ACTO SEGUNDO
Sale PANTOJA, de hermitaño, que trae unas
hierbas y pan en una cesta
PANTOJA: Deo
gracias, padre Abrahán,
ya están cogidas las hierbas,
que son las dulces
conservas
que en
este desierto están.
Gastado los dedos tengo
de arar
aquestas riberas,
pero ya
no hay acederas
en los
campos donde vengo.
Penas se vuelven las glorias
que el
desierto nos ha dado,
pues la
simiente ha faltado
de acelgas y de achicorias.
Y si va a decir
verdad,
tomara
yo una pechuga
mejor
que no una lechuga
en esta
necesidad.
Mas
para mayor congoja,
según
soy de desdichado,
en tan
infeliz estado
lo
vendrá a pagar Pantoja.
Para
engañar este pan
estas
hierbas he cogido,
que son
el mejor condido
que en
esta cocina dan.
Miren la miseria suma
de mi
dichoso suceso,
pues sirve el troncho de hueso
y la hoja sirve de
pluma.
La
carne no hay que buscalla,
porque
aquí la mejor polla
viene a
ser una cebolla,
y ésta
es menester hurtalla.
Pues
vino no hay que tratar,
porque
aquí sirve de vino
un
arroyo cristalino
que
hace a las tripas guerrear.
Pantoja, no hay que quejarte,
come
las hierbas y el pan,
porque
si viene Abrahán
no te
cabrá tanta parte.
Digo
que tomo el consejo,
pues es
del mal lo menor,
si bien
tomara mejor
un
trago de vino añejo.
Mas
cuando no tengo lomo,
suele
decir el refrán,
si
longaniza me dan,
con
longaniza el pan como.
Y
así habré agora de hacer,
porque
hallo que es peor
y más
crecido dolor
tener
hambre y no comer.
Siéntase PANTOJA a comer.
Sale
ABRAHÁN por el monte, con cabellera larga y negra
ABRAHÁN: Las puntas de aquestos riscos,
que sirven de almenas
altas,
en que las aves nocturnas
a su criador le dan
gracias;
los
levantados pimpollos
de las
sabinas copadas
en que
del rigor del tiempo
el
jilguerillo se escapa;
las
frescas y amenas sombras
de las
siempre verdes hayas,
en que
del calor del sol
el
pasajero se ampara;
los
tomillos y cantuesos,
entre
cuyas secas ramas
el
conejuelo se abriga
contra
la nieve y la escarcha;
la
tórtola que se arrulla
y con
sus lamentos canta
lo
dulce de sus amores
que la
entretiene y regala;
el
ruiseñor vocinglero,
que
cuando despierta el alba
dice al
mundo su venida
con mil pasos de garganta;
el
plateado pececillo,
que en
las fugitivas aguas
forma
alegre escaramuza,
siendo
de viento sus alas;
están
enseñando al hombre
que naturaleza
humana
sólo
para su sustento
fabricó
cosas tan varias.
Y a mí
entre aquestos peñascos,
el
ruiseñor, la calandria,
el
jilguerillo, el conejo
y el
pez en campo de plata,
me
enseñan a dar gracias
al que
hizo la esfera tachonada,
pues
por el hombre sólo
formó
lo que hay de un polo al otro polo.
PANTOJA:
Abrahán viene embebecido,
con la
memoria ocupada
en considerar las peñas,
los álamos y las palmas;
y yo también me divierto
después
de llenar la panza,
séase
de lo que fuere,
en qué comeré mañana.
La
carne no me da pena
porque
ya están enseñadas
mis
tripas a comer verde,
como
borrico que sangran
por
mayo para que engorde
hartándole de cebada.
Sólo
siento que en el campo
se
acaben las zarandajas
de la
silvestre lechuga,
de la
acedera gallarda,
del
rapóntico sabroso
y de la
achicoria amarga.
Porque en efecto estas hierbas,
aunque
de poca sustancia,
son de
hermitaños hambrientos
el
perejil y la salsa.
Y
después que mi panza
se
satisface de estas zarandajas,
por no
mostrarme ingrato,
le doy
al cuerpo un sueño de barato.
ABRAHÁN:
Conozco, Señor divino,
que a
mi tosca lengua faltan
himnos
con que engrandeceros,
con que
os alabe palabras,
con que
os regale ternezas,
con que
os enamore gracias,
con que
os agrade suspiros;
pero recibid mis ansias,
no despreciéis mis deseos,
que si aquestos tienen
paga
en
vuestra sacra presencia,
los que están en mis entrañas
son grandes; bien reconozco
que de mis culpas la carga
muchos infiernos merece
y es digna de eternas llamas.
Pero no, Señor inmenso,
que bien sé que a quien
os llama,
aunque
más pecador sea,
no le
negáis vuestra gracia.
Y así,
Pastor soberano,
haced de vuestra manada
este
humilde esclavo vuestro,
y
admitid en vuestra casa
a mi
sobrina María,
y
libradla de las garras
del
lobo, que ya furioso
pretende
despedazarla.
Ha ido bajándose
A su
celda llegar quiero
y ver
en qué está ocupada.
¡Pantoja! ¿Qué estás haciendo?
PANTOJA:
(¡Descubrióse la maraña!)
Aparte
ABRAHÁN: ¿No me
respondes, Pantoja?
¿Qué
haces?
PANTOJA:
Padre, esperaba
algún
socorro del cielo.
ABRAHÁN: ¿Y las
hierbas?
PANTOJA: No hay hallarlas,
aunque por dos achicorias
se dé un ojo de la cara.
ABRAHÁN: ¿Estos tronchos de qué son?
PANTOJA: Cogí
tres o cuatro matas,
parecióme no ser buenas,
y por
ver si eran amargas
las
probé, y como eran pocas
el gusto
no las hallaba.
ABRAHÁN: [No debes de responderme;]
ya conozco tus entrañas,
Pantoja.
PANTOJA:
Padre Abrahán...
ABRAHÁN: Tus
intentos se declaran;
ya sé
que siempre procuras
que se remedie tu falta
y que
perezcan los otros.
PANTOJA: No se
espante, que mis ganas,
aunque son pocas, son buenas.
Y como más cerca se
halla
la
camisa que no el sayo...
ABRAHÁN: Bueno
está, Pantoja. ¡Basta!
La
caridad se conoce.
PANTOJA: Aunque
las uñas gastadas
tengo
de cavar la tierra,
me
parto al punto a buscarlas,
para
que comáis los dos.
ABRAHÁN: Oye,
escucha, no te vayas.
¿Sabes
qué hace mi sobrina?
PANTOJA: Ella
siempre está ocupada
en su
celda o su retrete
en
contemplaciones santas.
ABRAHÁN:
Envidiarla puede el mundo.
PANTOJA: Nunca
ha visto la Tebaida
en años
tan delicados
virtud
y abstinencia tanta.
Suena música
ABRAHÁN: Parece
que está cantando.
PANTOJA: Yo sé
bien que no cantara
si
hambre como yo tuviera;
mas
dicen que canta Marta
bien
después de haber comido.
ABRAHÁN:
Escuchemos lo que canta.
MARÍA canta dentro lo que sigue
MARÍA:
"In te Domine speravi non
confundar in aeternum".
PANTOJA: ¿Qué
quiere decir aquello?
ABRAHÁN: Que el
que pone su esperanza
en
Dios, no será rendido
de los
trabucos y balas
del
enemigo rugiente,
que
para rendir el alma
debajo de varias formas
con
cautela se disfraza.
Canta
MARÍA:
"Bonum est sperare en Domino
quam
sperare in principibus".
ABRAHÁN:
Bueno es esperar en Dios,
dice
agora, que se engaña
el que
favores espera
de los
reyes y monarcas.
Que
esperanzas de los hombre
son de
tan poca importancia,
que el
que piensa estar medrado
más
desmedrado se halla.
PANTOJA: Bueno
es eso, pero déme
licencia para que vaya
a
buscar algunas hierbas
para
que coma la hermana
María y
todos comamos.
ABRAHÁN: En buen
hora ve a buscarlas,
pero lo que agora hiciste
has de
advertir que no hagas
otra
vez.
PANTOJA:
Yo le prometo
de no
comer una rama,
si no
es que acaso la hambre
me hace
quebrar la palabra.
Vase PANTOJA.
Pónese ABRAHÁN en
oración y sale el DEMONIO, de pasajero
DEMONIO:
Entre las grutas de estas altas peñas
guerra
me hace el cristalino cielo,
adonde
es la palestra opacas breñas,
y
adonde yo con ansia y con desvelo
de mi
pesar intento hacer reseñas;
si bien
no me asegura mi recelo
que
vencedor saldré de esta batalla,
pero
con todo quiero presentalla.
Aquí
quiero fingir que derrotado,
del
tropel de mi gente me he perdido,
y que
en todo este monte no he hallado
quien
pueda consolar un afligido;
que con
esta cautela que he pensado
y con
este disfraz de mi vestido,
para
dar mayor lustre a aquesta historia,
de
aquestos dos vendré a tener victoria.
ABRAHÁN:
¡Dulce Jesús! que en un madero,
infame
hasta
que tú le diste honor y precio,
tu
sangre permitiste se derrame
con
algazara, grita y menosprecio;
donde
estás aguardando que te llame
el que
te ofende, masageta necio;
recibe,
gran Señor, del alma mía
los
himnos y alabanzas que te envía.
DEMONIO:
Agora que con Dios está embebido,
porque
de su coloquio se divierta,
quiero
dar voces y hacer algún ruido;
quede frustrada
su esperanza cierta
de
aquello que su intento ha pretendido;
ciérrese con mi traza aquesta puerta,
que si
se cierra y abro otro portillo
a mi
poder se rendirá el castillo.
[En voz alta]
¿Hay
por ventura entre esta inculta breña
quien
movido de lástima me enseñe,
sacándome de un risco y otra peña,
el
camino que obliga me despeñe?
¡Hola,
pastores, dadme alguna seña,
vuestra
nota piedad no se desdeñe
de
poner en camino conocido
al que
por no saberle le ha perdido!
Levántase
ABRAHÁN:
Voces oigo, sin duda son de gente
que por
las sendas de esta inculta sierra
ha
perdido el camino diligente;
que
como no se habita aquesta tierra,
y su
cumbre es altiva y eminente,
al
diestro pasajero le hace guerra;
y pues
es caridad, quiero piadoso
sacarle
de este trance riguroso.
¿Quién es el que vocea?
DEMONIO: En este monte
he
perdido el camino, que siguiendo
una
mujer que imita otra Faetonte,
viene
buscando un hombre que va huyendo
los
rayos de su sol; que Laomedonte
quise
ser de su honor, y agora emprendo
buscar
por vario modo y peregrino
a la
mujer perdida y el camino,
y
antes que me le enseñes...
ABRAHÁN: ¿Qué
preguntas?
DEMONIO: Que me
digas si acaso entre estas breñas
y entre
estos riscos de cerúleas puntas
una mujer has visto, cuyas señas
la
belleza del alba tiene juntas
cuando
derrama aljófar entre peñas,
y es
tanta su belleza y hermosura,
que es
al alba con ella noche oscura.
ABRAHÁN: Después que entre estos riscos y peñascos
hice
palacio de sus pobres grutas
y
bóvedas cimbriadas de sus cascos,
comiendo alegre sus silvestres frutas,
sin que
las sabandijas me den ascos
ni alteración me causen fieras
brutas,
en el
valle apacible ni entre peñas
nunca
he visto mujer con esas señas.
¿Pero qué te ha movido y obligado
a venir
a buscarla de esa suerte,
y
dejando el bullicio en despoblado
ponerte
a riesgo de una fiera muerte?
DEMONIO: Ya que
la causa de esto has preguntado
y el
referirla tengo a buena suerte,
dame
para contarla atento oído
y
sabrás la ocasión que me ha movido.
Yo
soy, para no cansarte,
del
Señor más poderoso,
que
entre brillantes doseles
tiene
levantado solio,
hechura, y en tanto grado
me
aventajo de los otros
privados suyos, que siendo
príncipe majestüoso
en lo
galán y arrogante,
en lo
bizarro y airoso,
sólo me
faltaba entonces
sentarme en su regio trono.
Y
aunque viéndome en la cumbre
de la
privanza, el abono
de mi
grandeza pudiera
con
aliento generoso
levantarme a su real silla,
sin que me hicieran estorbo
los
soldados que a su guarda
asisten
en varios coros,
no lo
pretendí hasta tanto
que un
secreto misterioso
me
reveló, siendo el caso
tan ajeno y tan remoto
de su
grandeza, que quiso
por
extraordinario modo,
levantar un hombre humilde,
siendo
formado de polvo
de la
tierra, a ser su imagen,
y ponerle
en tanto toldo
que a
pesar de los más nobles
fuese
superior a todos.
Mas yo
que de mi progenie
era
supremo pimpollo,
y
estaba patente y claro
el
agravio de mi tronco,
porque
no tuviese efecto
lo que
intentaba, convoco
los que
de mi parte pude,
tocando
el clarín sonoro
de este
agravio y de esta ofensa;
y como
si fuera aborto,
rayo de
preñada nube
que,
cuando el austro y el noto
en su
esfera se combaten,
despide
entre truenos sordos
centellas que abrasan montes,
rayos
que desgajan olmos,
y
relámpagos que privan
de su
potencia a los ojos,
entre
envidioso y soberbio,
si no
es que lo tuve todo,
quise
sentarme a su lado,
y vine
a verme en tal colmo
que lo
hiciera, si en alférez,
no hay
que negarlo, brïoso
más que
ninguno de aquellos
que
asisten a su contorno,
no me
quitara la silla
en que
pretendí, hombro a hombro,
sentarme al lado del rey.
¿Pero
no has visto un arroyo
que
entre junquillo y trébol
va
caminando a lo sordo,
y
después en un peñasco
topa,
cuyo pie es tan hondo
que
para hacer de pasarle
es
menester que furioso,
porque
halla resistencia,
se
despeñe como loco,
y el
que era cristal entero
se
convierte en abalorio?
Así yo,
que antes corría
manso,
apacible y sonoro,
con
aquesta resistencia,
aunque
era joven, que el bozo
me
apuntaba entonces, di
tal
caída, que mi rostro
quedó
feo y denegrido
con ser
cándido y hermoso.
Quitóme
la silla al fin
el que
digo, y con enojo
a mis
intentos se opuso,
siendo
suficiente él solo
para resistirme a mí
y a los
que fueron notorios
secuaces míos; y el rey
mandó
que en un calabozo
me
aprisionasen, después
que el
delito criminoso
se
fulminó, decretando
que en
privación de su rostro
me
condena para siempre;
y con
riguroso modo
desterrado de su reino
me
partí a reinos remotos.
Llegué
desterrado, al fin,
al
reino de Monicongo,
adonde
me recibieron
con
rosas y cinamomos.
Desde
allí pasé a Cambaya,
a la
tierra de Geylolo,
a
Nirsinga y Gizarate,
donde me ofrecieron oro,
perlas,
diamantes, jacintos,
cornerinas y crisólitos;
y
anduve tantas provincias,
que los
más diestros cosmógrafos
se
cansaran de contarte
las columnas, los cimborrios,
los
obeliscos, las torres,
los
arcos y mauseolos
que en
mi nombre levantaron.
Mas
porque no es a propósito
el
contarte aquestas cosas,
quiero en términos más cortos
decirte
que llegué a Tebas,
adonde
miré unos ojos
de la
más rara hermosura
que se
halla de polo a polo.
Y como
el vendado dios
no respeta regios tronos
más que
las chozas pajizas,
sino
que los trata a todos
de una
misma suerte, a mí,
sin
tirar balas de plomo,
me
rindió de tal manera
que
quedé perdido y loco.
Enamoréme, en efeto,
y
cuando estaba en el golfo
de mi
pretensión mayor,
pensando ser el dichoso
que sus
ojos mereciese,
la boda
se hizo con otro.
Fuese
de Tebas, y yo,
enamorado y celoso,
partí
tras ella; mas cuando
llegué
a ver los promontorios
de la
ilustre Alejandría,
que de
esta tierra era el novio,
supe
que ya no gustaba
sujetarse al matrimonio,
y
retirándose al monte,
con
infamia y con oprobio
de su
linaje, dejó
los más
que brillantes globos
de
azabache, con su ausencia,
entre
sirtes y entre escollos
de
murmuradoras lenguas,
con
capuces melancólicos;
y como
el aurora entonces
quería
esparcir el oro,
los
aljófares y perlas
de su
opimos tesoros,
cobarde
detuve el paso
por ver
que en montes y sotos
la
novia, airosa y bizarra,
perlas
llevaba en los ojos,
oro en su terso cabello,
rayos
de luz en su rostro,
en sus
pies alas veloces,
en su
movimiento asombros,
en sus
labios tristes quejas,
en sus
acciones abono,
porque con esta presteza
iba a
buscar a su esposo.
Y yo
que supe el suceso,
como
fugitivo corzo
que
herido de la saeta
del
cazador cauteloso,
por
buscar el cristal puro,
con
grita y con alboroto
ya
trepa los altos riscos,
ya
desgaja frescos chopos,
ya
deshace verdes flores,
y ya
destronca madroños,
vengo
sin alma y sin vida
a ver
si acaso en los hondos
nichos
de estas pardas peñas
hallo,
siendo venturoso,
el sol
de estos horizontes,
de
estos montes el Apolo,
el
aurora de estos valles,
y el
alba de aquestos sotos.
ABRAHÁN: (La
relación de esta historia Aparte
me ha
dejado tan absorto,
que me
ha sacado de mí,
porque
si bien la conozco,
es de
mi vida el suceso,
de
Lucrecia los oprobios,
de mi
amor la ingratitud.
Pero,
¿qué es aquesto? ¿Cómo
doy
lugar al pensamiento
que en
sucesos amorosos
se ocupe? ¡Tirad la rienda,
razón
superior! Corcovos
no dé
el caballo apetito,
que si
camina brïoso
dará
con la carga en tierra).
DEMONIO: (En
confusiones le pongo, Aparte
y aquesto sólo pretendo).
ABRAHÁN: (No hay
que hacerle licencioso, Aparte
que si
se toma licencia
es tan
carnicero lobo
que sin
reparar en nada
da con
el alma en el lodo.
Vamos, caballo, a la cueva,
que
allí de vuestros antojos
ha de
ser la disciplina
el
médico poderoso).
Hace que se va
DEMONIO: ¿Dónde
vas sin responderme?
ABRAHÁN: Con no
responder respondo,
que
aquesa mujer no he visto.
DEMONIO: Pues,
¿por qué te vas?
ABRAHÁN: Conozco
en la
relación que has hecho
y en el
embuste notorio,
que
eres aquel enemigo
que
procura el mal de todos;
y
conversaciones tales
son
tratos muy peligrosos,
y me
está bien no hablar de eso.
Dentro
LUCRECIA: ¡Favor,
cielos!
ABRAHÁN: Voces oigo,
y en la
voz mujer parece.
LUCRECIA: Detén
el colmillo corvo,
monstruo fiero.
DEMONIO:
(Ésta es Lucrecia. Aparte
Sin
duda aquí le provoco
a que
deje los peñascos,
y otra
vez se vuelva al golfo
del
mar, en que ha de perderse
con
amores y negocios).
ABRAHÁN:
Terrible ocasión es ésta.
Yo me
voy.
DEMONIO:
Aguarda un poco.
LUCRECIA: ¡Favor
me dad, cielo santo,
pues me
lo niega mi esposo!
Baja LUCRECIA por un monte abajo rodando,
ensangrentado el rostro, y cae a los pies de ABRAHÁN,
como
muerta
ABRAHÁN: ¿Qué es
esto, divinos cielos?
DEMONIO: Funesto
caso.
ABRAHÁN:
Espantoso.
Llega el DEMONIO a ella
DEMONIO:
Infelice fue mi estrella,
pues se
ha vuelto en clavel rojo
y en
lilio morado y triste
el
cándido cinamomo
de la beldad que buscaba.
Parte
corriendo a un arroyo,
y del
cristal fugitivo
trae en
tus búcaros toscos
alguna
parte con priesa,
a ver
si de aqueste asombro
vuelve en sí.
Hace ABRAHÁN que se va
Pero no vayas,
aguarda, sustenta un poco
este
pedazo de nieve,
que yo
iré más presuroso,
que al
fin como más me importa,
iré
como herido corzo.
Vase el DEMONIO
ABRAHÁN: Ya tus
intentos penetro,
ya tus
maldades conozco,
mas con
el favor de Dios
he de
salir victorioso.
ABRAHÁN la tiene entre los brazos
ABRAHÁN: Ésta
que tengo en mis brazos
es
Lucrecia, triste suerte,
y vengo
a ofrecerla en muerte
los que
en vida negué abrazos.
En
su muerte soy culpado,
que si yo no la dejara,
nunca la Fortuna avara
la
pusiera en tal estado.
Sin
duda no estuve en mí,
pues
debiendo venerarla,
mujer
no supe estimarla,
y
cuando cadáver sí.
Conozco que ingrato he sido,
mas no
es mucho que lo fuese,
temiendo que me impidiese
el
cuidado de marido.
Subiré a los altos montes
de la
ciudad soberana,
adonde
la vista humana
mira
sacros horizontes,
contemplando al Hacedor
de
aquesta máquina bella;
mas no
estimar esta estrella
fue
desprecio y fue rigor.
Dejarla aquí no es cordura,
antes
viene a ser crueldad,
y es
género de impiedad
el no
darla sepultura.
Pues, ¿qué he de hacer? Animarme,
y ya
que no fui su esposo,
Tobías
seré piadoso.
El
cadáver quiero echarme
a
cuestas, que esta ocasión
no es
ocasión de temer
pues ya
ha trocado su ser
en
ángel de otra región.
A
llanto provoca el verte,
pero el
llanto no me impida,
que si
fui Vireno en vida
soy
Eneas en la muerte.
LUCRECIA: ¡Ay
de mí!
ABRAHÁN:
Ya vuelve en sí.
Ésta es
mayor confusión,
que
aprieta más la ocasión;
que si
muerta la temí
viviendo es más de temer,
que es
cosa dificultosa
pelear
con mujer hermosa
y no dejarse vencer.
Y ya
parece que el alma
siente
no sé qué de amor;
tente,
apetito traidor,
no
pretendas llevar palma
de
mí, que si me combates
con tus
piezas de batir,
para
vencer el huír
son
agudos acicates.
LUCRECIA:
¿Quién eres tú que entre piedras
adornadas de rigor
me has
hecho aqueste favor
donde
tus brazos de hiedras
han
servido? No te ausentes,
y ya
que fuiste piadoso,
no te
muestres riguroso
dejándome entre serpientes,
entre tigres y panteras
cuya
espada de marfil
marchitará de mi abril
las
floridas primaveras.
Considera que tu traje
publicando está piedad.
No
conviertas de crueldad
lo
piadoso del ropaje.
Merezca por ser mujer,
sola,
triste y afligida,
de este
monte la salida.
Fácil
es esto de hacer,
y
pues sabes el camino,
ponme
en él, que es escabroso
el monte, y busco a mi esposo
que
anda por él peregrino;
que
si le hallo, aunque es ingrato
conmigo, será tu amigo.
ABRAHÁN: Temo
perderme contigo.
LUCRECIA: ¿Por
qué temes?
ABRAHÁN: Porque el trato
de
una mujer suele hacer
que se
destruyan ciudades,
y temo
en estas soledades
lo que
puede suceder.
Yo
soy hombre, tú eres bella
-- lo que digo no te asombre --
y en la
ocasión el más hombre
no sabe
escaparse de ella.
Y
así, encomiéndate a Dios,
que yo
no me fío de mí,
porque
si una vez hüí
no estoy cierto hacerlo dos.
LUCRECIA: ¿De
quién una vez huíste?
ABRAHÁN: De mi
esposa.
LUCRECIA:
¿De tu esposa?
ABRAHÁN: Sí.
LUCRECIA:
¿Por qué?
ABRAHÁN: Porque era hermosa.
LUCRECIA: ¿Por
hermosa la temiste?
ABRAHÁN: Sí,
que una rara hermosura
hace de
Dios olvidarse,
y es
mejor aprisionarse
que
verse en tal desventura.
LUCRECIA: Pues
si estabas ya casado,
¿cómo pudiste dejarla?
ABRAHÁN: La
palabra llegué a darla,
pero no
fue consumado
el
matrimonio, y así
fue mi
sagrado el retiro.
LUCRECIA: De tus
razones me admiro.
ABRAHÁN: Y yo de
mirarte a ti.
LUCRECIA:
¿Quién eres?
ABRAHÁN: Saber no quieras
en esta
ocasión quién soy,
pero un
consejo te doy,
y es
que en estas cordilleras,
ni
en este monte fragoso,
no
gastes noches y días,
porque
entre estas piedras frías
no
hallarás a tu esposo;
y
aunque le halles será en vano
el
camino que has traído;
y así
busca otro marido
que te
dé palabra y mano,
que
el que una vez te dejó
no te
admitirá otra vez,
porque
el soberano Juez
este
pleito fulminó
y
así ha dado por sentencia
que a
cumplir no está obligado
la
palabra que te ha dado.
LUCRECIA:
¿Conócesle?
ABRAHÁN:
En tu presencia
le
tienes.
LUCRECIA:
¡Dueño y señor!
Va a abrazarle
ABRAHÁN: ¡Detén
los brazos, Lucrecia!
LUCRECIA: ¿Por
qué tu rigor desprecia
la
firmeza de mi amor?
ABRAHÁN: No
es despreciarla.
LUCRECIA: ¿Pues qué?
ABRAHÁN: Recelos
de ser vencido;
y así,
Lucrecia, te pido...
LUCRECIA: No
pidas, que no lo haré,
como
no sea asistir
a tu
lado.
ABRAHÁN:
¡Aquesto no!
LUCRECIA: Señor,
¿en qué te ofendió
la que te desea servir,
la
que te estima y adora,
y quien
por buscarte a ti
se ha
enajenado de sí?
ABRAHÁN: Reprime
el llanto, señora.
No
derrames tantas perlas
de las
conchas de tus ojos
si no
quieres darme enojos,
que si
me humano a cogerlas,
aquel dios que pintan ciego
tiene
tan grande poder,
que con
cristal sabe hacer
terribles montes de fuego.
Y
por no quemarme en ellos
tus
perlas coger no quiero,
por no
verme prisionero
de tus
perlas y cabellos.
Que
llanto y cabellos son,
en los que se quieren bien
-- no condenes mi desdén --
estrechísima prisión.
Y ya
que libre me veo
por un
soberano instinto,
volver
a tal laberinto
no lo
tengo por granjeo.
Y
así, vuélvete, Lucrecia,
a Tebas
o Alejandría,
pues
ves que mi compañía
por la
de Dios te desprecia.
Y
pues escuchando estás
que es
forzoso el ausentarme,
no te
canses en buscarme
porque
ya no me hallarás.
Vase ABRAHÁN
LUCRECIA:
¡Aguarda, amado esposo,
no te
ausentes ingrato y riguroso!
¡Merezcan mis amores,
por ser mujer siquiera tus
favores!
Mas,
¡ay de mí!, que vuela
y por
dejarme, ¡ay triste!, se desvela.
Peñascos y altos riscos,
servid
de basiliscos,
detened
a mi dueño,
pues
veis me deja, ¡ay Dios!, en tanto empeño.
Serranos labradores,
acudid
a mis quejas y dolores,
mirad
que en tantos males
se
convierten mis ojos en cristales.
¿Mas cómo si amor tengo
en
suspiros y quejas me detengo?
Que si
el alma se queja
la
causa de quejarse más se aleja.
Gallardo pensamiento,
que
coturnos de viento
te calzas y te vistes,
no te
detengas en discursos tristes,
volemos
tras mi esposo
que se
trasmonta ingrato y presuroso,
que
Amor para seguirle
alas me
prestará de sirte en sirte;
y
cuando el duro trance
no me
permita, ¡ay triste!, que le alcance,
en mi
corta ventura
me dará
aqueste monte sepultura.
Vase LUCRECIA.
Sale MARÍA, vestida de un
saco, y un libro en la mano
MARÍA: Tres
veces a bañarse
en el
piélago undoso
ha
llevado el planeta a sus caballos;
y agora
a tramontarse
vuelve
tan presuroso
que
parece que quiere despeñallos;
y si yo
refrenallos
con
mandarlo pudiera,
con
imperio lo hiciera;
porque
Abrahán, mi tío,
ha
mostrado en no verme gran desvarío,
pues
tres días ha estado
sin que
a darme lección haya llegado.
Mas
culparle no quiero,
que
pues él no ha venido,
sin
duda le ocupan importantes
negocios, y ya infiero
que le
habrán detenido
algunos
pasajeros caminantes;
pero
quisiera antes
que el
sol se tramontara
que a
mi cueva llegara.
Ruido dentro
Mas
aqueste rüido
ya sin
duda me dice que ha venido.
Dentro
DEMONIO: Entra,
no estés cobarde,
y del
fuego en que penas haz alarde.
Salta ALEJANDRO por una ventana y alborótase
MARÍA
MARÍA: ¿Qué
es esto que estoy mirando?
¡Hombre! ¿Qué has hecho?
ALEJANDRO: Sosiega
el
pecho, señora mía,
serénense las estrellas
de tus
ojos; no te turbes,
que no
he venido a que viertas
entre deshojadas rosas
a un
tiempo nácar y perlas;
que
sólo vengo a pedirte
que
tengas de mí clemencia,
que te
humanen mis pesares,
que te
lastimen mis penas,
que te
ablanden mis suspiros
y mis
ansias te enternezcan;
que si
no me favoreces
en
ocasión tan estrecha,
verás
de mi triste vida
a tus
plantas las exequias;
porque
ya no puede el alma
ni el
cuerpo hacer resistencia
a los
bienes que me faltan,
a los
males que me cercan
al
rigor que me combate,
ni al
furor que me atropella.
Pero en
estas ocasiones,
si bien
el alma es esfera
breve
para tanto sol
como
gira en tu belleza,
puedes,
reprimiendo arpones
y
resistiendo saetas,
hacer
que cesen mis males
y que
en bienes se conviertan.
Y pues
mi vida o mi muerte
está en
tu mano, no seas
tan
rigurosa que imites
de
aqueste monte las fieras.
Ten
piedad de quien te pide
favor
con tantas ternezas,
pues
son mis ansias bastantes
para
enternecer las piedras.
MARÍA: Lo
tierno de tus razones
me
obliga a que me suspenda,
y a que
piadosa pregunte
quién
eres; que por las señas
de lo
que has dicho no entiendo
los
males que te atormentan,
los
rigores que te acosan,
ni el
bien que de ti se aleja.
ALEJANDRO: Ya que del papel del alma
los
caracteres y letras
has
borrado de Alejandro,
el que
su afición primera
puso en
tus ojos, si bien
fue su
afición tan honesta
que a
casamiento aspiraba,
sin que
pretendiese ofensas
de tu
honor; y ya olvidaste
el
favor que en tu edad tierna
le
hiciste con esperanzas
de ser
su esposa, oye atenta,
oye advertida, y sabrás
que es
Alejandro el que llega
a
merecer tus favores,
y
suplicarte que tengas
tal
piedad, que no malogres
tanto
amor, tantas finezas
como viven en mi pecho,
pues ha
dos años que reinan,
después
que tú te ausentaste,
en el
alma tantas penas,
que es
milagro que la vida
las
atropelle y las venza.
Alejandro soy, María,
y mi
amor con tanta fuerza
me
combate, que me obliga
que
huyendo de su potencia
escale
aquesta ventana,
y que
ya el respeto pierda
al retiro
de estos bosques
y al
sagrado de estas puertas.
Y sus
rigores temiendo,
vengo a
que tú me defiendas,
y a
obligarte a ser piadosa
para
que me favorezcas.
MARÍA: Alejandro,
yo confieso
que
antes que habitase breñas
se
apoderaron del alma
y de
todas sus potencias
los
ardores de amor,
de su
fuego las centellas,
de su
poder los rigores,
y que
me hicieron sujeta
a tu
voluntad; mas ya
como es
tal la ligereza
del
tiempo, y es el que cura
las
amorosas dolencias,
del
papel de mi memoria
se han borrado, y ya está quieta.
Y así
te ruego, Alejandro,
que te
apartes y diviertas
de ese
pensamiento loco;
suplícote que te vuelvas,
porque
la estopa y el fuego,
y más estando tan cerca,
no
están seguros; apaga
lascivas concupiscencias,
reprime
incendios de amor
que son
tan grandes sus Etnas
que
ciudades arrüinan
y enteros reinos asuelan.
ALEJANDRO: Si de
su poder conoces
que lo
más fuerte atropella,
¿cómo
podré resistirle
siendo
débiles mis fuerzas?
No te
muestres rigurosa,
humánete
la firmeza
de mi
amor, que si con gusto
no
haces lo que te ruega
este
verdadero amante,
el
mismo Amor me aconseja
que de
su poder me valga
y que
el respeto te pierda.
MARÍA: Sé más
cortés, Alejandro.
ALEJANDRO: No
quiere Amor que lo sea.
MARÍA: Vete,
que vendrá mi tío.
ALEJANDRO: De poco
importa que venga.
MARÍA: Mira
que es Cristo mi esposo.
ALEJANDRO: Respeto
tener quisiera
a ese
nombre, mas no puedo.
MARÍA: (¡Ay de
mí!, que las centellas Aparte
de amor
parece que vuelven
a
encender cenizas nuevas
en mi
pecho. ¿Qué he de hacer?)
Dentro
DEMONIO: (Ya
María titubea; Aparte
prosigue en lo comenzado).
MARÍA: (Allí
las penas eternas Aparte
me
amenazan rigurosas,
aquí la
ocasión me aprieta,
que
Alejandro está resuelto
y yo
sola entre estas peñas.
A Dios
temo; amor me incita.
No sé a
qué parte me vuelva).
Dentro
DEMONIO: (¡Ea,
espíritus lascivos, Aparte
ayudadme en esta empresa!)
ALEJANDRO: ¡Ay de
mí! ¡Mi bien, María!
MARÍA: ¿Qué he
de hacer?
ALEJANDRO: No te suspendas.
MARÍA:
Cálcense mis pies de plumas.
Hace que se va
ALEJANDRO: ¿Adónde
vas tan ligera?
MARÍA: A ver
si puedo librarme
de esta
tirana potencia.
Vase
ALEJANDRO: De mi
amor y de su furia
no
escaparás aunque vuelas,
pues de
aquesta celda breve
está
cerrada la puerta.
Vase. Sale el
DEMONIO
DEMONIO: La
suerte está echada, Furias.
Incitadla de manera
que
ella quede esclava mía,
llorando en cárcel perpetua,
por
este pequeño gusto,
ansias,
tormentos y penas.
Salen ABRAHÁN y PANTOJA
PANTOJA:
Confuso, padre mío, y asombrado
el caso
me ha dejado.
Diga,
¿con quién reñía
en tal
batalla y recia batería?
Porque
haber despertado
con tanta pesadumbre y asustado,
sin
duda que a la cumbre
llegó
en tal ocasión la pesadumbre.
ABRAHÁN: Mire,
hermano Pantoja, los cuidados
en
sueños son pesados,
y hay
tal vez que los sueños
parecen
tan verdades que a sus dueños
ponen
en tal cuidado,
que el
cuidado soñado es más pesado.
PANTOJA: ¿Pues,
qué soñaba, a fe, por vida mía?
ABRAHÁN: Soñaba
que tenía
una
mansa ovejuela,
y el
lobo con astucia y con cautela,
saltó
de risco en risco,
hasta
hacer un portillo en el aprisco;
y ella
que ya afligida,
de la
garra feroz se vio oprimida,
como
podía balaba,
pero el
astuto lobo la apretaba.
Y yo,
viendo tal caso,
cobrando brío, aligerando el paso,
librarla pretendía
de
trance tan crüel, mas no podía.
Y al
fin, el fiero lobo
de mi
mansa ovejuela hizo robo.
Ésta la
causa ha sido
del
asombro que en sueños he tenido;
yo le
digo y confieso
que me
dio pesadumbre este suceso;
mas
heme consolado
viendo
que todo aquesto fue soñado.
PANTOJA: Si
nunca come cosa de provecho,
¿no ha
de tener el pecho
vestido
de flaqueza,
y es
fuerza participe la cabeza
de
varias ilusiones?
Las
achicorias trueque y acerones
en
jamón y gallina,
y verá
como duerme y no adivina.
ABRAHÁN: Deja
esos disparates por agora.
PANTOJA: ¿No ve
que el alma llora,
ver que
por su flaqueza
anda en
tal ventisquero la cabeza,
que le
haga creer que el lobo
en su
mansa ovejuela hizo robo?
ABRAHÁN: Vamos,
hermano.
PANTOJA: ¿Dónde, padre mío?
ABRAHÁN: Donde
la carne pierda un poco el brío,
que
está muy licenciosa.
PANTOJA: Pues no
hallo yo brïosa
la mía,
a fe de pobre.
ABRAHÁN: Yo le digo
que por
hablar le tienta el enemigo;
y así
es bien que tomemos
algo
con que la carne refrenemos.
PANTOJA: Yo en
tomar fuera franco,
si los
ramales fueran tinto y blanco.
Vanse los dos
DEMONIO:
¡Victoria, infierno,! Ya cayó en
el lazo
la que
guerra me hacía entre estas peñas.
Ya se
rindió a Alejandro, ya amorosa
le
recibió en sus brazos, ya no quiere
que la
deje y se vaya, ya le incita
que la
saque del monte, y él, cobarde,
casi
está arrepentido; mas ya es tarde,
ya se
ausenta y la deja, y ella triste
detenerle presume, ya ha saltado
por la misma ventana que había entrado,
y ella
como se mira desflorada,
lo que
más siente es verse despreciada.
¡Haga
el infierno fiesta y regocijo!
¡Resuenen los horrendos instrumentos!
¡Celebre con aullidos esta historia,
pues de
María tengo ya victoria!
Vase el DEMONIO.
Sale MARÍA, mirando hacia
el vestuario
MARÍA:
Agora que has gozado
el
ámbar de mi aliento,
y el que era intacto lilio
en
violeta le has vuelto,
te
ausentas de esta suerte
como
corzo ligero.
Olimpa
soy burlada,
y tú
crüel Vireno.
¿Éstas
son tus finezas?
¿Éstos
son los requiebros?
¿Pero
de qué me espanto?
Que
eres hombre y el serlo
a ser
ingrato obliga,
porque
es en todos ellos
mayorazgo heredado,
vinculado con sus yerros.
Obras
me prometías,
ingratitudes veo,
pues
todas tus palabras
fueron
flores de almendro,
que,
locas, sin dar fruto,
las que
le prometieron,
dejaron
de ser flores
con el
rigor del cierzo.
¡Aguárdame, Alejandro!
Corta
el ligero vuelo
a las
veloces alas
que te
da el pensamiento.
No te ausentes ufano,
cuando
me das por premio
del
gusto que te he dado
pesares
y tormentos.
Ya voy
tras ti, ¡no huyas!
Pero en
vano voceo,
porque en
gozando un hombre
lo que
tiene deseo,
las
finezas y amores
convierte en menosprecios;
y esto
mismo Alejandro
con
esta acción ha hecho.
¿Qué
puedo hacer, -- ¡ay triste! --
entre
tantos desvelos,
murada
de pesares?
Porque
si miro al cielo,
hallo
que vibra rayos
contra
mí el Juez severo.
El
virginal tesoro,
si a mí misma me vuelvo,
veo que
le he perdido.
Si el
infierno contemplo,
hallo
que por un gusto
me
aguarda fuego eterno.
Si miro
la ventana
por
donde entró el incendio
de esta
abrasada Troya,
me
aflige el pensamiento.
Y la
memoria triste
la
sirve de recuerdo
de que
se fue Alejandro,
de que
burlada quedo,
de que a Dios he ofendido,
y de
que ya el desierto
no
sufrirá que viva
con tan
santo maestro
como
Abrahán, mi tío;
que si
llega a saberlo
morirá
de congoja,
de pena
y sentimiento.
Pues,
¿qué he de hacer agora,
cuando
no hallo remedio,
si no
chocar con todo,
y
saliendo del yermo
buscar
al que ha causado
tantos desasosiegos?
Quedad
con Dios, peñascos,
y pues
veis que me ausento,
le
diréis a mi tío,
contando mi suceso,
que
voy, perdida el alma,
a que
se pierda el cuerpo.
Vase. Sale
ABRAHÁN, y PANTOJA trae unas
hierbas
PANTOJA:
Éstas son, padre Abrahán,
las
hierbas que en este monte
he
cogido; sabe Dios
las
penas y dolores
que me ha costado el cogerlas,
que
como no son garrotes
los
dedos, sino de carne,
pasa
mucho quien las coge.
ABRAHÁN: Premio
tendrás en el cielo,
pues
tan piadoso socorres
a quien molesta la hambre.
PANTOJA: Padre,
porque no se enoje
las
traigo, que a no enojarse,
le
aseguro que hay rincones
bien
vacíos en mi buche,
y que
gruñen como pobres
mis tripas de ver que yo
ando
cogiendo acedones
y no
consiento probarlos.
ABRAHÁN: Dios te
lo pague; da voces
a mi
sobrina María,
que se
han pasado tres noches
con sus
días sin traerla
que
coma.
PANTOJA:
¡Deo Gracias! ¡Oye!
No
responde.
ABRAHÁN:
A llamar vuelve.
PANTOJA: ¡María,
si no respondes
comerémonos los dos
las hierbas que en estos bosques
he
cogido para ti!
ABRAHÁN: Ya hace
que me alborote
tanto
silencio. ¡Sobrina!
PANTOJA: Sus
orejas son de bronce.
ABRAHÁN: ¿Si
está muerta?
PANTOJA: Padre mío,
a la
ventana se asome
y sabrá
si está muerta o viva.
ABRAHÁN: A la
puerta quita el golpe;
de esta
confusión salgamos.
Entra PANTOJA y vuelve a salir, y trae un saco en
la mano
PANTOJA: En
todos cuatro rincones
de la
celda la he buscado.
ABRAHÁN: ¿Y no
está en ella?
PANTOJA: No hay orden
de
verla; sólo este saco
sobre
unos troncos de roble
estaba, señal forzosa
que
habita en otras regiones.
ABRAHÁN: ¿Pues
su cuerpo no parece?
PANTOJA: ¡Ay de
mí! Padre, no llores,
que me
obligará tu llanto
a que
mis mejillas moje.
ABRAHÁN: Mi
sobrina no parece;
¿quién
duda que las feroces
garras
del astuto lobo,
enemigo
de los hombres
en
trozos habrá desecho
esta
corderilla pobre?
Señor,
que en brillante solio
habitas
en sacros orbes
en cuyo
trono querubes
os
cantan con dulces voces,
no
permitáis que Maria
lo que
ha granjeado malogre.
Tenedla
de vuestra mano,
que si
ella no la socorre
será
forzoso que caiga
en
abismos que la ahoguen.
Si mis
culpas han causado
que
vuestra justicia arroje
contra
mí rigores muchos,
en eso
es bien me conforme;
pero
atajad, Señor mío,
tan
insufribles rigores,
y en el
alma de María
mancha
de culpa no toque,
que
será el mayor castigo
que podrás darme. Convoquen
contra
mí los elementos
toda su
furia. Amontonen
rayos
que me despedacen,
centellas que me destrocen.
PANTOJA: Vuelva
en sí, padre Abrahán;
mire que esas peticiones
no está
bien que se ejecuten,
porque
si acaso se ponen
en
ejecución, a mí,
que
vivo en aquestos montes,
me
alcanzará algún chispazo
que me deje a buenas noches;
y es
mejor que en casos tales
procuremos dar un corte.
ABRAHÁN: ¿Qué
remedio hallarse puede?
PANTOJA: Que
tomemos los bordones
y
partamos a buscarla.
ABRAHÁN: Pantoja
amigo, disponte
a hacer
este viaje;
ve a
buscarla aunque trastornes
todo el
mundo, que yo en tanto
pediré
en oraciones
a Dios,
que en este suceso
haga lo
que más importe.
PANTOJA: Yo voy
por darte este gusto.
ABRAHÁN: Parte
luego.
PANTOJA:
Adiós montes,
que sin
ser perro de muestra,
voy a
buscar quien me informe
de un
ave que de la jaula
se
salió sin capirote.
FIN DEL SEGUNDO ACTO