ACTO TERCERO
Salen el INFANTE y don SANCHO
INFANTE: ¿El conde, al fin, enojado
no
permite que le vea?
SANCHO: No,
señor.
INFANTE:
En esta aldea
pienso
vivir retirado
de
su ejército, hasta dar
una
disculpa común
de la
muerte de Fortún,
muerte
que yo he de llorar
mientras viviera, pues fue
el
hombre que más quería.
SANCHO: Todos
llaman tiranía
tu rigor.
INFANTE:
Dime por qué.
SANCHO:
Piensan que alguna ocasión
secreta
de enemistad
dio
fuerza a tu crueldad.
INFANTE: ¿No ha
de haber satisfacción?
SANCHO: Con
el tiempo, sí la habrá.
INFANTE: Y
Blanca, ¿siéntelo mucho?
SANCHO: Sólo
lástimas escucho.
A los
elementos da
con
voces y con querellas,
con
suspiros y con llanto,
más
fuerzas.
INFANTE:
Y yo entre tanto
espero
aquí las estrellas
de
unos ojos peregrinos.
Soy
entre estos horizontes
atalaya
de esos montes;
Argos
soy de esos caminos.
La francesa más gallarda
que
abrasó los pirineos
me está
robando deseos.
Con
alborozo le aguarda
un
amor que rayo ha sido
en
presteza. Por aquí
hoy ha
de pasar, y así
a esta
aldea me he venido
con
grande gusto, por ser
camino
de Santïago,
ya que
a este amor satisfago
sólo
con amar y ver.
SANCHO: Ya
que apartados estamos
de esa
aldea y de la gente,
porque
ilustrando esa frente
nos
cubren zarzas y ramos,
señor infante, atended
a lo
que me trae aquí.
De ilustres padres nací,
que por honra y por merced
de los reyes de León
con ellos emparentaron.
De León me desterraron
envidias; que siempre son
las sombras declaraciones
ilustres, no es maravilla.
Pasé a servir a Castilla,
donde
he ganado blasones
que
pudieran conquistar
vuestra
gracia. Y he entendido
que muerto Fortún ha sido
queriéndome a mí matar;
y el
error fue de mi suerte
felicidad inconstante,
pues
por ir Fortún delante
tropezó
en mi misma muerte.
No
deservía vuestra alteza,
ni
morir he merecido,
pero ya
que deservido
se
juzga de mi nobleza,
intente la muerte mía
como
caballero godo;
que
matarme de otro modo
o es
traición o es tiranía.
Solos en el campo estamos.
Dé mi
sangre al prado ameno,
máteme
de bueno a bueno.
¡Saque
la espada, riñamos!
Si
dice que no se debe
a un
soberano señor
y que
el vasallo es traidor
cuando
al príncipe se atreve,
a
fuer de Castilla yo
renuncio el sueldo que gano;
vuélvome al solar anciano
que
ilustre sangre me dio.
Desenvaine su cuchilla,
que en
esta renunciación
natural
soy de León,
no
vasallo de Castilla.
Si
fui tan mal caballero
que
ofendí a un infante a quien
era
deuda servir bien
con la
vida y este acero,
no
me iguale a sí, ni dé
tanto
honor al pecho mío
matándome en desafío.
Saca la espada y arrójesela
Rendida
a sus pies esté
esta
espada. Y así digo
que, si
es justa su querella,
me dé
la muerte con ella,
y será
justo el castigo
que da un señor soberano
a quien
servirle debía,
y
excuse la alevosía
de
buscar ajena mano
que
me mate, y de esta suerte,
si su
alteza está injuriado,
quedará
de mí vengado
y yo
alegre con la muerte.
INFANTE:
Toma, don Sancho, la espada,
y dame esos fuertes brazos,
que serán eternos lazos
de una
amistad laureada.
Por insigne, ni me ofendes,
ni tu
agravio solicito,
la de
Pílades imito.
Toma su espada [don SANCHO] y abrace al
INFANTE
SANCHO: Hacerme
esclavo pretendes.
[Sale] MIRABEL de peregrino ridículo
MIRABEL: Déme, su alteza, los pies,
para
hartarme de besar,
pero si
tienes que andar,
gran
señor, no me los des.
INFANTE:
¡Mirabel!
MIRABEL:
¡Infante mío!
INFANTE: ¿Llega
ya Argentina?
MIRABEL: Di
si
llega el sol.
INFANTE: ¡Ay de mí!
Que amo
mucho, y desconfío.
SANCHO:
¿Cómo tú sin mi licencia
te
fuiste en esta romería?
MIRABEL: ¡Bueno
estás por vida mía!
Ganas
tienes de pendencia;
yo
la pedí y me la diste.
SANCHO: ¿Y esto
quieres porfïar?
MIRABEL: No me obligues a jurar;
que vengo un santo. Y dijiste:
"¡Vete, vete y no te pago!"
SANCHO:
¿Siempre humor, o siempre vino?
MIRABEL: ¿Ves
aquel santo camino
que
llaman de Santïago?
Señala al cielo
Juramento puedo hacer
por sus ventas o ventillas,
donde nos dan las cabrillas
por el anisa comer,
donde el signo del escorpión
nos
suelen vender a veces
por el
signo de los peces;
que
todas las ventas son
de
un modo, que así se medra.
No
hagas visajes ni espantos.
Juro a
los relinchos santos
que da
el caballo de piedra
el
que a Santïago vi
en su famosa portada,
que a
esta romera jornada
con
licencia tuya fui.
Por
este santo bordón
y esta
santa calabaza,
que ni
pesa ni embaraza
en esta
santa estación...
INFANTE:
¿Dístele el papel?
MIRABEL: Mejor.
INFANTE: ¿En tu
poder le vería?
MIRABEL: Mejor.
INFANTE:
¿Te le pediría?
MIRABEL: Mejor.
INFANTE:
¿Luego tiene amor?
Dime el suceso.
MIRABEL: Y aun es
mejor y
más acertado.
Aquí le
tengo guardado
para
que tú se lo des.
Saca el papel
INFANTE:
¿Estás loco?
MIRABEL: De tu mano
lo
tomará más süave,
cuanto
más que ella no sabe
el
lenguaje castellano.
Otro
escribe en mal francés
y
dásele cuando venga,
y a mi
cuenta.
INFANTE:
¡Que éste tenga
mal
humor!
MIRABEL:
Si cuantas ves
te
enamoran, ¿qué sé yo
si
cuando llegue a Argentina,
querrás
otra peregrina?
Esto,
señor me obligó
a no
darle tu papel,
mas si
tu amor no se ausenta
dásele
tú, y a mi cuenta.
Dale el papel
INFANTE: Más
loco que Mirabel
es
aquél que de él se fía.
¿Para
aquesto te envié?
¿Para
aquesto te mandé
que le
sirvieses de guía?
MIRABEL: En
el traje de romero
nunca
bien se alcahuetea.
¡Que
haya un infante que sea
cuantas
veo tantas quiero!
¡Ah,
señor! ¿Y qué persona
por ese
camino viene?
Belleza
extranjera tiene,
que
también es borgoñona.
Pues
una armenia verás
venir
de esta romería,
que
fuera la luz del día
a venir
un poco más
limpia y aliñada. Empero,
pues te agradan extranjeras,
al ver dos turcas romeras
te
pasmaras.
SANCHO:
El lucero,
la
aurora, el resplandor
que te
suspende y admira
llega
ya. Contempla y mira
esos
caminos, señor.
INFANTE: A
esa fuente quiere dar
con su
hospedaje hermosura,
para
que corra más pura,
negando
tributo al mar.
¿Qué
fuente se vio tan bella?
¿Cómo
entenderá mi fe?
MIRABEL: Habla
en francés.
INFANTE: No sé.
MIRABEL: Pues
déjame a mí con ella.
Intérprete y lengua soy
de tu
amor, pues he aprendido
bien
francés.
INFANTE:
Di que he venido
solo
por verla.
MIRABEL: A eso voy.
INFANTE: Aquí
estaré retirado,
porque
su padre no vea
que
estoy en aquesta aldea,
rendido
y enamorado.
MIRABEL: He aquí que tu amor le cuento,
y ella
se va. ¿Qué tenemos?
INFANTE: Sepa
los altos extremos
de mi
amor, y estoy contento.
Salen ARGENTINA y su PADRE
PADRE: Pues
no quieres la litera,
descansa un rato, Argentina,
a la
beldad cristalina
de esta
fuente lisonjera.
INFANTE:
Descansar quieres por ser
luz de estas flores y yerbas.
Trae búcaros y conservas
por si quisiera beber.
Vase
SANCHO
ARGENTINA: Las plantas que a sus cristales
sirven de sombra y doseles,
y esos rústicos claveles
que alfombras dan
naturales,
bien
convidan al sosiego.
INFANTE: Llega y
mi amor le dirá.
MIRABEL: No sé
si me entenderá,
porque le he de hablar en griego.
INFANTE:
¿Griego sabes?
MIRABEL: Para ti
es griego hablar en francés.
Beso, Argentina, los
pies.
PADRE:
Entretén un rato aquí,
Mirabel, a la condesa,
como
has hecho en el camino.
Vase el PADRE
MIRABEL: Junto
al licor cristalino
de esta
fuente, que no cesa,
me
pienso sentar, señora.
¿Has
llegado muy cansada?
¿Cuál
provincia más te agrada?
ARGENTINA: Ésta en
que estamos agora.
MIRABEL: ¿Mi
gallega patria no es
mejor
que Castilla?
ARGENTINA: No.
MIRABEL:
¿Oyes? Dice que ya vio
que
estás aquí.
Saca un papel ARGENTINA y lee
INFANTE: Dile, pues,
cómo es mi luz soberana.
MIRABEL: ¡Oh, si
oyeras mis razones!
¿Allá
en Francia hay lamparones?
No los
habrá, si los sana
el
rey con su bendición.
ARGENTINA: Virtud de las lides es.
.................... [ -es]
.....................[
-ón].
MIRABEL: Si
yo fuera rey de Francia
como
gallego peor
................. [ -or]
................. [ -ancia].
no tomara esta virtud.
¿No
fuera mejor sanar
de
vejez?
Está escondido el INFANTE
ARGENTINA:
Y fuera dar
un
Jordán en la salud.
MIRABEL: Dice
que tu voluntad
ha entendido, y dulce halago,
mas que
hizo en Santïago
cien
votos de castidad.
INFANTE: Dile
que me dé licencia
para
acompañarla a Francia.
MIRABEL:
Perdóname esta ignorancia.
Con
perdón y reverencia,
¿qué
llaman en vuestra tierra
la paz
de Francia?
ARGENTINA: Al cortés
beso
del rostro.
MIRABEL: ¿Eso es?
¡Nunca
el cielo me dé guerra,
monsiura!
INFANTE:
¿Qué responde?
MIRABEL: Nones.
Dice en
francés que ya ve
que
sois para andar a pie
enfermo
de sabañones,
y
para andar a caballo
de
almorranas, que así
os
podéis quedar aquí.
INFANTE: ¡Calla,
bárbaro!
MIRABEL: Ya callo.
¿Pero cuándo mereció
tu airada
riguridad
la suma
legalidad
con que
soy tu lengua yo?
INFANTE: ¿Con
locuras me entretienes?
ARGENTINA: ¿Con
quién hablas, Mirabel?
MIRABEL: A un
amigo cascabel,
un poco
busco de sienes.
ARGENTINA: Mis
labios están brindados
de
estas ondas de sabidas.
MIRABEL: Pues
bien, ¿qué quieres?
ARGENTINA: Que pidas
un
búcaro a mis crïados.
INFANTE: Más silencio
no consiente
mi
temor; hablarla puedo.
MIRABEL: Viene
como anillo al dedo.
Ésta es
copla de repente.
Sírvele la copa, pues,
y tu
dolor le dirás,
y Ganímedes serás
de este Júpiter francés.
ARGENTINA mirando un papel
ARGENTINA: Una
vez y muchas leo,
mi
Ricardo, tu papel.
Que
vienes, dices en él.
¡Oh,
cómo verte deseo!
¿De
mi padre recatado,
me
piensas acompañar?
¿Señales me quieres dar
de que
estás enamorado?
No
importa, no, mi señor.
Que
como viva en mi pecho,
él está muy satisfecho
de su firmeza y amor.
Saque SANCHO un búcaro y una salvilla, y un
criado con una caja, y toma el búcaro el INFANTE y llegue
de rodillas
INFANTE: Si
descorteses agravios
del
camino sed os dan,
dulces y barros están
esperando que esos labios,
coral del arco de amor,
les
den, con pompa y beldad,
más
púrpura y suavidad,
más
néctar y más color.
ARGENTINA: Mirabel, ¿qué es esto?
MIRABEL: ¿Qué?
¿No lo
ves? Es un infante
tan
rendido y tan amante
que sin
qué ni para qué
de
beber te quiere dar.
ARGENTINA: No esté
vuestra alteza así.
MIRABEL: Es muy
devoto.
INFANTE: No vi
belleza
tan singular.
A la
admiración del día
debo
humildad, rendimientos,
corteses atrevimientos
y
asomos de idolatría.
ARGENTINA: No
escucharé a su alteza
si está
así.
Levántese
MIRABEL:
Arriba, señor.
INFANTE: Cuando
el peso de mi amor
a los
pies de tu belleza
me
derriba, mal podré
estar
de otra suerte yo.
Argentina, amor me dio
tantas
penas como fe.
Sale el PADRE al paño
Fuerza es amar si te veo,
que tu
beldad peregrina
arrebata, fuerza, inclina
el
alma, el gusto, el deseo.
A
rendirme fui obligado,
viendo
que con luces bellas
vences,
quitas, atropellas
libertad, vida, cuidado.
¿Te
ofende mi cortesía?
Bebe sin tomar enojos,
pues dan manos, labios y ojos
gloria, favor y alegría.
Tuyo
soy, libre no quedo
cuando
dan al pecho mío
discreción, belleza y brío,
esperanza, amor y miedo.
[Sale el PADRE]
PADRE:
Señor infante, Argentina
debe
oír como prudente
a su
esposo solamente
esas razones. Si inclina
o si
fuerza el albedrío
el que
su esposo ha de ser,
lo ha
de decir y saber.
MIRABEL: Quede
en este desvarío
un
chorlito, y vive Dios,
que es boba la que desea,
con dos
pestañas de fea,
dos de
fría y otras dos
de
qué sé yo.
PADRE: En vuestra tierra
no
esperé descortesía.
¡Vamos,
hija!
INFANTE:
(Amor porfía, Aparte
y, con
doméstica guerra,
entre sus afectos lucha
al
alma. ¿Qué debo hacer?
¿Qué? ¡Resolverme y vencer!)
¡Conde
Ludovico, escucha!
De
Argentina soy esposo;
honra
con su sangre gano.
Manda
que me dé la mano.
PADRE: Eres,
español, famoso.
Dale
la mano, Argentina.
SANCHO: Señor, ¿qué
haces?
INFANTE: ¡Amar!
SANCHO: ¿Así se
debe casar
Garci
Fernández?
INFANTE: Inclina
poderosamente Amor.
SANCHO: Llámala
facilidad.
INFANTE: Rendida
la voluntad,
no hay
defensa.
SANCHO: (No hay valor). Aparte
PADRE: Ea,
hija, esta ventura
a la
ocasión maravilla.
¡Condesa sois de Castilla
sólo
por vuestra hermosura!
Dad
la mano.
ARGENTINA: Señor, advierte.
PADRE: ¿Qué he
de advertir?
ARGENTINA: (¡Ay, Ricardo!) Aparte
PADRE:
¡Dásela!
INFANTE:
Tu mano aguardo.
ARGENTINA: Y yo el
rigor de mi muerte.
PADRE: No
pierdas esta ocasión.
SANCHO: ¡Mira,
infante!
INFANTE: No me digas,
Sancho, más, porque me obligas
a más priesa y afición.
SANCHO: No
he de consentir tu intento,
vive
Dios, sin que este error
sepa el
conde mi señor.
INFANTE:
Villano, ¿qué atrevimiento
es
el vuestro?
SANCHO: Conde, advierte,
que si
pasas adelante
con
permitir que el infante
se
case, buscas tu muerte.
Vase don SANCHO
ARGENTINA: (Al
menos busca la mía). Aparte
PADRE:
Español, aunque soy viejo
y extranjero, tu consejo
digo
que es descortesía.
INFANTE:
Déjale, conde, y permite
que
goce mano tan rica.
MIRABEL: (En
otra parte le pica, Aparte
pues
que no quiere el envite).
PADRE: Da
la mano a quien honor
con la
suya te ha de dar.
ARGENTINA: (Fuerza
es morir y callar, Aparte
la
fuerza vence al amor).
Danse las manos
INFANTE:
Inmensa gloria me das.
Dichoso
el tálamo sea
la
sencillez de esa aldea.
(Fortuna, no quiero más.
Aparte
Tenga disgusto o no el conde
si mi
gusto se acomoda).
Vanse el INFANTE, ARGENTINA y su PADRE
MIRABEL: ¡Boda
"me fecit," y boda
sin
saber cómo ni dónde.
Vase MIRABEL. Sale
el CONDE, VIOLANTE y
BLANCA
CONDE: Cese
el diluvio de perlas,
ya que
el alba hermosa y fría
se
ausentó cuando quería
o
adorarlas o cogerlas.
Todo
Blanca, tiene fin;
téngale
el llanto también,
donde en claveles le ven
llover hojas de jazmín.
Murió tu hermano, y
tus ojos
no
corren su hermoso velo,
persuadidos al consuelo,
ni
mansos a mis enojos.
VIOLANTE: Ya
el infante desterrado,
cuando muerto
a Fortún vio,
satisfacciones nos dio
y
venganzas nos ha dado.
Templa, Blanca, los enojos,
y encubrirlos no presumas,
pues que lo dicen las plumas
cuando lo callen los ojos.
Ellos tristes y ellas negras,
mal podrán
disimular.
BLANCA: Hay
mucho que consolar.
Señora,
en vano me alegras.
Sale SANCHO
SANCHO:
Conde ilustre, a quien han dado
tributos montes y mares,
escucha
nuevos pesares.
El
infante se ha casado
esta
noche, que salió
oscura
por la tristeza
del
gran error de su alteza;
tu casa se oscureció.
Advirtiéndole la injuria
de
sangre tan ilustrada,
contra
mí empuñó la espada;
los ojos armó de furia.
Ni mis ruegos le
movieron,
ni mis
voces le templaron.
Mis
razones le incitaron;
mis
consejos le ofendieron.
CONDE:
Dime, ¿con quién se casó?
Aunque
sé que mal ha sido,
por lo
mucho que he temido
su liviandad.
BLANCA:
(Ya llegó Aparte
la
desdicha última en mí;
castigo
del cielo fue,
porque
la muerte intenté
de don
Sancho).
VIOLANTE:
Osorio, di,
¿con
quién se casó el infante?
SANCHO: Con
Argentina, señora.
Desde
que la vio la adora;
cuando
pasó fue su amante,
y
cuando volvió su esposo.
CONDE: ¡Ah, nunca
su loco error
goce el
fruto de su amor
en el
tálamo dichoso!
¡Nunca llegue su deseo
a ser
feliz ni logrado!
¡Hágale
amor desdichado
Tántalo
de su himeneo!
¡Que
no la goce y la mire!
¡Plegue
a Dios, mozo imprudente,
que dé
historias a la gente
tu
casamiento, y admire
a la
luz de los planetas
desde el
oriente al ocaso!
¡Hagan
tragedia del caso
los
castellanos poetas!
Cuando el retrato te di
de
Elvira, bien recelaba
que
este error le amenazaba.
Vase el CONDE
VIOLANTE: Ya, don
Sancho, te creí.
BLANCA:
(¡Véngueme tu ciego amor,
-- oh, crüel -- de tu mudanza!
Ya no
me queda esperanza.
Todo es desdicha y
dolor).
Vase doña BLANCA
VIOLANTE: ¡Qué
fáciles, qué inconstantes,
sois
los hombres! De esta suerte
aman la
luz y la muerte
mariposas ignorantes.
SANCHO: No
todos aman su daño.
No
todos con ciego amor
se
arrojan tras un error,
se
pierden tras de un engaño.
Unos
remontan el vuelo,
de
merecimientos faltos,
y
adoran sujetos altos,
compitiendo con el cielo.
Otros,
mereciendo más,
le
abaten. Amando así,
no
somos unos.
VIOLANTE: Pues di,
¿en
cuál de esos dos estás?
¿Cuál extremo de esos sigues?
SANCHO: Ni
dudes en mi lealtad,
ni
confundas mi verdad,
ni a
más soberbia me obligues.
Ya
sabes que soy Faetón,
que al
sol hermoso me atrevo.
Cuando
pensamientos llevo,
o a mi
misma perdición
o al
bien eterno y glorioso,
que
satisfecho pretendo,
pues,
cayendo o no cayendo,
me
pienso llamar dichoso.
VIOLANTE:
Errar en cualquier extremo,
bajo o
alto, no es errar.
SANCHO: El que
se quiere abrazar
a la
luz del sol supremo,
un
error comete honroso,
que
altas cosas ha comprendido.
Tócale
el ser atrevido,
no le
toca el ser dichoso,
porque eso no está en su mano.,
VIOLANTE: De
espacio quiero que hablemos,
acerca
de estos extremos,
al
silencio oscuro y vano
de
esta noche que ha venido
alegre para el infante.
SANCHO: ¿Dónde
he de verte, Violante?
VIOLANTE: En mi
tienda.
Vase VIOLANTE
SANCHO:
¿Quién ha sido
tan
dichoso como yo?
.........................
.........................
..................... [ -ó].
¡Ah,
noche hermosa aunque oscura,
cuando
tus sombras despliegas,
¿cómo
el silencio no niegas?
Infundir sueño procura
en
los hombres, si atrevida
das
para el sosiego humano
el
sueño, que es un tirano
de la
mitad de la vida.
Sale el INFANTE, de noche
INFANTE: ¿Es
don Sancho?
SANCHO: ¿Quién llamó?
INFANTE: Un
infeliz.
SANCHO:
¿Quién ha hablado?
INFANTE: Si digo
que un desdichado,
¿quién
puede ser sino yo?
SANCHO: ¿Es
tu alteza?
INFANTE: Es mi bajeza
esta
vez podrás decir.
Consejo
viene a pedir
mi
desdicha en la tristeza
más
profunda que se vio
entre mortales enojos.
Amor me vendó los ojos.
Mi juventud me engañó.
Amé a Argentina y le
di
la mano
de esposo; y luego
que a
nuestro humano sosiego
convidó
la noche, fui
a
prevenir en la aldea
tálamo,
que tumba fue
de mi
honor.
SANCHO:
Dime, ¿por qué?
INFANTE: ¿Hay
quien nos oiga o nos vea?
SANCHO: No,
señor. Prosigue.
INFANTE: En tanto
que amando me prevenía
de
regalos y alegría,
ella, a
la sombra del manto
que
la noche desplegó
sobre
esos montes amenos,
dada a
cuidados ajenos,
a mis
ojos se negó.
Su
padre y yo no la hallamos.
Busqué,
llamé, voces di;
temí,
pensé, discurrí
montes,
selvas, plantas, ramos.
Y en
la manga de una ropa
quemado
topé un papel,
y se
colige por él
que fue
Júpiter de Europa
un
francés que la seguía,
amante,
que ella adoró.
Argentina me ofendió.
Ésta es
la desdicha mía.
¿Qué
he de hacer?
SANCHO: ¡Vamos siguiendo
sus
pasos! ¡Toma venganza!
INFANTE: Tu
valor me da esperanza.
¡Males
que estoy padeciendo
con
razón, Osorio amigo!
SANCHO: ¡Y mal
que con maravilla
es
agravio de Castilla!
INFANTE: Ven,
don Sancho.
SANCHO: Ya te sigo.
(Esta vez perdí a Violante;
Aparte
nuevas
sospechas la doy.
Mas
perdóneme si soy
buen
vasallo y mal amante).
Vanse don SANCHO y el INFANTE. Salen RICARDO y
ARGENTINA
RICARDO:
Coman los caballos luego,
que no
habemos de parar
hasta
Francia. Ni el amar
ni el
huír piden sosiego.
ARGENTINA:
Amante y agradecida
seré
siempre, pues viniste
tan a
tiempo que me diste,
Ricardo, una nueva vida.
Si forzada
di la mano
al
infante, bien lo ves.
RICARDO:
Argentina, no me des
a
entender el soberano
favor que me maravilla.
Bien sé
tu mucho valor,
pues te
ha negado tu amor
ser
infanta de Castilla.
Amaba, y tu sol seguí.
Llegué
cuando te previno
violante estado el destino.
Júpiter
de Europa fui.
Llévote a Francia con gusto.
Dejas
burlado al infante.
Seré tu
esclavo y tu amante
a costa
de su disgusto.
Él,
en guerras ocupado,
a
Francia no ha de pasar,
y no
tiene qué vengar;
sólo la mano te ha dado.
Sale MIRABEL maniatado
MIRABEL:
Monsiur, ilustre madama,
déjenme, que no es razón
que
afrente yo la nación
de más nabos y más fama.
¿Es bien que llamen
traidor
a un
gallego tan honrado?
Hasta
aquí me traen atado,
¿para
qué tanto rigor?
ARGENTINA: Como
me viste atrever
a venir
con seis franceses,
porque no
nos descubrieses
nos fue
forzoso el traer
tu
persona aquí.
RICARDO: Ya estás
con
libertad de volverte.
MIRABEL: Ya
tragaba yo la muerte;
bésote los pies, y aun más.
RICARDO:
Fuera de camino vamos.
Descanso tus ojos tomen,
mientras los caballos comen.
Seguros, señores,
estamos;
que
seis franceses valientes
nos harán
escolta y guarda.
ARGENTINA: Nada el
amor acobarda.
RICARDO: Si
fatigada te sientes,
reposar has menester.
Tú, gallego, no te has de ir
hasta verme a mí partir.
Vanse ARGENTINA y RICARDO
MIRABEL: ¿Y por
medio había de ser
que
un bubas, un mal francés,
en un
rocín que no para,
vuelta
a la cola la cara,
me
trujo puesto al revés?
De
Mirabel, ¿qué dirán
los
lacayos castellanos?
Salen
don SANCHO y el INFANTE acechando
SANCHO: No son mis discursos vanos;
franceses son los que están
dando cebada, y por
eso
se
apartaron del camino
a esta
aldea.
INFANTE:
Bien previno
tu
discurso este suceso.
MIRABEL: Irme
quisiera al real
del
conde luego, mas veo
quien
impida mi deseo.
Franceses
son por mi mal
estos bultos, centinelas
del
latrocinio español.
Noche
oscura, pide al sol
que
salga, o que encienda velas
para
ver por dónde voy.
Vase MIRABEL
SANCHO:
Reconoce ese aposento,
porque
yo guardar intento
esta
puerta donde estoy
de
los franceses que vienen
en
escolta de Argentina.
INFANTE: Mi
venganza se encamina.
Aquí están; descuido tienen.
SANCHO: Mata
al Paris de tu Elena,
porque
con su mano el sabio
venga
semejante agravio;
que no
es bien por mano ajena.
INFANTE:
Famoso honor castellano,
en tu
valor me encomiendo.
Vase el INFANTE
SANCHO: Cuando
acudan en oyendo
las
voces, socorro vano
será
el suyo. ¡Por mi espada
han de
entrar para ayudallos!
¡Hasta
los mismos caballos
han de
pagar su jornada
con
la vida, vive el cielo!
Dentro RICARDO
RICARDO:
¡Traición!
INFANTE:
¡Mentís, Galalón,
que en
vos está la traición!
RICARDO:
¡Carlos! ¡Enrique! ¡Marcelo!
¿Cómo nos dejáis así?
¿Dónde
están tan descuidados?
Salen el INFANTE y RICARDO
INFANTE: Velan
más los agraviados.
¡Muere,
cobarde!
RICARDO: ¡Ay de mí!
Que
mal podré defender
a
Argentina de esta suerte.
Éntrale acuchillando
INFANTE: No
perdonará la muerte
la
traición de esa mujer.
Sale ARGENTINA, huyendo a la puerta en la que queda
SANCHO
ARGENTINA:
Huyendo podré escapar
de este
riguroso trance.
¡Plega
a Dios que no me alcance!
SANCHO: Adentro
puedes tornar.
ARGENTINA:
¿Dónde me podré esconder?
Voces
oigo de Ricardo.
Vase ARGENTINA.
Salen dos CRIADOS
CRIADO:
¡Cierra, cierra!
SANCHO: ¡Mientras guardo
la
puerta, humano poder
no
entrará dentro, villanos!
¿Qué
pretendéis, si prevengo
vuestra
furia, cuando tengo
rayos
del cielo en las manos?
¡Infames, volveos adentro!
Dentro
ARGENTINA: ¡Toda
falta al desdichado!
Sale el INFANTE
INFANTE: ¡De los
dos estoy vengado!
SANCHO: Pues,
agora cuanto encuentro
es
mi venganza también.
¡Morid,
traidores! ¡Pagad
con una
justa crueldad
vuestro
delito!
Vase don
SANCHO tras todos los criados
INFANTE: ¡Hoy no ven
valor igual los mortales!
Cuanto
encuentra, hiere y mata.
Una
furia se desata
de los
orbes celestiales.
Sale MIRABEL metido en una silla y SANCHO tras él
SANCHO:
¡Muere, quienquiera que seas,
amparado de esa silla!
MIRABEL: Don
Sancho, honor de Castilla,
¿con
los amigos peleas?
Tu Mirabel soy, a fe.
SANCHO: Ni me
mientas ni te humilles.
MIRABEL: ¡Señor,
no me desensilles,
porque
sudo, y me aguaré!
SANCHO:
¡Muera!
MIRABEL:
¿Nada me aprovecha?
¡Mirabel soy, vive Cristo!
¿Cuándo
gallego se ha visto
que
haga una cosa mal hecha?
Para
que no te avisase,
maniatado me han traído.
Ni
pequé ni he consentido.
¡Miserere!
INFANTE:
Sancho, pase
esta
vez por disculpado.
MIRABEL: No hay
en gallegos malicias.
INFANTE: Dale la
vida en albricias
de que
vengo ya vengado.
Vanse todos. Salen
el CONDE, MENDO, VIOLANTE y
BLANCA
MENDO:
¡Toquen al arma! Ordena la
batalla,
conde
famoso, que los moros vienen,
talando
campos y robando aldeas.
Viste
tu pecho de invencible malla,
si
renombre deseas.
Los cielos te previenen
el
trance más crüel y riguroso.
En
escuadrón copioso,
como
nunca se vio en tu noble tierra,
te
prometen la guerra.
CONDE: ¡Toquen
a recoger, y en la campaña
luzcan
las armas de la ilustre España!
Tú,
gallarda Violante,
o a
Burgos te retira
o a la
batalla mira
desde
este monte, que remata a Atlante.
VIOLANTE: Si
sangre tuya tengo,
el
corazón magnánimo prevengo
para
ser tu soldado.
No
tengo de apartarme de tu lado.
BLANCA: Y yo
quiero la muerte,
para
acabar mi desdichada suerte.
CONDE:
Consuela tu tristeza;
no des
eclipse eterno a la belleza.
A
Sancho Osorio llamen.
MENDO: Está ausente.
Con el
infante está.
CONDE: Lleve en mi
gente
con
Beltrán la vanguardia;
yo iré
en la retaguardia.
El
cuerpo del ejército debía
gobernar el infante, mas no debe
su
nombre repetir la lengua mía;
Fernán
Ruiz lo lleve.
Y
espero en el patrón de nuestra España,
de ver
morisca sangre en la campaña
formando rojos ríos.
¡A
fuerza del valor, soldados míos!
MENDO: A
treinta mil excede
el número que traen.
CONDE: Santiago puede
más
números vencer. En esa ermita,
que a
Monserrate imita
y en
las ásperas peñas se divisa,
diga el
obispo misa
y a Dios nos encomiende;
que el moro no me espanta
ni me ofende.
Sale SANCHO, con rodela y banda al rostro
SANCHO: Dos
soldados, señor, casi a la posta
venimos
a la fama
que por
esas campañas se derrama.
CONDE: Y el
otro, ¿dónde está?
¿Quién
es?
SANCHO:
No quiere hasta dar la victoria
besar
tu mano.
CONDE: Afliges mi memoria.
Será Garci
Fernández. ¡Qué ignorancia!
¡Camine, vaya a Francia!
¡Llévese a su mujer, no esté en mi tierra!
SANCHO: Cuando
acabes la guerra,
sabrás
que libre está y mujer no tiene.
CONDE: ¿Qué
dices?
SANCHO:
Que es suceso
que
pide más espacio.
CONDE: Bueno es eso.
BLANCA: (Si
libre está del matrimonio agora, Aparte
mi
suerte, o mi esperanza, se mejora).
CONDE:
Prevéngase el ejército y no estemos
un
punto descuidados.
¡Toquen
a recogerse mis soldados!
Tocan cajas, y vanse el CONDE y doña BLANCA
SANCHO: ¿Das
licencia, señora,
que me
ponga tu banda en la batalla?
VIOLANTE: Sí,
doy.
Vase doña VIOLANTE
SANCHO:
¡Dichoso el hombre que te adora!
Pues
suelto he de servir de aventurero,
en
tanto que se forman escuadrones,
en esta hermita quiero
cumplir
con mis antiguas devociones
oyendo
misa, y luego
al moro
esperaré con más sosiego.
Tiempo
tengo sin duda;
que aun
la hueste morisca no ha llegado.
Va subiendo por la escalera del monte, hasta el
primer alto, donde estará una puerta, en la misma parte
donde se fingió el castillo, y se quedará en la
puerta de rodillas con su rosario, y la rodela a las
espaldas
No faltará
mi ayuda,
sirviendo como noble y buen soldado;
que
desde aquí veré cuando acometa,
y,
bajando cual rayo o cual cometa,
al moro
embestiré. A tiempo he llegado;
que la
misa el obispo no ha empezado
y ya
vestido espera.
Oír la
misa entera
al
cielo prometí. Desde este puesto
miro el
altar y miro la campaña,
donde
se abrevia ya la flor de España.
Sale el INFANTE
INFANTE: No
quiero, no, que me vea
el gran
conde de Castilla
hasta
dar en la batalla
o la
victoria o la vida.
Borrar
pienso sus enojos
hoy con la sangre morisca,
si las
luces del vivir
no se
turban o se eclipsan.
Mendo
amigo, tú y don Sancho
iréis
en mi compañía,
acometiendo a los moros
que a España
nos tiranizan.
Llevando al lado a don Sancho,
no
recelaré que embistan
los
africanos leones
que
vienen, montes de Libia.
MENDO: Pienso,
señor, que ya asoman
las
huestes bárbaras. Mira
entre
aquellos dos collados,
donde
el cielo se termina,
tremolar lanzas de plata,
y,
temblando plumas rizas,
a los
reflejos del sol
formar
aves de Fenicia.
INFANTE: Haces
ordenadas son,
y a
pasos largos caminan
presentándonos batalla.
Ya
nuestro ejército avisa,
tocando
al arma.
Tocan al arma
INFANTE:
¡Ah, don Sancho!
¿Dónde
estás?
Sale un ÁNGEL, con rodela y banda, como
SANCHO
ÁNGEL:
Aquí.
INFANTE: ¿Podía
faltar
aquí tu valor?
ÁNGEL: Infante,
aunque maravillan
esas
huestes africanas
en el
número y milicia,
¡confïanza en Dios y embiste!
Porque
he de ser este día
a tu
lado asombro humano
de esta
nación fugitiva.
INFANTE: Amigo
don Sancho Osorio,
tu
valiente voz incita
al
arma. ¡Cierra Santiago!
Vase el INFANTE
ÁNGEL: Oíd,
Sancho Osorio, misa;
que yo
pelearé por vos,
porque a devoción tan pía
corresponde Dios así.
Vase el ÁNGEL
SANCHO: ¡Ay de
mí! ¡Con cuánta prisa
el
enemigo acomete!
Su
vanguardia se avecina
y la
misa va de espacio.
¿Qué he de hacer porque no digan
que en
el trance riguroso
ha
temblado mi cuchilla?
Si la
misa dejo, pierde
el
ánimo y la alegría
de mi
pecho. ¿Qué valor
tendré para que resista
esta
morisca nación?
Pues
quedarme les obliga
a
decir, como otra vez,
que
cuando me desafían
o se
dan batallas, duermo.
A ser
yo bueno, podía,
cual
otro Moisés, orando
pelear,
pero en mi vida
tuve
virtud si no es ésta
de oír
misa cada día.
Divertido me ha mirado
la
campaña; y, divertida
el alma, ni misa veo
ni
peleo. ¿Si sería
posible
no echarme menos?
Si
será, porque la grima,
la
confusión, polvo, muertes
la
atención humana quitan.
Dios los ayude; que yo,
con la fe más recogida
al
altar quiero atender
mientras durare la misa.
Tocan al arma.
Salen peleando moros y cristianos,
y pasan;
y luego el ÁNGEL, entre todos los moros, y el
INFANTE detrás
INFANTE: ¡Ea,
famoso don Sancho!
Los moros van de vencida.
Con tu valor solamente,
hoy tu
renombre eternizas.
ÁNGEL:
¡Síguese, Infante! ¡No temas!
INFANTE: ¿Cómo
ha de haber cobardía
en mi
pecho y a tu lado?
ÁNGEL: ¡África
tema a Castilla!
Si pareciere que, entrándose el INFANTE, el
ÁNGEL se vuele en una apariencia, será bueno
SANCHO: De
cuando en cuando los ojos
se me
van a la milicia.
¡Vive
Dios, que van venciendo
los
cristianos! ¡Qué reñida,
qué
sangrienta es la batalla!
¡Ay,
obispo! Bien podías
decir
misa más aprisa,
mas está
contemplativa
y
devota tu alma. ¡Agora
en
ocasión tan precisa!
Dentro
VOCES:
¡Victoria, victoria!
SANCHO: ¡Ay, cielos!
Ya la
victoria publican
los castellanos, y yo
en confusas agonías
siento el honor y la
fama.
¡Y por
Dios! Que a una hora misma
batalla
y misa acabaron.
Ya no
ha de haber en qué sirva
mi
espada. Los moros huyen,
los
nuestros regocijan.
Yo
corrido y temeroso
no sé
qué haga ni diga.
Dentro "¡Victoria, victoria!" Salen todos
menos el CONDE
INFANTE: No se
ha alcanzado victoria
tan breve después que lidian
españoles y africanos.
VIOLANTE: Apenas
la determina
el
discurso. ¿Un hombre solo
puede
tanto?
INFANTE:
No repitan
las historias
más el nombre
de
César, que en este día
Sancho
Osorio le aventaja.
Sale el CONDE
CONDE: ¿Dónde
está la fuerza altiva
del
mismo Júpiter? ¿Dónde
está
Osorio, el que vencidas
deja
bárbaras naciones?
MENDO: Si no
me engaña la vista,
por ese
monte desciende.
CONDE: Habrá
subido a la hermita
a dar
las gracias al cielo.
Baja SANCHO
SANCHO: (Ya me han visto, ya me miran Aparte
con
atención y cuidado.
¡Qué
rigurosa desdicha!)
CONDE:
¡Desciende, Osorio, que esperan
el
laurel y las insignias
de triunfador
esa frente,
para
que siempre la ciñan.
SANCHO: (¡Ay,
cielo! No se encubrió Aparte
mi
ausencia; el conde porfía
con su
burla a darme afrentas).
VIOLANTE: ¡Baja,
blasón de Castilla!
¡Vencedor de África, llega
a que
te aclamen y digan
el
español Cipïón!
SANCHO: (Todo
es burla, todo es risa, Aparte
cuanto
escucho y cuanto veo.
¡Perdí
a Violante!)
INFANTE: ¿Qué albricias
podré
darte, Sancho amigo?
SANCHO: (Todos
burlando porfían. Aparte
No hay
disculpa que convenga).
MIRABEL: ¡Cuerpo
de Dios! Si te brindan
estos
señores con honras,
haz la
razón y camina!
SANCHO: (No
burlara, Mirabel. Aparte
¿Si hay
en esto maravilla
o algún
secreto del cielo?)
CONDE: ¿De qué
suspenso te admiras?
¿De qué callas?
SANCHO: (He notado Aparte
que están mis armas
teñidas
de
sangre y en la rodela
mil
cuchilladas se miran.
Quiero
alentarme y llegar,
pues
disculpa conocida
tengo
en aquesta ocasión).
Acaba de descender
CONDE: Dame
los brazos que imitan
a los
rayos que abortó
la
nieve cándida y fría.
El laurel
que puedo darte
es,
Sancho Osorio, mi hija.
Honrarme quiero contigo,
pues
honras das a Castilla.
Dale la
mano, Violante.
SANCHO: (¿Hay
afrenta cual la mía?) Aparte
Conde, escucha.
VIOLANTE: Él no me quiere.
Bárbaro, ¿por qué replicas?
CONDE: Dale la
mano, don Sancho.
VIOLANTE: Tuya
soy.
Danse las manos
SANCHO:
(¡Violante es mía! Aparte
¡Vive Dios y no lo creo!)
VIOLANTE: Ya
vimos tu bizarría
en la
batalla, don Sancho.
SANCHO: (¿Qué es esto? A creer me obligan Aparte
que Dios volvió por mi
honra).
INFANTE: Si está
templada la ira,
dame tu
mano, señor.
SANCHO: Y don
Sancho te suplica
que le
perdones y des
ya tus
brazos.
CONDE: ¿Argentina
no está
viva?
INFANTE: No, señor;
después
sabrás su desdicha.
Híncase de rodillas el INFANTE
CONDE:
Levanta, pues.
SANCHO:
Y aquí tenga
lo que
puede el oír misa
su
ejemplo, según lo cuentan
las
historias de Castilla.
FIN DE LA
COMEDIA