEL: ¡Ay
de mí!
DAVID:
Ya repite
del
último vaivén el fin postrero,
y pues
que no permite
mi
suerte el golpe de violento acero,
¿para
qué defendida,
cielos
tenéis mi desdichada vida?
¿Para qué quiere el hado,
entre desdichas y miserias
tales,
guardar un desdichado
de la
muerte, remedio de sus males?
Mas,
bien hace violento;
que
muerto no sintiera, y así siento.
Salen el REY y FERNANDO
REY:
Nadie al encuentro nos sale.
FERNANDO: Ya temo
alguna desdicha.
Allí
está David llorando.
REY: Mal
agüero pronostica.
DAVID: ¿Adónde,
Alfonso el Octavo,
tus
torpes pasos inclinas,
si vas
a buscar la muerte
en los
brazos de la vida?
¿Qué
intenta tu ceguedad?
¿Cómo
tu aliento se anima,
sin
mirar que tus afectos
son de
Raquel homicidas?
Si
acaso quieres llorarla,
en su
sepulcro la mira,
bañada
en su misma sangre,
con que
tu pecho encendía.
Vase DAVID. Descubren
a RAQUEL difunta
REY: ¡Ay de
mí! ¿Qué es lo que veo?
¿Quién
la acerada cuchilla
en sus
hermosos cristales
dejó de
púrpura tinta?
FERNANDO: Tus
vasallos.
REY: ¡Ay, traidores!
¿Quién los incitó?
FERNANDO: Su envidia.
REY: Bien mi
dolor lo esperaba.
FERNANDO: Bien mi
lealtad lo temía.
REY: Dejadme
solo, Fernando.
FERNANDO: La
compasión me retira.
Vase FERNANDO
REY:
¡Cielos!, ¿por qué consentís
en tan
grave alevosía,
una
injusticia tan grande,
y que
se llame justicia?
Astros,
cuyas luces bellas,
brillante
pompa del día,
al
engaño de la noche
sabéis
correr la cortina,
¿cómo
consentís que infame
oscura
tiniebla fría
los
rayos que iluminaban
todo
aquello que encendían?
Mi
bien, mi dueño, Raquel,
sirviéndote, ¿no respira
mortales ansias el alma
con que
espíritus anima?
¿Contigo me dejan solo?
Bien
hacen, pues a la activa
aprehensión con que te miro,
es
fuerza perder la vida.
No he menester más cuchillo;
esas ondas cristalinas
de tu
cuello, salpicadas
de
sangriento humor, me sirvan
de
golfos en que me anegue;
esas
mortales heridas,
que
están respirando olores,
contra
mí incendios respiran,
y esta
mano, que en tu pecho
indicio
advierte a mi vista,
la
sinrazón del estrago,
señalando la rüina,
sea
empeño de mi enojo,
despertador de mis iras.
Corren la cortina
¡Venganza, Amor! Que te
ofende
sangrienta mano enemiga.
contra
el fuero que adquiriste
en el
curso de los días.
Yo de
tu parte he de ser,
para
volver por la mía,
contra
la traidora saña
de mis
vasallos; anima
nueva
venganza el estrago
de mi
lealtad ofendida.
Como
rey, no como amante;
no con
pasión, con justicia,
debo
volver por el fuero
de mi inmunidad
rompida.
No
quede vivo ninguno.
Mueran,
que así se castiga
quien
de mi respeto ultraje
la
reverencia precisa.
Y
haciéndote juez supremo,
Amor,
de su alevosía,
en
cóleras, en incendios,
en
destrozos, en venganzas,
he de
ofrecer a tu pira
de
sacrificios humanos
holocaustos y primicias,
viviendo sólo para ser fatiga
de
quien desprecia tus sagradas iras.
Sale CALVO
CALVO: Y aquí,
para que no aguarden,
se da
fin a la Judía
de
Toledo, que pagó
su
desgracia con su vida.
Vanse
FIN DE LA COMEDIA