ACTO TERCERO
Salen MARDONIO y ALEJANDRO
MARDONIO:
Lindo tiempo, Alejandro,
venís a
Tebas.
ALEJANDRO:
¿Por qué?
MARDONIO: Porque
sé que habéis de holgaros
de ver
un ángel mujer.
ALEJANDRO: ¿Ángel
mujer?
MARDONIO:
Sí, por Dios.
ALEJANDRO:
Dificultoso ha de ser,
que la
mujer más hermosa
para mí
demonio es.
MARDONIO: ¿Desde
cuándo acá, Alejandro,
tenéis
ese parecer?
ALEJANDRO: No ha
mucho.
MARDONIO:
¿De qué ha nacido
no
estimar y aborrecer
los
sujetos mujeriles?
Que si yo no me engañé,
cuando
os vi en Alejandría,
el más
silvestre clavel
era de
vos estimado.
ALEJANDRO: Digo
que razón tenéis;
pero ya
estoy diferente
de
aquello que entonces fue.
MARDONIO: Lo que
digo no ha mil años,
pues
decir puedo que ayer
os vi
tan enamorado
que
casi me lastimé
de
veros con tanto amor.
ALEJANDRO: Habrá
dos meses o tres
que
vivo con poco gusto.
MARDONIO: ¿Y de
qué nace?
ALEJANDRO: De haber
querido
con mucho extremo,
y como
ordinario es
aborrecer en gozando,
ya
aborrezco lo que amé.
Y tan
asustado vivo,
después
que el ámbar gocé
de la
boca que adoraba,
que es
imposible tener
gusto,
y es de tal manera
que en
mi pecho está un Babel
de
confusión, de tristeza,
de pena
y de tal desdén
conmigo
mismo, que yo
no me
puedo conocer.
MARDONIO: Si de
celos hay vislumbres,
no me
espanto; que tal vez
suelen ser causa los celos
que lo
que se quiere bien
se
aborrezca y no se estime,
si bien
suele suceder
ser
acicates del gusto;
mas
cuando se llega a ver
aquello que se sospecha,
entonces forzoso es
que en
pena se trueque el gusto,
y en
acíbar lo que es miel,
en
rigores las blanduras,
y en
gualda la candidez.
Y cuando
pasan los celos
desde
sospecha a no ser
mentira
sino verdad,
el
amante más novel
y el
menos diestro en las armas
de
aquel rapacillo rey,
el amor
convierte en odio,
y en
olvido el bien querer.
Y así
no me espanto yo
que vos
disgustado estéis,
si
vuestra dama ha entregado
a otro
dueño el rosicler.
ALEJANDRO: No,
Mardonio, en este caso
me han podido acometer
los rigores de los celos,
que seguridad hallé
en el
sujeto adorado,
no sólo
un mes y otro mes,
sino
algunos años; y antes
que llegase a merecer
ser
dueño de su hermosura,
tan de
veras me entregué
a la
pasión amorosa,
que sin
poder conocer
que
imposibles intentaba,
por
todos atropellé,
hasta
que postré los muros
de la
que me hizo poner
en tan
notorios peligros;
pero
después que llegué
a
gozar, dichoso amante,
de sus
labios el clavel,
de sus
mejillas el nácar,
de su
hermosura la tez,
de su
aliento la fragrancia,
y el
donaire de su pie,
todo yo
tan otro estoy
que,
sin que llegue a altivez,
la fragrancia es olor malo,
los donaires son desdén,
las hermosuras fealdades,
el nácar amarillez,
la
nieve pura azabache,
y
aquella que imaginé
cuando
pretendí gozarla
ser
ángel más que mujer,
demonio
que me atormenta
me
parece ya.
MARDONIO:
No deis
lugar a
tantas quimeras.
ALEJANDRO: No sé
cómo pueda ser
divertir a la memoria,
porque
es verdugo crüel
que
atormenta los sentidos.
MARDONIO: En este
mesón que veis
aquí
enfrente hay una moza
de tal
gracia y parecer
que
sabrá bien divertiros.
ALEJANDRO: Por
imposible tendré
que en
tantas melancolías
pueda
alegrarme.
MARDONIO: No estéis
tan
triste, que su donaire
es tal que puede vencer
mayores dificultades;
y para que os alegréis
habemos
de entrar allá;
mas
entrar no es menester
que ya
a la calle ha salido.
Salen ÁLVAREZ, mesonero vejete, y
MARÍA, como moza de mesón
ÁLVAREZ: Ya te
he dicho, no una vez
sino muchas, que a los mozos
no los trates con desdén,
porque ellos solos, María,
nos pueden enriquecer;
y si a otro mesón se
mudan,
ya ves
que me perderé.
MARÍA: Yo lo
haré de buena gana.
ÁLVAREZ: Aqueso
tienes que hacer,
pues
sólo en eso consiste
nuestro
mal o nuestro bien.
Mas aquestos galancitos
que vienen de tres en tres,
con más tufos y guedejas
que un
caballo de alquiler
lleva
clines, y un frisón
cernejas lleva en los pies,
no hay
que admitirlos, María,
porque
suele suceder
pasar de burlas a veras;
que en viendo que el otro
es
más
bien visto de tus ojos,
y que
tú no haces de él
tanto
caso como él piensa,
con su espadita y broquel
quiere
alborotar la casa,
y sin
respeto tener
al
dueño que en ella vive,
se
reviste de altivez,
y con
cólera prestada
las manos
querrá poner
en tu
rostro.
MARÍA:
Ya te entiendo;
no es
menester que me des
más
lección, que ya conozco
todos
los de este jaez,
que
piensan que por sus ojos
bellidos una mujer
ha de
darles todo gusto;
mas
saldráles al revés,
que yo
estimo en más el rostro
del rey
de Jerusalén
estampado en el metal
que
sabe muros romper,
que
cuantas hay valentías;
porque
en no trayendo argén
el más
valiente es cobarde,
el más
furioso es lebrel,
y el
que quisiere rendirme
ha de dar,
no prometer,
que en
mi opinión vale más
un toma
que dos daré.
Porque
como la promesa
de
tiempo futuro es,
cuando
llega a ser presente,
si
presente llega a ser,
es con
tal limitación
que
sólo promesa fue.
ÁLVAREZ:
Filósofa estás, María.
MARÍA: No te
espantes que lo esté,
que es
maestra la experiencia,
y son los hombres de quien
aprendemos cada día.
MARDONIO: ¿Qué
hay, Álvarez?
ÁLVAREZ: Ya lo ves,
señor
Mardonio.
MARDONIO: Este hidalgo,
tan
galán como cortés,
hoy a
Tebas ha llegado,
y en
ella tiene que hacer
unos
negocios que importan,
y
quisiera su merced,
porque
tiene buenas nuevas
de la
posada, escoger
en ella
algún aposento.
ALEJANDRO:
¡Cielos! Aquí es menester Aparte
gran
prudencia; ésta es María,
la que
en el monte gocé,
que
viéndose despreciada,
de
entre una y otra pared
donde
estaba recogida,
ha
salido, y ya seré
más
ingrato que hasta aquí
si no
la estimo).
ÁLVAREZ: Escoged,
señor
hidalgo, la pieza
que a
propósito os esté,
que mi persona y mi casa
a
vuestras plantas tenéis.
ALEJANDRO: A tales
ofrecimientos
es
forzoso agradecer
con el
alma y con la vida,
y así
digo que tendréis
en mí
un esclavo.
MARÍA: (Alejandro Aparte
aquel
caballero infiel,
causa
de todos mis males
es
éste. ¿Qué puedo hacer
sino
callar y sufrir?
Que
alguna ocasión tendré
en que
mi sentir le diga.
ÁLVAREZ: Hija
María, ya ves
que es
forzoso aquí el cuidado.
MARÍA: Digo,
señor, que pondré
en
servirle diligencia.
ALEJANDRO: ¿Es
hija vuestra o mujer?
ÁLVAREZ: No, señor, crïada mía.
ALEJANDRO: Es
extremada.
ÁLVAREZ:
Diréis,
si
acabáis de conocerla,
que por
mi buena vejez
el
cielo me la ha traído
al
mesón.
ALEJANDRO: Digo y diré
que es
mesonera del cielo,
y que
puede el mismo rey
servirse de ella.
MARÍA: Señor,
suplico
a vuesa merced
no se
gaste en alabarme,
que lo
que soy yo me sé,
y
aunque fuera mucho menos
no me
engañará otra vez.
ALEJANDRO: ¿Cuándo te he engañado yo?
MARÍA: Digo,
señor, que me erré.
Esta
vez quise decir,
y a decirlo vuelvo...
ALEJANDRO: ¿Qué?
MARÍA: Que mi
gusto, bueno o malo,
no se
guisa para él;
para
guisar la comida,
para la
sala barrer,
para
limpiarle la cama,
y cosa
de este jaez,
eso sí,
mas para esotro...
Santíguase
¡Dios
me defienda!
ALEJANDRO: ¿Por qué?
MARÍA: Porque
en sus ojos he visto
que
tiene traza de ser
Vireno
si soy Olimpa;
y a una
mujer no está bien
rendirse a quien puede darla
acíbar,
absintio y hiel
por
amores y requiebros.
Hace que se va
ALEJANDRO: ¿Adónde
vas?
MARÍA:
Voy a hacer
lo que
toca a su regalo.
ALEJANDRO: Nunca
mayor le tendré
que
mirar tus bellos ojos.
¡Oye! ¡Escucha!
MARÍA: Tome diez
higas por ese favor;
mas no tiene para qué
requebrarme, que es en vano,
porque no me hará creer,
según en sus ojos veo,
que ha de ser firme.
MARDONIO: ¿No es
del
cielo la mesonera?
ALEJANDRO: Digo
que razón tenéis,
y
pienso que ha de ser parte
para
alegrarme; traed,
huésped, algo que cenemos.
ÁLVAREZ: Como un
viento lo traeré.
MARDONIO:
¿Queréis quedaros aquí?
ALEJANDRO:
Siquiera volved después,
porque
intento divertirme.
MARDONIO: ¡Quedad
con Dios!
ALEJANDRO: ¡Id con él!
Vanse MARDONIO y ÁLVAREZ
ALEJANDRO:
Mesonera del cielo,
cuyos
ojos brillantes,
con
fulgores cambiantes
abrasan
todo el suelo;
un
Etna, un Mongibelo
en mi
pecho se encierra;
Amor me
hace ya guerra
después
que vi tus ojos;
no
aumentes mis enojos,
cuando
en venturas tales
vienes
a ser ocaso de mis males.
Melancólico y triste
a Tebas
he llegado,
y en tu donaire he hallado
el aliento que me diste;
los
rigores resiste
que a
mostrar comenzaste;
no des
conmigo al traste,
ya que
mi suerte ha sido
tanta
que he merecido
que mis
melancolías
se
conviertan en gusto y alegrías.
MARÍA:
Caballero alevoso,
villano
mal nacido,
Rómulo
fementido,
Zopiro
cauteloso,
¿cómo
agora amoroso
pretendes mis favores,
cuando
de mis rigores
es bien
la furia pruebes,
porque
las nuevas lleves
a los
hombres ingratos
que fuiste
amante de villanos tratos?
¿Tan
presto te olvidaste
de la
traición que hiciste,
cuando
atrevido fuiste
que el
honor me quitaste?
¿Cómo
no reparaste,
cuando
por la ventana
entraste, tigre hircana,
con
aliento bizarro
y con
mayor desgarro,
que
quedando burlada
había
de ser leona deshijada?
Pues, ¡vive Dios, ingrato!
Sácale la espada
Ya que
me ocasionaste,
después
que me gozaste
con
alevoso trato,
que
perdiese el recato
a la
nobleza mía;
que de
tu alevosía
has de
pagar agora
con tu
espada traidora
la
culpa merecida,
que
amante tal no es bien que tenga vida.
A
Dios tengo ofendido,
a mi
honor deslustrado,
y lo
que había ganado
del
todo se ha perdido;
por tu
causa he venido
a ser
mujer perdida;
buena
fui recogida,
pero ya
soy tan mala,
que
Taís no me iguala,
y soy
tan gran ramera
que me
rindo a dar gustos a cualquiera.
Y
pues soy flor ajada
de tu
villana mano,
defenderte es en vano
de una
tigre enojada;
que
mujer despreciada,
sin que
el infierno tema,
no se
abrasa y se quema
en
furias y rigores
sintiendo los dolores
del
fuego que ha encendido
un
masageta necio y atrevido.
Y
así no ha de espantarte
cuando
enfrascada en vicios,
de
quien por sacros juicios
tú
vienes a ser parte,
que
pretenda matarte.
Vale a dar y repara con la daga
ALEJANDRO: El
furor que te altera
suspende. ¡Aguarda, espera!
MARÍA: ¿Cómo
esperarme puedo,
si la
cólera heredo
de
serpiente pisada,
y de
mujer resuelta y agraviada?
ALEJANDRO: Yo
confieso, María,
que te
sobran razones,
y el
decirme baldones
no
juzgo a villanía;
pero el
rigor desvía
retírese tu enojo,
que ya
por tu despojo
el alma
se confiesa,
pues
gana e interesa,
volviendo a recobrarte,
más
glorias que en el mundo tuvo Marte.
MARÍA:
¿Cómo quieras que crea
que
agora verdad tratas,
si entre
riscos y matas,
con
hazaña tan fea
robaste
la presea
que más
a Dios agrada,
mas de
ti no estimada;
pues
luego en aquel monte,
perjuro
Laomedonte,
apenas
la robaste
cuando,
pirata necio, te ausentaste?
¿Entonces no decías,
derramando cristales,
que
curase tus males
y tus
melancolías:
Con
ansias y porfías,
¿no
intentaste ablandarme,
mas fue
para engañarme?
Y así,
aunque viertas perlas,
no
tengo de cogerlas;
porque
en trance tan fuerte
no es
crecido rigor el darte muerte.
ALEJANDRO:
Entonces yo confieso
que con
exceso amaba,
y que
poco faltaba
para
perder el seso;
pero de
aqueste exceso
-- viéndote consagrada
a la
deidad sagrada --
saqué
ser atrevido,
y que
Dios ofendido
mucho
de mí estaría,
pues en
su misma esposa le ofendía;
y
lleno de temores
por
tanto barbarismo,
me aborrecí a mí mismo
huyendo
sus rigores;
pero ya
que de amores
tratas,
bella María,
el amor
que tenía
vuelve
a cobrar aliento;
y hago
juramento
a tu misma belleza
de
aventajar los montes en firmeza.
MARÍA: De
firmezas no trato,
que la
mayor firmeza
para mí
es la riqueza;
interés
es mi trato;
ya he tocado
a rebato,
a mi
honor hago guerra;
ya soy
en esta tierra
pública
pecadora;
aquél
más me enamora
que me
ofrece más oro,
y de
quien más paga es mi tesoro.
Pero tú, fementido,
no
intentes combatirme
con
decir serás firme,
pues
tan ingrato has sido,
que si
hubieras traído
copia
de cornerinas
y las
que el alba finas
congela
varias perlas,
más
quisiera perderlas
que
volver a rendirme
a quien
no quiso ser amante firme.
Y
así, vete, villano,
que por
no lisonjearte
ya no
quiero matarte
Arroja la espada
con tu
espada y mi mano;
mas
también será en vano
pretender ser mi amante,
que
porque más te espante,
cuando
te muestras tierno
antes
me iré al infierno
que
vuelva a sujetarme
a quien
sólo ha querido deshonrarme.
Vase MARÍA
ALEJANDRO:
¡Escucha, aguarda, espera!
Hipogrifo violento,
no te calces de viento,
no
camines ligera
a
superior esfera;
reprime
tus rigores,
estima
mis amores;
mas
¿cómo si amor tengo
no la
sigo y prevengo
del
rigor ablandarla,
pues
alas me da Amor para alcanzarla?
Vase ALEJANDRO.
Salen PANTOJA, de peregrino a lo
gracioso, y ÁLVAREZ
PANTOJA:
¿Cuánto habrá que aquesta moza
tiene
en casa?
ÁLVAREZ: Casi dos
meses.
PANTOJA:
¿No más?
ÁLVAREZ: No.
PANTOJA: ¡Por Dios!
Que
mucha hermosura goza.
ÁLVAREZ: ¿No
es muy linda?
PANTOJA: Es extremada;
y, si
de espacio viniera,
sólo
por ella, asistiera
con
gusto en esta posada.
Mas
voy de priesa, así
no me
puedo detener;
pero yo haré por volver
con
brevedad por aquí
sólo
por verla. El camino
es
menester que me enseñe,
para
que no se despeñe
este
pobre peregrino.
ÁLVAREZ: Ya
le digo que es pasando
aquella
cuesta de enfrente,
donde
está una hermosa fuente
de sí
misma murmurando,
hay
dos caminos inciertos
adonde
los peregrinos,
ignorando los caminos,
se
pierden por los desiertos.
Porque el de mano derecha,
que
tira hacia Alejandría,
aunque
se anda cada día,
es una
sendita estrecha;
que por ser las peñas tantas,
no se
deja hollar la tierra,
y así
hacen cruda guerra
a las
peregrinas plantas.
Y el
que está al izquierdo lado,
si bien
no es menos estrecho,
hace
camino derecho
al
desierto tan nombrado
de la Tebaida de Egipto;
con
esto no hay más que hacer,
y si
acertare a volver
por
aquí, será infinito
el
gusto que me dará
volviéndose a la posada,
donde a
su persona honrada
en todo
se acudirá
cuanto hubiere menester.
PANTOJA: ¿Y ha
de ser de balde?
ÁLVAREZ: No
que no
puedo darle yo
cosa de
balde.
PANTOJA:
Ofrecer
a
costa de mi dinero
lo que
tengo de yantar,
cosa es
digna de estimar;
pero,
hermano mesonero,
más
merced le hago yo
en
tenerme por su amigo,
pues
viene a ganar conmigo
dos
tantos que le costó.
ÁLVAREZ:
¡Pícaro, infame, bellaco!
¿Qué modo de hablar es ése?
PANTOJA: Eso de
pícaro cese,
que,
por Cristo, que si saco
atrás el pie y el bordón
esgrimo
como yo suelo,
que a
su pesar bese el cuelo.
ÁLVAREZ: Poquito
a poco, bribón.
PANTOJA:
Muchito a mucho, vejete.
ÁLVAREZ: Poco a
poco, pordiosero.
PANTOJA: Mucho a
mucho, mesonero.
ÁLVAREZ: ¡Hijo
de puta!
PANTOJA: ¡Alcahuete!
ÁLVAREZ: Eso
es poco y mal hablado.
PANTOJA: Esotro
es mucho aunque poco.
ÁLVAREZ: Vete
noramala, loco.
PANTOJA: Vete
tú, desvergonzado.
ÁLVAREZ:
¡Sucio, mientes, por San Pablo!
PANTOJA: ¡Y tú
más, por Cristo eterno!
ÁLVAREZ: ¡Váyase
con el infierno!
PANTOJA: ¡Y él
se quede con el diablo!
Vanse cada uno por su parte. Sale LEONATO
LEONATO:
¿Hasta cuándo, cuidados,
tan
bien sufrido como mal premiados,
por
caminos inciertos,
entre riscos pelados y desiertos
de
habitación humana,
tengo
de andar tras una tigre hircana,
despeñado Faetonte,
en este
inculto como altivo monte:
Lucrecia no parece,
el
aliento y la fuerza desfallece,
los
pies están cansados,
sólo
tengo los bríos alentados;
¿mas de
qué sirven bríos
si son
tan infaustos los sucesos míos?
Siéntase
Al pie de aquesta fuente
que
desperdicia aljófar su corriente,
al son
de sus cristales
quiero
hacer un recuerdo de mis males;
que el
mal comunicado
suspende un poco al dueño desdichado.
Fuentecilla, ya veo
que no
puedo alcanzar lo que deseo,
y me
tendréis por loco
cuando
se estima mi fineza en poco;
mas el
ciego vendado
sus dorados
arpones me ha tirado,
y estoy
de tal manera
que
olvidarla no puedo aunque quisiera.
Ya que
no puedo hallara,
cristal
puro, ¿qué haré para olvidarla?
Sale LUCRECIA vestida de pieles en lo alto de un
monte, de manera que venga a estar encima de la fuente
LUCRECIA:
Divertir la memoria
de tal
suceso y de tan triste historia,
es lo
más acertado.
LEONATO: En esta
fuente un eco ha resonado.
¡Ay, Dios, si en ella hallase
remedio
con que el mal se minorase,
qué
dichoso fuera!
LUCRECIA: Justo
será que la memoria muera
de
laberinto tanto;
que
andar de risco en risco y canto en canto
entre
tanta espesura,
sin
tener esperanzas, no es cordura.
LEONATO: Parece
que los ecos
que
salen de estos cóncavos y huesos
formando desengaños,
procuran
libertarme de mis daños.
LUCRECIA: Refrene
el pensamiento
alas
veloces que le presta el viento,
que
dejar remontarle
a
superior esfera es despeñarle,
y más
cuando no hay medio
que pueda ser de tanto mal
remedio.
LEONATO: ¡Oh,
tú, que entre cristales
vienes
a ser remedio de mis males!
Si eres
acaso monstro
con
alma racional, descubre el rostro;
que no
es bien me lecciones
poniéndome en mayores confusiones.
LUCRECIA: Alma,
si el trance es fuerte,
y has
de ser alma en pena hasta la muerte,
¿de qué
sirve brïosa
en
torno de la luz ser mariposa,
si al
fin, al fin el fuego
te ha
de abrasar con tal desasosiego?
LEONATO:
Verdades apuradas
salen
de entre estas rocas empinadas,
si no
es que aquesta fuente,
dando
voz al cristal de su corriente,
viendo
mi mal notorio
convierte en lengua el líquido abalorio,
para
que no me vuelva,
sátiro
bruto de esta inculta selva.
Asómase a la fuente
Pero, ¡cielos! ¿Qué veo?
Éste,
si no me engaña mi deseo,
el
rostro es de Lucrecia,
si bien
la vista, ya turbada y necia,
desmintiendo su traje,
me la
muestra vestida de salvaje.
¡Oye,
Lucrecia mía!
LUCRECIA: Un
hombre con extraña fantasía
mirándose en la fuente
que
hace sierpes de plata en su corriente,
a voces
me ha llamado;
sin
duda que mi rostro retratado
en el
cristal ha visto.
¿Cómo
en bajarle a ver tanto resisto?
Sin
duda me conoce,
pues le
obliga mi vista se alboroce.
¿Si es
Abrahán, mi esposo,
que ya pretende, tierno y amoroso,
volver
a ser mi dueño?
LEONATO: El alma
tengo ya en mayor empeño.
¿Dónde,
Lucrecia, has ido?
¡No
vuelvas a privarme de sentido!
¡Lucrecia!
Va bajando LUCRECIA por el monte, y quédase
en la mitad del monte sin bajar
LUCRECIA:
¿Quién llama?
LEONATO: Quien a
su costa tan de veras ama,
que por
buscarte sólo,
como
Clicie divina el sacro Apolo,
sin saber reportarme,
me he
visto a pique ya de despeñarme.
LUCRECIA: Dime
presto tu nombre,
que
hace el no conocerte que me asombre.
LEONATO: Yo soy,
Lucrecia hermosa,
Leonato, a quien amor rinde y acosa
con
extremo crecido;
y es
tanto extremo que me trae perdido
hasta
gozar tus ojos,
a quien
se rinde el alma por despojos.
Yo soy
aquél que en Tebas,
viéndome de ti amado, tuve nuevas
que
fuiste a Alejandría
para
dejar entonces de ser mía;
supe
también que en ella
te
desprecia tu esposo por ser bella,
y en
tan funesto estado
quiso
dejarte por no ser casado.
Yo,
viendo tu desprecio,
cuya
beldad adoro, estimo y precio,
amante
desvalido,
por el
inculto monte te he seguido,
sin que
nuevas hallase
con que
mi amor gigante sosegase,
hasta
agora que el cielo
quiso
en mis males darme este consuelo.
Baja,
baja, señora,
estima
esta lealtad de quien te adora;
a Tebas nos volvamos,
donde
con gusto y con paz los dos seamos,
uno el
olmo, otro hiedra,
que con
lazos estrechos amor medra.
Y pues
ya que tu esposo
no
quiso ser contigo venturoso,
goce yo
esta ventura,
que lo
será gozar de tu hermosura,
como
grande desdicha
si no
llego a gozar de aquesta dicha.
LUCRECIA: Bien
quisiera ser parte
para
poder, Leonato, consolarte,
y
agradecer quisiera
la
relación que has hecho verdadera
de
firme enamorado,
pero yo
vengo a hallarme en tal estado
y en
tan estrecho empeño
después que me entregaron a otro dueño,
que,
olvidando el ser mía,
toda yo
me entregué al de Alejandría.
Y,
aunque no consumado
fue el
matrimonio por infausto hado,
tan de
firme me precio
que del
mayor monarca hago desprecio;
y así,
Leonato, deja
la
pasión amorosa que te aqueja;
que
viviendo mi esposo,
no
pretenda ninguno ser dichoso,
porque ha de ser en vano
intentar que a otro amante dé la mano
-- esto, Leonato, es cierto --
hasta
que sepa que mi esposo es muerto.
Vase por arriba
LEONATO: ¡Oye,
Lucrecia, escucha!
Muévete la pasión que en mi alma lucha.
Mas si
eres Atalanta,
Hipómenes seré para tu planta;
que
mostrándome fiero
para
vencerte en curso tan ligero,
no con
manzanas de oro
sacado de las minas del Peloro,
sino
con limpio acero,
al que
llamas esposo verdadero
le
quitaré la vida
si de
otra suerte no has de ser vencida.
Vase sacando la espada.
Salen PANTOJA, de
peregrino, y ABRAHÁN, de hermitaño
ABRAHÁN: ¿En
efecto, mi sobrina
con
tanta disolución
hace
vida en un mesón?
PANTOJA: Ella
corrió la cortina
a la
vergüenza, y allí
a quien la paga mejor
ofrece
gusto mayor,
aunque
sea el gran Sofí.
ABRAHÁN:
Búscame, Pantoja amigo,
un
vestido de soldado,
que
quiero ser disfrazado
de su
liviandad testigo.
Y
para que efecto tenga,
ve
volando a Alejandría,
y pide
de parte mía
el
dinero que convenga.
PANTOJA: De
tu pensamiento apelo.
¿Qué es
lo que quieres hacer?
ABRAHÁN: Si
puedo, que llegue a ver
la
mesonera del cielo.
PANTOJA: ¿Y
quién te ha de acompañar,
señor,
en esta ocasión?
ABRAHÁN: Tú, que
sabes el mesón.
PANTOJA: Bien me
quisiera excusar,
si puede ser, de ir contigo.
ABRAHÁN: ¿Por
qué?
PANTOJA:
Porque cuando fui
con el
vejete reñí
y quedó
muy mi enemigo,
y si
me vuelve a coger
en su
casa, es ocasión
de
alborotar el mesón.
ABRAHÁN:
Pantoja, aquesto ha de ser;
y
pues yo estaré a tu lado,
no hay
que temer el partido.
PANTOJA: Señor,
yo soy mal sufrido;
y
vestido de soldado,
si
él dice palabras tales
que yo
me llegue a enfadar,
no le
puedo convidar
a
cerezas garrafales.
ABRAHÁN:
Enseñarásme el mesón,
y luego
podrás volverte
ya que
temes de ponerte
en
semejante ocasión.
PANTOJA:
¿Adónde me he de volver?
ABRAHÁN: A la
entrada del lugar,
y allí
podrás aguardar;
que
antes del amanecer
estaré contigo yo.
PANTOJA: Plegue
a Dios que ello aciertes,
y que
no haya algunas muertes
en el
caso.
ABRAHÁN:
Aqueso no,
que
lo sabré disponer
mejor
que imaginas tú.
PANTOJA: Lléveme
a mí Bercebú,
si no
hay harto que temer.
ABRAHÁN:
Vamos, y pierde el recelo
que te
enfada y amohina,
que ha
de ser hoy mi sobrina
la
mesonera del cielo.
PANTOJA:
Vamos; mas, por Cristo eterno,
si
llueven palos en mí,
que
vendrá a ser para mí
mesonera del infierno.
Vanse los dos.
Salen ALEJANDRO y MARDONIO
MARDONIO:
¿Cómo va de amores?
ALEJANDRO: Mal.
MARDONIO: ¿Por
qué?
ALEJANDRO:
Porque con rigores
corresponde a mis amores.
MARDONIO: No vi
condición igual,
ni
sé qué pueda decir,
viendo
que por varios modos
hace
buena cara a todos
y a vos no os quiere admitir.
Y me da que sospechar,
mirando
tales resabios,
que de
por medio hay agravios
que la
obligan a mostrar
ceño
y capote con vos.
ALEJANDRO: Que
tiene razón confieso
de
hacer conmigo este exceso.
MARDONIO: Ya
sabéis que entre los dos
estrecha amistad ha habido;
y así
decirme podéis
si
satisfacción tenéis
de mí,
que secreto ha sido,
la
causa de este desdén.
ALEJANDRO: Corta
nuestra amistad fuera
si
agora parte no os diera
de mi mal
o de mi bien.
Ya
os acordáis que llegué
a Tebas
con poco gusto,
y que
nació este disgusto
de una
mujer que gocé.
MARDONIO: Sí,
me acuerdo.
ALEJANDRO: Pues, Mardonio,
es ésta
misma; y en fin
este
humano serafín
se me
convirtió en demonio
después que de su hermosura
gocé el
néctar soberano,
que me
obligó a ser tirano
al verla en una clausura,
adonde a Dios dedicada
con
mucho gusto asistía;
y
viendo que le ofendía
con
acción tan arrojada,
temiendo de su rigor
la rigurosa sentencia,
determiné hacer ausencia
olvidado de mi amor.
Y
como agora la vi
sin
estas obligaciones,
a mis
antiguas pasiones
con más
fuerza me volví.
Y
responde que seré,
cuando
la digo mi amor,
falso,
perjuro y traidor
más que
cuando la gocé.
MARDONIO: En
parte tiene razón;
que una
mujer agraviada,
de su agravio hace espada
y peto
de su pasión.
Y si
da en aborrecer,
aunque
amor la haya rendido,
es el
odio más crecido
que fue
el amor y el querer.
¿Qué
pensáis hacer agora?
ALEJANDRO: Fáltame
hacer un papel,
y esme
forzoso ir por él
antes
que salga el aurora;
y a
la vuelta la diré
que
vuelva a estimar mi amor.
MARDONIO: Si yo soy
de algún valor
para
serviros, lo haré.
ALEJANDRO:
Satisfecho estoy de vos,
y así
os pido que me deis
licencia.
MARDONIO:
Vos la tenéis.
ALEJANDRO: Con
Dios quedad.
MARDONIO: Id con Dios.
Vase cada uno por su parte. Salen PANTOJA y
ABRAHÁN, éste también a lo soldado con gran
cabellera
PANTOJA: Ya
que habemos llegado
al
puerto de los dos tan deseado,
ésta
es, señor, la puerta
del
mesón; y pues sabes que está cierta
con
este mesonero
la
pesadumbre, yo volverme quiero,
donde
en el prado ameno
aquesta
noche dormiré al sereno,
contando las estrellas,
si
acaso el sueño me dejare vellas,
hasta
que a la mañana
María
sirve al monte de Dïana.
ABRAHÁN: Darte
quiero ese gusto,
pero
llama primero.
PANTOJA: Aqueso es justo.
¡Álvarez! ¿Hay posada?
Dentro ÁLVAREZ
ÁLVAREZ: Tan
limpia como siempre y aseada.
Entren
vuesas mercedes.
PANTOJA: Con
aquesto, señor, quedarte puedes.
Vase PANTOJA
ÁLVAREZ: Sea muy
bien venido.
ABRAHÁN: La fama
de esta casa me ha traído
hoy a
posar en ella,
porque
además de ser hermosa y bella
con
excesivos modos
la
mesonera, como dicen todos,
también
me han informado
que el
dueño del mesón es muy honrado.
ÁLVAREZ: Por lo
menos deseo
servir
a los que me honran con aseo.
ABRAHÁN: Bien el
talle publica
que
vuestra voluntad de todo es rica.
Algo
vengo cansado,
y
descansar quisiera.
ÁLVAREZ: Aderezado
tendrá
el aposento
la moza
que decís, que es como el viento.
ABRAHÁN: Si no
os causa disgusto,
por
decirme que tiene muy buen gusto,
esta
noche quisiera
que
fuera, si gustáis, mi compañera.
Mi
intento tenga efecto,
que no
formaréis quejas os prometo.
Tomad estos doblones
y
buscad qué cenar.
ÁLVAREZ: A los varones
de
vuestra traza y modo,
a
servir con cuidado me acomodo.
Yo
hablaré a la moza,
que mil donaires en su aliento
goza,
y sin
darme disgusto
haré
que acuda a daros ese gusto.
¡Sirvan
luces, María!
Sale MARÍA con dos velas encendidas en dos
candeleros, y pónelas en un bufete
MARÍA:
Aguardando en las manos las tenía.
ÁLVAREZ: ¿Qué os
parece el despejo?
ABRAHÁN: (¡Ay,
querida sobrina! ¡Ay, claro espejo! Aparte
quebrado por mis males!
Reprimid, corazón, vuestros raudales.
Es su
gran bizarría
más que
la fama publicado había).
ÁLVAREZ: María,
aqueste hidalgo
quiere
verte esta noche.
MARÍA: Si yo valgo
para
hacerle ese gusto,
desde
luego, a su gusto yo me ajusto.
ABRAHÁN: (¡Ay,
cielos! ¿Quién dijera Aparte
que tal
facilidad en ella hubiera?)
Vamos
al aposento.
(Alentad vuestros bríos, pensamiento,
Aparte
que de
estas liviandades
y de
aquestas lascivas libertades,
con el
favor divino,
por
modo extraordinario y peregrino,
dejando
el ser ramera,
vendrá
a ser de los cielos mesonera.
Toma MARÍA una vela, y va delante de
ABRAHÁN y quédase ÁLVAREZ
ÁLVAREZ: ¡Por
San Pedro y San Pablo,
que en
el mesón se ha desatado el diablo!
Tratemos de la cena,
que con
tal huésped la tendremos buena;
porque
hablando verdades,
después
que yo pasé mis mocedades
y
jóvenes ardores,
el oro
y el comer son mis amores.
Toma la vela y vase.
Sale MARÍA con la
vela, y después de ponerla en el bufete, corre una
cortina
adonde estará una cama muy bien aderezada, y ABRAHÁN
MARÍA: ¿No
ha de cenar su merced?
ABRAHÁN: Ya para
cenar es tarde;
demás
que no hay para mí
mejor
cena que gozarte;
porque
mirando tus ojos
y lo
airoso de tu talle,
es
tanto lo que te adoro
que el
gusto se satisface.
MARÍA:
Avisaré, según eso,
que de
la cena no trate
mi señor.
ABRAHÁN:
Decirlo puedes.
MARÍA: ¡Oye
vusted, señor Álvarez!
Dentro
ÁLVAREZ: ¿Qué
dices, hija María?
MARÍA: Que su
merced no se canse
en
aderezar la cena,
que no quiere más faisanes
que
gozar de mi hermosura.
Dentro
ÁLVAREZ: Háganme
de aquesos males
los
huéspedes que vinieren,
cuando
yo quiero sentarme
a
comer.
ABRAHÁN: Cierra la puerta.
Hace que se cierra
MARÍA: Ya está
cerrada con llave.
ABRAHÁN: Está
bien.
MARÍA:
Agora puede
en esta
silla sentarse.
ABRAHÁN: ¿Por
qué dices que me siente?
MARÍA: Porque quiero descalzarle
para
que nos acostemos.
ABRAHÁN: Aún es
temprano, bastante
tiempo
nos queda, María.
MARÍA: Ya es
razón acomodarme
con su
gusto.
ABRAHÁN:
Eres discreta.
MARÍA: Ya no
quiere acostarse,
me ha
de conceder licencia
que los
cabellos aparte
de su
rostro.
ABRAHÁN:
Norabuena,
que es
lo que pides tan fácil,
que fuera estimarte en poco
no
hacer lo que tú gustares.
Apártale los cabellos, y túrbase, y
pónese de rodillas
MARÍA:
¡Señor! (¿Qué es aquesto,
cielos? Aparte
Mi tío
en aqueste traje?)
ABRAHÁN: ¿Qué es
esto?
MARÍA:
¡Señor!
ABRAHÁN: ¡Sobrina!
¿Tú con
tantas libertades?
¿Tú con
tal desenvoltura?
¿Tú con
liviandad tan grande?
¿Tú tan
pública ramera,
que
hasta en las soledades
de tu
torpeza y locura
las
peñas han hecho alarde?
¿No
eres tú la que en el monte
eras
tenida por ángel?
¿Cómo
por estas torpezas
el ser ángel olvidaste?
¡María,
corazón mío!
¿Quién
fue causa que trocases
el
angelical vestido
por
éste que nada vale?
Si del
infernal dragón
convertido
en tigre y áspid
fuiste
combatida entonces,
y diste
contigo al traste,
¿no era
mejor que acudieras,
pues
era el remedio fácil,
a
decírselo a tu tío,
que yo,
aunque malo, en tal trance
pidiera
a Dios con suspiros
y con
penitencias grandes,
que de
tales tentaciones
te
librara como padre?
¿Tu
santidad, qué se ha hecho?
¿Dónde
están tus humildades:
¿Adónde
tus devociones?
¿Cómo
tan presto trocaste
la
santidad por el vicio,
la
abstinencia por la carne,
por el
regalo el ayuno,
y los
bienes por los males?
Vuelve
en ti, mitad del alma;
ya tus
durezas ablanden
pedazos
del corazón
convertidos en cristales.
Mas
como estás enfrascada
en
vicios y vanidades,
y como
tras un pecado
pecados
encadenaste,
no
querrás volverte a Dios,
no
procurarás llamarle,
no
intentarás reducirte,
porque
los vicios son tales
que si en el alma una vez
comienzan a amontonarse,
del
infierno hacen su cielo,
y gusto
de los pesares.
¡Ea,
sobrina María!,
que si
del cielo cerraste
las puertas con tus pecados,
la
penitencia las abre.
Vuelve
en ti, mira por ti;
no
aguardes a que se pase
el
verdor de tus abriles,
de tu
hermosura el donaire,
el nácar de tus mejillas,
de tus
ojos lo brillante,
el oro
de tu cabello,
de tus
perlas el engaste,
el
marfil de tu garganta
y los
bríos de tu sangre,
que si
pasa todo aquesto,
y llega
la inexorable
parca
que a nadie perdona,
mal
podrá recuperarse
el
tiempo desperdiciado
en
locuras y maldades.
Mira
que corre tormenta
el mar en que te embarcaste,
y hay
escollos peligrosos
en que
se rompa la nave.
Coge
las velas, María,
de
culpas descarga el lastre,
y como
diestro piloto
que en furiosas tempestades
se
abraza con el timón
acude
tú al gobernalle.
Éste es
Cristo, que en el árbol
de la
cruz, un tiempo infame,
derramó
con abundancia
sangre y agua en que te laves.
Y si
acaso te enmudece
el
tener cuenta que darle
de
tantas maldades tuyas,
no
temas, nada te empache,
que yo
tomo a cuenta mía,
sobrina, desde este instante,
dar
cuenta de todas ellas
a aquel
tribunal grande
como
piadoso, terrible,
donde
disculpas no valen.
Pero
para tu descargo
derramaré
tanta sangre
que se
conviertan las piedras
en
rubíes y granates.
Mira
que por reducirte
he
tomado aqueste traje,
me he
fingido deshonesto,
y he
llegado a enamorarte.
Vamos
al monte, María,
estas
lágrimas te ablanden,
estos
suspiros te muevan,
estas
ansias te contrasten,
que
allí para tus heridas,
tan
graves y penetrantes,
seré
médico que aplique
medicinas saludables.
MARÍA: ¿A qué
corazón de peña
no
harán, padre, que se ablande
tus
afectos y ternuras?
Dos
veces eres mi padre,
dos veces eres mi tío;
y así
debo regraciarte
el
salir por tu ocasión
de
cautiverio tan grave.
Llévame
donde quisieres,
mas
temo que han de matarte,
si
saben de aqueste robo
los que
fueron mis galanes;
y así
es menester recato,
para
que de ellos te escapes.
Demás
de esto, mis vestidos,
que más
que un tesoro valen,
¿qué
haré de ellos?
ABRAHÁN: Poco importa
perderlos porque te ganes.
En
silencio está la noche,
y así
no debe alterarte
lo que
sucederme puede,
que
como tu alma se gane,
atropellaré brïoso
mayores
dificultades.
MARÍA: Vamos,
pues, padre Abrahán,
que
quiero que desde hoy me llamen
la
mesonera del cielo,
que es
el mejor hospedaje.
Vanse los dos.
Sale PANTOJA
PANTOJA:
Mucho Abrahán se tarda,
y ya la
noche parda,
con la
brillante luz del alba hermosa
se
retira y ausenta presurosa;
y así
es forzoso empeño
volver
a la posada de mi dueño
a ver
qué ha sucedido;
mas,
¡por Cristo, que [ya] siento rüído!
Hay ruido dentro
No me
contenta nada
el ver
aquesta gente alborotada.
Sale ÁLVAREZ huyendo de ALEJANDRO, con
espada desnuda
ALEJANDRO:
¡Villano fementido!
¿Dónde
mi sol radiante está escondido?
¿Adónde
está María?
ÁLVAREZ: El no
saberlo es la desdicha mía.
ALEJANDRO: ¡No me
mientas, villano!
PANTOJA: ¡Oh, si
acabase de apretar la mano,
por lo
menos me holgara
que un
"persignum" le diera por la cara!
ALEJANDRO: ¡Acaba
de decirlo!
PANTOJA: Y tú de
persignarle con un chirlo.
ÁLVAREZ: Anoche
un huésped vino,
con
extraordinario modo y peregrino,
cuyo
talle mostraba
ser
espejo, según representaba,
de
santidad perfeta,
y
éste...
ALEJANDRO: ¿Qué?
ÁLVAREZ: Se ha llevado la maleta,
y
porque el mal me sobre,
con
llevarla me deja triste y pobre.
ALEJANDRO: Huésped
con tanto brío,
éste
sin duda fue Abrahán su tío.
A buscarle partamos,
que
aunque le oculte el monte entre sus ramos,
o la
celeste esfera,
en
buscarle seré garza ligera.
Vanse los dos
PANTOJA: Esto
está en mal estado;
mejor
es acogernos a sagrado.
Vase. Sale el
DEMONIO como antes
DEMONIO:
Lleno de rabia y furor
vuelvo
a mirar estos riscos,
donde
habitan basiliscos
que dan
vida a mi dolor;
que no puede ser mayor
mi
dolor y mi pesar,
que ver
volver a ganar
a un
pecador convertido
todo lo
que había perdido
con
pecar y más pecar.
¿Quién imaginar pudiera
que tan
pública mujer,
ya
sujeta a mi poder,
de mis
prisiones saliera,
y que
penitencia hiciera
con tan
alentado brío,
que
echara por tierra el mío?
Mas, ¿de quién formo querella,
si es
Dios el que me atropella
con
superior poderío?
Pero
ya me vengaré
del
mismo Dios en María,
que mi
cautela y porfía,
ha de darla un puntapié,
y a su
pesar volveré
a
rendirla y sujetarla,
que
quien supo derribarla
de la
alteza en que la vi,
el
mismo soy que antes fui
para poder conquistarla.
De
poco han de aprovechar
disciplinas y silicios,
yo la
volveré a los vicios
a pesar
de su pesar;
ya se
acabó de azotar
ya se
quiere recoger;
mas mi
cautela ha de hacer,
por ser
negocio importante,
que
todo el mundo se espante
de mi
fuerza y mi poder.
Sale MARÍA, vestida con saco, cogiendo unas
disciplinas
MARÍA: Al paso, inmenso Señor,
que
solté la rienda al vicio,
voy
pagando de mis culpas
las
penas entre estos riscos;
que
aunque es verdad que su cuenta
las ha
tomado mi tío,
es bien quien gozó los gustos
que
goce de los castigos.
Licencioso el cuerpo fue,
y es
razón que el cuerpo mismo
pague a
costa de su sangre
lo que
cometió atrevido.
Y para
lavar mis culpas
tributa
el corazón mío
por las
bombas de los ojos
aljófares de hilo en hilo.
Y la
regalada carne,
de
tantos males principio,
para pagar deudas tantas
destila
granates líquidos.
Todo es
poco a lo que debo,
paga es
corta a mis delitos,
pena es
breve a tanto infierno
como
tengo merecido.
Pero vos, Señor inmenso,
piadoso, manso, benigno,
los
holocaustos pequeños
hacéis
grandes sacrificios.
Oveja
soy que perdida
me salí
de vuestro aprisco,
pero ya
me ha vuelto a él
lo
dulce de vuestro silbo.
La
mesonera del cielo
me
llamaron en el siglo,
mejor
fuera me llamaran
mesonera del abismo;
pues
tantos por mi ocasión,
llevados de su apetito,
fueron
a ser moradores
del
eterno precipicio.
Pero ya
que nombre tal
me
pusieron los lascivos,
no
pretendo que este nombre,
Señor, se entregue al olvido,
sino
que todos me llamen,
estando
en vuestro servicio
y
gozándoos en el cielo,
mesonera a lo divino.
DEMONIO: Eso no
será si puedo.
MARÍA: ¿Quién
en los cóncavos nichos
de
estas encumbradas peñas
y
pirámides altivos
esparce
voces al viento?
DEMONIO: Yo soy,
lucero de Egipto,
que
presuroso a buscarte
desde Tebas
he venido.
MARÍA: ¿Qué
quieres?
DEMONIO:
Decirte quiero
que te
muevan los suspiros,
las
congojas y ternezas
las
ansias y parasismos
con que
Alejandro te busca;
que si no le das alivio
en tan
crecidos rigores
y en
males tan excesivos,
serás
culpada en su muerte;
sácale
de este peligro,
líbrale
de aqueste riesgo
e intricado laberinto.
Mira
que a todos importa
la vida
de este Narciso;
no
permitas que se trueque
el
gualda y cárdeno lirio
el
nácar de sus mejillas,
lo alentado
de su brío,
lo
airoso de sus acciones,
que
será rigor crecido,
cuando
puedes remediarle
no lo
hacer; y pues es rico,
dándole
palabra y mano
de
esposa, que es permitido,
puedes
remediar sus males,
quedando con este arbitrio,
Alejando con la vida
y tú
honrada con marido.
MARÍA: ¿Qué te
obliga a persuadirme
con tal
fuerza?
DEMONIO: Ser mi amigo
Alejandro y darme pena
verle
en tan grande conflicto.
MARÍA: ¿Pena
te da de su pena?
Ya te
entiendo, basilisco,
ya
penetro tus embustes,
tu embeleco está entendido.
Ya
conozco que pretendes
volverme otra vez al siglo,
para
que me enrede más
en
disparates y vicios;
mas no
lograrás tu intento,
que si
hasta agora he vivido
para el
mundo, ya estoy muerta;
y
aunque vivo yo no vivo,
porque
vive ya en mi alma
la
misma verdad que es Cristo,
y
viviendo Cristo en ella
poco importan tus bramidos.
Y así,
vuélvete, león,
rugiente donde has venido,
que
siendo de Cristo esposa
poco
has de medrar conmigo.
Vase MARÍA
DEMONIO: ¿Hay
más penas? ¿Hay más rabia?
¿Hay
más tormento? ¿Hay martirio
más
grave que darme pueda
-- ¡Ay, de mí! -- el infierno mismo?
Pero,
¿para qué me quejo?
¿Para
qué en balde doy gritos,
pues vienen a ser mis quejas
para
más oprobio mío?
Vase. Salen
LEONATO, con la espada desnuda, y
LUCRECIA tras él
LUCRECIA: ¿A
dónde vas, Leonato?
LEONATO: A dar
la muerte con aleve trato
al que
impide mis bienes.
LUCRECIA: Detén
la furia con que al monte vienes,
que
aunque mi esposo muera,
tengo
que ser contigo tigre fiera.
LEONATO: Yo sé
que con su muerte
te
mostrarás, Lucrecia, menos fuerte.
LUCRECIA: Repara
en que es cansarte
imaginar que tengo yo de amarte.
LEONATO: Cuando
no hagas mi gusto,
vendré
a tenerle en darte ese disgusto.
Vanse. Sale
ABRAHÁN, vestido de hermitaño
ABRAHÁN: Inmenso
Hacedor del orbe,
que
habitáis en solio eterno,
en cuyo
brillante trono
os
cantan dulces Orfeos,
ya
sabéis que por librar
de
aquel lobo carnicero
a mi
sobrina María
me
fingí ser deshonesto;
y para
más animarla
dije
que sobre mi cuello
cargaba
sus graves culpas,
y que
en el juicio tremendo
de
vuestra justicia sacra,
donde
ninguno hay exento,
estarían por mi cuenta;
y así,
Señor, os ofrezco
estas
penitencias pocas,
que
hago en aqueste desierto.
Mas de
vos saber quisiera
si
aquesta ovejuela ha vuelto
a
vuestro rebaño sacro,
libre
del infernal perro
que
intentó despedazarla,
tan
feroz como hambriento.
Cantan dentro
MUSICOS:
"Para que contento vivas,
en este
triste destierro,
y
porque te satisfagas,
escucha, Abrahán, atento:
Con
tanta fuerza volaron
al
soberano hemisferio
los
suspiros de María,
que en
ángel la convirtieron."
Córrese una cortina, adonde en una cueva, al
pie de una cruz, estará MARÍA, vestida con saco,
como muerta, y a su lado un ángel que le pone una corona,
y prosigue la MÚSICA
"De aquesta manera premia
el
Consistorio supremo
lágrimas que derramaron
los que
culpas cometieron.
Y
aunque desenvuelta y libre
fue
mesonera del suelo,
la
hacen hoy sus penitencias
mesonera de los cielos."
ABRAHÁN:
Agora, Señor divino,
sí que
moriré contento,
pues he
visto por mis ojos
favor
tanto y tanto premio.
Sale PANTOJA corriendo
PANTOJA: ¿Qué
haces, padre Abrahán,
tan
elevado y suspenso,
cuando
vienen en tu busca
para
quitarte el aliento,
lleno
de furia un vejete,
endemoniado un mancebo,
fuego echando por los ojos,
y por
la boca veneno?
Salen ÁLVAREZ y ALEJANDRO, con espadas
desnudas
ÁLVAREZ: Entre
estas rocas altivas
dicen
que estaba encubierto.
ALEJANDRO: Agora,
santo fingido,
pagarás tu atrevimiento.
¿Dónde
tienes a María?
ABRAHÁN: Amigos,
yo no la tengo.
Levántase
ALEJANDRO: ¿Del
mesón no la sacaste?
ABRAHÁN: Sí,
saqué.
ALEJANDRO:
¿Pues, qué es aquesto?
¿Cómo dices que no tienes,
la que
de Tebas fue espejo,
sol
claro de Alejandría,
y de
estos montes lucero?
ABRAHÁN: Porque
no la tengo yo.
ALEJANDRO: ¿Quién
la tiene, pues?
ABRAHÁN:
El cielo
tiene
su alma y la tierra
tiene
solamente el cuerpo;
veis
aquí lo que ha quedado.
ALEJANDRO: A tus
pies, padre, confieso
De rodillas
mi
culpa, pues por mi causa
huyó de
aquestos desiertos.
ÁLVAREZ:
Perdóneme a mí también.
De rodillas
PANTOJA: No
perdone al mesonero.
ABRAHÁN: ¿Por
qué?
PANTOJA:
Porque fue alcahuete
por
todos caminos diestro.
ABRAHÁN: Yo os
perdono, mas importa
que
haya enmienda, que es severo
el
Juez, y a quien no se enmiende
le
castiga con infierno.
Dentro LUCRECIA
LUCRECIA: ¡Huye,
querido Abrahán!
PANTOJA: ¿Otro demonio tenemos?
Salen LEONATO, con la espada desnuda, y LUCRECIA
tras él
LEONATO:
Pagarás, Lucrecia ingrata,
de esta
suerte tus desprecios.
ALEJANDRO: ¡Detén
la espada, Leonato!
LEONATO: ¿Tú,
Alejandro, en este puesto?
¿Quién
al monte te ha traído?
ALEJANDRO: Amigo
Leonato, celos;
pero ya
los he dejado.
ABRAHÁN:
Leonato, ¿aquestos excesos
de qué
nacen?
LEONATO:
De haber visto
en Lucrecia tal desprecio,
que me
desprecia por ti,
y
publica que teniendo
vida su
querido esposo,
son
vanos mis pensamientos;
y así
matarte quería.
ABRAHÁN: Haz
cuenta, pues, que estoy muerto,
Lucrecia, y dale la mano.
LUCRECIA: Ya le
he dicho que pretendo
morir
en aqueste monte,
sin que
me goce otro dueño.
LEONATO: Pues si
estás determinada,
y reducirte no puedo
a que
conmigo te cases,
desde
aquí a Tebas me vuelvo.
ALEJANDRO: Yo no,
que con tu licencia,
si
estar contigo merezco,
pretendo mudar de vida.
PANTOJA: Y el hermano mesonero,
¿qué
pretende hacer?
ÁLVAREZ: Volverme
a mi
mesón.
PANTOJA:
Yo lo creo,
que los
que una vez se enseñan
a dar
gato por conejo,
aunque
Dios llame a la puerta,
no
abren a su llamamiento.
ABRAHÁN: A Dios le demos las gracias,
y sepultura a este
cuerpo.
ALEJANDRO: Demos,
porque tenga fin
la
mesonera del cielo.
FIN DE LA
COMEDIA