ACTO PRIMERO
Salen don VELA
y PORCELLOS, con rodelas, MONGANA y CARRASCO
suenan cajas
VELA: Pienso
que al arma han tocado.
PORCELLOS: Las huestes de don García
tocan arma noche y día.
VELA: Querrán
tener desvelado
el real
de don Ordoño.
PORCELLOS: Bien
pertrechados están.
VELA: Paces o
treguas harán
los rigores del otoño.
PORCELLOS: Ya que
en Castilla nacimos
y ha sido
nuestra intención
servir al
Rey de León,
pues hijos segundos fuimos
en nuestras casas, es bien
que en nuestra grande
amistad
coronada
de lealtad
segundo
nombre nos des
de
Pílades y de Orestes.
VELA: Ya nos
vieron semejantes
desde que
fuimos infantes;
no digas,
no manifiestes
con
palabras el amor
que unido
en lazos estrechos,
un alma
informa en dos pechos
una vida y
un valor.
PORCELLOS: Pues las estrellas y Dios,
que sin Él, no hay astro
alguno,
en amor
nos hacen uno
con
privilegios de dos.
No nos
perdamos, no erremos,
don Vela
nuestra venida.
Dividamos
esta vida
que con un
alma tenemos,
Don Ordoño y don García
hijos legítimos son
de Alfonso, Rey de León,
y pretenden este día
ambos el Reino. Y alegan:
don García, que es mayor;
don Ordoño, que al traidor
las cristianas leyes
niegan
la
corona, y que él lo fue
contra su
padre de modo
que el
derecho de ambos, todo
puesto en
las armas se ve.
Y si
agora quiere Dios
que muerto
quede o vencido
el que
hubiéremos servido,
perdidos
somos los dos;
porque
siendo como digo
es cierto
que su favor
no ha de
dar el vencedor
a quien
sirvió a su enemigo.
VELA:
Ordenad, don Diego, vos
lo que
habéis de hacer de mí.
PORCELLOS: Mi parecer
es que aquí
nos
dividamos los dos.
Con
arte se ha de ayudar
a la Fortuna y la suerte,
que aun
siendo fatal la muerte
tal vez se
suele excusar
con el
ingenio y discurso.
No nos
perdamos los dos.
Al un Rey
serviréis vos
y yo al
otro, y así el curso
de la
rueda de la Fortuna
contrastar
y detener
podemos;
pues suele hacer
las
mudanzas de la luna.
Si
venciere vuestro dueño,
vos me
ayudaréis después.
Mi amigo sois y no es
éste
consuelo pequeño.
Si
acaso venciere el mío,
para ser
vuestro nací.
Fïaros
podéis de mí
como yo de
vos me fío.
Y así,
con ingenio humano,
amor nos
ha dividido,
porque
estando uno caído,
el otro le
dé la mano.
VELA: Bien
decís, que la amistad
para más
satisfacción
en la
misma división
nos da
perpetua unidad.
Al
hombre, naturaleza
los brazos
ha dividido,
para que
el uno perdido
otro
ampare la cabeza.
El
capitán que es prudente,
mezclando
fuerzas con artes,
por no
arriesgarse, en dos partes
suele
dividir su gente
contra
la suerte importuna.
En esto
hallamos remedio,
pues
cogeremos en medio
la rueda
de la Fortuna,
y a su
correr y volar
con el
paso presuroso,
como
acostumbra, es forzoso
que en el
uno ha de topar.
PORCELLOS: ¡A qué
Rey queréis servir?
Vuestra
elección es la mía.
VELA: Yo serviré a don García.
PORCELLOS: Yo a don Ordoño; y decir
pudiera en esta
ocasión
que mayor
dicha me fuera
que
vuestro dueño venciera,
porque más
satisfacción
tengo
de vos que de mí.
Y
venciendo don García
pendiera
la dicha mía
de vuestra
mano, y así
más
segura la tuviera
que si la
adquiriera yo.
Aunque ya
digo que no,
porque si dichoso fuera
con
Ordoño, claro está
que si un
alma en los dos vive,
ni es
infeliz quien recibe
ni es más
dichoso quien da.
VELA: Ya
vuestros brazos espero.
PORCELLOS: De la
amorosa razón
ha saltado
el corazón
a
recibirlos primero.
MONGANA: Pues
vemos estas finezas,
¿quiere que los dos seamos
dos monos de nuestros amos?
CARRASCO: Y aun monas de las cabezas.
MONGANA:
Carrasco, mucho te quiero.
Cuanto
tuviere, por Dios,
que ha de
ser común de dos,
excepto
moza y dinero.
CARRASCO: Al
cobrar nuestro salario,
vino y
tabaco serán
tan de
ambos, que no sabrán
cuál es
dueño propietario.
No ha
de haber cosa partida
entre los
dos, de tal suerte
que
engañemos a la muerte
cuando se
engulla una vida.
MONGANA: Voto a
los rayos de Apolo
que si
pendencia tenemos,
tan uno
los dos seremos
que has de reñirlas tú solo;
y mientras riñes,
bebiendo
estaré,
para que asombre
que esté
en dos partes un hombre
bebiendo a
un tiempo y riñendo.
CARRASCO: Serás
gallina desde hoy.
MONGANA: Si el
valiente por guardar
su pellejo
ha de matar,
Carrasco,
valiente soy,
pues
cuando guardo la vida,
mato la sed.
PORCELLOS:
Bien está.
Camino el
tiempo abrirá;
cada
ejército convida
a que
mostremos los dos
nuestra
sangre ilustre el ellos.
VELA: Adiós, don
Diego Porcellos.
PORCELLOS: Amigo don
Vela, adiós.
MONGANA: Sin
cumplimientos ni ruegos
nos
haremos dos mosquitos.
CARRASCO: Adiós,
honra de coritos.
MONGANA: Adiós,
honra de gallegos.
Vanse
don VELA y MONGANA
CARRASCO: Pienso,
señor, que has errado
en haber
hecho elección
de Ordoño,
Rey de León
es García;
desterrado
Ordoño
estaba en Galicia.
A quitarle
el reino viene.
Difícil es, porque tiene
el mayor, mayor justicia.
PORCELLOS:
Carrasco, de mí nació
el
dividirnos; no fuera
puesto en
razón que eligiera
lo que es
más seguro yo.
Cuanto
más, que nunca sabe
el hombre el mejor camino
de la
dicha, porque vino
siempre
acaso. No se alabe
de que
el camino eligió
dichoso
persona alguna,
que está
la buena fortuna
donde
menos se pensó.
CARRASCO: Aquí
viene Ordoño.
PORCELLOS: Quiero
ofrecerle
mi persona,
y déle
Dios la corona
de un
católico hemisfero.
Suenan cajas y salen el REY y
SOLDADOS
REY: ¿Qué me
aconsejas?
SOLDADO 1: Señor,
que la
batalla no des,
porque su
ejército es
en las
fuerzas superior.
Más
gente y mejor armada
es la
suya. Mi consejo
es
retirarte.
REY:
Eres viejo.
Tienes ya
la sangre helada.
SOLDADO 1: No me
culpes si perdieres
tu gente
en esa maleza.
PORCELLOS: Déme los
pies, vuestra alteza.
REY: Dime,
soldado, ¿quién eres?
PORCELLOS: Don
Diego Porcellos soy,
un hidalgo
de Castilla,
que a tu
servicio real
viene
ofreciendo su vida.
Cuando es
razón que en campaña
los
castellanos te sirvan,
no era
bien que se excusase
mi
generosa familia.
Este
nombre, este apellido,
de
española sangre antigua,
Fénix es
en mí. Yo solo,
sin que
nadie me compita,
soy
Porcellos, y así quiero
que nazca
de mis cenizas
segunda
vez este nombre,
y en
España eterno viva.
A tan
altos pensamientos,
a tan
heroica osadía,
a tan
bizarros deseos,
sólo tu
nombre me anima.
Si yo en
tu servicio mancho
esta
acerada cuchilla
mezclando
púrpura humana
en las
ondas cristalinas
del
Orbigo, si a tus pies
dichosamente
derriba,
como un
halcón bien templado,
la varia
plumajería
de su
hueste y los leones
coronados que iluminan
con los rayos de sus ojos
las banderas enemigas,
¿qué más gloria para mí?
¡Vive el
cielo!, que me inclinan
sus
estrellas a servirte;
y aunque
es elección la mía
parece que
la arrebatan
con una
fuerza divina.
Ya en las
guerras de Navarra,
ya en las
fronteras moriscas,
negué al
ocio y di experiencia
a mi
hidalga bizarría.
Si a quien
soy correspondí,
ajenas
lenguas lo digan,
aunque no
se alaba aquél
que informa de su justicia.
Esto he
dicho porque alegre
vuestra
majestad reciba
los deseos
que mi alma
le
consagra y le dedica;
y también
porque he mirado
el real de
don García
con
atención. Y aunque agora
tiene
gente más lucida,
como el
nuestro aunque menor
dentro de
una hora le embista,
segura
está la victoria,
si va la
caballería
en frente del escuadrón
y allí el
bagaje camina.
Es la
razón, porque el aire
nuestra
ayuda solicita,
que en las
espaldas nos da
tan fuerte
que las encinas
de esas
montañas arranca,
y siendo
razón precisa
que en los ojos les dé el polvo.
¿Quién duda, quién desconfía
del
vencimiento? Pues, ciegos,
no ha de
haber quien nos resista.
Y en
laberintos de polvo
pensarán
que las altivas
escuadras
de Xerxes son
las que
gobierna tu dicha.
Demás de
que siendo agora,
como
vemos, medio día,
ganamos el
sol, pues queda
sobre las
más altas líneas
del auge,
a nuestras espaldas;
y es
fuerza que si declina,
crezca el
viento, y los caballos,
partos de la Andalucía,
como son
estas campañas
tierra
blanda y arenisca
y las
lluvias le han faltado,
formarán
nubes que impidan
al
ejército contrario
ánimo,
fuerzas y vista.
Y si en
esto, ¡oh, gran señor!,
natural
filosofía
tiene
crédito, yo he visto
que vuelan
buitres por cima
de su
ejército graznando
presagios
de su rüina,
pues dicen
los naturales
que
mortandad adivinan.
¿Ea, pues! Insigne Ordoño,
Rey hasta
aquí de Galicia,
y a quien
el cielo y las aves
nuevos
reinos pronostican,
manda que
toquen al arma
y agora
que no imaginan
los
contrarios que has de darles
la
batalla, porque miran
tus
fuerzas inferïores,
a Fabio
Máximo imita
que con el
arte y la industria
abismos acometía
de escuadrones y de tropas.
Las victorias que publica
más celebradas la fama
son
aquéllas que se quitan
al
ejército mayor.
Sirva,
señor, mi venida
de
trompeta porque soy
rayo que
Júpiter vibra,
furor que
el cielo desata,
flecha que
Marte fulmina,
prodigio
que el mar aborta,
bomba que
el fuego fabrica,
cuartana
de este León,
timbre y
blasón de Castilla;
y, lo que más es, señor,
soldado de
tu milicia.
REY: ¡Vive
Dios!, que no me dieran
más ánimo y alegría
las lanzas de los romanos
y las flechas de los Scitas.
Dame los brazos, Porcellos.
SOLDADO 1: Agora
llega una espía
del
ejército contrario.
Sale el ESPIA
REY: ¿Qué hay
de nuevo?
ESPÍA:
Que dos hijas
del Rey de
Navarra vienen.
Violante
con don García
se viene a
casar; Leonor
la
acompaña, y tanto fían
de su
victoria que el Rey
quiere que
en su tienda misma
las reciban, sin que pasen
a León.
Y de Castilla
un gran
soldado ha venido
que con
razones incita
a que nos
ganen el puesto.
Don Vela
se llama.
PORCELLOS:
(Y brillan [Aparte]
en sus armas, envidiosos,
los rayos del sol).
REY:
Embista
nuestro
ejército primero
al arma, y
la infantería
siga a los
caballos.
PORCELLOS: ¡Cierra,
pues la
ocasión nos anima!
Vanse. Quédase CARRASCO
CARRASCO: Estando
llena de moros
España,
¿no es gran desdicha
ver
ejércitos cristianos
manchar
con su sangre misma
las campañas?
Tocan al arma
Ya acometen.
Todo es
confusión y grita,
todo es
horror. Unos y otros
a Santïago
apellidan.
Entrar
quiero en la batalla,
aunque el alma me lastima
ver en
conflicto tan grande
que todos
tengamos crisma.
Dase la batalla
con orden y salen de dos en dos los que hablan
GARCÍA: ¿Cómo a tu
hermano mayor
el reino
le tiranizas?
REY: Para
vengar a mi padre
a quien tú
en su misma vida
heredaste
con violencia.
GARCÍA: Eres
traidor.
REY:
Es mentira.
Soy
venganza de los cielos.
GARCÍA: En vano,
Ordoño, porfías.
Vanse. Salen CARRASCO y MONGANA
MONGANA: Mongana
soy, buen Carrasco,
¿cómo de
veras me tiras?
CARRASCO: No te
conozco, ¡pelea!
MONGANA: ¿Cómo
quieres tú que riña
con mis
amigos?
CARRASCO:
Contrarios
somos
ya. ¡Riñe, gallina!
MONGANA: Ojalá que
yo lo fuera
pues
siéndolo, volaría.
CARRASCO: ¡Riñe,
liebre!
MONGANA:
Si lo fuera
correr
pudiera. ¿No miras
a don
Vela, mi señor,
que mata,
asuela y derriba?
CARRASCO: ¿Por qué
no miras también
a
Porcellos que es la grima
de tu
gente?
MONGANA:
Vuelve el rostro.
Verás que
vienen aprisa
marchando
mil elefantes
con sus
castillos encima.
CARRASCO: ¿Por
dónde?
Vuelve el rostro
MONGANA:
¡Por el infierno!
Huye MONGANA
CARRASCO: ¡Ah,
cobarde, allá caminas!
Vanse. Salen PORCELLOS y GARCIA
PORCELLOS: Cuando
todos van huyendo
de mi
valor y mi furia,
¿tú me esperas? Ya es injuria
de la fama que pretendo.
GARCÍA: Verás quien es don García,
alma y fuerzas de León.
PORCELLOS: Bien
merecerá perdón,
señor,
quien no os conocía.
Retira la espada
De vos
retiro la espada;
que siendo
de buena ley
cortar no
sabe en un rey,
porque es
majestad sagrada.
GARCÍA: No
atribuyas a respeto
lo que fue
temor. ¡Pelea!
PORCELLOS: ¿Hay
respeto que no sea
temor también? Yo prometo
que
miro en ti una deidad
tan oculta
y superior
que
animándome el valor,
me
acobarda la lealtad.
Cuando
no te coronara
timbre y
laurel soberano,
solamente por hermano
de mi Rey
te respetara.
GARCÍA: Hombre
que a Ordoño sirvió,
¿no ha
venido contra mí?
PORCELLOS: Contra tus
soldados, sí;
contra tu
persona, no.
GARCÍA: Pues
aquí viene soldado
con quien
habrás menester
tu
valor. Dale a entender
quién
eres.
Sale
don VELA buscando a su REY
VELA:
Iré a tu lado.
GARCÍA: A
animar iré mi gente.
Si ése
vences, he vencido.
Vase el REY
PORCELLOS: Si en su
lugar has venido,
menester
has ser valiente.
VELA: Ya lo
sentirás.
PORCELLOS:
¡Don Vela!
VELA: ¡Don
Diego!
PORCELLOS:
Pésame a fe,
de
encontrarte aquí.
VELA:
¿Por qué?
PORCELLOS: Porque mi
brazo recela
ofenderte, y la amistad
ha de
estar con el honor
en lugar
inferïor,
y el honor
es la lealtad.
VELA: A
nuestros reyes servimos
y amigos
somos. ¿Qué haremos?
PORCELLOS: La
obligación que tenemos:
morir,
porque a esto venimos.
VELA: Será
reñir contra mí.
PORCELLOS: Yo
pareceré soldado
o loco o
desesperado
que se da
la muerte a sí.
No
podemos excusallo.
¡Viva mi
Rey!
VELA:
¡Viva el mío!
PORCELLOS: ¡Oh,
vasallo de gran brío!
VELA: ¡Oh, valor
de gran vasallo!
Riñen un poco
PORCELLOS: En
dividirnos erramos.
VELA:
Encontrarnos fue desdicha.
PORCELLOS: ¡Qué mal
buscamos la dicha!
VELA: Pues,
muramos.
PORCELLOS:
Pues, muramos.
Riñen otro poco
¿Estás,
don Vela, cansado?
VELA: Cuidado
tengo de ti.
PORCELLOS: Más mi
amigo eres así;
que te
quiero muy honrado.
VELA: Casi
por rendirme estoy.
PORCELLOS: Eso no
haremos jamás.
Tú porque
en mi pecho estás;
yo porque tu imagen soy.
VELA: Si
nuestra la causa fuera,
rendirme
yo fuera ley.
PORCELLOS: Pues que
sirves a tu Rey,
amigo, tu
amigo muera.
VELA: ¿Quién
ha visto tal crueldad?
Contra sí son los aceros.
PORCELLOS: Dios y el Rey son los primeros;
después entra la amistad.
VELA: Si
morimos, fama y gloria
serán dos triunfos pequeños.
PORCELLOS: El honor de nuestros dueños
consiste en nuestra
victoria.
VELA: Pues,
amigo, pelear
hasta
morir o vencer.
Tocan a retirar
PORCELLOS: Si me
matas, vengo a ser
más tu amigo.
VELA:
A retirar
han tocado.
PORCELLOS: Ya los dos,
sin ser traidores, podemos
retirarnos.
VELA:
Retiremos.
PORCELLOS: Pues,
adiós amigo.
VELA: Adiós.
Salen ORDOÑO y GARCIA
vencido. MONGANA y CARRASCO
también
REY: Tus
esperanzas vencí.
Rinde el
ánimo también
o daréte
muerte.
GARCÍA:
¿A quién
he de dar mi espada?
REY: A mí.
VELA: A tu
lado estoy, señor,
que quiero
morir contigo.
GARCÍA: Ya no es
tiempo, Vela amigo,
sino de
mostrar valor
con la
paciencia. Venció
quien
menos razón tenía.
Ya soy
sólo don García,
vencido y
preso; Rey, no.
REY: Rinde,
soldado, la espada.
VELA: Cuando mi
Rey la ha rendido,
honra mía
es ser vencido.
La defensa es excusada.
Dos fuertes cuchillas ves,
oh, vencedor soberano,
la de mi
Rey en tu mano,
la del
vasallo a tus pies.
REY: Levanta
esa espada, Conde.
PORCELLOS: ¿Quién ese
nombre merece?
REY: Sólo el
que Marte parece
y a su
sangre corresponde.
PORCELLOS: Título
es nuevo en España.
REY: Nuevo es
también tu valor.
PORCELLOS: Los pies te beso, señor.
REY: Tuya es la
victoria; hazaña
digna
de Porcellos es.
Nuevas
honras darte quiero.
También es
tu prisionero
ese
soldado.
PORCELLOS:
Los pies
otra
vez humilde beso.
Diez
siglos te guarde Dios.
A VELA
Así
seremos los dos,
tú mi
dueño y yo tu preso.
MONGANA: Este
título de conde,
¿qué
significa?
CARRASCO:
No sé.
MONGANA: Conde, sin
decir de qué,
honras son
de viento.
CARRASCO: ¿Y dónde
piensas
que estás?
MONGANA: Donde acabo
la vida y
llantos escucho.
CARRASCO: No te
desconsueles mucho;
que en
efecto eres mi esclavo.
Tocan y sale un SOLDADO
SOLDADO 1: La que
Reina de León
vino a
ser, llega a mediar
vuestras
discordias.
GARCÍA: Y a dar
a mis ojos
más pasión.
Salen
VIOLANTE, LEONOR, acompañamiento de camino
VIOLANTE: Reyes
famosos, ¿cuando a bodas vengo
hallo
batallas entre dos hermanos?
¿Los
tálamos dichosos que yo tengo
son tumbas y sepulcros de cristianos?
Cuando los
labios con amor prevengo
para besar
alegre vuestras manos,
debiendo
ser unidas y trabadas,
¿en
vuestra misma sangre están manchadas?
Cuando
el yugo de bárbaros oprime
la cerviz
española con tal brío
que parece
que Júpiter esgrime
los rayos
desatados del estío,
el
Hispérico mar con horror gime
de ver que
la corriente de ese río
en
lágrimas y sangre el sendo lleve
debido en
ondas de cristal y nieve.
Envaine
la razón vuestra cuchilla,
corónense
de paz vuestros deseos,
y desterrad los moros de
Castilla,
si con sed anheláis de más
trofeos;
que
dilatando van desde Sevilla
su imperio
hasta los altos pirineos
rompiendo
con orgullo y prez bizarra
las
antiguas cadenas de Navarra.
(Ni sé
cuál es Ordoño ni García; [Aparte]
mas ya
conozco al uno en la tristeza
y al otro
he conocido en la alegría,
afectos
que nos dio naturaleza
con que
las almas hablan cada día).
¡Ea,
señor!, aliéntase su alteza.
No ha de
enseñar el que es varón constante
a la
adversa fortuna mal semblante.
Estar
alegre aquí fuera locura;
corto
valor será mostrarse triste.
Un rostro
has de mostrar y un figura
al bien y
al mal si generoso fuiste.
Considera,
señor, cuán poco dura
la dicha
de los hombres. Monte viste
que
columna del cielo ha parecido
y las olas
del mar se la han sorbido.
El que ayer fue un imperio generoso
hoy es
despojo vil de la Fortuna;
cadáver
viene a ser lo más hermoso;
firmeza no
ve el hombre en cosa alguna.
El que
mísero ayer vivió envidioso
hoy trepa hasta la esfera de la luna,
y
envidiado se ve; y dará mañana
escarmiento fatal. ¡Lástima
humana!
Para
morir con vos, y para amaros
o viviendo
y muriendo, habré venido.
Del amor conyugal ejemplos raros
seremos a pesar de humano olvido.
Vuestra sombra seré, y
acompañaros
pretendo,
aunque este reino habéis perdido.
No me
desposo yo con la corona,
¿qué reino
como el alma y la persona?
Y a ti,
crüel y bárbaro ambicioso,
que
pretendes reinar tiranamente,
¿no hay un
rayo del cielo poderoso
que
fulmine ese pecho o lo escarmiente?
¿De qué
sirve que estés vanaglorioso
si ves que
la Fortuna es
loca y miente?
Seguridad promete y nos engaña.
Hablen aquí los términos de España.
No llegues a triunfar de
la victoria.
Las garras
del León que tiranizas,
deshaciendo tu pompa y vanagloria
con roja
sangre y pálidas cenizas,
en los
anales borren la memoria
de tu
renombre, y las espumas rizas
del mar
del norte en piélagos crüeles
de fúnebre
pasaje a tus bajeles.
REY: Conde.
PORCELLOS:
¿Qué manda tu alteza?
REY: ¡Vive
Dios, que causa amor
este
singular valor,
esta
celestial belleza!
PORCELLOS: En
Navarra la serví
de menino,
y a mi ver
no hay más
perfecta mujer.
REY: ¿Deidades
son las que vi!
GARCÍA: Señora,
infelice ha sido
vuestro
valor soberano,
pues que
viene a dar la mano
a un
hombre preso y rendido.
A ser
Reina de León
salisteis
de vuestra casa.
Ya habéis
visto lo que pasa.
Vueltas de
Fortuna son.
VIOLANTE: No ha
de decir en Castilla
que fui
vana y ambiciosa.
Yo, señor,
soy vuestra esposa.
GARCÍA: ¡Oh,
valor! ¡Oh, maravilla
de las
mujeres!
Vale a dar la mano
REY:
Detente,
porque con
tu misma espada
la mano
darás manchada
de tu
misma sangre.
A Porcellos
Ardiente
es ya,
Conde, mi pasión.
Dísela
luego a Violante.
Su esposo
seré y su amante;
postra a
sus pies un León.
PORCELLOS: Señora,
si vuestra alteza
para ser
de un rey venía,
no ha de
ser de don García,
que será
vana fineza.
Dulce
cosa es el reinar;
hija de un rey no ha de ser
vasalla de
otro, y tener
dueño que
preso ha de estar
mientras viva. ¿Habrá
ninguna
que
desestime el valor,
que
aborrezca al vencedor,
y desprecie
la Fortuna?
VIOLANTE: Don
Diego, ¿tú me aconsejas
tal
mudanza y elección?
PORCELLOS: Si por un
Rey de León
un hombre
vencido dejas,
será
mudanza bizarra.
A LEONOR
Ayúdame a
persuadir,
bella
Leonor.
LEONOR:
(Y a sentir [Aparte]
otra vez
lo que en Navarra.
¡Ay, don Diego! ¡Ay, cruel amor!
Huyendo para olvidar
he venido
a tropezar
otra vez
en tu rigor).
Señora,
¿Ordoño no es
más galán
y más valiente?
VIOLANTE: ¿Y que tú
tan fácilmente
esos
consejos me des?
GARCÍA: ¿No te
ha bastado, tirano,
hacer
traidora invasión
en el
reino de León,
sino
querer dar la mano
a
Violante, y ver perdida
pompa de
un rey y un amante?
Sin el
reino y sin Violante,
¿para qué
quiero la vida?
Salgamos a desafío
los
dos. Determine el duelo
esta causa
ya que el cielo
se muestra
contrario mío.
REY: A salir
no está obligado
con su
preso un rey así.
GARCÍA: Salga don
Vela por mí.
Señala tú
otro soldado.
REY: Salga
Porcellos.
VELA:
Mi Rey,
aunque el
reino haya perdido,
el Rey
legítimo ha sido
por
naturaleza y ley.
Y es cierto que si la mano
Violante a
mi Rey le da,
mujer de
un rey se dirá
y no
esposa de un tirano.
PORCELLOS: Cuando
la naturaleza
da los
reinos eminentes,
el derecho
de las gentes
da el
imperio, y la grandeza
en las armas consistió;
y así es rey más celebrado
el que el reino ha
conquistado
que aquél
que el reino heredó.
VELA: Esa fue
sofistería
del
ingenio, que no hubiera
en el
mundo, si eso fuera,
ni
traición ni tiranía.
PORCELLOS: Si el
vasallo con malicia
se opone a
rey soberano,
decirse
debe tirano,
no al que
emprende con justicia.
VELA: Y el
pretender la mujer
tras el
reino a su pesar,
¿cómo se
podrá llamar?
PORCELLOS: Accidente
del poder.
VELA: ¿Y no
es violencia?
PORCELLOS: Aun no ha dado
la mano.
VELA: Ya
hay resistencia.
PORCELLOS: ¿Como
puede ser violencia
mejorándola de estado?
VELA: Yo lo
contradigo.
PORCELLOS: Aquí
lo estoy
defendiendo yo.
Empuñadas las
espadas, que ha vuelto don DIEGO a VELA la suya
VELA: ¿Y no es
injusticia?
PORCELLOS: No.
VELA: Luego,
¿tienes razón?
PORCELLOS: Sí.
VELA: Pues
así espero la palma.
PORCELLOS: Pues así
me está debida.
Meten mano
VELA: ¡Ay, amigo
de mi vida!
PORCELLOS: ¡Ay, amigo
de mi alma!
VIOLANTE: ¿Y ésta
es acción generosa?
Puesta en medio
LEONOR: (Mi
antiguo amor no consiente [Aparte]
un suceso
indiferente
y una
victoria dudosa).
Esperad, suspended luego
las armas;
que en esto es
don Garcia
descortés
y poco
bizarro, ciego
de su
pasión. Di, García,
¿no querer
que Reina sea
la que
servirte desea
es
amor? ¿Es bizarría?
¿Preso
y vencido pretendes
mujer de
tanto valor?
Las leyes rompes de amor.
La razón
de amor ofendes.
Amar es
querer el bien
de lo
amado aunque haya sido
con daño
propio.
GARCÍA:
Vencido
soy de tu
razón también.
Dueño
no se ha de llamar
de la
divina Violante,
ni merece
ser su amante
un hombre
particular.
De rodillas
Yo
suplico a vuestra alteza
que, pues a ser Reina vino,
siga la
ley del destino
esa
singular belleza.
VIOLANTE: A nadie
fuerza esa ley.
Levántale
No esté
así, que en mi opinión
tiene más
estimación
nacer rey
que morir rey;
porque,
sin duda ninguna,
superior
es la grandeza
que da la
naturaleza
a la que
da la Fortuna.
PORCELLOS: ¿Qué
determinas, señora?
VIOLANTE: Dudo y temo.
PORCELLOS:
¿Qué es dudar?
¿Qué es
temer?
VIOLANTE:
Es conservar
mi
opinión.
PORCELLOS:
Piérdese agora.
VIOLANTE: ¿Yo,
ambiciosa?
PORCELLOS:
No, es peor.
VIOLANTE: ¿Qué? Prosigue.
PORCELLOS:
Que se diga
que es
amor el que te obliga.
VIOLANTE: No, siendo
honesto el amor.
PORCELLOS: ¿Y la
ambición es defecto
en la que
es sangre real?
VIOLANTE: Defecto
fue natural.
PORCELLOS: Luego
llamaráse afecto.
VIOLANTE: ¿Qué
importa que afecto sea?
PORCELLOS: Ser más
lícito.
VIOLANTE:
¿Por qué?
PORCELLOS: Porque es
propio.
VIOLANTE:
Impropio fue.
PORCELLOS: ¿Cuándo?
VIOLANTE:
Cuando se desea.
PORCELLOS: Ya es
valor.
VIOLANTE:
¿Cómo valor?
PORCELLOS: ¿No es
valor noble deseo?
VIOLANTE: Un reino
es breve trofeo.
PORCELLOS: ¿Para
quién?
VIOLANTE:
Para el amor.
PORCELLOS: ¿Luego
amaste?
VIOLANTE:
Al que tenía
por dueño,
sí, que conviene.
PORCELLOS: Muda
objeto. ¿Qué más tiene
que don
Ordoño don García?
VIOLANTE: El
haber sido primero.
PORCELLOS: Como rey
le imaginaste.
VIOLANTE: Es verdad.
PORCELLOS:
Pues, rey hallaste.
VIOLANTE: Dices
bien, pero...
PORCELLOS:
No hay pero.
Reina
has de ser de León.
VIOLANTE: Ya me
tienes convencida.
PORCELLOS: Déte el
cielo larga vida.
REY: ¿Quién la
venció?
PORCELLOS:
La razón.
Ya es
tuya aquella hermosura.
Están
desviados los REYES y ellos en medio
REY: Y tú, don
Diego, has de ser
el jüez y canciller
de mis
reinos.
PORCELLOS:
Soy tu hechura.
REY: Hasta
agora no vencí,
porque el
fin de la victoria
es el
triunfo y es la gloria,
y ésa
Violante, está en ti.
VIOLANTE: Ya,
señor, que esto ha de ser;
en mi mano
hallaréis vos
fe y amor.
Vale
a dar la mano y cae VIOLANTE
¡Válgame Dios!
¿Esto es
casarse o caer?
LEONOR: Mal agüero.
PORCELLOS:
Es error vano.
No hay
agüeros.
REY:
Esto ha sido
que mis
brazos ha pedido
tu amor al
darte la mano.
Y de
aquella sujección
que has
querido, te levanto
con el
matrimonio santo
a ser
dueño de León.
VIOLANTE: ¡Ay, Leonor, cómo he temblado!
LEONOR: ¿Cuándo tú
sueles temer?
REY: Cuando
gano esta mujer,
este
reino, este soldado,
para mí
es felice día.
Entrándose
a la puerta
GARCÍA: Por ti
sólo, amigo, siento
en mi
desdicha tormento.
VELA: Tu mal
siente el alma mía.
A PORCELLOS
LEONOR: Aun
vive mi voluntad.
PORCELLOS: Tuyo soy y tuyo fui.
VELA: Don Diego,
acordaos de mí.
PORCELLOS: Sagrada
fue la amistad.
VELA: Y
desdichada mi suerte.
PORCELLOS: Ningún
sabio se ha llamad
dichoso ni desdichado
hasta que
llega la muerte.
Como van hablando se van entrando de modo que desde una
puerta a
otra se dice este fin
FIN DEL ACTO PRIMERO