ACTO PRIMERO
Sale don ÁLVARO tras PEDRO con su báculo, y don
FERNANDO
ÁLVARO: ¡Vive Dios, que has de morir
a mis manos!
PEDRO: ¡Hoy me abrasa
el furor! Has de advertir
que ya mi obediencia pasa
los
términos del sufrir.
Si
tienes de padre el celo,
mira que
no hay en el suelo
a quien
agravios consienta,
y te
escribiré en la cuenta
de las
venganzas del duelo.
Palos
la muerte vengó
y estoy
por matarte aquí,
porque
quien mi afrenta vio
dirá que
los recibí,
pero no
quien me los dio.
FERNANDO: Padre,
el enojo suspende.
Hermano,
si nunca ofende
un padre
cuando castiga,
¿qué loca
furia te obliga?
PEDRO: Es la que
mi honor defiende.
Tan
bárbaro enojo y rabia
no es de
padre, y siempre entienda
su
experiencia poca sabia,
que con
palabras enmienda
y con las
obras agravia.
A sólo
reprehender
llega de
un padre el poder;
y pues le
viene a faltar
fuerza
para castigar,
castiga
para ofender.
FERNANDO: No han
sido ésos los intentos
de nuestro
padre.
PEDRO:
¡Es en vano
templar
mis atrevimientos!
ÁLVARO: En tus
palabras, villano,
conozco
tus pensamientos.
Descompuesto y atrevido
te
muestras de mí ofendido,
y por
agravios te quejas
de tu
padre; pues, ¿qué dejas
para un
hombre mal nacido?
Por
malos pasos que lleve
un hombre
o un demonio igual,
por más insultos que pruebe,
en siendo
hombre principal
jamás al
padre se atreve;
que
cuando al mundo destruya
con las
maldades que emprende
y sanos
consejos huya,
viendo al
padre le suspende
la sangre
que tiene suya.
Aunque
ya decir podría
que es la
que tu pecho cría;
pues a no
estimarse empiezas,
tan
mezclada en tus bajezas
que no
conoce la mía.
Tú eres noble; tú naciste
con obligaciones tantas
en Madrid. ¿Dónde aprendiste
bajezas
que al mundo espantas
con
escándalos que diste?
¿Faltan
a tu rey fronteras
donde le
sirvas? ¿Qué esperas,
valiente,
en tu misma calle...
FERNANDO: Deja,
señor, de afrentalle.
ÁLVARO: ...a
sombra de las banderas
del
gran Filipo? ¡Y por él
debe el
vasallo fïel
morir! Haz del pecho alarde.
Pero en la
guerra es cobarde
quien en
la paz es crüel.
Por mi
vergüenza me aflijo,
pues oigo,
aunque te corrijo,
sin que mi
disculpa cuadre,
que por
pecados del padre
suele salir malo un hijo.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: Un
alguacil viene a hablarte.
Mira que
viene a buscarte
la
justicia.
PEDRO: ¿Cuántos son?
TRIGUEROS: Ochenta.
PEDRO:
¡Linda ocasión!
FERNANDO: ¿Qué? ¿Ansí quieras despeñarte,
hermano?
ÁLVARO:
Advierte el amor
de padre,
pues que procuro,
en medio
de mi rigor,
tu bien.
PEDRO:
Por mí estoy seguro;
nada me causa temor.
TRIGUEROS: ¿Hay
semejante inocencia?
FERNANDO: A la
justicia es prudente
quien la
huye.
PEDRO:
¿Yo prudencia,
cuando sé
que no hay valiente
sin alguna
resistencia?
FERNANDO:
Hermano...
PEDRO:
No te alborotes.
ÁLVARO: Tu daño en
vano resisto.
TRIGUEROS: Señor, seamos Lanzarotes.
PEDRO: Yo he de esperar.
TRIGUEROS:
¡Vive Cristo,
que me han
de matar a azotes!
ÁLVARO: Hijo,
siquiera por mí
debes tu
agravio excusar;
vuelve en
la calle por ti.
Allí te
puedes mostrar
valiente.
FERNANDO:
Escóndete aquí,
Pedro,
si puede mi ruego
contigo.
TRIGUEROS: Y
yo también llego
postrado a tus pies de hinojos
o espinazos.
FERNANDO:
Tus enojos
te dejan
furioso y ciego.
Guarda
la vida y podrás
hacer tu
gusto después.
PEDRO: Cobardes consejos das.
¿Qué haré, Trigueros?
TRIGUEROS: No des
de comer a Satanás,
pues dicen plumas sutiles
que ganancias de alguaciles,
--por
boca del pueblo hablo --
son pistos
para el dïablo.
PEDRO: Aunque son consejos viles,
los tomo.
Vase [PEDRO]. [Va]
a abrir TRIGUEROS y túrbase. Sale un
ALGUACIL
ÁLVARO:
Entre la justicia.
TRIGUEROS: Entre.
ALGUACIL:
Por fuerza ha de entrar.
TRIGUEROS: Lo demás
fuera injusticia;
entre en
buena hora a mandar
un
servidor de Galicia.
ALGUACIL: Señor
don Álvaro, entienda
que
delitos sin enmienda
es razón
que se castiguen,
y pésame
que me obliguen
a que en
su casa le prenda.
Don
Pedro vive tan mal
que es
mengua llamarle hijo
de un
hombre tan principal.
ÁLVARO: Yo le
enmiendo y le corrijo.
TRIGUEROS: Hoy se
partió a Portugal
por la
posta, y antes fuera,
sino que
estaba sangrado
un macho
de la litera.
ALGUACIL: Muy buena
posta ha tomado.
TRIGUEROS:
(Entretenerle quisiera
Aparte
porque se pueda esconder
mi amo.)
ALGUACIL: Yo
he de saber
si está en
casa.
TRIGUEROS:
(Aun no penetra Aparte
la
verdad.) Pues esta letra
nos dio un
ginovés ayer
para un fulano Asmodeo,
mercader
en la rúa Nova.
ALGUACIL: Veamos.
TRIGUEROS:
(¡Qué si lo creo! Aparte
No tengo
el alma tan boba
que no
[le] entien[do] el deseo.)
Querrá
aprovecharse de ella.
Hay letra
que a treinta días
vista se
paga por ella
y ésta,
excusando porfías,
pide
treinta para vella.
ÁLVARO: ¡Pesado
animal estás!
Algo se ha
de hacer por mí,
señor.
TRIGUEROS: (Y
por mí algo más.) Aparte
ALGUACIL: Traigo el
mandamiento aquí.
TRIGUEROS: Si es él
de "no tardarás,"
dile,
puesto en la cabeza,
mente
homo.
FERNANDO:
(Si éste empieza, Aparte
gastará
pesado humor).
Yo os lo
suplico, señor.
ALGUACIL: Fuera ya
mucha extrañeza
la mía
si aquí mostrara
más rigor;
pero advertid
que ha de
costar muy cara
la
asistencia de Madrid.
ÁLVARO: Nadie en
mi casa le ampara.
A
Italia irá.
TRIGUEROS:
Bel país.
ALGUACIL: ¿Qué me
miráis con cuidado?
TRIGUEROS: ¿Qué miro?
FERNANDO: En
eso advertís...
TRIGUEROS: Que
esbozaste de un traslado
de un
regidor de París.
ALGUACIL: Estimo en mucho el favor,
y sed menos hablador.
TRIGUEROS: Pregunta y
si algo discrepo...
ALGUACIL: Os meteré
yo en un cepo.
TRIGUEROS: En una
cepa es mejor.
ÁLVARO Yo
quedo muy satisfecho
del favor
que me habéis hecho,
y en más
lo pienso servir.
Déle algo
TRIGUEROS: (Bien lo
puede recibir, Aparte
que la
cura es de provecho.
Con los
doctores compiten.
Puesto más dinero, aprueban
aquéllos;
pues lo permiten,
porque
visitando llevan,
y estoy
porque no visiten).
ALGUACIL:
¿Mandáis, señor, otra cosa?
ÁLVARO: Que me
dejáis obligado,
confieso.
[Vase el ALGUACIL y] sale PEDRO
TRIGUEROS: No
vive ociosa
la gente;
dulce bocado
será.
FERNANDO: Fue
ocasión forzosa.
PEDRO: Ya
estoy libre del rigor
de la
justicia esta vez.
ÁLVARO: Mas yo, que
soy el fiador,
he de ser
tu mismo juez
si le
pierdes el temor.
Vete de
Madrid sin dar
venganza a
tus enemigos.
PEDRO: ¿Ya me
quieres desterrar
de Madrid?
TRIGUEROS:
¿Faltan amigos
en todo
humano lugar?
Dejemos
la corte un poco,
que son
las cosas que toco
dondequiera que entro y salgo
para
podrirse un hidalgo,
y dar de
podrido en loco.
PEDRO: Resuelto
estoy; yo me iré
donde mi
suerte me guía.
ÁLVARO: Cuanto
pidas te daré.
TRIGUEROS: Yo voy en
tu compañía;
que basta.
ÁLVARO:
Yo buscaré
cartas
que importantes sean
para
Italia, si allá fueres.
PEDRO: Nunca los
nobles grangean
por
cartas. Si verme quieres
como tus
ojos desean,
por ti
me pueden honrar,
que es tu
principal intento.
Dinero me
puedes dar,
que cartas
las lleva el viento
matando
con esperar.
TRIGUEROS: Más
llevo yo de cuarenta
y todas son de favor
si pintan.
ÁLVARO:
¡Qué buena cuenta
dará un
mozo pagador!
PEDRO: Más mi
dilación se aumenta.
¡Despáchame, o vive Dios,
que pues
mis locuras sabes,
haga un
delito!
TRIGUEROS:
Los dos
para un
arca de tres llaves
bastamos.
FERNANDO: ¿Y
bastáis vos,
mancebo?
TRIGUEROS:
Pues, pese a mí,
¿qué
hombre muñeca no sabe
dar luz a
un cofre? Yo abrí
alguno
estando la llave
cincuenta
leguas de aquí;
que
aunque la llave esté ausente,
basta su
lugarteniente,
[a] quien
los griegos llamaron
ganzúa,
que bien trataron
el remedio
de la gente.
En
viéndose una pubona
en una
poca apretura,
Caco, su
inventor, le abona
metiendo
en la cerradura
la que a
nadie no perdona.
ÁLVARO: ¿Cuánto
has menester?
PEDRO: Dinero.
ÁLVARO: ¿Qué
tanto?
PEDRO:
Dinero.
ÁLVARO: ¿Cuánto?,
pregunto.
PEDRO:
Dinero quiero.
TRIGUEROS: Tú no
podrás darle tanto
como yo
gastarlo espero.
El que
presta, da contado;
y sin
contar el que da.
Dale a
ojo.
ÁLVARO:
Más cuidado
me dan tus costumbres ya,
que el dinero mal gastado.
Entra,
que a tu bien aspiro,
si bien
llorando me admiro
de que te
despeñas tanto.
Pedro,
Dios te haga un santo.
Vase don ÁLVARO
TRIGUEROS: Toma,
cristiano, y no miro.
PEDRO: Quise
atajar de razones,
porque
pienso que quería
darme el
dinero en sermones.
TRIGUEROS: Y
predicarlos podía
el buen
viejo a los bretones.
FERNANDO: Espera,
hermano.
TRIGUEROS:
Paciencia.
PEDRO: ¿Qué
quieres?
FERNANDO:
Oye mi intento.
Ya sabes
como en Valencia
se trata
mi casamiento.
PEDRO: Ya sé que
doña Clemencia
de Luna
ha de ser tu esposa
y que es
tu suegro don Diego.
FERNANDO: Pues tu
partida es forzosa;
que sea a
Valencia te ruego.
Será menos
peligrosa.
Si
dices que eres mi hermano,
y que mi
padre te envía,
que han de
regalarte es llano.
PEDRO: Fernando,
admitir querría
tu favor,
pero es en vano;
que me
pienso desterrar
de suerte,
surcando el mar,
por no ver
un padre ingrato
que apenas
mi nombre y trato
pueda la
fama escuchar.
FERNANDO: Yo sé
cuando me escuchabas
y que por
mí te regías.
PEDRO: Menos
riguroso estabas,
pues a mi
padre encubrías
lo que agora le contabas.
FERNANDO: Todo
por tu bien ha sido.
PEDRO: ¿Harto
bien te ha parecido
cuando mi
gusto destruyas?
FERNANDO: De la
justicia es quien huyas
los daños que no has temido.
Vete a Valencia entre
tanto
que mi
partida prevengo.
PEDRO: Yo iré; no
me ruegues tanto.
FERNANDO: Alma y
brazos te prevengo
bañado en
piadoso llanto.
Mientras la suerte envidiosa
de tu
descanso se olvida,
te
regalará mi esposa.
PEDRO: Ya ve el
alma agradecida
tu
voluntad generosa.
Vase PEDRO
FERNANDO: Oye,
Trigueros.
TRIGUEROS:
Señor.
FERNANDO: Si tienes
a Dios temor...
TRIGUEROS: Pues, ¿soy
algún luterano?
FERNANDO:
...aconséjale a mi hermano
ya que le
sirves mejor.
Mira
que tu compañía
dicen que
le trae perdido.
TRIGUEROS: Miente
quien dice la mía;
la suya me
ha destruído,
como él lo
dirá algún día;
que una
vez que me llevó
a ver unas
dromedarias,
mi pureza
se perdió.
Cosas poco
necesarias
te estoy
refiriendo yo;
basta
que adelante sea
en los consejos
Catón.
FERNANDO: ¿Y es
justo que ansí se crea
de tu
ingenio y tu intención?
TRIGUEROS: Adiós,
rigurosa Andrea
de los
Alamos del Prado.
Borraré
títulos fieros
de tu
nombre celebrado,
y perderá el de Trigueros
por
espárrago.
FERNANDO:
¡Ya has dado
en tu
común necedad!
TRIGUEROS: Ésta es de
amor la licencia.
De tan
rolliza beldad,
¿quién no
ha de llorar la ausencia?
Para moverla a piedad,
¿quieres que en tantos enojos,
cuando
ella rinde despojos
al río en
mansa corriente,
que llore
por mí la puente
si nunca
hay agua en sus ojos?
El río
forma querella
de Madrid
porque le trata
con tan
rigurosa estrella,
que le
hace puente de plata
para que
huya por ella;
mas él
nos dio la palabra,
como al
fin taimado y viejo,
que aunque la puente le labra,
no ha de
verse en ese espejo
por más que los ojos abra.
Pues cuando soy el
estanco
de
lágrimas que condenas,
¿quieres
que piadoso y franco
el río
llore mis penas?
¡Sí, echa los ojos en blanco!
Vase [TRIGUEROS.
Sale don ÁLVARO]
FERNANDO: Irá
bien acompañado
mi hermano
de este crïado;
mas,
¿quién se lo ha de estorbar?
ÁLVARO: Albricias
me puedes dar.
En este
pliego ha llegado
la
breve resolución
de tu
partida a Valencia
porque hay
nueva pretensión
que la ha
causado tu ausencia.
FERNANDO: Mal haya
la dilación.
ÁLVARO: Fortuna
a tu bien dispuesta
te ofrece
dichoso estado.
La alegre
partida apresta,
pues una
mujer te ha dado,
tan
hermosa como honesta.
Dicen
que su fama crece
por
encerrada y por bella;
y bien la fama merece,
pues
parece una doncella
más bien
cuando no parece.
Por
ella te doy lugar
que me
olvides.
FERNANDO:
¿Yo he de dar
tal pago a
quien me dio el ser?
ÁLVARO: ¿No ves
que por la mujer
los padres
se han de olvidar?
Tarde
mi llanto resisto,
pero es
injusta mi queja;
uno se va
por mal quisto,
otro por
bueno me deja.
¡Nunca tan
solo me he visto!
Llega a
mis brazos Fernando.
FERNANDO: Ya espero
tu bendición.
ÁLVARO: No sé si
podrá llorando
dar
fuerzas el corazón
a la
lengua; voy turbando
con el
dolor los sentidos.
Dios a mis ojos te vuelva.
Vase [don ÁLVARO]
FERNANDO: Quedaron
enternecidos
de la más
inculta selva
troncos de
rigor vestidos;
pero
llevaré un consuelo,
si es que
merezca alcanzar
a mi
hermano. Quiera el cielo
que yo le
pueda encontrar;
mas de su
prisa recelo,
que ha
de llevarla también,
porque el
peligro le avisa
que sus
delitos le ven
y siempre
viven aprisa
los que no
han vivido bien.
[Vase FERNANDO.
Salen don JUAN y doña
CLEMENCIA
CLEMENCIA: En vano
me persüades.
JUAN: Mis verdades atropellas,
crüel.
CLEMENCIA: Si
no he de creellas
¿qué
importa que sean verdades?
Sabes
que aguardo mi esposo
de Madrid,
pues, ¿qué pretendes?
JUAN: Vengarme,
pues que me ofendes.
CLEMENCIA: Ya eres
necio por celoso.
¿De
quién te piensas vengar?
JUAN: ¡De
ti! Y con justo castigo,
pues que
siendo tu enemigo,
que ansí
me puedo llamar.
Si tú
me aborreces tanto,
de suerte
obligarte pienso
con un
amor tan inmenso,
mezclado
en piadoso llanto,
que aunque una tigre feroz
te haya
dado el bruto pecho,
viéndome
en llanto deshecho,
te ha de
enternecer mi voz;
y si
templando el rigor
le das
vida a mi esperanza,
será la
mayor venganza
que vieron
tiempo y amor.
Pues si
crüel me ofendiste,
de ti me
habrás de vengar
viniéndote
a sujetar
a quien
tanto aborreciste.
CLEMENCIA: Tanto
has venido a engañarte
que tu locura lo advierte.
No quiero
por no quererte,
¿y he de
querer por vengarte?
JUAN: Siempre
fuiste agradecida.
¿Cómo te
muestras crüel?
CLEMENCIA: Porque
está en mi pecho fïel
quien ha
de regir mi vida.
JUAN: Pues,
¿cuándo viste a tu esposo?
CLEMENCIA: ¿No basta
verle mi padre
para que
al alma le cuadre?
JUAN: ¿Siendo
ausente es tan dichoso?
CLEMENCIA: ¿No has visto en los pardos velos
la noche con [viles] trajes,
desvaneciendo celajes
y
tiranizando cielos,
que con
poder absoluto
pregona
tinieblas viles
y por los aires sutiles
cuelga doseles de luto?
Y cuando bañada en risa
mueve su
carro al oriente
el alba y
del sol ausente,
¿nuevos
castigos te avisa
por no
afrentarte con ellos?
La noche
entre mudas nieblas
va
recogiendo tinieblas
y
marañando cabellos.
Ansí a
tantos resplandores
del sol,
que mi esposo nombras,
se
desvanecen las sombras
de los
demás pretensores.
JUAN: ¿Qué
luz ni qué resplandor
puede tener
el que esperas?
Hombre es
de costumbres fieras
el que
aguardas.
CLEMENCIA: Ya es furor
de los celos quien te obliga;
ofenderle es alaballe.
JUAN: Es un
bruto en rostro y talle.
CLEMENCIA: ¿Y qué
más?
JUAN:
Más hay que diga.
CLEMENCIA: ¿Cómo
puede ser, don Juan,
si yo
tengo su retrato
y de su
amoroso trato
bastantes
nuevas me dan?
JUAN: ¿No
dices que es éste un hijo
de Álvaro
Ramírez?
CLEMENCIA: Sí.
JUAN: Pues yo en
la cárcel le vi
de Madrid.
CLEMENCIA:
Menos me aflijo
de tu
inventada quimera.
JUAN: ¡Vive
Dios!, que estuvo preso,
y el decir
que por travieso
es porque
honrarle quisiera.
Y los
insultos que ha hecho
han
merecido la muerte
mejor que
venir a verte
y
regalarse en tu pecho.
CLEMENCIA: Si
fuera como le pintas,
antes de
verme en sus brazos,
muriera
hecha pedazos
de un
tigre manchado a pintas.
De la
más alta montaña
me
despeñara furiosa
porque
quedara envidiosa
Roma de
tan bruta hazaña.
JUAN: Como en
extremo eres bella,
buscas
extremos, señora.
¿No es
mejor que quien adora
tu luz,
abrasado en ella,
te
merezca sin que el tigre
goce tan
bellos despojos,
ni que por
causarme enojos
tu hermosa
vida peligre?
Aunque
según me aborreces,
tirana de
tus favores,
vendrás a
juzgar menores
los
peligros que encareces.
CLEMENCIA: Si
Fernando no me agrada,
más vale,
tu fe admitida,
preciarme
de agradecida
que llorar
por mal casada.
Tuya
seré; y esto es cierto,
si es,
como dices, mi esposo.
JUAN: Seré el
hombre más dichoso
que vio en
los naufragios puerto.
Condéname a eterno olvido
si no te
he dicho verdad.
Sale CLARA, criada
CLARA: Escucha
una novedad
cuando tu
esposo ha venido.
CLEMENCIA: ¿Qué
dices?
CLARA:
Que aquí está un hombre
que es
hijo...
CLEMENCIA:
¿De quién?
CLARA: ¿Mal hice?
...de
Álvaro Ramírez dice.
¡Pero es
razón que me asombre
su talle
y rostro feroz!
CLEMENCIA: ¡Cielos,
si es éste mi esposo!
JUAN: Ya no seré
mentiroso
en todo.
CLARA:
Hasta en la voz
me ha
parecido terrible.
No viene
con el retrato
de
Fernando.
CLEMENCIA:
(Cielo ingrato, Aparte
¿qué no
esperado imposible
me
ofreces para matar
mi bien
nacida esperanza?
¡Amor, ya
te doy venganza!)
CLARA: Mira, que
te quiere hablar.
CLEMENCIA: Pues di
que entre. Aguarda, espera.
Dile que
mi padre... ¡Ay, triste,
que malas
nuevas me diste!
Que no te
hallara quisiera,
don
Juan.
JUAN:
Yo me iré.
CLEMENCIA:
Ya es tarde.
Salen PEDRO y TRIGUEROS de camino
PEDRO: Señora, la
cortesía
vana en
nosotros sería.
TRIGUEROS: Dios tu
entendimiento guarde.
CLEMENCIA:
Cubríos, señor, y seáis
a esta
casa bienvenido.
PEDRO: Sí, pues tan dichoso he sido.
CLEMENCIA: Corazón,
¿a qué aguardáis
que no
reventáis de pena?)
PEDRO: Mi padre, por estimarme
en tanto,
ha querido honrarme
en vuestra
casa.
CLEMENCIA:
(¿Qué ordena Aparte
el
cielo con tal rigor
contra mi
corta ventura?)
Toda esta
casa procura
serviros
como a señor.
PEDRO: ¿Dónde
vuestro padre está?
CLEMENCIA: Está fuera
de Valencia.
PEDRO: Mucho he
de sentir su ausencia.
CLEMENCIA: Mañana,
señor, vendrá.
PEDRO: ¿Quién
es este caballero?
(¡No vi
más bella mujer!) Aparte
JUAN: Quien os
llega ya a ofrecer,
(por el
interés que espero), Aparte
hacienda y vida. Yo soy
deudo de
doña Clemencia.
Resido
agora en Valencia
porque en
cierto pleito estoy.
Tengo
casa en Barcelona,
padres y
hacienda, y aquí,
para que
os sirváis de mí,
valor que
mi pecho abona.
Y
creed, si vez alguna
la Fortuna se envidió,
que agora
Ocasión me dio
de
envidiar vuestra fortuna.
Gocéis
vuestra bella esposa
mil siglos.
PEDRO:
(¡Válgame Dios!) Aparte
JUAN: Y quede
viendo a los dos
la envidia
más vergonzosa.
CLEMENCIA: Por mi
parte os agradezco
la
lisonja. Don Fernando
os
responda.
PEDRO: (¿Estoy soñando? Aparte
A un
imposible me ofrezco).
Trigueros, ¿si me han tenido
por mi
hermano?
TRIGUEROS:
¿No lo has visto?
PEDRO: (Pues su
belleza conquisto Aparte
con sólo
el nombre fingido,
no el
amor; que aunque ésta fue
la primera
vez que la vi,
los
sentidos le rendí,
el corazón
la humillé;
que
algunas bellezas son
en el
herir y abrasar
rayos que matan sin dar
lugar a la
prevención).
Ya soy
don Fernando, amigo,
y no don
Pedro.
TRIGUEROS:
Pues, guía.
PEDRO: De mi poca
cortesía
que me
perdonéis os digo;
que me pudo divertir
un
pensamiento.
JUAN:
Señor,
no admite
tanto rigor
quien os
procura servir;
que
aunque no me conocéis,
con
vuestro padre os he visto
en Madrid.
PEDRO:
(¡Qué mal resisto Aparte
mi
fuego!) Razón tenéis.
TRIGUEROS:
Estrecha conversación
para
deudos me parece
la suya.
PEDRO:
Que bien merece
tu
entendimiento opinión.
Luz has
dado a mi deseo;
mas, ¿cómo
podré avanzar
si se
quieren?
TRIGUEROS:
Pasear
la calle.
CLEMENCIA:
Cumplirse veo
tu
pretensión y si es dicha
de tu
favorable estrella,
síguela,
si no es que en ella
labra el
cielo mi desdicha.
Tuya
soy.
JUAN:
Pues, ¿de qué suerte
mi intento
he de conseguir?
CLEMENCIA: Luego te
podré advertir
el modo.
TRIGUEROS:
Aquesto te advierte
la
experiencia de un lacayo
acuchillado de amor.
PEDRO: Basta sólo
tu favor.
TRIGUEROS: ¡Soy un
trueno; soy un rayo!
Voyme a
poner de pelea
y a ser tenedor de esquinas
esta
noche.
Vase [TRIGUEROS]
PEDRO:
(Si divinas Aparte
prendas el
alma desea,
¿dónde
las puedo buscar
más bien
que en mujer tan bella?
Todo respeto atropella
una alma
que sabe amar.
¡Vive
Dios!, que ha de ser mía
si el
mundo estorba mi intento!)
Que tanto
se tarde siento,
mi señor;
que pasa el día
y me
siento algo cansado
del
camino.
CLEMENCIA:
En vuestra casa
estáis.
JUAN:
(El alma me abrasa). Aparte
PEDRO: No es
razón que os cause enfado
quien
sin avisaros viene.
Esta noche
pasaré
en la
posada.
CLEMENCIA:
Estaré
con
cuidado.
PEDRO:
Esto conviene,
señora. Por la mañana
vendré a
ver a mi señor
y
agradeceré el amor
que os
debo.
CLEMENCIA:
(Si tanto gana Aparte
con el
suegro, bien pudiera
quedarse
allá).
PEDRO:
Guárdeos Dios.
CLEMENCIA: Y también
Él guarde a vos.
PEDRO: Saber,
señora, quisiera
despertar el alba fría
fuera del
curso ordinario.
CLEMENCIA:
Aguardiente y letüario
le quitan
el sueño al día.
PEDRO: Vos,
señor, ¿qué me mandáis?
JUAN: Que me
deis quiero pediros
licencia
para serviros.
PEDRO: Bien
acompañado estáis.
No
habéis de pasar de aquí.
JUAN: Por no
parecer grosero,
me quedo.
PEDRO:
Saberlo espero
si vive
valor en mí.
Vase [PEDRO]
CLEMENCIA: Salte allá
fuera, don Juan.
A las
manos te ha venido
la Ocasión. Hoy me han vendido
por un
marido galán
un
hombre a mis ojos fiero.
Tuya desde
aquí he de ser;
que una
resuelta mujer
vence montañas de acero.
¿Qué
determinas?
JUAN:
Sacarte
de tu
casa.
CLEMENCIA:
¿Cuándo?
JUAN: Agora.
CLEMENCIA: Aguardemos
tiempo y hora
conveniente.
JUAN:
He de agradarte
en
cuanto mandarme quieras.
CLEMENCIA: Ven a las
diez.
JUAN:
Contaré
los
minutos.
CLEMENCIA:
Yo estaré
previniendo alas ligeras
al tiempo, que más me agrada
ir, pues
mi agravio me alienta,
peregrinando contenta
que
aborreciendo casada.
Sale TRIGUEROS, de noche
TRIGUEROS: Luego
pasará un mosquito
sin
registrarlo, aunque aquí
hallando
bodega en mí,
en vano el
paso le quito.
Bien
pudiera mi señor
avisármelo
primero
si de
tanto aventurero
he de ser
mantenedor;
que van
pasando embozados
y me han
dado qué pensar
si vienen
a tornear.
[Sale PEDRO]
PEDRO: ¡A mucho
obligáis, cuidados!
TRIGUEROS: ¿Quién
es?
PEDRO:
Un hombre.
TRIGUEROS: Y lo diga
siempre
que hallare ocasión;
que como
hay muchos que son
jumentos,
el nombre obliga.
PEDRO: ¿Es
Trigueros?
TRIGUEROS:
¿No lo ves?
En la
soledad que tengo,
como un
espárrago vengo.
PEDRO: ¿Qué ha habido?
TRIGUEROS:
Pasaron tres;
metí
mano. Miento. No...
ellos
metieron primero;
largué,
pues.
PEDRO:
¿Eres ligero?
TRIGUEROS: Sí, pues
nadie me alcanzó.
PEDRO: ¿Ha llegado a la ventana
alguno a
hablar?
TRIGUEROS:
No, señor.
PEDRO: ¿Eres
hombre de valor?
TRIGUEROS: Es mi
sangre galiciana.
PEDRO: A la
vuelta de la calle
he visto
un hombre.
TRIGUEROS: Pues muera
todo
bulto.
PEDRO:
¡Aguarda, espera!
TRIGUEROS: No hay que
esperar sin matalle;
que mi
cólera es terciana
que me da
temprano y tarde.
Ya
pasó. Dile que aguarde
la cólera de mañana.
PEDRO: ¿Y si
agora es menester?
TRIGUEROS: Tomaréla
adelantada.
PEDRO: Tu
resolución me agrada.
Lo que
aguarda he de saber.
Espera.
Vase [PEDRO]
TRIGUEROS:
Dios le perdone.
No sabe
quien va a buscarlo.
Tanto
quiero excusarlo.
No puedo
más.
[Sale don JUAN]
JUAN:
No corone
el sol
las manzanas de oro;
porque
dilatando plazos,
le dé la
noche a mis brazos
la bella
prenda que adoro.
CLEMENCIA a lo alto
Parece
que en su ventana,
entre
marcos de marfil,
parece el
alba gentil
vestida de
nieve y grana.
¡Cierta
es mi dicha!
CLEMENCIA: El deseo
me dice
que éste es don Juan.
TRIGUEROS: (En la
ratonera están). Aparte
JUAN: ¡Vive
Dios!, apenas creo
las
venturas que me ofrece
el cielo.
CLEMENCIA:
¿Sois vos?
JUAN: Yo soy,
que al
amor envidia, y doy
del bien
que nadie merece.
CLEMENCIA: Dejad
lisonjas que dañan
cuando
pide ejecuciones
el tiempo.
TRIGUEROS:
(Lindas razones Aparte
escucho si
no me engañan
los
claretes de Valencia
que turban
a un elefante).
CLEMENCIA: Mi amor es
niño y gigante,
y con
tirana violencia
me persüade
a seguiros.
En hábito
de hombre voy.
TRIGUEROS:
(¡Bueno!)
Aparte
JUAN:
Aguardándoos estoy.
TRIGUEROS: (¡Vos
vendréis a arrepentiros!) Aparte
CLEMENCIA: Pues ya
bajo.
JUAN:
Y yo os espero
con el
alma agradecida.
[Vase CLEMENCIA].
Sale PEDRO
PEDRO: ¿Hay algo?
TRIGUEROS:
Una olla podrida,
pero ha de
sobrar carnero.
Clemencia [está] disfrazada
de hombre,
y aquél es don Juan,
su
pariente y su galán.
Luego
tentarás la espada,
que si
te miro con ella
sin la
vaina, no sabrás
lo que
resta y me darás
mil sustos
como a doncella.
PEDRO:
Prosigue, pues.
TRIGUEROS:
Compendioso
estaré. Ya baja a abrir.
PEDRO: ¿Qué
intenta?
TRIGUEROS:
Con él se ha de ir.
PEDRO: A no estar
yo tan celoso
y
amante...
TRIGUEROS:
Señor.
PEDRO: ¿Qué quieres?
TRIGUEROS: Estocadita
y adiós.
(Metiérame
entre los dos;
mas es
cuestión de mujeres
y yo
soy poco curioso).
[Vase TRIGUEROS]
PEDRO: Una
palabra quisiera
hablaros.
JUAN:
¡Fortuna fiera,
de tu
poder envidioso
me
quejo! ¿Estorbos me pones
cuando
tanta gloria espero?
¿Qué me
queréis?
PEDRO:
Lo que os quiero
os diré en
breves razones
si me
seguís.
JUAN:
Pues ya os sigo.
Vanse [don JUAN y PEDRO.
Sale TRIGUEROS]
TRIGUEROS: ¡Él
llevará su recado!
¡Bueno
va! Ya ha comenzado
la
danza. Yo soy amigo
de
historiar una pendencia
por el
gusto de contarla;
porque
llegarme a excusarla
es
encargar la conciencia.
Sale PEDRO con la espada desnuda. Sale CLEMENCIA vestida de
hombre
PEDRO: ¡Esto
es hecho!
TRIGUEROS:
¡Linda mano
para
adobar aceitunas!
CLEMENCIA: Estrellas,
si ha habido algunas
con
imperio soberano
sobre
el amor, dadme ayuda
porque me deje el temor.
PEDRO: La puerta
abrieron.
TRIGUEROS:
Señor,
acudo con
lengua muda,
que es
la susodicha.
CLEMENCIA: Vamos
donde la
suerte nos guía.
A Barcelona sería
lo mejor;
que en ella estamos
seguros
de la justicia.
PEDRO: Tu gusto
he de obedecer.
TRIGUEROS: ¡Una
estatua me han de hacer
de nabos
dentro en Galicia!
Vanse. [Sale] don
JUAN herido
JUAN: Ya que
tuviste valor
para
herirme, no acabaras
mi vida y
ansí templaras
la fuerza
a mi ardiente amor.
¡Ay,
esperanza perdida,
tarde os
volveré a cobrar!
Sale don FERNANDO, de camino
FERNANDO: ¡Si el
cielo quiere mostrar
prodigios
en mi venida!
Casi al
umbral de la puerta
de mi
esposa un hombre escucho
herido. ¡Temiendo lucho
con mi
amor!
JUAN: ¡Pues, tengo cierta
la
muerte, muera también
mi
enemigo!
Acomete a FERNANDO
FERNANDO:
¡Escucha, advierte,
que otro
ha causado tu muerte;
[que yo
soy hombre de bien],
y si me quieres decir
quién pudo
ser tu ofensor,
te daré
todo el favor
que a un
hombre puedas pedir.
JUAN: De esta
casa procedió
mi muerte.
Vase [don JUAN]
FERNANDO: ¡Válgame
el cielo!
Ya no es
vano mi recelo.
Con causa
el alma temió.
Verdad
las cartas dijeron
de la
pretensión que había.
¡Todo va
en desdicha mía!
[¡Qué
verdaderas salieron!]
Sale un CRIADO
CRIADO: Ya las
luces se perdieron
de esa
casa.
FERNANDO:
¡Desengaños,
mostrad de
una vez los daños
que mis
sentidos temieron!)
Hidalgo, por cortesía
me decid, ¿qué ha sucedido
en esta
casa?
CRIADO:
Ha perdido
la luz por
quien se regía.
Mi
señora, o ya engañada
o
resuelta, en este punto...
FERNANDO: (¡Ya mis
desdichas barrunto!)
CRIADO: ...de un
caballero obligada,
y de la
ocasión que ofrece
de su
padre un día de ausencia
--que él verá vuelto a Valencia
lo que un
descuido merece --
dejó su
casa y su honor.
Sospecho que es un don Juan
quien la
ha robado. Ya irán
caminando;
que el temor,
que
delitos no perdona,
suele al
más fuerte seguir.
FERNANDO: ¿Sabéis
dónde puedan ir?
CRIADO: Sospecho
que a Barcelona;
que al
fin es reino seguro
y el don
Juan, si es el ladrón,
vive en
ella.
FERNANDO:
En la ocasión
mis
venganzas aseguro.
¡Cielos, detenedle os pido
y veré con
nueva hazaña
si es
valiente en la campaña
como en
Valencia atrevido!
Ya me
alienta la esperanza
de ver
cobrado mi honor.
Noble
soy. ¡Denme valor
el agravio
y la venganza!
[Vase FERNANDO].
Sale un COSARIO moro y sus MOROS
COSARIO: Si este
bosque nos ampara,
no podrá
faltarnos presa;
que éste
es el paso más cierto
de
Barcelona.
MORO 1:
No llegan
a tierra
las galeotas
porque si
las ven de tierra,
será sin
fruto la entrada
y
peligrosa la empresa.
COSARIO: ¿Sabes
quién soy? Pues, ¿qué dices
cuando
cristianas banderas
ganadas
por este brazo
honran las
mezquitas nuestras?
¿Ha habido
en Argel cosario
desde que
en Corso navegan
africanas
galeotas
al fiero
cristiano opuestas
que a tu
patria vencedora
con tantos
despojos vuelva,
de
cautivos y pendones,
armas,
oro, plata y piedras?
Pues si al
valor que conoces
han
juntado las estrellas
el dulce
amor que me abrasa,
¿qué
riesgos hay que lo sean?
Celaura es
el sol que adoro
y a quien
mis justas empresas
dirige
amor. Quiere el cielo
que nos
ofrezca la tierra
alguna
presa importante
porque a sus plantas la ofrezca
en vez de
amantes lisonjas
y de
imposibles promesas.
MORO 2: ¿Cómo ha
de temer la muerte
quien a tu
lado pelea?
Acomete y
vencerás.
COSARIO: Imito en
fortuna a César.
Silencio y
cuidado, amigos.
Vanse [el COSARIO y los MOROS. Salen] don PEDRO y CLEMENCIA
al entrarse los MOROS
CLEMENCIA: Señor,
matarme pudieras
en tu
casa, no en el campo.
Confieso
que fue la ofensa
grande, pero no de suerte
que deba
morir por ella;
que
mientras no soy tu esposa,
no ha de
correr por tu cuenta
mi honor,
aunque fue mi culpa
digna de
mayores penas.
PEDRO: Ya sé que
fuiste engañada;
pierde ya
el temor. Sosiega,
que tu
delito perdono.
CLEMENCIA: (Él me
engaña con prudencia Aparte
para
quitarme la vida
sin riesgo
suyo.)
PEDRO:
La siesta
es
calurosa a esta parte.
Sombras
ofrece la selva;
siéntate y
descansarás
mientras
mitiga la fuerza
del sol.
CLEMENCIA:
(Yo seré escarmiento Aparte
de las que
dejarse llevan
de sus
livianos deseos.)
PEDRO: (Oh, quién
gozarla pudiera Aparte
sin los
nudos que me ponen
el temor y
la vergüenza!
Solo
estoy; ¿cómo es posible
que un
hombre en el campo tema
que nunca
a Dios ha temido?
Parece que
el bosque engendra,
para
amparar su hermosura,
hambriento
escuadrón de fieras
y que las
hojas y ramas
son, en
igual competencia,
soldados que la defienden
y murallas
que la cercan.)
CLEMENCIA: (Mudado
tiene el color. Aparte
Con el
furor se aconseja;
matarme
quiere sin duda.)
PEDRO: (Quiero
con ruegos vencerla, Aparte
aunque si
se juzga mía,
¿cómo ha
de negar la deuda
de amor?)
CLEMENCIA:
¿Cómo no os sentáis,
señor?
Siéntase [PEDRO]
PEDRO:
Rogarte quisiera...
Sale don FERNANDO
FERNANDO: (Aunque su
disfraz la encubre, Aparte
llevo su
imagen impresa.
Cuando la
vi en el sarao,
la vez que
estuve en Valencia,
encubierto
la miré
y agora
ofende encubierta
el más
generoso amor
que
humanos pechos engendran).
¡Ladrón! ¡Villano! ¿Qué haces?
¿Tan
descuidado te asientas
cuando al
mismo cielo agravias
y
escandalizas la tierra?
PEDRO:
¡Cielos! ¿Qué es esto que
miro?
FERNANDO: ¡Válgame
Dios! ¿Con qué nueva
ilusión se
engaña el alma?
CLEMENCIA: ¡Los
cielos conmigo sean!
¿No es
éste el original
del que me
dieron por prenda
en un
retrato? Es sin duda.
Éste es mi
esposo y se vengan
sus
agravios en mi vida.
¡Qué de
temores me cercan
de mi
atrevimiento hijos!
FERNANDO: ¡Apenas
sabe la lengua
prestar
vida a las palabras
por turbada y por suspensa!
¿No eres
tú mi hermano?
PEDRO: Sí.
¿Qué
quieres? Ésta es Clemencia,
tu
esposa. Yo la robé.
Mira si te
hallas con fuerzas
para defender
tu honor.
FERNANDO: ¿Cuándo
faltara nobleza
en mi
pecho y me engendrara
un villano
de estas tierras?
Tiene la
razón que tengo
tan
conocida excelencia,
tantas
partes de valor,
tanto
brío, tanta fuerza,
que cuando
en amparo tuyo
vomitaron
esas selvas
más
hombres en blanco armados,
que verdes
troncos sustentan,
y cada
peñasco de estos
trocara
Naturaleza
imitando a los gigantes
que el
cielo en montañas trueca,
este brazo
y esta espada,
como
Júpiter enflegra,
dieran,
fulminando rayos
nuevo
escarmiento a la tierra.
PEDRO: Ya sabes
que son cobardes
los que
prefieren la lengua
a las
manos.
FERNANDO:
En las mías
verás la
muerte que esperas.
CLEMENCIA: ¡Oh,
Fernando, esposo mío,
el dueño
soy de tu ofensa!
No tiene culpa tu hermano.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: ¿Aun no
dejarán que duerma
un
cristiano? ¡Mal es esto!
PEDRO: ¿Es
posible que te atrevas
a quien te
hará más pedazos
que has
dicho palabras necias?
TRIGUEROS: ¡Don
Fernando es! ¡Vive Dios!
¿Quién hay
que el suceso crea?
¡Si ha
venido por ensalmo!
Salen COSARIO y MOROS
MORO 1: ¡No se nos
vaya la presa!
MORO 2: ¡Pues
acometamos juntos!
COSARIO: ¡Daos a prisión!
CLEMENCIA: ¿Hay más nuevas
desdichas hoy?
PEDRO:
¡Don Fernando,
agora
verás si alientas
el valor
en el peligro!
FERNANDO: ¡La mía es
tu causa mesma!
Ya sabes
que es imposible
vencerme
en valor ni en fuerzas,
y que ha
de cantar la fama
con mi
valor tu defensa.
Pues,
porque no diga el mundo
que a un
hombre solo le deja
el alma en
viles despojos,
ponte a mi
lado y sustenta
hasta
morir el valor
que de
nuestro padre heredas.
COSARIO: ¿A qué
aguardáis a rendiros?
PEDRO: Sólo
aguardo la respuesta
de un
hombre que no os estima
por la
poca resistencia
que habéis
de hacer a su espada.
FERNANDO: ¿Tú me
animas y aconsejas?
COSARIO: ¿Sabes que
soy el cosario
de quien
estos mares tiemblan
y que un
escuadrón armado
te
acomete? Pues, ¿qué esperas?
PEDRO: Presto lo
verás.
Acuchíllanse
CLEMENCIA:
Trigueros,
¿qué
desventuras son éstas?
TRIGUEROS: Pues, ¿a
mí me lo preguntas
cuando es
ya fuerza que aprenda
a majar
esparto?
CLEMENCIA:
¡Ay, cielos!
¡Ya cayó
Fernando en tierra!
TRIGUEROS: ¡Y mi
señor defendiendo
al pobre
hermano se esfuerza
como un
Roldán!
CLEMENCIA:
Poco importa,
si tantos
moros le cercan.
TRIGUEROS: ¡Huyamos!
CLEMENCIA: Será imposible;
que amor y temor me fuerzan
a que su
fortuna aguarde.
Sácanlos atados y PEDRO herido
TRIGUEROS: (Aquí
aprovecha una treta.) Aparte
Perros
cativar también
y a dar
venganza a Zulema.
¡Agora
pagar el palos
que me dar
en vosa tierra!
COSARIO: ¿Quién
eres?
TRIGUEROS:
Ser un morisco
que venir
chiquito al teta
de Fatima
y ser catebo
[................... e-a]
en
Marrocos.
COSARIO:
Pues hoy ganas
la
libertad que deseas.
FERNANDO: ¿Qué es lo
que intenta este bruto?
TRIGUEROS: Dacar vos
el manos, perra,
que agora servirme a mí.
MORO 1: Ya los
esquifes te esperan.
COSARIO: ¡Pues, a
la mar!
CLEMENCIA:
¿Estás loco,
Trigueros?
TRIGUEROS:
Si eres discreta,
¿cómo no
ves lo que importa
mi industria y mi diligencia?
CLEMENCIA: ¡Hoy mis esperanzas mueren!
PEDRO: Padre,
bien vengado quedas
de tu
inobediente hijo.
MORO 2: ¡Buen
robo!
COSARIO:
¡Gallarda presa!
FIN DEL ACTO PRIMERO