ACTO PRIMERO
Salen el GUARDIÁN y don PEDRO
GUARDIÁN:
Famoso Portocarrero,
supuesto que en esta casa,
que
siendo de San Francisco,
Jesús
del Monte se llama,
adonde
estáis retraído,
os
damos de buena gana
seguridad a la vida,
¿no
fuera cosa acertada,
que nos
diéramos en ella
también
la quietud del alma?
Vos
tenéis enemistad,
según la razón humana,
justa
con el conde César
porque
violenta la espada
le dio
muerte a vuestro hermano
riñendo. Fue la desgracia
de
vuestro hermano, mas una
de aquestas noches pasadas,
vos a
un primo, y a un hermano
del
conde, de una trabada
pendencia, disteis la muerte.
Bastante es para venganza;
la
pasión temple el enojo;
obre la
piedad cristiana.
Dentro ROSAMBUCO y MORTERO
ROSAMBUCO: ¿Por
qué el bergante no va
a sacar dos cubos de agua?
MORTERO: Pues el
perrazo moreno,
¿qué
hace que no los saca?
ROSAMBUCO: Pues
vive Alá, si me enfado...
MORTERO: ¿Qué ha
de hacer si se enfada?
PEDRO: Los crïados son, que riñen.
GUARDIÁN: Ésta es
del demonio traza
que nos
quieren estorbar
la
plática comenzada.
PEDRO: Padre,
para interrumpirla
mi
cólera sólo basta.
El
conde mató a mi hermano.
Si él
con la vida no paga,
no hay
satisfacción ninguna.
Y no
hablemos más palabra
si
habemos de ser amigos,
porque
está tan obstinada
mi
pasión que es mi contrario
el que
de paces me trata.
GUARDIÁN: Vuesasted, señor don Pedro,
temple el enojo y la saña.
Mire
que hay una candela
de luz
tan desengañada
allá en
el fin de la vida
que
pone espanto el mirarla.
Alumbre
su ceguedad
con
esta funesta llama,
y verá como se vuelven
en
piedades las venganzas.
PEDRO: Padre
Guardián, vive Dios,
que es
cosa desesperada,
que me
ayude a bien morir
en
juventud tan lozana.
Hasta
que llegue la muerte
me faltan muchas jornadas,
y una de ellas es matar
a este conde, que me
agravia.
ROSAMBUCO: Limpia,
pícaro, el cabello.
MORTERO: Oiga el
galgo como manda.
ROSAMBUCO: Pues si
esta estaca levanto...
MORTERO: ¿Qué ha
de hacer con esa estaca?
ROSAMBUCO:
¿Qué? Romperle la cabeza.
Dale
MORTERO: ¡Ay!
ROSAMBUCO:
Ponte una telaraña.
PEDRO: ¿Qué
ruido es aquéste? ¡Hola!
¡Ah, Mortero!
Sale MORTERO herido
MORTERO:
¿Qué me mandas?
PEDRO: ¿Quién
te ha puesto de esa suerte?
MORTERO: Esa
morcilla quemada,
aquel
esclavo de requiem
que el demonio
trajo a casa.
Esa
tumba racional,
ese
cordobán con habla,
que se
le ha teñido donde
zurra
el diablo la badana.
PEDRO: Pues,
¿sobre qué habéis reñido?
MORTERO: Porque
el galgazo se ensancha
de ver
que priva contigo
y le
quieres y agasajas.
Porque
al fin en la ocasión
sabe
sacar una espada
y ser
tu perro de ayuda.
Y, como
él dice, se traga
hombres
como caperuzas,
y del
empeño te saca.
Y, con
eso está tan vano
que sin
comedirse a nada
como
testamento tuyo,
cuanto
hay que hacer me la manda.
Con lo
cual, entre los dos
la
suerte está barajada,
pues
trabajo como un negro
y él
como blanco descansa.
PEDRO: ¡Ah,
Rosambuco!
Sale ROSAMBUCO
ROSAMBUCO:
¿Señor?
PEDRO: ¿De
aqueste modo se tratan
tan
cerca de mi presencia
los
crïados de mi casa?
¿Quién
atrevimiento os dio
para
desvergüenza tanta?
ROSAMBUCO: Si no
hubiera mirado
que es
tu crïado esa mandria,
¿ya no
la hubiera arrojado
por una
de esas ventanas?
Piensa
el pícaro gallina
que la
comida se gana
con
hüir de la ocasión
y traer una embajada.
Pues,
que no es hombre de prendas,
trabaje, pesa su alma.
MORTERO: Señor
mío, aquéstas son
las que
llaman "gratis datas."
Vuesarced peca de crudo,
a mí el miedo me salva.
Usted
vive de su culpa,
y yo
como de mi gracia.
PEDRO: Pues,
¿no es razón que el trabajo
de
conformidad se parta
entre
los dos?
ROSAMBUCO:
Dices bien,
nunca
mi respeto falta
a lo justo; y así yo,
en las acciones honradas,
que piden hombres de
pecho,
o de
vergüenza en la cara,
sirvo con
tanto valor
como la
experiencia clara
os lo
ha mostrado las veces
que os
ha sacado mi espada
de mil
honrosos peligros
con
opinión tan bizarra.
Pero en
oficios humildes,
donde
cualquier hombre basta,
ocúpese
ese lacayo
que no
sirve para nada;
porque yo, señor don Pedro,
vive Alá, que soy alhaja
digna
de un emperador
y el
tenerme en vuestra casa,
aunque
esclavo, no ha de ser
para
ninguna acción baja;
que
habéis de tenerme en ella
como el
que a un león regala
o un
tigre, que sólo sirve
de
engrandecerla o guardarla.
GUARDIÁN:
Discreto es el señor negro,
la
comparación no es mala.
Muestras da de bien nacido
en el
talle y en el habla.
PEDRO: Pues, decidme,
¿quién sois vos?
ROSAMBUCO: Las
ocasiones pasadas
juzgué
yo que lo habían dicho;
pero,
pues ellas no hablan,
yo os
lo diré claramente.
Haced
todos se vayan.
PEDRO: Vuestra
caridad perdone
que ha
días que traigo gana
de
averiguar de este negro
muchas
enigmas que guarda.
Proseguiremos después
la
plática comenzada.
GUARDIÁN: Yo me
voy con condición
de que
cumpláis la palabra.
Vase
PEDRO: Vete,
Mortero, a curar.
MORTERO: Señor,
si no nos iguala
aquí
tengo que quedarme
a ser
motilón. ¡Mal haya
quien
no lo hiciere, y adiós!
Que no
he de estar en tu casa
ni
lidiar con ese perro,
cara de
morcilla ahumada.
Vase
PEDRO: Solos
habemos quedado.
Háblame
con confïanza.
ROSAMBUCO: Señor, puesto
que mis obras
tan mal quién soy os declaran,
escuchadlo de mis labios.
PEDRO: Ya mi
silencio lo aguarda.
ROSAMBUCO:
Portocarrero ilustre,
para
ejemplo de cuantos me envidiaron
entre prodigios, al nacer divinos,
de un
adusto carbón los abisinos
el
cuerpo me formaron.
Si ya
el alma los cielos no crïaron
de
fuego tan sañudo
que
queriendo enlazar el vital nudo,
blancos, puros y bellos,
los
miembros abrasó al entrar en ellos.
Mi
sangre esclarecida
en los
primeros siglos fue temida,
tiñendo
sus estrenas
del rey primero en las primeras venas
que
aquesta sombra oscura
que mi
nobleza anochecer procura,
pálida,
triste, ingrata,
el
honor desmiente, que dilata
con puros arreboles
de mis claras hazañas muchos
soles.
El día, pues, que fue mi
nacimiento,
con
curso natural o con violento,
entre muchos desmayos
en un eclipse los ardientes
rayos
de esa antorcha luciente,
vieron
al mediodía su occidente.
Quedó
el cielo lastimado
de
mirar eclipsado
entre
un color tan ciego
del
mayor corazón el mejor fuego.
Con este ardid astuto
quiso
vestir su resplandor de luto
si no
es que ya envidioso
le
pareció lo negro más hermoso,
y por hacer mayor su bizarría,
quiso de mi color vestir
el día
en mis
tiernas niñeces,
supliendo el alma de mi edad dos veces.
Brïoso
avasallaba
el
pueril escuadrón con quien jugaba
con
altiva impaciencia
de no
hallar en ninguno resistencia,
teniendo a poca gloria
reinar
por elección, no por victoria.
El
valor y el discurso de los años
de la
razón y el brío tan extraños,
tan rudos y tan broncos,
que a nacer mudos se
volvieran troncos.
Y
hallándose el discurso tan despierto
mi
valor determina
de
buscar población de más doctrina
y en
una embarcación mal aprestada
para Egipto enderezó mi jornada,
adonde a pocos días
fueron ilustres las hazañas
mías.
Aquí, pues ofendido
de ver
entre esta sombra oscurecido
mi
corazón valiente,
un
gitano, entre todos excelente
en el
curioso, en el sutil desvelo
de
investigarle su secreto al cielo
entre
las hojas bellas
de su
libro inmortal de las estrellas,
con mudas profecías
escrito
halló el suceso de mis días.
Díjome:
"Rosambuco, el cielo santo
en tu
cuerpo un espíritu, un espanto,
fabricó
milagroso,
que en
tu muerte tendrás fin venturoso.
Entre varias naciones
han de causar asombro tus
acciones,
y por tierras extrañas
el mar has de domar con tus
hazañas;
y cuando más altivo
triunfar te mires, te hallarás cautivo.
Pero
entre tanto, ten este consuelo
que ha
de darte el rescate el mismo cielo.
Pero
ante todas cosas te apercibo
que con
tu estrella nunca estés esquivo,
que
será con misterio
de
introducirte a nuevo cautiverio;
mas
será de tal modo
que el
monarca mayor del orbe todo
se
nombrará tu dueño.
Tú, gustoso
y feliz en el empeño
de
agradarle y servirle,
con fe
tan inviolable has de asistirle,
que sin
tener mudanza,
dichoso
has de gozar de su privanza
y tanto
se ha de honrar con tu persona,
que
partirá contigo su corona.
Y el
que te cautivó con celo santo,
bañado
en tierno llanto
de
hallarse en tan extraña maravilla,
doblará
a tu sepulcro la rodilla".
Yo,
pues, que en este anuncio misterioso
no
menos asombrado que animoso,
en
cuatro naves solas,
hermosa
pesadumbre de las olas,
por
sendas de cristal, rumbos de plata,
generoso pirata,
con
alientos lozanos,
embarquéme en los mares africanos.
Al
tiempo, pues, que con esfuerzo tanto
del
cielo asombro, de la tierra espanto,
con mi temor del orbe se embaraza,
se
cumplió del gitano la amenaza,
pues apenas mis naves y tus naves
del salobre elemento
aladas aves,
cara a
cara se vieron,
fuerza a
fuerza embistieron
cuando
bizarro te embistió mi enojo
de mi
altiva ambición cierto despojo.
El
riesgo en que estuviste
medroso
allí le viste,
y aquí
no has de negarle valeroso,
pues
que sólo venciste por dichoso;
puesto
que un religioso franciscano,
al
entrar yo en tu nave victorioso,
me
detuvo furioso;
tenía
en la diestra mano
de un hombre un bulto que enclavado a un
leño,
retroceder me hizo de mi empeño
cuando
por cinco puertas
que el
golpe de la envidia trae abierta
me
arrojó tanto fuego
que deslumbrado
y ciego
hallé
que había perdido
a un
tiempo la victoria y el sentido.
Su voz
me amenazaba
que
otra mayor victoria le faltaba.
A
Palermo cautivo me trajiste
dende mil veces el esfuerzo viste
que mi
pecho acompaña
en una
y otra valerosa hazaña;
pues
siempre que a tu lado
de todos tus agravios te has
vengado,
todos tus enemigos te han
temido,
a todo te he
asistido
con que
mi nombre se ha extendido,
que de
Palermo soy único espanto.
Y pues
ya he conocido
que, en
la desdicha, verdadera ha sido
del
astrólogo fiel la profecía,
suspenso aguardo la ventura mía.
PEDRO: Con
lo que me has referido,
tan
admirado me tienes,
que no
sé de esos presagios
si los
tema o los venere.
Mas, pues, que soy tan dichoso
que ya que quiso la
suerte
que a
ser esclavo llegases
y a mi
posesión vinieses,
no
pienso de aquí adelante
como
cautivo tenerte;
que si
a tu esfuerzo y nobleza
puedo
tan seguramente
empresas de honor fïarlas,
desde
aquí quiero que quedes
por
compañero en las mías;
y
supuesto que ya entiendes
el odio
que contra el conde
en mi
corazón se enciende,
desde
que mató a mi hermano
[y] el
amor que vive siempre
de su
hermana en mi pasión...
de
Laura digo, a quien debe
el
aliño y la belleza,
cuando
entre púrpura y nieve
en los
candores del alba
se
abrasa hermoso el oriente,
a que
aquesta dicha logre
y
aquella venganza acuerde,
tu
valor me ha de ayudar.
Bien
has visto que él defiende
su odio
con tanta copia
de
alïados y parientes
cuando
forastero yo,
sólo
este brazo valiente
conozco
de mi facción
que me
defienda y me vengue
Esta
noche he de robar
y
guardar secretamente
a Laura
hasta que del conde
ponga
en efecto la muerte.
Luego
he de partir a España
donde
mis dichas se aumenten
ufanas
con los amores
y con
la venganza alegres.
¡Ea,
fuerte Rosambuco,
aquí tu valor se muestre!
Porque
en la imperial Madrid,
al
primado de los reyes,
de tu
valor informado,
dichoso
las plantas beses
y en
dilatar sus blasones
tu invencible acero empeñe,
y así
se cumplan las glorias
que tu
estrella te promete.
ROSAMBUCO: Sin
duda que así mis dichas
cumplirme los cielos quieren.
Ya tu
venganza y tu amor,
señor, en las manos tienes.
¿Has hablado a Laura?
PEDRO: Sí,
y en el
ser robado viene
pero la
venganza ignora.
ROSAMBUCO: Que no
la sepa conviene,
que la ha de estorbar sin duda;
mas, pues, tan afablemente
mis secretos has oído,
revelarte el pecho quiere
uno, el
más extraordinario
que a
mis fortunas sucede.
¿No has visto el bulto de mármol,
siempre
mudo, inmóvil siempre,
que es
de Benedicto Esforcia
el
fundador excelente
de este
convento e iglesia?
Pues yo
no sé qué se tiene
de
misterio, que al mirarle
toda el
alma se suspende,
todo el
corazón se hiela,
y este
pecho, que no teme,
ni ha
temido al mundo todo,
con
miedo tan vehemente
le mira
que sin poder
refrenarme ni vencerme
los
cabellos me erizan,
los
huesos se me estremecen
y que
se mueve imagino
y que
me habla parece.
Y aun
sólo de referirlo
tanto
horror el alma siente,
que
vive Alá, que me corro
de que
un pecho tan valiente
como el
mío, a lo pueril,
de un
agüero se sujete.
PEDRO: Pues, ¿qué ocasión has tenido
de extrañarte y de
temerle?
ROSAMBUCO:
Ninguna, y como estas cosas
acaso
nunca suceden,
temo
que allí algún secreto
guardado los cielos tienen.
PEDRO: También la imaginación
obrar
tales cosas suele;
pero al
fin, en la verdad,
sea tu
tema lo que fuere,
Rosambuco, lo que importa
es que
tu valor se muestre
esta
noche en lo tratado.
ROSAMBUCO: Con un
escuadrón de sierpes
embestiré, ¡vive Alá!
Si de
sólo aquesto pende
tu
gusto, ya está en tu mano.
PEDRO: De mi
hermana Estrella viene
allí la
negra, y no puedo
a
escucharla detenerme,
que
algún recado traerá.
Llega y
mira lo que quiere
que a
ver voy al Guardián
para
que él me aconseje
que
deje el odio del conde
que en
mí vive eternamente.
ROSAMBUCO: ¿Y
Estrella sabe, por dicha,
que a
Laura robar pretendes
y matar
al conde César?
PEDRO: Sí.
¿Pero en
saberlo puede
haber
estorbo?
ROSAMBUCO: ¡Muy grande!
Has
procedido imprudente
porque
el conde adora a Estrella;
y aunque es verdad que en
mujeres
como tu hermana no
cabe
ningún
afecto imprudente,
con
mujeril compasión
romper
el secreto puede.
PEDRO: Es
Estrella muy discreta
y no
temo que le quiebre.
Mira
qué quiere esa negra
y
envíala brevemente.
ROSAMBUCO: (Animo
corazón mío, Aparte
que con
la ocasión presente
he de
hacer que al quinto cielo
ufana
mi fama llegue).
Vase PEDRO y sale CATALINA, negra
CATALINA: ¡Ah,
Losambuco! ¡Ah, zeolo!
ROSAMBUCO: ¿Qué es
lo que la galga quiere
a
Rosambuco?
CATALINA:
¡Jezú!
En
vonsancé hallamo siempre
mala obla, mala palabra,
moliéndome yo por velle,
y
cuando le culumbramo
recibirnos con desdenes.
Zi zamo
galga la negla,
galgo
zamo su mercede,
y azí
buzcamo lo galgo
para
andar cogiendo liébrez.
ROSAMBUCO: Negra
de todos los diablos,
¡no te
he dicho que me dejes?
Sin
duda que algún demonio
te
instimula que me inquietes;
que por
Alá, que a entender,
que
como tú me pareces,
parezco yo a los demás,
me diera doscientas
muertes.
Siguiéndome a todas horas,
¿qué me
apuras? ¿Qué me quieres?
CATALINA: Mila,
zeolo, vosancé,
zi
helmoso, galano eres
a mis ojos, más y mucho
que la rosa que
enflorece,
yo se
anzabache, que tú
traen
la cara plandeciente;
es una
saeta de amoro,
que la
ha tirado en la flente,
y
travieza el culazón
que ce
fina por quelelte.
Zazu,
que molelme, hermano.
ROSAMBUCO: ¡Miren
qué desquite aqueste
para un
buen desesperado!
¡Esta
higa solamente
faltaba
a mi vanidad!
¡Qué
los cielos dispusiesen
que un
hombre de tales brazos,
de
espíritu tan ardiente,
y de
presunción tan alta
en una
región naciese
donde,
si hay valor se esconda,
donde,
si hay fealdad se muestre,
donde
el corazón bizarro
oculto
en el pecho quede,
y del
color la ignominia
anda en
el rostro patente!
¡Reniego de mi fortuna!
¡Qué
las deidades se hiciesen
para
hombrecillo, que sólo
una tez
hermosa tienen
y por
dicha un corazón!
Pero discurso, detente,
que tú
solamente bastas,
por
Mahoma, a enloquecerme.
CATALINA: ¡Zezú,
qué desezperado!
¿Tanto
erramo por querenle?
No sea
vosancé tan lindo.
ROSAMBUCO: ¿Qué es
esto que me sucede?
Pero
Celio viene allí.
CATALINA: ¡A qué
mal tiempo que viene!
Sale CELIO
CELIO:
¡Rosambuco!
ROSAMBUCO:
¿Celio, amigo?
CELIO: ¿Y el
señor don Pedro?
ROSAMBUCO: Fuése
a
hablar al padre guardián.
CELIO: Pues a
mí me importa verle
y
avisarle, que dispuesta
Laura,
mi señora, tiene
para
seguirle esta noche;
y que advierta juntamente,
que el
conde anda receloso
y así
las cosas gobierne
con
cordura y con cautela
porque
sucedan de suerte
que se
logre su cuidado.
ROSAMBUCO: Celio,
Celio, el miedo pierde,
pues
que de mi valor
ya todo
el suceso pende.
Dile
que yo estoy aquí.
Cuando
necesario fuese
romperles a las estrellas
aquellos eternos ejes
en
cuyos dorados quicios
tornos
de cristal se mueven,
lo
intentara, ¡vive Alá!
Mas di
a Estrella que no puede
ir mi
amo allá esta noche
que
cierta ocupación tiene;
y así,
que no hay que aguardarle.
Anda,
Catalina, vete,
que
allá te están esperando
y a mí
me da enfado verte.
CATALINA: Plegan
Dioso, ingrato amante,
que
muelas del mal que muele
mi
esperanza. ¡Ah, inglato mío
cuál me
llevan tu desdene!
ROSAMBUCO: Ven,
Celio, y a mi señor
le
dirás lo que le quieres.
CELIO: Vamos
muy en hora buena.
Vanse y
salen el CONDE y VILHÁN
CONDE: ¡Vive
Dios, que me parece
que era
Celio aquél que entró
con el
negro!
VILHÁN:
Sí, bien puede,
sin ser
milagro, ser Celio;
mas señor,
saberlo puedes
de esta
negra. Ven acá.
CATALINA: ¿Qué me
manda vosancede?
CONDE: ¿Quién
era aquél que allí entró
y habló
con el negro?
CATALINA: Mente,
que no
era Celio, seolo.
CONDE: (¡Ay de
mí! ¡Qué claramente Aparte
con
negarlo antes de tiempo,
el
delito se convence!)
Ya yo
sé que no era Celio,
mas
estos doblones tienes
si me dices lo que hablaron.
Y si
negarlo pretendes,
Saca la daga
te he
de dar con ésta. Mira
lo que
escoges, no lo yerres.
CATALINA: Con la
cuchilla me panta,
y me
abranda con los treses
la
veldad. ¿Qué Condecillos?
Decíale
que viniese
mi amo
a su casa esta noche
porque
a su ama se lleve.
CONDE: ¿Qué te
parece Vilhán?
VILHÁN: Conde César,
me parece
que no
espantes a esa negra,
porque
no sea que revele
que
este secreto te ha dicho;
que
sobre tu casa veles,
que
estorbes el deshonor,
y al
atrevimiento vengues.
CONDE:
Catalina, eres honrada,
toma
este bolsillo y cree
que
siempre te he de amparar.
CATALINA: Paguen
Dioso la mercede.
¿Qué
lindo bocal bosillo!
CONDE: Vete,
Catalina, vete.
CATALINA: Quédate
con Dioso.
CONDE: Él te guarde.
Vase CATALINA
¿Qué
hay que fïar en mujeres
si es
tan aleve una hermana
que a
su deshonor se atreve
sin que enemistades tantas
en su
pasión la refrenen?
Ven,
Vilhán, a prevenir
tan
grandes inconvenientes.
VILHÁN: Vamos,
señor, que esta espada
es una
sarta de muertes,
que las siembra, ¡voto a Dios!,
a pares
cuando se ofrece.
(Miento, que soy un gallina).
Aparte
CONDE: ¡Mal
haya el honor mil veces
que su
asiento en la cabeza
de una
fácil mujer tiene!
Vanse y salen LAURA y CELIO con luces
LAURA:
¿Hablaste a don Pedro?
CELIO: Sí,
y si tú
vieras, señora,
con qué
fineza te adora,
como se
muere por ti
al
verte tan empeñada,
estuvieras muy gustosa
de que,
aunque eres tan hermosa,
estás
muy bien empleada.
LAURA: ¡Ay,
Celio! De aqueste amor
quisiera que resultara
que en
don Pedro se acabara
la
enemistad y el rigor;
que
no creo que conmigo
sino,
cual dices, está
quien
de mi hermano se da
por
capital enemigo
porque la verdad parece
contradecirse entre sí,
el
quererme bien a mí,
quien a
mi sangre aborrece.
Que
si don Pedro me amara,
como
dices, con afecto
sin duda por mi respecto
a mi
hermano perdonara.
Mas
mi amor tan ciego está
y
quiere tan animoso
que el
verle tan sospechoso
crédito
entero le da.
Estoy
resuelto a seguirle
aunque
parezca flaqueza
porque
con esta fineza
vendré
sin duda a rendirle.
CELIO: Él
tiene determinado
que
esta noche se concluya
la
ventura de ser suya.
LAURA: ¿Quién
acá dentro se ha entrado?
Salen ESTRELLA y CATALINA con mantos
ESTRELLA: A
verte, mi hermana Laura,
con
harto cuidado vengo,
tan
penosa que a estas horas,
atropellando
respetos,
a
inconvenientes me expongo,
de mi
estado tan ajenos,
por ver
si puedo estorbar
muchas
desdichas que temo.
LAURA: (¡Oh,
nunca hubieras venido! Aparte
Mas
quizá te trae el cielo
para
que no me despeñe,
que ya
es hora que don Pedro
venga
para ejecutar
tan
locos atrevimientos).
Que tú
vengas con disgusto,
Estrella,
es lo que siento
mas tu
pena, sea cual fuere,
si yo
quitártela puedo,
lo que
tardas en decirla
tardará
en tener remedio.
ESTRELLA: Pues,
mi Laura, yo he sabido
que
está mi hermano resuelto
a
llevarte aquesta noche
y que
tú estás en empeño
de
seguir su voluntad.
LAURA: ¿Quién
te ha dicho que en mi pecho,
Estrella, puede caber
tan
desordenado afecto?
¡Viven
los cielos, señora...!
ESTRELLA: Deja,
Laura, los extremos
que yo
no vengo a culparte
ni
contradecirte quiero
tu
amor, que por mi desdicha
también
experiencia tengo
de lo
que puede el amor,
que al
conde, tu hermano, quiero,
como ya
tendrás noticia;
y
solamente pretendo
que
como amigas las dos
nuestro
amor comuniquemos
rompiendo, para entrambas,
con
llaneza este secreto.
Que
contra los dos se esconden
muchos
lastimosos riesgos;
que
evitemos las desdichas
y
dispongamos los medios
para
los dos de paz
y el
amor las dos gocemos.
LAURA: Hablas
con tanta cordura
que
fuera traje grosero
de mi
amistad el negarte
los más
guardados secretos.
Verdad
es lo que sospechas;
a tu
hermano, Estrella, espero
resuelta y enamorada,
que de
otra suerte, no pienso
que
podré lograr mi amor
por la
enemistad y el duelo
que
entre don Pedro y el conde,
bárbaramente sangriento
quiere
llegar al enojo
de la
venganza al extremo.
Opuestos los mira a entrambos;
por la sangre
al uno quiero,
por la
inclinación al otro.
Tu
hermano firme y entero
en la
enemistad porfía
que al
fin, de mi hermano, creo
que es
más fácil de rendir.
Con esta fineza pienso
que don
Pedro ha de obligarse
que es
bizarro caballero.
Y
hallándose agradecido
a la
caricia y al ruego,
¿cómo
se ha de resistir?
Éste
es, Estrella, mi intento.
ESTRELLA: ¡Ay,
Laura, cómo discurres
los
corazones midiendo
por el
tuyo que es piadoso!
Sabe,
amiga, que don Pedro
amante
quiere robarte
y en
teniendo este bien cierto,
darle
la muerte a tu hermano.
Y luego
tiene dispuesto
para
salir de peligros
el
pasar a España huyendo.
Tú en
esto a tu hermano pierdes;
yo
pierdo a mi esposo en esto.
Más
cordura es, Laura mía,
adelantar el remedio.
Que si
ofreciéndole amor,
la paz
le pides en precio,
deteniéndote al contrato
hasta que
cumpla primero;
él te
quiere de manera
que por
lograr su deseo
ha de
romper por su enojo.
Que en
un corazón discreto
si
llegan a competir
el odio
y amor a un tiempo,
siempre
a fuer de sinrazón,
puede
la venganza menos.
Y con
esto, Laura mía,
ufanas
las dos vencemos,
tú
rescatas a tu hermano
y yo a
mi esposo no pierdo.
LAURA: Digo,
Estrella de mis ojos,
que el
discurso es tan discreto,
tan
útil la prevención
y tan
piadoso el consejo,
que a
seguir tu parecer,
como
amiga, me resuelvo.
Y
aunque siempre te he estimado
con más
fineza te ofrezco
ser tu
hermana y ser tu amiga.
Y vete
agora, que temo
que don
Pedro llegue ya,
y si ha
tenido recelos
de que
es el conde tu amante,
tomará
motivo nuevo
de
enemistad con hallarte
a tal
hora en este puesto.
ESTRELLA: Dices
bien. A Dios te queda.
LAURA: Pero
aguarda.
Salen don PEDRO y ROSAMBUCO, con espadas desnudas y
broqueles
PEDRO:
¡A lindo tiempo
pienso
que hemos llegado!
CATALINA:
¡Jezú! ¿Qué es esto que vemo?
¡Ay,
seola, que es seolo!
ESTRELLA: ¡Válgame
Dios!
PEDRO:
¿Qué es aquesto?
¿No es
mi negra?
LAURA:
(¡Qué desdicha!) Aparte
PEDRO: (Una
mujer allí veo Aparte
que de
mí se ha recatado.
¿Si
fuese Estrella? Yo cierro
la
puerta para inquirir
si es
verdad lo que sospecho).
ROSAMBUCO: Aquí
temo algún fracaso.
Descúbrese ESTRELLA a ROSAMBUCO
ESTRELLA:
Rosambuco, si en tu pecho
hay
nobleza y valor,
ya
reconoces mi riesgo.
ROSAMBUCO:
Quiétate y modera el susto
que ya,
señora, te entiendo.
Soy tu
esclavo; he de servirte.
Mi fe y
palabra te empeño.
PEDRO: Laura,
¿quién es esta dama?
ESTRELLA:
(¡Mortal el color ha puesto!)
Aparte
LAURA: ¿Qué
importa que sea quien fuere?
Amiga
mía, yo tengo
a solas
necesidad
de
hablar al señor don Pedro.
Perdóname, que mañana
de ir a
visitarte ofrezco.
PEDRO: Yo,
Laura, con tu licencia,
he de
conocer primero
quién
es aquesta señora.
LAURA: Eso
fuera ser grosero
y es un
lugar muy sagrado
mi
casa, señor don Pedro,
para
tanta demasía.
ESTRELLA: (¡Aquí,
sin duda, me pierdo!)
LAURA: Esta
señora es mi amiga,
vino a
verme de secreto
y por
ventura la importa
que no
la veáis.
PEDRO: Por eso,
que a
su honor le importara
a no
ser lo que yo temo.
Y para
que no perdamos
en más
razones el tiempo,
a mi negra he oído hablarte.
Bastante he dicho con esto.
No me
permitáis que lleve
a
perderos el respeto.
Yo he
de conocer quién es.
ROSAMBUCO: Aquí te
pones a riesgo
de quedar con más desaire;
pues si
no saliese cierto
el
juicio que has fabricado,
por
dicha sin fundamento,
corrido
te has de quedar
con
gran causa, de haber hecho
acción que tanto desdice
de un
bizarro caballero.
Repórtate por tu vida.
PEDRO: Y si
fuese lo que pienso,
¿cumpliré bien con mi honor
con
haber andado cuerdo?
ROSAMBUCO: En
casos de tanta duda
es
discreción y es acierto
pensar
siempre lo mejor.
PEDRO: Yo no
te pido consejo.
ROSAMBUCO: Pues yo
te le debo dar
que
aunque esclavo y aunque negro,
sabes
las obligaciones
que a
mi mucho valor tengo.
Las
leyes de honor no ignoro,
y
puesto que eres mi dueño,
contra
el tuyo no pasara
el
átomo más pequeño.
Tú miras
apasionado
lo que
yo sin pasión veo,
y así
debes presumir
de mi
elección más acierto.
PEDRO: En vano
me persüades.
ROSAMBUCO:
Repórtate.
PEDRO:
Estoy resuelto.
ROSAMBUCO: ¿Y el
empeño a qué viniste?
PEDRO: Éste es
más forzoso empeño.
ROSAMBUCO: Mira
que pierdes tu amor.
PEDRO: Mi
honor ha de ser primero.
ROSAMBUCO:
¿Qué? ¿No hay de poder contigo
la
razón
PEDRO: A nada atiendo.
ROSAMBUCO: Pues
mira cómo ha de ser,
que yo
a esta dama defiendo.
Pónese al lado de ESTRELLA
PEDRO: Perro,
¿contra tu señor?
ROSAMBUCO: Cuando
la lealtad de un perro
contra
su señor se vuelve,
sin
duda está en grande aprieto.
Ella de
mí se ha valido,
tiene
razón, tú estás ciego,
a ella
un deshonor la evito,
y un
desastre te defiendo.
PEDRO: ¡Vive Dios,
que he de matarte!
Sacan las espadas
ROSAMBUCO: No será
muy fácil eso.
Yo,
señor, no he de ofenderte
que
aqueste gallardo acero
sabrá
guardarte y guardarme
que
sobre alentado es diestro.
PEDRO: ¿Contra
mí sacas la espada?
ROSAMBUCO: Yo
solamente pretendo
a esta
dama defender.
Arrójate, pues, resuelto
y
quiebra agora tu enojo
que sin
duda vendrá tiempo
en que
aquesta acción me alabes.
Tírame,
que yo resuelto,
Riñen y no le tira ROSAMBUCO
sin que
mi acero te ofenda,
sólo a
defenderla atiendo.
PEDRO:
¡Aguarda, infame!
ROSAMBUCO: ¡Llamaron!
LAURA: ¡Mayor
pena es ésta, cielos;
que
éste es mi hermano!
Dentro
CONDE: ¡Abre, Laura!
ESTRELLA: Vengan
desdichas y riesgos.
Sale CELIO
CELIO: ¡Ay, señora! ¿Qué he de hacer?
ROSAMBUCO: Llegó
de todo el remedio;
abre al
momento la puerta.
Abre la puerta y salen el CONDE y VILHÁN
PEDRO: ¡Qué
malograse mi intento!
CONDE:
¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
ROSAMBUCO: Aquí el
abreviar con ello
es el
consejo más sano.
CONDE: ¿Qué es
esto, agravio?
Sacan las espadas
ROSAMBUCO: Esto es esto.
Mata la luz
Mataros
a cuchilladas.
Señora,
no tengas miedo,
fía de
mí, que de todo
hemos
de salir sin riesgo.
CONDE: ¡Muera
quien mi casa ofende.
PEDRO: ¡Qué la
luz falte a este tiempo
para no
haceros pedazos!
ROSAMBUCO:
Agradecedlo al empeño
en que
estoy, todos, la vida.
VILHÁN: ¡Por
Dios, que tira el sabueso
temerarias tarascadas!
LAURA: Aquí,
Celio, nos perdemos.
CELIO: ¡Qué no
trujese yo espada!
VILHÁN: Pues,
¿qué la hizo, buen viejo?
ROSAMBUCO: Ya con
la puerta encontré.
Ven,
señora.
ESTRELLA:
Yo te debo
vida y
honor.
Saca ROSAMBUCO a ESTRELLA
CONDE: Al fin vais,
como
cobardes huyendo.
PEDRO: Seguir
me importa [a] la dama.
CONDE:
Aguardad, que hasta el infierno
os he
de seguir, traidores.
VILHÁN:
Llevaremos pan de perro.
Dentro
ROSAMBUCO: Ya,
señora, estáis en salvo.
Vete,
pues, que yo me quedo
a
estorbar que no te sigan
y a
defender a mi dueño.
LAURA: Celio,
¿qué desdicha es ésta?
CELIO:
¡Válgate el diablo por negro!
Yo
fuera a ver en qué para
si no
temiera el braguero.
Vanse. Sale
MORTERO
MORTERO: Ya
serán las dos. ¡Oh, pesia
mi mala
dicha! ¿Qué es esto?
Que
estoy como niño expuesto
a la
puerta de la iglesia.
Maitines ya han acabado
los
frailes y ya se han ido
a
recoger, y perdido
en
tinieblas me han dejado
donde, a mi pesar, despierto,
aguardo, Dios me es testigo,
a que
de parlar conmigo
le dé
tentación a un muerto.
Que
un hombre quiera aprender
el
oficio más rüín
tiene excusa,
porque al fin
con él
gana de comer.
Mas
que haya hombre tan menguado,
tan sin
pundonor y juicio,
que por
no aprender oficio
se
acomode a ser crïado,
donde él ha de madrugar
cuando
el amo está durmiendo.
Si está
cenando o comiendo
no ha
de hacer más que mirar.
Del
mundo, entre los enojos,
¿haber
podrá mayor pena
que tras una boca llena
faltárseme a mí los ojos?
¿Hay
rigor como en verano
ver que
lo frío se emboca
y estar
yo seca la boca
con la
garrafa en la mano?
Si está alegre, he de reír.
Si está
triste, he de llorar.
Si
come, he de ayunar.
Si echa
mano, he de reñir.
Si
enamora, he de rondar.
Si
visita, serenarme.
Si pierde, he de mesurarme,
y si
tarda, he de aguardar.
¡Mal
haya hombre tan ajeno
de
sentido, y de razón
que
está por una ración
a estas
horas al sereno!
Salen don PEDRO y ROSAMBUCO
ROSAMBUCO: ¡Por
Dios, señor, que has mostrado
en la
pendencia tu brío!
PEDRO: Por tu
valor, Rosambuco,
lindamente ha sucedido.
Yo te
perdono el enfado
que me diste.
ROSAMBUCO:
Señor mío,
véngate
agora de mí,
pues a
aquesos pies me rindo.
Hinca la rodilla
PEDRO:
Levántate, Rosambuco.
(No sé
qué en su rostro miro Aparte
que
apenas puedo arrojarme
con
andar tan atrevido).
ROSAMBUCO: Si no
llegara el virrey,
¡por
Mahoma!, que imagino
que se
acabaran los bandos.
PEDRO: Al fin,
desaparecimos
a buena ocasión.
ROSAMBUCO: ¡Famosa!
Juzgo
que quedan heridos
algunos, y alguno muerto;
y no me
ha de quedar vivo
ninguno
de tus contrarios.
MORTERO: (Cerca
dos bultos diviso. Aparte
Mi amo
será y el mastín).
ROSAMBUCO: Ya que
estamos en el sitio,
señor,
de Jesús del Monte,
quiero
enojarme contigo
porque
aunque negro y esclavo,
no soy tampoco ladino
que no
sepa en qué ocasión
a un
esclavo es permitido
sacar
con su amo la espada
aunque
nunca es con designio
de
ofenderle en un cabello,
que eso fuera desatino.
La dama
que tú quisiste
conocer, habló conmigo.
Díjome
que era casada,
y si la
vieses, preciso es
perder
contigo opinión;
y
cuando juntos salimos
al
pasar por una tienda
la
conocí, y certifico
que no
es la que imaginaste.
PEDRO: De ti,
Rosambuco, fío,
como
noble y como leal,
todos
los recelos míos.
ROSAMBUCO: Puedes
fïarlos, señor,
tan
bien como de ti mismo.
PEDRO: Ya
hemos llegado a la casa
del
seráfico Francisco.
¿Es
Mortero?
MORTERO:
Sí, señor.
Seas
mil veces bien venido.
Con la
llave de la iglesia
te
aguardo hecho monacillo,
que
monazo te aguardara
si
hubiera dejado vino.
PEDRO: ¿Hay
luz en la celda?
MORTERO: No.
PEDRO: ¡Qué
nunca estés prevenido!
Ve, y
en la lámpara enciende.
MORTERO: Ya yo
la hubiera encendido
si
tanto ánimo tuviera,
que hay
muerto que, ¡vive Cristo!,
que le
agarra a un hombre un pie
sólo
por verle dar gritos.
Luz de
iglesia, es luz eterna,
y nunca
se habla conmigo
que soy
hombre temporal.
Rosambuco tiene brío
y
engañará a cualquier muerto
con
aqueste colorcillo
que
juzgarán que es bayeta
con que
se estarán queditos
y le
darán pasaporte.
PEDRO: Tú
tienes gentiles bríos.
Rosambuco,
por tu vida,
que
enciendas luz.
ROSAMBUCO: ¿No te ha dicho
que me
avisa una ilusión?
PEDRO: Si
temes, por eso mismo
a ese
agüero has de vencer.
Ven tú,
Mortero, conmigo,
y tú
trae la luz.
MORTERO: Y si acaso
te
espantare algún vestigio,
el
zancarrón de Mahoma
sea,
Rosambuco, contigo.
Vanse PEDRO y MORTERO
ROSAMBUCO: ¡Por
Mahoma, que he quedado
medroso
como corrido!
Pero,
¿qué es esto, valor?
¿Dónde
estáis, corazón mío?
¿Estos
brazos no podrán
contra
el horror del abismo
batallando, deshacer
sus
encantados prodigios?
Pues,
¿cómo llego a temer
un
bulto de mármol frío?
Corren una cortina, y aparece en un altar un bulto
de mármol que será un hombre con su manto capitular
y una lámpara encendida
Mas,
¡todo el cielo me valga!
Que
algún secreto divino
ya le
deposita airado
en lo
yerto de este archivo.
Quiero
alentarme y no puedo
que
parece que le miro
mover
contra mí, por ojos,
dos
ardientes basiliscos.
¿Por
qué me miras airado,
me
amenazas vengativo?
Si
triunfar de mí procuras,
yo me
rindo. Yo me rindo
y te
vuelvo las espaldas.
Hace que se va
¿Pero
qué mortal delirio
me
obliga a este rendimiento?
¿Y
estos desmayos permito?
Volved,
aliento, por vos.
Insensible, inmueble, y fijo
se está
el mármol. ¡Vive Alá,
que he
de desquitar con brío
lo que
perdí en el asombro!
Y he de
vencerme a mí mismo,
y
tocarle con las manos
y agravïado y ofendido
hacerle
trozos en ellas
para
convencer que ha sido
una
pueril ilusión
y no
superior prodigio.
Pavorosa estatua, espera,
que no te
valdrán hechizos
contra
mi valor.
ESTATUA: Detente.
ROSAMBUCO: En vano
el esfuerzo animo.
Mármol,
sombra, hielo, asombro,
que de
los lagos estigios
vienes
a ser de la muerte
un
funesto paraninfo,
¿qué me
quieres? ¿Qué me quieres?
ESTATUA: No
temas. Dios Uno y Trino,
a quien
no conoces, hoy,
Rosambuco, te ha escogido
para
basa de su iglesia.
Que no
hay corazón altivo
que a
su poder no se rinda;
quiere
hacerte de este sitio
gloria
y protección a un tiempo,
y con
acuerdo divino
por ser
yo su fundador,
por tu
apóstol me ha elegido.
Deja tu
profeta falso;
recibe
el santo bautismo
y
profesa en esta casa
la
regla de San Francisco.
Yo soy Benedicto
Esforcia
y así,
el nombre de Benito
has de
tomar, que esto haciendo,
Dios
será siempre contigo.
Quédate
en paz, que a mi reposo
del
túmulo me retiro.
Cierran la cortina
ROSAMBUCO:
¡Válgame el poder de Alá!
¿Qué es
lo que he escuchado y visto?
Y, ¿qué
es lo que estoy mirando?
¿Si es
ilusión del sentido?
¿Si lo
ha fingido el temor?
Pero,
¡no! En acentos vivos
lo que
nunca he pensado,
con
claras voces me dijo,
y
dentro en el corazón
no sé
qué impulso divino
me
persüade elocuente
que es
verdad y no delirio.
Embajador prodigioso,
si del
Autor del Olimpo
verdad
eterna me anuncias,
su
santo decreto admito,
su
secreto reverencio,
y a su cumplimiento
aspiro.
Es la
gloria que me anuncias
de
valor tan excesivo
que
pide su ejecución
todo el
poder infinito.
Yo la
voluntad ofrezco,
rindiendo el humano arbitrio.
Obre en
mí, Dios, su palabra
que sin
falta yo me rindo
que
humano poder no alcanza
misterio tan peregrino.
Sienta
yo en mi corazón
de Dios
superior auxilio,
y
conoceré con eso
que es
verdad cuanto me has dicho:
que mi
religión es falsa,
que es
cierta la ley de Cristo,
que
Jesús es mi pastor,
que me
recoge a su aprisco,
que la
religión me llama,
que me
convida el bautismo,
y
finalmente, que puede
como
Señor Uno y Trino.
FIN DEL PRIMER ACTO