JORNADA SEGUNDA
Salen don
JACINTO y don DIEGO
JACINTO:
Perdonad la cortedad,
o la
llaneza, don Diego,
y que recibáis, os ruego,
el afecto y voluntad.
DIEGO: Bueno es esto cuando veo
tan nobles demostraciones,
que no dejan las acciones
a que se alargue el deseo.
Todo muy cumplido ha
estado;
sólo es
corta mi ventura.
JACINTO: Quien
logra tanta hermosura
no se
llame desdichado,
pues
es necia indiscreción,
y
juzgo, sin duda alguna,
que es
irritar su fortuna
el
quejarse sin razón.
DIEGO: ¡Ay,
don Jacinto! Querría
descubrirte mi tristeza,
pues no
importa su belleza
si su
belleza no es mía.
¿Viste el mísero doliente
que por
divertir su mal
en el
labrado cristal
tiene
el agua de una fuente;
que
para mayor agravio
y rigor
más inhumano
se la
quitan de la mano
cuando
fue a tocarla el labio,
porque descubierto se halla
que,
aunque tan clara y tan bella,
está el
peligro en bebella
y la
vida en derramalla?
Pues, el mismo riesgo llevo
en
Laura, ¡oh fiero rigor!,
si bebo
pierdo el honor
y la
vida si no bebo.
JACINTO:
Pues, ¿qué te congoja?
DIEGO: Escucha,
porque
conozcas mi mal;
ya que
has mirado el cristal,
verás
si mi pena es mucha.
No quisiera referirte
generoso don Jacinto,
por
ceñirme a lo que importa,
de mi
vida los principios.
Pues
nos crïamos los dos
con
agasajo de primos
hasta
que nos dividieron
tan diversos ejercicios
como el furor de las armas
y las paces de los libros.
Pues, tú te partiste a
Flandes,
yo a
Salamanca; que quiso
mi
padre que en sus escuelas,
teatro
de ingenios vivos,
donde
de la policía
se
aprenden bien los estilos,
me
advirtiese en las leyes
lo
severo y lo entendido,
gobernando por allí
de mis
medras los designios;
hasta
que llegó a entender
que
vivía divertido;
que en
una edad floreciente
cualquier licencia es peligro.
Y
sacándome de allí
a Zaragoza partimos
con la
nueva ocupación
de
aquel tan honroso oficio
con que
le favoreció
la
grandeza de Filipo,
planeta
del cuarto cielo ,
que
mida eterna los siglos.
Trató
en Madrid de casarme
con tu
hermana, y ya traído
el
despacho al parentesco,
mi
desdicha lo deshizo.
Mientras esto sucedía,
murió
tu padre y el mío,
y para
mayor tormento
me
señaló mi destino
por
blanco de mis acciones,
por empleo de mis bríos,
por alas de mis desvelos,
el hermoso basilisco,
la más gustosa ponzoña
y el
más agradable hechizo
que en
los dos ojos de Laura
el
ciego vendado ha visto.
Festejéla honestamente,
rindiéndola mi albedrío
a un amor en cuyas luces
blandamente muero y vivo.
Reconocí en su semblante
un
amoroso cariño,
un
agasajo cortés
y un
favor tan advertido
que sin
faltar a las leyes
de su
decoroso estilo,
me
pagaba en el agrado
cualquier galante servicio.
Determinéme a pedirla
a su
padre, convencido
de su
generosa sangre,
de su mayorazgo rico,
de su
rara honestidad
y entre
los dos convenimos
esta
jornada a Madrid
a
negociar el oficio
de que
gozaba mi padre
pues
solo quedé su hijo,
para
que fuese de Laura
amante,
esposo y marido.
Partimos de Zaragoza
y desde
que nos partimos
hallé un desmayo en sus ojos,
en su agasajo un retiro,
en su agrado un desaliento
en su
voz unos suspiros,
en su
corazón un ansia,
en su
pecho unos desvíos
que de
algún cuidado oculto,
de
algún amor atrevido,
de alguna
pena secreta
dan
evidentes indicios.
Y,
aunque adoro su belleza,
aunque
a sus luces me rindo,
aunque
su fuego me abrasa,
y
aunque sus prendas estimo,
tengo
de mirar mi honor
antes
que de mi apetito
los vanos antojos quiebren
tan fácil hermoso vidrio.
Y así entretendré las
bodas
mientras no encontrare el hilo
con que
salir de las dudas
de tan
ciego laberinto,
mientras no viere el honor
más
puro, más cristalino,
más sin
mancha, más sin nota
que el
sol en cuyos registros
el
átomo más menudo,
el
polvo más escondido,
la mota
más retirada
descubren sus rayos limpios;
que
quien no hace examen cuerdo
de su
honor inadvertido
antes de arrojarse al lance,
él
mismo busca el peligro
y lo
que fuera cordura
prevenir en los principios,
conclüído un casamiento,
averiguarlo es delito.
En
estas congojas peno;
en este
tormento vivo
y entre el amor y los celos
neutral pierdo los
sentidos.
¿Viste
cándida paloma,
que
claro está que la has visto,
de su
consorte celosa
rondar
el decente nido,
fuego los ojos ardiente,
aguzar el corvo pico,
tender las alas turbada,
crespar el plumaje rizo,
hacer arpones las plumas
que dispuestas al castigo
las
templa al amor del pecho
aunque
se juzga ofendido?
Y, en
unas dudas suspensas,
ya
enamorado, ya esquivo,
una vez
huye quejoso,
otra vez llega rendido;
halaga
el ave que adora,
enamorándola fino,
y en
arrullos sus congojas
intima
en vez de suspiros,
sin
acertar a quejarse
ni
poder mostrarse tibio
entre
el fuego que le abrasa
y entre
la nieve indeciso.
Pues, así yo, entre congojas
y amor abrasado lidio
sin poder yo mismo en
nada
aconsejarme a mí mismo.
Una vez
la busco amante,
otras
veces ofendido
por no
abrasarme en su llama
de sus luces me retiro.
Y sólo por desahogo,
por
consejo y por alivio
porque me adviertas discreto
cuanto
padezco te he dicho.
JACINTO:
Grande es tu pena, don Diego,
porque
celos con amor
es
dolor sobre dolor
y es
añadir fuego a fuego.
Pero si sólo el cuidado
es de
lo que has presumido,
no
queda amor ofendido
de un
delito imaginado;
pues
cuando más en tu daño
te
quejas de su rigor,
vendrá a descubrir su amor
que fue
tu malicia engaño.
Remite al tiempo discreto
que
aclare duda tan grave;
pues él
solamente sabe
sacar a
luz un secreto.
Pero
aquí vienen las dos.
(¡A fe,
que Laura es hermosa!) Aparte
Salen ARMINDA y LAURA
LAURA: Nunca
estuve tan gustosa.
ni tan
contenta.
JACINTO: ¡Por Dios!,
Laura, que me alegro mucho,
pues
colijo en tus razones
que
evidentemente opones
lo que
escuchas a lo que escucho,
porque don Diego sentía
tu
tristeza.
DIEGO:
No te espante,
pues a
fuer de fino amante
era la
tristeza mía.
Pues, como el amor implica,
sin
arder en una llama,
quien
no siente en lo que ama,
no ama
lo que publica.
ARMINDA:
(Bien discurrido está a fe).
Aparte
LAURA: (Y yo
lo siento mejor, Aparte
pues
hallé todo mi amor
donde
no lo imaginé
porque don Jacinto era
el que
en Zaragoza hizo
aquel
amoroso hechizo
que
causó mi pena fiera.
Y
cuando en Madrid le he hallado,
toda el
alma se cobró;
que el
bien que no se esperó
es bien
más para estimado).
JACINTO:
Verás la corte y el Retiro
con que
te divertirás.
LAURA: No he
menester ya ver más
que lo
que en tu casa miro,
porque tu gala, tu agrado,
de
Arminda la cortesía
quitan
mi melancolía
y
suspenden mi cuidado.
DIEGO:
Laura, ¿no te lo advertí
en el
camino primero?
JACINTO: Que os
halléis muy bien espero.
LAURA: Jurara
yo que te vi
en
Zaragoza ya ha días;
y según
lo que imagino,
en el
corso y de camino
fuiste
haciendo cortesías
a
una señora tapada.
JACINTO: Es
verdad. Di, ¿quién sería?
LAURA: No sé,
pero parecía
doña
Juana de Moncada.
Y
aquesto lo colegió
de que
me mostró después
un
relojillo francés.
JACINTO: ¿Y dijo
quién se la dio?
LAURA: No
dijo quién, pero es llano
que tú
debiste de ser;
porque
yo vine a saber
que se
la dio un castellano;
y
habiéndola visto hablar
contigo
desde un balcón
de mi
casa, la hilación
era
fácil de sacar.
¿Te
picó?
JACINTO:
Sí, confesallo
tengo,
aunque el rostro no vi.
Tanto
en su voz me perdí
que aun
agora no me hallo.
ARMINDA: Esto
es amor a buen ojo.
LAURA: Parece
que tierno estás.
JACINTO: Y
Laura, ¿no me dirás
si se
ha casado?
LAURA: (Yo arrojo Aparte
las
varetas con cuidado
para saber mi cautela
si este
jilguero que vuela
está en
la liga pegado).
No
se ha casado aun agora;
pero la
quieren casar,
y ella
muere de pesar
porque en otra parte adora.
Y
aún se sospecha que fue
el
caballero que habló
a quien
el alma entregó
con
pura y honesta fe,
pero
su nombre ignoraba;
y aunque
en su llama se ardía,
como no
le conocía
en
hielo y fuego penaba.
Pésame de haberte dado
este
susto sin querer.
JACINTO:
(¡Válgate Dios por mujer! Aparte
¡El
fuego que has despertado!)
Señora, si agradecido
he de
responder, confieso
que me
enternece el suceso
solamente referido,
porque aunque juzgues locura
amar lo
que no se ve,
confieso sin ver que amé
su
imaginada hermosura;
y no
pienses advertida
que es
facilidad sobrada,
que una
belleza mirada
no es
tanto como creída;
pues
la vista y la atención
notan
con grave censura
en la
mayor hermosura
la
menor imperfección.
Cuando en materias de amor
suele
un ardiente deseo
hacer en lo que no veo
siempre
el retrato mejor,
hoy
me ha el caso sucedido.
ARMINDA: Basta
de divertimiento.
LAURA: Mañana
acabaré el cuento;
que
está mi padre dormido,
y me quiero recoger.
Vamos,
Arminda, que espero
con
este lance primero
morir
del todo o vencer.
DIEGO: Si
nos dais las dos licencia,
iremos
a acompañaros.
ARMINDA: No es razón,
sino quedaros,
pues
fuera poca decencia.
JACINTO:
Arminda, a aquella tapada
pon en
el cuarto que dije.
ARMINDA: (El
corazón se me aflige). Aparte
LAURA:
(¡Válgate Dios por jornada!)
Aparte
Vanse ARMINDA y LAURA
JACINTO: ¿Qué
te parece, don Diego,
del
cariño, del agrado
con que
Laura nos ha hablado
sin
sentirse su despego?
DIEGO: Que
es milagro de tu casa
que no estorba mi recelo;
pues
puede volverse hielo
este
fuego que me abrasa.
JACINTO:
Vámonos a recoger
que es
tarde y vendrán cansado.
DIEGO: (Ni aun
el rostro me ha mirado Aparte
divertida esta mujer).
Vanse. Salen
MOSCÓN y LUCÍA
LUCÍA: ¿Don
Lope es un gran pícaro?
MOSCÓN: ¡Un
bellaco!
Cargadas las narices de tabaco,
lleno
siempre de mocos,
sus
pañuelos tan pocos,
tan
bastos sus pañuelos,
que un
lienzo de pared hace lenzuelos,
y con
asco inhumano
le
sirve de pañuelo la una mano.
Jura y no
paga deudas de crïados,
porfïado donde haya porfïados;
que con
astucia y traza peregrina
un
perro muerto daba a cada esquina;
hombre
que no respira
sin
sacar de la boca una mentira
y con
burlas que ha hecho a mercaderes
pudo
llenar de trampas las mujeres,
pues
cuando más escampa,
cada
palabra suya es una trampa;
y tiene
en cada aliento
una torre de viento
porque
tan vano hombre no le hallaron
desde
que los molinos se inventaron,
con
tanta vanidad y desatinos
que
puede dar el viento a los molinos;
y
estando muy preciado de limpieza,
en el
cuerpo crïaba y la cabeza
tan
grande variedad de sabandijas
con
otras ochocientas baratijas
que a
ninguno ha llegado
que no
la haya pegado.
Tiene sarna, empeines, almorranas,
y todas
las mañanas,
como si
reventara unas postemas,
echa
del cuerpo cóleras y flemas.
Las
bubas son tan tiesas
que en
su cartuja pueden ser profesas
sin que
unción ni sudor que las estruja
las
pueda hacer salir de su Cartuja.
Pues,
¿qué es contar, Lucía,
los
desaires que a tu señora hacía?
No hubo
gallega moza de servicio
que no
pagase gajes a su vicio;
no hubo
sucia fregona
ni
infame vil tusona
a quien
de un mismo modo
no lo
intentase todo.
Y como
mula de alquiler mohina,
se me
quería entrar en cada esquina
en
oliendo cebada
sin
poderle sacar de la posada.
Don
Jacinto es un ángel, sin engaños;
ama
como se amaba agora cien años
con
tanta fe y amor, con tanto exceso,
que
puede dar cien higas a don Bueso.
El
otro, picarón aventurero,
enredador, bellaco, lisonjero,
¡vive
Dios!, no le sirviera una hora
si me diera cuanto el Perú atesora
y
cuanto el Indio baña.
Por eso
salió Bras de su cabaña.
LUCÍA: Agora
te quiero más; que eres honrado.
MOSCÓN: Mucho
en el conocerlo te has tardado.
LUCÍA: El término que usó con mi señora
es la
acción más infame y más traidora
que
emprendió caballero.
MOSCÓN: Pues,
¿no se me fue a mí con el dinero?
Y el
salario de un año que servía
me le voló en un día.
No
hablemos de esto más, que pierdo el tino.
Servir
a don Jacinto determino
y esta
noche quisiera
hablarte más despacio si pudiera;
que con
el alboroto y con el ruido
me
quedaré escondido
y
cuando alguno me halle,
o
decirle que calle
o si
adelante pasa,
diré
que me acomodo en esta casa.
LUCÍA: Pues,
Moscón, vete agora
que
vendrá ya a acostarse mi señora,
y
dispón de manera
que en
el cuarto que cae a la escalera
te
encuentre yo a la una.
MOSCÓN: ¡Viva
Lucía y vítor mi fortuna!
Voyme yendo y bajando
que no
soy enfadoso en negociando.
Vase
LUCÍA: Es
honrado Moscón y comedido,
y así
mi corazón tiene rendido
y es
persona, en efeto,
que
tiene ley y guardará secreto.
Y esta
fineza, con que me ha obligado
confieso que de nuevo me ha ganado,
pues
dejó a su señor y le aborrece
por la
esperanza que mi amor le ofrece
pero
aquí viene Arminda.
Sale ARMINDA
¿Qué te
parece Laura?
ARMINDA: Hermosa y linda,
entendida y airosa.
LUCÍA: Pues
junto a ti no me parece hermosa;
mas,
¿sabes lo que pasa?
Moscón
está en tu casa;
que
como vive desacomodado,
en casa
se ha quedado
y ha
dicho de Don Lope cosas raras,
que si
tú las oyeras te admiraras.
Señora,
te engañaba;
y cuantas picaruelas encontraba
con
todas se envolvía.
ARMINDA: No ha
habido más desdicha que la mía.
Aún
después de salir de tal cuidado
me
queda todo el corazón helado.
¿Viste
el ave pequeña y delicada
que con
descuido atento
era en
el árbol música del viento
y
tiorba del prado,
a quien
cantaba amante su cuidado
y entre
las verdes hojas le decía
blandos requiebros a la luz del día;
que
hambrienta águila sigue
y
aunque se esconde, astuta la persigue,
y
después del peligro tan patente
de que
ella se escapó dichosamente,
cuando a la luz asoma cautelosa
cualquier ruido la asusta temerosa
y
sobresalta el inocente pecho?
Pues,
este mismo en mí don Lope ha hecho;
que
viéndome del riesgo ya escapada,
tengo el alma turbada,
el
aliento perdido,
desmayado el sentido,
el
corazón helado,
la voz
y el labio todo desmayado;
y a
vista de tan rara grosería
toda yo
vengo a ser estatua fría
y
volviendo el discurso a mi decoro
yo
misma de mí misma el ser ignoro.
LUCÍA: Señora,
yo confieso
lo
extraño del suceso
pero no
a la congoja tan rendida,
por llorar el amor, pierdas la
vida;
que es
de cobarde pecho
no
hacer rostro a un lance más estrecho,
y es de
poco valor, sin duda alguna,
quien
no sabe oponerse a su fortuna.
Deshecha la pasión y el
sentimiento,
muera
en tu pensamiento,
muera
don Lope ingrato.
Rompe
sus líneas, borra su retrato
y sin
que haya embarazos
arroja
sus memorias a pedazos.
Si
importare a tu olvido,
en
trozos salga el corazón partido
porque
acaso no tope
la
piedad quien informe por don Lope.
Y agora
ven, señora,
a descansar,
que es hora.
ARMINDA: Vamos,
que mi tormento
cuanto
más le imagino más le siento.
Vanse. Salen don
LOPE y MOSCÓN, de
noche
MOSCÓN: ¡Qué
no acaban de cerrar
esta
puerta! ¡Vive el cielo!,
que malician mi desvelo
y
pretenden mi pesar.
Las
once y media son dadas
y la
casa se está abierta
como si
fuera la puerta
de una
casa de posadas.
LOPE: ¿Es
Moscón?
MOSCÓN:
Sí, ¿quién me llama?
LOPE: Yo soy.
MOSCÓN:
¡Don Lope, señor!
LOPE: ¿Qué
hacéis aquí?
MOSCÓN: Tengo amor
y estoy
rondando mi dama.
¿Cómo tan presto has venido
del
viaje? ¿Hubo mohina?
Quien
presto se determina
presto
se halla arrepentido.
Tomaras tú mi consejo
y no
encontraras agora
en Arminda, mi señora,
un
palmo de sobrecejo.
Presto te determinaste
y esto
luego lo vi yo;
que la
ropa se lïó
pero tú
no la lïaste.
LOPE:
¿Está Arminda muy crüel?
MOSCÓN: ¿Cómo
crüel? ¡Tigre hircana!
La
fiera leona albana
es a su
vista un lebrel.
Cuanto encuentra, cuanto toca,
emponzoña. Cuanto mira,
toda
halla en sus ojos ira
y todo
fuego en su boca.
Dice
que no ha de parar
desmelenado el cabello
hasta
hacer torcerte el cuello
o hacer
sacarte a azotar.
¡Mira, qué ofendida se halla!
LOPE: Y tú,
¿qué hiciste. Moscón?
MOSCÓN: Metíala
por razón
y
procuraba templalla;
pero
estaba de manera
que
cuanto más la templaba
más
irritada la hallaba,
más indignada y más fiera.
Y
cuanto de tu fineza
más le
informaba y tu amor,
un
color y otro color
de pies
mudaba a cabeza.
Está, es lástima decillo,
más
indignada de ti
que
enferma de frenesí
con
pintas y tabardillo.
LOPE:
Mira, dila...
MOSCÓN: Ni a los brazos
me
llegues; que está enojada
y, por
ser cuenta tocada,
me dará
dos mil porrazos.
LOPE: ¡Ay,
Moscón! Yo la ofendí;
pero
tanto la adoré
que
apenas la desprecié
cuando
a penas me volví.
Y
con poca discreción
advertí tarde y en vano
que
pudo errarse su hermano
en su
falsa información.
Con
que, doblando el pesar,
vuelvo
de nuevo a elegir
antes
mirarla y morir
que morir y no mirar.
MOSCÓN:
Señor, vete a recoger;
que yo
aquesta noche intento
quedarme en este convento.
Ella te
amó y es mujer.
Yo
procuraré mañana
volverla
a dar un jabón,
y a la
nueva información
quizá
estará más humana
y
avisaréte de todo.
LOPE: Pues,
adiós.
MOSCÓN:
Parte seguro;
que tu
remedio procuro
y
buscaré el mejor modo.
Vase don LOPE
Y yo
también me recojo
que me
parece que he oído
ya de
las llaves el ruido;
que
suenan en su manojo.
Vase MOSCÓN. Sale
LAURA y siéntase
en una silla a un lado del tablado
LAURA:
Blando hechizo de amor, dulce veneno,
que en
la viveza de mi pecho ardiente
introduciste artificiosamente
tanta
ponzoña en vaso tan ameno,
si ya en las llamas de tu fuego
peno,
si el
duro yugo el corazón no siente,
y a la
ley de tu imperio está obediente,
aunque
es imperio de violencias lleno,
¿por
qué con tiranía me condenas
después
de hallar el bien que he deseado
a que
arrastre en tus triunfos más cadenas?
Y,
creciendo cuidado a mi cuidado
cuando
el alivio ofreces de mis penas,
¿me haces
penar en un amor callado?
Sale don JACINTO por el otro lado del tablado, de
noche
JACINTO: No
sé si es curiosidad
o amor
es el que me guía
y en
esta necia porfía
fluctúa
mi libertad.
Para decir la verdad,
mi
misma causa no sé;
que
amar lo que no se ve,
hablando en todo rigor
no
puede llamarse amor
y puede
llamarse fe.
Si
adoro lo que no veo,
amor
es; pero si aspira
el alma
a lo que no mira,
será
curioso deseo.
El uno
es gustoso empleo
del
ingenio, otro ha de ser
de la
voluntad. ¿Saber
no es
amar? Luego si quiero
sin
saber amar, infiero
que es
amar y no entender.
Mas
si nace del sentido
el
agrado del amar,
¿cómo
puedo sin mirar
no entender haber querido?
Luego
fineza no ha sido
si le
falta la razón;
y así
es cierta conclusión
que son
curiosos antojos,
pues lo
que no ven los ojos
no lo
adora el corazón.
Pero
que haya amor perfeto
sin
perfeto ver no admiro,
si en
la causa que no miro
estoy
mirando el efeto.
¿Qué
importa que en lo secreto
del manto
un portento sumo
no
mire, si lo presumo
del
garbo y donaire? Luego
bien
colegiré que hay fuego
donde
estoy mirando el humo.
Antes bien, para el amor
evidentemente
infiero
que
quiero más lo que quiero
sin
verlo, pues, en rigor.
Arguyo
mucho mejor
en tan
clara competencia
la
eficacia, la violencia,
quien
ama lo que no ve,
pues
más es amar por fe
que el
amar por evidencia.
En
la mujer que no vi,
aunque
intento la miré,
todo
cuanto imaginé
de su
belleza creí.
Y, aunque recató de mí
la voz,
el rostro, el cuidado,
más el
alma me ha robado
cuanto
más se me retira;
pues
vence al bien que se mira
el bien
que es imaginado.
Y así, con toda verdad,
hallo
que de mi pasión
vienen
a ser ocasión
amor y
curiosidad;
pues
parte en la voluntad,
parte
en el entendimiento
me divide
el pensamiento
para
desvelarme así;
curioso
en lo que no vi
pero
amante en lo que siento.
En
este cuarto advertí,
que la
pusiese, a mi hermana.
LAURA: O me
engaña aprehensión vana
o
siento pasos aquí.
JACINTO:
Quiero arrojarme brïoso
y
llegar a hablarla agora.
LAURA: Yo me
levanto.
JACINTO: ¡Señora!
LAURA: ¿Quién
me llama?
JACINTO: Quien curioso
te
busca y enamorado;
que una
belleza tapada
puede
sólo imaginada
hacer,
despierto, un cuidado.
LAURA: ¿Es
don Jacinto?
JACINTO: Yo soy.
LAURA: Sin
duda que me entendió Aparte
cuanto
anoche le advirtió
mi
cautela. Alegre estoy,
pero
quiero examinar
tan
ocasionado intento.
Pues, di, ¿con qué atrevimiento
te
determinaste a entrar?
JACINTO: A
vuestro recato fiel
sólo
diré la ocasión:
robásteisme el corazón
y vengo
agora por él.
Pues
tan airosa tapada
como
anoche descubrí
es
razón que diga aquí
lo que
allí calló turbada.
Y
porque a mi bizarría
debáis
tan honrado trato,
busco
en la noche el recato
a que
faltaba de día.
LAURA:
Pues, para premiar tu acción
te
descubriré discreta
toda mi
pena secreta
si me
prestas la atención.
Yo
soy, señor don Jacinto,
doña Laura de Moncada,
de
aquel tronco generoso
de
Aytona florida rama.
JACINTO:
(¡Cielos! ¿Qué es esto que
escucho? Aparte
Por
encontrar la tapada
que
anoche con bizarría
amparar quise en mi casa,
y para
que la guardase
la
entregué a Arminda, mi hermana,
diciendo que en este cuarto
la
pusiese, estoy con Laura.
Ella la
tapada fue
que en
Zaragoza me hablaba,
y sin
duda tocando anoche
el
lance, es cosa muy clara
que
cuanto he dicho creyó
de
sí. Yo quiero escucharla
para
ver este suceso
de mi
fortuna. ¿En qué para?)
LAURA: De
Barcelona mi padre
vino,
por una desgracia,
a
Zaragoza a vivir,
ilustre
ciudad de España,
solar
de tantas noblezas,
de tantas bellezas patria,
en que
nací para ser
blanco
de fortunas varias.
Crecí
en la edad floreciente,
siendo
a cuantos me miraban
o
aliento de sus deseos
o vida
de su esperanza,
porque
aplaudida de hermosa
o de
atenta lisonjeada,
no hubo
quien no me dijese
enternecido sus ansias;
que en
las hermosuras juzgo
la cosa
más desdichada
el
agradar mucho a todos,
siendo
pocos los que agradan.
Era en
las calles seguida,
era en
los templos buscada,
atendida en los concursos
y
festejada en las plazas,
siendo
para mi recato
lo que
más le sobresalta
aquel
aplauso penoso
que no
enamora y enfada.
Entre
cuantos caballeros
me
seguían, me miraban
con pretensión de mis bodas,
celebrándome bizarra,
fue don
Diego de Mendoza
el que
a mí me agradaba
por su
discurso y su talle,
por su
ingenio, por su gracia,
por su recato y decoro,
por sus
respetos; que causa
natural
estimación
en
personas de importancia
más
quien disimula cuerdo
y sus
finezas recata,
que
quien fácil las publica
con
ostentaciones vanas.
Así
divertido el tiempo
de mi
juventud pasaba
sin
imaginar que amor
de mi
libertad triunfara,
que a
su yugo me rindiera,
ni que
mi pompa lozana,
no
sujeta a las lisonjas,
siempre
sorda a la alabanza,
pudiera
en tiempo ninguna
hallar
poderosa causa
que con
ocultos influjos
mi hielo trocase en brasa.
Cuando
saliendo -- aquí tiemblo
de
decirlo -- una mañana
de
rebozo por el Corso
a oír
misa en Santa Engracia...
No te
admire que me turbo
al acordármelo el alma;
que
siempre las novedades,
como
cosas desusadas
o
suspenden los sentidos
o hacen
perder las palabras,
Te vi y
te hablé, sin saber
de qué hechizo la eficacia
de qué
violento conjuro,
de qué
ponzoñosa vara,
mi
pecho quedó rendido
y mi
condición trocada.
¿No has
visto quebrado vaso
donde
está escondida el agua
con la
cera que el cristal
bien
asegurado guarda,
que al
hielo dura constante,
pero en
llegando la brasa
que la
derrite y deshace,
que la
dispone y ablanda,
arroja
el agua y despide
toda la
líquida plata,
sin que
puedan detenerla
las
diligencias humanas?
Así yo,
que al hielo duro
de mi
honor, de mi constancia,
era
insensible peñasco,
era de
mármol estatua,
era
bronce, era diamante,
en cera
me vi trocada,
y a tu
calor reventó
toda la
fuerza del agua.
Ni yo te dije mi nombre
ni el
tuyo supe; que ingrata
por
acudir a mi honor
el amor
disimulaba.
Sólo en
discursos de amor
las
veces que me encontrabas
te descubrí
mis finezas
sin
descubrirte mi casa,
diciéndote que algún día
mi
palabra te empeñaba
que
habías de conocerme
porque
en extremo te amaba.
Y,
dándote una sortija
y tú a
mí un reloj de Francia
por
prendas de viva fe,
volví
tan muerta a mi casa
que
preguntándome a mí
por mí
misma, no me hallaba
porque
en tu pecho vivía
todo el discurso del alma.
Nunca
más pude encontrarte
por más
que lo procuraba,
sin que
mirasen mis ojos,
sin que
atendiesen mis ansias
a otra
luz con que alegrar
mi ya perdida esperanza,
mis
encendidos deseos,
y mis
diligencias vanas.
En este
tiempo don Diego
sus
bodas conmigo trata;
con mi
padre se conviene
y disponen
la jornada
a
Madrid sin que disculpas
y sin
que estorbos me valgan
a
resolución tan fiera
que la
vida me acababa.
Partimos de Zaragoza,
y como
nunca quien ama
vive
alegre si le quitan
lo que
gustosa esperaba,
tan
muerta vine, tan triste,
tan
suspensa y congojada
que
solamente vivía
del
tiempo que en ti pensaba,
discurriendo sin consejo
tantos
modos, tantas trazas
de
desbaratar las bodas
hasta
que a ti te encontrara
que,
aún no descubriendo el modo
a mí
misma me engañaba
con locos divertimientos
de unas
esperanzas vanas,
hasta
que viéndote a ti
mis
fatigas ya descansan,
mis
penas todas cesaron
y mis
desdichas se acaban.
Como el diestro marinero
que en
la ya rota borrasca,
quebrado el timón del viento,
burlado
el leño en las aguas,
rotos
los árboles todos
del
trinquete a la mesana,
los linos recoge triste
y deja
la nave incauta
al
gobierno de las ondas
y del
aire que la ultraja,
pero
cuando ya la muerte
en la
tempestad aguarda,
halla
que la tempestad
puso su
nave en la playa,
halló
el puerto deseado
metiéndole por la barra.
Así yo
de mi tormenta
vi la
fortuna trocada,
convertido en gusto el llanto,
en
ventura la desgracia,
la
muerte en vida dichosa,
la
congoja en piedad blanda,
y en
dulce serenidad
la
injuria de la borrasca.
Sale don DIEGO con la espada desnuda y
asómase a la puerta
DIEGO: (O
sea verdad del sentido Aparte
o
mentira del cuidado,
pasos y
ruido a este lado,
a mi
parecer, he oído.
Y en
estos puntos de honor
sólo el
velar me asegura;
que
guardar una hermosura
es el
peligro mayor.
Hacia aquí las voces siento.
Atento
quiero escuchar).
JACINTO: No
podrás, Laura, pensar
mi
mucho agradecimiento.
DIEGO:
(Confusa la voz escucho Aparte
de un
hombre).
LAURA:
Decir no sé,
mi
dueño, como te amé
pero sé
que te amo mucho.
DIEGO:
(Ésta es Laura. ¿Hay más
sentir Aparte
en este
lance? Me apuro
pues
siento allá... Estando oscuro
podrá
el contrario salir,
y si
aquí estoy aguardando,
es
morir y reventar).
JACINTO: Mi bien, mal podéis culpar
a quien
os está adorando.
DIEGO: (El
hombre habla cauteloso Aparte
porque
no le puedo oír).
LAURA: Ni
acostarse ni dormir
puede
un corazón dudoso,
y en lance tan peregrino
quedarme así, no te espante,
que el
discurso de un amante
tiene
luces de adivino.
DIEGO:
(Entre tantas confusiones
Aparte
me
quiero determinar
a dar voces y guardar
la
puerta).
A voces
¡Qué andan ladrones!
¡Traigan luces los crïados!
¡Don
Jacinto, Arminda!
LAURA: ¡Ay, cielos!
Esto
faltó a mis recelos.
JACINTO: Esto
sobró a mis cuidados.
DIEGO: ¡Don
Jacinto, señor, mira
que
andan ladrones!
LAURA:
¿Qué haremos?
JACINTO: ¿Qué
salida buscaremos
que no parezca mentira?
Porque decir que entré aquí
por
error, mal se concierta;
pero
aguarda, que una puerta
si no
me engaño, hay allí.
Estáte queda, que yo
salgo a mi cuarto por ella
y lo
compondré.
Vase
LAURA: Mi estrella
en todo
me persiguió.
DIEGO: ¡Don
Jacinto!
Dentro
JACINTO: ¿Quién me llama?
DIEGO: ¡Qué
andan ladrones!
JACINTO: ¿Adónde?
DIEGO: En este
cuarto se esconde
el que
es ladrón de mi fama.
Éntrase por una puerta don JACINTO, con una
luz. Sale por la
que guarda don DIEGO, con la espada desnuda.
LAURA a un lado
JACINTO: ¿Qué
es esto?
DIEGO: Tú lo verás.
Dame
esta luz.
JACINTO:
Toma.
LAURA: Dormida
me
había quedado vestida.
¿Qué
ruido es éste?
DIEGO: (Jamás Aparte
vi
sueño tan advertido,
ni tan
bien disimulado.
Mira
que un ladrón ha entrado
para
robarte el vestido).
LAURA:
Míralo bien.
DIEGO: Yo lo sé
por mi
mal o por mi pena.
¿Y esta
puerta?
JACINTO: Es alacena
de la
casa.
DIEGO: Quédate
aquí
con Laura, que voy
a
registrar con destreza
la casa
pieza por pieza,
que en
gran laberinto estoy.
JACINTO:
Pues, ¿qué sentiste?
DIEGO: Yo oí
un
hombre y una mujer
y
aunque no los pude ver,
claramente los sentí.
Enciende esta luz y queda
aquí
guardando mi honor.
Vase
JACINTO: No
habrá ventura en mi amor;
que ya
creerla no pueda.
Pues, en lance tan extraño,
siendo
la ocasión tan mía,
de mí
mismo se confía
para
asegurar su engaño.
Parece que estás turbada.
LAURA: Pues,
¿no quieres que lo esté
si del
peligro que fue
aún no
estoy desengañada?
JACINTO:
Mientras él la casa mira,
entremos a estotra sala.
LAURA: Vamos;
que mi mal no iguala
con la
ventura a que aspira.
Toma la luz don JACINTO, éntranse, y salen
turbados LUCÍA y MOSCÓN
LUCÍA: ¡Qué
notable confusión!
MOSCÓN: No
temas nada, Lucía,
teniendo la valentía
a tu lado de Moscón.
LUCÍA:
¡Caro es hablar!
MOSCÓN: Más caro es
que la
mayor inquietud,
o siete
pies de ataúd
o un
hoyo de siete pies.
LUCÍA: La
casa anda alborotada.
No sé
qué hagamos; mas ya
tarde
el consejo será;
que con
la luz y la espada
viene el huésped.
MOSCÓN: Y examina
los
rincones de manera
que ha
de hallar en la escalera
los
trastes de la cocina.
Si
entrare en este aposento,
esto es
sin remedio. Di,
Lucía,
que te ofrecí
palabra
de casamiento.
LUCÍA:
Aguarda, que mi cuidado
me dio
la traza.
MOSCÓN: ¿Cuál es?
LUCÍA: Con
este manto que ves
está
todo remediado.
Di
que yo soy la tapada
de anoche,
que me valí
para
salirme, de ti.
MOSCÓN: La
quimera es extremada
y
muy fácil invención.
Sale don DIEGO con la luz, y espada desnuda, y ve a
los dos. Da voces
DIEGO: (Un
hombre que a una mujer Aparte
tapada
quiere esconder
miro). ¡El ladrón, el ladrón,
don
Jacinto, he hallado! ¡Muere!
¡Muere,
cobarde!
MOSCÓN: Señor,
no te
arrojes con furor.
DIEGO: Pues,
muere.
MOSCÓN:
Cuando Dios quiere,
moriré; que soy cristiano
y no me
huele el vivir
tan mal
que quiera morir
con mi
gusto y por tu mano;
que tengo, aunque me ves lacio,
en la
espada por divisa
que no
me maten de prisa
si
puedo morir despacio.
Y
sabré reñir airoso
aunque
me miras confuso;
que intento,
fuera del uso,
ser
lacayo muy brïoso.
Procede con discreción
que
según lo que he pensado
traes
el pulso alborotado
con las
barras de Aragón.
Yo
estoy aquí retirado
sin
hacerte mal ninguno,
y no es
razón que importuno
de un
rincón me hayas sacado.
DIEGO: Si
yo te he sentido hablar
con
Laura, si el riesgo toco,
pues con
intento tan loco
a Laura
quieres robar,
y de
esa mujer tapada
te
piensas, necio, valer,
¿no me
vienes a ofender?
Riñen
MOSCÓN: Mi
verdad está en mi espada.
DIEGO: ¡Muere, infame!
MOSCÓN: Mi razón
guarda
mi vida.
DIEGO: ¡Traidor!
Sale don JACINTO, con la espada desnuda
JACINTO: ¿Qué es
esto?
MOSCÓN:
Es esto, señor,
querer
matar a Moscón
y
quererlo resistir
pues no
hay peligro tan grave
en que
conmigo se acabe
que yo
me quiera morir.
JACINTO: Don
Diego, ¿con un crïado
medís las armas?
DIEGO: Pensé
como en
tu casa le hallé
que
hablaba disimulado.
JACINTO: Pero
di, ¿qué haces aquí
con esa
mujer?
MOSCÓN: Estoy
desacomodado hoy.
Como a
don Lope serví
y él
a Segovia se fue,
de
servirte tuve gana
y hasta
informarte mañana
de tu
casa me amparé.
Y estando
en esta escalera,
sin
acordarme de nada,
aquesta
mujer tapada
me
pidió que la valiera;
porque anoche mil quimeras
me
contó que habían pasado,
y así
salirse ha intentado
porque
no la conocieras.
Dijo
que era principal
y que a
saberse en su casa
este
suceso que pasa,
lo
pasaría muy mal.
Yo,
no sabiendo qué hacer,
hallando el peligro aquí,
la
amparé y la defendí
por
serrana y por mujer.
JACINTO:
Señora, mucho he sentido
que
vuestra resolución
por
valerse de Moscón
mi secreto haya ofendido.
Pero
volved a mi hermana;
que yo
os juro por quien soy
que
vuestras penas de hoy
tengan
remedio mañana,
y
esto con tanto secreto
que yo mismo no sabré,
sino en
noticias de fe,
vuestro
mal.
MOSCÓN:
Eres discreto
y
cumples la obligación
de
caballero.
JACINTO:
Querría
no estragar la cortesía.
Llama a
mi hermana, Moscón.
MOSCÓN: Voy
a llamarla al momento.
Vase
JACINTO:
¿Habéisos desengañado,
don
Diego?
DIEGO:
No es mi cuidado
fácil
desvanecimiento.
Toda
la casa miré
y
aunque mi ofensa no vi,
¿qué
importa que yo le oí
decir
que no le encontré?
Velar importa a mi honor;
que
nunca se ha de decir
que se
pudo preferir
a mi
crédito mi amor.
Salen ARMINDA y MOSCÓN
MOSCÓN:
Arminda, señor, está
aquí
ya.
JACINTO:
Poco cuidado
tienes
en lo que encargado
te
dejé, bien se verá,
pues
esta dama ha querido
irse a
casa sin decir
en qué
la puedo servir.
ARMINDA: (¿Qué
lance no prevenido Aparte
es
éste? Pues, si yo fui
la
tapada y la mujer,
¿cómo
agora puede haber
mujer y
tapada aquí?)
Señor, ella se escondió
después
de haberme informado
y de
haber visto en mí agrado,
fineza y amor, y yo,
con
la ocupación forzosa,
cuando
la volví a buscar
ninguno
la pudo hallar.
JACINTO: Pues,
descansad, dama hermosa,
hasta mañana, y adiós.
Vámonos a recoger.
Vanse don JACINTO, don DIEGO, y MOSCÓN
LUCÍA: ¿Hay
más dichosa mujer?
¿Estamos solas las dos?
Destápase
ARMINDA:
Pues, di, ¿qué es esto, Lucía,
de que
tan suspensa he estado?
LUCÍA: Es
haberme aprovechado
de tu
misma fullería.
Quedó en tu casa Moscón,
quiso
hablarme de don Lope,
y
porque nadie nos tope
le
busqué con atención.
Alborotóse don Diego,
dio
voces que había ladrones,
y entre
tantas confusiones
registró la casa luego.
Con
luz llegó a la escalera,
y vime
perdida allí
pero del susto salí
con una
airosa quimera.
Porque el manto aproveché
con que
viniste tapada,
y
anoche, bien descuidada,
acaso
en la manga eché.
Llegó
y queriendo reñir,
don
Jacinto allí salió
y
cuando una mujer vio
tapada,
pude fingir
que
yo la de anoche era.
Y con
aquesta invención
galán
me escapó Moscón
de una
deshonra tan fiera.
Esto
es lo que ha sucedido.
Agora
puedes decir
que yo
me volví a salir
con que
habremos conclüido.
Y
aunque en pena desigual
con un
mismo pensamiento,
a ti el
manto te dio aliento,
y a mí
me advirtió en tu mal.
ARMINDA:
Pues, vuélvete ya a tapar
porque
más disimulada
quede
tu traza lograda
en
quien nos puede encontrar,
y
vamos a mi aposento;
que es
tiempo de recoger.
LUCÍA: Vamos,
que para vencer,
importa
el atrevimiento.
FIN DE LA
SEGUNDA JORNADA