ACTO SEGUNDO
Sale VILHÁN como espantado
VILHÁN: Ésta
es de Jesús del Monte
sin
duda la portería
cuyo
sitio deshacía
en
belleza y horizonte,
a
cuantos Italia tiene
desde
Génova a Sicilia
donde
su heroica familia
Francisco en virtud mantiene
que
variada en arrebol,
sagrado
y honrado el suelo,
barrio
parece del cielo
y
ciudadela del sol.
Aquí, como en fortaleza
y
soberano castillo,
el
seráfico caudillo,
de
tanto escuadrón cabeza,
defiende altivos soldados
de la
humana tempestad,
de
pobreza y humildad
valerosamente armados.
Y
aquí contra el español
arrogante, por espía,
por
dicha, César me envía
porque
como caracol
dentro en la cáscara intenta
matarle. Arriesgado a todo
trance,
el respeto y modo
de su
venganza sangrienta,
que
se le debe al virrey
y a
este convento sagrado;
hacia
acá viene un donado
de lechón que a toda ley
debe
engordar mucho más
y estar
libre de desgracias
a Dios
sirviendo.
Sale MORTERO de donado
MORTERO: "Deo
gracias."
VILHÁN: Padre,
por siempre jamás.
MORTERO: ¿Qué
busca, Vilhán hermano,
en
Jesús del Monte?
VILHÁN: Quiero
conocerle.
MORTERO:
Fray Mortero
soy,
español mal cristiano,
y a Dios convertido ya,
que mi
padre San Francisco
me ha
recibido en su aprisco
por su
oveja.
VILHÁN:
Bien está.
MORTERO: Y
agora voy a pedir
limosna
a Palermo en ese
borrico
que, aunque pese
al
infierno, he de venir
de
pan a casa cargado,
que
este milagro notorio
le
prometió al resistorio
del
seráfico sagrado
Dios
padre todos los días.
VILHÁN: Lo
seguro y verdadero
ha
escogido, Fray Mortero.
MORTERO: Lo
demás es tropelías.
VILHÁN: Mas,
¡vive Dios!, que me extraña
la
resolución con que
se ha
determinado.
MORTERO: Fue
condición supitaña.
Llamóme Dios muy aprisa
y
arrastróme su poder,
enfadado de comer
siempre
tormenta precisa
en
tierra, y más de soldado
y
escudero galadín
y de
rocín a rüín
mal
comido y mal pagado,
tras
un amo broquelero,
que con
un perro de ayuda
que trae, ningún riesgo duda
de
acometer caballero
andante, nuevo Amadís,
sin
seguridad jamás,
la vida
arriesgo de un faz
la
condenación a un tris.
Valíme de la ocasión
que a
nadie Dios desampara
de
estar retraídos, para
echar
de la religión.
Dióme el padre guardián
luego
que le pedí
el
hábito, y reducí
mi
vida, hermano Vilhán
a
esta cuerda, que es trabuco
con que
venzo a Satanás,
cosa
que no hará jamás
el
hermano Rosambuco.
Que
me dijo en la cocina
ayer que por su olla entró
que me
había hecho yo
religioso de gallina.
VILHÁN:
Pienso que dijo verdad.
MORTERO: Hermano
Vilhán, él miente.
Quien a
Dios busca, es valiente,
lo demás es vanidad.
¿Qué
hay en el siglo de nuevo?
¿Úsase
en él todavía
el
engaño que solía?
¿Anda
el vicio tan mancebo?
¿Tan
caduca la virtud?
¿Tan
pobre la caridad?
¿Tan
desnuda la verdad?
¿Tan
rica la ingratitud?
¿La
ceremonia tan viva?
¿La
desvergüenza tan clara?
¿La
riqueza tan avara?
¿La
obligación tan esquiva?
¿Andan cumpliéndose antojos
la
dicha y necesidad?
¿De
medio ojo la amistad
y la
envidia con cien ojos?
¿No
fían los mercaderes
al
valor y la hidalguía?
¿Y pídense todavía
celos hombres a mujeres?
VILHÁN:
Padre Fray Mortero, no ha
tanto
que su reverencia
ha
hecho del siglo ausencia
que
estar trocado podrá.
Todo está como se estaba
y va
peor cada día
que es
mala mercadería
hombres
y mujeres.
MORTERO: Brava
dicha en librarme he tenido
de salir de confusión,
¡y más
en esta ocasión!
Pero
esto, ¿qué ha sido
la
de ven y voy acá?
VILHÁN: Anda el
conde dando trazas
de dar
al mastín zarazas
y a su
dueño.
MORTERO:
No podrá,
que
le guardan lindamente
porque
del virrey sospechan
que
ministros los acechan
y andan
más diligente
en
sacarlos de Jesús
del Monte; que no saldrá
el
mastín de donde está
aunque
le diga "¡tus, tus!",
el
gran turco Solimán
de
quien fue alano primero,
y menos
Portocarrero.
Guárdese, hermano Vilhán,
no
le encuentre alguno de ellos
en el
sitio, que podría
librar
mal y ser espía
perdida
de veras.
VILHÁN: Ellos,
y
otros tantos no me dan
cuidado
si me acompaña
esta
espada, y en campaña
se
desenvuelve Vilhán;
que
verán como les gasto
las
vidas y los aceros,
y
échenme Portocarreros
y
Rosambucos a pasto.
MORTERO:
Medrado está de valor,
hermano
Vilhán, mas ya
lo
habrá menester que está
con
nosotros sin temor,
ni
vergüenza del virrey
ni todo el linaje humano.
Si no
me engaño, el hermano
Rosambuco, can del rey,
es
el que viene.
VILHÁN: ¡Oh, pesia
el que
a Italia le ha traído!
¡Qué un
alano mal nacido
ha de
valerle la iglesia,
saliéndose a pasear
fuera
de ella para ocultos
y
descubiertos insultos
de
noche en tierra y en mar!
Quiero apartarme de aquí
porque
no me dé ocasión
de
alguna demostración.
Sale ROSAMBUCO
ROSAMBUCO: ¡Ah,
gentil hombre!
VILHÁN: ¡Ay, de mí!
¿Qué
manda vuestra merced?
ROSAMBUCO: ¿A
dónde deja a su amo?
MORTERO: (Acudió
el tordo al reclamo Aparte
y
Vilhán cayó en la red).
VILHÁN: Yo
no tengo amo ni soy
quien
vuesamerced imagina.
ROSAMBUCO:
¿Negarme quiere el gallina
lo que conociendo estoy?
VILHÁN: Yo
nunca, cuando...
ROSAMBUCO: ¡Por vida
de don
Pedro y por Mahoma
que a
bocado me lo coma!
MORTERO: (Vilhán
es mala comida). Aparte
ROSAMBUCO:
¿Piensa que soy tan bozal
o tan
bárbaro porque
tan
atizado me ve
que
darme este papasal
quiere con vanos intentos?
Sepa
que soy tan ladino
que en
átomos le imagino
las
combras, los pensamientos,
que
ésta es, en vez de cristal
porque
al sol la luz no empache
una
cara de azabache
de un
alma como un coral.
Con ingenio tan profundo
que
aunque el cielo más porfía
hacerme
borrón del día
y negro
lunar al mundo,
tan
esclarecido está
de este
abalorio prolijo
que puedo
llamarme hijo
de la
reina de Sabá.
MORTERO:
(¡Qué leído es el mastín!
Aparte
Pero
puede ser al toque
del que
acompaño a San Roque,
.................... [ -ín]).
ROSAMBUCO: Mire, dígale a su dueño,
o a su
dueña, o a su jaca,
si de
vengarse no aplaca
de su
coraje el empeño,
...................... [ -ar],
con
gallinas cada día,
si intenta a esta portería
ni aún
entre sueños llegar;
que
he de ir a Palermo y darle
de
quién soy satisfacción
y en
hábito de caución
dentro
en su casa abrasarle.
Que para después de aquesto
que
este mensaje le lleves,
y
cumplas con lo que debes
por el
atajo más presto
siendo pelota del fuego
con que
abrasarle me obligo
estoy para hacer contigo
desde
aquí, allá, el pasajuego.
Mas
dispensar determino
contigo
todo este estruendo
porque
te vayas muriendo
de tu
miedo en el camino.
Vete.
VILHÁN:
Voy a obedecerte
de muy
buena voluntad.
(¡Notable temeridad!) Aparte
Vase
ROSAMBUCO: Yo soy
sombra de la muerte.
MORTERO:
Búsquela para el calor
un demonio peregrina.
ROSAMBUCO: Y
adviértole de camino
................... [ -or]
que
al conde sicilïano
envió. Encontrar no quiero
otra
vez a Fray Mortero
porque
le pondré la mano.
MORTERO: Yo
pretendo ser eunuco
en el
ejercicio, y así
no la
quiero para mí
del
hermano Rosambuco.
ROSAMBUCO: Que
esto haré le certifico
si
no...
MORTERO: Digo que me doy
por
advertido y me voy
a pedir
con mi borrico.
No
quiero más retintín,
hermano
Turco, con vos
que
aunque no me ha librado Dios,
siendo
oveja, del mastín.
ROSAMBUCO:
¡Válgame Alá soberano
y su
profeta divino,
cuyos
dos cultos a un tiempo
sin
duda tengo ofendidos!
Pues
con portentos tan raros
corro
bajel de mí mismo,
fortuna
deshecha contra
mis
pensamientos altivos.
Yo soy
Rosambuco, aquél
de
Etïopia peregrino,
para
bruto aun prodigioso,
para
hombre el mismo prodigio.
Yo soy
el pirata negro
en
ambos mares temido,
ébano
de quien labraron
cometas
y basiliscos.
La Libia ardiente y el
fuego
donde
salamandra he sido
de pólvora y alquitrán
y las
rocas de los istmos
y los
sulfuros temieron
en el
salobre zafiro.
¿Pues,
cómo se olvida el cielo
de
mí? Mísero y cautivo
soy de este hombre que no tiene
más
alma ni más sentido.
¡Qué
haya tanto de poder
la
inclinación de un destino
que ha
de atropellarlo todo
sin que
haya para rendirlo
alma en la naturaleza
ni
imperio en el albedrío!
¿Quién
vive en mí? Que parece
que no
soy el que en mí vivo,
sino
otro por mí que apuesta
guerras
civiles conmigo.
Todo soy sueños, asombros,
ilusiones y delirios.
Valiente estoy y cobarde,
despierto estoy y dormido.
Y desde
anoche en el templo
de este
profeta Francisco
tan grande, que de su Dios
las
armas ha merecido
en
manos, pies y costado,
sangrientas llagas o cinco
rubíes
que Él recibió
cuando
desde el cielo vino
a
redimir los cristianos
a todo
el humano aprisco,
como
ellos dicen, en más
temores
y laberintos
de
dudas metido estoy;
que ni
creo lo que he visto
ni lo
dejo de creer.
Porque, ¿cómo un mármol frío
pudo
moverse y hablarme,
pudo
asombrarme?
Dentro
UNA VOZ: Benito.
ROSAMBUCO: ¿Quién
me ha llamado? Mas, ¿cómo
si por
mi ley me apellido
Rosambuco, al que escuché
con
efecto repentino
volví
el sentido y el alma?
Pero el
alma y el oído
se
debieron de engañar
que fue
el nombre que me dijo
de su original el mármol,
y son
cristianos hechizos
para
volverme a su ley
o
fantasma del abismo
y de
las cobardes sombras;
que de
la noche...
Dentro
UNA VOZ: Benito.
ROSAMBUCO: Si no
estoy loco y me engaño,
otra
vez han repetido
y más
cerca el mismo nombre.
Aquesta
voz con el mismo
llama
otro hombre cristiano,
labrador y peregrino
de esta
mezquita montes,
de este
silvestre edificio
de
Italia tan venerado
que es
Meca del cristianismo.
Hagamos
treguas un rato,
locos
pensamientos míos,
y
volvamos a asistir
a don
Pedro, que le hizo
Alá mi
dueño hasta tanto
que se
canse el brazo esquivo
de mi
fortuna.
Dentro
UNA VOZ:
¿Te vas
sin
responderme, Benito?
ROSAMBUCO: Voz,
que no sé de quién eres,
y te
trae el aire frío,
con el
eco a mis orejas,
¿hablas
conmigo?
Dentro
UNA VOZ: Contigo.
ROSAMBUCO: No
puede ser si fue siempre
Rosambuco el nombre mío
y tú
con otro me llamas
que
nunca le he conocido
en Asia
ni en otra parte.
Dentro
UNA VOZ: Éste es
más tuyo, Benito.
ROSAMBUCO: Sin
duda me llama el mármol,
por
lisonja, con el mismo
nombre
otra vez, y no quiero
que me
tenga por remiso
ni
cobarde, siendo yo
a quien
tantos han tenido
miedo
en el mar y la tierra
desde
el rojo mar de Egipto
a las
columnas de España
del
Hércules Orolimbio.
Ya voy,
mármol.
Va a entrar y encuentra un niño descalzo con
una corona de espinas, una cruz a cuestas, y llagas en
los
pies
NIÑO: ¿Dónde vas
bárbaro, loco, atrevido
que sin
la marca cristiana
osas
pasar este sitio,
sagrado
al mejor alférez
del
mundo, este templo mío
que con
mi nombre respetan
los
cortesanos impíreos?
¿Cómo
te atreves, sin ser
en el
rebaño admitido
de mi
iglesia militante,
batallón del Uno y Trino,
contra
el alevoso hereje,
contra
el infiel paganismo,
y a
mirar estos umbrales
de
tanta antorcha epiciclos?
ROSAMBUCO: Niño,
gigante a los ojos
del
sol, prodigioso Niño,
¿quién
eres?
NIÑO:
Jesús del Monte,
de
quien este templo antiguo
toma el
nombre, aunque primero
del
Monte Calvario ha sido,
donde
un viernes, con la muerte
tuve un
campal desafío
de
quien salí vencedor,
puesto
que tan mal herido
con
esta espada que llevo
al
hombro...
Paséase
ROSAMBUCO:
Eterno Cupido,
Niño a
la emblema del cielo,
déjame
que los armiños
sangrientos de tus pies bese,
que no
sé qué desatino
amoroso
me arrebata
el corazón, o qué hechizo
celestial para adorarte.
NIÑO: Aparta,
que no eres digno
de
privilegio tan grande
hasta
estar con el bautismo.
ROSAMBUCO: Pues
déjame que te ayude
a llevar ese prolijo,
si bien
de escultura hermosa,
leño
cruzado.
NIÑO:
Aunque ha sido
siempre
mi yugo süave,
no
tienes hombros ni bríos
para
éste, siendo infïel.
ROSAMBUCO: Si
fuera todo el Olimpo
estrellado, como Atlante
le
sustentará en los míos.
NIÑO: Toma, y
mira si le puedes
llevar.
Dale la cruz
ROSAMBUCO:
Muestra, hermoso Niño,
que a
trueque que tú descanses
imposibles solicito
facilitar.
NIÑO:
Sin la fe,
éste es
el mayor.
Vase
ROSAMBUCO: Narciso
soberano, aguarda, espera.
Vuelve
a tus hombros divinos
este
madero, que yo
a tanto
peso me rindo.
Y entre
los brazos parece
que el
mundo se me ha caído,
y todos
los once cielos.
Socorro
y favor te pido.
Sale sangre de la cruz
Pero,
¿qué sangre es aquésta
que por
tu corona miro
correr,
árbol prodigioso
del jardín
del paraíso?
Que me
convida a beberla
su
hermosura, más que el limpio
cristal
que nació en el monte,
veloz
aborto de un risco.
Vuela la cruz
¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
Que el
madero fugitivo
me ha
hecho Tántalo de ella...
Agora
pierdo el sentido,
¡qué
maravillas! ¡Qué espanto!
¡Qué
misterios! ¿Qué prodigios
son
éstos de mi dureza,
bárbaramente entendidos,
que se
contradicen unos
con los
otros? Mas, propicios
cielos,
que para entenderlos
que los
descifres os pido.
Sale don PEDRO
PEDRO:
Rosambuco.
ROSAMBUCO:
¿Señor?
PEDRO: ¿Dónde
todo
hoy andas escondido,
que no
te he visto?
ROSAMBUCO: No puedo
darte nuevas
de mí mismo
apenas,
después que traigo
unas
tristezas conmigo
que me
traen fuera de mí
y lejos
de mi sentido.
PEDRO:
Memorias deben de ser
de tu
patria. No me admiro
que
suelen dar guerra al alma.
ROSAMBUCO: Más
pienso que son olvidos.
PEDRO:
Diviértelos, pues que tienes
un
dueño que es tan tu amigo,
que
hace tanta estimación
de tus
valerosos bríos,
que no
te diera por cuanto
tesoro
guarda el Mar Indio
si me
lo pidiera Laura,
que
después de ella, te estimo.
ROSAMBUCO:
Guárdese, Portocarrero,
de
España y de Carlos Quinto,
blasón
generoso, Alá,
que
sólo su puesto ha sido
el de
todos mis naufragios.
Y tu
esclavo ser estimo
más que
estando libre ser
visir
del Cairo y del Píreo.
PEDRO: Pagarme
has lo que me debes
y
aquesta noche imagino
que he
de quedarte a deber.
ROSAMBUCO: ¿De qué
suerte?
PEDRO: He recibido
de
Laura un papel en que
me manda, aunque más peligros
se me
pongan delante,
que por
un falso postigo
de su
jardín a las doce
la vea.
ROSAMBUCO:
Si es tan preciso,
no
quede por mí que ya
sabes
que yendo contigo
no hay
que temer a Palermo.
Siempre
estoy apercibido
del
broquel y de la espada.
PEDRO: Pues,
Rosambuco, a camino
de
Palermo y a adorar
a Laura, dueño divino
de mis
amantes deseos,
que ya
la noche ha corrido
todas
las cortinas negras
del
salobre cristalino.
ROSAMBUCO: Y la
turca luna negra,
de
quien soy sombra y soy hijo,
temerosamente esparce
algunos
rayos mendigos.
PEDRO: Poco
puede embarazarnos,
que
trae muy recién nacidos
los
rayos y han de durar
poco en
el azul distrito.
Y
pienso que poco a poco
hemos
salido del sitio
de
Jesús del Monte. Él vaya
conmigo.
ROSAMBUCO:
Y también conmigo;
que voy
estando muy bien
por el nombre y por vecino
con
aquese caballero.
PEDRO: Y es
muy bueno para amigo,
Rosambuco.
ROSAMBUCO:
Así lo entiendo.
Aunque
soy turco, me inclino
a sus
maravillas raras
porque
cuentas de Él prodigios.
PEDRO: Ruego a
Dios que pare en bien
esa
inclinación.
ROSAMBUCO: No digo
nada. Alá lo puede hacer.
PEDRO: Desde
agora más te estimo.
Salen VILHÁN, el CONDE y criados con
espadas, rodelas y pistolas
CONDE: Dos
hombres son y si fuesen
los que
buscando venimos
del
papel que obligué a Laura
escribir, no habrá surtido
mal efecto.
VILHÁN:
Diera un brazo
por ver
dentro del garlito
al
sabueso de Mahoma,
ladrador desde los quicios
de las
puertas de su casa.
CONDE: Al perro
hacer solicito
más
pedazos que ha ladrado
desgarros y desatinos.
VILHÁN: Yo
comeré su gigote.
PEDRO: Entre
los verdes asilos
que
hacen al camino sombras
bultos
parece que he visto.
ROSAMBUCO: Si no
son de esotra vida
sombras
o vestigios
lluevan
broqueles y espadas
y de
pistolas granizo;
pero no
gente que viene
después
de [ser fenecidos],
que huelen a esotro mundo
y me ha
dejado Benito
Esforcia muy perdigado
de
miedo de esotro siglo.
CONDE: Los dos
a reconocerlos
lleguemos como venimos
para no
espantar la caza,
y los
demás al abrigo
de
estos árboles se queden,
acudiendo al primer silbo.
CRIADO 1:
Obedeceremos.
PEDRO:
Dos
bultos
hacia acá imagino
que enderezan.
ROSAMBUCO: Pocos son.
CONDE: ¿Quién?
PEDRO:
Responder es preciso.
CONDE:
¿Diremos a la justicia?
ROSAMBUCO: La
misericordia, primos.
VILHÁN: En su
lenguaje habló el negro,
y son
ellos.
CONDE:
¡Ea, amigos,
que
esto es hecho.
Sacan las espadas
PEDRO: Rosambuco,
sobre
nuestros enemigos
hemos
dado y vienen tantos
furiosos y vengativos
que nos
hemos menester
mucho
más.
ROSAMBUCO:
Lo dicho dicho.
CONDE: ¡Mueran
pues!
ROSAMBUCO:
¿No hay más que mueran
gallinas?
PEDRO: ¡A ellos, amigo
Rosambuco!
ROSAMBUCO:
¡A ellos, valiente
Portocarrero; y si es vino
el que
traen esos borrachos,
¡a los
pellejos conmigo!
Métenlos a cuchilladas y disparan y hieren a
ROSAMBUCO.
Éntranse ROSAMBUCO y los otros
acuchillándole y quédanse PEDRO y el
CONDE
ROSAMBUCO: ¡Muerto
soy, Portocarrero!
Sea tu
valor conmigo.
Dentro
CRIADO 1:
Prendedles.
VILHÁN:
Esto va malo,
el
virrey es, que ha tenido
noticia
de este suceso.
CONDE: Pues,
acabemos, amigos
a este
perro.
CRIADO 2:
Éste es don Pedro,
prendedle.
PEDRO:
No hay resistirlos.
Date,
Rosambuco, preso.
ROSAMBUCO: Pues,
lo mandas, yo me rindo.
CRIADO 1: Dale
muerte.
CONDE:
Muere, perro.
Salen acuchillando a ROSAMBUCO
ROSAMBUCO: ¡Jesús
del Monte, Francisco,
no
permitáis que a la puerta
de
vuestro templo divino
muera
quien de vos se ampara.
Entran tras él y salen el NIÑO y SAN
FRANCISCO con espadas
NIÑO: Nuestro
socorro ha pedido;
defendámosle los dos,
valiente alférez de Cristo.
Dentro
ROSAMBUCO:
¡Traidores, ya me tenéis
muerto
pero no rendido!
CONDE:
Cosámosle con la tierra.
SAN FRANCISCO: Hay más invencibles filos
que le
defienden, tiranos,
y ha de
ser primero mío.
Dentro
CONDE:
¡Huyamos, que dos espadas
de dos
brazos nunca vistos
contra
nosotros fulminan
rayos.
VILHÁN:
De encantos y de hechizos,
sin
duda contra nosotros
ese
turco se ha valido.
Sale ROSAMBUCO herido
ROSAMBUCO: Yo
muero y a vuestra casa,
Francisco, como he podido
con el alma entre los dientes
para el
último suspiro
llego
ya. No muera yo
sin el
agua del bautismo.
Salen el GUARDIÁN y MORTERO
MORTERO: ¡Padre,
padre, acuda presto
que
parece que un herido
a la
puerta de la iglesia
voces
da, y si mal no miro
el
hermano Rosambuco
es el
que está sin sentido.
GUARDIÁN: Los
contrarios de don Pedro
Portocarrero
habrán sido
los
crüeles agresores
de tan
infame delito,
profanando los umbrales
de este
religioso asilo.
Hermano, ¿qué es lo que quiere?
MORTERO: Del
hermano turco fío
que no
será confesión.
ROSAMBUCO: Padre,
el bautismo pido,
que
pretendo ya que muero
morir
en la ley de Cristo,
que la
tengo por la más
verdadera [.......i-o].
GUARDIÁN: Es gran
predestinación,
Fray
Mortero.
MORTERO:
Padre mío...
GUARDIÁN: Agua
presto.
MORTERO:
El mastín anda
fullero
con Jesucristo,
y se
irá al cielo derecho
habiendo primero sido
turco y
cosario treinta años.
Vase
GUARDIÁN: ¿Qué
nombre escoge?
ROSAMBUCO: Benito,
que es
por elección del cielo.
GUARDIÁN: ¡Qué caso
tan peregrino!
ROSAMBUCO: ¡Qué me
muero, qué me muero;
padre,
el bautismo, el bautismo!
GUARDIÁN: Aprisa
el agua.
Sale MORTERO
MORTERO: Aquí está el agua
pues
quiere, olvidando el vino
ser
perro de agua el hermano.
Échale el agua
Agora
queda más limpio
que el
cristal el azabache.
Bien
puede hacer su camino
al otro
mundo sin miedo
de irse
al infierno ni al limbo.
ROSAMBUCO: No sólo
le ha dado el alma
gracia
esta agua, padre mío,
sino la
salud al cuerpo
.................... [ -i-o].
Levántase
GUARDIÁN: ¡Raro
milagro!
ROSAMBUCO: Esto todo
debo al
agua del bautismo,
padre,
y al Jesús del Monte
y al
seráfico Francisco.
Y en
hacimiento de gracias
por tan
grande beneficio,
a vuestra paternidad
pido el
hábito francisco
de
rodillas a sus pies
aunque
de él soy tan indigno,
pero
supla Dios mis faltas.
Padre,
el hábito le pido,
déme el hábito sagrado
como me
ha dado el bautismo;
no me
niegue tanto bien.
MORTERO: Ya que
el negro no ha podido
darnos
hoy un perro muerto,
nos
quiere dar perro vivo.
GUARDIÁN: No
puedo a la religión
sagrada, hermano, admitirlo
porque
es esclavo [con dueño].
ROSAMBUCO: ¿[Ya]
no es libre el albedrío?
GUARDIÁN:
Mientras tiene dueño, no.
ROSAMBUCO: Dadme
libertad, Francisco,
para vestir vuestro traje,
para
ser vuestro cautivo.
MORTERO: Váyase
el negro a Guinea
a ser
fraile o a Tampico,
que por
acá somos todos
aloques, mas no tan tintos.
GUARDIÁN: Pídaselo
a nuestro padre,
que es
de Dios grande valido.
ROSAMBUCO: No me
he de quitar delante
de su
altar, y he de pedirlo
con
lágrimas y oraciones,
disciplinas y silicios.
MORTERO: Más
propio fuera pringarse
con un
pernil de tocino.
GUARDIÁN: Vamos,
que Dios premiará
tan
católicos designios.
ROSAMBUCO: Para
ser esclavo vuestro
dadme
libertad, Francisco.
Vanse y salen LAURA y CELIO
LAURA:
Celio, amor es temerario
más que
niño, más que ciego.
CELIO: Que
mires, Laura, te ruego
quién
eres, y que es contrario
a tu
sangre lo que intentas,
que
mujer tan principal
en una
cárcel real
ve
expuesta a muchas afrentas;
y a
muchos riesgos también,
aunque
el manto más te emboce
si tu
hermano te conoce
y sus amigos
también
entrar o salir.
LAURA: Mi hermano
estará
por delincuente,
Celio,
de Palermo ausente;
demás,
que fue tan tirano
con su
honor, pues me obligó
a
escribir aquel papel.
Que
celoso ni crüel
no es
ver o temerlo yo,
pues
se ha perdido el respeto
con
darse por entendido
que don
Pedro me ha querido;
y no
puede ser discreto
ni
valiente, quien por tema
de su
alevosa esperanza
hizo
para su venganza
de su
afrenta estratagema.
Y yo
llevo en guarda mía,
Celio,
para mi defensa
contra
César, si en mi ofensa
quiere
su loca porfía
intentar algún desmán,
lo que
basta a no temerlo
..................... [ -erlo]
los
alientos que me dan
los
generosos blasones;
porque
soy más César [yo]
que
César. Hoy [me animó]
a puras
resoluciones
este
altivo corazón;
que si anoche me rendí
cuando
el papel escribí
de que
a dar satisfacción
voy
a don Pedro, fue el verme
amenazar de mi hermano
con el
acero en la mano
y no
poder defenderme
el
valor que hoy me acompaña.
CELIO: Laura,
pues del español
amante
eres girasol,
haz tu
gusto y, ¡cierra España!
Que
aunque ves que te prevengo
con lo que el valor te advierte,
en
llegando a resolverte
cabrá,
con quien vengo, vengo.
Y si
en la cárcel intentas
entrar,
ésta es, Laura, la puerta.
LAURA:
Sígueme, pues [voy cubierta].
CELIO: Hacer
contigo me alientas
imposibles.
LAURA: Imagina
que no
[vayas ya] conmigo
sino
con Roldán.
CELIO: Contigo
Roldán
[fuera] una gallina,
y
haces más siendo quién eres
que
cuántos la fama anima.
LAURA: Nunca
comió [en este clima]
la
cárcel a las mujeres.
Salen ESTRELLA y CATALINA, tapadas
ESTRELLA: Cúbrete bien, Catalina,
no te
descubran lo negro
que
habrá. Si te lo divisan
estornuda de misterio.
CATALINA: Ya
sabemo, zeola mía,
llevar
la cara encubierto
que tenemo
branca el alma
si el
cuerpo tenemo preto.
LAURA: Otras
damas de buen garbo
dentro
en la cárcel entraron
porque
los dos no seamos,
Celio,
los de mal ejemplo.
ESTRELLA: El
alcalde viene aquí
por el
rancho preguntemos
de mi
hermano.
Sale el ALCAIDE
CATALINA: Preguntamo,
que sea
cortés cagayero.
ALCAIDE: ¡Bravas
mozas, vive Dios!
Bien se
nos luce, que hay presos
de
porte.
ESTRELLA:
Señor alcaide.
ALCAIDE: ¿Qué
mandan, reinas?
ESTRELLA: Don Pedro
[Portocarrero] que trujeron
[anoche
a esta cárcel preso]
por
mandado del virrey,
¿dónde
tiene su aposento?
LAURA: Por don
Pedro han preguntado
estas
mujeres, y pienso
pues
con celos en la cárcel
encuentro, que viven dentro
de
estas prisiones también
por
delincuentes los celos.
CELIO: Por
monstruos de amor pudieran
en un
calabozo de éstos
para
siempre sepultarlos.
LAURA: ¿Para
qué, teniendo pechos
humanos
donde sembrar
tanta
lluvia de dineros?
ALCAIDE: Vuesas
mercedes me sigan.
ESTRELLA: El
favor agradecemos.
ALCAIDE: Mi
mayor honra es serviros.
CATALINA: ¡Qué
cagayero tan bueno!
CELIO:
Estrella será su hermana,
y el
hermano compañero,
Rosambuco con basquiñas.
Vanse
LAURA: No me
hablaron.
CELIO:
No te vieron,
o no te
conocerían
como tú
también; que dentro
de la
cáscara de un manto
todos
los gatos...
ESTRELLA: No creo,
Celio,
nada en mi favor,
porque
los celos creyeron
lo que peor está siempre
al
discurso de su dueño.
Sigámoslas, que imagino
que
aquí entraron.
CELIO: Todos estos
aposentos [me] parecen
alcobas
del mismo infierno.
Vanse. Salen
ESTRELLA, don PEDRO, CATALINA y
VILHÁN
PEDRO: Tan
ociosa, Estrella, ha sido
esta
visita, que llego
a
sospechar que fue achaque
de otro
designio.
ESTRELLA: Dijeron
que
estabas preso y herido,
y no es
nuestro parentesco
tan
poco que no me obligue
a esta
fineza, rompiendo
por
tantas dificultades
como
venirte, don Pedro
a
visitar a la cárcel,
porque
el valor que profeso
imita
al sol, que tocando
la
espuma del mar soberbio
un
átomo no se moja
ni se
humedece en cabello.
PEDRO: En lo
de preso acertaron,
en lo
de herido mintieron,
porque
no tienen valor
mis
enemigos, ni acero,
volcanes de fuego y plomo,
César,
ni César con ellos,
para
teñir con la sangre
del
blasón Portocarrero,
el
menor grano de arena
con sus
cobardes esfuerzos.
En mi
apellido no hallaron
jamás
carrera ni puerto;
pues su
excelencia, el señor
virrey,
que de sus intentos
aleves
tuvo noticia
me
trujo en su coche preso,
con la
decencia debida
a la
cárcel de Palermo,
por
evitar mayor daño;
aunque
a Rosambuco temo,
por
pretender resistirle,
que le
han mal herido o muerto,
que es
su valor invencible.
CATALINA:
¡Válgame Diosa!
PEDRO: ¿Qué es esto?
ESTRELLA:
Catalina se ha caído
desmayada, porque entiendo
que a
Rosambuco tenía
voluntad.
CATALINA:
¡Ay, que me muero!
[CELIO]:
Devoción o calidad;
o negro
amor en efeto.
CATALINA:
Malogróse mi espelanza,
que fue
branca flor de almendro,
que en
saliendo del botona
templana la lleva el cierzo.
¡Jesunerisa sea conmigo!
PEDRO:
Catalina, esto no es cierto,
que
Rosambuco es tan bravo
que se
habrá escapado de ellos,
más
vencedor que vencido.
CATALINA: Viva
esperamos con eso.
Consuélete Diosa, amén,
don
Pedro Portocarrero.
Sale el ALCAIDE
ALCAIDE: Aquí
está un fraile franciscano,
don
Pedro, que quiere veros
y me ha
pedido que os pida
licencia para este efecto.
PEDRO: Querrá
poner a estos bandos
...................... [ -e-o]
paces.
ALCAIDE:
Otra señora también
dice
que ha venido a veros,
pero no
la dejé entrar,
porque
el fraile es lo primero.
Fuése
enojada conmigo
y
también un escudero.
PEDRO: Laura
será, mas no importa.
ALCAIDE: Dijo
que volvería luego.
PEDRO: Sírvase
el señor Alcaide
que
entre.
ALCAIDE:
Trae por compañero
........................
un
peregrino mancebo
de
hermosa presencia y talle.
PEDRO: Para
todos hay asientos,
entren
en buen hora juntos.
ALCAIDE: Ya voy
a obedeceros.
ESTRELLA: (¡Cielos, Aparte
pon
paces entre César
y mi
hermano, pues intereso
en ello
tantas dichas!)
PEDRO:
Estrella, con el respeto
que te
debes te retira,
y haz
recogimiento en eso
de tu
casa.
ESTRELLA:
Siempre sabes
que,
por quien soy, te obedezco.
PEDRO: Así de
ti lo confío.
ESTRELLA: (Visitar
al conde espero Aparte
entre
tanto que esto dura).
PEDRO: Adiós,
Estrella.
ESTRELLA: Adiós, Pedro,
que
tendré de tu regalo
todo el
cuidado que debo.
PEDRO: Dios te
guarde.
CATALINA: De temora
llena
vamo, y de rezelo.
¡Valor
me dé Jesunerisa
sia
Rosambuco han muerto!
Salen SAN FRANCISCO y el NIñO
PEDRO: (Ya el
religioso Francisco Aparte
entró
con su compañero.
¡Qué
veneración que ponen
a los
ojos y deseos!)
........................
SAN FRANCISCO: "Deo gracias," señor don Pedro.
PEDRO: Guarde
a vuestra reverencia
Dios, y
a su Acates.
SAN FRANCISCO: Yo vengo
a
hablar de espacio con vos.
PEDRO: Pues
sentémonos.
SAN FRANCISCO: Sentemos.
PEDRO: (¡No he
visto humildad tan rara!) Aparte
Nunca
le vi en el convento.
SAN FRANCISCO: Soy forastero, y a mí
me
encargaron el suceso.
Hoy
llegué a Jesús del Monte
con mi
hermano compañero.
Señor don Pedro, un esclavo
tenéis...
PEDRO:
Decid.
SAN FRANCISCO: Turco negro,
que se
llama Rosambuco,
y a la
ley del evangelio
reducido está. Benito,
[la iglesia por los secretos
de
Dios, le ha dado por nombre]
porque
llegando al convento
de
Jesús del Monte, herido
de
muerte, pidió con celo
de su
salvación el agua
del
bautismo, y tan presto
la
gracia, que le dio al alma
como la
salud al cuerpo;
y en
pago del beneficio
y de
milagro tan nuevo,
pidió
nuestro hábito santo
con fervorosos deseos.
Negósele el guardián
por
esclavo, no por negro,
pues
blanco donde Dios tira,
blanco
es de grandes aciertos.
Vengo
de Dios inspirado
para que pueda tenerlo,
a
tratar de su rescate
con
vos, porque sois su dueño,
y con
el síndico os traigo
mil
escudos, que le habemos
entre
todos de limosna
juntado,
para que el cielo
admire,
siendo soldado
de
Francisco, con presagios
milagrosos de su vida
que así
en el cielo lo espero.
Dicen
que le estimáis tanto
que por
Mesina y Palermo
no le
darás algún día.
Haced
cuenta que fue muerto
y Dios
le ha resucitado
y que
no era esclavo vuestro
según
las leyes del mundo
y dadle
por este precio
agora,
que aunque es tan corto
lo
demás lo dará el cielo.
PEDRO: Él sabe
que yo no diera
ese
esclavo por un reino;
pero
con vuestras palabras
que me habéis
hecho, confieso
tan
blanda fuerza en el alma
que os
le diera mucho menos
que en
lo que de más, y en nada
si no
me hallara en extremo
tan
pobre y necesitado
por la fe de caballero.
SAN FRANCISCO: Dios os lo acrecentará
que
ésta es, señor don Pedro,
gran
obra.
PEDRO:
Así lo imagino.
SAN FRANCISCO: Yo espero en Dios que he de veros
con
mucha paz y salud.
PEDRO: ¡Por
qué notables rodeos
a
Rosambuco ha traído
Dios
[para] ser su [escudero].
SAN FRANCISCO: Tinta y papel viene aquí
y
contado [este] dinero
en oro,
tomadlo [todo]
y
hacednos recibimiento
de
vuestra mano que sirva
de
carta de horro al negro
Benito.
PEDRO:
Sea en hora buena.
Idla
notando vos mesmo
que yo
iré escribiendo, padre.
SAN FRANCISCO: Decid:
"Digo yo don Pedro
Portocarrero..."
PEDRO: Adelante.
SAN FRANCISCO: "Capitán", id escribiendo
"de infantería española,
que doy
libertad, por precio
de mil
escudos de oro
a
Rosambuco mi negro,
llamado
agora Benito..."
PEDRO:
Benito...
SAN FRANCISCO:
"Que me dio luego
de
presente Fray Francisco
de Asís..."
PEDRO:
De Asís...
SAN FRANCISCO: "Del convento
de
Jesús del Monte..."
PEDRO: Del monte...
SAN FRANCISCO: "Por la mano..."
PEDRO:
Ya está puesto.
SAN FRANCISCO: "Del Serafín Peregrino
síndico..."
PEDRO:
Síndico.
SAN FRANCISCO: "Nuestro,
como
del efecto consta..."
PEDRO: Oiga,
padre, que los vuelvo
al
convento, [porque] sé
que da
Dios uno por ciento.
SAN FRANCISCO: Dios se lo pague.
PEDRO: Prosiga,
padre,
agora.
SAN FRANCISCO:
[Escriba], "Siendo
pues que han de ser tres..."
PEDRO: Ser
tres...
SAN FRANCISCO: "Testigos, [aquí son éstos]:
las
tres personas [divinas]
y un
sólo Dios verdadero;
que es la Trinidad Sagrada
tan
inefable misterio".
PEDRO:
Testigos son, que [no] habrá
quién
los tache.
SAN FRANCISCO: "Fecho..."
PEDRO: Fecho...
SAN FRANCISCO: "A tres de mayo..."
PEDRO: De mayo...
SAN FRANCISCO: "En la cárcel de Palermo..."
PEDRO:
Palermo...
SAN FRANCISCO:
Firmad, agora.
PEDRO: Don
Pedro Portocarrero.
¡Notable cédula!
SAN FRANCISCO:
Agora,
[hágame] el señor don Pedro
[merced] de hacerme la entrega
de ese
papel.
PEDRO:
Ya os le entrego.
SAN FRANCISCO: Mostrad.
Ve las
llagas [don PEDRO]
PEDRO: No es ésta [la] mano
de
ningún hombre del suelo.
Vuestra
es, Seráfico Santo,
porque
ese rubí sangriento
o es
vuestro o de Dios que sois
una
misma cosa al veros.
Porque con las cinco insignias
que
ostentáis, a un mismo tiempo
a
Cristo miro en Francisco
y a
Francisco en Cristo veo.
SAN FRANCISCO: Benito, la libertad
que me
has pedido te llevo
para ser de Cristo esclavo.
NIÑO: Yo me voy, pues que ya he hecho
el oficio que me
toca
a los
impíreos asientos.
Desaparécense
PEDRO: El
corazón me arrebatas
tras de
ti, Neblí del Cielo;
¡Qué
venturoso que es hoy,
Rosambuco, tu deseo!
Ya
tienes todo cumplido.
Agora
has de ser mi dueño.
FIN DEL ACTO SEGUNDO