ACTO PRIMERO
Salen
ABRAHÁN, de galán, y PANTOJA,
de lacayo
ABRAHÁN: Esto
ha de ser.
PANTOJA: ¿Es posible
que en el día de tus bodas
des en este disparate?
ABRAHÁN: No me
repliques, Pantoja,
que el
casarme es desacierto.
PANTOJA: ¡Por
Dios, señor! Que la novia
puede
armarse de paciencia,
pues
para verter aljófar
no ha
menester este día
tratar
ajos ni cebollas,
porque
a verter margaritas
tu
desaire la ocasiona.
¿Qué
has visto en ella que así,
cuando
está hecha la costa,
la
gente junta, amasado
el pan
blanco de las tortas,
guisado
el carnero verde,
sazonadas las albóndigas,
rellenos los pavos reales,
asada
la tierna corza,
las perdices y conejos,
los francolines y tórtolas,
y todo tan en su punto
que a
la más cartuja monja
despertara el apetito
a que
sin melindre coma,
tú,
necio, dejarla intentas?
De que
así te hable perdona,
que la
locura en que has dado
obliga
a que se haga tonta
la
mayor cordura. Dime
ya que
a aquesto te acomodas,
¿por
qué quieres que yo pague
sin
haber pecado en cosa
tu
disparate y locura?
ABRAHÁN: Pésame
que así te opongas
a mis
intentos. ¿En qué
se
marchitan y malogran
los
tuyos?
PANTOJA:
¿En qué, preguntas?
La
respuesta no es muy honra:
El
tiempo que te he servido,
años, meses, días y horas,
con esperanza he pasado,
si bien
con hambres famosas,
de
verme harto este día.
Y agora
que era forzosa
la
ocasión de ver cumplido
mi
deseo, te alborotas
y das
en esta locura.
Déjame,
señor, que coma,
y que
salgan de mal año
las tripas y las alforjas
del cuajo, y partamos luego
a las indias más remotas,
a los senos más incultos,
a las más tristes mazmorras,
a las más secretas cuevas,
a las más hondas alcobas,
a los sótanos más fríos,
a la más cálida
zona,
a la Escitia más helada,
a la
ribera más sorda
del
Nilo, a Chipre, a Cantabria,
a
Jerusalén, a Roma,
y adonde
quisieres vamos
en
comiendo; mas agora
has de
saber que a las tripas
he
soltado las alforzas,
y
están, sin mentir en nada,
con una
hambre canóniga,
pues canónigos
parecen
en la
hambre y en la cola.
ABRAHÁN: ¡Qué gustes de disparates,
cuando yo a mayores cosas
me dispongo! Si pretendes
seguirme, no te hagas roca
a mi
intento, que esta hartura
se acabará en horas cortas,
y te hallarás más hambriento
cuando se acabe la
boda.
Si
quieres seguir mis pasos
ven
conmigo y no interpongas
razones
disparatadas,
porque
con ellas malogras
el
tiempo que estoy perdiendo,
que el
tiempo es cosa preciosa,
y el
tiempo una vez perdido
es
tiempo y nunca se cobra.
PANTOJA: Pues, no perdamos el tiempo;
sino
gocemos agora
el
tiempo de la comida,
y
prevendremos la alforja
con
vino y pan, y entre el pan
llevaremos unas lonjas
con que pasemos el tiempo;
porque
caminar sin bota
y sin
pan, y más a pie,
es la
cosa más penosa
que
"Alivio de caminantes"
escribe en todas sus hojas.
ABRAHÁN: Quédate,
pues, que ya está
muy
cansada tu persona.
PANTOJA: Oye un
poco, por tu vida.
ABRAHÁN: ¿Qué
quieres?
PANTOJA:
¿No es muy hermosa
la
señora novia?
ABRAHÁN: Sí.
PANTOJA: ¿No es
muy discreta?
ABRAHÁN: Es Belona.
PANTOJA: ¿No es
compuesta?
ABRAHÁN: Y muy compuesta.
PANTOJA: ¿No es
santa? ¿No es virtüosa?
¿No es recogida? ¿No es noble?
¿No es más que Lucrecia y
Porcia?
¿No es
un jardín de virtudes,
y otras
trescientas mil cosas?
ABRAHÁN: Más es
de lo que encareces.
PANTOJA: Pues si
es más, ¿por qué remontas
el juicio y das en ser loco?
ABRAHÁN: Antes soy cuerdo.
PANTOJA: No abonas
tu
disparate con eso,
que
siendo novia de novias,
siendo
de honradas la honrada,
siendo
de hermosas la hermosa,
siendo
de nobles la noble,
y
siendo, al fin, entre todas
la más
cuerda (aunque de lana
son las mujeres de agora).
Dejarla de aquesta
suerte
son ocasiones forzosas,
con
cabes tan de a paleta,
a que
diga la más boba...
o el
más bobo de estos tiempos,
si es
que ya bobos se forjan;
mas ya no hay que buscar bobos,
que el más tonto se
transforma
en
lince y en basilisco
en esto
de quitar honras...
y así
dirá, como digo,
el que
no tuviere boca,
que has entrado en el jardín
a cobrar las olorosas
flores que respiran ámbar,
y que en vez de coger
rosas,
azucenas y claveles,
maravillas y amapolas,
hallaste violetas sólo;
porque alguna vez entre
otras,
por
llegar otro primero
deshojó
la flor hermosa,
y
cuando llegaste tú
hallaste el tronco sin hojas.
ABRAHÁN: Calla,
ignorante, no digas,
aunque sea
de burlas, cosa
tan
loca y disparatada,
con
infamia tan notoria;
que
presumir de Lucrecia
lo que
pronuncia tu loca
lengua,
necia y maldiciente,
será
decir que las zonas,
círculos y paralelos
por
donde gira el antorcha
que con
sus rayos alumbra
las más
ocultas alcobas,
siendo
de zafir brillante
son de
materia arenosa;
que el
monte rígido es valle;
que el
valle es monte, que toca
con sus
empinadas puntas
a la
célebre corona
de
Arïadna; que es el fuego
cristal
puro, y que en sus ovas
se
esconde el plateado pece;
y que las aguas que brotan
de fuentecillas humildes
son
fragua en que se acrisola
el oro
puro de Arabia;
que la
enfermedad engorda;
que el
sol hiela; que calienta
el
hielo; que nunca brotan
las
plantas con el verano,
y que
el estío no agosta
los
pimpollos que el abril
vistió
de lozana pompa.
Y así
deja necedades,
que
quien desenvuelto toca
en el
honor de Lucrecia,
a mí me
agravia y deshonra.
PANTOJA: Pues,
¿por qué quieres dejarla?
ABRAHÁN: Porque
una belleza estorba
servir
a Dios, y que suba
al
monte, donde se gozan
las
contemplaciones altas
que el
pensamiento remonta
a la
eternidad de Dios
y a la
esencia de su gloria.
Que
tengo por imposible
que
quien sirve a dos personas
pueda
acudir a un tiempo
a la
una y a la otra.
Este
mar del matrimonio
tiene
al principio las olas
lisonjeras y apacibles.
Süave el céfiro sopla.
La nave, que es la mujer,
ostenta
las jarcias todas
compuestas y pertrechadas,
mesana,
trinquete y popa.
Toca el
clarín amoroso,
con
gusto se zarpa y boga,
todo es placer y alegría.
Pero si el mar se
alborota,
si hay
borrasca y vendavales,
si hay
viento y maretas sordas,
si hay huracán descompuesto,
no hay
piloto que componga
las
velas ya maltratadas,
ni las
demás jarcias rotas.
Ya en
esta sirte se encalla,
ya topa
en aquella roca,
ya no hay áncora que aferre,
porque
no alcanza la sonda
de la
paciencia aunque tenga
brazas muchas; ya amontonan
rigores contra el piloto
las espumas caudalosas
del cuidado de los hijos
y de
las galas y joyas
de la
mujer; y atendiendo
a éstas y otras muchas cosas,
es imposible acudir
a la
obligación forzosa
de
servir a Dios; y así
pretendo que la memoria
se ocupe en cosas eternas
y olvide las transitorias.
Demás de esto hay cosas muchas
que a los hombres apasionan,
y si al principio no
huyen,
no hay
dejarlas aunque corran.
Que es
tal árbol la mujer
que
quien se duerme a su sombra,
cuando
despierta del sueño,
más
penas que gustos goza.
Y si ausentarse pretende,
y lo
ejecuta, no importa,
que es
la memoria verdugo
que
atormenta y acongoja.
Esto,
Pantoja, me obliga
a no
aguardar a las bodas,
que si aguardo a poner vengo
el
fuego junto a la estopa;
y el
soplo de la ocasión,
con
ternezas amorosas,
es
alquitrán poderoso
que
tala, abrasa y destroza
los
pensamientos más castos,
y
encendido, aunque se pongan
estorbos, no hay quien apague
los
incendios de esta Troya.
Amor y
Ocasión son fuego;
yo soy
ciega mariposa,
y
tocando al fuego es fuerza
quemarse una vez u otra.
Esto me
obliga a ausentarme,
esto me
incita a que corra,
esto me
mueve a que huya
y esto
me anima a que ponga
tierra
en medio; que el huír
de
ocasiones amorosas
es la
mayor valentía
y el
vencerse gran victoria.
Vase [ABRAHÁN]
PANTOJA:
Aguarda, no te apresures,
detén
el paso, no corras,
que
pareces fiera herida
de
saeta venenosa.
Él se
va y acá me deja.
¡Señor! Ya voy por la alforja,
ya voy por las alpargatas,
presto vuelvo con la
bota.
No te
vayas tan ligero,
que si
vas tan por la posta
es
imposible seguirte,
porque
estoy lleno de ronchas,
y es
menester que un barbero
me
saque cuatro mil onzas
de
sangre, pues son verdugos
de
venas que no están rotas.
Él se
fue, ya no parece;
mejor
es llamar la novia
que
gente tras él envíe,
y en
comiéndonos la boda,
si
quiere ser hermitaño
--
aunque en mí es acción impropia --
si él
fuere el padre Abrahán,
seré el
hermano Pantoja.
¡Lucrecia, señora mía!
¡Plegue
a Dios que me respondas!
¿Oyes,
Lucrecia? ¡Ah, Lucrecia!
¡Por
Cristo! Que se hace sorda,
cuando
es de mucha importancia
que me
escuche y que me oiga
siquiera tres mil palabras.
Sale LUCRECIA
LUCRECIA: ¿Quién
me llama?
PANTOJA: Yo, señora,
te
llamo y doy estas voces.
LUCRECIA: ¿Para
qué?
PANTOJA:
Para que pongas
haldas
en cinta, y que partas
más ligera que una onza,
más
suelta que un cabritillo,
más
veloz que una paloma,
más
ágil que un ciervo herido,
más que
fugitiva corza,
más que
liebre entre los perros,
más que
la acosada zorra,
más que
un ladrón cuando huye
de
alguaciles que lo acosan,
más que
un sacre tras la garza
que a
los cielos se remonta,
más que
el viento...
LUCRECIA: ¡Calla, necio!
O di lo
que te ocasiona
a
llamarme y suspenderme.
PANTOJA: Digo,
señora, que importa
que sin
dilatarlo un punto
tomes
yeguas, tomes postas,
y tras
de Abrahán, tu esposo,
vayas
luego, que la mosca
le ha
picado, y por no verte
se va a
vivir entre rocas.
LUCRECIA: ¿Qué
dices?
PANTOJA:
Lo que me escuchas,
y si te
tardas una hora
será
imposible alcanzarle,
que si
en el monte se embosca
no ha
de haber perro de muestra
que
tope con su persona,
ni de
la cueva sacarle
podrán
cuatro mil huronas.
Esto
pasa, esto te digo,
y pues la verdad no ignoras,
haz diligencia
apretada
para
acabar de ser novia,
que si
te quedas así
dirá la Tebaida toda
que
novia en jerga te quedas
sin ir
al batán la ropa.
Yo voy siguiendo tus pasos,
que aunque parte sin
alforjas,
para
comprar pan y vino
se deshará de una joya.
Vase PANTOJA
LUCRECIA: Oye,
Pantoja amigo,
no
[vas] tan presuroso.
Detén
el curso al paso diligente,
y pues
eres testigo
de que
se va mi esposo,
y
permite mi suerte que se ausente
donde
tenga por gente
peñascos y panteras,
mi amor
me da ligeras
alas
para seguirle;
y ya
que vas, camina y ve a decirle
que en
tan forzoso lance
alas me
presta amor con que le alcance.
Arroyuelos ligeros
hinchad
vuestros raudales,
no
hagáis puente de plata a mi querido.
Afilad los aceros
en líquidos cristales,
y si prisión de hielo os
ha oprimido,
lo que
cárcel ha sido
del
escarchado enero
rompa
el mayor lucero,
grillos
de plata pura,
trocando en libertades la clausura,
y en
vuestra amena playa
haced a
mi querido estar a raya.
Empinados pimpollos
de hayas y de lentiscos
que hacéis opaco y
emboscado monte,
formad
con los rebollos
y con
los pardos riscos
para
que mi Abrahán no se remonte
sierras, que otro horizonte
no
descubra ni vea,
sino
que en éste sea
mi
esposo detenido,
que se
aleja de mí cual ciervo herido,
si bien
con su partida
la
cierva vengo a ser que queda herida.
Aguarda, dueño mío,
no vayas
tan ligero,
vuelve
a darme la vida que me llevas.
Mira
que tu desvío
es de
amante grosero,
y para un firme amor son muchas
pruebas.
Yo vine desde Tebas
a ser tu amada esposa,
y ya
que mariposa
vengo a
ser de tu llama,
vuelve
a dar vida a quien de veras ama;
que es
notable desdicha
acabarse tan presto tanta dicha.
Vase [LUCRECIA].
Salen MARÍA, sobrina de
ABRAHÁN, y ALEJANDRO, galán
ALEJANDRO:
¿Hasta cuándo tus rigores
han de
durar? Oye un poco,
pues
ves que me tiene loco
la
fuerza de mis amores.
Médico de mis dolores
puedes
ser, que en tanto mal,
el
remedio principal
de mis
males y mis bienes,
en una
caja le tienes
guarnecida de coral.
Oiga
yo, hermosa María,
de tu
boca un "sí" de esposo,
que es
récipe poderoso
para mi
melancolía.
Bien
veo que es demasía
lo que
pido, pero advierte
que mi
buena o mala suerte
consiste, prenda querida,
en tu
"sí" que ha de dar vida,
o en tu
"no" que ha de dar muerte.
Dos letras hay en el "no"
y dos letras en el
"sí",
y más no te cuesta a ti
decir
"sí" que decir "no".
Y si mi
amor mereció
ser en
tu gracia admitido,
el
dulce "sí" que te pido
tan
dichoso me ha de hacer
que
nombre vendré a tener
del más
felice marido.
Y si
pronuncia el "no"
en vez
de pronunciar "sí",
verá
todo el mundo en mí
lo que
mi amor te estimó.
No pido
por fuerza yo
que sea
mi amor premiado,
mas en
tan confuso estado
aguardar será forzoso
ser con
tu "sí" muy dichoso
y con
tu "no" desdichado.
Y si
permitiere el cielo
sentenciar contra mi amor,
de tal
sentencia y rigor
para el
mismo amor apelo,
donde
tendré por consuelo
cuando
no admites mi fe,
que mi
amor le dediqué
a una
mujer que en rigor
sé que
no admite mi amor
y que
olvidarla no sé.
MARÍA:
Quisiera tener razones
para
saber responder
a la
fuerza de querer
que tú delante me pones.
Pero
las obligaciones
de una
mujer principal
no
pueden tener caudal
para
hablarte sin desdén;
que
decir "no" la está bien
y decir
"sí" la está mal.
Si
agora dijera "sí"
en
teniendo posesión
pudiera
haber ocasión
que te
enfadaras de mí;
y como
favor te di
adelantado, pudieras
con mil celosas quimeras,
aunque
fuera barbarismo,
pensar
que hiciera lo mismo
con
otro que tú no fueras.
Y
así, conociendo bien
que
pudieran dar cuidados
favores
adelantados
en
quien ama y quiere bien,
mejor
es que con desdén
a tu
amor responda yo
con las
dos letras del "no"
y no
con las dos del "sí",
quedando recurso así
a ti
que en tiempo apeló.
Con
mi "no" podrás hablar
a mi
tío, que su "sí"
me
puede obligar a mí
a que
yo te venga a amar;
pero es
locura intentar
que sin
su gusto te dé
el sí
que intenta tu fe
que a
desenvoltura pasa
la
mujer que ella se casa
aunque
enamorada esté.
Mi
tribunal pronunció
la
sentencia contra ti,
pues
aguardabas un "sí"
y te
han respondido un "no";
que
pues tu amor apeló
del
rigor de esta sentencia,
ten,
Alejandro, paciencia
y sigue
el pleito con brío,
que
podrá ser que mi tío
revoque
aquesta sentencia.
Hace que se va
ALEJANDRO: Oye,
aguarda, detente,
no te
ausentes de mí tan velozmente;
reprime
la extrañeza
y el
rigor con que me habla tu belleza;
que me
darás la muerte
si me
dejas aquí de aquesta suerte.
Que
aunque de tu lenguaje
a mi
firmeza no se sigue ultraje,
con todo
a sacar vengo,
cuando
a ser tan dichoso me prevengo,
que
intentas de esta suerte
darme
por dulce vida amarga muerte.
MARÍA: Mal,
Alejandro, entiendes,
cuando
tanto te agravias y te ofendes,
lo que
yo he respondido
a lo
que tus razones me han pedido;
que si
bien lo entendieras
nunca
de mi respuesta te ofendieras.
Que no
fue despreciarte,
ni
decirte que yo no quiero amarte,
ni
mostrarte desvío
remitiéndolo al gusto de mi tío;
que
antes te ocasionaba
para
pensar que el alma te estimaba.
Y así
vuelvo a decirte
que para hablalle puedes prevenirte,
que si
al "sí" pretendido
con un
resuelto "no" te he respondido,
es
decirte que es justo
que no
me case yo contra su gusto.
Detiénela
ALEJANDRO: Oye,
hermosa María.
MARÍA: Ya de
límite pasa tu porfía.
ALEJANDRO: Es amor
quien lo ordena.
MARÍA: Habla
con mi tío y sal de aquesta pena.
ALEJANDRO: Temo el
"no" de su boca.
MARÍA: También
ese temor es acción loca.
Sale ARTEMIO, viejo
ARTEMIO:
¡Sobrina! ¿Qué es aquesto?
¿Sola
con Alejandro en este puesto
estás
de esa manera?
MARÍA: A tu
pregunta responder quisiera;
mas si
el verme te ofende,
Alejandro dirá lo que pretende.
Vase MARÍA
ARTEMIO: ¿Qué es
aquesto, Alejandro?
ALEJANDRO: Ya
sabes que soy hijo de Tebandro.
ARTEMIO: Ya lo
sé y sé quién eres.
ALEJANDRO: Pues de
hallarme aquí no es bien te alteres.
ARTEMIO: Tu
nobleza, ¿a qué aspira?
Dime la
causa.
ALEJANDRO: No diré mentira.
Ya
sabes que fue Tebandro,
de
quien yo soy rama, tronco
tan
conocido en la Escitia
como
Jasón lo fue en Colcos.
De lo
ilustre de su sangre
no hago
mención, pues tú propio
sabes
mejor lo que digo
que yo
que estos ecos formo.
La
abundancia de su hacienda
no
quiero contar tampoco,
porque
será perder tiempo
diciendo lo que es notorio.
No
quiero de mi linaje
con
figuras y con tropos
pintar
la nobleza suya,
que
antes será hacerla oprobio;
porque
la propia alabanza
del que
intenta hacer abono
de su
sangre, es vituperio
del
linaje más famoso.
Sólo
pretendo decirte
que el
hallarme de este modo
con tu
sobrina, fue causa
aquel
rapaz que sin ojos
cazando
en Chipre flechaba,
no el
ligero y veloz corzo
que
huyendo de la saeta
cristal
busca en los arroyos,
sino
las almas que libres
sabe
avasallar brïoso.
Y yo,
que no soy de bronce,
sino de
metal más bronco,
fui
blanco en que el dios alado
tirase
majestüoso.
Sentí
la flecha amorosa
que del
trato y de los ojos
de tu
sobrina María
me
tiró, que es poderoso
arpón
el que en tiernos años,
sin ser de ébano y de oro,
se
fabrica en alma joven
con
amorosos retornos.
Nacimos
los dos a un tiempo,
y al
paso que iba en nosotros
creciendo el cuerpo, crecía
el amor del mismo modo;
que
amor que en niñeces nace,
y crece
sin que haya estorbos
de
ausencia o de poco trato,
romperle es dificultoso.
En mí
creció de tal suerte
que ya llegan los pimpollos
a
tocar, aunque atrevidos,
el
techo del matrimonio.
Verdad
es también que nunca
tuve
pensamiento aborto
de poca
fe y falso trato
contra tu propio decoro;
porque
cuando mis intentos
quisieran hacer destrozo
en el
honor de María,
fuera
en defenderse toro
que en
la palestra acosado
divide
en menudos trozos,
ya que
no al dueño, la capa
que le
dejó entre sus hombros.
Herido
yo de las puntas
de
aqueste flechero heroico,
que
aunque es ciego, como he dicho,
lo sujeta y rinde todo,
para
lograr mi esperanza
me hizo
amor animoso,
y vine
a decirle agora
que me
saque de este golfo,
de este
oscuro laberinto,
de este
peligroso escollo,
de este
Caribdis confuso,
y de
este piélago undoso.
Y para
que en tal naufragio
no
peligre el barco roto,
de mi
acosada paciencia,
si merece
ser su esposo
un
hombre que desde niño
se está
mirando en su rostro,
con las
dos letras de un "sí"
me haga
tan venturoso,
que
siendo dueño sea esclavo,
que no
será el serlo impropio
cuando
adoro las estrellas
de su
cristalino globo.
Con un
"no" me ha respondido,
que a
no llevar el rebozo
de tu
gusto, su respuesta
sin duda
me hiciera loco;
pues
dice que si tú gustas
de su
parte no habrá estorbo;
y así
vengo a suplicarte
-- si supiste cuando mozo
de este
accidente la furia,
y que es
amor rayo indómito,
que
donde hay más resistencia
hace mayores destrozos --
que consideres mis males,
que atiendas mis
sollozos,
que te
muevan mis suspiros,
y entre
tierno y amoroso,
ya que
incitarte no puede
de mi
nobleza el abono,
de mi
progenie la pompa,
de mi
linaje lo heroico,
de mi
hacienda el mucho fausto
y de mi renta el tesoro,
que
para lo que merece
tu
sobrina todo es poco,
el
verme amoroso amante,
que es
en esta parte el todo,
te incite, to obligue y te mueva,
mostrándote generoso,
a darme
el "sí" que te pido,
pues en
él estriba sólo,
entre
mis congojas grandes,
la
gloria de ser dichoso.
ARTEMIO:
Noble Alejandro, tu amoroso empleo
le tengo por granjeo;
que
aunque de mi sobrina
es la
hermosura rara y peregrina,
cuyo
rostro perfecto y acabado
sirve
de espejo al campo matizado,
y entre
linajes buenos
es el
suyo no el menos,
del
tuyo la nobleza
puede
honrar una alteza,
pues
sólo el sol, para que el mundo asombre,
es
digno coronista de su nombre.
De mi
parte, Alejandro, cierto tienes
el
"sí" que me previenes;
pero
Abrahán, mi hermano,
tan
bizarro y galán como lozano,
porque
de este suceso no se ofenda,
es
menester que nuestro intento entienda;
y sin
duda ninguna
tendrás
buena fortuna,
pues
hoy también se casa,
y da
lustre a su casa,
cuando
este casamiento se concluya,
juntando su nobleza con la tuya.
La
dicha de los dos será colmada
mirándola casada,
y más
siendo contigo.
Ven al
punto si quieres ser testigo
del
gusto que recibe con la nueva,
y adonde podrás ver que a quien la lleva
prometerá en albricias
lo
mismo que codicias.
Vamos
al punto, vamos,
que si
mucho tardamos,
aunque
después pretenda hacer descargo,
de dilatarle el gusto me hará
cargo.
Sale LUCRECIA, alborotada
LUCRECIA:
Artemio noble, de mi esposo hermano,
si
acaso el parentesco en algo tienes,
aunque
el tiempo te tiene viejo y cano
sembrando plata en tus heroicas sienes,
al ocio
que en ti habita da de mano,
y a mi
llanto es razón que el curso enfrenes;
a reverdecer vuelve el joven brío
si es bastante a moverte
el llanto mío.
Infeliz fue mi estrella, pues agora,
cuando
pensé gozar el mayor gusto,
al
esmaltar los campos el aurora
en
lamento se trueca y en disgusto;
mira si
con razón el alma llora,
mira si
es bien me turbe aqueste susto,
y mira
cómo puedo estar sin queja
si al
umbral de mi dicha el bien me deja.
Todo
estaba, cual sabes, prevenido
para
que hoy nuestra boda se acabase,
y sin
darle ocasión a mi querido
para
que de mí, triste, se enfadase,
al
despertar el alba, sin rüido,
porque
nadie su intento le estorbase,
por no
cumplir el "sí" que había dado,
sin
casarme vïuda me ha dejado.
Su
crïado me dice que va al monte
con
ánimo de estarse retirado,
y antes
de que más se aleje y se remonte,
si mis
congojas pueden dar cuidado,
a que
dejes ligero este horizonte,
ya que
hacerlo no quieras por cuñado
por ser
mujer siquiera, y sin reposo
te pido
que busquemos a mi esposo.
Muévante de mis ojos los raudales,
oblíguente las ansias con que vengo,
lastímente mis penas y mis males,
tu
pecho incite la razón que tengo;
y si
acaso no bastan los cristales
que a derramar llorando me prevengo,
enternézcate ver que en esta calma
se fue
tu hermano y que me lleva el alma.
ARTEMIO: Oye,
hermosa Lucrecia, que ya sigo
el
curso de tus pasos amorosos.
Vamos tras ellos, Alejandro
amigo,
que no
es bien que se muestren perezosos
los míos en tal caso.
ALEJANDRO: Si te obliga
con
mostrarse los míos cuidadosos,
verás que no son tardos en buscalle,
pues
estriba mi dicha en alcanzalle.
Vanse todos. Salen
LEONATO y MARDONIO
MARDONIO: Poco
sosiegas en casa
aunque
no estás descansado.
LEONATO: Mal
puede estar sosegado
un
corazón que se abrasa.
Seis meses he estado ausente.
¡Sabe Dios lo que he
sentido!
Y así
agora que he venido
templar
quiero el accidente;
porque es el mal del ausencia
más
terrible que el de celos.
MARDONIO: Nunca
supe tus desvelos,
mas
concédeme licencia
de
que pueda preguntarte
quién
te causa tal dolor.
LEONATO: Mardonio
amigo, mi amor
-- no tiene esto de espantarte --
a
Lucrecia dediqué,
y ha
sido con tal pasión
que
alma, vida y corazón
en un
punto la entregué.
Y
quiérola de tal suerte
y con
pasión tan crecida,
que el
verla me da la vida
y el no
verla me da muerte.
MARDONIO:
Aunque serán malas nuevas,
volverte a casa podrás,
que a
Lucrecia no verás.
LEONATO: ¿Por
qué?
MARDONIO:
Porque no está en Tebas.
LEONATO: ¿Qué
dices?
MARDONIO: Lo que has oído.
LEONATO: ¿Dónde
está?
MARDONIO:
En Alejandría
con gusto y con alegría
se ha
casado.
LEONATO:
Sin sentido
esas
nuevas me han dejado.
¿Es
burla?
MARDONIO:
Verdad te trato.
LEONATO: ¿Es
posible?
MARDONIO: Sí, Leonato.
LEONATO: Pues
Lucrecia se ha casado
y yo
no la merecí,
muera
yo, que no es razón
vivir,
pues la posesión
que
esperé tener perdí.
Y
entre tan grave dolor
de tan
terribles enojos,
salga
el alma por los ojos.
Máteme
mi grande amor;
que
más lisonja será
y
tormento menos grave
que
amor de una vez acabe,
que no
imaginar que está
en
los brazos de otro dueño,
de mil
requiebros gozando,
y yo
muriendo y penando
sin que
me repose el sueño;
porque estará la memoria
hecha
verdugo crüel
apretándome el cordel
de mi
pena y de su gloria.
MARDONIO: Casi
he llegado a pensar
que
Lucrecia ingrata ha sido,
y que
no ha correspondido
a tan verdadero amar.
Porque habiéndose gozado,
ingratitud viene a ser
olvidar
una mujer
lo que
ha sido su cuidado.
Mas
también vengo a sacar
cuando estás tan sin reposo,
que el
agraviado es su esposo,
y que
es quien se ha de quejar.
De
ti no, porque en efeto,
cuando
tal gloria tuviste,
su
decoro no ofendiste
ni le
perdiste el respeto.
De
ella sí, porque ella fue
la que
le ofendió en rigor,
pues
fingió estar sin amor
y
estaba en otro su fe.
LEONATO: No
trates de esa manera
su
honestidad recatada,
que
siempre fue más honrada
de
aquello que yo quisiera.
Mas
entre tantos rigores
con que
siempre me trataba,
tener
con todo esperaba
el
premio de mis amores.
Pero
ya casada agora,
muerta
queda mi esperanza;
y así
en tal desconfïanza
el alma
suspira y llora.
MARDONIO: Mas
con todo... ¿Dónde vas?
LEONATO: Quiero,
Mardonio, partir
Hace que se va
a
Alejandría a morir.
MARDONIO: ¡Tente,
aguarda, loco estás!
LEONATO: No
es mucho que loco esté,
cuando
permite el Amor
que me
trate con rigor
una
mujer que adoré.
Vanse los dos.
Sale ABRAHÁN, de
hermitaño
ABRAHÁN: ¡Qué
dichoso a ser viene aquél que huye
del
Babilón tumulto de la gente,
donde
en la soledad está patente
lo que confunde el alma y la
destruye!
Aquí
el león rugiente sí que arguye
para
quien no le entiende agudamente,
mas
como siempre arguye falsamente,
con
pocos entimemas se concluye.
Retiréme del mundo y su locura,
que
aunque es cosa muy santa el matrimonio,
de
Lucrecia temí la hermosura;
y el
desierto me da por testimonio,
que el
huír la ocasión es piedra dura
para
quebrar los ojos al demonio.
Salen ARTEMIO, MARÍA y ALEJANDRO, y
ABRAHÁN se esconde
ARTEMIO:
Suceso infeliz ha sido,
el de
Abrahán y Lucrecia,
pues
sin ocasión precisa
el uno de otro se ausenta.
Él se
pierde por dejarla,
por
tenerle se pierde ella,
y entre
tantas confusiones
no hay
quien de ninguno sepa.
Ya que
Abrahán se ha ocultado,
a
Lucrecia hallar quisiera,
que
como corcilla herida
se ha
perdido entre las breñas.
ALEJANDRO: Todo ha
sido por mi daño,
que mi
poca suerte ordena,
por no
darme gusto en nada,
que el
mal de todos padezca.
MARÍA: Dale
voces a mi tío,
que
puede ser que te entienda
y te
responda.
ARTEMIO:
Bien dices.
Quiero
hacer lo que me ordenas.
¡Abrahán! Querido hermano,
escucha
mis voces tiernas
y
respóndeme. ¡Abrahán!
Sale ABRAHÁN
ABRAHÁN: Entre
estas cóncavas piedras
de mi
propio nombre escucho
los ecos;
no sé quién pueda
formarlos entre estos riscos
y en
esta inculta maleza,
si no
es acaso a Pantoja,
que fue
a buscar unas hierbas,
algo le
haya sucedido.
ARTEMIO: ¡Abrahán!
ABRAHÁN:
¿Quién me vocea?
ARTEMIO: Yo soy,
hermano querido,
quien
te llama y quien te ruega
que
dejes designios tales.
Considera que a Lucrecia
haces
agravio en dejarla.
¡Abrahán! ¿Qué has visto en ella
para
dejarla burlada?
¿Es
liviana? ¿Es deshonesta?
¿Es de
linaje villano?
¿No
ordenaste que de Tebas
la
trujesen para ser
tu
esposa? ¿Cómo te ausentas
de sus
ojos? ¿Cómo agora
en tal
confusión la dejas?
¿No
echas de ver que la agravias?
¿No
adviertes que haces ofensa
a su
linaje? ¿No miras
que das
ocasión que entiendan
los
nobles de Alejandría
que has
visto alguna flaqueza
en su
opinión? Vuelve, vuelve
tus
pasos atrás. Recuerda
del letargo
que te oprime,
de la
pasión que te ciega,
del
furor que te combate,
de la
intención que te lleva.
No
permitas que tu esposa
por
dejarla tú se pierda.
Considera que su honra
corre,
Abrahán, por tu cuenta,
y que a
ti mismo te agravias
dejándola así; no seas
ocasión
de su rüina,
pues
como acosada cierva,
sin
reparar ser mujer,
sin
mirar sus pocas fuerzas
y
olvidando sus regalos,
cuando
derramaba perlas
el
alba, bordando montes
con
jazmines y violetas,
ella
derramando aljófar,
desperdiciando azucenas,
destroncando maravillas
y
lastimando la esfera
con
suspiros, sola y triste,
se
partió de mi presencia
a
buscarte, y aunque luego
partí corriendo tras ella,
no ha
sido posible hallarla,
ni
habemos visto quien sepa
decirnos de su persona.
¡Ea,
Abrahán, no seas fiera!
Vamos a
buscarla todos,
sus lágrimas te enternezcan
y las
mías, que a mis ojos
obligan
a que las viertan.
A esto
ha sido mi venida.
Vamos
antes que en la selva
se
embosque y no la hallemos,
adonde
de su belleza
se
marchite la hermosura
y se
eclipsen las estrellas.
Y
porque después de hallarla,
para
que más gusto tengas,
entregues a tu sobrina
a Alejandro, cuyas prendas
no
ignoras, pues te es notorio
que
ella gana en que él la quiera.
MARÍA: De mi
tío haz los ruegos,
pues es
razón que te mueva
de
Lucrecia el desconsuelo,
que
está sola en tierra ajena.
ALEJANDRO: Rompe
tantas suspensiones,
el paso
mueve y la lengua,
que
nunca permite espacio
ocasión
de tanta priesa.
ABRAHÁN: A los
cargos que me has hecho
dar
satisfacción es fuerza,
y
aunque será brevemente,
oye,
Artemio, la respuesta:
De
Lucrecia no me ausento
por
decir que es desenvuelta,
ni por
liviandades suyas,
ni
porque haya hecho ofensa
a mi
honor y a su recato,
sino
porque su belleza
me hizo
temer escuchando
de
Pablo aquella sentencia
-- digno del ingenio suyo --
que
dice que quien se entrega
a los
brazos de la esposa
las
hebras de sus madejas
sirven
de cadenas fuertes,
en que
si una vez se enreda
con las
dos letras de un "sí",
es
imposible romperlas
hasta
que llega la muerte
con la
guadaña y la siega,
dividiendo el uno de otro;
y es
tan inmensa la fuerza
del
amor del matrimonio
y del
cuidar de la hacienda,
del
sustento de los hijos
y de
otras cosas, que veda
el
acordarse de Dios
a
veces. Ésta es mi tema.
Por
esto al desierto vengo,
por
esto dejo a Lucrecia,
por
esto visto este saco;
que más
quiero en la aspereza
vivir
en trabajos muchos
esperando que en la excelsa
cumbre
del monte Horeb
el
premio de gloria tenga,
que
gozar en la otra vida
por un
gusto mil miserias.
En lo
que toca a casarse
María,
sea norabuena.
Contradecirlo no quiero
ni
aprobarlo, ella lo vea.
En eso
haga su gusto,
pero
repare y advierta
que hay
terribles ocasiones
en que
padece tormenta
el
alma, y se ve acosada
la nave
de la paciencia.
Aquesto
sólo me obliga
a poner
en medio tierra
y a la
soledad venirme,
donde
el alma se recrea.
Si
algún bien quieres hacerme,
hermano, busca a Lucrecia,
y dila
que su hermosura
me da
miedo, que no sienta
el
dejarla de esta suerte,
porque
me anima y es fuerza
el
servir a Dios, y temo,
después
de aquesta carrera,
tener
por ligeras glorias
siglos
de penas eternas.
Vase ABRAHÁN
ARTEMIO:
¡Aguárdame, hermano, escucha!
Que a
resolución tan buena
no es
razón contradecirla.
Vase ARTEMIO
MARÍA:
¡Alejandro, a Dios te queda!
Que ya
no quiero casarme
que han
tocado a mis orejas
las
razones de mi tío,
y
quiero en esta aspereza
servir a Dios. No te canses
porque ya el alma me
llevan
diferentes pensamiento.
Vase MARÍA
ALEJANDRO:
¡Amor! ¿Qué desdicha es
ésta?
Hermosísima María,
de
estos montes primavera,
abril
de estos horizontes,
oye,
escucha, aguarda, espera.
¡No te
vayas! Mas ya en balde
el alma
se aflige y queja,
que
como veloz paloma
tras
Abrahán va ligera.
Mas
¿cómo si soy amante
no la
sigo? Voy tras ella,
que a
pesar de mi fortuna
he de
gozar su belleza.
Vase ALEJANDRO
FIN DEL PRIMER ACTO