ACTO SEGUNDO
Salen don ÁLVARO y LINTERNA
LINTERNA: Gracias
a Dios que te veo
volver a
la corte ya.
ÁLVARO: ¿Qué hay
de nuevo por acá?
LINTERNA: Hay un
general deseo
de
verte en los corazones.
Lo que pasa, Alá saber.
ÁLVARO: Si
máscaras suelen ser
lisonjas y
adulaciones
que nos
cubren el semblante,
¿quién
verá lo verdadero?
LINTERNA: No quedará
caballero
que no
salga de portante
a recibirte, por verte
de su rey
favorecido.
De él se
cuenta que ha sentido
más tu
ausencia que la muerte
de la
reina.
ÁLVARO:
Calla, necio.
Sentimientos y cuidados
de los reyes son sagrados,
de tal deidad, de tal precio,
que no los ha de juzgar
la plebe,
ni discurrir
sobre el
obrar y sentir
de su
rey. En lo vulgar
te
pregunto, ¿qué hay de nuevo?
Deja
aparte lo sagrado.
LINTERNA: Si de eso
me has preguntado,
poca
estimación te debo.
Sabe
que tienes de hallar
monstruos
que en la corte espantan.
Yo vi
músicos que cantan
sin
hacerse de rogar;
yo vi
sana a una ramera,
yo vi
celoso un marido,
un culto
que se ha entendido
y un calvo
sin cabellera;
una
vieja sin gruñir
y sin
fingirnos cuidado,
y una moza
que ha hablado
tres
palabras sin pedir.
ÁLVARO: Ya
disparatas, no espero
que tu
gusto me entretenga.
LINTERNA: Juan de
Silva viene.
ÁLVARO:
Venga,
que es
honrado caballero.
Sale SILVA
SILVA: Déle,
señor, vueselencia
a éste, su
hechura, los pies.
ÁLVARO: Juan de
Silva, amigo, ¿qué es
"excelencia"?
SILVA:
Es diferencia
que inventó la cortesía
para que
entre los señores
se
conozcan los mayores.
ÁLVARO: ¿No
bastaba "señoría"?
SILVA: Ya así
a los grandes se dice.
ÁLVARO: Acepto el
tratarme así,
como no
comience en mí,
que un
privado es infelice
con el
pueblo cuanto suele
ser
dichoso con su rey.
Sin el
freno de la ley
le
murmuran, aunque vele
sobre
sus mismas acciones
y se
ajuste a la razón.
En mí
llaman ambición
el recibir
galardones
de las
manos liberales
de mi rey;
pero, ¡paciencia!
SILVA: ¿Y cómo
está vueselencia
detenido
aquí en Cigales?
ÁLVARO: Hasta
ver segundo aviso
de su
majestad, a quien
mi llegada
escribí.
SILVA:
Bien
su
prudencia estimó y quiso
su
majestad.
LINTERNA: Por la arena
corriendo
aprisa aunque suden,
mientras
sienten miel, acuden
zánganos a
la colmena.
Cuando
al destierro saliste
eras
colmena vacía,
poca gente
nos seguía;
pero agora
que volviste
a la
corte y al amor
del rey,
te van aplaudiendo.
Vélos,
señor, conociendo;
vélos
marcando, señor.
Salen ROBLES y VIVERO
VIVERO: Vueselencia
dé los pies
a sus crïados.
ROBLES: Y sea
bien venido, pues desea
Castilla,
por su interés,
esta
dichosa venida
con que a
mí el vivir me dais.
ÁLVARO: Como vos la deseáis
sea,
Hernando, vuestra vida.
ROBLES: Sí,
señor.
ÁLVARO:
(Sí, lo sería Aparte
si yo
vengativo fuera).
ROBLES: La corte
alegre os espera,
y hoy
miramos alegría
en el semblante severo
del
rey. Plebeyos y nobles
aclamándoos están.
ÁLVARO:
Robles.
ROBLES: ¿Señor?
ÁLVARO:
Preguntaros quiero
Saca un papel
si esta
letra conocéis.
(La cólera
y la razón Aparte
nunca
sufren dilación).
Ni os
turbéis, ni la neguéis.
ROBLES:
Confieso que la escribí,
pero,
señor...
LINTERNA:
¡Qué no hay "pero!"
Vos sois
lindo majadero.
ÁLVARO: Y yo aquel
villano fui
que la
serpiente abrigó;
que muerda
no es maravilla.
ROBLES: Los señores de Castilla,
sin tener la culpa yo...
ÁLVARO: Bueno
está, no deis disculpas,
que ya sé
que en vuestra casa
dos juntas
hizo la envidia
de mis
émulos. ¿Qué causa
os he dado
para ser
escritor
de las palabras
que este
memorial contiene,
mentirosas y villanas?
¿Por
haceros bien y honraros
merezco
vuestra desgracia?
Una de
dos: o tenéis
de
confesar que vuestra alma
es ingrata y sois traidor,
o que merezco la infamia
de este
papel; porque vos,
siendo una
persona baja,
no habéis
merecido nunca
las
mercedes soberanas
de mi rey,
y me castigan
por haber
sido la causa.
Que escriben los naturales
admirables alabanzas
de brutos agradecidos,
y el hombre, imagen sagrada
de Dios,
apenas lo sea.
Que de las
azules garras
de una
serpiente librase
a un águila hermosa y parda
un piadoso
labrador,
que a
coger las ondas claras
llegó de
una fuentecilla,
y luego al
beber el agua,
el águila,
agradecida,
le derribó
con las alas
el vaso,
porque el veneno,
que el
labrador ignoraba
y vomitó
la serpiente
sobre la
líquida plata,
no le
matase. Que un hombre,
en los
desiertos de Arabia,
sacase una
aguda espina
a un león
cuando bramaba
estremeciendo los montes
y
derribando las palmas
de dolor,
y que después,
saliendo
este hombre a la plaza
de Roma,
echado a las fieras,
aquella
bestia inhumana
reconoció
agradecida
al
bienhechor, y a sus plantas
se postró,
siendo muda:
"Aquí
mis dientes no matan
al que la
salud me ha dado;
su defensa
soy y guarda."
¡Qué
confusión! ¡Qué vergüenza
de los
hombres! ¿Qué pensabas
cuando
estas letras hacías,
menos que
fiera, si agravias
con villana ingratitud
la
naturaleza humana,
pues el
águila y león
te enseñan y te aventajan?
¡Vive Dios!, que a tal
traición
no hay
condición recatada,
no hay
prudencia, no hay paciencia,
todo es
ira, todo es rabia.
Pudiera
darte la muerte
el acero
de esta daga,
mas quiero
que sepa el mundo
que mi
razón no te mata
porque me
hiciste una vez
un gusto, y así mi alma
quiere ser
agradecida,
no
acudiendo a la venganza
por darte
ejemplo con esto;
que las
piadosas entrañas
del hombre
noble perdonan,
por
un servicio, mil faltas,
y es mejor
agradecer
el corto
bien que se alcanza
que vengar
muchas injurias,
que uno da
honor y otro agravia.
Acuérdome
que dijiste:
"Muera en prisión triste y larga
quien no
fuere agradecido."
Persígante
tus palabras;
vete en
paz; sigue tu estrella.
Tú,
Vivero, en esta causa
toma
ejemplo y escarmienta;
y si mi
piedad te engaña,
advierte
que no está siempre
nuestra
cólera enfrenada,
que
algunas veces se suelta
y la
paciencia nos falta.
LINTERNA: Señor, el rey de Castilla,
de León y las montañas,
de Toledo y de Sevilla,
el príncipe de Vizcaya,
el hijo de
don Enrique,
el
soberano monarca,
el nieto
del rey don Juan,
el primero
hombre de España...
ÁLVARO: ¿Qué
dices, bestia?
LINTERNA:
Que viene,
si mis
antojos no engañan.
Suya es
aquella carroza;
ya llega
cerca, ya para,
ya
levantan el estribo,
ya sale
fuera, ya aguarda
que a sus pies llegues. Camina,
que tu
dicha te acompaña.
Sale el REY, de camino y acompañamiento
REY: Álvaro,
amigo.
ÁLVARO:
¿Señor?
¿La corona
castellana,
el blasón
de Europa sale
de su trono y de las aras
de su
deidad, y recibe
con honras
extraordinarias
sus
hechuras?
REY:
Condestable,
en mi
edad, si bien no larga,
nunca tuve
mejor día.
¡Oh, cuánto ver deseaba
tal
amigo! ¿Cómo vienes?
ÁLVARO: Alegre,
como quien halla
tantas
honras y mercedes
y rey que
un amor me paga
tan
inmenso y tan profundo,
que la luz
hermosa y clara
era sombra
de la muerte
en su
ausencia. En las bizarras
manchas
del cielo y estrellas
sólo de
noche miraba
con
memoria de mi rey.
La corona
de Arïadna,
entre los
confuso sueños,
como no
está ociosa el alma,
me
representaba especies
de algunas
cosas pasadas
entre los
dos; y si acaso,
entre
horrores y fantasmas,
se turbaba
el sueño, todo
era ver águilas pardas
y leones, por ser reyes
de los brutos. Y aun hallaba
basiliscos, animales
que reyes
pequeños llaman,
porque
traen una corona
de reyes, verdes y blancas.
Si a divertir mis pesares
salí a las
verdes campañas,
sólo el
hermoso granado
los ojos
me conquistaba;
porque
entre ramos de murta,
y entre las flores de nácar,
como un monarca del
campo
da su
fruta coronada.
REY: Yo, amigo,
podré decirte
que la
luna contemplaba
muchas
veces cuando hermosa
hurta al
sol rayos de plata,
por ser tu
nombre, y decía:
"Si
yo soy el sol de España
y he de
iluminar mi luna,
¿qué mar,
qué tierra pesada
se ha
puesto en medio y no deja
que
penetre esferas altas
mi luz hiriendo y dorando
de
rosicleres su cara?"
Sosegué al
fin el eclipse
que la
envidia te causaba.
Llaméte,
viniste y yo,
viviendo
en tristeza tanta,
salgo a
alegrarme, y te doy
con obras,
no con palabras,
la
bienvenida. Eres duque
de
Escalona y de Rïaza.
ÁLVARO: Y esclavo
del rey don Juan.
REY: ¿Quién es
el que te acompaña?
ÁLVARO: Juan de
Silva, un caballero
que por
sus partes gallardas
estimo.
REY: Y
aquel traidor,
este
ingrato en cuya casa,
que ya lo
supe, se hizo
la
conjuración pasada
contra ti,
¿se atreve agora
a vernos? Ya tengo causas
para
derribarle. En éste
el castigo
no es venganza.
Sea mi
alférez mayor
Juan de
Silva, y porque haga
luego
algún servicio, prenda
a Hernando
de Robles.
SILVA:
Gracias
de tan
gran merced te dé,
César
español, tu fama...
ROBLES: Señor, ¿en
qué te he ofendido?
REY: En muchas cosas. ¿No basta
comunicar con naciones
a mi
corona contrarias?
¡La
hacienda le secrestad!
LINTERNA: La Fortunilla
voltaria
ha dado
patas arriba
con toda
vuestra arrogancia.
Señor Juan
de Silva escuche.
Crïó un
villano en su casa
un cochino
y un jumento.
Al cochino
regalaba
tanto, que
al jumento mismo
daba
envidia, que esta falta
es muy de
asnos. Llegó el día
de San
Martín, y escuchaba
el asno
grandes gruñidos.
Asomóse a
una ventana,
vio al
miserable cochino,
el
cuchillo a la garganta,
que
roncaba sin dormir.
"¿Para aquesto le engordaban?"
dijo el
asno, "Voyme al monte
por leña;
venga mi albarda."
Subiste;
llegó tu día;
roncando
vas tu desgracia;
vuélvome a
mi astrología;
ser mozo
de espuelas basta.
ROBLES: ¡Bárbaro
loco, por vida...!
Vanse ROBLES y SILVA
LINTERNA: Gruñidos
son. No me espantan.
ÁLVARO: Honras me
das infinitas.
REY: Vivero.
VIVERO:
¿Señor, qué mandas?
REY: Mi
camarero sois ya.
VIVERO: Beso tus pies.
REY: Dad las gracias
a don Álvaro; por él
todas mis mercedes pasan;
de él reciben la virtud,
a la
manera del agua.
Con
mercedes y castigos
se han
visto bien gobernadas
las repúblicas.
ÁLVARO: Del orbe
seas singular monarca.
Vanse todos.
Salen CATALINA con una carta y JUANA
CATALINA: El
infante me ordena en esta carta
que a
Trujillo me parta,
villa que el rey nos dio, y quitó a
Villena.
Colérico
me ordena,
sin duda,
esta partida.
Alguna
guerra tienen prevenida
el de
Navarra y él; y el rey mi hermano
tendrá
sosiego en vano
en tanto
que mis primos
en
Castilla estuvieren. Bien lo vimos
en el año
pasado,
que con
estar conmigo desposado,
a Castilla
turbó paz y sosiego
don
Enrique, aunque luego
se redujo
a la paz.
JUANA:
¿Qué causa puede
mover a
los infantes
y a los
grandes que siguen su partido
agora a
nuevas guerras en Castilla?
CATALINA: Sólo ver
que concede
tanta mano como antes
a don
Álvaro el rey.
JUANA:
¿Siempre no ha sido
lo
mismo? ¿Es novedad, es maravilla
que quiera
bien un rey a algún crïado?
¿Quién no tuvo privado?
En príncipes y reyes
cuantos al mundo dieron justas
leyes,
así en sacras historias
como en profanas, ven nuestras
memorias
ejemplos tan frecuentes
que son comunes ya a todas las
gentes.
¿No ha de tener el rey quien
la fatiga
del peso
del reinar le sobrelleve,
quien la
verdad le diga,
con quien
él comunique lo que debe
hacer en las materias más dudosas?
¡Oh, condición humana! ¡Oh, rigurosas
costumbres de los míseros mortales!
Que siempre las envidias son
fatales
al que el rey quiere bien;
nadie repara
cuán
trabajosa y cara
es aquella
privanza
si un hora
breve de placer no alcanza.
CATALINA: Don Álvaro
ha llegado;
quiero dar
cuenta al rey de mi cuidado.
JUANA: Y yo, si
vuestra alteza
ausenta de
palacio su belleza,
licencia
pediré. Muerta María,
la reina,
mi señora, a quien servía,
¿qué he de
hacer?
CATALINA:
Doña Juana,
volveráse
a casar el rey mañana.
JUANA: Vuestra
alteza, señora,
es el
dueño que yo venero agora.
Vase CATALINA.
Salen ÁLVARO y un EMBAJADOR
El
parabién de la venida quiero
dar aquí
al condestable.
Esperaré
que hable
con este
caballero.
ÁLVARO: Digo, señor,
que en esto no habrá duda.
Con Isabel
de Portugal sin falta
el rey se
casará. No lo he tratado
con él,
pero está bien el casamiento
a
Castilla, y así doy la palabra
al maestre
de Abís de que está hecho.
EMBAJADOR: Al maestre
diré que vueselencia
le hace
esta amistad.
JUANA:
(Si no me engaño Aparte
de
casamiento tratan. No me han visto;
quiero
acercarme más).
ÁLVARO:
¿Es Isabela
hermosa?
EMBAJADOR:
Sí, señor, este retrato
lo asegura
fïel.
Dale un retrato
ÁLVARO:
Quedo agradado.
Al maestre
decid que esto está hecho;
la palabra
le doy, y a vos la mano.
Las bodas
no tendrán impedimento;
prevéngase
Isabel mientras yo aviso.
JUANA: (Que
siempre la mujer escuchar quiso Aparte
por su
daño. ¡Ay de mí! (¿Qué estoy sintiendo?)
EMBAJADOR: Esa
respuesta llevo.
Vase el EMBAJADOR
ÁLVARO: Al maestre
de Abís amistad debo.
JUANA: Cuando,
por haber llegado,
veros,
condestable, quiero,
no sé qué
he de dar primero,
si el
parabién de casado
o el de
la vuelta dichosa.
(No siente
mucho pesar Aparte
quien
puede disimular;
turbada
estoy y celosa).
ÁLVARO: Aquí y
ausente también
vuestro
soy y por vos vivo.
La
bienvenida recibo,
mas no
entiendo el parabién.
JUANA: (Todo
lo concede así Aparte
quien
niega lo que escuché.
¡Ay,
falso! ¡Ay, hombre sin fe!
Quiero
volver sobre mí,
encubramos el tormento,
corazón). En Portugal
sé que os
casáis. No hacéis mal,
que es
ilustre el casamiento,
y aun
es Isabel hermosa;
ese
retrato lo diga.
(Desdichada es mi fatiga;
Aparte
vileza es
ser envidiosa.
¡Quién
pudiera no sentir
lo que
miro y lo que escucho,
mas no debe de ser mucho,
pues lo he sabido encubrir!)
ÁLVARO: Este
retrato, señora,
podrá
responder por mí;
para el
rey lo recibí;
su
casamiento es agora
el que
se trata, no el mío.
Isabel de
Portugal
es la
consorte real,
cuyo
rostro, cuyo brío
ha
trasladado el pincel
con tan
valiente destreza,
que dejó a
Naturaleza
con
envidia y celos de él.
Dale el retrato
JUANA: (¿Si me
dirá la verdad? Aparte
Sí, que
mal será traidor
hombre de
tanto valor,
hombre de
tanta piedad.
Agora
en el alma mía
los celos
se han de mostrar;
callarlos
supo el pesar,
y no sabrá
la alegría).
ÁLVARO: Ésa mi
reina ha de ser;
en
Castilla ha de reinar.
JUANA:
Comencémosla a estimar,
reverencia
le he de hacer.
Vengas muy enhorabuena
a los reinos de Castilla,
portuguesa maravilla.
(Todavía
me da pena. Aparte
Teme el
alma todavía,
que como
fue grave el daño,
aunque
vino el desengaño,
de su
salud desconfía).
Vuélvele el retrato
Tomad, condestable.
ÁLVARO: Agora
saber de
vos me conviene.
JUANA: No puede
ser, que el rey viene.
No os
halle aquí.
ÁLVARO:
Adiós, señora.
Vase don ÁLVARO
JUANA: Tanto
es este amor, que muero
con el
susto y el espanto.
Corrida
estoy de amar tanto;
no he de
amar, olvidar quiero.
Mas,
¿cuándo se ha pretendido
olvidar? ¡Qué loco error!
Sin querer viene el amor,
sin querer
venga el olvido.
Sale el REY con un retrato
REY: Juana.
JUANA:
¿Señor? Tu presencia
deseada de
mí está,
que si su
alteza se va,
fuerza es
pedirte licencia
para
irme a Benavente.
REY: ¿Cómo,
Juana, cuando trato,
bien lo
muestra este retrato,
de casarme
brevemente?
¿Irte
de palacio? No;
ya se sabe
cómo estimo
sangre del
conde mi primo.
Siéntase
Presto
tendré dueño yo,
y
presto tú le tendrás,
nuevo sol
y luz de España.
JUANA: (Don
Álvaro no me engaña). Aparte
REY: Aquí,
Juana, lo verás.
Mira
este cielo francés,
a cuyo
divino sol
se pone el
reino español
por tapete
de sus pies.
Resïunda es la francesa
que
vivifica el pincel.
JUANA: (¡Ay de mí! ¡No es Isabel!) Aparte
REY: Ésa es la
lis, flor es ésa
que hoy
elige mi albedrío,
porque
lirios soberanos
a leones
castellanos
con el
aliento den brío.
JUANA:
¿Francesa reina nos das?
REY: Juana, sí;
no es maravilla,
que a
Francia ha dado Castilla
reinas santas.
JUANA: (Ya no más, Aparte
fiero amor, no más
traición,
que mi
rabia y mis enojos
arrojan
hoy por los ojos
pedazos
del corazón.
El
engaño siento más
que la
traición que me ha hecho;
no cabe el
alma en el pecho).
REY: ¿Qué
tienes? ¿Adónde vas?
JUANA: Ese
retrato, señor,
ha
acordado al alma mía
la reina
doña María,
y
enternéceme su amor.
Bien me
quiso, y llanto doy
del alma
sin resistir.
(Si hay mayor
mal que el morir Aparte
a buscar
ese mal voy).
Vase doña JUANA
REY: Aunque
más en hielos arda
por
accidente o valor,
pienso
rendirme al amor
por vos,
francesa gallarda.
A nadie
dije mi intento,
mas ya que
estoy inclinado,
reina sois
de mi cuidado,
reina de
mi pensamiento.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: Solo
está el rey, y un retrato
contempla
con atención;
¿si
tuviese otra intención
cuando de
casarle trato?
Mal
hice en no darle cuenta
primero de
mi deseo.
Empeñada
en esto veo
mi
palabra; mas, ¿qué intenta,
qué
pretende, qué imagina,
sin que yo
lo sepa? Nada.
Según
esto, ni le agrada
el
retrato, ni se inclina.
Sospecho que está dormido.
Acércase al REY
Tanto
pueden los cuidados
en los
ojos desvelados
de un rey
sabio y advertido
que,
como el sueño es ladrón
de la
mitad de la vida,
si ve al
alma prevenida,
suele
embestir a traición
Este
retrato le quito
y le pongo
el de Isabel.
Truécale el retrato
despierte
o no, porque en él
mi negocio
solicito.
Si
reina obligada tengo
a mi maña
y mi cuidado,
podré
vivir descuidado;
hombre es
el rey y prevengo
con
aquesto otra coluna
que la
envidia no derribe,
y en quien
la máquina estribe
de mi
próspera fortuna.
Retírase. Despierte
el REY
REY: Rapto
del sueño veloz
venció mis
ojos. Pintura,
si a vos,
en tanta hermosura,
os falta
sólo la voz,
en el
sueño parecidos
habemos
los dos estado;
que el hombre es hombre pintado
cuando
duermen sus sentidos.
¿Qué es
esto, Amor? ¿Quién se atreve
a volver
sombras oscuras
perfiles de estrellas puras,
líneas de luz y de nieve?
¿Qué occidente o mar
helado,
qué nube
sin arrebol
hurtó de
mi mano el sol
y la
sombra me ha dejado?
¿Qué
envidia, qué amor, qué mal
transformó
con arrogancia
los bellos liros de Francia
en Quinas
de Portugal?
ÁLVARO: (No le
ha parecido bien; Aparte
agora,
agora, Fortuna,
he
menester que en mi luna
tus rayos prósperos den).
Yo fui el mar y el occidente,
yo fui la envidia y la nube
que ese
atrevimiento tuve.
Este sol
resplandeciente
de
Isabel de Portugal,
del
maestre de Abís hija,
quise,
gran señor, que elija
vuestra
majestad real.
Un
abismo es de belleza
que al
tiempo que la formó
a sí misma
se excedió
la Madre Naturaleza.
Compararse a nada debe,
que para
su ejemplo son
las
estrellas un borrón,
sombra el
sol, noche la nieve.
REY: Álvaro,
yo me contento
con mi
elección y me caso
con la luz
en que me abraso
con la vida
en que me aliento.
Belleza
tan sin igual
pasme allá
a Naturaleza,
bástame a
mí una belleza
que
merezca hombre mortal.
Dadme
el retrato.
ÁLVARO:
Señor,
conveniencias de su estado
son las
que siempre han casado
a los reyes, no el amor,
no el gusto, no los
antojos;
que hacer
debe el casamiento
de un gran
rey su entendimiento,
no la
elección de sus ojos.
Con
guerras está Castilla;
Portugal
nos dará gente.
REY: También
Francia, y tan valiente.
Resïunda
es maravilla
de
Europa, y mía ha de ser.
ÁLVARO: Gran
señor, y si yo he dado,
en vuestro
amor confïado,
De rodillas
mi
palabra, ¿qué he de hacer?
REY: ¿Cómo,
don Álvaro, vos
me casáis
a mí sin mí?
Levántase
ÁLVARO: Amor suele
hacer así
una
voluntad de dos.
Confïé,
engañéme, erré;
pero ya me
vuelvo a Aillón
a tomar
satisfacción
de mí
mismo. Allí estaré,
huyendo
vuestra presencia;
pues que
sin palabra estoy,
afrentado
y triste voy.
Mi error
me ha dado licencia.
Hace que se va
REY: Volved
acá. ¿Qué es aquesto?
Condestable, ¿dónde os vais?
ÁLVARO: Donde a un
hombre no veáis
que su fe
y palabra ha puesto
donde
no puede cumplilla.
REY: Álvaro, en
nuestra amistad
no cabe
dificultad.
Reina será
de Castilla
Isabel;
no os enojéis.
¿Otra vez
os desterráis?
Poco, don
Álvaro, amáis,
poco a mí
me agradecéis.
ÁLVARO: Bésoos los pies, gran señor;
vida y honor me estáis dando.
REY:
Condestable, estoy pensando
que, pues
cobré tanto amor
a esta francesa, podría
buscarse
alguna disculpa
para que
no fuese culpa
vuestra
palabra.
ÁLVARO:
¿La mía?
No,
señor, mejor será
que yo
viva desterrado
como un
hombre que ha quebrado
su
palabra. Goce ya
vuestra
majestad, señor,
ese dueño
que desea,
y el mundo
a mí no me vea.
Hace que se va otra vez
REY: Álvaro,
¿tanto rigor?
Volved
acá, por mi vida,
que es ya
mi dueño Isabel;
su retrato
adoro; en él
tendré el
alma divertida.
Y mirad
si satisfago
al amor
que está en mi pecho,
que los treces os han hecho
maestre de Santïago.
Vos
solo seréis caudillo
de mi
ejército, y así
partid,
maestre, de aquí;
ganadme
luego a Trujillo,
que el
infante de Aragón,
desde allí
fortificado,
grandes
huestes ha juntado.
ÁLVARO: Vencerá
vuestra razón.
REY: Más
amor que tenéis muestro.
ÁLVARO: Señor,
¿habláis en el caso
de Isabel?
REY: Sí, que me caso
sin mi
gusto y por el vuestro.
Vase el REY
ÁLVARO: Hoy ve
el curso de mi vida
con esto
fija a mis pies
a la Fortuna, si es
Isabel
agradecida.
Sale doña JUANA
JUANA: Mal
caballero, fementido amante,
desleal y
traidor a la fe mía
más
cándida, más pura, más brillante
que el
rosicler y púrpura del día;
¿en qué
varón magnánimo y constante
su veneno vertió la alevosía?
En ti
sólo, traidor, ¡viven los cielos!,
que éstos agravios son y no son
celos.
Que el rey se casa en
Portugal dijiste,
cuando un
lirio francés miro en su mano;
un retrato
le vi, y otro me diste.
¿Ésta es
acción de noble o de villano?
Mentiste,
condestable, tú mentiste.
No lo
merece Amor, dios soberano,
que del
pecho, a pesar de estos enojos,
se asoma a
los viriles de los ojos.
¡Plega
al cielo, traidor, que derribado,
a fuerza
de la envidia diligente,
del
supremo lugar, del alto estado,
admiración
te llamen de la gente!
Y si envidia causó tu bien pasado,
mayor
lástima dé tu mal presente,
desvanézcase ya sin luz alguna
la pompa y
majestad de tu fortuna;
porque
yo en Benavente retirada,
sangre de
Pimenteles generosa,
de amor,
con escarmientos enseñada,
gozaré
libertad y paz dichosa.
Y pues que
la Fortuna
recatada
infeliz me
formó, no siendo hermosa,
allí, con
mis pesares divertida
contaré
las tragedias de tu vida.
No
siento tus engaños, sólo siento
que mi
imprudente amor se haya atrevido
a salir a
la lengua y el tormento,
que el
silencio le daba, haya rompido.
¡Ah, mal
nacido Amor! Este escarmiento
tu vil
facilidad ha merecido;
¡murieras en el alma y no en los
labios,
sintiendo injurias y
llorando agravios!
ÁLVARO:
Atiende, mi señora, al desengaño
de quien la
sombra de tu luz adora.
En Francia
quiso el rey, que no te engaño,
casarse
antes de verme, pero agora
no quiere
casamiento tan extraño.
A Isabel
quiere ya. Mira, señora,
el retrato
francés que te dio enojos.
JUANA: ¡Ay, Dios,
si esto es verdad!
ÁLVARO: Sí, por tus ojos.
JUANA: ¡Qué
fácil condición tiene quien ama!
Al mar le
compararon los poetas,
con
celos: una vez airado brama,
muriendo y produciendo olas
inquietas.
En globos
de cristales se derrama
que
parecen dïáfanos cometas
y luego en
dulce paz y sin rigores
campos de
estrellas es, cielo de flores.
Pasó la
tempestad de mis enojos;
serenó el
desengaño mi semblante.
Borre en
mi lengua, pues, borre en mis ojos
tantas quejas Amor, de aquí
adelante.
Tributaria de bárbaros
despojos
te mire la Fortuna tan constante
que aun el
tiempo sentirse apenas pueda
en los
vuelcos fatales de su rueda.
Ni
recele, ni sienta tu privanza
golpe
infeliz de mísera caída,
ni se mire
tu luna con mudanza
de los
rayos del sol destitüida;
ni
adquiera en tus desdichas su venganza
la envidia
de los hombres, ni en tu vida
nos dejen experiencia las historias
de lo que pueden las humanas glorias.
Pasmo del mundo tu
fortuna sea.
ÁLVARO: No es eso
lo que yo me he deseado.
JUANA: Pues,
tengas lo que esta alma te desea.
ÁLVARO: Ser
pudiera con eso desdichado.
JUANA: Siempre
Castilla tus hazañas vea.
ÁLVARO: No es ése,
no, favor de enamorado.
Si casado
no dices, y contigo,
tenme por
infeliz.
JUANA:
Pues, eso digo.
Vanse, cada uno por su parte. Tocan cajas.
Salen el
INFANTE
y CRIADOS
INFANTE: Sienta
Castilla bizarra,
solamente
en su opinión,
las banderas de Aragón
y las cajas de Navarra.
Plaza de armas ha de
ser
Trujillo
de nuestra gente;
desde aquí, osada y valiente,
a Castilla
ha de ofender.
Aprisa
marcha mi hermano,
y estando
juntos los dos,
pienso
domar, ¡vive Dios!,
el orgullo
castellano.
La
intención he de vengar
que de mi
muerte han tenido.
CRIADO: Al
condestable has debido
la vida.
INFANTE:
Pues libertar
pienso
al rey de su poder;
no ha de
gobernar todo.
CRIADO: Advierte que de ese modo
ingrato
vienes a ser.
El te
casó con la Infanta;
la vida
después te dio.
INFANTE: Ya su
poder me cansó;
esto es
mundo, ¿qué te espanta?
Salen un ALCALDE en lo alto y un SOLDADO
ALCALDE: Sepa,
señor, vuestra alteza,
que está a
peligro la villa;
que la
gente de Castilla
viene
ya. Esta fortaleza
no
teme, porque ha de estar
por el
nombre y opinión
de Navarra
y de Aragón;
no la
puede conquistar
el
castellano trofeo,
que es al
fin inexpugnable.
INFANTE: Si ha
venido el condestable
con el
ejército...
ALCALDE: Creo,
según
dicen las espías,
que el
conde de Benavente
gobierna
agora la gente.
INFANTE: En efecto,
desconfías.
Mis fuerzas son desiguales,
alcalde, ¿qué me aconsejas?
ALCALDE: Señor, si
la villa dejas,
quemado
los arrabales,
y a
Albuquerque pasas, pienso
que es
medio más acertado.
INFANTE: Como
aragonés honrado
mostrarás
valor inmenso
defendiendo ese castillo;
porque yo,
con tu consejo,
a
Albuquerque marcho, y dejo
desmantelado a Trujillo.
ALCALDE: Moriré,
señor, por vos.
INFANTE: ¿Sois
leal?
ALCALDE:
Tuyo seré.
INFANTE: Freno con
esto pondré
a
Castilla. Adiós.
ALCALDE:
Adiós.
INFANTE: Marche
el ejército luego,
y al pasar
muéstrase rayo,
que de
esta suerte me ensayo
por vencer a sangre y fuego.
Tocan cajas y vase el INFANTE
ALCALDE: La
gente que el rey previno
para ir a
Granada es ésa
que
marchando ves apriesa.
Contra los
infantes vino
como
saben su intención.
SOLDADO: Cosa es
injusta mirar
en
Castilla tremolar
las
banderas de Aragón.
ALCALDE: Grandes
los han alentado.
SOLDADO: Quizá
envidiosos están.
ALCALDE: Sin duda
es el capitán
el que a
la posta ha llegado
al ejército.
¿No ves
que le
abaten las banderas
y en ordenadas hileras
le reciben?
SOLDADO:
Pienso que es
don
Álvaro el general.
ALCALDE: Al ánimo y
la fortuna
de don
Álvaro de Luna
seré
invencible y leal.
Vanse
y tocan cajas a marchar, y salen don
ÁLVARO, el CONDE
de Benavente, soldados y LINTERNA
ÁLVARO: Decir
podré, castellano
invencibles
y valientes,
que por el
viento he venido;
porque no
dudo que fuesen
hijos del
viento nacidos
en las
riberas del Betis
los caballos que he traído.
El conde de Benavente
bien mis
ausencias suplía;
mandóme el
rey que viniese
y a
Trujillo le ganase.
CONDE: Llana está
la villa. El fuerte,
inexpugnable castillo,
dificultoso parece
de
ganar. Aprisa marcha
de don
Enrique la gente;
¿seguirémosla?
ÁLVARO:
No, conde.
El rey a
Trujillo quiere;
démosle a
Trujillo.
LINTERNA:
Demos.
ÁLVARO: ¿Demos
dices? Acomete.
¡Ea,
escalar el castillo!
LINTERNA: Atrévase
quien se atreve,
teniendo
cara y espaldas
a ser
siempre maldiciente.
Atrévase
cierto novio
que vi en
el tálamo un viernes
tan
animoso y osado
que,
pasando de diez sietes
la edad de
la novia, y siendo
su
hermosura sólo un diente
y dos ojos
que vertían
uno arrope
y otro aceite,
zurda y
calva, el dicho novio
risueño
estaba y alegre.
Si Dios
quisiera que el hombre
vaya a la
guerra y pelee,
naciera
armado del modo
que el
león nace y la sierpe,
pero si nace desnudo,
¿no está
claro que Dios quiere
que guarde
bien su pellejo?
ÁLVARO: Pues al
principio, ¿quién teme?
LINTERNA: ¡Cuerpo de
Dios! Al principio
se nos va
entrando la muerte
por un
dolor de cabeza.
Al
principio el mar es leche;
al
principio del diluvio
estaban
todos alegres
viendo
llover y decían,
"¡Qué
buen año ha de ser éste!"
Acometen las tortugas
que atrás y adelante tienen
dos rodelas que las guardan,
dos conchas que las defienden.
Acometen los poetas
de comedias, pues se atreven
contra los silbos humanos
de mosqueteras serpientes.
ÁLVARO: ¿Sois
cobarde?
LINTERNA:
Soy discreto.
ÁLVARO: Su
condición me entretiene.
¡Ah, del
castillo!
ALCALDE:
¿Quién llama?
ÁLVARO: Llama,
alcalde, quien pretende
vuestro
honor y vuestro aumento.
El rey de
Castilla quiere
que le
entreguéis su castillo.
ALCALDE: No se gana
de esa suerte
honor,
como vos decís.
Haga el
rey que a mí me suelten
los infantes de Aragón
el homenaje.
ÁLVARO:
¿Quién puede
en tierras
del rey don Juan
tener
castillos?
ALCALDE:
Quien suele
darle
guerreras y ser su igual.
ÁLVARO: No te
respondo que mientes,
villano,
por no impedir
la facción
que se pretende.
Retírase,
vueselencia;
retiraos
todos, y queden
algunos en
esa ermita.
Retíranse adentro
Sólo
quiero hablarte. Déme
su
salvaguardia el castillo.
ALCALDE: Sube,
pues, que ya le tienes.
Agria es
la cuesta, y quien solo
a esta
fortaleza viene
no puede
engañarnos.
ÁLVARO:
Yo,
señor
alcalde, fui siempre
vuestro
aficionado, y pues
el rey
manda que le entreguen
su
castillo, a cargo mío
han de
quedar las mercedes.
Salid acá
y hablaremos
en este
repecho verde
con que
este cerco, esta basa
del
castillo se guarnece.
ALCALDE: Señor
condestable, hablemos,
mas no
podéis convencerme
a que yo entregue el castillo.
ÁLVARO: Si los
infantes no deben
resistir
al rey, ¿por qué
se resiste
y se defiende
un
alcalde?
ALCALDE:
Porque he sido
noble como
vos.
ÁLVARO: No siempre
es nobleza ser constante,
porque hay constancias aleves.
ALCALDE: Entregad a
Enrique vos
el
castillo de Albuquerque.
ÁLVARO: Lo que no
debo ni puedo
me pedís.
ALCALDE: Mi dicho es ése.
ÁLVARO: Vos
debéis, si sois leal,
entregarlo.
ALCALDE:
¿Quién me excede
en lealtad
así? Ninguno.
ÁLVARO: Ya no
puedo más, reviente
mi
impaciencia. ¿Tú, alcaidillo,
tú,
hombrecillo, le defiendes
con valor
del rey don Juan?
¡Vive
Dios!, que infame muerte
has de
llevar. En el valle
rodando has de ir.
Abrázase
con él y ruedan abajo
ALCALDE: ¡Socorredme,
los del
castillo!
SOLDADO:
¡Quién basta
contra el
ánimo valiente
del
condestable?
ÁLVARO:
¡Ah, soldados!
Salen todos
CONDE: ¡Muera!
ÁLVARO: No muera, prendedle.
Da el
anillo del infante
para que
el castillo entreguen,
o morirás.
ALCALDE:
Veslo aquí.
ÁLVARO: Suban las
banderas; trepen
ese cerro
los soldados,
y en las
almenas del fuerte
las
tremolen.
LINTERNA:
Bien rodáis;
sólo
cierto amigo puede
rodar
mejor con dos bolas.
CONDE: El rey
llega; a tiempo viene
quien
gozará la victoria.
Sale el REY
REY: Un nuevo
soldado tienes,
maestre de
Santïago.
Vivir no
puedo sin verte.
Tu sombra
soy y te sigo.
ÁLVARO: Señor, el
cielo prospere
tu
persona. Ya es Trujillo
tuyo otra vez.
REY:
A Albuquerque
pasaremos
a esperar
allí que
la reina llegue.
Por ti y
por ella he venido.
Álvaro,
llamarte puedes
duque de
Trujillo. Tuyo
ha de ser,
pues lo defiendes.
ÁLVARO: Mirad,
señor, que la envidia
vive entre
tantas mercedes.
No más,
señor, ¡vive Dios!,
que esta
merced me entristece.
REY: Prosigamos
la victoria.
Haced que
marchen, maestre,
marqués de
Villena.
LINTERNA:
¡Dale!
Tropieza ÁLVARO.
Vale a besar los pies y cae sobre
ellos
ÁLVARO: Beso tus
pies. Que tropiece
hizo el
peso de tus honras.
Detente,
dicha, detente.
Fortuna,
no quiero más.
A los pies
del rey me tienes.
Tocan cajas
FIN DEL ACTO SEGUNDO