ACTO TERCERO
Hay un bufete con recado de escribir y sale
doña
INÉS
INÉS: Dicha notable fue. Ventura ha sido
igual
no haber venido
a casa
desde ayer tarde mi hermano
y el
escaparme anoche de su mano;
pues de
ambas ocasiones redimida
su
presunción se mira desmentida.
De
Isabel supe luego
como mi
hermano ciego
de
celoso la injuria
convirtiendo su amor en loca furia;
que a
las voces y al ruido
salió
su padre. Al fin que divertido
en
buscar a su hija su cuidado,
dio
lugar de escaparse por un lado
mi
hermano, que de amante y de celoso,
se fue
ofendido y se quedó amoroso.
Ya que
de menor riesgo libre quedo,
pues no
ha de darme miedo
de que
Fenisa diga a nadie nada,
hallándose culpada,
en
razón de hallar mis pretensiones,
pues
ella da lugar a mis pasiones
abriéndole a don Íñigo la puerta,
que
para poderse ir la halló abierta.
Quiero
avisarle agora lo que pasa
y que
venga esta noche a verme a casa;
que
tendrá más ventura
pues
por propia es la casa más segura.
Pónese a escribir y sale don CARLOS por las
espaldas
CARLOS:
(¿Cuál hombre como yo ha sido
Aparte
en el
mundo desdichado?
Pues lo
que por mí ha pasado
yo
mismo no lo he creído;
y con
sentirlo el sentido
no lo
acaba de creer,
ni el
alma reconocer
sabe el
dolor con que lucha;
que hay desdicha que por mucha
jamás se llega a creer.
Buscando fui desengaños
de
encontrarlos con deseo,
y en las diligencias veo
que solicité mis daños.
Y estimara los engaños,
pues mejor hubiera sido,
si olvidarla no he
podido,
que se
hallara mi cuidado
satisfecho de engañado
que de
curioso ofendido.
A
Inés consultas pretendo
porque alivie mi dolor).
Hermana.
INÉS: (¡Ay de mí!) Aparte
¿Señor?
CARLOS: (Pero,
¿[a] quién está escribiendo?
Que se
ha turbado temiendo
verme. Mas sabrélo así).
Quítale el papel
INÉS:
¿Hermano?
CARLOS:
¡Suelta!
INÉS: ¡Ay de mí!
(Hoy mi
vida se acabó). Aparte
CARLOS: (En
efecto el alma halló Aparte
mayor
mal del que temí).
¿Cómo lugar no me dieron
para
poder disculpar
mi
verdad con tu pesar
los que
anoche entrar te vieron?
INÉS: (Ya mis dichas fenecieron!) Aparte
[Don CARLOS] lee el papel
CARLOS:
"Para que menos crüel
conozcas mi amor fïel,
cuando
el sol esté dormido
te
espero. Así hubiera sido
esto en
casa de Isabel
pues porque mi amor hallara
en su
abono mi disculpa
como lo
fuera la culpa,
de Inés
se lo perdonara.
Mas ya
mi industria repara,
cómo
saber si esto ha sido,
lo que a mí me ha sucedido."
A ella
Inés,
todo cuanto pasa
supe
anoche, como en casa
de
Isabel quedé escondido.
Supe
de su misma boca
que en
su casa te quedaste
y a don Íñigo hablaste;
que tu liviandad provoca
que
dichosa de amor loca
le
entraste. Yo, que escondido
estaba
sentí rüido ,
un
hombre sentí que entró,
vi que él era aunque huyó
que de
mí conocido.
Espérete en su lugar,
habiéndose él retirado
viniste, y acreditado
quedó
todo mi pesar.
¿Cómo
lo podrás negar?
INÉS: No
tengo qué responder
sino
sólo conocer.
Rendida
[habéis] mi culpa.
CARLOS: (El que
no tenga disculpa Aparte
es lo
que yo he menester).
INÉS:
(¿Qué? ¡Si tú has sido tan
villano, Aparte
don
Íñigo, que le diese
lugar
para que supiese
nuestra
voluntad mi hermano!)
CARLOS:
Mientras el rigor tirano
de esta
dudosa quimera,
averiguarla quisiera
[por la
paga] de mi amor
que no
tocase en mi honor
aunque
en mi sangre cayera.
Mas
ya es forzoso tratar
de la
venganza esta noche,
ausente
[de él sólo el] coche,
adonde
le he de matar.
Un
papel le has de llevar.
Ya que
le escribas te obligo
en mi
nombre a mi enemigo
puesto
que el alma penetra
que
conociendo tu letra
sabrá
por qué le castigo.
No
llorando me apercibas
lo
mismo que estoy temiendo.
Pónese [un lente] en los ojos
Pues si
lloras escribiendo
has de
honrar lo que escribías
y con
este llanto privas
su
atención de mis enojos;
pues
rendido a tus despojos
si
atiende a lo que has llorado
¿cómo
han de pasar el vado
de tus lágrimas sus ojos?
Retírate a tu
aposento.
INÉS: (Voy
turbada, voy perdida, Aparte
pues
sólo estriba mi vida
en
d[i]suadirle este intento
porque
si el matar sangriento
a don
Íñigo, es forzoso
que
muera yo con mi esposo,
y
siendo Carlos el muerto
también
muero, pues es cierto
que se
ausente temeroso.
En
Isabel mi temor
remedio
podrá hallar
aunque
llegue a confesar
contra
su casa mi honor;
. . . .
. . . . . . .
de mi
hermano sus recelos,
sin
reparar en los duelos
a que
don Íñigo llama,
obedecerá a su dama
olvidando sus desvelos.)
Vase doña INÉS.
Pónese [don
CARLOS] a escribir y sale CARDILLO
CARDILLO:
Mequetrefe en inquirir
cuántas
el santo secreto
no me
ha revelado cosas,
doy como oídos atento
los ojos despabilados
a las acciones y atentos
de mis cariacontecidos.
Ambos
que con tal silencio
sus pesares disimulan;
y así mis sentidos hechos
atalayas de si
mismos,
por
servir a mis desvelos
una
lisonja de chismes.
No
perdonan pensamientos
que no
penetre el cuidado
que no
escudriñe el deseo.
Aquí
don Carlos está
y a
solas está escribiendo.
Yo
apostaré que el papel
barajando los secretos
de
amante y celoso copia
de
quejas y de requiebros,
en que
ya tengo mi parte,
si me
toca por lo menos
el
llevarle, y para ser
puntüal, voy prefiriendo
las
diligencias calzado
en vez
de abarcar el viento.
CARLOS: Contra
agravios tan notorios
escribir yo es más acuerdo.
¿Quién
es?
CARDILLO:
Don Cardillo soy,
no tan
noble caballero
que
alegar no pueda mucha
antigüedad
en los tiempos.
CARLOS: Deja
agora disparates
que no
estoy de humor.
CARDILLO: No tengo
de dar
fin a mi discurso.
Escúchame.
CARLOS:
Acaba, necio.
Lleva este papel al punto
a don
Íñigo de Melo,
y mira
cuando le des
que
esté solo.
Vase
CARDILLO: ¡Lindo cuento!
Cuando
esperaba tener
por
estafeta de Venus
unas
albricias ocales
como
nueces, que lo menos
fuera
diamante o cadena,
a
llevar un papel vengo
de un
barbado a otro barbado,
que es
de quien no me prometo
cosa
que de valor sea.
Pero si
mal no me acuerdo,
por un
día, que a la escuela
no fui,
siendo pequeñuelo,
todos
los demás faltaba
teniendo al castigo miedo,
mas
sabiéndolo mi madre,
me
dijo, "Dale al maestro
este
papel en que digo
que no
te azote." Mas luego
que
llegué con mi embajada,
en
llanto troqué el contento,
porque
el papel es libranza
a luego
vista, y el perro
del
maestro la aceptó
tan al
punto que al momento,
antes
que le replicara,
estaba
en hombros ajenos
con un
fino golpeado
que
llegó a venticuatreño.
Y así
desde entonces hice
un
solemne juramento
de leer cuantos billetes
llevaba, y más añadiendo
al juramento guardado,
el no
violado pretexto,
de
advertir, cuanto que callan
para
decir cuanto advierto.
La nema
rasgo..., mas no,
que
pues está el sello fresco,
podré
leer aunque quede
sospecha de haberle abierto.
Léele
"Fuera del muro en la puerta
que se
corona soberbio
de
hiedras y de jazmines
a
medianoche os espero.
Causa tengo de mataros.
Esto de
paso os advierto
porque
tratéis solamente
de
morir o defenderos".
Si no
os hubiera leído,
papel,
fuera muy contento
a dar
una pesadumbre,
ignorante del suceso.
Pero
por lo menos ya
sabré
la parte y el tiempo
para
despachar a amigos
que
lleguen a componerlos.
Al
sitio que les señala
sale un postigo pequeño
que yo he visto muchas veces
y es del jardín de don
Diego
por
adonde, si le aviso,
llega a
impedirles presto;
que se
acaba la comedia
si no se pone remedio
en un
día de difuntos.
Capricho que por lo menos
fuera
imposible agradar
y donde
los compañeros
de
bulto representarán
su
papel de metemuertos.
Voy a
dar el que me toca
y
prevenir un Santelmo,
que
aplaque en el mar de amor
esta
tormenta de celos.
Salen don ÍÑIGO y don ALONSO. Vase
CARDILLO
ALONSO:
Proseguid; que estoy pendiente
de un
cabello hasta saber
el fin
que vino a tener,
un
peligro tan vigente;
pero
ya que libre os veo,
poco el
peligro sería.
ÍÑIGO: No fue
poca suerte mía
el
redimir mi deseo
después de haber extinguido
las
luces. Pienso que aquí
quedó
el difunto.
ALONSO: Es así.
ÍÑIGO: Y de
haber conducido
al antesala, sintiendo
a doña
Inés, que volvía,
como en
tan ciega porfía,
dudosamente me ofendo,
pues
viendo a Inés desabrida,
temorosa y recatada,
en mi presencia
turbada,
un
hombre hallé que me impida,
no
sin razón ofendidos
recelaban mis cuidados;
que
pudiesen dos llamados
ser
para un bien escogidos.
Y
así para averiguar
lo que
dudé temeroso
por
salir de sospechoso,
quedé
escondido en lugar
donde encargando el oído,
los
oídos satisfecho,
pude
sosegar el pecho
del
desengaño advertido
porque a doña Inés oía
que
como sin luz estaba
por mi
nombre me llamaba,
señal
que no me ofendía.
Y el
que en la cuadra quedó
conocí que era su hermano
con que
en mí el recelo vano
desvanecido murió.
Rüido en la cosa sentí,
y
viendo desengañado
de mis
celos el cuidado,
luego a la calle salí.
ALONSO:
Según vuestra relación
a mí me
viene a tocar
el todo
de este pesar;
pues
advierte mi opinión
que
si don Carlos estaba
dentro
en su casa, es forzoso
que
entrase como dichoso
pues
sin licencia no entraba.
ÍÑIGO:
Claro está que no entraría
menos
que siendo llamado.
ALONSO: Pues
resuelva mi cuidado
ya mi
amorosa porfía.
ÍÑIGO: Don
Alonso, amigo, adiós;
que
tengo qué hacer agora.
Yo os
veré dentro de un hora
que hemos de ir juntos los dos
a un negocio que me
importa.
ALONSO: Aquí
estoy para serviros.
[Vase don ÍÑIGO]
Mal
reprimidos suspiros,
no me
matéis por la posta.
No
sé qué tengo de hacer
cuando
llego a contemplar
que ni
la puedo olvidar
ni la dejo de querer.
Mas
ya mi desvelo advierte
que es
opinión bien nacida,
o
perderla con mi vida
o
ganarla con su muerte.
Pues
del modo que lo trazo,
evitando mis desvelos
en la
ocasión de mis celos
de mi
amor el embarazo.
Sale CARDILLO
CARDILLO: A
don Iñigo de Melo
buscando vengo, que aquí
me
parece que le vi.
ALONSO: No
tiene mi mal consuelo.
Éste
es su crïado. Amigo,
escuchad.
CARDILLO: ¿Qué me mandáis?
Que yo imagino que andáis
entre
el yerro y el castigo.
ALONSO: Avisad
a vuestro dueño
que en
la ribera del río
cuando
al valeroso brío
haga de
su luz empeño,
en
los mares le estaré
esperando.
CARDILLO:
¡Qué quimera!
¿Dónde dice que le espera?
ALONSO: En el
río.
CARDILLO:
¿Para qué?
¿Tiénele desafïado
para
nadar?
ALONSO:
Hablarle quiero
donde
deje en este acero
restaurado el bien hurtado.
CARDILLO:
(Aunque me venga a costar
Aparte
cuanto
no sabré decir,
le
tengo de remitir
al
mismo puesto y lugar.
Donde este papel advierte,
acuda
el gallardo Melo,
que
aunque gran daño recelo
si
acaso le dan la muerte
libro a Carlos de los daños
que
advierte este desafío
puesto
que a los dos envío
a que den fin a sus años.
Pues
la hora desmentida
que en
este billete está
cuando
llegare, estará
el
contrario en la otra vida).
ALONSO:
Decidlo a Carlos.
CARDILLO: Sí, haré,
y pues
toca al desafïado
señalar
puesto, el recado
daré, y
[a] vos volveré
para
avisaros a donde
manda
Carlos que os juntéis;
mas vos, señor, le hallaréis,
como le busquéis a
donde
de
naturales guirnaldas
el muro
sus sienes viste,
que
divierte el alma triste
del
jardín a las espaldas
a la oración.
ALONSO: Esta vez
buscarle y matarle quiero
que de
esta causa el acero
pienso
que ha de ser el juez.
Vase
CARDILLO: ¡Por
Dios, que va como un rayo!
Éste causa los desvelos
de
Carlos, dándole celos
y por
la fe de lacayo,
que
ha de pagar su mohina
pues de
don Íñigo el brío
dará
fin al desafío
y así mudar determina
en
el papel el cuidado
en
tiempo que mi opinión
sigo,
enmiendo a la oración
a donde
él tiene acordado.
Que
esto a media noche sea,
estos dos se han de matar,
Y
cuando venga a llegar
el
tiempo de la pelea
de
don Carlos se habrá hallado
moderado en sus desvelos
sin el
riesgo y sin los celos
gracias a tan buen crïado.
Voy
a enmendar el papel
y a
darle volando voy;
que
como Nerón estoy
gustoso
de ser crüel.
Vase y salen INÉS e ISABEL
INÉS:
Amiga el alma [mía] no reposa,
confusa
y temerosa,
porque,
como no ve lo que desea,
con la
muerte pelea.
Si
habrá Fenisa hallado
a
Carlos, o se está determinado,
ciega
su furia en la desdicha mía,
a
faltar a la ley de cortesía
porque
como infelice soy, recelo
que
pueda más que amor con el consuelo.
ISABEL: Yo
llego a ser tan poco venturosa
que
estoy también medrosa
de tu
mismo cuidado
que
amor que verdadero se ha llamado
en
cualquiera ventura,
aun con
la posesión no asegura.
INÉS: Mucho
Fenisa tarda.
ISABEL: Es
antojo común de quien aguarda.
Sale FENISA
Mas
llega Fenisa.
¿Viene
don Carlos?
INÉS: ¿Viene? Dilo aprisa.
FENISA: Yo le
hablé, y aunque alterado
le vi
con tu papel, más sosegado
respondió que vendría,
y
aunque pasó a enfado mi porfía
en
razón de que fuera
luego
con una risa, aunque severa,
y süave
me dijo...
INÉS: No sosiego.
FENISA:
"Vete, Fenisa, y di que parto luego
a
obedecerla." Víneme con tanto
y de
que no ha llegado ya me espanto.
Sin
duda que ha querido --¡rigor fuerte! --
salir,
amiga, al desafío primero
que
venga a verte, y siendo de esta suerte
antes
que venga llegará mi muerte.
ISABEL: Escribe
tú a don Íñigo y Fenisa
lleve
el papel aprisa.
Será
posible que a su gusto atento
obedezca mejor tu
mandamiento.
INÉS: Ven,
darásme recado con que escriba.
ISABEL: Ven, y
harás se aperciba
un
crïado que lleve el papel luego
que es
ya de noche para ti.
FENISA: Ya llego
a tener
más reposo; que temía
que se
librase en mí esta cortesía.
ISABEL: Tráeme luces luego.
FENISA: Voy por ellas.
ISABEL: Sirve a Inés, y después puedes
traellas,
que aunque parece
temprano
déjeme
el cielo, Inés, ver a tu hermano.
Quiero
a solas llorar mi desventura
pues el
tiempo procura
que
asista en mis desvelos,
viva al dolor, y muera a los
desvelos.
Mi
padre temo que a casa me obligue
con don
Alonso, que mi sombra sigue,
y don
Carlos está tan sospechoso
que
vive en mis finezas perezoso,
con que
a tantos enojos
sólo es
consuelo desangrar los ojos.
[Mas, ¿quién es éste que veo?]
Sale don ÍÑIGO con espada desnuda, y
broquel
ÍÑIGO: Señora,
si en pecho noble
halla lugar la piedad,
no
neguéis vuestros favores
al que
más los necesita.
Huyendo
de los rigores
de la
justicia en camino,
turbados los pasos, donde
me
ampara vuestra presencia,
y no
fueran tan veloces
como
fuera menos grave
el
delito que me esconde,
causas
que a decir no acierto,
puesto
que no las ignore;
obligaron a don Carlos
de
Portugal.
ISABEL:
Ya en su nombre
voy
previniendo desdichas.
ÍÑIGO: A
avisarme que esta noche
a
espaldas de aquesa huerta
le
espere a las oraciones,
llegamos al puesto a un tiempo
cuando
enlutados los orbes,
borran
las señas del día;
y él,
sin esperar razones,
coléricamente embiste
conmigo, quedaba entonces
el
broquel a mi defensa,
y a su
ofensa ejecuciones
aceradas. En fin yo
logrando tretas mejores
--o teniendo mejor suerte --
hice
que en el suelo tome
medida a su sepultura;
y por
un postigo pobre
que
para mi dicha el cielo
hallase
abierto dispone,
entro a
buscar donde pueda
en
tanto que me socorre
de un caballo lo ligero,
excusarme a sus prisiones.
Amparadme. Así los cielos
piadosos tus años logren;
que amparar a un afligido
siempre
cupo en pechos nobles.
ISABEL: (¿Don Carlos muerto? No puede, Aparte
ni aun en muchos corazones,
caber desdicha tan
grande;
mas si
traen las ocasiones
a mis
manos la venganza,
razón
será que la logre.
Muera quién llegó a quitarme
la
vida. Pero reporte
el
corazón sus impulsos,
que no
es bien que le alborote
y de
mis manos se escape
sin que
la venganza tome.
Entrarle en este retrete
quiero
porque no me estorbe
doña
Inés si llega a verle
sangrientas ejecuciones;
que es
su amante, aunque su hermano
es el
miserable joven
que
fulminó injusto acero).
No
temas que mis favores
te
nieguen seguro amparo.
En este
cuarto te esconde,
mientras la casa se quieta
para
que tus dichas logres.
ÍÑIGO: Sólo de
tu hermosa mano
espero
tantos favores.
Vase y sale [al paño] don CARLOS
CARLOS:
(¡Válgame el cielo! Que hoy Aparte
cayó de
su honor la torre,
públicas son sus infamias.
¿Quién habrá que las ignore?
¿Qué aguarda más
desengaños
quien
de su boca los oye?)
ISABEL: En la
memoria prevengo
recuerdos que me provoquen
en mi
pena a mi venganza
a
terribles confusiones.
[Vase doña ISABEL] y sale don CARLOS
CARLOS: Irme
quiero antes que pueda
verme, porque son rigores
no sufribles sujetarme
a que con fingidas voces
para el
agravio me aduerma;
pero si
de mis pasiones
conozco
que arrepentido
han de llamar ilusiones
los que desengaños son,
mejores resoluciones.
Es hallarla porque vea
que esta ocasión me
dispone
a
aborrecer su flaqueza
oyendo
sus sinrazones.
Vase don CARLOS.
Sale ISABEL con una daga y FENISA
con luz, y déjala en el bufete
ISABEL: O no
es verdad lo que han dicho
o lo
que escuché no es cierto,
o me
mienten en el daño,
o yo
amando no lo creo,
o tengo
el alma de bronce,
o tengo
de acero el pecho,
o mi ser está trocado
o mis
sentido no tengo
pues en
desdicha tan grande
pues en
tan triste suceso,
pues en
tanta desventura
mis
pesares no me han muerto.
¿Muerto
el dueño de mi alma
y yo
con alma en el cuerpo?
¿Él sin
ser y yo con vida?
¿Él
difunto y yo viviendo?
¿Él ya
cadáver helado,
yo con
brío y movimiento?
¿Yo con
mis acciones propias,
él de
las suyas ajeno?
¡No es posible, no es posible!
Que soy la que fui en un
tiempo,
el
centro de sus cuidados,
y de
sus gustos el centro.
Yo soy
aquélla en quién vio
ya
adornado, ya queriendo,
gustosa, alegre y afable,
ser de
su amor el espejo.
Otra
soy, pues este susto,
esta
pena, este tormento,
este
dolor y pesar,
no
causan en mi su efecto.
Sin
potencias vivo ya,
falta
del entendimiento,
y ajena
de voluntad.
La
memoria no poseo,
el
justo dolor resisto,
en la
pasión no padezco,
en la
pena no desmayo,
y en el
ansia no me muero.
Bajen
de la esfera cuarta
esos
zafiros rompiendo,
rayo
ardiente que fulmine
y sea castigo fiero
de un
pecho de bronce duro,
de un
risco que cubre el hielo,
de una
sierra en nieve helada,
y
consuma con su fuego
mármol,
bronce, peña, risco,
y alma vestida de acero
que a
prueba de tantas penas
rebelde
está resistiendo.
FENISA: Di,
señora, ¿dónde vas?
ISABEL: A
vengar mi armado dueño;
aguarda, Fenisa, fuera.
FENISA: ¿Qué
tienes que no te entiendo?
ISABEL: Presto
lo sabrás, Fenisa,
quédate, que voy muriendo.
[Vase doña ISABEL] y sale don CARLOS
CARLOS: Este
retrete a ser viene
donde
el cobarde se esconde,
que el amor para mi agravio
a ser
dichoso dispone
para
averiguar mis celos
le
llamaré en bajas voces.
Podrá
ser que me descubra
engañando sus traiciones.
Mas
cielos, si yo lo he visto
y
evidentes presunciones
me lo
advierten, no es bajeza
hacer
averiguaciones;
que el
valor desacreditan
y el
crédito descomponen.
No pude
hallar a Isabel
aunque
la seguí. Se esconde
en el
cuarto de su padre
por ver
cuando se recoge.
Quiero
llamar a su amante.
Caballero, ya la noche
da
lugar a que gocéis
con
quietud de mis favores.
Salid.
Llega al paño
ÍÑIGO:
Piedades tan grandes
los cielos os galardonen;
mas, ¡cielos! ¿Qué es lo que veo?
Este prodigio
me asombre.
CARLOS: No es
don Íñigo el que miro;
pues
¿qué aguardan mis rigores?
¡Qué
con su muerte no vengo
los dos
agravios mayores
de la
opinión y del gusto!
ÍÑIGO: El
discurso desconoce
lo
mismo que está mirando
lleno
estoy de admiraciones.
¿Qué es
lo que pasa por mí?
CARLOS: Con
sangre aleve se borre
mi
infamia.
Sacan las espadas
ÍÑIGO: ¡Válgame el cielo!
Sale ISABEL
ISABEL: Pues mi
inocencia conoce,
Carlos
aguarda sin duda.
¿Quién
vio tales confusiones?
¿No fue
don Carlos el muerto?
Bien lo advierten sus acciones
animadas y crüeles.
Mas bien es que el daño
estorbe.
Tened,
os ruego, el acero
si
pueden en pechos nobles
los
ruegos de una mujer.
CARLOS: ¿Tú a
defenderle te pones?
ISABEL: ¿Por
qué no si no te ofende?
¡Padre,
señor!
Dentro
DIEGO: ¿Quién da voces
dentro
de mi casa misma?
Salen
don DIEGO y doña INÉS y todos
INÉS: Don Íñigo y Carlos. Cobre
respiraciones la
vida
si aquí
los dos los componen.
CARLOS: [.....................]
En mí, mis obligaciones.
Flaquezas en vuestra
hija,
que en
su cuarto oculta un hombre
me ha
obligado a lo que veis.
ISABEL: ¿Hubo desdichas mayores?
DIEGO: Como eso fuera verdad,
yo mismo con este estoque
le
quitara cien mil vidas
que tuviera.
INÉS:
En mis temores
perdida
me vengo a ver.
¡Ah,
falsa amiga!
ÍÑIGO: Si me oyes,
noble don Carlos, sabrás
extrañas admiraciones
que volviendo por su honor
me
disculpen y la abonen.
DIEGO: Di,
pues.
ISABEL:
Si es que mis congojas
me
dejan formar razones;
pues no
prevengo ningunas
que en
el pecho no se oyen.
Sabréis
de mí lo que pasa
pues es
mucho más conforme
que a
quien le imputan delitos
publique satisfacciones.
Escucha, Inés, lo que dicen
ya que
los cielos me ponen
en la
mano la ocasión.
INÉS:
Escucharé sus traiciones.
[ISABEL]: Que
dos años galante me ha servido
don
Carlos has sabido,
hasta
que, más que amante receloso,
no quiso ser mi esposo,
quedando arrepentido al mismo instante
quien
antes blasonó de fino amante.
Vamos,
agora, pues, a lo presente
si
decirlo consiente
la
pasión que me ahoga;
que
donde penas hay, no falta soga.
Derramóse la noche
o todo
en sombras se vistió su coche
[brotando], a pesar de ellas
el
cielo, tachonándose de estrellas,
cuando a solas ordena
ser
dueño en toda, yo solo mi pena
viendo
un padre, que fiero y riguroso
quiere
que admita sin mi gusto esposo,
un
esposo que bárbaro te esfuerza
a que le quiera bien mi amor por fuerza.
Y un
enemigo, que se ofende amante
de
verme en tantos riesgos tan constante,
llena
de dudas en mi cuadra estaba.
No
quiero referir lo que penaba,
aunque mi amor abona
que no
siendo creída, que corona
adquiere mi firmeza,
y tarde
ha de llegar siendo fineza.
En fin,
mi tierno pecho,
aunque empleado bien, mal satisfecho,
sentía los rigores
de los desdenes que esperé
favores
dando entre sus enojos
facultades de niños a los ojos
cuyos raudales en
corriente loca
huyen
jurisdicciones de la boca,
temiendo que los beba
para
ser otra vez corriente nueva;
que
como moradores son de casa
y saben
bien lo que allá dentro pasa
otra
vez no quisieron verse dentro
y así
fueron huyendo de su centro.
Sin luz
estaba, porque no sufría
mi
pasión aun con luces compañía;
que
como dura para darme pena
yo para
padecer que viva ordena.
Jamás le satisface
que
tenga señas de quién muerto yace
cuando
lleno de horrores
sierpe
de sangre, esfera de rigores,
un
hombre a mí se llega
que,
dando asombros, humildades ruega,
aunque
digo las señas que traía,
no fue
porque le veía
mas
como lo escuchaba,
el alma
en atenciones me informaba.
que
para mis enojos
ven mis
oídos cuando no mis ojos.
Favor me pide --¡ay triste!
¿Cómo mi aliento tal
dolor resiste? --
Y pues yo no estoy muerta
siendo mi pena tal, digo
que cierta
la
opinión recibida
de que tiene poder sobre la vida;
que le
ampare me ruega
cuando
alientos vitales él me niega.
Dice
que miedo tiene
de la
justicia, y que huyendo viene
dejando
en la campaña
muerto a don Carlos. Mira tú qué hazaña
para
ser aplaudida
de
quien diera la vida por su vida.
Quedé a
su voz tan llena de desmayos
que con
poder de rayos
ofenderme
querían;
pero
aunque lo intentaban no podían
por ser
para mi pena tan cierta
que
antes que la escuchara estaba muerta;
y si
ellos me dejaron
fue
porque resistencia en mí no hallaron.
Ciega,
turbada, loca
quise
hacerle pedazos con la boca
pero
temí --juzgándome sin manos --
ver mis
intentos vanos;
y
porque no se fuera
sin que
lograra mi esperanza fiera,
piadosa
le aseguro.
En este
cuarto le escondí, y procuro
con
este acero fuerte
para
vengar su vida, darle muerte
cuando
con pasos lentos
como astuto ladrón --¡oh, qué portentos! --
hacia
mí se acercaba
Carlos,
que como muerto le lloraba
pudo el
dolor del verle de repente
ocasionar que intente
esconderse mi vida de mi vida
de sí
olvidada, un rato suspendida,
tanto
que aunque me advierte
su
despojo la muerte
cuidadosa su vida en mi buscaba
y como
no le hallaba
perdía
su deseo
la
esperanza de verme su trofeo.
Ya en
mí restituída
a los
dos vi reñir. Temí la vida
de
Carlos, porque siempre es más temido
el
riesgo del sujeto que es querido.
Don Íñigo me ha puesto en este estado.
Esto,
don Carlos, causa tu cuidado.
Si no
está satisfecha
de mi
honesta verdad vuestra sospecha
vuestro
castigo espero.
Fulminad contra mí rayos de acero;
que
estando tú de mi verdad medroso
de mi
honor y mi bien escrupuloso,
en nada
me aseguran mis recelos
pues
nunca faltan donde empiezan celos.
DIEGO:
Señor don Carlos, mirad
si
acaso estás satisfecho.
Para
todo tengo pecho.
Apuremos la verdad.
Si
es que culpada la halláis,
yo
mismo con este acero
tengo
de ser el primero
a quien
matarla veáis.
Pues
aunque el dolor me aflija
por mi
honor para que os cuadre,
soy más
hijo de mi padre
que no
padre de mi hija.
Pero
si honesta y honrada
desmiente vuestros recelos,
derramad injustos celos
y
estimad quién os agrada.
Pues
también es bien que os cuadre,
cuando
templanza corrijo,
si de
mi padre soy hijo,
que de
mi hija soy padre.
CARLOS: Sólo
responderos puedo
que en
extremo estoy corrido
de ver
que en mí haya tenido
lugar
tan injusto miedo.
Y
así el alma satisfecha
desmiente las ilusiones;
que a
tantas satisfacciones
se
sujeta mi sospecha
previniéndote corona
entre
matronas severas.
ISABEL: Quien
querer supo de veras
con
facilidad perdona.
CARDILLO: El
grado no satisfago
de
bachiller si no digo
que a
don Alonso tu amigo
le
dieron carta de pago.
CARLOS: ¿Don
Alonso el muerto fue?
Decretos del cielo han sido.
ÍÑIGO: ¿A
quién tal ha sucedido?
¡Que yo
a mi amigo maté!
CARDILLO:
(Quiero callar, que yo fui
Aparte
causa
de darle la muerte,
y pues
lo quiso su suerte,
quédese
el secreto en mí).
CARLOS:
Señor don Íñigo, dad
a Inés
la mano, que quiero
que la
furia del acero
sea
deuda y amistad.
ÍÑIGO: Y
con merecerla gano
los
intereses mayores.
INÉS: Yo
agradezco a mis temores
darme
bien tan soberano.
CARDILLO: Ven,
Fenisa; serás mía.
FENISA: No, que
me quiero gozar
sin
llegarme a cautivar.
CARDILLO:
¿Llévote yo a Berbería?
Mas
nuestra boda deshecha,
¿qué
fin alegre tendrá?
CARLOS: Buen
fin, si es que gusto os da
lo que
puede una sospecha.
FIN DE LA
COMEDIA