JORNADA PRIMERA
Salen
don LOPE y Don JACINTO
LOPE: Ni a
mi amor ni a mi lealtad
debes
tan cauto retiro,
cuando
en tu semblante miro
indicios de novedad;
que
no es amigo perfeto
quien
de su amigo recela
con
ardid y con cautela
el alma
de algún secreto.
Esta
tristeza me admira,
pues si
a la pena te dejas
los labios callan las quejas
y el corazón las suspira.
¿Tienes amor?
JACINTO: No es amor
esta congoja que siento.
LOPE: Pues,
¿qué tienes?
JACINTO: Un tormento
que me
toca en el honor.
Por
eso, de mi cuidado
no te
doy parte; que ha sido
malo
para referido
y bueno
para callado.
Y tanto más el pesar,
y la
congoja, atormenta,
cuanto
es forzoso que sienta
sin
poderse declarar;
que
en alma de dolor llena,
por más
que su mal se aumente,
no es
pena la que se siente,
la que
no se dice es pena.
LOPE: No
sé que de tanto amor
como
profesamos crea
que
haya recato, aunque sea
en las materias de honor.
Pues, si un alma
habemos sido,
en un
alma es vano intento,
dejándola el sentimiento,
querer
quitarla el sentido.
Hoy,
si bien se considera,
me
parece más süave
una
pena que se sabe
que una
pena que se espera,
porque viene a padecer,
quien
su mal ha conocido,
la pena sola que ha sido
y no cuantas pueden ser.
Y así juzgo más
agravio,
y más
causa a mis enojos,
que lo
que dicen tus ojos
me esté
negando tu labio.
JACINTO: Tanto, don Lope, me aprieta
tu
razón y tu amistad
que
fiaré de tu lealtad
toda mi
pena secreta.
Ya
sabes, don Lope, amigo,
que de
Madrid partí a Flandes
trocando ocios de la corte
por
estruendos militares.
Llegué
contento a Bruselas,
besé la
mano al Infante,
--
bizarra envidia de Adonis,
fuerte
emulación de Marte --
que correrán sus hazañas
escritas por las edades
con las plumas de la Fama
en
limpio bronce y diamante,
sin que
borran las memorias
de sus
hechos inmortales
la
envidia para ofenderle
ni el
tiempo para olvidarle.
Señalóme en la campaña
los
gloriosos estandartes
en que
militamos juntos
los
dos, y en que profesaste
conmigo
tanta amistad
que
eran las dos voluntades
un solo
gusto, una vida,
un
aliento y una sangre;
porque
un alma nos regía
dividida en dos mitades,
y nos
juntaba una estrella
con
unión inseparable.
Allí vivimos tres años
tan sin conocer pesares
entre las balas y picas,
entre las trompas y el
parche,
que
sólo era nuestra guerra
el
descanso de las paces,
y
nuestro divertimiento
los
ejercicios marciales,
cuando me vinieron nuevas
de la
muerte de mi padre
y fue
forzoso que a España
me
partiese y te dejase
para
acudir brevemente
a
negocios importantes
de mi
herencia y dar estado
a
Arminda mi hermana, al áspid,
a la
muerte que me ahoga
y el
veneno que me trae
sin
vida; que es gran desdicha
que a un bien nacido no baste
guardar el honor en sí,
siendo malo de guardarse,
sino
que leyes injustas
le
obliguen a conservarle
en una
hermosura libre,
en un
depósito frágil,
en una
hermana, cristal
que se
empaña al primer aire.
Llegué
a Madrid. Recibióme
con
apacible semblante
mezclando risas y llanto,
alegrías y pesares
de mi
gustosa venida
y
memorias de su padre;
que aun
en los más duros pechos
es
forzoso, al acordarse
sentimientos
que se fundan
en
causas tan naturales,
humedecerse los ojos
y el
corazón ablandarse.
Vivíamos de esta suerte
no
hermanos ya sino amantes;
que crece
mucho el amor
con el
lazo de la sangre,
cuando
en la serenidad
se
levantan huracanes
de
recelos a mi honor,
borrascas que me combaten,
peligros
que me amenazan
con
furiosas tempestades,
que en
los golfos de la honra
zozobra
toda la nave.
LOPE:
(¡Cielos! ¿Qué es esto? ¿Si acaso
Aparte
don
Jacinto entiende o sabe
que a
Arminda, su hermana, adoro,
y que
con su fuego arde
en
gustoso sacrificio
sobre
sus limpios altares
mi
corazón amoroso,
mi
pecho siempre constante?)
JACINTO: En sus dos ojos leía
alguna viveza fácil,
algún
cuidado que nunca
sabe
bien disimularse,
sin que
el recelo y cautela
pudiese
bien informarme
de esta
llama que sentía,
de este
incendio tan cobarde
que por
más que le malicio
pude
menos apurarle.
Hasta
que advirtiendo atento
con más
cuidadoso examen
he
visto que don García...
(No sé
cómo declararme Aparte
sin que
las voces del labio
el
rostro en colores pague...)
LOPE: ¿Qué
dices?
JACINTO:
Que don García
de
Meneses por la calle
alrededor de mi casa
y aun
en mis propios umbrales,
como
loca mariposa
la llama ronda agradable,
la luz
festeja apacible,
la
antorcha mira süave,
dando
tornos al peligro
en que
llegará a quemarse,
si mis
recelos apuro
y si a luz mi verdad sale;
porque
a uno y otro alevoso,
a uno y
otro loco amante,
seré
rayo que consuma,
seré
veneno que acabe,
seré
relámpago ardiente,
seré
furia, seré áspid,
seré
flecha que derribe,
y seré
incendio que abrase.
Quédate
con Dios, don Lope,
que yo
quiero, vigilante,
en la
fuerza de mi honor
asistir
atento alcaide.
Vase don JACINTO
LOPE: ¿Qué es
esto que escuché? ¡Cielos!
¿Son
sueños o son verdades,
son
engaños del sentido
o son
desengaños? Males,
¿Para
qué venís tan juntos
si no
pretendéis matarme,
si no
queréis consumirme
con tan
rigurosos lances?
¿Arminda ingrata me ofende?
¿Y don
García es su amante?
Su
hermano mismo lo dice;
yo lo
escucho, y él lo sabe.
¿A dos
engañas a un tiempo
¡Oh,
mal hayan las beldades
que
buscan a su belleza
un apoyo en cada amante!
¡Y mal
haya la hermosura
que
nació para ser fácil!
¡Mal haya quien su amor pone
en bellezas tan mudables;
que más que el fuego ligeras,
que más
que el aire inconstantes,
que más
que el agua engañosas
vencen agua, fuego y aire!
¿Estas son tantas caricias?
¿Estos son tan agradables
favores como me dijo
aquel
basilisco ángel?
¿Estos seis meses de amor
en que escuché voces tales,
promesas de fe tan pura,
ternuras de amor tan grandes,
mentiras tan aparentes,
tan gustosas falsedades,
que a pesar de mis
desvelos
pudieron asegurarme?
Pero yo
haré, bella ingrata,
que tantas ofensas pagues,
que tantos engaños sientas,
que tus mentiras se
aclaren,
que tus
memorias se borren,
que se
admiren mis verdades,
que se
sosieguen mis penas,
si es
que pueden sosegarse.
Y sepa
el mundo que he sido
el más
desdichado amante
que en
las memorias del tiempo
han
escrito sus anales,
para
que los hombres todos
en mi
amor se desengañen
que no
hay fe correspondida,
y que
no hay lealtad constante.
Vase. Salen
ARMINDA, dama, con un papel en la mano
y LUCÍA, criada
ARMINDA: ¿Qué
intenta don García
con tan
loca porfía,
pues
los atrevimientos
desbaratan y no ayudan sus intentos?
Que
pensar ser amado
a pura
diligencia del cuidado,
si la
estrella no inclina,
es
violentar la parte más divina
que en
nuestros pechos generosos mora.
Si a
don Lope gallardo mi alma adora,
si un
alma a los dos rige, y un aliento,
si
somos una vida, un sentimiento,
¿cómo
quiere atrevido
dejar
vida faltándole el sentido?
¿Y cómo
sus razones
podrán
dejar un alma sin acciones?
LUCÍA: Señora,
no te ofende
quien
su amor puro descubrir pretende;
que
cuando no se mire bien querido,
es
halago a la pena ser oído,
y
ninguno en sus males se condena
a
negarse el alivio de su pena;
pues
cuando sus intentos no adelante,
se
alienta con que sepan que es amante.
ARMINDA: Antes
de tus razones bien infiero
que no
es amante fino y verdadero
el que
por el alivio que desea
pone a
riesgo el honor que galantea;
pues de
su mismo estilo cierto arguyo
que
atropella mi gusto por el suyo
y viene
a ser delito
venderme por fineza su apetito.
Este
papel arrojo, que excusado,
estuviera el ser necio y porfïado.
Arroja el papel sobre un bufete
Don
Lope es mi amor todo
y
llégole a querer yo de tal modo
que si mayores prendas encontrara,
que no
las puede haber es cosa clara.
Sólo
por estimar su amor constante
las
burlara más firme que el diamante,
y con
lealtad no poca
venciera las durezas de la roca.
LUCÍA: ¿Tanto
le amas, señora?
ARMINDA: Lucía,
de tal como me enamora
su
trato, sus respetos y su agrado,
que
sólo vivo de lo que le he amado,
y esto
de tal manera
que, a
no amarle tan fina, me muriera;
pues si
es verdad sabida
que el
amor es el alma de la vida,
tengo
por cosa clara
que a
no amarle la vida me faltara
y para
más tormento,
sólo
quedara vida al sentimiento.
LUCÍA Bien lo
has encarecido.
ARMINDA: Pues,
aún no mide el labio lo sentido;
que en
mi amor fuera mengua
caber
en los espacios de la lengua.
Y así a
decirlo todo no se atreve,
que es
para tanto amor cárcel muy breve.
LUCÍA: ¡Tu
hermano viene! Ese papel recoge.
ARMINDA: ¡Ay,
Dios, si podré ya!
LUCÍA: Él te le
coge,
con que
somos perdidas.
Va a coger el papel del bufete y entra don
JACINTO
JACINTO: ¡Qué
turbadas están y qué rendidas
a
nuevos sustos! ¡Oh, rigor tirano!
Dime,
Arminda, ¿qué tienes en la mano?
ARMINDA:
Hermano, don Jacinto, señor... era...
JACINTO: Acaba
de decirlo.
LUCÍA: (¿Qué quimera Aparte
podrá
inventar que no se aclara luego?)
JACINTO: Enseña
este papel.
Quítaselo de la mano
ARMINDA: Oye, te ruego.
JACINTO: Dámele
o, ¡vive el cielo!...
ARMINDA: (El
corazón se me ha trocado en hielo;
Aparte
que a
la desdicha mía
hubo de
dar principio don García).
JACINTO: ¿Tú papeles? Infame, ¿Tú papeles
que son testigos fieles
de mi
deshonra y de mi pena? Ingrata,
tú
borras cuanto honor en blanca plata,
cuanto en cristal nevado
tienes de tus mayores heredado.
¡Vive Dios, inhumana, mi
homicida,
que has
de pagar la culpa con la vida!
ARMINDA: Ya
no es tiempo, don Jacinto,
que al
escuchar mi deshonra
venza
el ardor que me alienta
el
silencio que me ahoga.
Ya no
es tiempo de excusar
la
defensa que es tan propia
por no
ocasionar en ti
la pena
que es tan forzosa.
Corrida
estoy que presumas
que se
olvida mi memoria
de tantos nobles respetos,
de acciones tan decorosas,
de tanta sangre heredada,
de
nobleza tan notoria
como en
Peraltas y Silvas
es bien
que se reconozca.
Murió
tu padre y el mío
y
quedando yo tan sola
en una
edad floreciente,
que en
la ocasión más forzosa,
el
desmán menos atento,
fui
bronce, fui dura roca,
fui
peñasco y fui diamante
a toda
amante lisonja,
corriendo tan sin ofensa
por la
fama escrupulosa
que no
advirtió en mi pureza
la
menos culpable nota.
Viniste
de Flandes tú,
y
rendida a tu custodia,
en tu
semblante miraba
de mis acciones las copias.
No amé
lo que tú no amabas.
Adoraba
lo que adoras.
(Bien
dije, pues que don Lope, Aparte
su
amigo, es toda mi gloria).
Nunca
oíste de mis labios,
nunca
escuchaste en mi boca
razón
que no descubriese
indiscutible concordia,
ademán
que desdijese
de mi
sangre generosa
ni
acción que no se rindiese
a tus obediencias prontas
hasta
que de don García
la
dulce pasión zozobra
la
necia serenidad
que
nuestros afectos logran.
Vióme y
amóme tan fino
que con
apariencias locas,
cuando
más pierde mi agrado,
piensa
que más le soborna.
Advertíle que templase
de su
incendio las congojas
porque no fuesen ofensas
las que juzgaba lisonjas,
pues él se cansaba en
vano
y yo
advertida a mi honra
burlaría sus ardides
con una
constancia heroica.
Las
astucias que ha intentado
no las
repetiré agora;
basta
que en ese papel,
leyéndole, las conozcas.
Pues,
se remitió este pliego
como
que de Zaragoza
le
envïaba nuestro primo
por
orden de otra persona.
Y como
ya cada día
para
celebrar sus bodas
a don
Diego y doña Laura
los
esperamos por horas,
me
persuadí era verdad,
siendo
malicia engañosa
hasta
que viendo la firma
reconocí la ponzoña.
Y por
no darte pesar
le fui
a esconder; que no todas
las ocasiones es bien
que las sepa quien las nota.
Si el ser amada es
delito,
siendo
inevitable cosa,
y si el
galantear la abeja
la
majestad de las rosas,
susurrando diligente
su
desvanecida pompa
y
festejando su aseo
grano a grano y hoja a hoja,
es
ofensa a su pureza,
esa
espada cortadora,
ese
acero de dos filos
o este
puñal duro, toma
y
atravesando mi pecho
rasga,
hiere, rompe, corte
mi
corazón atrevido,
bañándose en sangre roja
para
que pague culpada
vileza
tan alevosa,
delito
tan indecente,
desenvoltura tan rota,
agravio tan mal nacido,
culpa
tan ignominiosa;
que
estimo más que la vida
los
decoros de la honra.
JACINTO: Ni a
tus razones me rindo,
ni a tu
voz artificiosa,
hasta
que de tantas dudas
el nudo
difícil rompa.
Yo
apuraré la verdad
esta
noche, y en ti propia
o
sentirás el castigo
o
lograrás la victoria;
que
ningún amante sigue
una
pasión amorosa
si le
burlan con desprecios
el
golpe de sus lisonjas.
Y,
¡vive el cielo!, si hallo
en tu
honor la menor nota,
en tu
opinión leve mancha
con que mi sangre desdoras
que has
de pagar con la sangre
que te
dio vida alevosa,
atrevimiento tan fácil
y
facilidad tan loca.
Vase don JACINTO
ARMINDA: Lucía,
esto es hecho.
Mi
desdicha me tiene helado el pecho,
desmayado el aliento,
muerta
la vida y vivo el sentimiento.
No hay
qué esperar, Lucía.
Mi
hermano va a saber de don García
con
alguna violencia
la
mentira o verdad de mi inocencia.
Y en
negocio que está tan peligroso,
el
seguir lo seguro es lo forzoso
porque
puede, irritado,
mentir
algún favor que no ha logrado.
LUCÍA: Pues,
¿Qué quieres mandarme?
ARMINDA: Un
papel a don Lope has de llevarme,
que me
importa la vida.
LUCÍA: Siempre
de mí serás obedecida.
ARMINDA: Él es noble y me adora.
LUCÍA: Pues,
¿qué intentas, señora?
ARMINDA: El
tiempo sólo te diría el efeto;
que por
agora impórtame el secreto.
LUCÍA: Pues,
no nos detengamos;
que
perdemos el tiempo.
ARMINDA:
Lucía, vamos;
que en
ocasión que es ya tan importuna
conviene echar el pecho a la fortuna.
Vanse. Salen don LOPE, de camino, y MOSCÓN,
lacayo
LOPE: ¿Están los cofres lïados
y todo dispuesto?
MOSCÓN: Sí,
señor.
LOPE: Pues [ya], Moscón, di
que los lleven los
crïados
al
arriero al momento;
que
importa la diligencia.
MOSCÓN: Señor,
¿quién tendrá paciencia
para no
contarte un cuento?
Hubo
un cura en un lugar
y
cuando estaba en la cama,
porque
no le viese el ama,
procurábase cerrar.
El
ama, que era despierta
y de humor particular
para poder acechar,
hizo un barreno en la
puerta;
y
viéndole que elegante
unos
versos escribía
y las uñas se mordía
por
hallar un consonante
sin
descubrirle a reloj,
la
horma de su zapato
dio una
voz muy sin recato,
diciéndole boj y ¡oj!
Consulta al ama, que puedes
según
el lance que vi
valerte
mejor de mí
que dar
por esas paredes.
Si
reventándote veo,
y
callando la ocasión,
aplica
el cuento.
LOPE: Moscón,
tu
astuto consejo creo.
Pero
no puedo decir
mi
pena, que es de tal suerte
que o
me acabará la muerte
o de
aquí me he de partir.
¡No más, Madrid, no más, fiero
golfo
de engaños incierto,
vil
laberinto encubierto!
A mi
patria volver quiero
para
poder descansar
de tan
indigno cuidado.
MOSCÓN: Señor, ¿sabes qué he pensado?
LOPE: ¿Qué?
MOSCÓN:
Que te vas a casar.
Porque tan apresurada
partida
con tan secretas
prevenciones de maletas
y
cuentas con la posada,
tal suspirar y sentir,
tal suspenderte y temer
quien se casa lo ha de
hacer,
pues ve
que se va a morir.
Porque una mujer celosa
con una
cara de arpía,
una
suegra y una tía,
una
cuñada envidiosa,
cuando riñen un "¡Mal haya
el que
con él me juntó!",
capote
si se enojó,
el
hacer que se desmaya,
el no quererse acostar,
perpetua ceño y disgusto,
al
marido más robusto
es
fuerza que ha de matar.
Y
según lo que yo siento,
si es
que tengo de decillo,
más tomara
un tabardillo
que
admitiera un casamiento.
Vete, señor, que yo quiero
con don
Jacinto quedar
antes
que ir allá a llorar
hecho
tu sepulturero.
Pero
aquí viene Lucía
que es
mi gusto y es mi amor.
Sale LUCÍA con manto y un papel
LUCÍA: Arminda
hermosa, señor,
con
este papel me envía
para
que luego al momento
le
respondas, porque importa.
LOPE: Enseña.
MOSCÓN:
La nema corta
con
grande divertimiento.
Hablan a un lado del tablado MOSCÓN y
LUCÍA. Apártase al
otro don LOPE y lee el
papel
LOPE: "Señor y dueño mío: Don
Jacinto. mi hermano,
no sin duda ha sospechado
nuestro
amor; porque anda de manera grosero
conmigo
y consigo despechado, que temo alguna
violencia. Y así para asegurar mi
vida y
vuestros intentos del casamiento, importa
que
esta noche a las nueve partamos a Segovia,
vuestra
patria; que allá lo dispondremos
todo. Yo llevaré mis joyas y os
guardaré en la Casa
del Campo.
Vuestra esposa, Arminda."
(Notable desembarazo, Aparte
pero
ocasión venturosa
para
una venganza airosa).
LUCÍA: ¿Qué
dices?
LOPE:
Que es corto el plazo,
pero
que sin falta haré
cuanto
me manda.
LUCÍA: Pues voy.
Adiós.
Vase
LUCÍA
LOPE:
Mis agravios hoy,
y su
engaño vengaré.
Ven, Moscón.
MOSCÓN: Mi amo contrito,
Lucía
tan presurosa,
él
suspenso, ella fogosa,
jornada
con papelito...
Algún gran daño imagino,
sin
duda, que hay cosa nueva.
No iré
a Segovia aunque llueva
Dios
sobre mí paño fino.
Vanse. Salen don
DIEGO, don PEDRO y LAURA, dama,
todos de camino
DIEGO: Éste
es el sitio ameno
de
tanta fama como pompa lleno,
que
esta verde espesura
esperanzas promete a mi ventura,
si es
que verde esperanza
no
encuentra el desengaño en la mudanza;
que el
primer aire helado
desnuda de su pompa el verde prado,
y con
breves congojas
burla
el copete rizo de sus hojas.
Estos
coposos álamos, señora,
que a
recibir las luces del aurora
parece
que se empinan,
cuando
sus lentos pasos adivinan;
jaulas son verdes de canoras aves,
en que cantan süaves
con
acorde armonía
desde
que nace hasta que muere el día.
Y esta fuente sonora
en
perlas paga perlas del aurora.
Esto,
que a breve espacio reducido
cifra
del campo todo lo florido,
y es
del galán abril pompa templada,
la
venta es de Viveros celebrada,
que en olmos, flores, yerbas, aves,
fuentes
os ofrece a los ojos sus
ardientes
lisonjas amorosas,
cuando en vuestras mejillas
halla rosas,
y en vuestro bello labio
de los
claveles un hermoso agravio,
cuando
en la frente y manos ve nevadas
jazmines y azucenas tan mezcladas
que
entre el desvelo no distingue apenas
cual es jazmín y cual es azucenas.
Descansad aquí un poco si
cansada
venís o
disgustada
de
algún cuidado.
LAURA: No
hay divertimiento
a tan
largo camino.
(Y al tormento Aparte
de una
pena que ocupa el alma toda
con las
memorias solas de una boda).
PEDRO: ¿Qué
tienes, Laura? Di, que tal tristeza,
tal
suspensión sin alma, sin viveza,
al mirar,
al sentir, en las razones
tan muertas las acciones
el color tan mudado,
arguya en tu semblante
algún cuidado
y yo no
le adivino.
LAURA: Es,
señor, el cansancio del camino.
DIEGO: Ea, que
breve es ya nuestra jornada,
y en
Madrid de mis primos hospedada,
regalada y servida,
cobrarás el aliento y yo la vida.
LAURA: ¡Ay,
Dios!
PEDRO:
Laura, ¿suspiras?
DIEGO: (El
pecho se me abrasa). Aparte
PEDRO: (Yo ardo en
iras). Aparte
¿Qué
sientes? Que imagino...
LAURA: Señor,
es el cansancio del camino.
PEDRO:
(Disimular me importa).
Aparte
DIEGO:
(Yo recelo Aparte
que
vive Laura con algún desvelo
porque
cuantos indicios ha mostrado
son
argumentos claros del cuidado
que
ocupa su sentido).
PEDRO: ¿Ha el
crïado partido
a
avisar a tus primos que llegamos?
DIEGO: Ya les
avisó que esta noche vamos,
porque
estén prevenidos.
LAURA: (¡Que
así robe un cuidado los sentidos Aparte
y que dos veces solas que tapada
hablé a
aquel hombre, yendo a su posada
sin
decirme su nombre ni quién era,
me
pueda atormentar de esta manera!
¡Oh, influjo celestial de amor aleve
que puedes tanto en término tan
breve!
No
puedo yo negar, yo no lo niego,
que es
muy galán don Diego,
que me
agasaja y que me obliga amante,
que es
discreto y galante,
pero mi estrella, que es porción divina,
a lo
que vi una vez siempre me inclina,
y por
más que me obliga y que me ruega,
a sus
finezas y a su amor me niega).
PEDRO: Vamos,
que se hace tarde.
LAURA: Vamos, señor.
DIEGO:
(El pecho todo me arde Aparte
con tan
nuevo recelo,
que ver
a Laura en suspensión de hielo,
suspirar siempre, siempre divertida,
melancólica, triste y afligida,
el
semblante lloroso,
me trae
de Zaragoza cuidadoso;
y
aunque la adoro tanto, aunque la quiero,
velar
sobre el honor es lo primero).
PEDRO: Vamos,
señor don Diego.
DIEGO: Vamos,
que el corazón se abrasa en fuego.
Vanse. Salen don
LOPE, de camino, ARMINDA, de
color, con manto y un cofrecillo con joyas
ARMINDA:
Gracias a Dios, mi don Lope,
que
llegaste; que el temor
me tenía tan mortal,
tan
turbada el corazón,
tan
desvelado el discurso
y tan
suspensa la voz
que
cada sombra era un susto,
cada
ruido una aflicción,
cada
inquietud de esas ramas,
que al
aparato del sol,
siendo
defensa del Prado,
con
frondoso pabellón,
era un
ahogo a mi pecho,
una
congoja, un dolor
que
acusaba en mi pureza
tan
nueva resolución.
Toma
estas joyas y estima
la
fineza de mi amor
más
leal, más generosa
que de
mi pecho crïó,
que
presumió de mí misma
la misma
imaginación;
pues atropello constante
en los fueros del honor
las apariencias por ti,
pero las verdades no;
que no
me estimara tuya
faltando a mi obligación.
De
esposo, señor, me diste
la
palabra, y quiero hoy
guardar
para ti la vida,
pues desde aquí tuya soy.
Vamos a tu patria ya,
antes
que de
mi hermano el rigor
nuestros intentos estorbe,
y
estorbe nuestra afición.
¿Qué te
detienes, mi bien?
¿Qué te
suspendes, señor?
Que de
tu mudo silencio
triste
y admirada estoy.
LOPE: Ingrata y crüel Arminda,
esta
muda suspensión,
este
debido silencio,
este advertido furor,
tus engaños, tus mentiras,
tu cautela ocasionó,
para
hallar en tu venganza
lo que
mi pena no halló.
Ya vivo
desengañado
de que
es el más fino amor
en la
injuria de los tiempos
como la
nube que al sol,
a quien
debió generoso
levantarla de vapor,
hasta
formar en el aire
una
bellísima unión,
un
cuerpo tan transparente,
que con
hermoso arrebol,
luz a
luz y rayo a rayo,
su
pompa vana doró;
y
después ingratamente
estorba
su resplandor
hasta
sus luces, e intenta
hacer
vana oposición
al
planeta que en los cielos
es el
antorcha mayor,
a quien
la nieve y el oro
de su
aparato debió.
Así
lisonjas, halagos,
fe,
diligencias, amor,
ansias
y finezas mías
tu
injusto trato burló.
De Flandes vine a Madrid.
¡Oh,
nunca, pluguiera a Dios,
hubiera
visto sus calles,
hubiera
mirado yo
en tu
belleza, en tus ojos,
en tu
engañoso favor,
hechizo
tan apacible,
veneno
de tal sazón
que
apeteciéndole el alma
toda el
alma me robó,
entrando por los sentidos
a
asaltarme el corazón!
Por ti
me quedé en Madrid
y por
ti se me olvidó
de mi
patria y de mis padres
aquel
natural amor.
Obligóte mi fineza
y
vivíamos los dos
como la
concha y la perla,
como en el ramo la flor,
como el
diamante y el oro
en
inseparable unión,
como
supiste mil veces
del
alma que te adoró.
En este
engaño vivía
cuando
me desengañó
tu
mismo hermano que amabas
-- aún no, no acierta el dolor
a
declarar de confuso
que
penas del corazón
mejor
las dice el silencio
que las
pronuncia la voz --
que amabas a don García
de
Meneses, que burló
tantas
esperanzas mías
su
dichosa posesión.
Hoy te
ha cogido un papel,
y un
papel me escribes hoy
en que
dices que por mí
sufres
el necio rigor
de tu
hermano; que te saque
de tan
injusta opresión,
porque
temes que tu vida
peligre
en su falso error.
Sale don GARCÍA, de noche
GARCÍA: (Éste
es el sitio apacible Aparte
que a
su duelo señaló
don
Jacinto de Peralta,
receloso de su honor.
Ésta es
la Casa del
Campo
donde
me desafïó
por su papel, y así quiero
darle
aquí satisfacción
o
vencer su atrevimiento).
ARMINDA: ¿Por
qué, infeliz, sucedió
tanto
tropel de pesares,
tan
inhumano dolor?
¡Cielos,
amparad mis penas!
LOPE: Sin
duda el papel erró
la
crïada y don García
imaginó
que era yo.
GARCÍA: (Hacia
aquel lado he oído Aparte
una voz
que me nombró.
quiero
ver si es don Jacinto...
mas
parece que son dos).
LOPE: Ve,
ingrata, a que tus caricias
le
lisonjeen, tu amor
le
engañe y tu fe le ofenda,
como
también me ofendió;
que
desengañado, tarde
la
vuelta a mi patria doy;
y
quítateme delante
que
temo, ¡sí, vive Dios!,
que
turbe la bizarría
lo
enconado del dolor,
y
atravesarte este pecho
que alevoso se atrevió
a mi
verdad, a mi fe,
a mi
constancia, a mi amor,
a mi
lealtad, a mi vida,
a mi
tan ciega pasión.
Quédate, ingrata, que en ese
bruto prevenido voy
a dar
vida en desengaños
al que
de engaños murió.
Y sea
la última prenda
que tu
trato mereció,
sellar
mi mano en el rostro
que
adoraba el corazón.
Dale un bofetón, y vase don LOPE
ARMINDA:
Escucha, ingrato amante,
infame
caballero,
que sin
oír mis voces
partes
peinando el viento
en este
alazán, hijo
del
céfiro ligero.
Escucha
mis razones
y
retírate luego.
GARCÍA: (Ésta
es la voz de Arminda. Aparte
¿Qué
escucho? ¡Santo cielo!
¿Qué
novedad me asombra?
¿Qué
nuevo riesgo encuentro?)
¡Aguarda, vil, que ofendes
de una
mujer el pecho,
y
tomaré venganza
de tus
atrevimientos!
ARMINDA: (A
mayores desdichas Aparte
sin duda me prevengo;
pues
éste es don García).
GARCÍA:
Seguirle es vano intento,
porque
el caballo vuela
con
paso tan ligero
que más
que por la arena
pisa
veloz el viento.
Para
servirte, Arminda,
y
ampararte me ofrezco;
pero
advierte, señora,
que va
el riesgo creciendo
porque
en aqueste sitio
a don
Jacinto espero
que
viene por tu causa,
celoso
y desatento,
a
combatir conmigo;
y es
manifiesto riesgo
si te
encuentra a mi lado.
ARMINDA: Pues,
don García, ¿qué haremos?
GARCÍA: Tarde a
lo que presumo
tomamos
el consejo,
porque
él viene ya allí.
ARMINDA: ¿Hay
más desdichas, cielos?
O
quitadme la vida
o
advertidme el remedio,
que es
más pena vivir
para
tantos tormentos.
Sale don JACINTO, de noche
JACINTO: ¿Es
acaso don García?
GARCÍA: Aquí
esperándote he estado.
JACINTO: ¿Pero
cómo acompañado
de
mujer?
GARCÍA:
La cortesía
y el
lance fue tan forzoso,
que por
dama y por mujer
la hubo
de defender
de un
caballero alevoso,
que
atrevido y indiscreto
con
celos y sin amor,
guïado
de su furor,
quiso
perderla el respeto.
Y
así de tu gala fío
que
atento a aquesta razón
para
mejor ocasión
guardarás el desafío.
Pues, indecente sería,
habiendo lance mejor,
por
descubrir el valor,
faltar
a la bizarría.
JACINTO: Este
partido no admito;
antes
ampararla escojo,
porque reñir
sin enojo
hace
doblado el delito.
Y
cuando en el campo estamos
no es
razón aventurar,
pudiéndola yo guardar
al
lance que deseamos.
Pues, si tú a mí me vencieres,
con la
misma obligación
mirando
por su opinión
obrarás
como quien eres.
GARCÍA:
Pues, con tan noble partido,
alto al
duelo; mas primero
saber
cierto de ti quiero
qué
ocasión te haya movido;
porque si ha sido mi intento
el
galantear a tu hermana
y
escribirla, es cosa llana
que
miraba a casamiento.
Y
así, que ni te ofendí
ni tu
honor quedó manchado;
pues
tan honesto cuidado
no pudo
ser culpa en mí,
ni a
Arminda, es cosa llana,
pues la
amaba a su pesar.
JACINTO: Las
bodas se han de tratar
conmigo, no con mi hermana.
Y
así de tu loco intento
vengo
llano a presumir,
que fue
agravio el escribir
y el
servir atrevimiento.
GARCÍA:
Pues, informen las espadas.
JACINTO: Presto
verás mi razón.
Desenvainan y riñen
ARMINDA: (¡Qué
ocupen un corazón Aparte
congojas tan desusadas!
Pues, si en pena tan crecida
el
contrario es vencedor,
sin
hermano y sin honor
quedo;
y si él vence, sin vida;
porque hallándome culpada
que
asisto a su lado aquí,
fuerza
es que prosiga en mí
las
violencias de su espada.
Pero, pues no hallo ninguna
salida
en lance tan fiero,
sea el
remedio postrero
fïarme
de la fortuna).
Va retirando hasta la puerta Don JACINTO a Don
GARCÍA y allí dice
GARCÍA: La
espada se me ha quebrado
y estoy
herido.
JACINTO: Pues, quiero
más
perdonar caballero
que
vencer afortunado;
pero
ha de ser, don García,
esto con tan condición
que
acuerdes a tu afición
lo que
usó mi cortesía.
En
tu caballo te pon,
que yo
cumpliré advertido
cuanto
tengo prometido
a esta dama
en la ocasión.
GARCÍA: Más
estimo que la vida
estos
respetos. Yo estoy
mal
herido, y así voy
a mi
casa.
JACINTO:
Bien servida,
señora, de una mi hermana
estaréis, y de mí, y todo,
hasta
que hallemos el modo
a
vuestros males mañana.
Venid, que tanto callar
en
lance tan apretado
descubre vuestro cuidado
y
explica vuestro pesar.
ARMINDA (En
la congoja mayor Aparte
que le
puede suceder
a una
infelice mujer
me ha
puesto mi loco amor;
pero
a una desdicha cierta
que no
se puede excusar
suele
la fortuna hallar
lo que
el discurso no acierta).
Vanse. Salen
MOSCÓN, lacayo, y LUCÍA
LUCÍA: ¿Hay
más notable cuidado?
MOSCÓN: ¿Qué te
apura, qué te abrasa?
LUCÍA: Pues,
Moscón, si no está en casa
don
Jacinto y han llegado
tantos huéspedes, ¿no quieres
que me
congoje?
MOSCÓN: Es razón
que tenéis el corazón
como
pulgas las mujeres.
LUCÍA:
Búscale, por vida mía;
que me
estoy pudriendo.
MOSCÓN: Voy.
Vase
LUCÍA: Parece
que andamos hoy
con las penas a porfía.
De
casa Arminda ha salido
con
recato y con desvelo,
y yo
tengo mi recelo
que don
Lope se ha ido,
porque, según adivino
penas,
enojos y amor,
vestida
ella de color
y él
vestido de camino,
ofendida de su hermano
por el
negro del papel,
ella
resuelta, él crüel,
ella
amante, y él tirano,
la
consecuencia está llana.
Entran don JACINTO y ARMINDA, cubierta con el
manto
JACINTO: Lucía.
LUCÍA:
Habías de llegar;
porque
se acaban de apear
los
novios.
JACINTO: Pues, a mi hermana
lleva esta dama tapada
por esa
puerta secreta,
que la
agasaje discreta
y la
guarde recatada;
que
voy a cumplir agora
esta
nueva obligación.
Vase don JACINTO y descúbrese ARMINDA
quitando el manto
ARMINDA: Ya
vencimos, corazón.
Toma
este manto.
LUCÍA: ¡Señora!
ARMINDA: Abre
de prisa esa puerta,
que
también a recibir
los
novios quiero salir
sin que
mi ausencia se advierta;
que
después te he de contar,
libre
ya de mi cuidado,
el
lance más apretado
que se pudo
imaginar.
LUCÍA:
Entra, que admirada estoy.
ARMINDA: Más lo
estarás cuando diga
el
aprieto y la fatiga
de que
me he escapado hoy.
FIN DE LA
JORNADA PRIMERA