ACTO TERCERO
Salen fray MORTERO de donado, y
CATALINA
MORTERO:
Nuestra hermana Catalina,
a Jesús
del Monte sea
bien
venida, que ha mil años
que no
entra por estas puertas.
CATALINA: Ezamo
plesa hasta angora,
padre
nuessa fray Mortera,
como ya
habremo sabido.
MORTERO: Ya supe
que pidió iglesia
don
Pedro, que hizo probanza,
que
junto a la propia cerca
de
Jesús del Monte, que es
el
cementerio de nuestra
casa,
le prendió el virrey,
y que
después de tenerla,
del
monasterio sacó
a
Laura, donde don César
su
hermano se retiraba
por ciertas desavenencias,
que
tuvieron en la cárcel
los
dos, y salió con ella
a
campaña aquella noche,
y
sabiendo el conde César,
que don
Pedro hizo esta infamia,
con resolución resuelta,
rompió
con Vilhán la cárcel
dando
garrote a una reja
y
convocando sus deudos,
que
todos seguirle muestran
armados
de todas armas
y bocas
de fuego, intentan
la
venganza de este agravio,
y de los demás, que hoy vuelvan
en la boca de la
fama;
y que
también su excelencia
los ha
llamado a pregones,
y agora de sus cabezas
ha publicado las tallas.
CATALINA: Ya
sabemo, que en Palerma,
Catalina, nos quedamo
por la
disijuladera,
y
pléndida nos pusimo
a
cuisitiona de tormenta,
en
cueras, como su madre
en
Mandonga nos pariera,
y de
látima quitamo
de la
pobra la virreya;
y tu
amo por escrava
ha de
estar cuatro mesas
en la
cárcel, que pensamo
delante
la pregonera,
y lo
verdugo detrasa
salir
como para eya,
con
cien priscas a la cola.
MORTERO: Todo,
hermana, fuera
para
merecer con Dios.
CATALINA: Mejor,
padre fray Mortela,
supo
hacer.
MORTERO:
Los regalos
de Dios
siempre los desean
sus
siervos.
CATALINA:
No dezeamo,
regalo
de azota en cueras,
que
aunque negla, zamo honrada.
MORTERO: En
Italia, ni en su tierra
no se
han cortado mejores
otras
dos varas de felpa;
yo he
tomado a cargo mío
escribir su historia en lengua
española y siciliana,
en la
latina y la griega.
CATALINA:
¡Válgame Diosa, lo que
ha
estodiado fray Mortera!
MORTERO: Desde
que le cautivaron
sobre la Pantasilea,
hasta recibir el agua
del
bautismo, y de la iglesia
entró a ser hijo, y hasta
vestir la parda librea
del
seráfico Francisco,
grangeando a penitencias
peregrinas,
en el cielo
para
tan dichosa empresa,
la
libertad deseada,
por una
cédula hecha
de don
Pedro, que a las manos
del
guardián según se cuenta
milagrosamente vino,
dispensándole por ella
el año
de aprobación,
con tan
altas excelencias
de
virtud, que pone espanto,
a todos
cuantos profesan
los
rumbos maravillosos
de la seráfica regla.
No se
le conoce cama,
ni
mesa, porque en la tierra
con la
humildad igualando
es su
cama y es su mesa;
de
garfios trae por cilicio,
rodeada una cadena,
almilla
de un alma, que hace
con el
cuerpo taracea.
Cojos
sana, mancos y otras
paralíticas dolencias,
que es
gran jugador de manos,
de brazos,
pies y de piernas;
y sin
haber estudiado
jamás,
habla en cualquier ciencia,
y latín
mejor que turco,
con ser
su nativa lengua.
Cada
momento a ojos vistas
con el
demonio pelea,
y viene
a brazo partido
rodando
por la escalera.
De
noche se crucifica
en una
cruz en la huerta,
habiéndola antes llevado
un gran
distrito a cuestas.
Al
sagrado sacerdocio
los
prelados le amonestan,
y él se
excusa con decir
que
quiere seguir las huellas
de su
seráfico padre,
mirándose indigno de esta
dignidad. ¡Lo que tardara,
Jesús,
si misa dijera!
Para un
cazador, o para
un
pretendiente, que cuenta
los
bocados a su vida,
los átomos a sus quejas;
y con ser lego no más,
con los
oficios le ruegan
del
convento y la provincia.
...................... [ -e-a]
Gime, y
llora de rodillas,
la boca
por tierra puesta,
suplica que no hagan burla
de él
con tan pesadas veras.
Cuando
va a pedir limosna
a los
muchachos que encuentra
les
pide que le estornuden,
que le tiren
lodo y piedras,
y algunas veces y muchas
le obedecen, y se mezclan
entre ellos, para
afrentarle,
demónico de la escuela
de
Lucifer, que la dan
méritos, cuando más piensan
que han
de inquietar su constancia,
y
deslucir su paciencia.
Y yo
excuso de ir con él
todas
las veces que intenta
humilde
que le acompañe,
que
vuelvo como una breva;
y si no
me engaño agora,
hacia
el altar mayor suenan
sus
voces, y viene dando
por los
escalones vueltas
con
algún demonio, que
por la
maroma voltea
del
infierno, se ha encontrado.
¡Con
notable estruendo rueda!
El
templo se viene abajo.
CATALINA:
Jesuncrisa sea con ella,
con
fray Mortera y conmigo.
Suena ruido y sale rodando ROSAMBUCO, vestido de
lego con sangre en la cara
ROSAMBUCO: Bestia
de siete cabezas,
que
quebranto aquella planta
pura,
de la mejor Eva,
no has
de rendirme, aunque más
contra mí te armes de ofensas
alevosas y villanas.
Dentro una VOZ
VOZ: Tizón,
que aspiras a estrella,
noche
del Asia, que a ser
sol de
Palermo te alientas,
yo me
vengaré de ti.
ROSAMBUCO:
Cobarde, que a la pendencia
por las espaldas embistes,
tus amenas soberbias
no temo; que tengo el
alma
guardada de la presencia
de
Dios. Infernal lechuza,
ya tus
oscuras tinieblas
huyen
de su luz.
MORTERO: ¿Qué es esto,
padre
Fray Benito?
ROSAMBUCO: Cierta
pendencia, nuestro hermano
Fray Mortero, con aquella
antorcha de la mañana
que se
anocheció ella mesma
con
aquel Ícaro loco,
que osó
con alas de cera
asaltar
del mejor sol
los
rayos y aun no escarmienta.
MORTERO: Ya
conozco, padre mío,
quién es por las mismas señas
esa figura. ¡Ay!
Danle
ROSAMBUCO: ¿Qué es esto?
MORTERO: Hanme
aturdido la testa
con gran tamorilada,
que ser
mayor no pudiera
de una
mano de reloj;
y mano
que tanto pesa,
ni es
para aqueste Mortero,
ni para
ninguno buena;
désela
su dueño a Judas
para
que mate candelas,
y sea
en las semanas santas
la
paulina de tinieblas.
ROSAMBUCO:
Persígnese, Fray Mortero.
MORTERO: ¡Y
cómo!
ROSAMBUCO:
Ya tenga paciencia;
que
anda este rey de las sombras
muy
licencioso.
MORTERO: En la iglesia
es
mucha bellaquería,
mucha
infamia y desvergüenza.
Váyase
a algún carnicero,
y
váyase a alguna despensa
por la
señal de la Santa
Cruz.
Persígnese
ROSAMBUCO:
Ésa es grande defensa,
porque
es la espada con que
venció
Dios la muerte mesma.
CATALINA: Yo también
me persigno.
ROSAMBUCO: ¿Qué
hay por acá, hermana nuestra
Catalina?
CATALINA:
Nuesa padre
Benito,
venimo a vella,
y a
consolanda también.
ROSAMBUCO: Ya supe
que estuvo presa;
¿qué
sabe de los hermanos
don
Pedro, Laura y Estrella?
CATALINA: Desde
que en campaña fuimo,
no se
sabimo más de eya
viva,
ni muerta en o mundo.
ROSAMBUCO: Dios de
su mano los tenga
que les
debo obligaciones
y nunca
me olvido dellas.
CATALINA: Ni de
mi olvidamo, padre,
ya que
somo entrambas pretas.
ROSAMBUCO:
Hagamos, hermana mía
que las
almas no lo sean
ya que los cuerpos lo son.
CATALINA: Plegan
Diosa verdadera.
ROSAMBUCO: Yo se
lo suplicaré
a Su
Majestad inmensa
en mis
pobres oraciones.
CATALINA: Basamo
los pes por eya,
que de
rodilla pedimo
santa
turca, santa negla
de
Palermo, y de mi alma.
ROSAMBUCO: Alce,
hermana, de la tierra,
acabe,
levante, diga,
¿qué es
lo que hace? ¿Qué intenta?
Levántase endemoniada
CATALINA:
Devanécete, villano,
Etïope,
sombra fiera,
de la
capilla francisca,
que su
religión afrentas.
MORTERO: Loca se
ha vuelta la hermana.
ROSAMBUCO:
Catalina, en otra lengua
la primer verdad que has dicho
en toda
tu vida es ésa.
Vil
padre de la mentira,
equivocarme pudieras
a no
haberte recatado
como
áspid entre la hierba.
CATALINA: ¡Engañar
quieres a Dios
con
hipocresías modestas?
ROSAMBUCO: No
puede ser engañado
Dios,
que es la misma evidencia,
suplir
mis faltas y yerros,
y
perdonar mis ofensas,
porque
su misericordia
mayor
es que las arenas
y los
átomos del mar.
Mas tú,
desbocada fiera,
mas tú,
criatura ingrata,
que no
puedes merecerla,
porque
no puedes volverte
atrás
por inteligencia,
y yo
puedo arrepentirme,
y ver a
Dios, que se niega
a tus
ojos para siempre,
¿en qué
valor, en qué fuerza
te
confías?
CATALINA: En las propias
con que
arranqué las estrellas
tras
mí.
ROSAMBUCO:
Con esas andas
en las
mazmorras eternas
desde
entonces arrastrando.
CATALINA: Bárbaro,
¿tú las apuestas
conmigo?
ROSAMBUCO:
Y con todos juntos
el
infierno, como tenga
a Dios
de mi parte.
CATALINA: ¿Tú,
siendo
un borrón de su idea,
un escarabajo, un topo?
MORTERO: ¿Qué
haya dado aquesta negra
en
estar endemoniada,
sin qué
ni para qué sea?
Como si
su catadura
de nuez
moscada bayeta
maridaje
de mendiga
no le
bastaba por treinta
flamencos experitados,
si con
sus teces trigüeñas
la
berenjena en arrope,
en
morcilla y girapliega?
CATALINA: ¿Quién
le mete en eso al fraile
vinagre, si no desea,
que
otra mano de almirez
sobre
su mortero venga?
MORTERO: ¡Eso
no, por la señal
de la Santa Cruz!
CATALINA: Sin ella,
¿cómo sacó hoy de la olla
de los
enfermos tres piernas
de
gallina, y se las fue
a
merendar a la huerta?
MORTERO: Porque
estaba enfermo de hambre
y es
natural la defensa.
CATALINA: Y los
pies de puerco, infame,
que
hurtaste de la despensa
¿fïambres esta mañana
antes
que a Palermo fueras?
MORTERO: Más
hice en comerlos yo,
que
eran tan de puerco o puerca,
que en su vida habían traído
escarpines ni calcetas.
CATALINA: Chistes
conmigo, menguado,
¿siendo
yo quien los inventa?
MORTERO: Siempre
fuiste invencionero.
CATALINA: Allá va
la mano.
MORTERO: ¡Tenga!
¡Por la
señal de la Cruz
Santa!
CATALINA:
Yo os cogeré en la celda
dormido.
MORTERO:
Echaréme yo
por
manta una cruz a cuestas.
ROSAMBUCO: ¡Ea,
fray Mortero, déme
el
hisopo y la caldera
de agua
bendita, que quiero
sacar
esta sierpe eterna
de este
cuerpo miserable.
MORTERO: Voy en
volandas por ella.
CATALINA: No he
de salir aunque encima
me
eches el mar.
ROSAMBUCO: Norabuena,
yo te
haré salir a puros
cordonazos.
CATALINA:
¡Para ella,
para
ella, hermana prima!
ROSAMBUCO: ¿Burlas
haces de mis veras?
No
sabes tú que soy yo
más
valiente que tú muestras?
Dios me
ayudará.
Sale fray MORTERO con caldero y hisopo
MORTERO: Aquí está.
¡Fuera dije, fuera, fuera!
¡El
recado de hacer sopas
a esta
canalla sedienta!
ROSAMBUCO: Muestre
acá, hermano, el hisopo.
MORTERO: Tome,
vuesa reverencia,
y
enjuágueme a Catalina
por de dentro y por de fuera.
ROSAMBUCO: ¡Ea,
maldita criatura,
reconoce tu sentencia,
y de
esta mujer humilde
el alma
y el cuerpo deja,
que yo
te lo mando de parte
de Dios.
CATALINA:
¿Cómo no me muestras
la
comisión que te ha dado
de su
firma y de su letra?
Porque
no siendo ordenado
es
imposible que puedas
compelerme, motilón,
para que yo te obedezca.
ROSAMBUCO: Pues
entretanto, obstinado
monstruo, que yo se la pueda
merecer
y hacer hoy una
bien
precisa diligencia,
donde
para condenarse
algunas almas se arriesgan,
a quien
debo obligaciones
te he
de dejar a la puerta
de este
edificio sagrado,
atado
en esta cadena
de este
rosario, pues otro
Benito
te ató en la mesma.
CATALINA: ¿Eres
tú como él?
ROSAMBUCO: Su nombre
me
ayudará en esta empresa.
CATALINA: Como
perro me has tratado
siéndolo tú.
ROSAMBUCO:
Feroz bestia,
perro leal soy de Dios.
Tú con
la rabia primera,
morder
quisiste a tus dueños,
y [San]
Miguel, la defensa,
saliendo saludó el aire
imperio
de tu soberbia.
Vestigio indomable, vamos.
CATALINA: Benito,
¿dónde me llevas
de esto
modo atropellado?
ROSAMBUCO: A
ponerte a la vergüenza
hasta
que vuelva.
MORTERO: Y después
te hemos
de echar en galeras,
¡por la
señal de la Santa
Cruz!
CATALINA:
¡A los cielos pesia
pues le
da tanto poder
a una
escultura de tierra!
ROSAMBUCO: Tiene
por alma el retrato
de
Dios.
MORTERO:
¡Padre, vuelva, vuelva
con
brevedad! Que estará
este
mastín en su ausencia
echando
alquitrán y azufre.
¡Maledite, salte afuera!
Échale Fray MORTERO el agua y vanse y salen
don PEDRO y LAURA, vestidos de bandoleros con charpas y
pistolas
PEDRO: No
temas todo el poder,
Laura,
del mundo conmigo.
LAURA: No es
César tanto enemigo
que yo le
pueda temer,
ni a
cuantos deudos están
en su
aleve compañía
porque
aunque son sangre mía,
de tu
valor me la dan
mayores obligaciones
granjeadas de mi amor.
PEDRO:
Conocerá mi valor
en la
que, Laura, me pones
lo
que durare este acero,
de
quien satisfecho estoy;
que soy
español, y soy
don
Pedro Portocarrero.
Que es mucho el empeño mío
y tus
finezas son más,
para no
volverse atrás
las
deudas de mi albedrío.
¿Qué
arroyo que despeñado
deja
entre verde espadaña
la
furia de la montaña
por las
caricias del prado,
volvió a los peñascos fríos
de su
nobleza solar,
hasta
parar en el mar
que es
la muerte de los ríos?
No
es, Laura, con tu fineza
menos
arroyo mi amor,
y sólo
competidor
de mí
mismo en la nobleza.
Estrella se nos quedó
con
Celio, como estos días
duran sus
melancolías
en
campo se perdió
que
no los descubro aquí.
LAURA: Al
castillo se habrá vuelto
donde
tu valor resuelto
se
opone al mundo por mí.
PEDRO:
Volvámonos, pues, allá;
que
temo del escuadrón
de
César una traición
desmintiendo su nobleza;
que
los que a cobardes hechos
lo que
heredaron ocultan
siempre
las espaldas buscan
para pasarse a los pechos.
Y
Estrella se habrá al castillo
retirado, viendo el sol
que va
al ocaso español
que yo,
con los que acuchillo
le
buscaré cara a cara,
para
acabar de una vez
con su
soberbia altivez.
Por las espaldas salen el CONDE, VILHÁN,
ESTRELLA y algunos bandoleros con charpas y pistolas
CONDE:
Estrella, no le fue avara
la
que te conduce hoy
a mis
manos, pues tenía
prendas
de ti el alma mía.
ESTRELLA: Tuya,
conde César, soy,
protestando que has de ser
mi
dueño; mas el tirano
rigor
de ir contra mi hermano
no es
de tan noble mujer.
Como
yo, siendo española,
Portocarrero y Guevara,
y
Estrella, que por lo clara
de
sangre, al sol arrebola.
CONDE: En
Laura, que contra mí
viene,
tienes ejemplar
también.
ESTRELLA:
Laura llega a estar,
conde,
ofendida de ti,
y es
mujer, y la mujer
nació,
por el ser que alcanza,
de un
parto con la venganza.
CONDE: Ya,
Estrella, no puede ser
menos, en esta ocasión,
que el
de esposo es más cercano
parentesco que el de hermano.
PEDRO: Nunca
contra la traición
fue
bastante, Laura mía,
el
valor sin el cuidado
al
matar anticipado.
LAURA: Tienes
razón, y del día
creciendo las sombras van.
PEDRO: Ya
estamos sin gente aquí,
Laura,
pero no sin ti,
en
quien cifrados están
juntos tantos corazones.
LAURA: El
tuyo, heroico español
rayos
puede dar al sol
de
empresas y de blasones.
CONDE: Gente suena aquí, y si no es
engaño
de ilusión vana,
don
Pedro son y mi hermana.
PEDRO: Las
estampas de tus pies
voy
siguiendo, Laura hermosa,
que vas
volviendo con ellas
las flores del campo estrella.
CONDE: Ocasión
es venturosa,
pues
los hemos encontrado
solos.
VILHÁN:
Y no es lo peor,
de
espaldas.
CONDE:
A mi valor
no le
da un mundo cuidado.
VILHÁN: Con
todo es lo más seguro.
ESTRELLA: No lo
tienes de intentar.
CONDE:
Estrella, no has de estorbar
la
venganza que procuro.
¡Mueran!
Disparan y sale ROSAMBUCO
ROSAMBUCO:
No podréis tan presto,
que he
de volver, inhumanos,
a los
aires con las manos
las
balas.
Hace que las aparta con las manos
CONDE: ¡Cielos!
¿Qué es esto?
ROSAMBUCO:
Venir un hombre a pagar
lo que
debe a su señor.
PEDRO: ¡El
conde es, Laura!
LAURA: ¡Ah, traidor!
PEDRO: Mi
valor has de probar.
Muera toda esta canalla,
que
hacerme inmortal espero;
a
Estrella a su lado veo
que
debieran de encontralla.
VILHÁN: ¿A
estas horas nos dan? ¿Cómo?
El
fraile mago, señor,
es el mayor jugador
que hay
de pelotas de plomo.
CONDE: De
asombro se me ha caído
la
pistola de la mano.
PEDRO: ¡Muera
mi hermana!
LAURA: ¡Y mi hermano!
ROSAMBUCO: Dése, don Pedro, a partido
vuestro coraje español,
que hoy
habéis visto poner
el sol;
y al amanecer
quizá
no vierais al sol;
que
estaba dada de Dios
por
decreto singular
sentencia para bajar
hoy al
infierno los dos.
Y a
no haber intercedido
el
seráfico sagrado
de
quien soy subdelegado
como
más agradecido
de haberme, sin interés,
dado la
carta de horro,
que fue
de mí bien socorro,
que le
tocó por quien es.
Dios
y por Francisco luego
apelando a su clemencia,
la pronunciada sentencia,
y su
medianero tan lego
como
fray Benito, envía
a
templar esos enojos,
y a
pasaros por los ojos
la
muerte que os desafía
cada
instante, y el infierno
que os
amenaza también.
Enmendaos y vivid bien.
Mirad
que hay castigo eterno
para
un odio temporal;
que
Dios, don Pedro, consiente
mucho mas no eternamente.
Y
procure cada cual
mirar muy bien cómo vive;
pues no
tiene hora segura
esta
humana arquitectura
que
asaltos tanto recibe
de
la muerte cada día,
con
accidentes tan varios
que se
arman los contrarios
contra
tan grande monarquía,
donde, como en mar y en tierra
su
poder se solemniza
y gusanos de ceniza
a Dios
no le han de hacer guerra,
que
somos, aunque parece
que en
nosotros se retrata,
hojas
que el viento arrebata,
sombras
que el sol desvanece.
CONDE:
Mucho Dios encierra en este
prodigio de santidad.
PEDRO: Todo es
rayos de piedad
este
prodigio celeste.
CONDE:
Quitámonos de delante
de él,
que nos da confusión,
asombro
y veneración
su
prodigioso semblante.
Vanse [el CONDE, ESTRELLA y los suyos]
PEDRO:
Vámonos, Laura, de aquí
aunque
helada estatua soy
con lo
que habemos visto hoy
yendo
contigo y sin mí.
Vanse
ROSAMBUCO:
Señor, poned vuestra mano
en
hacer las amistades
de
estas dos parcialidades,
ruina
del pueblo cristiano.
Dentro da voces CATALINA
Voces parece que escucho
de
aquel vestigio crüel
que
dejé atado de aquél
que
agora es nada y fue mucho.
CATALINA:
¿Vienes Benito? ¿Benito,
vienes?
ROSAMBUCO:
¡Ah, cobarde! Ya
conocerás cómo está
en el
valor infinito
del
nombre de tan gran santo,
la
virtud con que te ha hecho
dar
voces a tu despecho
conmigo, haciendo otro tanto
que
con el gran patriarca
honor
del Monte Casino,
donde
de esplendor divino
lleno,
tirano monarca
de
las tinieblas, te ató
de tus soberbias en pena.
Sale CATALINA
CATALINA: ¡Qué me
ahoga esta cadena!
Benito,
ven, que yo
te
doy palabra, si de ella
me
desata tu poder,
de
dejar esta mujer
que estoy más opreso en ella,
y
atormentado que en el
fuego
del infierno todo.
ROSAMBUCO: Fue
quien nos sacó del lodo
su
dueño, monstruo crüel,
y
basilisco infernal,
porque a su rosario dio
la Rosa de Jericó
esa
virtud celestial.
La
sin mancha concebida,
la que
en la idea del Padre
antes
del tiempo fue madre
de Dios, por él elegida,
la
que quebrantó tu frente,
la
blanca Estrella del Mar.
CATALINA: Yo lo
confieso a pesar
de todo
el infierno ardiente.
ROSAMBUCO: Eso
sí, cuerpo de vos,
aunque
cuerpo no tenéis
que
aunque no queráis, debéis
confesar honras a Dios.
CATALINA:
Sácame, acaba, Benito,
de esta
insufrible prisión.
ROSAMBUCO: Ésta
fue la comisión
que contra ti solicito.
CATALINA:
Bastante es a compeler
todo el
infernal abismo,
que
está sin nada del mismo
Dios,
por tan pura mujer.
ROSAMBUCO: Pues
en virtud de ella, sal
de ese cuerpo, sierpe vil.
CATALINA: Ya la
obedezco, alguacil
de su
corte celestial.
Y la
pongo, como ves
en la
boca y la cabeza
que me
rompió la pureza
de sus virginales
pies.
Y
vencido y afrentado,
escupiendo áspides voy,
adonde
de Dios estoy
para
siempre desterrado.
Hacen ruido y cáese en el suelo CATALINA y
sale MORTERO
ROSAMBUCO: Allá
vais, y no tornéis
cizaña
de los mortales,
escándalo de las vidas
y autor
del primer achaque.
MORTERO: Padre
fray Benito, sea
bienvenido de la parte
donde
le mandó Dios ir,
que es
famoso caminante;
que yo,
desde que se fue
no he
pisado estos umbrales
donde
este mastín no ha hecho
sino
ladrar y llamarle.
ROSAMBUCO: Ya fue,
hermano, Dios servido
que de
atormentarme dejase
a la
hermana Catalina
que
como difunta yace
en la
tierra de rendida,
que
quiso Dios enviarle,
por
secretos suyos, este
regalo,
para que nadie
se
descuide de servirle,
de la
tierra le levante
y
éntrela, hermano, en la iglesia,
porque
dentro de ella pase
este
trabajo.
MORTERO: Parece
que de
mi miedo no sabe
ninguna
cosa hasta agora,
vuestra
reverencia, padre.
ROSAMBUCO: No es
contra el hábito, hermano,
rodó el
infierno bastante.
MORTERO: ¿Y
corren la misma cuenta
los
donados que los frailes?
ROSAMBUCO: Esta
jerga, fray Mortero,
se
venera en cualquier parte.
Ea,
pues, tómela en brazos,
y no
tema. Dios delante.
MORTERO: Detrás
lo quisiera yo
agora.
ROSAMBUCO:
Dios que no cabe
en
cielo y tierra lo lleva
todo. No hay que limitarle
ningún
lugar.
MORTERO: Todavía
huele a
azufre miserable.
ROSAMBUCO: Vaya
con ella.
MORTERO: Yo voy
con
gentil costal de herraje;
mucho
pesa un perro muerto,
si a
cuestas ha de llevarse.
Vanse
ROSAMBUCO: Hoy es
Viernes de la Cruz
que se
tremola estandarte
con
Dios Hombre sobre el Monte
Calvario, sangriento Atlante,
y a mi
ordinario ejercicio
no es justa
razón que falte,
aunque
de tantos reencuentros
flaco
el espíritu escape.
Busquemos, pues, en la huerta,
como
suelo, este admirable
árbol
de la vida hermoso
porque a sus sombras descanse.
Ya le
descubro, y los hombros
apercibo para darles
este
peso venturoso
de dos
balanzas tan graves
de la
gracia y de la culpa;
que para que más pesase
la
balanza de la gracia
esmaltada de su sangre
pura,
inclinó la cabeza
dando
el espíritu al Padre.
Descúbrese una cruz y al pie de ella el
NIÑO dormido, en una calavera recostado
¿Qué
niño es éste que miro,
Narciso
de estos cristales,
que
sobre una muerte duermes
al pie
de este árbol triunfante?
Mas ya por
las mismas señas
os
conozco, Hijo del Ave,
que
voló hasta Dios, y trajo
a Dios
consigo al encarnarle.
Cordero
Pascual, que al pie
del ara
estáis, ¿quién os trae
otra vez al sacrificio
pues la
primera escapasteis
tan
herido y tan sangriento?
Pero no
quiero admirarme,
que
para morir de nuevo
mis
culpas serán bastante.
NIÑO: Benito, tu amor me obliga
que en
este puesto te aguarde,
que es
cama de compañía
donde
vengo a regalarme
para
ayudarte a llevar
ese
madero admirable
de la
redención del mundo,
pues
con él los viernes haces
memoria
de mi pasión;
porque
pretendo pagarte
lo que
antes de ser tan mío
hacer
conmigo intentaste.
Levántase
¡Ea, Benito!
ROSAMBUCO:
Señor,
¿cómo
intentáis humildades
de un
gusano tan indignas?
No hay
esferas que lo alcancen.
Basta
que me permitís
con tantas
indignidades
que
pise la tierra.
NIÑO: Presto
de los
humanos contrastes
victorioso pisarás,
Benito,
impíreos diamantes.
ROSAMBUCO:
Dejadme, pues que dé albricias,
Dios
mío, de nuevas tales.
En
lágrimas de contento
todo el
corazón desate.
Tocan cajas
NIÑO: Agora
importa que vivas
a mi
fe, que estos marciales
instrumentos, que se escuchan
son de
un pirata arrogante
que
envidioso de tus dichas
baja
alterando los mares
de
Sicilia, con pretexto
de
abrasar este homenaje
sagrado,
que patrocino
y
defiendo, y de llevarle
tu
cabeza al turco, siendo
bárbaro
horror de Levante.
Benedicto Esforcia, de este
convento, por quien tomaste
el nombre, fue fundador
ilustre, de semejantes
casos
advertido, como
este
edificio en el margen
del
mar, se mira de lejos,
un
Armería dio sus frailes
para defenderle,
siempre
que
suceden estos lances.
Hazlo
armar, que yo quiero
también
capitán me halles,
y que
Francisco, mi alférez
mayor,
tremole en los aires
mi
bandera, con las cinco
sangrientas quinas reales.
ROSAMBUCO: Pues,
Señor, con tal caudillo,
¿Qué
mundo hay que me basten?
NIÑO: ¡Al
arma, pues! Antes que
pisen
las bárbaras haces
la
playa del mar Tirreno,
y mi
fortaleza asalten.
ROSAMBUCO: ¿Cómo
asaltar? Vivís vos
por
tantas eternidades,
que no
ha de quedar de todos
un
átomo, que se escape
de mi acero.
NIÑO:
¡Ea, soldado
de
Cristo!
ROSAMBUCO:
No tiene sangre
el
mundo para verterla
por
vos.
Sale MORTERO
MORTERO:
Padre mío, ¿qué hace?
Que más
de treinta bajeles
por
esos azules mares
han
llegado a nuestra orilla;
y yo
vengo a que se arme
con
esta espada y rodela
acaudillando sus frailes.
ROSAMBUCO: Dame,
hermano fray Mortero,
que en
católico coraje
se me
enciende el corazón.
MORTERO: ¡Al
arma, mueran los canes,
y viva
la fe de Cristo!
Nuestro
seráfico padre
también viva, y hacia el mar
nuestra
compañía marche.
ROSAMBUCO:
Marche, para que tiemble el abismo,
la
siempre ardiente despachada esfera,
y
cuantos contra el agua del bautismo
despide esotra bárbara ribera,
y muera
este pirata de sí mismo
que en
pájaros de pez y de madera
con los
cinco mástiles por plumas
devana
el viento y tala las espumas.
Caballo soy de Dios que. desbocado
primero
de mis locos desvaríos,
de mi
propio furor precipitado
corrí
por entre escollos y bajíos,
ya de
la fe católica enfrenado,
relinchando
y de los alientos míos
escuchando los bélicos ensayos
tascando fiero y escupiendo rayos.
Antes que este tirano desembarque,
bárbaro
Arraz, la otomana luna,
y
escalas ponga a la pared del parque
de esta
de Dios seráfica coluna
ni las
arenas de sus plantas marque,
prometiéndose próspera fortuna;
recibid
el volante escuadrón fiero
con
áspides de pólvora y acero.
¡Arma, pues, soldados míos!
¡Arma,
valientes soldados
de la
seráfica iglesia!
MORTERO: ¡Arma,
que he de hacer pedazos
a un
escuadrón de Mahomas!
¡Fray Mortero soy, perraros!
Éntrase y dase la batalla dentro
PRIMERO:
¡Mueran, genizaros fuertes,
estos
papaces cristianos,
y
Rosambuco, mal turco,
de
Mahoma renegado!
ROSAMBUCO: ¡Perros,
vosotros primero,
y para
siempre tiranos,
que es
lo peor!
MORTERO: Y las lunas
del
Asia están ya rodando.
ROSAMBUCO: Pues,
¡viva la fe de Cristo,
Jesús
del Monte, soldados!
MORTERO: ¡A
ellos y cierra España!
Que es
echar por el hatajo
y por la España, Mortero,
apellidaré "¡Santiago!"
PRIMERO: ¡Rayo
de Alá y de Mahoma
es el
negro!
ROSAMBUCO:
¡Ah, perros blancos,
ninguno
me ha de quedar
que se
escape de mis manos!
SEGUNDO:
¡Huyamos al mar, que un Niño
con una
espada en la mano,
y un
papaz, retrato suyo,
con una
bandera a rayos
sobre
nosotros el viento
cuaja!
PRIMERO:
¡Huyamos!
Sale armado MORTERO
MORTERO:
¡Victoria por Jesucristo,
por su
madre y por el santo
de los santos más humilde,
seráfico soberano!
Al son
que le hemos hecho
lindamente hemos danzado.
¡Y
pocos turcos en seco!
¡Oh,
cómo huyen los galgos,
como es hecho, por el golfo!
Agora,
si no me engaño,
viene
el padre guardián
con
fray Benito en los brazos.
Saca el GUARDIÁN a ROSAMBUCO, herido
ROSAMBUCO: ¿Dónde
me lleváis, adónde?
GUARDIÁN: A la
enfermería vamos.
ROSAMBUCO: No es
menester, padres míos,
que
heridas de amor tan alto
no
tienen cura ninguna.
Ni la
quiero ni la aguardo,
que quiere
aquél que me ha herido
que
muera de enamorado.
Llévenme al altar mayor,
vuestras reverencias, paso
a paso,
que para hacerme
rico
con Dios que es el blanco
de este venturoso negro,
sólo
estoy solicitando
este
pie de altar que hallé,
de
Jesús acompañado,
y
Francisco. Morir quiero,
que los
dos me están llamando
muy
aprisa ya.
GUARDIÁN:
Pues, padre
fray
Benito, vamos, vamos.
ROSAMBUCO: Presto
me cumplís, Jesús,
Dios de
Amor y no vendado,
la
palabra que me disteis.
GUARDIÁN: ¡Grande
pérdida esperamos!
MORTERO: Tras
fray Benito me voy
que
esta victoria es aguado
con su
enfermedad agora,
y negra
dicha le mando
si le
falta [a] fray Mortero
Fray
Benito, el negro santo.
Vase. Salen don
PEDRO y LAURA de bandoleros
PEDRO: Sin
saber, Laura, por dónde
ni cómo
en el templo santo
del
seráfico Francisco
y Jesús
del Monte estamos.
Salen el CONDE, ESTRELLA. y VILHÁN
CONDE: Sin ver
por donde venimos
ni
quien nos trae, el sagrado
templo
de Jesús del Monte
confusamente pisamos.
LAURA:
¡Prodigioso caso ha sido!
ESTRELLA: ¡Ha
sido notable caso!
VILHÁN: O lo
sueño o pienso, César,
que
venimos por ensalmo.
PEDRO: El
conde, Laura, y Estrella,
si no
es ilusión y engaño
de la
vista, están aquí.
LAURA: Verdad
es, no antojos vanos.
CONDE:
Estrella, Laura y don Pedro
Portocarrero, si acaso
imaginación no ha sido,
están
aquí.
ESTRELLA:
Imaginados
o
verdaderos, son ellos.
CONDE: Con
menos semblante airado
lo
llego a ver.
LAURA: ¡Milagroso
suceso!
ESTRELLA:
¡Suceso raro!
Corren una cortina y aparécese ROSAMBUCO en
el suelo y un crucifijo en las manos, y el GUARDIÁN y
MORTERO al lado
ROSAMBUCO: Aquí,
habiendo recibido
los
sacramentos, aguardo
morir
con gusto, que aquesta
piedra
en que estoy reclinado
y esta cama, que la tierra
me da,
a ningún bien igualo,
porque
de aquí he de salir
a tan
eterno descanso
como en
la palabra dada
fío.
GUARDIÁN:
Padre, fray Benito.
MORTERO: Padre
mío, padre amado.
PEDRO: ¿Qué es
lo que mis ojos ven?
CONDE: ¿Qué es
lo que estamos mirando?
PEDRO: Laura.
LAURA:
Fray Benito es,
que al
pie del altar sagrado
mayor
de Jesús del Monte
y
Francisco es nuevo retrato.
Sale CATALINA
CATALINA: Nuesa
padre fray Benita
venimo
a ver, ya que zamo
en
Palerma sabidora
de su muerte
malogrado.
¡Ay,
Diosa, qué bien parece
con
Jesuncrisa en la mano!
PEDRO: Parece
que con los ojos,
Laura,
nos está llamando.
CONDE: De
lengua, Estrella, le sirven
los ojos
para llamarnos.
ROSAMBUCO: Conde
César y don Pedro
Portocarrero mi amo,
que es
justo que así le nombre
a quien
me hizo de esclavo,
dándome
la libertad,
digno
de este hábito santo,
que me
solicita el cielo
después
de morir cristiano,
habiendo nacido en clima
tan
lejos del bien que aguardo.
Dios en
mi muerte, este día
se ha
servido de juntaros
con
Laura y Estrella, a quien
la fe y
palabra habéis dado
de
legítimos esposos. Cumplidla,
para
dar a vuestros bandos
fin,
haciéndoos firmemente
amigos y
luego hermanos,
que el
perdón de su excelencia
el
virrey queda a mi cargo,
que
esto le he pedido a Dios.
Daos
las manos y los brazos
agora.
PEDRO:
A impulsos soberanos
¿quién
puede negarse?
CONDE: A tanto
móvil,
¿quién se ha resistido?
PEDRO: Sean,
conde, estos abrazos
eternos.
CONDE:
Éstos, don Pedro,
corran al vencer los años.
PEDRO:
Sirviendo a Estrella los míos.
Y a
Laura, los que os he dado.
ESTRELLA: Vuestra
esclava, hermano soy.
LAURA: Yo lo
mismo digo, hermano.
GUARDIÁN: ¡Gran
caso ha sido!
MORTERO: No es éste
de los
menores milagros
que
este santo negro ha hecho.
ROSAMBUCO: Ya,
Señor, voy descansando
con la
merced que me hacéis.
Suenan chirimías y aparece en lo alto el
NIÑO
NIÑO: Pide
otra merced, bizarro
soldado
de mi milicia.
ROSAMBUCO: Con
rey, que hace a sus soldados
tantas
mercedes, no quiero
andar
cobarde ni escaso.
NIÑO: ¿Qué
quieres?
ROSAMBUCO:
Que me cumpláis
un
deseo, que ha luchado
conmigo
infinitos días;
que es
por último regalo
en mi
muerte de mi vida,
revelarme el acto, cuando
a Francisco le imprimisteis
en el
Monte Alberna al hado
con
cinco rojos trofeos
de
vuestra pasión los clavos.
NIÑO: Vuelve
los ojos y mira;
allí
está Francisco.
Arriba corren una cortina y está el santo
con las
llagas, de rodillas
ROSAMBUCO: ¿Tantos
favores haces, mi Dios
a aqueste humilde gusano?
GUARDIÁN: Todos
los cielos parece
que agora
se han trasladado
a este
templo.
PEDRO: ¡Qué armonía
tan extranjera!
CONDE: ¡Qué rayos
tan
forasteros del sol!
CATALINA:
¡Válgame Diosa, qué pasmo!
ROSAMBUCO: Señor,
con esta merced
encomiendo en vuestras manos
mi
espíritu, recibidle,
volviendo a un negro tan blanco.
MORTERO: Todos
piensan que a la gloria
con
fray Benito nos vamos.
Padre,
no me deje acá.
GUARDIÁN: Calle,
fray Mortero.
MORTERO: Callo.
GUARDIÁN: Ya dio
el espíritu a Dios
el
negro del mejor amo.
PEDRO: ¡Conde!
CONDE:
¿Don Pedro?
PEDRO: Los dos
juntos
a Palermo vamos
a
contar este suceso
y a
presentarnos.
CONDE: Los brazos
vuelvo
a daros otra vez
por
amigo y por hermano.
PEDRO: Y aquí
acaba la comedia,
pidiéndoos perdón, senado,
de los
yerros que tuviere
el
negro del mejor amo.
FIN DE LA
COMEDIA