JORNADA TERCERA
Salen
don JACINTO y LAURA
JACINTO: No tuve culpa ninguna,
señora, por Dios.
LAURA: Tan cortos
plazos
hay desde el engaño
al
desengaño penoso
que aún no explicaron los labios
mi
fineza, y ya los ojos
encontraron qué llorar
con
suspiros, con sollozos,
en la
mujer que tapada
escondiste cauteloso,
para quitarme
la vida
con
aquel crüel rebozo,
nube a
mi serenidad,
vapor
que al cubrir su rostro,
a los rayos de mis luces,
hizo un eclipse forzoso.
Mal a
mi estrella resisto,
y
vanamente me opongo
a mi
violenta fortuna,
si
cuando más la soborno,
al descubrir los halagos,
mayores violencias toco
y en los azares
deshecha
su rueda se parte en trozos.
Para
gozarla saliste
de tu
cuarto cauteloso
anoche,
cuando me hallaste
a mí y
con fingido gozo
los
desvelos me mentiste
de tu amor artificioso,
disimulando el engaño
y
cautelando el oprobio.
Ve, don
Jacinto, que en vano
quejas
y razones formo;
en vano
te pido celos
y vanos son mis enojos.
Si adoras esa belleza,
antes
que supieses como
mi
corazón te adoraba,
yo
contra mí misma informo
y por
no hallarte culpado,
mi
delito reconozco,
mi facilidad acuso
y de ti
me quejo; sólo
porque
no me preveniste
de tus
empeños gustosos,
porque
te estimo de suerte,
porque
de suerte te adoro,
-- sí -- que supiera quererte
sin
esperar otro logro
de amor
bien correspondido
en un
pecho generoso.
JACINTO: Señora,
si a esa mujer
he
visto, si la conozco,
si sé
quién es, si sus prendas,
si oí
su voz, si su rostro
en
algún tiempo miré,
si un
solo afecto amoroso
la he
descubierto, la vida
me
falte, y el pecho roto,
o con
la furia de un rayo
o con
un ardiente plomo,
pague
en heladas cenizas
un
fuego tan alevoso.
Bien
pudieran disculparme
divertimientos de mozo
antes
de saber de ti
favores
tan venturosos;
que en
una lozana edad
son galas los alborotos,
y empleos de amor se llaman
divertimientos del ocio.
Pero ni
de estas disculpas
me
valgo, cuando yo propio
de los
sentimientos tuyos
la
causa infeliz ignoro.
Esta
mujer encontré
en un
lance peligroso
y en mi
casa la amparé.
Es el
delito tan corto
que no me puedes culpar,
pues en el hombre más tosco
fuera necia grosería
y fuera
grave indecoro
no
acudir a una mujer
en un
lance tan forzoso,
aunque
se arriesgue la vida
y
aunque allí se pierda todo.
Y
porque te desengañes
al
informarte en mi abono,
si me
buscó, ¿cómo huía
de mí a
media noche y cómo
procuró
que no la viese
recatando siempre el rostro
sin
tener de una palabra
el
menor descuido sólo?
¿Cómo
se huyó antes que al día
diese
sus luces Apolo,
descogiendo por el aire
su
rubia madeja de oro?
Mujer
que se va y se viene
con tan
fácil desahogo,
¿me
puede llamar empleo
de un
afecto generoso?
Muy
vulgarmente me empleas
y ¡vive Dios!, que me corro,
-- sí, Laura -- que hayas creído
de mí
agravio tan notorio.
LAURA: Digo
que me satisfago
de mi
amor escrupuloso,
y a tus
razones rendida
con más
fineza te adoro.
Pero es
menester pensar,
don
Jacinto, de qué modo
desbaratarse podrá
este
infeliz desposorio.
JACINTO: Esta
noche en el jardín
podremos hablarlo todo;
que es
dar luz a las sospechas
el
vernos aquí tan solos.
Vete a
tu cuarto; que yo
he de
acudir a un negocio
en
palacio.
LAURA:
Pues, adiós,
mi señor.
JACINTO:
Adiós, mis ojos.
Vanse. Entran
ARMINDA, LUCÍA y MOSCÓN
ARMINDA: La
noche fue de azares.
MOSCÓN: Son estas noches de caniculares
todas noches de agüeros,
hasta que se descubren los
luceros;
porque pulgas y chinches son
empeño
para quitar el sueño
al
marido, al hermano, a la crïada,
sin que
contra ella valga el almendrada
y en estado despiertos,
andan las cuchilladas y los
muertos.
LUCÍA: ¡Ay,
Moscón, cuál quedé con aquel susto!
MOSCÓN: Pues, a
mí me dio gusto
porque
vieses mi brío y desenfado;
que me
tiene corrido en el tablado
un perpetuo desmayo
en
viendo cuchilladas y lacayo.
El
temblar, esconderse y retirarse
como si
no supiera acuchillarse,
habiendo lacayote tan macizo
que
puede pelear con un erizo
con
fuerzas tan sobradas
que a
sus amos darán cien cuchilladas.
ARMINDA: Dejemos
eso agora.
Al fin,
¿volvió don Lope?
MOSCÓN: Sí, señora.
Y viene
compungido de manera
que si
se confesara, lo absolviera.
Habla
descalzo, mira a lo cartujo
y
suspira con pujo;
y entre
todos sus males
se le
han hinchado ya los lagrimales
y tiene con la pena y el enojo
como
este puño grueso cada ojo
y el
color tan quebrado
que
parece de hombre ictericiado.
ARMINDA: Pues,
nada le valdrá, que ¡vive el cielo!,
que tengo
de brotar un Mongibelo
de
llamas, en venganza de mi ofensa,
y que
ha de ver, suspensa,
la
misma admiración en mi cuidado
lo que
ejecuta un corazón airado
y
cuando más se entregue a sus placeres,
que no
hay burlas sabrá, con las mujeres.
MOSCÓN: Es mal
hombre don Lope, que mecía
más de
dos mil mozuelas cada día,
divertido en su casa.
Asoma don LOPE al patio antes de entrar
LOPE: Quiero
escuchar atento lo que pasa, Aparte
pues
Moscón y Lucía
sin
duda informan en la causa mía.
ARMINDA: ¡Qué de
tantas vivía enamorado!
MOSCÓN: Don
Lope un gorrión era encarnado
y amando a tantas manos sin respetos
de todas nos decía los secretos:
cuál pisaba hacia dentro,
cuál afuera,
y cada
pantorrilla qué tal era,
los bajos que traía,
hasta los ademanes nos decía.
ARMINDA: ¡Infame
condición!
LOPE: Moscón villano, Aparte
¿esto
es templar a Arminda?
MOSCÓN: Tan liviano
en este
punto de mujeres era
que
traía escritos en la faltriquera
papeles
de fineza y a la que hallaba
un
memorial de aquellos presentaba.
LOPE: ¡Vive
Dios, que me abraso! Aparte
ARMINDA: ¿Y a
todas las gozaba?
MOSCÓN: Ese es el
caso;
que aun
las que no gozaba
que las
había gozado blasonaba.
ARMINDA: Moscón,
no digas tanto;
que al
fin le quise bien.
MOSCÓN: De eso me
espanto
que te
inclinase un hombre que tenía
tan
poca cortesía.
ARMINDA: Améle
de manera
que
entendí que en no amándole muriera.
Sale don LOPE e híncase de rodillas
LOPE: Esa voz
pudo sola a mi esperanza
dar
aliento, dar vida y confïanza.
MOSCÓN: ¡Voto a
Dios que me ha oído! Aparte
Y si él oyó mis voces, soy
perdido.
ARMINDA: ¿Qué
loco atrevimiento
te pudo
dar aliento
a entrar, don Lope, aquí de esta
manera?
LOPE: Oyeme antes, Arminda, y luego muera
a tus manos, señora;
pues
será dulce muerte a quien te adora.
ARMINDA: ¿A
mirarme te atreves
después de tan indignas, tan
aleves
acciones como has hecho?
LOPE:
Arminda, escucha, y luego rompe el pecho
que
creyó tanto engaño.
Permíteme el alivio, y venga el daño
después
en hora buena;
que no
es razón que muera de mi pena
pues
harás de esa suerte
que se
me doble el golpe de la muerte.
ARMINDA: ¡Vete,
infame, alevoso,
desleal
caballero, mentiroso,
sin respetos,
sin fe, sin cortesía!
Que,
¡vive el cielo!, si tu error porfía
en templar mis enojos,
poniéndote a mis ojos
con tanto
atrevimiento,
que la
vida te quite y el aliento.
Y con mis mismos brazos
haré tu
corazón dos mil pedazos,
porque
venzan mis iras
tanto
golfo de engaño y de mentiras,
tan
torpe ejecución, tan vil consejo,
y,
pues, no quieres irte, yo te dejo.
Vase
LOPE:
¡Arminda, espera, señora!
¿Dónde
te escondes, ingrata,
sin
escuchar de mis voces
y mis
desdichas la causa,
sin que
mi llanto te ablande,
sin que
te muevan mis ansias,
sin que
mis penas te rindan,
ni el
incendio que me abrasa,
el
fuego que me consume,
el
veneno que me acaba,
la
ponzoña que me apura,
el
pecho que te idolatra?
Si tu
mismo hermano informa
contra
ti, ¿de qué te espantas
que en
mí creciese el furor,
que se
encendiese la rabia.
que el
corazón se turbase
y que
lo sintiese el alma
siendo
tan segura ley
que
sienta más quien más ama?
¡Mal
haya quien fácilmente
se
persüade! ¡Mal haya
quien
se fía en las venturas
sin
prevenir las desgracias!
Yo me
vi un tiempo en tus ojos
mariposa regalada
que
galanteando su luz
no
temía mi esperanza
ni el
furor de la fortuna
ni sus volubles mudanzas;
y hoy
rayos son para mí
esas
luces que me abrasan,
ese
fuego que me quema,
esa
mentirosa llama
que en
breves cenizas trueca
lo
esparcido de mis alas.
MOSCÓN: Templa
tu pena, señor.
LUCÍA: En
vano, señor, te cansas
porque
al retirarse Arminda,
la
puerta dejó cerrada.
Más
vale fïar del tiempo
el
remedio de tus ansias,
el
alivio de tus penas
y tus
congojas.
MOSCÓN: Aguarda
que se
temple este furor.
¿No has
visto, cuando en la taza
ponen
en la mesa el caldo
que si
de caliente abrasa,
o con
la boca se sopla
o le
menea la cuchara
hasta
que los que le esperan
ya tan
templado le hallan
que
pueden sorber sin miedo?
Pues, reconoce la traza
y sigue
mis instrucciones.
¿No te
dije que mi ama
como
una sierpe crüel,
como un
basilisco airada,
como
una tigre sangrienta,
como una leona albana,
aún a
mí por cosa tuya
con
capote me miraba?
Pues,
el diablo te metió
en
entrarte por su casa
-- avéngome acá que llueve --
como si
a ti te faltara
donde
dormir esta siesta
y
almorzar esta mañana,
hasta
que pasara el día
y la
cólera pasara.
LOPE: ¡Vive
Dios, Moscón infame,
Moscón
vil! Si no mirara
tus cortas obligaciones
y tu
crecida ignorancia,
que al
escuchar las razones
con que
contra mí informabas...
MOSCÓN: Él lo
oyó; perdidos somos. Aparte
Aquí
hay una gran desgracia
porque
yo no he de sufrir
ni que
me tome la barba,
ni que,
estando aquí, Lucía,
me eche
la mano a la cara,
so pena
que llevará
seis o
siete cuchilladas
si me arrimo a la Tizona
o
arremango la Colada.
LOPE: Llevado
de mi furor
en
aqueste cuarto entrara
y te
hiciera mil pedazos.
MOSCÓN: Eso,
señor, te excusabas
si miraras
mi vestido,
ropilla, calzones, capa,
porque
salí hecho pedazos
cuando
salí de tu casa.
¿Qué
querías que dijese
si como
una suegra estaba?
Defenderte era perderla;
persuadirla era irritarla
y así
seguíla el humor
hasta
verla más templada.
Hallé
por razón de estado
que en
sintiéndola más blanda,
allí
era el apretar,
el
persuadir e informarla.
LUCÍA: Moscón
habla como cuerdo
porque
lo yerra quien habla
contra
el gusto del enojo
a una
mujer agraviada.
Deja
que el dolor se cree,
que se sosieguen las ansias
y
entonces Moscón y yo
con
blandura, astucia y maña,
verás,
cuál la persuadimos.
Y vete
agora; que Laura,
la
huéspeda que ha venido,
hecha un trasgo hermoso anda
de
pieza en pieza, ocupando,
como es
alhaja sobrada.
LOPE: Voyme y
en vuestro cuidado
se
libran mis esperanzas.
Vase
MOSCÓN: Él
lleva muy bien despacho;
que
crïados y crïadas
somos
veletas del tiempo
que
seguimos sus mudanzas.
LUCÍA: Muy
bien merecido tiene
cualquier rigor de mi ama
porque
aprendan cortesía
los pícaros que la estragan.
Vete,
Moscón, que yo quiero
ir a
componer la casa.
MOSCÓN: Y yo
voy por lo de anoche
a dar
en Atocha gracias;
que fue
peligroso el lance
y la ocasión apretada,
y
ninguno mejor puede,
si con
propiedad se habla,
dar
gracias que yo.
LUCÍA: ¿Por qué?
MOSCÓN: Porque
siempre digo chanzas
y así
las doy liberal,
no
prestadas sino dadas.
Vanse y salen don PEDRO y don DIEGO
PEDRO: Las
pretensiones están
de tan
fácil condición
que de
mi buena elección
los
parabienes me dan.
Esta
mañana en palacio
a los
primeros que hablé
tan
propicios los hallé
que no
hay qué temer.
DIEGO: Espacio
piden los negocios todos
porque
en Madrid el engaño
un día
trueca en un año
con no
imaginados modos.
PEDRO:
Antes no pienso esperar
el
despacho porque creo
que es
dilatarte el deseo
crecerte mucho el pesar.
Mañana se puede hacer
el
casamiento.
DIEGO:
¿No ves
que
puedes hallar después
estorbos, y suceder
que
el negocio se embarace
por no
apresurar las bodas?
PEDRO: Ninguna
cosa de todas
esas no
me satisface
porque, si firme en amar
a Laura
estás, tu pasión
hará
que la pretensión
mejor sepas negociar.
Y
estando bien informado
yo del
caso, es cosa cierta
que la
pretensión se acierta
y no se
yerra el cuidado;
que
cuando hay seguridad
del oficio y en ti amor,
el
suspender es rigor
y el
abreviar es piedad.
Mañana será tu esposa
Laura.
DIEGO:
¡Notable apretar! Aparte
PEDRO: Don
Diego, tanto callar
da a
entender alguna cosa:
que
te tiene disgustado.
Pues el
ardiente deseo
con que
me rogaste veo
en tu
semblante templado.
¿Qué
sientes? ¿Qué tienes? Di,
¿qué
rigurosa pasión
te ha
trocado el corazón
que tan
otro te veo aquí?
¿En
qué tu gusto repara?
¿Qué
pretende tu interés?
Pues,
Laura la misma es
y el mismo yo, cosa es clara.
Pues, ¿cómo allá en Zaragoza
tan
ardiente, aquí tan frío;
que
resuelto yo, tu brío
se
asusta y no se alboroza?
Si
dudas mi calidad,
si el
caudal has reparado,
háblame
determinado
que te
diré la verdad.
¿Qué
te suspendes? ¿Qué miras
al
cielo triste? ¿No sabes
que
suelen las penas graves
ser
partos de las mentiras?
Si
han hecho alguna advertencia,
a mí me
la comunica;
que el
remedio no se aplica
sin
conocer la dolencia.
Y en
el lance que hoy estás,
fuera
cosa desairada
dejar a
Laura burlada
y a mis
canas mucho más.
DIEGO:
Señor don Pedro, el respeto
con que
os tengo de tratar
no me
deja ahora lugar
a descubrir el secreto,
hasta que, ya averiguado
el
escrúpulo dudoso,
a
vuestro decoro honroso
descubra cuánto he callado.
Y si
vuestra discreción
condenara
mi recato,
tenedme
por de ruin trato
y de
baja condición;
porque en puntos del honor,
en
quien se intenta casar
es
advertencia mirar
en el
átomo menor.
Pues, casándome, sería
reparo
más indiscreto,
por no
apurar un secreto,
usar
una grosería.
Perdonadme la advertencia
por ser
en puntos de honor
y, pues
espera mi amor,
espere
vuestra prudencia;
que
muy presto he de aclarar
este
engaño escrupuloso
pero
entretanto es forzoso,
señor
don Pedro, esperar.
PEDRO: ¡Qué
esto mi paciencia escucha! Aparte
¡Y que
esto sufre mi honor!
O fue
engañoso su amor
o la
causa ha de ser mucha
y
así, para averiguar
mi
tormento, es bien que elija
por el
honor de mi hija
templarme y disimular.
Vuestros respetos alabo,
aunque
duele al sentimiento.
DIEGO: Presto
se hará el casamiento
y
quedaré vuestro esclavo.
PEDRO:
Quedaos con Dios, que yo voy
a
sentir pena tan dura.
Vase
DIEGO: Si
resiste mi ventura
mis
dichas, quien pierde soy;
pero
más amante quiero
verme
poco afortunado
que
hallarme después casado
con las
sospechas que infiero.
Y
así tengo mi pesar
por
ventura; que ha de ser,
para
llegar a creer,
prudencia el saber dudar.
Y
aunque el pecho me lastima,
el
rigor que me atormenta
por
despique de mi afrenta
miro en
Arminda, mi prima,
la
belleza y el recato
con que
alhajado me siento;
pues
faltando un casamiento
con
ella el segundo trato.
Sale ARMINDA
ARMINDA: Don
Diego, ¿qué suspensión
te
atormenta? ¿Qué te aflige
o qué
nueva pena rige
tu animoso corazón?
Tan
confuso en el mirar,
tan
lastimado al sentir,
tan
dudoso en el reír
y tan
fácil al llorar,
tan
suspenso al entender,
tan
turbado en el color,
tan
vivo para el dolor,
tan
muerto para el placer,
todos los indicios son
de
algún ardiente cuidado
que
vive disimulado
o muere
en tu corazón.
Si
ya de Laura que adoras
el
casamiento a que aspiras
te
espera, ¿por qué suspiras?
¿Por
qué blandamente lloras?
¿De
qué tanto te congojas,
y con penas
infinitas
hablas
como que te irritas,
miras
como que te enojas?
DIEGO:
¡Ay!, Arminda, mi cuidado
aún yo
mismo no le entiendo,
pues a
un tiempo estoy sintiendo
lo presente
y lo pasado;
pues
cuando tus ojos vi
y
cuando a Laura miré,
padecí
en lo que dejé
y peno
en lo que elegí.
Y
entre uno y otro dolor
en que
duramente peno,
o tarde
mi amor condeno
o tarde
busco mi amor.
Mira
si para sentido
es este
dolor que ves,
pues
padezco en lo que es
y muero
en lo que no ha sido.
ARMINDA: Desecha pena tan vana,
pues
puede, a mi parecer,
lo que
no se logró ayer
lograrse quizá mañana.
Y en
materias de ventura
tengo
por cosa asentada
que la
que es menos buscada
es la
que más se asegura.
Tú
estás celoso y amante.
Templaráse tu rigor.
y
quedarás con amor
y sin
celos fino amante.
DIEGO: Que
más fino quedaré
no
dudo, pero sospecho
que no
se asegura el pecho
donde
ha perdido la fe.
Y
así es cosa más segura
cuando
el daño es conocido,
por no
engañar el sentido,
elegir
otra hermosura.
ARMINDA:
Parece que me enamoras.
DIEGO:
Arminda, si a mi deseo
y a mi
honor consulto, veo
que lo
que padezco ignoras.
Y no
hubiera mucho sido,
viendo que fuiste tan mía,
que
entre la ceniza fría
viva
aquel fuego escondido.
ARMINDA:
Desecha del pensamiento
tan
antigua pretensión;
que es
fuerza de la pasión
y no del conocimiento.
Laura es bizarra y perfeta,
rica,
noble, honesta, airosa,
tan
discreta como hermosa
y
hermosa como discreta.
Vives de ella enamorado.
Vino por tu causa aquí
y no es
bien trocar así
su
cuidado en mi cuidado;
que
es condición importuna
de
hombres a que te acomodas,
por
enamorar a todas,
no tener fe con ninguna.
DIEGO: Y,
Arminda, si del honor
siento
el riesgo conocido,
¿qué te
admiras que ofendido
perdiese todo el amor?
¿Y
que viendo tu belleza,
tu honor y tu discreción,
se
temple aquella pasión
y
comience esta fineza?
Pues, mientras vivo dudoso
de su
fe, si bien lo advierto,
que no
es amor, es muy cierto
el amor escrupuloso;
de
donde bien claro infiero
en este
particular
que
amor, donde hay qué dudar,
nunca
fue amor verdadero,
pues
si es amor bien nacido,
como evidente se ve,
parto
noble de la fe,
no ha
amado quien no ha creído.
ARMINDA:
Sosegarás el dolor
que
ocasiona este accidente,
y
conocerás, ardiente,
que es
verdadero tu amor;
que
una vana fantasía
tuerce
de modo el juzgar
que
llama al amor pesar
y al
afecto cortesía.
Quédate con Dios, don Diego,
y
estima a Laura que es bien.
DIEGO: Eso es
ya con tu desdén
acumular fuego a fuego.
Yo
también me quiero ir
a un
negocio que me llama.
ARMINDA: ¡Oh,
cómo enciende una llama Aparte
la
lisonja del decir!
Vanse, y sale LAURA, sola, al jardín
LAURA:
Breve culto palacio de las flores,
teatro
a mi amores,
que
brindáis una a una
con
cariños flagrantes mi fortuna,
verde estación
de Flora
en que
el galán Narciso se enamora
y en
aliento tan breve
convierte en ámbar cuanto al aire bebe,
donde
la rosa mira
del
vulgo de las flores la mentira,
que a
su pompa rendidas blandamente
por
reina la coronas de su oriente
cuando
la ven hermosa
y al
marchitarse burlan de la rosa.
Sangriento muro fácil de claveles,
príncipes de la sangre siempre fieles,
que en
verdes troncos esmaltáis mirosos
tantos
jazmines que al nacer dichosos
entre
cunas de nieve
a su
inocencia tal rigor se atreve,
que con
enojo y saña
su
candidez en vuestra sangre baña
sin
perdonar tan encendidas venas
las
provincias nevadas de azucenas
que con
grave decoro
al
armiño más puro visten de oro
con tan
preciosa gala y tanto aliño
que
granos de oro esconde el blanco armiño.
Hermosas flores bellas
que a
este breve jardín servía de estrellas,
cuando
él, con artificio y con desvelo,
cada
estrella imagina flor del cielo,
hoy
seréis, blandas flores,
tálamo
aparatoso a mis amores,
a mi
fineza halago,
pues
testigos de mi fineza os hago.
Y en lo limpio y luciente de las hojas
escribiré constante mis congojas,
para
que en breve don Jacinto lea
mi
amor, mi fe, en los vasos de Amaltea
y quede
en su fragrancia acreditado
mi amoroso cuidado;
pues en
cada hoja suya
hallará
una evidencia que le arguya
y en
cada flor, si empieza,
encontrará grabada una fineza
porque
pueda mi amor constante entonces
acreditarse en pórfido y bronces.
Sale don LOPE, de noche
LOPE: De
la llave que tenía Aparte
cauteloso me valí
para
franquear la puerta
de este
fecundo jardín.
¡Oh, si fuera tan dichoso
que
encontrara a Arminda aquí,
aunque
de este paraíso
fuera
ardiente querubín!
¡Cuántas veces de sus labios
junto a
aquella fuente oí
tan blandas finezas que
amante
la merecí!
Cuántas
en su mano hermosa
de
azucenas y jazmín
logró
mi labio cortés
todo el
favor carmesí!
Pero
hacia aquel lado miro...
LAURA: Parece
que miro allí
un
hombre que se me acerca.
LOPE: ...un
bulto de serafín.
LAURA: Sin
duda que es don Jacinto.
LOPE: Sin
duda Arminda. ¡Ay de mí!
Viene a
consultar sus penas
con
algún bello alhelí.
Señora,
si os admirare
que yo
me atreva a venir
a esta
provincia de flores,
a este
fecundo país,
mis
ansias considerad,
mis congojas advertid
y no os
hará novedad
que no
me deje morir.
En
quien ama despreciado
la
cautela y el ardid
no son
rudas groserías
sino
fineza sutil.
Si tu
estimación burlé,
si tu
decoro ofendí,
¿para
qué quiero la vida
cuando
no es gusto el vivir?
Que responda ella con cariño, y
después se vayan ambos apartando. Sale a lo alto del
tablado don DIEGO a una ventana, con don PEDRO
DIEGO: Ya
viste que en su aposento
no está
Laura. Vesla allí
hablando con quien adora.
Esto te
quise decir,
cuando
ayer para mis bodas
el término te pedí,
que
pudo desengañarme
e
informarte más a ti.
PEDRO:
Corrido, don Diego, estoy
de que
mi honor pueda así
profanarle una mujer,
avergonzándome a mí.
DIEGO: Mira,
¿qué intentas agora,
pues
del empeño salí
tan
airoso de sus bodas
con
mostrarte lo que vi?
PEDRO: ¿Qué
intento? Quitar la vida
a una
hija tan civil
que profana los decoros
de la
sangre que la di.
Vamos a
vengar mi agravio.
Vanse de la ventana, y entra por otra puerta del
teatro don JACINTO
JACINTO:
Venturosamente abrí,
por no
ser sentido en casa,
esta
puerta del jardín;
que es
más fácil, por si acaso
me
acertaren a sentir,
que mi
miren como extraño
y por
donde entré, salir.
LAURA:
Caballero, no os conozco,
ni las
quejas entendí
con que
se rinde a mi amor
vuestro
denuedo gentil.
Yo
tengo por cosa cierta
que no
me buscáis a mí.
LOPE: No es
de Arminda aquesta voz. Aparte
¡Sin
duda el lance perdí!
LAURA:
Retiraos, caballero.
Mirad
si podéis huír;
que
viene allí a quien adoro
y, en
una sangrienta lid,
o vos
perderéis la vida
sin poderlo resistir.
o yo
perderé por vos
honra,
amor y vida aquí.
Retírase
LOPE: Por
esta puerta que sale Aparte
al
cuarto de Arminda he de ir
a
buscar a mis congojas
o a mis
desdichas el fin.
Vase
LAURA: Don
Jacinto, dueño mío,
¿cómo
te has tardado? Di,
que con
tu ausencia y mi pena
ya me
empezaba a afligir.
¿Qué tienes,
querido dueño?
JACINTO: ¡Infame
mujer y vil,
mentido
monstruo de engaños
con
cara de serafín!
Si
cuando vengo a buscarte,
si
cuando acierto a venir,
descubro a luz tan dudosa
tu
trato engañoso y ruin,
Si para
mayor tormento
un
hombre contigo vi,
si le
ocultas cautelosa
entre
este blanco jazmín
o le
disimulas fácil
entre aqueste torongil,
siendo
testigos las flores
de tu
mentiroso ardid.
de tus
fingidas finezas,
de tu
término civil,
infórmate de ti misma,
¿Qué me
preguntas a mí?
Yo le
tengo de buscar;
mas,
¿qué ruido es éste?
Dentro
PEDRO: ¡Abrid,
infames, o vive el cielo!
LAURA: ¿Aún
esto? ¿Hay más que sentir?
Entran don PEDRO y don DIEGO con las espadas
desnudas, y un hacha encendida, y a este tiempo se oye
dentro
disparar una pistola
JACINTO: ¿Hay
mayor desasosiego?
Pues en
una pena sola
dentro
sentí una pistola
y aquí a don Pedro y don Diego.
DIEGO:
¡Muere, infame, que mi honor
y el de
don Pedro profanas!
JACINTO: ¿Hay
penas más inhumanas,
riesgo
y celos con amor?
Pero
revocado quiero Aparte
seguir
el lance hasta ver
en qué
para.
PEDRO:
¡Vil mujer,
y
atrevido caballero!
Acuchíllanse
En
vano la defendéis
cuando
acción tan indecente
en el peligro presente
persüade que os tapéis.
LAURA:
Espera, padre y señor.
Detén
la espada, don Diego.
DIEGO: El
pecho despide fuego.
PEDRO: Llamas
exhala mi honor.
Sale ARMINDA, por otra puerta
ARMINDA: El
alma traigo turbada. Aparte
¡Notable resolución!
Mas no
hay difícil acción
a una
mujer agraviada.
¡Don
Diego! ¿Qué es esto? ¡Primo!
¡Laura! ¡Don Pedro!
¡Señor!
PEDRO: Esto es
mirar por mi honor.
DIEGO: En vano
el furor reprimo.
¡Muera, alevoso crüel,
que
intentas disimulado
profanar este sagrado!
LAURA: Arminda,
vuelve por él,
que
es...
ARMINDA:
Acaba de decillo.
DIEGO: ¡Vive
Dios, que ha de morir
o que
se ha de descubrir!
PEDRO: Del
brío me maravillo
con
que se defiende. ¿Hay tal?
¡Lo que
puede en la ocasión
un
hidalgo corazón
y el
ser hombre principal!
Detén, don Diego, la espada;
que es
compasión ofender
a
hombre de tal proceder
en
acción tan arriesgada.
Y
pues el sangriento efeto
a Laura
le ha concedido,
yo se
le doy por marido,
porque
esté el caso secreto.
Pues
ya don Diego no puede
en
ningún lance querer
que sea
Laura su mujer
y a ti
el cielo la concede.
LAURA:
Pues, don Jacinto, ¿qué esperas
en un
caso tan incierto?
JACINTO: Pues
que ya me has descubierto,
yo
burlaré tus quimeras.
DIEGO: Todo
el suceso me admira, Aparte
pero no
acierto en mi daño.
¿Si es
más de aura el engaño
que de
un primo la mentira?
El
lance quiero esperar.
JACINTO: Don
Pedro, si de mi honor
os
aconsejáis mejor,
con
Laura no he de casar.
DIEGO: Pues
para tomar venganza
con una
cordura airosa,
Arminda
ha de ser mi esposa
y el
logro de mi esperanza.
PEDRO:
¡Vive Dios, si concertados
estáis
a burlarme así,
que
habéis hoy de ver en mí
vuestros bríos castigados,
porque aunque mis canas son
una
ofensa de mi brío,
al
pecho, con la edad frío,
dará
alientos la razón!
LAURA: ¿Hay
mujer más desdichada?
ARMINDA: ¿Hay
mujer más venturosa?
DIEGO:
Arminda, tú eres mi esposa.
ARMINDA: Cese el
rigor de la espada
en
caso tan inhumano,
pues yo
muy de cierto sé
que
todo lo compondré
hablando aparte a mi hermano.
JACINTO:
Pues, ¿qué me quieres decir?
LAURA: Toda el
alma me volvió Aparte
en lo
que a Arminda escuchó;
porque
bien puedo inferir
que
el caballero que entró
y a don
Jacinto ha irritado
era de
Arminda cuidado
si el
pecho no me engañó.
ARMINDA:
Escucha atento, don Jacinto, escucha,
aunque
con el recato el honor lucha,
el caso
más extraño y exquisito
que en
anales del tiempo se halla escrito,
pues
son tantos mis males
que
vence mi cuaderno sus anales.
Ya
sabes que don Lope de Ribera
tu
amigo íntimo era.
que a
tu casa venía
para
desdicha suya y pena mía;
que era
galán discreto, ¿quién lo ignora?
Todo
esto sabes, pues, escucha agora:
La
ocasión, la frecuencia, el tiempo, el trato,
asaltar
pretendieron mi recato,
siendo la batería
su
amorosa porfía
de
quien no está seguro
de
inocencia inviolable el fuerte muro;
que al
ruido de lisonjas de amor llenas
se
desmoronan todas sus almenas.
Y a
quien amante ruega,
la más
casta no da, pero no niega.
Miróme
fácil, escuché curiosa
su
pasión amorosa.
Frecuentaba tu casa y, si me hallaba,
sus desvelos
ardientes me contaba.
Cuando
a verme volvía,
sus
ardientes desvelos repetía
y poco
a poco me inclinaba atento,
al amor
no, sino al divertimiento.
Ya
galán y discreto,
decoroso en su trato y mi respeto,
cuando
conmigo estaba,
le
escuchaba con gusto y le miraba.
Con que
disimulado
pasó el
divertimiento a ser agrado;
que si
de una vez todo lo quisiera,
no dudo
yo que todo lo perdiera,
que a
despeños, de amor determinado,
ningún
honor de un golpe se ha arrojado.
El
agrado en amor se trocó luego
creciendo fuego a fuego
y la
centella, que tan breve era,
a pocos
lances, se miraba hoguera.
Con que
por más que yo lo resistía
toda la
selva de mi pecho ardía.
¿Viste
el breve vapor que desde el suelo
el aire
escala con ligero vuelo
y con
otros que encuentra bien tejido,
formó
en la nube pabellón lucido?
Que los
rayos del sol cándido bebe
y
siendo rayos, a su luz se atreve;
que
aquel breve calor que al aire sube
para
blandamente formar la nube,
llega
después con trazas tan extrañas
a hacer
rayos de fuego en sus entrañas.
Pues
más ardientes rayos ha labrado
el
vapor de un cuidado
en el
pecho inocente que se inflama,
trocándome la nieve en voraz llama.
Así
amantes vivíamos, ¡ay triste!,
cuando
a don Lope ingrato le dijiste
para
desdicha mía
que yo
fácil amaba a don García.
Quiso
partirse luego
sin
descubrirme su escondido fuego
y yo,
que lo ignoraba,
viendo
que tu violencia me culpaba
y que
me amenazabas irritado,
a don
Lope avisé de mi cuidado
y de mi
atrevimiento,
pues
palabra me dio de casamiento,
que a
su patria me lleve.
A la Casa del Campo fui de
nieve
donde
él celoso, loco y desatento,
sin
escucharme usó un atrevimiento
tan
civil, tan grosero
que por
decencia no acordarle quiero,
en que
verás cuán ofendida me hallo,
pues
diciéndote tanto, esto te callo.
Mientras él con su estilo me ofendía,
hallé
en el mismo sitio a don García.
El
peligro me advierte
en tu
venida, y riesgo de mi muerte;
y yo,
siempre tapada,
atendí
lo brïoso de tu espada,
pero
con pena tanta
que sus
filos temía en mi garganta.
Heriste
a don García y yo, a tu cuenta,
en tus
brazos salí de la tormenta;
que no
hay tormenta alguna
que
ofenda a quien ampara la fortuna.
Trujísteme a tu casa.
En ella
escucha agora lo que pasa
para
que en las borrascas más deshechas
halles
desvanecidas tus sospechas.
Volvió
don Lope, en vano arrepentido,
a
sentir tarde lo que me ha ofendido;
que
quien hace un error precipitado,
antes
que lo cometa, lo ha llorado.
Quiso
templarme de mi enojo grave,
en el
jardín me busca y con la llave
que
antes abrir solía,
entra
con osadía.
A Laura
encuentra, que te espera atenta
y
aunque el suceso mío se lo cuenta,
perdón
la pide con caricias muchas.
Ella le
desengaña; tú le escuchas,
y él
con atrevimiento
los
pasos encamina a mi aposento
viendo que un hombre entraba
y que
Arminda no era a quien hablaba.
El
sagrado profana a mi retiro.
Yo que
airada le miro,
confusa
del suceso,
colérica le acuso del exceso.
Túrbase el corazón, el pecho arde.
Yo me
resuelvo y él está cobarde
y
creciendo las iras y el enojo,
una
pistola cojo
que
anoche te dejaste en mi aposento.
El
agravio reciente me da aliento.
La mano
animo y el furor provoco
y
apenas en la llave el hierro toco
cuando
fue disparada
saeta
enarbolada
y el
plomo ardiente luego
flecha
de alquitrán es, neblí de fuego,
que por
más que temiéndole se mete,
huyendo
de la sala, en el retrete,
el
corazón le hiere
y tan
apresuradamente muere
que aún
no permite su rigor violento
última
voz al último tormento.
Yo
entonces animosa
la
llave echo al retrete presurosa.
Salgo
presto a buscarte.
Voces y
espadas oigo hacia esta parte.
Descúbrote
de Laura la inocencia,
de mis
ejecuciones la violencia,
de don
Lope el agravio,
de mi
honor la venganza. Mira sabio,
atento
mira, pues mi mal se ignora,
lo que
a tu honor y el mío importa agora.
JACINTO: Da,
Arminda, la mano luego
de
esposa, pues es cordura
disimular tu locura,
a
nuestro primo don Diego;
que
yo sacaré de allí,
porque
ninguno lo tope,
el ya
difunto don Lope.
ARMINDA:
Obediente estoy aquí.
JACINTO: Don
Diego, Arminda es tu esposa,
y tú,
Laura, eres ya mía.
LAURA: Venció
mi amante porfía
a mi suerte
rigurosa.
JACINTO: Ya de tu amor satisfecho
la mano alegre te
doy,
Laura.
LAURA:
Y yo prevengo hoy
para
recibirte el pecho.
DIEGO: Y yo
por lo que te estimo,
Arminda, el alma te entrego.
ARMINDA: Yo a ti
el corazón, don Diego,
como a
esposo y como a primo.
Salen MOSCÓN y LUCÍA
MOSCÓN: A
Lucía y a Moscón
en
lance tan apretado
forzoso
es que haya quedado
para
casarse un rincón;
que
basta para mi intento,
cercenado de razones,
un
casamiento en rincones
o un
rincón de casamiento.
JACINTO:
Pues, dale la mano.
MOSCÓN: Toma;
que
este casamiento es llano
que ha
de andar de mano en mano
hasta
que te hagas carcoma.
PEDRO: Ya
se logró mi deseo.
ARMINDA: Ya
siempre estaré contenta
pues ha
parado mi afrenta
en tan
venturoso empleo.
LUCÍA:
Arminda hermosa, ¿qué quieres?
ARMINDA: Decir a
todos querría
que en
puntos de grosería
no hay burlas con las mujeres
y
que, en tan nueva invención
de caso
tan encubierto
halle
aplausos el acierto
y el
desacierto perdón.
FIN DE LA
COMEDIA