ACTO SEGUNDO
Salen el CONDE, GERARDO, BATISTELA, y gente de
acompañamiento
CONDE: ¿Qué
eso pasa, Gerardo?
GERARDO: De esta
forma destruye las aldeas,
y aún
se llama señor de algunos pueblos
después
de aquel suceso
donde
murió Ricardo.
De ti, señor,
aguardo
que se
ha de castigar tan grande exceso.
La
noche desdichada
que
perdí de Leonarda las estrellas,
de cuyas luces bellas
tengo el alma abrasada,
ya, señor, has sabido
que el escuadrón de
amigos dividido
en
defensa salió de Nardo Antonio.
Digo
mal, de un demonio
para
tantas injurias desatado
cuyo
valor osado
dio
bien aquella noche testimonio
del
ardor más terrible
que él
crüel, invencible,
sustenta, de mis daños instrumento,
que
confusión y llanto
por las calles, señor, escucharías;
pero auméntanse más las penas
mías.
Ya tú has sabido cuanto
aquella noche hizo
el
atrevido mozo
si bien
amigos suyos
las
esquinas guardaban,
que el
paso detuvieron
de los
amigos míos
que
quisieron mostrar ardientes bríos,
pero
con armas dobles los vencieron.
Yo a su
rigor opuesto
con
todos mis crïados
estorbar procuré mi fin funesto,
murió
Ricardo, Arnesto,
Leonardo, Julio y Floro,
robando
aquel tesoro
de
Nápoles más bello,
asiendo
la Ocasión
por el cabello,
suceso
prevenido
de
aquel amor fingido.
Salgo a
la calle su valor temiendo,
y
apenas en saliendo
pude
mover los pasos
cuando
a matarme llegan,
pero
escapéme de sus fieras manos.
Al fin,
este bandido
que a
toda la nobleza
persigue, de sus lenguas afrentado,
quinientos forajidos ha juntado,
éstos
sin los doscientos
amigos
que de Nápoles sacaron
dobles
armas, que hallaron
que
como ejercitaban la milicia,
sacarlas previnieron
para el
trance crüel que consiguieron.
Yo,
señor, retirado
en una casería
cerca
de un pueblo corto,
estaba
de mis penas consolado,
que
allí me divertía
viendo
pacer el alba mi ganado,
cuando
la tropa llega
de aquestos
enemigos
y roban
lo mejor del corto pueblo.
Yo mi
casa despueblo
con
toda mi familia,
temiendo sus rigores.
Dejan mis labradores
desierto el campo, y a
contar me vienen
como quedan perdidas
las tierras más floridas
y que nuevos rigores nos
previenen.
Los pueblos convecinos
dejan los más vecinos
despoblados,
matan, destruyen, roban,
sin
poder defenderse.
Unos
dejan la hacienda en los collados
donde
tienen labranza,
que más
quieren perdella que perderse
quien
su rigor alcanza.
Si es noble, muere, si es humilde deja
lo que
lleva escondido,
pero si
es español, premiado parte;
que
aqueste nuevo Marte
amigable a españoles ha nacido.
De esta
suerte parecen.
Remedie
vueselencia aquestos daños
que
cada día sin estorbo crecen,
pues
tiene desengaños
en
Marco Jara, de este reino asombro,
pues sin los muchos, que admirado
nombro,
mayores los previene
porque
si agora tiene
juntas
en pocos días
sin
alma tan valientes compañías.
Si el
castigo dilatas,
llegará
a ser señor de tantos hombres
que al conquistalle, su poder
asombres.
CONDE: ¡Qué
quiso Nardo Antonio,
perdiendo mi amistad, dar testimonio
de
infames pensamientos!
Pero,
¿por qué dilato
castigo
que merece infame trato?
Gerardo, estad seguro
que
vengaros procuro.
De
Nápoles saldrán quinientos hombres
de tan
valientes nombres que defiendan
los
daños que pretendan
hacer los forajidos,
infame
gente de hombre vil regidos.
Presto
sus mal nacidos pensamientos
publicarán, a mi castigo atentos,
de la
muerte homicida
el fin
que les aguarda.
En Nápoles publiquen este bando:
"Diez mil ducados
mando
a aquél
que me trujere
la
cabeza de Antonio
y
perdón del delito que tuviere"
Y para
testimonio
de mayor diligencia, partan luego
y en todas las aldeas
de tan noble comarca,
publiquen mi rigor a
sangre y fuego.
Quiero
que presto veas
cómo
corta la Parca
con su valiente filo
aquel
de estambre hilo,
que
inmortal se imagina.
¡Batistela!
BATISTELA:
¿Señor?
CONDE: Luego camina.
Darás
clara noticia
a
cuantos ejercitan mi justicia,
diles
que luego a mi presencia vengan,
ni un
punto se detengan;
que he
de darles el modo
para
prender a Nardo
que
presume gallardo,
aniquilarlo y deshacerlo todo.
BATISTELA:
(Antonio va perdido,
Aparte
y
aunque juré ayudarle,
ocasión
de verle he pretendido.
Diez
mil ducados pierdo
si de
la fe que prometí me acuerdo.)
Señor,
vuestra excelencia
mande
quedarse solo, que le importa
a
cierta diligencia.
CONDE: Bien
puedes tú, Gerardo,
partir
a tu descanso sin recelo.
GERARDO: De ti
mi honor aguardo.
Guarde
mil años tu persona el cielo.
Vase
CONDE: ¿Qué
quiere, Batistela?
BATISTELA: Darte,
señor, a Nardo Antonio preso.
CONDE: ¿Cómo?
BATISTELA:
Cierta cautela
intento, en tu promesa confïado.
¿Diez
mil ducados mandas
a quien
lo prenda?
CONDE: Sí, darélos luego.
BATISTELA: Yo sé
muy bien la tierra
donde
reside Antonio.
Con
cincuenta soldados
le
prenderé si tu palabra cumples.
CONDE: Los más
ejercitados
en los
trances de guerra.
Te
daré, Batistela,
si le
prendes, diez mil ducados. Parte
mientras que yo publico
en
Nápoles el bando.
Y
libertad a quien le prenda mando.
BATISTELA: Señor,
esta cautela
importa
disponer.
CONDE: Serás testigo
del
premio si me prendes mi enemigo.
BATISTELA:
(Avisaréle a Antonio
Aparte
que el
virrey le amenaza,
diez
mil ducados dando a quien le prenda,
no
porque intento que mi amor entienda,
sino
porque se guarde
de
algún traidor cobarde
que le
prenda primero
y me
quite el dinero;
que yo
por su persona solicito.
No han
de llamar servir al rey delito.)
CONDE:
Dispondrás, Batistela,
de esta
prisión el modo.
BATISTELA: Tú
verás que te sirvo
con el
mayor cuidado.
Yo
quedaré premiado
con ventajas mayores.
Los que sirven al rey no son
traidores.
Vanse. Dentro
ruido de guerra. Salen muchos
villanos huyendo de NARDO, acuchillándolos, y ellos se
van
BELTRÁN:
¡Huye, Pascual, que es demonio!
NARDO: ¿La
cara volvéis, villanos?
PASCUAL: Razón es, pues que tus manos
dan de un diablo
testimonio.
NARDO: Déjalos, pues van huyendo,
el lugar queda
asolado.
BELTRÁN: Echa,
Martín, por el prado,
que van
del bosque saliendo
mil
enemigos soldados.
Guarda,
Pascual, tu pollino
que
está en el prado.
PASCUAL: Imagino
que nos
dejan desollados.
Vanse los villanos
NARDO: Vida trabajosa es ésta,
mas si
extiendo mi poder,
Nápoles
mío ha de ser,
pues
que ya mi honor me cuesta.
Yo
tengo ochocientos hombres
que se
han juntado bandidos,
que gozan por atrevidos
de los más valientes nombres.
Todos dejarán las
vida[s],
pues me tienen afrentado,
aunque
no menos vengado
quedo
de haciendas perdidas.
Solamente por los soles
donde
me siento abrasar,
honrados han de pasar
los que
fueren españoles.
De
esa nación al valor
siempre
aficionado he sido,
y si yo hubiera nacido
español, ¿qué más honor?
Son declarados leones
al son de la trompa y
caja,
y al
fin llevan la ventaja
a todas las más naciones.
Yo dilato mi poder
con
rigurosas hazañas,
por estas nobles campañas,
después que las llego a ver.
Toda esta tierra
disfruto
y
llevados con amor,
me
pagan como a señor
seis
lugarejos tributo.
Sale LEONARDA muy bizarra, de corto vestido, y
MORÓN, y
sacan presos a MARTÍN, PASCUAL, y
BELTRÁN,
labradores
MORÓN: Anden, pues, ¡cuerpo de Dios!
MARTÍN: ¡Su merced tenga clemencia!
MORÓN: Hoy te traigo a tu presencia
villanos de dos en dos.
NARDO:
Huélgome que los traigáis,
que
estoy un poco enfadado.
PASCUAL:
¿Enojado? ¡Mal pecado!
Hoy la
vida nos quitáis.
NARDO:
¿Haste cansado, Leonarda?
LEONARDA: No, mi
bien, nunca me canso.
Contigo
siempre descanso.
NARDO: ¡Por
Dios, que vienes gallarda!
MORÓN:
Esténse quedos aquí,
que
están hablando los dos.
Ya acabarán, y ¡por Dios!,
que se han de acordar de
mí.
LEONARDA: Como
tu amor no consiente
que en
traje de hombre me vista,
y es
fuerza en esta conquista
acompañar
a tu gente,
en
hábito corto vengo.
MORÓN: Así pareces mejor.
Mujer te quiere Amor.
LEONARDA: A tu
gusto me prevengo.
NARDO: Cánsanme a mí las mujeres
que hábito de hombre se
visten.
En el de mujer consisten
sus más bizarros placeres.
Lo honesto admite
corona
en su
mismo traje puesto,
y jamás
lo deshonesto
en otro
traje aficiona.
No
hay sainete para mí
como
unos bajos airosos.
Por
descubiertos medrosos
siempre
este gusto sentí.
Ahora, bien cansada estás.
Cerca está
el alojamiento.
Vete a
descansar.
LEONARDA: Si siento,
es el
no verte jamás.
No
luce el sol a mis ojos
si no
te tengo presente.
Causan las flores, ausentes,
más que deleites, enojos.
Y en vez de dulces sabores,
cuando en tu ausencia me
veo,
pasa
amor en mi deseo
desabrimientos mayores.
No
hay risa en arrojo o fuente
que
divierta mi sentido.
Antes
se juzga corrido
de su
apacible corriente.
NARDO:
Parte, mi bien, no remuevas
la
llaga de amor que es tal
que a
su remedio inmortal
mayores
finezas debe.
Vive
amor en quien adoro,
que en
acciones semejantes
que son
siglos los instantes
que
ausente padezco y lloro.
Tú aumentas
más mi poder,
pues
cuando ausente me veo,
con
mayor valor peleo,
sólo
por volverte a ver.
Al
ejército camina,
que yo
no te traigo aquí
para
pelear por mí
sino
por deidad divina;
y
aunque te parezca loco,
cuando
te miro en la tierra
en
cualquier trance de guerra,
como a
mi deidad te invoco.
Que
tanto te desigualas
a las
mujeres del suelo
que te
imagino del cielo,
valor
de las diosa Palas.
Ya
pensamientos sutiles
cuando
te miran no más,
licencia de amarte das
con
presunciones gentiles.
LEONARDA:
Siento mucho que aventures,
teniendo gente, tu vida.
NARDO: No la
juzgues tan perdida
ni su
deshonor procures.
Cien
villanos en cuadrillas,
cuando
con ellos me enojo,
hasta el cielo los arrojo
hechos menudas astillas.
Vete, pues.
LEONARDA: Dame los brazos.
NARDO: Toma el
alma. Llega al pecho.
¡Oh,
lazo de amor estrecho,
finge
eterno muchos lazos!
LEONARDA: Como
tú, Antonio, me des
la
cabeza de Gerardo,
con
muchos lazos te aguardo.
NARDO: Yo te
la pondré a tus pies.
LEONARDA: Con
eso parto contenta.
Vase
NARDO: El alma
llevas tras ti.
MORÓN: No se
me aparten de aquí
hasta
que les pidan cuenta.
NARDO:
¡Ahora bien! ¿Quién son aquéstos?
MORÓN: Los más ricos del lugar.
MARTÍN: Su
mercé mos quiere honrar.
MORÓN:
Solamente pueden éstos
sustentar toda tu gente.
NARDO: ¿Tú,
quién eres?
MARTÍN: El alcalde.
NARDO: ¿El alcalde? Desatalde.
MARTÍN: El
cielo tu vida [a]umente.
NARDO: ¿Y
tú?
PASCUAL:
Yo soy regidor.
NARDO: ¡Lucida
gente son todos!
¿Y vos, quién sois?
BELTRÁN: De mil modos
soy en el lugar doctor.
NARDO: ¿De
mil modos? ¿De qué suerte?
BELTRÁN: Soy
boticario, barbero,
albéitar, doctor, y espero
ser
comadre.
MORÓN:
¡Oficio fuerte!
BELTRÁN: Válenme poco las curas.
Por eso
los mato presto.
MARTÍN: Y si no
hay remedio en esto,
hará de
aquestas locuras
dos
mil; a mi suegra antaño
en dos
días la mató.
NARDO: En esa
cura acertó.
MARTÍN: Hízome notable daño,
porque todos me temían
sacando a mi suegra al
lado,
y si
decía enojado,
"¡Aquí de mi suegra!", huían.
NARDO: ¿Qué
dinero te valió
esta
muerte?
BELTRÁN:
Cuatro reales.
NARDO:
¿Cabales?
BELTRÁN:
No eran cabales,
un
cuarto menos me dio.
NARDO: Que
mal te pagaron, digo.
MARTÍN: ¿Cómo,
señor? Esto niego.
NARDO: Más
merece. Dalde luego
cuatro
fanegas de trigo.
BELTRÁN: Esa
sentencia me alegra.
NARDO: Vos no
debéis de pensar
lo que
le importa a un lugar
que le maten
una suegra.
¿Hay mucho trigo?
PASCUAL: Señor,
de aquestos años de atrás
poco
cogido hallarás.
Este
año ha sido mejor.
NARDO:
Decid cuánto tiempo habrá
que
matasteis esa suegra?
MARTÍN: Más de
un año en hora negra.
y bien
cumplido será.
NARDO:
¿Veislo si lo digo yo?
Todo el
tiempo que vivía,
poco
trigo se cogía,
pero así como murió
se
han mejorado los años.
PASCUAL: ¡Pesia
a tal! Tiene razón.
BELTRÁN: Era la
suegra un Nerón.
Murió y cesaron los daños.
NARDO:
¿Tenéis alguna doncella
en vuestro lugar?
PASCUAL: Ninguna.
BELTRÁN: Martín,
tiene sola una
que el
barón Gerardo mella.
La
moza cumpl[ió] San Juan
cuatro
meses de preñada.
Si ésta,
señor, os agrada,
luego
al punto os la traerán.
NARDO:
¿Gerardo la tiene?
MARTÍN: Sí.
MORÓN: Sí,
señor, de cuando en cuando.
NARDO:
Déjalos.
MORÓN:
¿Estás hablando
con
algún zamarro? Di.
NARDO:
¿Adónde tiene Gerardo
esa
mujer?
MARTÍN:
Señor mío,
él es
un gentil jodío.
De ti
mi remedio aguardo.
Aquí
cerca de esta aldea,
vive en
una casería
donde
la deshonra mía
sólo
acrecentar desea.
Dos
años habrá, señor,
que la
dio con más intento
palabra
de casamiento
porque le diese mi honor.
Llevóse al fin la rapaza
y nunca
se la cumplió,
y
porque se la pidió
con su
rigor la amenaza.
Tiénela en lugar de amiga
sin que
se case con ella,
duélete
de esta doncella
con
huesos en la barriga.
Hazle, señor, que se case.
Así
Dios te dé salud
que no
es bien que la virtud
que tiene
mi honor abrase.
Dice
que porque es villana,
no ha
de casarse con ella,
siendo,
señor, la doncella
más
hermosa que doña Ana,
la
que es la mujer del sol
que no quiere su belleza
igualar
con mi pobreza.
Él es
de infamia crisol.
NARDO: ¡Ahora bien! Haced por mí
una cosa.
MARTÍN:
Sí, haremos.
Nuestras palabras ponemos
de
cumplirlo.
NARDO:
¿Haréislo?
TODOS: Sí.
NARDO: Pues
esto que digo haced,
porque
si no, he de quemar
de una
vez este lugar.
MARTÍN: Dígalo, pues, su merced;
que
lo harán de buena gana.
NARDO: Si me
queréis por amigo,
veinte
fanegas de trigo
cocidas
cada semana
por
tributo habéis de darme
para que mi gente coma.
BELTRÁN: Luego
la palabra toma.
NARDO: Y para
más obligarme,
treinta cántaras de vino
habéis
de darme también.
MORÓN: ¡Miren
que añejo los den!
MARTÍN: Que se cumpla
determino.
NARDO: Todo
lo demás me dan
los
demás lugares míos.
MORÓN:
Muéstrale al lugar tus bríos.
MARTÍN: Digo
que lo cumplirán.
NARDO: Pues
en premio, con Gerardo
esta
noche casaré
a
vuestra hija.
MARTÍN: Seré,
si tal
hacéis, noble Nardo,
vuestro esclavo.
NARDO: Cuando el sol
recoja
su luz al mar,
me
podéis aquí aguardar.
MARTÍN: Pienso
que sois español,
pues
tal nobleza mostráis.
NARDO: Ese
nombre envidio solo
más que
las obras de Apolo.
MARTÍN: Pues
que licencia nos dais,
a
nuestro lugar volvamos.
NARDO: Mirad
que otra vez os pido
que
cumpláis lo prometido.
MARTÍN: Sí
señor, sí cumpliremos;
pero
mirad que os aguardo
en el
puesto que sabéis.
NARDO: Yo lo
haré.
MARTÍN:
Pues si lo hacéis,
será mi
yerno Gerardo.
Vase MARTÍN
NARDO: En
efeto, tengo ya
que me
amparen seis aldeas.
[MORÓN]: Que rey
del mundo te veas
mi
propio gusto será.
NARDO:
Encarecimientos deja.
Tú eres
español leal.
Dime si
algún desleal
de mi
condición se queja.
Ya sabes que te he mandado
que sirvas de doble
espía,
que
entre esta gente podría
algún
altivo soldado
viéndome tan gran señor,
envidiar mi buena suerte
y
procurarme la muerte
por
acrecentar su honor.
MORÓN:
Siempre en todos conocí
una
condición leal,
mas, si
no sospecho mal,
cierto
mozuelo hay aquí
que
se llama Pedro Talla,
que
dejó en cierta ocasión
sospechoso el corazón.
En fin
estos son canalla.
Empezóme a murmurar
del
estado en que te vías,
dando a
las sospechas mías
a más
recelos lugar.
Procura,
Antonio, saber
si
ofenderte ha procurado.
NARDO: ¿Eso
pasa?
MORÓN:
Esto he pensado,
y aun
lo he llegado a creer.
NARDO: ¿No
es éste que viene?
MORÓN: Sí;
ten
silencio.
NARDO:
Si tendré,
que con
engaño sabré
si
quiso matarme a mí.
Sale PEDRO Talla
PEDRO:
Aquesta carta ha llegado
del
compadre Batistela.
Mira,
si importa, leeréla.
NARDO: En fin
es amigo [honrado].
Lee
PEDRO:
"Diez mil ducados promete el virrey
a quien
trajere tu cabeza, y perdón de
cualquier delito. Guárdate de
Gerardo,
que es el mayor enemigo que tienes,
pues
al virrey y a todos sus
soldados incita
para
que te prendan o te maten. Recibe
este
aviso y avísame de tu salud.
Batistela"
[NARDO]:
Gerardo rigor advierte.
Hoy nos veremos los dos,
y si porfía, ¡por
Dios!
que ha
de vengarme su muerte.
De
mi campo bien sé yo
que
ninguno ha de venderme.
PEDRO: (Si
hallo ocasión de atreverme Aparte
el
primero seré yo.
Premio de diez mil ducados
asientan más mi cautela.
Si de
mí no se recela
daré fin a mis cuidados).
NARDO: (De
este tengo de saber Aparte
si su
traición es verdad).
PEDRO: (Valor
y necesidad Aparte
poderosos han de ser).
NARDO:
Descansen los nobles bríos
de mi
escuadrón alentado,
pues
mala noche ha pasado
en estos bosques sombríos.
Tú, Pedro Talla, podrás
aguardarme aquí; que
espero
cierta ocasión
donde quiero
que tú me ayudes, no más.
PEDRO: A
servirte me prevengo.
NARDO: Ya
conozco tu valor.
Cierta
empresa de mi honor
esta
misma noche tengo,
y he
de llevarte conmigo
para
vengar un desdén;
que a
tales casos es bien
llevar
tan valiente amigo.
Carga muy bien la pistola
porque
ha de haber ocasión
y es
buena la prevención.
PEDRO: Basta a
vengarte ella sola.
NARDO: Aquí
puedes descansar,
pues la
noche no has dormido...
PEDRO:
Confieso que estoy rendido.
NARDO: ...que
yo te vendré a avisar
al
tiempo que el sol se muestre.
PEDRO: Así
podré sosegar,
pues me
da el tiempo lugar
de que
la pistola apreste.
De
ti quedo agradecido,
pues
sólo me has señalado
para
llevarme a tu lado.
NARDO: Tu
valor he conocido.
Quédate a Dios.
PEDRO: Él te guarde.
NARDO: Yo a
llamarte volveré.
(Con
esta industria sabré Aparte
si tienes
valor cobarde).
Vase
PEDRO: No
pudiera desear
más
apretada ocasión.
Esta
noche mi traición
gozará
tiempo y lugar.
Diez
mil ducados promete
el
virrey por Nardo. Aquí
favorablemente así
la Ocasión por el
copete.
Para
agora es el valor;
quitarle tengo la vida
mal
guardada y bien vendida
que
asegura mi rigor
que
tiempo y lugar me den.
Cuando
un hombre, si le agrada,
emprende una cosa honrada,
todo le
sucede bien.
Armada está la pistola,
mas
porque mejor lo esté,
dos
balas más echaré.
No
lleve una bala sola.
Cuando del bosque salgamos
tendrá
lugar mi traición,
que es
famosa la ocasión
entre
estos soberbios ramos.
Éste con soberbia loca
todo lo
manda y deshace.
Bien es
que su muerte trace
pues a
venganzas provoca.
Pretendo descanso, el fin
que
llegue ya deseando,
y después en despertando
repasaré el polvorín.
Échase a dormir, la pistola junto a
sí, y sale NARDO
NARDO: (Ya
Pedro Talla estará Aparte
entre
estas flores dormido
donde
apacible sonido
pulsando el céfiro está.
De
estos enemigos míos
recelo
alguna traición.
Yo
quitaré la ocasión,
sirviendo al rey con mis bríos.
Al
virrey escribiré
me deje a Flandes pasar
donde
al rey podrá importar
la
gente que llevaré.
Si
capitán de caballos
me
hiciere, le iré a servir.
Dejaré
de conseguir
dar a mi
valor vasallos.
¿Si
estará dormido Pedro?
Ya lo
está, pues no responde.
Pues
que mi gente me esconde
este
laurel y este cedro,
desarmaré su pistola.
Industria
valiente es ésta.
No
hallará Talla respuesta
en esta
pistola sola.
Una,
dos balas tenía,
¡crüel
amigo, por Dios!
Si al
valor de aquestos dos
matar a
Nardo quería.
¡Por
Dios, que hay segunda carga!
Otra
bala ha prevenido.
..................... [ -ido].
Intento
traidor descarga
mi
brazo. Ahora bien tornemos
a cargarla con arena
si
estaba de plomo llena.
Lleva
también. Dejemos.
Si
éste me quiere matar,
presto
lo podré saber.
Si
quiere, no ha de poder
y yo le
he de castigar.
Ya
queda muy bien cargada,
en su
lugar la pondré,
y pues
que el sol no se ve,
y la
ocasión es llegada
de
ir a buscar a Gerardo
que está
quitando el honor
a aquel
pobre labrador,
a quien
dar remedio aguardo,
yo
le llamo. ¡Talla, amigo!
Despierta [PEDRO] Talla
PEDRO: ¡Oh,
capitán! ¿Es ya hora?
NARDO: Si,
amigo. Vamos; que agora
he de
hallar a mi enemigo.
¿La
pistola está cargada?
PEDRO: ¡Pesia
a tal! Famosamente.
El
polvorín solamente
prevengo.
NARDO:
¡Buen camarada!
Aquese río pequeño
pasaremos por un palo
que
sirve de puente.
PEDRO: Igualo
con la
amistad que te enseño
la
que recibí de ti.
(Dejaréle
yo pasar Aparte
delante, y le he de matar).
NARDO: (Si
aquéste es traidor, aquí
lo
he de ver). He de ir delante.
PEDRO: Pasa,
capitán.
NARDO: (Si tira, Aparte
adonde mi muerte mira,
se la
daré en un instante).
Ven
tras mí.
PEDRO: Ya yo te sigo.
Tira y no da fuego sino en el polvorín
NARDO:
(Tiró). Aparte
La ocasión erraste.
Donde
mi muerte pensaste,
hallas
la tuya, enemigo.
Tira NARDO con otra pistola
PEDRO: ¡Ay,
que me han muerto!
NARDO: ¡Cayó!
En el
río le echaré.
Con
buena industria maté
a quien
matarme pensó.
Ya
de éste traición no aguardo.
Vengué
su infamia muy bien.
Para
matarle también
voy a buscar a Gerardo.
Vanse. Salen
GERARDO y CELIA, villana, FLORO y
LISENO
FLORO: Sea
su merced, señor,
a su
casa bien venido.
GERARDO: El
cuidado me ha traído
de un
bien encendido amor.
No
hay gusto que me le dé
como
verte, Celia hermosa.
Llamarte puedes dichosa
cuando
conoces mi fe.
Muéstrame los ojos bellos
vertiendo de alegre risa
pues mi grande amor te avisa
que
tengo mi gusto en ellos.
Ese
velo peregrino
de dos
cielos adornado,
cubierto me da cuidado.
Desdeñoso le imagino.
Vuelve,
vuelve luz al valle
porque
si adelante pasas,
con
mayor rigor le abrasas,
alienta
brío tu talle.
Porque juzgando rigores
en esos de amor desdenes,
el prado abrasar previenes,
marchitar quieres las flores.
Esa luz de ardores
rica
abrasa
el valle cubierta,
pero si
está descubierta
mil
favores pronostica.
Nuevo
modo señorean,
a ser
increíbles pasan,
pues que cubiertas abrasan,
descubiertas lisonjean.
CELIA: Esos
requiebros, Gerardo,
con que
tus valores sumas
son del
viento leve plumas.
No
finjas amor gallardo
quien despreciada me deja,
buscando ajena beldad,
quien
dé gusto en la ciudad
dejando
en el campo queja.
No
acierta brasas en hielos
de otro
amor aficionado,
cuando
sabe que ha dejado
en
Celia ocasión de celos.
El
mayor fruto de amor
con
engaños me llevaste,
pues si
debiendo olvidaste,
¿para
qué finges amor?
Deleite el tuyo se llame,
que quieres gozar en mí,
para que cobre por ti
eterno
nombre de infame.
Mira
si castiga el cielo
la
palabra que me diste,
que
porque no la cumpliste
pierdes
tu mayor consuelo.
Vete, vete a la ciudad,
donde
tu amor se confirme,
que yo en mis rigores firme
olvido mi voluntad.
GERARDO:
Celia hermosa, yo confieso
que
libre amor presumí,
pero ya
vuelvo de ti
con
mayores lazos preso.
No
te parezca fingido
este
pensamiento nuevo.
Ya sé
que el alma te debo.
No
puedo ser tu marido
pero
palabra te doy
que sin
mudar la fortuna,
no lo
he de ser de ninguna
pues que tuyo no lo soy.
Más,
mi Celia, estás honrada
cuando
te adoro gallardo,
siendo
amiga de Gerardo
que de
un villano velada.
Iguala al sol mi nobleza,
blasón defiendo lucido
y
quedará deslucido
si le
igualo a tu belleza.
Desaten tus ojos bellos,
mezclando de amor ensayos,
para que me abrasen rayos
y para vivir en ellos.
CELIA: Ello
es rigor de mi suerte,
como te
adoro te creo.
La
mitad de mi deseo
cumple
amor con sólo verte.
Bien
el cielo me castiga.
Soy desdichada y dichosa
y ya
que no de tu esposa
doyte
la mano de amiga.
GERARDO:
Pastores, bajad al valle.
Haced de las bellas flores
corona a Celia, pastores,
corto premio de su talle.
Prended, cuando perlas llora
el alba
las aves bellas
para
que le canten ellas
como a
más divina Aurora.
Siéntate, Celia, llegad
esas
dos sillas aquí,
y pues
su rigor vencí,
vengan,
zagalas, bailad.
Floro, de esas caserías
llama las serranas bellas,
porque participen ellas
mis mayores alegrías.
CELIA: Será
darme celos.
GERARDO: Pues,
alguna
cosa contad.
¿No hay
ninguna novedad
en este
valle después
que
a Nápoles me partí?
FLORO: La que hay
es este demonio
que le
llaman Nardo Antonio.
GERARDO: Pues,
¿qué ha pasado? Decí.
LISENO:
¡Hola, Floro, habla pasito,
que no
sabemos si escucha.
FLORO: ¿No
veis que hay distancia mucha
del suyo a aqueste distrito?
LISENO: ¡Qué mal, Floro, conocéis
a las paredes de hogaño.
FLORO: Ya sé,
aunque os parezca extraño,
que es
justo que os receléis.
LISENO: Este
Nardo es adivino,
y si lo
llega a saber,
en cruz
no ha de poner.
FLORO: ¡Qué no
hará!
LISENO:
Sois peregrino.
Dentro
NARDO:
Aguardadme aquí los dos.
GERARDO: ¡Hola,
Floro! ¿Quién ha entrado?
FLORO: No está
el postigo cerrado.
GERARDO: Andad, pues. Cerradle vos.
FLORO: ¡El
dimuño que allá salga!
GERARDO: Floro,
andad. ¿Qué os detenéis?
FLORO: Yo voy.
Sale NARDO Antonio
NARDO: ¡Tente!
LISENO: ¿No le veis?
FLORO: ¡Santo
Toribio me valga!
GERARDO:
¿Quién eres?
NARDO: ¿No me conoces?
GERARDO: ¿Eres
Nardo Antonio?
NARDO: Sí.
GERARDO: ¿Que
aun no me dejen aquí
estos tus bríos feroces?
Siempre en mis mayores gustos
como tú en soberbia
creces,
Nardo
Antonio, te apareces
para
causarme disgustos.
Querrás a Celia quitarme
como
quitaste a Leonarda.
NARDO: Otra
ocasión más gallarda
pudo,
Gerardo, obligarme.
Vengo a casarte con ella.
Palabra
y honor le debes
y hanme dicho que te atreves
a no
cumplilla y rompella.
Que
con ella te casases
su buen
padre me rogó,
y
Leonarda me pidió,
Gerardo, que te matase.
Por las leyes de mi amor
quedé a matarte obligado;
y a
casarte lo he quedado
por las leyes de mi honor.
Palabra di de matarte,
y de
casarte la di.
Esta vez
las dos cumplí
solamente con casarte.
Mi
verdad puede advertirse
con un
lazo solamente,
pues ya
dicen comunmente,
que es
el casarse morirse.
Y no
es fingido rigor
si
llega forzado el gusto
porque
el casarse a disgusto
es la
desdicha mayor.
FLORO:
Señor, de casar se trate.
NARDO: Callad,
villanos vosotros.
LISENO: ¿Mas
que nos casa a nosotros?
FLORO: Mejor
será que nos mate.
GERARDO:
Nardo, advierte mi nobleza.
NARDO: ¡Qué
engañada presunción!
Ese
guardado blasón
no le
mancha la pobreza.
GERARDO: Y no
me puedo casar.
NARDO: ¿No
puedes?
GERARDO:
No.
NARDO: ¡Vive Dios
que he
de casar a los dos
o los
tengo de matar!
Probar tienen mi rigor
si segunda
vez me enojan.
Casarse
o morir. Escojan
lo que
les está mejor.
CELIA: Yo,
Antonio, casarme quiero
porque
me debe mi honor.
GERARDO:
Suspende, Nardo, el rigor.
Mira que
soy caballero.
NARDO:
¿Diste la palabra?
GERARDO: Sí.
NARDO:
¿Débesla su honor?
GERARDO: También.
NARDO: ¿Amas?
GERARDO:
Y siento el desdén.
NARDO: Pues, ¿qué te acobarda? Di.
GERARDO: La
mancha de mi nobleza.
NARDO: ¿Por
qué, cuando la engañaste,
esa
mancha no miraste?
GERARDO: Cegóme
allí su belleza.
NARDO:
¿Dúrate de amor el fuego?
GERARDO: Para
deleite me dura.
NARDO: Para
deleite, procura
casarte
con ella luego
o
mataréte, ¡por Dios!
GERARDO: Mi
deshonor considera.
NARDO: En esa
sala os espera
quien os despose a los dos.
Mira que resuelto
estoy.
Elige,
Gerardo, el medio.
GERARDO: ¿No hay
remedio?
NARDO: No hay remedio.
Entra a
casarte.
GERARDO: Ya voy.
NARDO: Y
advierte sin replicarme,
que me
escribió cierto amigo
que
busca como enemigo
ocasión
para matarme.
Si
es verdad, rigor tendré.
Detén
en mi ofensa el paso
porque
si agora te caso,
mañana
te mataré.
GERARDO: Es
verdad, pero en efeto,
de hoy
más no quiero ofenderte.
NARDO: Que lo
prometes advierte.
GERARDO: Sí,
Antonio, yo lo prometo.
FIN DEL SEGUNDO ACTO