ACTO TERCERO
Salen
doña MAYOR, ELVIRA y criados
ELVIRA: Al campo
me habéis traído,
Mayor,
y mucho cuidado
vuestra
prevención me ha dado.
Decid,
¿a qué hemos venido?
Si
son vuestras impacientes
ansias
de celos o amores,
no es
bien lo rían las flores,
o lo
murmuren las fuentes.
Y si
a nuestras amistades
consejos queréis pedir,
no era
menester venir
buscando las soledades.
MAYOR: Son tan grandes los rigores
de mis males inclementes,
que han de enternecer las
fuentes
la soledad
y las flores.
Y así, porque mis
cuidados
con
lástima os ablandaran,
quisiera que nos dejaran
a solas
esos crïados.
ELVIRA:
Junto a esa fuente aguardad,
o todos
volved a casa
mientras que la tarde pasa.
Vanse
los criados
MAYOR: Hermana Elvira, escuchad:
Vuestra dicha y mi
desgracia
que las
dos parejas corren,
una en
los bienes que logra,
otra en
los males que escoge,
os dio
a Enrique, me quitó
a
Enrique. Mil años goce
de la
dicha de ser vuestro,
sin que
la envidia lo estorbe.
Hizo el
rey de su elección
una
justicia. Envióle
a
Francia para que a Carlos
detenidamente informe
de sus
piadosos intentos,
y unido
sus escuadrones
con los
de Froilo, al moro
soberbio, de España arrojen.
Perdonad si es que mi amor
declaro, pues está en orden
que le
declare por firme,
sin que
mi opinión desdore.
Vi
partir a Enrique yo;
mas él,
que de mí conoce
que aun
entre muestras cenizas
centellas vivas se esconden,
fue sin
despedir de mí.
Fuése
por fin y dejóme
con sus
confusos desvelos
como
suele cuando oye
la
piadosa madre a un hijo
a quien
poderosos golpes
del
tiempo y de la Fortuna
agravios y sinrazones
del
hado esquivo contrastan
que a
morir ya le disponen.
Un año,
un mes, cuatro días
ha que
partió de la corte
Enrique, y aun los minutos
con ser las partes menores
de las horas he contado
con sollozos y clamores.
Ya, pues, de los Pirineos
los muy elevados montes
atraviesa cuando vuelve
de
Francia, pero en un bosque
la
traición le salió al paso.
Bien
pienso que sabéis donde
está. Cautivo le tienen
entre
bárbaras prisiones,
sin que
el rey sepa de Enrique
sin
que, para que se compre
su
libertad, sepa el oro
que
parte o lugar le esconde.
Vos sabéis de él y el infante.
No son cifras, no son motes
oscuros. Ya me declaro,
que por
encubrir errores,
que ya
el tiempo manifiesta,
que por
afrentas no aborten,
del
hurto que el vientre encierra
y os da tan bajo nombre,
hacéis
que Enrique padezca.
¡Qué
agravio! ¡Maldad enorme!
¿No
había otro modo, señora,
no
había otro medio que corte
diese a
tan grande desdicha,
sin que
a bárbaros traidores
le
entregarais? Esto es hecho.
Ya sé
en fin que un moro noble
prevenido del infante
tiene a
Enrique en una torre,
hasta
que vivas afrentas
hagan
parto, agravios doblen.
Hoy de
una crïada vuestra,
sin que
alguna cosa ignore,
supe
toda la verdad,
y mi
amor que reconoce
el
peligro que os aguarda,
la industria imposibles rompe.
Pedí
licencia a la reina
y antes
que a palacio torne,
no por
Enrique, por mí
--que
ya por mi cuenta corre
su
opinión porque le quise--
no he
de sufrir que se borre
su fama
publicamente.
Vuestra
casa no es conforme
al
secreto de este caso.
La
industria y recato ahoguen,
cubran,
sepulten, desmientan
los ya
esparcidos rumores,
que si
se acredita más,
que si
en viles intenciones
crece
la fama en tu lengua
de afrentosos detractores,
el de Enrique y vuestro honor
veréis vender a pregones.
Y temed que Enrique es rayo
y éste lo más fuerte
rompe.
ELVIRA: Para
decirme pesares,
para
vengaros de mí,
para
avergonzarme así,
para
hacer mis ojos mares,
¿tanto me habéis prevenido?
¿Tanto
lo habéis dilatado,
y al
campo me habéis sacado?
Decís
bien. Traición ha sido.
Que
en mi afrenta descubierta,
llegándose ya a saber,
quereros vos atrever
a abrir
al dolor la puerta,
darme aquí pesar tan fuerte
y sin
otra prevención
cogerme
el alma a traición
es
querer darme la muerte.
MAYOR:
Elvira, señora, amiga,
el
llegarme a declarar,
no es
para daros pesar
y esta
diligencia obliga
al
que agora recibís.
Sólo he
venido a serviros.
ELVIRA: ¡Crüel sois!
MAYOR: Sólo advertiros
el gran riesgo en que
vivís.
ELVIRA: Si
vuestro pasado amor
pretende tomar venganza
de mí, la mayor alcanza
con el
castigo mayor.
MAYOR: No
es venganza, antes piedad.
Bien
podéis de mí fïaros.
¿Quién
podrá mejor guardaros
que yo
secreto y lealtad?
ELVIRA:
Vuestras razones--¡ah, cielos!--
mi
muerte vienen a ser.
Ya en
tierra veréis caer
la
planta.
MAYOR:
¡Tristes desvelos!
ELVIRA: Ya
dando el infame fruto
veréis deshacer su pompa
cuando
las entrañas rompa
y pague
el torpe tributo.
Abrázase con ella
MAYOR:
Elvira...
ELVIRA:
Amparo en vos tenga
quien
tal pena os ha debido.
MAYOR: Mira.
ELVIRA:
¡Oh, Enrique ofendido,
mi
propia culpa te venga!
Vanse y
salen ENRIQUE y GONZALO
ENRIQUE:
Partí sin alma. Encomendé la vida
a una
sospecha fiera a la partida,
y tratóla de suerte,
que a
cada paso daba con mi muerte.
Las honras, las mercedes y favores
que recibí de Carlos, en
rigores
mi pena
los trocaba.
En nada
alivio mi desvelo hallaba,
sólo el
volverme aprisa prometía
algún
consuelo, y cuando ya volvía
--¡ah,
Gonzalo!--contigo
descansé el alma, hallé mayor castigo.
GONZALO: Partí,
señor, también con mi cuidado,
que de
su gracia el rey me ha desterrado
por mis
burlas, que no es razón que en veras
ni
burlas con el rey se partan peras.
Iba
huyendo, señor, de Juan de Diego,
de mí mismo,
y fui a dar con mayor fuego,
pues a
poca distancia
después
de andar en fin ruta la
Francia,
cien
galgos nos echaron,
que
como a liebres viles nos trataron
llevándonos cautivos.
Milagro
ha sido el escaparnos vivos,
y que
el perrazo Hamet tan noble fuese
que
libertad nos diese,
habiendo él sido quien nos la ha quitado.
ENRIQUE: No fue
sin prevención, no sin cuidado,
nuestra
prisión. Más causa tuvo, advierte,
de la
que muestra mi enemiga suerte
si bien
no he conocido
quien
de tanta traición el dueño ha sido.
Más
piadoso fue el moro
pues no
estimando el oro
que por
nuestro rescate le ofrecía,
compadecido de la pena mía,
tan
liberal conmigo se ha portado.
GONZALO: Es un
moro de bien; aunque he notado
que el mejor moro nueve faltas tiene
como
mujer que a estar preñada viene.
ENRIQUE: ¿Y cuáles son, Gonzalo?
GONZALO: Es la primera
no
tener nuestra fe que es verdadera.
La
segunda es ser perros,
y
perros, como dicen, can cencerros.
La
tercer falta de estos moros viles
es comer cabra y no comer perniles.
La cuarta falta es ver
que estos podencos
sean maridos mostrencos
para
toda mujer, y que con siete
o con
setenta case allí un Hamete,
sin que
se halle el perrazo embarazado,
cuando
una sola da tanto cuidado.
ENRIQUE: Bueno
está, no prosigas.
GONZALO: Fáltame
por decir.
ENRIQUE: Pues, no lo digas.
GONZALO: Hasta
la falta nueve
que un
moro que agua bebe...
ENRIQUE: Que
calles digo.
GONZALO: Digo que callo;
pero
pues no he de hablar, ponte a caballo,
y pues
quieres de noche hacer la entrada,
lleguemos a tu casa deseada,
que ya
es noche.
ENRIQUE: Gonzalo, si pudiera
yo
mismo de mí mismo, me encubriera.
No sé
qué desconsuelo
aflige
al mal con mortal desvelo.
Un año,
pues, Gonzalo, y aun más días
ha ya
que lucho con desdichas mías
y a mi esposa no veo.
GONZALO: Cerca
estás de cumplir ese deseo;
pero,
¿por qué con tal secreto vienes?
¿Por qué, señor, previenes
y rehusas que sepan que has
venido?
ENRIQUE: Causa tiene
el haberlo prevenido.
Dice ELVIRA dentro
ELVIRA: Tú
me has de quitar la vida.
Dice MAYOR entre unos ramos, sin que vean a ELVIRA
MAYOR: ¡Qué
desdichada a ser vienes!
ENRIQUE:
Gonzalo, oye.
ELVIRA:
¡Tú me has muerto!
ENRIQUE: ¿Quién
se queja?
GONZALO: Alguien que duerme
a falta
de colchón blando
sobre
el duro campo verde.
ELVIRA: Yo
muero con justa causa.
ENRIQUE: ¿Oyes?
GONZALO:
Sí.
ELVIRA:
Cierta es mi muerte.
ENRIQUE: Entre
estos árboles llega,
y
escucha la voz.
GONZALO: ¿Quién muere?
¿Quién
pena? ¿Quién va?
MAYOR: ¡Ay, amigo,
llégate
por Dios!
GONZALO: ¿Qué gente?
ENRIQUE: ¡Quita!
¡Apártate! ¿Quién son?
MAYOR: Dos afligidas mujeres.
Salen
las dos. ELVIRA acelerada
ELVIRA: Señor, quienquiera que seáis,
la
causa y mi triste suerte
más
lugar no me permite.
De este
diamante que tiene
algún
valor os servid,
y a
Nuño Ordóñez se entregue
aquesa
prenda del alma.
Ven,
amiga, no me dejes.
Dale un envoltorio
ENRIQUE: ¿A
quién se ha de dar?
ELVIRA: A Nuño,
y puede
ser que no os pese,
que tiene
padre muy noble.
Vanse las dos
ENRIQUE: Sueño
el suceso parece.
Llega,
Gonzalo.
GONZALO: No es nada
lo que
entre flores se envuelve.
Seor
Chicote. No responde,
ni habla, ni llora, ni siente.
¿Eres
infante o infanta?
Niño
es. ¿Qué te suspende?
El
nació muerto.
ENRIQUE: ¿Qué dices?
GONZALO: Que al
Limbo el alma desciende.
ENRIQUE: Aparta.
GONZALO:
No hay que apartar.
Él no
vive.
ENRIQUE:
Así conviene
que
muerto a Nuño le demos.
(Mi
temor mis penas crecen). Aparte
Llévale, Gonzalo.
GONZALO: Ya,
le
llevaré aunque me pese.
ENRIQUE: Todo es pasiones, desdichas,
todo confusiones, muerte,
todo
asombros --¡ay de mí!--
¡Cielos piadosos, valedme!
Vanse
los dos. Salen el infante
BIMARANO y
NUÑO
NUÑO:
Público tu amor está.
BIMARANO: Nuño,
aconséjasme en vano.
Confieso que soy tirano
con
Enrique; pero ya
cuando
la vida y honor
de
Elvira se pone en medio,
el más
seguro remedio
es usar
de este rigor.
Ninguno debe culparme
porque
en tan triste suceso
el
tener a Enrique preso
sólo
puede asegurarme.
NUÑO: El
rey le estima, y si llega
a saber
que la ocasión
has
sido de su prisión...
BIMARANO: Ya,
Nuño, la causa niega.
Cuando la razón me advierte
que
como a Elvira importara
si el
mismo rey lo estorbara,
al
mismo rey diera muerte.
Salen el REY y RAMIRO
REY:
¿Cómo? ¿Darme muerte a mí?
¿Haslo,
Ramiro, escuchado?
NUÑO: El rey
viene.
BIMARANO:
¿Qué cuidado?
REY:
Disimular quiero aquí;
que
aunque averiguado tengo
su
delito, su pasión
con más
segura prisión,
Ramiro,
fundar prevengo.
RAMIRO:
Mira, primero.
BIMARANO: ¡Señor!
REY:
Infante, aparte me escucha.
Oye. (Mi paciencia es mucha Aparte
cuando
sé que fue traidor).
Parece que siempre opuesto
a mi
gusto, Bimarano,
olvidas
que eres mi hermano,
y que
libre y descompuesto
sólo
te acuerdas de darme
un
pesar y otro pesar,
sin temer, sin recelar
que
podré, infante, enojarme.
A
prevenirte he llegado
que de
mi favor no abuses,
y
aplausos del pueblo excuses,
y tú,
imprudente, llevado
de tu loca inclinación,
dejando
lisonjearte,
haces
consultas aparte.
No
entiendo con qué intención.
Hete
mandado también
que
moderes el salir
de noche, y dejes de ir
de Nuño al jardín, si
bien
de
todo disculpa das;
mas con
estar advertido,
sales
de noche atrevido,
y en
casa de Nuño vas.
Tira
la rienda al deseo,
míralo,
hermano, mejor
que
esto es amor, no rigor,
porque
despeñarte veo.
También, oye, me informaron
que
Enrique vive en prisión
y que
eres tú la ocasión.
No lo
creo. Me engañaron.
BIMARANO:
Disculpar, señor, pudiera
vuestra
alteza desvaríos
de loca
edad, por ser míos
sin que
otro nombre les diera.
Ya
es rigor y aun tiranía
fïar
tan poco de mí,
reñirme y tratarme así,
y es mucha paciencia mía.
REY: Decís bien. Muy necio estoy.
No os
lo diré, infante, más.
Idos, pues. Idos.
BIMARANO: Jamás
causa a tus disgustos doy.
(Mi pena, Elvira
querida, Aparte
tu
cielo en gloria convierte,
que no
he de dejar de verte
aunque me quiten la vida.
Justa venganza prevengo.
¡Que a
un hermano trate así!
Tema y
guárdese de mí;
que
amigos y valor tengo.)
Vanse BIMARANO y NUÑO
REY: Más su
disculpa me ofende,
Ramiro,
que esta respuesta.
Su
libertad manifiesta.
No
hayas miedo que se enmiende.
Sus
pasos he de atajar
si se
despeñan.
RAMIRO:
Advierte.
REY: Yo
mismo le he de dar muerte
si no
se quiere enmendar.
RAMIRO:
Nacer su inquietud podría
de
algún empeño amoroso.
REY: De ese
indicio sospechoso
nace mi
melancolía
porque hay lengua que publique
que el
no saberse de Enrique
es
causa...
RAMIRO:
No se publique
tu
pasión.
REY:
La sombra oscura
de la noche ha de ayudarme
a salir
de este cuidado.
Ven. Yo mismo disfrazado
he de
ir a desengañarme.
Vanse el REY y RAMIRO.
Ponen luces sobre un
bufete. Salen ENRIQUE, MAYOR, ELVIRA y
CONSTANZA. ELVIRA
turbada
ELVIRA:
¡Señor, bien tan deseado
tan de repente venido!
(¡Ay Mayor, ángel has sido Aparte
pues de casa me has sacado!)
¿Sin avisarme, señor?
ENRIQUE: Yo solo
quise ganar
las albricias.
MAYOR: (¡Qué pesar!) Aparte
ENRIQUE: ¿Vos en
mi casa Mayor?
No
fue entero el placer
si esta
dicha no tuviera.
MAYOR: (A
tardarnos más, ¿qué fuera?) Aparte
ENRIQUE: (Grande
mal puedo temer. Aparte
¡Dentro en mi casa Mayor!
¡Y
Elvira turbada! ¡Cielos!
Todo es
confusos desvelos.
Vamos
más de espacio, honor.
Todo a destrüirme aspira.)
Mira la sortija que le dieron
(Que
esta sortija --¡ay de mí!--
al
tiempo que me partí
puse yo
en su mano a Elvira).
Habla ELVIRA en secreto a CONSTANZA
ELVIRA: Haz que avisen al infante,
Constanza, como ha venido
Enrique.
MAYOR:
(Desdicha ha sido Aparte
que en
ocasión semejante
viniese).
CONSTANZA:
Iréle a avisar.
Vase CONSTANZA.
Salen NUÑO y GONZALO
GONZALO: Aquí
está Nuño, señor.
ENRIQUE: Nuño.
ELVIRA:
(¡Qué fiero rigor!) Aparte
NUÑO:
(Confuso le llego a hablar).
Aparte
Señor Enrique, si hubiera
vuestra
venida sabido,
antes
hubiera venido
a
serviros, sin que fuera
menester llamarme.
ELVIRA: (¡Ah,
cielos!) Aparte
NUÑO: ¿Qué me
mandáis?
ENRIQUE: Un cuidado,
sin
saber quién me la ha dado.
(Creciendo van mis desvelos).
Aparte
A
llamaros me obligó.
Perdonad el no ir yo allá
que bien
disculpado está
quien
de camino llegó.
NUÑO:
Agraviaréis mi amistad
si me
habláis, Enrique, así.
Ved en
lo que os servís de mí.
Quiere hablar ELVIRA a NUÑO, turbada
ELVIRA: Nuño...
(¡Ay, Dios! ¡Qué crueldad!) Aparte
ENRIQUE:
Entre esa arboleda umbrosa
de esta
casa no muy lejos
que se
mira en dos espejos
cristal
de una fuente hermosa,
cuando ya la sombra oscura
los
primeros pasos da,
y la
noche triste ya
sus
tinieblas apresura,
llegué con este crïado...
ELVIRA: (¡Ah,
Mayor! Que me has vendido). Aparte
ENRIQUE: ...a
escuchar el dulce ruido
de esa
fuente.
MAYOR:
(¡Qué cuidado!) Aparte
ENRIQUE: No
de este lugar distante
confusas voces oí.
Llegué y dos mujeres vi
que me pusieron delante
una
flor, con quien la muerte
mostró
tirano rigor;
pues al
nacer esta flor...
ELVIRA: (¡Ah,
traidora!) Aparte
MAYOR: (¡Trance fuerte!) Aparte
ENRIQUE:
...sin vida luego quedó.
Mandóme
su infelice madre
no que
la diera a su padre,
que a
vos os la diera yo.
Gonzalo os entregará
la
prenda que os he confïado.
Para
esto os he llamado.
GONZALO:
Vámonos, Nuño.
NUÑO:
Voy ya.
Si
el mayor castigo hubiera
la
desdicha prevenido,
ninguno
hubiera escogido
que menos que éste no fuera.
Vanse NUÑO y GONZALO
ENRIQUE: A mí
me dio este diamante.
¿Conocéislo vos, señora?
ELVIRA: Mi
traición, mi muerte agora
os da
venganza bastante.
Demáyase
MAYOR:
¡Nuño! ¡Ay, cielos! Pues, ¿así
dejas
sola una mujer
sin
quererla defender?
¿Qué he
de hacer? No sé de mí.
¡Ah,
qué desdichada suerte!
¿No hay
quién este daño impida?
¿No hay
quién ampare una vida?
¿No hay
quién estorbe una muerte?
ENRIQUE:
Enrique, agora el valor
es
cuando más se acredita.
A mayor golpe, a mayores
injurias que el hado envía;
mayor pecho, más
constante,
el alma
noble resista.
Pero,
¿a quién le sucedió
que al
tiempo cuando porfían
mis
agravios contra mí,
cuando dudas enemigas
empezaban a nacer,
que así llegué a
advertirlas.
Mi
propio rey, mi obediencia
a
Francia entonces me envía,
y allí
mi afrenta también
sin que
me pierda de vista.
Me
sigue, pues cuando vuelvo,
como
estaba tan crecida
mi
infamia, al paso me sale
y ella
propia me cautiva.
A
encontrarme se adelanta
que aun no aguardó--¡suerte impía!--
a que
llegase a mi casa.
Mas sí aguardó, pues me avisa.
Señora, volved en vos.
Responded a Enrique Elvira.
¿Si
está muerta? ¡Santos cielos!
Responded a Enrique, Elvira.
Oye,
esposa--¡oh lengua infame!--
injusto
nombre la aplicas.
¡Ah,
Elvira! Vuelve a vivir,
vuelve
a su prisión antigua
el
alma, porque la muerte
ejercerá la afrenta mía.
Vuelve
a vivir, que otra pena
mi
venganza determina.
ELVIRA:
¡Infante!
ENRIQUE:
¡Aleve! ¿Aun le nombras?
Mi
venganza ya consiga
la gloria que espera el alma.
¡Muere
desdichada Elvira!
Dala de puñaladas y ella misma se entra
arrastrando. Salen
el REY y RAMIRO
REY: ¡Qué
desgraciado suceso!
Bien
este caso temía.
Id tras él, Ramiro. Haced
que le
prendan, que le sigan.
Ruido de dentro
RAMIRO: Desde
un balcón a la calle
el
cadáver precipita.
Dentro
ENRIQUE:
Aguarda, Nuño alevoso,
y
cuantos mi agravio animan.
Temed,
temed mi castigo;
que mi
furor rayos vibra.
Sale MAYOR
MAYOR:
Señor...
REY:
¿Tú en casa de Enrique?
Corre
el velo, la cortina
a la
luz del desengaño.
Esta
confusión descifra.
MAYOR: Si
ya sabes que quise bien a Enrique,
no es
razón que publique
las
penas que me cuesta
cuando
a morir por él estoy dispuesta.
En esta
ausencia suya, Bimarano
el
infante, su hermano,
y mi
señor, rendido
a las
doradas flechas de Cupido,
a su
pasión postrado, ciego mira
a la
infeliz Elvira,
que de esta mal incierta
a la
mayor desdicha abrió la puerta.
Dentro
de sus entrañas --¡dura suerte!--
encerraba su muerte,
y una
afrenta crecía
que la
infamia de Enrique descubría.
Yo a su
opinión, como al remedio atenta,
Argos
fui de esta afrenta,
y el
modo previniendo,
para
encubrir el mal que iba creciendo,
licencia te pedí. A palacio dejo
con
seguro consejo.
¡Qué
prevención tan loca!
A
Elvira saqué al campo. De mi boca
escuché--¡Qué imprudencia!--su delito.
Su
agravio la repito,
y el
dolor de escucharle.
Mi
intento era encubrirle y ocultarle
por el honor de Enrique.
Hace que se publique
más
aprisa la afrenta
pues
del dolor cual víbora revienta.
Llegó a
este tiempo Enrique desdichado,
hora
infeliz del hado,
y en
sus brazos recibe
su
propia afrenta allí; aunque ya no vive.
De la
desgracia fue el mayor exceso,
que su
mismo suceso,
como
primero pasa.
Enrique
refirió, en llegando a casa,
y de
escucharlo se culpa a su esposa,
a pena
tan forzosa
dejó el
alma rendida;
y yo
también, señor, quedé sin vida,
pues al
pesar en vano aquí resisto.
Lo
demás tú lo has visto;
pues no
avisa este suceso injusto
del mal
que causa el no casarse a gusto.
REY: Mayor pesar no he tenido.
Salen criados y el infante BIMARANO, furioso con la
espada desnuda
¡Infante!
BIMARANO:
¡Señor!
Humíllase y pone la espada a los pies del
REY
REY: ¿Qué es esto?
BIMARANO:
La causa he
sido
de
esta desdichada muerte.
REY: Cuando
sirviéndome está
y el
honor de Enrique ya
me
toca, ¿vos de esta suerte
su
valor así ofendéis,
y os atrevéis a su honor?
Ya no
piedad, fuera error
aguardar que os despeñéis;
mas
sin daros el castigo
si
Enrique os ha de matar.
Yo su
honor quiero vengar;
que soy
su rey y su amigo.
Dale de puñaladas, quiere tomar la espada y
cae sobre una silla
Vos,
infante, me ofendéis,
vos lealtad no me guardáis,
vos a ser rey aspiráis,
vos mi muerte pretendéis,
yo
lo escuché. Yo lo oí.
Mi
reino habéis sublevado.
De todo
estoy informado.
Mi vida
aseguro así.
Dale
BIMARANO: Ved,
señor, que con mi muerte
cobráis
nombre de tirano.
REY: Sangre
de quien es mi hermano
sólo mi
acero la vierte.
BIMARANO:
Dejadme morir, Ramiro,
y dadme
la muerte vos.
Muere. Sale
ENRIQUE
REY:
¡Enrique!
ENRIQUE:
¡Válgame Dios!
¡Envuelto en su sangre miro
al
infante!
REY: Enrique, a mí
como a
tu rey la defensa
me ha
tocado de tu ofensa.
Yo
muerte al infante di.
ENRIQUE: Más
afrenta viene a ser.
REY: A quien
es a un rey hermano,
no se
ha de atrever tu mano.
Yo solo
me he de atrever.
Seguro
queda tu honor,
pues yo
mismo le he vengado.
Tú quedas, Enrique, honrado;
yo sin hermano. Mayor
es tu esposa
verdadera.
Elvira
supuesta fue.
Yo por
fuerza te casé.
ENRIQUE: ¿Cuándo
su venganza fiera
en
mi afrenta se fundó...?
REY: Basta,
Enrique. Yo he sabido
lo que
a Mayor has debido.
Ella tu
honor defendió.
Dala
la mano.
MAYOR: La vida
perdiera por defenderte.
ENRIQUE: En las
aras de la muerte,
sobre
esta sangre vertida,
tu
boda se celebró.
MAYOR: No temo
señales fieras
que mujer que ama de veras
nunca a
su esposo ofendió.
ENRIQUE:
Dices bien. Ya mi disgusto
con tu
mano se ha acabado;
aunque
el nombre se ha trocado
pues ya
me caso a mi gusto.
Vanse
FIN DE LA
COMEDIA