ACTO PRIMERO
Salen MÚSICOS cantando, ENRIQUE, ELVIRA y
acompañamiento
MÚSICA:
"Mil años se gocen
los recién casados,
Enrique y Elvira.
Gócense mil años.
Tengan mucha harina
y muchos ganados.
Mil años se gocen
los recién casados."
ENRIQUE: Goce
grandezas profanas
en
alcázares dorados.
Aumente
el alma cuidados
siguiendo esperanzas vanas.
Logre
pompas soberanas
debidas
a su valor
quien
sin temer el rigor
de la
más sangrienta fiera,
de la
envidia el golpe espera
en la
cumbre del favor.
Que
yo contento y seguro
sin los
daños que publico,
con más
ciertas glorias rico
descanso al alma procuro
siendo
incontrastable muro
de mi
suerte venturosa
la que
con extremo hermosa
acredita mi esperanza
lejos
de tener mudanza:
yo tu
esclavo y tú mi esposa.
ELVIRA: La
felicidad, la suerte
y dicha
del merecer
ser
vuestro, vengo a deber
--es
cierto--a la misma muerte;
pues su
rigor, si se advierte
es
quien me la pudo dar.
Por la
puerta del pesar
entro
al placer y contento.
La
muerte fue el instrumento
del
bien que llego a gozar.
Si
Álvar Ramírez mi esposo
había
de ser, y el rigor
de
vuestra mano, señor,
le dio
la muerte, es forzoso
que del
estado dichoso
que
gozo, a la muerte dé
las gracias,
pues ella fue
primer
causa. El repetir
las
penas solo es sentir
las
glorias que ya gocé.
ENRIQUE: No
divirtáis la memoria
con la
gloria que pasó;
que soy
vuestro esposo yo,
y sois
vos toda mi gloria.
Y
alguna pasada historia
referir
también pudiera
si
ofenderos no temiera;
que en
agravio semejante
tuviera
poco de amante,
mucho
de necio tuviera.
ELVIRA: Si
Álvar murió, vos vivís
dueño ya de mis cuidados.
Desvelos son excusados.
ENRIQUE: Muy
bien, señora, decís;
mas si
de amor advertís
que aun
los instantes condena
el
tiempo que se enajena
de lo
que ama la memoria,
donde
está cierta la gloria
no ha
de nombrarse la pena.
Suena dentro rumor de gente y sale el
PRÍNCIPE de Bimarano, solo
BIMARANO:
Quedaos todos allá fuera.
Guárdeos Dios. Escucha,
Enrique.
ENRIQUE: ¿Señor,
vuestra alteza?
BIMARANO: Advierte
que aunque
los ecos publiquen
el bien
y gloria que logras,
sólo
yo, aunque lo previne,
imitarlos no he podido;
pues en tus bodas felices,
antes que la norabuena
te vengo
a dar nuevas tristes.
ENRIQUE: ¿Qué
decís, señor?
BIMARANO: Que el rey,
mi
hermano, en quien sólo es firme
no la
clemencia, el rigor,
pues
siempre en su pecho vive,
te manda prender. Hoy tuve
secreto
aviso, y no quise
fïar
menos que de mí
esta
diligencia. Firme
es mi
amistad, y tus daños,
antes
que ellos se anticipen,
previniéndolos te avisa.
No sé
qué ofensas le obliguen
a mi
hermano a esta prisión;
mas
nueva fortuna sigue.
Huye,
Enrique, de su enojo
hasta
que el tiempo te avise
de medio más importante;
que en
mí no hay fuerzas posibles
para
que amparo te ofrezca,
pues su
condición terrible
sabes
que aun de mí se ofende
con ser
yo su hermano.
ENRIQUE: Humilde
a
vuestros pies, gran señor,
como es
razón, quien recibe
tan
gran merced, la agradece,
aunque
le sea sensible.
La
causa de mi prisión,
pues
vuestra alteza me dice
que la
ignora, el conocerla
es en mí menos posible;
porque como no la he dado
yo, ni
al rey mi señor hice
ofensa,
que en algún tiempo
me
apartase de servirle,
más que
vos puedo dudar
si bien
mi suerte infelice
de
mayor daño me avisa
porque
si de Álvar Ramírez
la
muerte me ha perdonado,
y para
que se confirme
mi
dicha en todo me ha hecho
esposo
de Elvira, timbre
y
blasón de mis servicios,
a tan grandes honras siguen
males opuestos, y es bien
que tema acechanzas viles,
que
hablando al rey contra mí
mi gran
fortuna derriben.
BIMARANO: Nuño
viene allí. No aguardes;
pues no podrás resistirle;
que él trae la orden de
prenderte.
Este
campo paso libre
te
ofrece. Vete. ¿Qué esperas?
ELVIRA: Estos
principios, ¿qué fines
pueden
prometer? ¿Para esto
el rey
me casó?
ENRIQUE: No eclipsen
tus luces nubes de llanto,
porque sus efectos
tristes,
señora,
podrán matarme
sin
poder yo resistirles.
Príncipe, cuando la culpa
dentro
del pecho no escribe
delitos
que le acobardan,
¿qué
temores no resiste?
Culpable yerro sería
ausentarme o encubrirme.
Vuelva
la lealtad por mí
y ella
mi defensa firme.
Salen NUñO y soldados
NUñO:
Discúlpeme el ser mandado,
Enrique, vuestra prisión.
ENRIQUE: Nuño,
la satisfacción
es la
que aquí os ha culpado;
que
si orden del rey traéis
y en
prenderme le servís,
en la
disculpa advertís
que
alguna culpa tenéis;
pues
habiendo vos venido
cuando
a prenderme llegáis
por lo
menos me mostráis
que con
gusto vuestro ha sido.
NUñO: Señor,
¿vos aquí?
Aparte a él
BIMARANO: Si Amor
me ha
traído, ¿qué te admira
sabiendo que adoro a Elvira?
NUñO: Dadme
licencia, señor.
Yo, Enrique...
ENRIQUE: Nuño, razones
de nada
sirven aquí.
Ir
preso me toca a mí
y a vos
ponerme prisiones.
NUñO: Vamos,
pues.
ENRIQUE: Si mi lealtad
vuestra
alteza ha conocido,
sólo
que informe al rey pido
y que
ampare la verdad.
Llevan a ENRIQUE preso
ELVIRA:
¡Esta ofensa está sufriendo!
¡Este
agravio en su presencia!
BIMARANO:
Cualquier defensa y violencia,
Elvira,
cuando estoy viendo
la
seguridad de Enrique,
los
daños puede aumentar.
Bien le
pudiera librar;
pero no
es bien que yo aplique
remedio que ha de culparle
en tal
ocasión. Es llano,
aunque
fuera por mi mano,
que era
delito librarle.
ELVIRA:
Vuestra alteza...
BIMARANO: Yo he venido...
ELVIRA: ... a
holgarse de mi pesar.
BIMARANO: ... a
servirte y a excusar.
ELVIRA: Sólo
penas le he debido.
BIMARANO: Sólo
te debo la muerte,
pues
habiéndote casado,
tu
ingratitud me la ha dado.
ELVIRA: Dejadme
llorar mi suerte.
Vanse ELVIRA y BIMARANO.
Salen el REY, RAMIRO y criados
REY: Ya
es culpable, Ramiro, la tardanza;
que
como tú en mi justa confïanza
a tener
vienes el lugar primero,
de tu
tardanza mal suceso infiero.
RAMIRO: El
peso, gran señor, de los cuidados,
que a
mis años cansados
sepa ya
vuestra alteza,
alguna
vez me rinde a su grandeza
los
embarazos del penoso día.
Los
negocios que están a cuenta mía
tantos
vienen a ser que al día sobrando
gran
parte de la noche están gastando.
Cánsome
que soy viejo,
y con las fuerzas fáltame el consejo.
REY:
Sentaos, y descansad; que a tal fatiga
el bien
común obliga.
Siéntase el REY y RAMIRO a su lado
Por un
reino lo hacéis.
RAMIRO: Por vos lo
hago,
por vos
sólo; aunque a un reino satisfago.
REY: ¿Por mí
sólo?
RAMIRO:
Por vos.
REY: Lisonja ha
sido;
que
otra vez no os he oído.
RAMIRO: El rey
es bien común; es bien de todos
a quien
le toca por diversos modos
repartir la justicia,
castigar la malicia,
evitar de los males los
aumentos
y mirar de su estado los fomentos.
Es, en
fin, quien da ser, honra y vida
a
cuanto su persona se ve unida;
pues es
de la divina omnipotencia
de
Dios, el rey, segunda providencia.
Y así,
si el verlo todo, el gobernarlo
os toca
a vos y a mí el ejecutarlo.
Digo
bien, que el cuidado que he tenido,
aunque
del reino el interés ha sido,
sólo es
por vos, pues cumple mi desvelo
la obligación
y cargo que os da el cielo.
REY: Cuando
pensé que la lisonja hallaba
en vos el hospedaje que admiraba,
la obligación de rey me
habéis mostrado
y aun
casi mi descuido habéis culpado.
RAMIRO: Si yo
viera, señor, que os daban gusto
lisonjas y en lo justo
no
pensaba, que estabais advertido,
oyendo
las verdades distraído,
creed
que no os sirviera,
ni lo
pudiera hacer aunque quisiera,
que si
el lisonjear mentir ha sido,
y en la
verdad un rey queda servido,
cuando
os lisonjeara,
claro
es que no os sirviera, os engañara.
REY: Supuesto,
pues, que a la verdad atento,
sólo
fundo mi intento
en
saberla de vos, y os he fïado
mi
obligación, mi cargo y mi cuidado,
decid, pues, advertid, publicad
daños
dándome, como siempre, desengaños.
RAMIRO: Muchas veces, señor, os he advertido
que de vuestros vasallos
sois temido;
mas
aunque os temen, riguroso os llaman
y es
cierto que no os aman.
Mostraos
menos severo
que
amado podéis ser y justiciero.
REY: Mirad,
Ramiro, el padre que es prudente
al hijo
hace obediente
mucho
más con castigo que favores,
y cuando los rigores
se truecan con los hijos en
regalos,
pocas veces son buenos, muchas
malos.
Padre es también el rey
de sus vasallos,
y como a hijos debe gobernallos,
y el rey que es respetado
y es temido
amado
viene a ser, no aborrecido,
y los
que me temieren por severo
amarme
deberán por justiciero.
RAMIRO: A no
haberme vos dado,
señor,
esta licencia....
REY: Sin cuidado
proseguid. No me enojo.
Vuestro
consejo por seguro escojo.
RAMIRO: Una
prisión...
REY:
¿De quién?
RAMIRO: De vuestro
amigo,
de Enrique. (Causa digo Aparte
piadosa).
REY:
¿Enrique, preso?
RAMIRO: En vuestra
ausencia
usé de
esta forzosa diligencia.
REY: Pues,
¿no está perdonado?
Y, ¿no
está por vos mismo averiguado
que
yendo a caza --¡desdichado suerte!--
a Álvar
Ramírez, sin querer, dio muerte?
RAMIRO: Si,
señor, doña Mayor, hermana
del
muerto, como parte más cercana
a quien
la reina mi señora estima,
el
pleito sigue y esta causa anima...
REY: ¿Mayor,
su hermana....?
RAMIRO: Y ella viene a
hablaros,
y por los dos aquí podrá informaros.
Sale
doña MAYOR
MAYOR: Hijo del primer Alfonso,
cuyos soberanos hechos,
cuyas virtudes
renombre
de
católico le dieron,
nieto
de Pelayo,
que fue
azote, rayo fiero,
temor y
asombro del moro,
de
España blasón soberbio,
valiente rey don Froilo,
también
en nombre el primero
como en
seguir las pisadas
del padre y preclaro abuelo,
oye,
escucha, pues con todos
eres
sabio y justiciero,
oye a
Mayor, pues mi causa
pide
que me estés atento.
Álvar
Ramírez, mi hermano,
por disposición del cielo
a manos
de Enrique, al fin
desdichadamente, ha muerto.
No digo
que el homicida
fuese
culpado en el hecho,
que la
intención le hace salvo,
cuando su mano condeno,
pues
tirando a un jabalí
pasó de
mi hermano el pecho,
con ser
toda tu privanza
Enrique, al fin no preso
le
perdona tu justicia,
pues de
palacio al momento
le
mandas salir, y mandas
que
pague con su destierro
la
culpa del hado impío,
delito
solo y exceso
que
cometió la desgracia,
y porque
ya el casamiento
de mi
hermano con Elvira
había
llegado a conciertos,
quisiste que sucediese
Enrique
en lugar del muerto,
y fuese
esposo de Elvira.
Tan de
prisa, tan sin tiempo,
tan en
mi ofensa y agravio
que
cuando vine a saberlo,
ya no
estabais en la corte
que
ausente de ella, oprimiendo
estabais las libertades
de algunos rebeldes pueblos.
Sentí, sufrí, padecí,
sin declarar mi tormento
pocas horas, muchos siglos,
porque cualquier breve
tiempo
es
eternidad de penas
en quien
está padeciendo.
Perdona
que tengo amor.
Enrique
está, señor, preso
de mi
orden. Yo a Ramiro
que
sostiene tu gobierno
con
cautela le obligué
a esta
locura, a este exceso,
hasta
que hablarte pudiese,
previniendo yo con esto
que las
bodas se estorbasen,
sin que
en este impedimento
culpe a
Enrique la obediencia
de servirte,
pues yo tengo
la
culpa sola, y la pena
de los
males que padezco.
Con
permitidos favores
me
amaba; le amé primero,
aguardando la ocasión
en que
le dieses por premio
de sus
servicios mi mano,
y
cuando yo la deseo
cuando
nuevos daños lloro,
por el
hermano que pierdo,
cuando
es razón que me ampares,
cuando
más justo derecho
tengo
yo de ser su esposa,
¿Elvira
merece serlo?
No,
señor, Enrique es mío.
No,
señor. Yo sola vengo
a ser
legítima parte
que soy
forzosa heredero.
Público
fue nuestro amor.
Con
públicos galanteos
me
sirvió y yo le estimé.
Mi
opinión padece riesgo,
ignorando mi cuidado,
mi
voluntad no sabiendo,
pudiste dársele a Elvira.
Agora
es agravio hacerlo.
Enrique
me ama. No es bien
entregarle a un cautiverio
donde
ha de vivir sin alma,
y
dejarme a mí muriendo.
Haz a Elvira otra merced.
No la
des esposo ajeno.
No me des a mí desdichas.
No la des a ella
contentos.
Yo soy
suya. Enrique es mío,
y de nuestros bienes mesmos
no puedes tú disponer
cuando hay daño de
tercero.
Ya no
dudo en tu justicia;
ya en
mi desdicha no temo.
Esta merced me conceda
y los pies por ella os
beso.
REY: A saber vuestro cuidado
no le
mandara casar,
ni os
diera yo tal pesar.
¿Sabéis
que no esté casado?
MAYOR: No
me promete su amor
tan
pequeña confïanza
que así
pierda la esperanza.
Aún no
ha seis días, señor,
que
vos mandaste se hiciese
el
casamiento, y sería
poca
fe, desdicha mía
que tan
de prisa estuviese.
Más de
su firmeza fío
que de
mí puedo fïar.
REY: Sí; mas púdose casar.
MAYOR: Casarse, no, señor mío;
que quien ama en otra
parte,
que
quien a otra dama estima,
tarde a
la empresa se anima.
Con
pasos de hielo parte.
REY: Pues tanto habéis confïado,
venga Enrique.
MAYOR:
No me queda
en esta
parte que pueda temer,
ni que
haber dudado.
REY: No
sepa a lo que ha venido
Enrique.
RAMIRO:
El yerro confieso,
señor. No le hubiera preso
a haber
la causa sabido.
MAYOR:
Ramiro, haz que venga Enrique.
RAMIRO: Dentro
de palacio está.
MAYOR: El alma
le aguarda ya.
Mis
dichas, Amor, publique.
Vanse y sale GONZALO, huyendo de un ALGUACIL, y
otros tras él
GONZALO:
¡Aquí del rey y su guarda;
que me sacan de palacio!
ALGUACIL: No des
voces.
GONZALO:
¿Cómo no?
¡Ah,
del rey! ¡Ah, de su bando!
Daré
voces. Daré gritos
con más
fuerza que un muchacho
cuando
tropezó, cayó,
vertió
el vino y rompió el jarro.
ALGUACIL: Ramiro
manda buscarte.
GONZALO:
¿Búscame a mí? Malos años
que al
rey se las tiene tiesas,
y es un
viejo temerario,
y sobre
cualquier embuste
que
algún soplador nefando
le haya
dicho contra mí,
¿me
hará poner en un palo.
ALGUACIL: Ello ha
de ser; que hemos de ir.
GONZALO: ¿Es
posible que vamos?
Antón Rubio, vuélvase;
que
este lugar es sagrado
y aquí
no se prende a nadie.
ALGUACIL: Ése es de muchos engaño,
que también puede
ejercerse
aquí a
la luz de sus rayos
la
justicia; mas ya libre,
vente
conmigo, Gonzalo.
GONZALO: ¿Qué es
vente? ¿No es más discreto
con
tres juntas de caballos
--de
bueyes iba a decir--
con
treinta mulas y un carro
no me arrancaran de aquí?
ALGUACIL: Pues,
llevaréte arrastrando.
GONZALO: ¡Ah, de
Dios! ¡Ah, de la casa
del
rey! ¿Este desacato
se
sufre?
Quiere el ALGUACIL asir a GONZALO y salen el REY y
CRIADOS
REY:
Mirad, ¿qué es eso?
CRIADO: Llegad;
que el rey llama.
GONZALO: A un calvo,
a un
sastre que vacila parte
con el
mercader el paño,
y
encubriéndose uno a otro
mienten
ambos y hurtan ambos.
A un
tabernero insolente
que da
el vino bautizado,
a un
pastelero judío
que
arcas de Noé formando
encierra todo animal
desde
la mosca hasta el gato,
y
finalmente, a un capón
inútil
que se hace gallo
puede
arrastrar, o a quien siempre
lleva
la soga arrastrando.
REY:
¡Gonzalo!
GONZALO:
Aquí es Antón Rubio,
Antón
Prieto o Antón Blanco
que da
en que me ha de arrastrar.
Mejor
le vea yo arrastrado
de
colas de cuatro potros,
rijosos
y mal domados.
Viene a
prenderme.
REY: Si él viene,
causa
debes de haber dado.
GONZALO: Cuando
la diera, señor,
la
inmunidad y el amparo
de tu
casa ha de valerme.
REY: Gonzalo, yo mismo mando
que no
le valga mi casa
al
delincuente o culpado.
GONZALO: Igual
fuera que mandara
que a
palos y sartenazos
a todos
esos corchetes
arrojaran de palacio.
REY: En no
hablando bien de todos,
Gonzalo, y no respetando
los que
justicia administraran,
teme mi
enojo y tu daño.
¿Qué has dicho? ¿Qué has hecho?
GONZALO: Nada.
Ramiro
anda calumniando
mis
palabras y mis obras.
REY: Vive
bien y habla templado.
Dejadle
libre.
ALGUACIL: No ha sido
su miedo de mal tamaño.
Vase el ALGUACIL
GONZALO: ¡Vive
Dios, que el alguacil
no se
me ha de ir alabando!
Vase
GONZALO y salen RAMIRO y ENRIQUE
ENRIQUE: La
causa de mi prisión
llegar
no puedo a entender.
RAMIRO: El rey
solo conocer
puede,
Enrique, la ocasión.
Llegad sin temor.
Llégase ENRIQUE
ENRIQUE: Dudoso,
cuando
te juzgo ofendido...
REY: Enrique, seas bien venido,
que
aunque me tienes quejoso,
tanto Ramiro te abona
que ha
templado mi castigo.
Que
eres tú mi fiel amigo
me
dice.
RAMIRO:
(Nada perdona). Aparte
REY: ¿Cómo te hallas ya sin mí?
ENRIQUE: Como
quien del sol perdió
la
clara luz que gozó;
como
olvidado y sin ti.
REY:
Levanta. ¿Por qué ocasión
el
casarte has dilatado?
ENRIQUE: Hante,
señor, engañado;
que no
hubo más dilación
en
llegarte a obedecer
que el
tiempo que tú tardaste
en
mandarlo.
REY:
¿Te casaste?
ENRIQUE: Elvira
es ya mi mujer.
REY: ¿Tan
sin prevención? ¿Tan presto?
ENRIQUE: Fue
forzosa diligencia
que a
tu gusto mi obediencia
lo
halló allí todo dispuesto.
REY:
Aunque me llega a pesar
me has hecho un grande placer.
Bien sabes obedecer.
Quiérote, Enrique,
abrazar;
que
es cierto que aunque me holgara
que
casado no estuvieras,
de que
no me obedecieras
más,
Enrique, me pesara.
Salen BIMARANO y ELVIRA con manto
ELVIRA: No
me impida vuestra alteza
que publique mis agravios.
BIMARANO: ¡Qué bien declaran tus labios
tu poco amor y firmeza!
ELVIRA: Es
mi esposo.
BIMARANO: Y yo, ¿quién fui?
ELVIRA: Quien
excusarme pudiera
que
forzada el alma diera.
BIMARANO: Pues,
¿pude yo hacerlo?
ELVIRA: Sí.
REY:
¡Infante!
BIMARANO:
Escudero soy
de una
ofendida deidad.
REY: ¿Quién
es?
BIMARANO:
Elvira, llegad.
Llega ELVIRA
ELVIRA: Con
justas quejas estoy
a
vuestros pies. Si me dais
a
Enrique, señor, si fue
por vos
mi esposo, ¿por qué
tan
presto me le quitáis?
REY:
Bimarano, aguarda afuera.
BIMARANO: (¡Qué
crüel siempre conmigo! Aparte
No mi
hermano, mi enemigo
mejor
llamarle pudiera).
Vase BIMARANO
ELVIRA:
(¡Cielos! ¡Enrique está
aquí!)
Aparte
REY: Vuestro
esposo os vuelvo ya.
Libre
Enrique, Elvira, está.
Ramiro,
volved por mí
y
otra vez mirad primero
a quién
prendéis, y por quién.
RAMIRO:
¡Señor...!
REY:
Miradlo más bien.
Sale
doña MAYOR
MAYOR: Pues le he visto, ya no espero
mayor dicha.
REY: ¡Qué rigor!
Enrique.
RAMIRO:
(Ocasión dudosa!) Aparte
REY:
Acompañad vuestra esposa
y
responded a Mayor.
Vanse el REY y RAMIRO
ENRIQUE: Todo
es tormentos, rigores,
todo es
confusión, desvelos.
ELVIRA: ¡Qué
prisión!
Llega doña MAYOR
MAYOR: ¡Enrique!
ENRIQUE: ¡Ay, cielos!
MAYOR: ¡Cuántas penas y temores
me cuestas! Aquí está Elvira.
¿Tan
pronta tus pasos sigue?
¿Tan
resuelta me persigue?
Su amor
su constancia mira.
Vínele al rey a pedir
tu
libertad. Ha alcanzado
el
premio de su cuidado.
ELVIRA: ¿Qué es
esto, Enrique?
ENRIQUE: (Es morir). Aparte
ELVIRA:
¿Suspenso y sin responderme?
Pero si
escucho a Mayor,
¿qué
desengaño mayor
de que
has venido a ofenderme.
Vase ELVIRA
MAYOR: Mira
que Elvira se va.
Enrique, ¿no vas con ella?
Síguela. Teme ofendella.
Tan
enamorada está
que
a hablar al rey ha venido
aun
antes de ser tu esposa.
¡Qué
engañada, qué gozosa
a verte
había yo salido!
Sin
prevenir, sin temer
encontrar este pesar.
¿No la
vas a acompañar?
Bien la
debes de querer.
Cuando el alma salió a verte,
culpando
prolijos plazos,
cuando
pensé darte abrazos
--mejor
fuera darte muerte--
ingrato, das ocasión
para
que Elvira te siga?
¿Quién
duda que ya la obliga
tu mudable condición?
ENRIQUE:
(¡Ah, rigor! No lo ha entendido.
Mi
propia muerte ha ignorado.
No
piensa que estoy casado
ni sabe
que la he perdido.
"Acompañad vuestra esposa,
y responded a Mayor,"
dijo el
rey. ¿Si nuestro amor
le ha
dicho? ¡Pena forzosa!
Pero
yo me he de perder
si a
vista de tanto fuego
a sus
dos soles me entrego.
¿Qué la
puedo responder?)
Quiere irse ENRIQUE
MAYOR:
Enrique, ¿te vas?
ENRIQUE: Señora...
MAYOR: Que
pues tú así me respondes,
alguna
traición escondes.
No
escondes. Ya la vi agora.
ENRIQUE:
...el rey...
MAYOR:
¿Cómo el rey? Espera.
¡Ay de
mí! Que cuando entré,
sin
hablarme, el rey se fue.
¡Y
Elvira aquí! ¡Muerte fiera!
Mi esperanza fue locura.
¡Irse
el rey, quedarse Elvira!
Sí, que
a quien el rey no mira
cualquier desdicha asegura.
Más
es de mi amor, temor,
Enrique, sin quejas. Ya
el rey
informado está
y hele
dicho nuestro amor.
ENRIQUE: ¡Si
él fue causa...!
MAYOR: ¡Aguarda! ¿Es cierto?
ENRIQUE:
Yo,--escucha--, no estoy culpado.
MAYOR: ¡Ah, traidor, que te has casado!
ENRIQUE: ¡Ah,
mujer, que tú me has muerto!
Vase ENRIQUE
MAYOR:
¡Plegue a Dios que en mi venganza
te
acabe traidora mano,
movida
de algún tirano!
¡Plegue
a Dios que tu esperanza,
pues
que la mía murió,
cuando
en sus brazos te entregué,
en
llanto entonces te anegué!
La
dicha, pues, me faltó.
¡Plegue a Dios que entre recelos
mueras
con infame nombre;
pero
no, bajo renombre
aumentan tu honor los cielos!
¡Plegue a Dios que pueda ser
--si no
me acaba el pesar--
que yo
te vuelva a cobrar
pues no
te sé aborrecer!
FIN DEL ACTO PRIMERO