ACTO PRIMERO
Salen CONRADO, OCTAVIO y CARLOS
CARLOS:
Señor, ¿qué tienes? ¿Qué mal
o qué
accidente importante
perturba en tu semblante
la gravedad natural?
¿Con tus hijos callas? ¿Cuándo
tu
pecho no nos dijiste?
Mucho nos prometes triste;
mucho nos dices callando.
OCTAVIO:
Siendo tú gobernador
de
Sicilia, siendo el hombre
de más
fortuna, más nombre,
más
grandeza, más valor,
¿qué
accidente, qué tristeza
puede
mudar, importuna,
del
estado la fortuna,
del
ánimo la grandeza?
CONRADO: No
es tristeza ni pasión
la que
veis sino cuidado
que me
tiene arrebatado
mi
propia imaginación.
(Ya
que a pensar me atreví Aparte
tan
estupendos agravios,
y han
de salir de mis labios
porque
no caben en mí,
ya
que quiero ejecutar
un
terrible pensamiento,
que en
el alma está violento
por
salir o reventar,
¿con
cuál de estos hijos míos
será
bien comunicarlos?
El hijo
menor es Carlos.
Tiene
valor, tiene bríos
para
en puestos de cuidado.
Pero
inclinado a piedad,
es
lengua de la verdad;
préciase de muy honrado.
Sé
que Octavio es más crüel;
tiene
altivo natural.
Más que
al bien se inclina al mal;
pero no
hay valor en él.
Ahora bien, sin revelar
mi
intención, he de saber
cuál de
los dos ha de ser
quien
me tiene de ayudar.)
Hijo
Octavio, salte afuera.
OCTAVIO: ¿Cómo
ese agravio me has hecho?
¿Saber
no puede tu pecho
quien
magnánimo supiera
resistir gallardo y fuerte,
por
sacarte de cuidados,
las
mudanzas de los hados
y las
sombras de la muerte?
CONRADO: Octavio,
sí; pero en esto
no hay
cosa que os toque a vos.
Mi
pecho sabréis los dos;
mi
tristeza sabréis presto.
Vase [OCTAVIO]
Carlos, escucha. Un consejo
te
previene mi cuidado.
No es
amor quien lo ha dictado,
no es
la prudencia de un viejo,
sino
la misma razón.
Heredera es Margarita
de
Sicilia. Solicita
como
amante su afición;
que
aunque esquiva, mujer es.
Con la
sangre y la amistad
dispondrás su voluntad
para
hablarla yo después.
CARLOS: No
hay en mí merecimientos
para
emprender tal abismo,
y el
conocerme a mí mismo
modera
mis pensamientos.
Su
esquivez y su belleza,
su
gallarda inclinación
a la
guerra y caza, son
pasmos
de Naturaleza.
No
me mandes emprender
imposibles.
CONRADO: ¿Ése es brío
de varón que es hijo mío?
¿Pusilánime ha de
ser
Carlos, hijo de Conrado?
No es
modestia, es cobardía;
que no
tiene sangre mía
quien a
sí se ha despreciado.
CARLOS:
Señor, la verdad diré,
y
perdone el replicarte,
que
quizá ama en otra parte
con un ejemplo de fe.
Con
un singular cuidado,
quien
se alegra en un deseo,
quien
no tiene otro empleo,
merece
ser disculpado.
CONRADO:
(Tomemos otro camino).
Aparte
Hoy me dieron un papel
con un
mote escrito en él
bien
extraño y peregrino,
y te
quiero consultar
como
cuerdo y advertido.
Lee
"Ninguno crüel ha sido
por vivir y por reinar".
CARLOS: Dice
mal. Ninguna cosa
disculpa la tiranía.
De
Eurípides repetía
la
antigüedad ambiciosa
dos
versos: que si las leyes
no observadas han de ser,
por reinar se han de
romper.
Mas si
con dioses los reyes,
que
con alto privilegio
tienen
deidad y exención,
hacer
con ellos traición,
no es traición, es sacrilegio.
Mientras más dificultosa
la
empresa del ofensor,
la
crueldad será mayor;
y es
consecuencia forzosa
que
si el bien más singular
es reinar, el que se abona
quitar
al rey la corona
será
infame por reinar.
Vase CARLOS
CONRADO:
Déjame solo. No debo
descubrirme a Carlos hoy.
Dudosa
y cobarde estoy.
Ya me animo y ya me atrevo.
¡Octavio!
Sale OCTAVIO
OCTAVIO:
¿Señor?
CONRADO: Aquí
te
dejaré satisfecho
de mi
amor, y que en mi pecho
no hay secretos para ti.
¿Qué
se puede sospechar
de un
papel que me han traído?
Lee
"Ninguno crüel ha sido
por
vivir y por reinar".
OCTAVIO: Dice
bien, pues de una suerte
naturaleza convida
a amar
nuestra propia vida
aborreciendo la muerte,
y a
mejorar el estado
y a
seguir el propio aumento;
que el
humano pensamiento
no vivirá sosegado
hasta hallar y conseguir
al bien
último y mayor,
que es ser rey y ser señor;
y el segundo es el vivir.
Y en él, varón singular,
dejó César esculpido
que
nadie crüel ha sido
por vivir ni por reinar.
La observancia de la
ley
al que
es rey no comprehende
que
bajeza o mancha ofende
la pura sangre de un rey.
¿Cuándo pastor de ganado
que por
bien o mal llegó
a ser
un rey, no ilustró
la
sangre cuando el cayado
trocó en cetro? Y si después
pierde el reino por error
o
desdicha, no es pastor,
un
ilustre varón es.
No
crueldad, mas tiranía,
la del
reinar se ha llamado;
y en
sólo haberla intentado
es humana bizarría.
CONRADO: Pues
atiende a mis razones,
ya que
gallardo y discreto
has hecho así ostentación
de tus altos pensamientos.
Hijo bastardo nací
del
celebrado Manfredo,
Rey de
Sicilia. No estuvo
elegir
mi nacimiento
en mi
mano. Fui incapaz
de la
majestad y el cetro
por
falta de destino,
por
voluntad de los cielos.
Heredó
el hijo menor;
y el
nombre de Recaredo
dejó en
Sicilia famoso
por su
valor y su ingenio.
Una
hija sola tuvo,
que es
Margarita, y muriendo
el gobierno y su tutela
me dejó
en su testamento.
Ordenó
que hasta tener
veinte
y tres años y medio,
porque
entrase en veinte y cuatro,
no
administrase este reino.
Agora se va llegando,
amigo
Octavio, este tiempo,
y del
ser gobernador
seré
despojado presto.
Pero si
la industria ha dado
púrpura, laurel, imperio,
y
estableció la osadía
repúblicas que pudieron
competir con monarquías,
no nos
falte atrevimiento.
Si la
legítima línea
de
príncipes herederos
de
Sicilia feneciese,
a
nosotros viene luego
la
majestad soberana,
y en
Margarita está cierto
que
fenece. Octavio, ¡muera!
Una
vida sola ha puesto
impedimento al reinar.
Rómpase el impedimento.
Más
aventuraba César
cuando,
ambicioso y soberbio,
cristales del Rubicón
iba
dudoso rompiendo.
¡Cuántos príncipes del Asia,
cuántos
romanos y griegos
conquistaron en España el mundo,
majestades y trofeos!
Más
fácil es nuestra empresa.
Sólo un
vaso de veneno
nos puede hacer de vasallos
reyes famosos. ¿Qué ejemplos
no están en nuestro favor?
Ya lo más tenemos hecho,
que es
el haberlo intentado.
Lógrese
nuestro deseo.
Y
porque a la tiranía
precedan más dulces medios,
como
amante has de servirla.
Conquístela el galanteo,
por si
acaso, agradecida,
te
quiere elegir por dueño;
y en no
queriendo, su muerte
dará
venganza al desprecio.
Bien te
quiere Serafina,
su
camarera, y podemos
inducirla a tal acción
con
amenazas o ruegos.
Dale
palabra de esposo,
porque
ella, con los deseos
de verse reinar, no niegue
su
industria a nuestros intentos.
Entre
los tres solamente
estará
el caso secreto,
pues que somos todos tres
interesados en ello.
¡Ea, Octavio, alto a la
empresa!
Magnánimo entrega el pecho
a la
fortuna, porque ella
te dé
felices sucesos.
Ya te
miro coronado;
príncipe te considero;
Rey de Sicilia te aclamo;
varón
dichoso te veo.
OCTAVIO:
¡Cuántas veces, cuántos ratos,
que
defraudada del sueño
gasta
en quimeras el alma
con la
quietud y el silencio
de la
noche, ha vacilado
en esto
mi pensamiento!
¡Vive
Dios, que eres idea
de mis
altos devaneos!
Dalo
por hecho, señor,
porque
el hacer mi tercero
al amor es excusado;
que
algunas veces lo he hecho;
y
Margarita, indignada
de
escuchar dulces requiebros,
con su
esquivez varonil
me ha
motejado de necio.
Del gusto de Serafina
no hay
que dudar. La tenemos
segura;
que bien lo dice
su
amoroso rendimiento.
Ella
viene. Da lugar.
CONRADO: La
ambición atrevimiento
da más
que amor. Osadía
y valor
te den los cielos.
Retírese [CONRADO] y sale SERAFINA
OCTAVIO: Tu
belleza en los jardines
cambiantes dolores mueve,
dando a los claveles nieve,
dando grana a los
jazmines.
Entre mirtos eminentes
sola
vienes, y haces bien;
que
eres el alba de quien
aprenden Persales fuentes.
SERAFINA:
Lisonjero estás, Octavio.
Volveréme.
OCTAVIO:
La razón
es
quien dicta el corazón,
y amor
es que mueve el labio.
Viendo estos varios colores
y
notando que la rosa,
sangre
de Venus hermosa,
es
reina de las flores,
dije
entre mí que debía
reinar
la mayor belleza,
pues
que aquí naturaleza
esto en las flores hacía.
Y siendo ansí, tú,
señora,
reina de Sicilia fueras:
rosa
que hermosura dieras
a los
campos de la aurora.
¡Oh,
quién te viese reinar!
SERAFINA: Locuras
y devaneos
son,
Octavio, los deseos
que no se pueden lograr.
¿Yo,
reina? ¿Cómo ni cuándo?
¿Dónde
y por qué?
OCTAVIO: ¿Cuándo? Luego.
¿Dónde? En Sicilia que fuego
de ese
monte está exhalando.
¿Por qué? Porque es dulce cosa
reinar;
dulce empresa fue.
El cómo
yo lo diré.
SERAFINA:
(Turbada estoy y dudosa).
Aparte
¿Qué
dices?
Sale CONRADO
CONRADO: Que la fortuna,
segunda
naturaleza,
ha de
poner tu belleza
sobre
el cerco de la luna.
Serafina, si has de ser
de
Octavio, tu nuevo aliento
dé ambición
al pensamiento.
Reina
te habemos de hacer.
Cuando hay valor y prudencia
en las fuertes ocasiones,
usar de breves razones
es la mayor elocuencia.
Si nos falta
Margarita,
reina
Octavio, y de esta suerte,
vida
será si la muerte
la
empresa nos facilita.
Dale
veneno, porque esto
usó
siempre la ambición.
SERAFINA: (Extraña
resolución Aparte
declarándose muy presto).
CONRADO: (Yo
sé que está persuadida Aparte
Serafina a su interés).
SERAFINA: Acción
rigurosa es
quitarle, señor, la vida.
Bastará darle un veneno
que de
jüicio la prive.
Si
incapaz de reinar vive,
reinaremos todos.
CONRADO: Bueno.
Piedad injuriosa fue,
pues, viviendo la matamos.
Si el
veneno que la demos
hace
que incapaz esté
de
reinar, será lo mismo.
¡Alto! A prevenirlo voy.
Vase [CONRADO]
OCTAVIO: Si rey
de Sicilia soy,
este
piélago, este abismo
de
amor, tendidos están
a tus
ojos soberanos.
Vase [OCTAVIO]
SERAFINA: Necios
son y son tiranos;
grandes
cuidados me dan.
Corrida estoy de que ansí,
fácilmente, satisfechos
me
descubriesen sus pechos.
¿Qué
ambición han visto en mí?
Si
descubro que alevosos
son a
la reina, en mi vida
hay venganza conocida
porque
éstos son poderosos.
Si
me niego a su traición,
han de
buscar otro medio.
No se
me ofrece remedio.
¡Qué
terrible confusión!
Sale CARLOS
CARLOS: La
primera vez, señora,
que me
viste y no has hüido
es
éste. Dichoso he sido
si me
escuchases agora
tras
de tanto padecer.
¿A qué
mujer desagrada
ser de
un hombre idolatrada
si no
se llega a perder
aquel honesto decoro
que a
la hermosura se debe?
No ama
bien el que se atreve.
Sin
esperanzas adoro.
SERAFINA: (Él
piensa que no le estimo Aparte
y vive
desconfïado,
siendo
su propio cuidado
la vida
con que me animo.,
Esfuerzos hace mi amor
si de
sus palabras huye,
y a
desdenes atribuya
los
recatos del honor.
Su
hermano es de otra manera.
Piensa
que de mí es querido,
pero,
¿qué necio no ha sido
confiado? Saber quisiera
si
tirano Carlos es;
porque
aborrecer intento
sus
acciones al momento
si son
cómplices los tres).
Carlos, ¿quién amó de veras
sin la
villana esperanza?
¿Un
silencio a ser no alcanza?
Si
dices que amas, ya esperas,
y en
mí no has de hallar favor
en
tanto que no te veo
rey de
Sicilia.
CARLOS: No creo
que vio
imposibles amor
tan
grandes. Con esto dices
que en
vano amor solicita
tu
favor, si a Margarita
dará el
cielo años felices
y
sucesión generosa.
¡Plega
al cielo que ansí sea!,
aunque
nunca un favor vea
de ti,
Serafina hermosa.
SERAFINA:
¿Luego más estimas, di,
a tu
reina que a tu dama
y a ti
mismo?
CARLOS: Quien se llama
honrado
ha de hacerlo ansí.
Mi
religión es primero;
después
de ella mi rey es;
mi dama
viene después;
yo
mismo soy el postrero.
De modo que si interviene
reina,
dama, mi provecho,
el
primer lugar del pecho
es el
que la reina tiene.
De
mi dama es el segundo;
falte
después para mí
o no
falte, porque ansí
son las
noblezas del mundo.
Si a
mi dama y reina viera
en
peligro, cosa es clara,
que yo
a mi reina amparara,
aunque
mi dama muriera.
SERAFINA: Siendo,
Carlos, de esta suerte
tu
lealtad tan conocida,
¿por
dar a tu reina vida,
te
atrevieras a la muerte?
CARLOS: Ansí
lo deben hacer
vasallos que nobles son.
SERAFINA: ¿Y corre
esa obligación
en una
ilustre mujer?
CARLOS: Sí,
porque muchas lo han hecho.
SERAFINA: (Más
nobleza y lealtad tiene). Aparte
Vete,
que la reina viene.
(No se
va quien en mi pecho Aparte
vive
siempre).
CARLOS: No sosiega
quien
ve la deidad que adora.
¿Volveréte a ver, señora?
SERAFINA: ¡Qué
pesado estás! Ya llega.
CARLOS: La
turbación y alborozo
grillos
me ponen de hielos.
¿Te
veré?
SERAFINA:
Sí, vete.
CARLOS: ¡Cielos,
no me
dé la muerte el gozo!
Vase [CARLOS].
Sale MARGARITA
MARGARITA: ¿Tú
en los jardines sin mí,
Serafina? No solías
dar
sola melancolías
a ese
pálido alhelí.
Ni
envidias ni celos diste
sin mí
a esa fuente. ¿A qué rosa,
por
verte a ti más hermosa,
has
dejado sin mí triste?
SERAFINA:
¡Pluguiera al cielo, señora,
no
viera yo los jardines
donde
llueven los jazmines
lágrimas como la aurora!
¡Pluguiera a Dios, no pudiera
mover
los pasos a ver
esas
fuentes que han de ser
llanto
de mi muerte!
MARGARITA: Espera;
no
prosigas. Cuando llega
el
tiempo que he de reinar,
cuando
mi amor singular
favor
ninguno te niega,
¿vivir no quieres? ¿No ves
que es
furioso barbarismo?
SERAFINA: Reinar
debes, y eso mismo
causa
de mis males es.
Bien
sé que tengo la muerte
o la
vida entre mis labios,
pero
diré los agravios
que la
envidia quiere hacerte.
Incapaz quiere dejarte
de
reinar con un veneno,
un
monstruo de engaños lleno
y de
edad por heredarte,
sin
ley, sin piedad, sin fe.
Peligra
en una bebida
tu
entendimiento o tu vida;
y
quieren que yo la dé.
MARGARITA:
¡Válgame Dios! ¿La ambición
tanto
ha podido en un viejo?
SERAFINA: Sin
prudencia y sin consejo
se ha
entregado a su traición.
Paséase [MARGARITA]
MARGARITA:
¡Jesús! ¡Apenas lo creo!
¡Mi
propia sangre, mi tío!
SERAFINA: ¿Qué
haremos? Que desconfío
del
remedio.
MARGARITA:
¡Yo deseo
su
aumento, su bien, su vida,
y él mi
muerte, y el mi agravio!
SERAFINA: Carlos
no lo sabe. Octavio
a tal
acción me convida.
MARGARITA:
Venga una espada; que yo
le daré
muerte primero;
mas
tarde llega el acero
si el
engaño madrugó.
SERAFINA:
Aconséjame, señora.
MARGARITA: ¡Yo sin
seso, yo sin vida!
SERAFINA: ¿Qué he
de hacer?
MARGARITA: Si mi homicida
es rey
de Sicilia, agora
mal
me podré defender.
SERAFINA: No haga en ti, señora mía,
la
fuerte melancolía
lo que
el veneno ha de hacer.
Atiende a lo que te digo.
¡Para! ¡Sosiega!
MARGARITA: Traidor,
¿ésta
es obra de tutor?
¿Éste
es oficio de amigo?
SERAFINA:
Señora, el peligro ves.
¿Qué he
de hacer para que vivas?
MARGARITA: Que ese
veneno recibas
y agua
en su lugar me des.
SERAFINA: Disimula,
porque Octavio
viene
acá.
MARGARITA:
¡Grave tormento
es
tener un sentimiento
sin
poder abrir el labio!
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: Tu
alteza acierta en pasar
las
tardes entre fuentes,
que
espejos son transparentes
del
cielo.
MARGARITA:
(Y de mi pesar. Aparte
Éste, necio me cansó .
Leal,
le halló mi desprecio;
pues
¿qué hará ambicioso y necio?
¿Moriré
a sus manos yo?)
Llégale una silla
OCTAVIO: ¿No
te sientas?
MARGARITA: Sí, me siento.
OCTAVIO: Goza,
señora, de espacio
el
abril de este palacio.
MARGARITA: (Y el
mal de su pensamiento). Aparte
Siéntase [MARGARITA]
Sed
tengo, y melancolía.
Agua me
trae de esa fuente;
mas no,
que estará caliente.
Traedla
de canela y fría.
[A SERAFINA]
OCTAVIO:
(Llegósenos la ocasión.
Aparte
Mi
padre te está esperando).
[Vase SERAFINA]
MARGARITA: (El
semblante va turbando; Aparte
mal se
encubre una ambición.
Pedir agua le alegró.
Sale CARLOS, y hace una gran reverencia
Éste es
sabio y más callado,
no
habla si no preguntado.
Más
cuerdamente llegó.
¿Si
querrá mi mal también?
No
querrá; no lo ha sabido;
porque
siempre el que ha nacido
discreto es hombre de bien).
Carlos.
CARLOS:
¿Señora?
MARGARITA: ¿Qué nuevas
publican los cortesanos?
CARLOS: Dicen
que el rey de romanos
pasa a
Nápoles, y levas
hace
Alemania de gente.
Aquel
reino hermoso y rico
ha
heredado Federico,
y es un príncipe valiente,
bizarro y joven, y ansí
Adonis
Marte se llama.
Conocíle por la fama,
y en
Alemania le vi.
MARGARITA: ¿Y
qué siente Octavio de él?
OCTAVIO: Que es
príncipe fanfarrón,
sin
piedad, sin religión,
pusilánime y crüel.
MARGARITA:
(¿Qué necio no es envidioso?
Aparte
¿Qué
envidia no es maldiciente?
Cuerdo
es Carlos y prudente;
no puede ser alevoso).
A ellos
La
pública voz es ésta.
(Y el
haberlo yo escuchado Aparte
me
cuenta más de un cuidado.
Más de
un desvelo me cuenta).
Salen CONRADO y SERAFINA, con vidrio de agua, y
PORCIA con toalla.
[CONRADO habla a SERAFINA]
CONRADO: (Tu
misma corona llevas. Aparte
Por
reinar no eres traidora).
SERAFINA: Aquí
está el agua, señora.
OCTAVIO: (Rey
seré como tú bebes). Aparte
MARGARITA:
(Serafina, dudo y temo.
Aparte
¿Te has
descuidado?)
SERAFINA: (Segura Aparte
puedes
beber agua pura
que te
da mi amor supremo).
OCTAVIO: (La
muerte, que aplica el labio Aparte
con sed
trágica e infelice,
un rey
de armas es que dice:
"Sicilia está por Octavio".
Pavón soy, que ufana rueda
puedo
comenzar a hacer.
¡Y
acabarlo de beber,
que
melancólica queda!)
MARGARITA: ¿Qué
accidente, qué tristeza
pudo
turbar mi sosiego?
¡Mi
pecho es región del fuego,
viento
y mares mi cabeza!
¡Yo
soy un mísero dueño
de
lágrimas y gemidos!
Presos
están mis sentidos
en las
cárceles del sueño.
Finge que duerme
CONRADO:
(Haciendo está en su hermosura
Aparte
el
veneno operación;
que
estos accidentes son
señales
de su locura.
Digna es Serafina bella
de la
diadema real).
OCTAVIO: (¡Qué
me parezca a mí mal Aparte
mi
propia ambición en ella!
Si
bien antes la quería,
ya le
aborrezco obligado;
pero no
me da cuidado.
Ella
beberá otro día).
Levántase furiosa MARGARITA
SERAFINA:
(Turbada, no estoy en mí.
Aparte
¿Qué
accidente el suyo fue,
si el
veneno derramé
y es
agua la que le di?)
MARGARITA:
Salid del jardín, traidores,
y no
manchéis desleales
lo puro
de esos cristales
ni lo
hermoso de estas flores.
Nadie quede en mi presencia.
Loca
estoy, haré mi oficio;
pues me
ha quitado el jüicio
una
tirana violencia.
A
ese volcán imitando
quieren
los hados que esté.
En los
árboles haré
lo que
se escribe de Orlando.
CONRADO: ¿Qué
es esto, sobrina?
MARGARITA: Tío,
un
vivir fuera de mí,
una
furia, un frenesí,
un
letargo, un desvarío.
Ausentaos ya de mis ojos;
no deis
fuerzas a mi rabia
cuando
miraros me agravia,
cuando
veros me da enojos.
CONRADO:
¡Fuerte accidente dispuso
su
desdicha!
OCTAVIO:
¡Sola queda!
PORCIA: ¡Quién
ver sin lágrimas puede
tal
desdicha!
CONRADO: ¡Voy confuso!
Vanse, y quedan MARGARITA y SERAFINA
MARGARITA: Ya
me quisiera arrojar,
con
estas ansias ardientes,
a la
plata de esas fuentes
a la
espuma de ese mar.
SERAFINA: Señora, no he de dejarte
mientras tu mal no lo impide;
que el
alma se me divide
y el
corazón se me parte.
La
imaginación ha hecho
que
estás, mi señora, ansí.
Si es
agua la que te di,
no hay
volcanes en tu pecho.
MARGARITA:
¿Fuéronse?
SERAFINA:
Todos se ausentan.
MARGARITA: Dulce
cosa es el vivir.
Y ansí
he querido fingir
lo que
de veras intentan.
No
te dé cuidado el ver
mis
locuras, Serafina;
que a
veces se determina
la
industria contra el poder
y le
vence, aunque es más fuerte.
Si
éstos piensan que perdí
el seso
cuando bebí,
no
procurarán mi muerte.
Vuela el tiempo, y otro tiempo
vendrá
tras éste. Por dicha,
lo que
en mí será desdicha,
será en
ellos pasatiempo.
Loca
con discursos vanos
esperaré que el destino
o el
cielo me abra camino
para
salir de tiranos.
SERAFINA:
Gracias a Dios que deshaces
mi
temor y mi cuidado.
Carlos
viene alborotado.
MARGARITA: Yo me
retiro.
SERAFINA:
Bien haces.
Sale CARLOS
CARLOS:
Serafina, si el decoro,
que te
es debido, te pierdo,
o no me
tendrás por cuerdo
o no
creerás que te adoro.
Piensa, pues, lo que quisieres.
Loco
estoy o te aborrezco
porque,
si dudas padezco
de
quien soy de quien eres,
¿qué mucho que loco esté?
A la
reina dejó triste
la
bebida que le diste.
Sospechosa está mi fe.
¡Vive Dios! Que has de decir
lo que
le diste a beber.
Monstruo,
fiera, ángel, mujer,
di ¿qué
has hecho?, que morir
quisiera antes que mirar
en mi
reino tal desdicha.
SERAFINA: ¿Eres
su amante, por dicha?
CARLOS: ¿Eso,
oh falsa, has de pensar?
¿Y me había de atrever?
Harás
que aquí me avergüence
a amar
la deidad que vence
los
términos de mujer.
Como
hombre de sangre buena,
como
vasallo leal,
deseo saber su mal;
pretendo saber su pena.
¡Y
ojalá aquella bebida
mi
padre le hubiera dado
porque
yo, desobligado
de
aquel ser, de aquella vida
que
me dio, con este acero
castigara su ambición,
o
supiera la ocasión
de
aquel accidente fiero
de
mi reina, cuya fama
antes
de su tiempo reina;
porque
en tocando a mi reina
ni
tengo padre ni dama.
SERAFINA: La
cólera te perdono;
y
advierte que es desvarío
tu
sospecha.
CARLOS:
No me fío
de tu
lengua.
Sale la reina [MARGARITA]
MARGARITA:
Yo lo abono.
CARLOS: Yo a
tu presencia real
alegre
niego los ojos.
Vase CARLOS
SERAFINA: (Yo
agradezco tus enojos). Aparte
MARGARITA: ¡Qué
vasallo más leal!
Vase [MARGARITA]
SERAFINA:
Dime, Amor, ¿qué es lo que intentas?
Pues en
medio de la furia
de su
enojo y de mi injuria,
creces
más y más te alientas.
Salen CONRADO, con una carta, FEDERICO y
CAMILO
CONRADO: A
buen tiempo, Serafina,
nuestra
industria efecto tiene.,
Del Rey
de Nápoles viene
este
embajador.
SERAFINA:
¿Se inclina
a
Margarita?
CONRADO:
Sospecho
que se
inclina a su hermosura,
pero en
viendo la locura,
saldrá
el amor de su pecho.
CAMILO:
(Embajador de ti mismo
Aparte
pienso
que han de conocerte).
FEDERICO: (No
podrán, pues, como sabes Aparte
viví en
Alemania siempre).
CONRADO: Señor
marqués de Pescara,
Federico, a quien prospere
el
cielo, me escribe en ésta,
lo que yo
he de hacer alegre,
que os
dé crédito y os sirva.
Decidme
lo que pretende.
FEDERICO: La
conveniencia es muy grande.
Fama
Federico tiene
de las
virtudes y partes
de
Margarita.
CONRADO:
¡Qué breves
son las
pompas de este mundo!
Vueselencia a tiempo viene,
que a
todos tristes nos halla
por un
extraño accidente.
No le
quiero decir nada;
que la
misma reina puede
hablar
por mí cuando a darle
la
embajada del rey llegue.
Ella
sale.
FEDERICO:
(Estoy confuso). Aparte
¡Camilo!
CAMILO: ¿Señor?
FEDERICO: Atiende
a mirar
la reina bien,
porque
el alborozo suele
turbar
tal vez los sentidos.
CAMILO: ¿Luego
por mi gusto quieres
enamorarte? Pues date
por
casado. Como un diente
le
quede solo en la boca,
no hay
mujer que yo deseche.
Años,
arrugas, lagañas,
corcovas, zarpas y liendres
no me
estorbaron jamás.
Como
Duero soy, que bebe
todas
las aguas.
Salen MARGARITA, PORCIA, OCTAVIO y CARLOS
CONRADO: Sobrina,
huélgome que te sosiegues
para
recibir la carta
de Federico.
MARGARITA;
(Tú mientes, Aparte
que no
te huelgas, villano.
Que no
me tiene, conviene,
el
embajador por loca,
ni éste
por cuerda. ¡Qué fuerte
es el
trance en que me veo!)
OCTAVIO:
¿Vuestra majestad se siente
para
escuchar al marqués?
MARGARITA: (¡Qué
gallardo talle tiene!) Aparte
FEDERICO:
¡Camilo!
CAMILO:
¿Señor?
FEDERICO:
¿No miras
entre
hermosos rosicleres
salir
el sol derramando
la
púrpura del oriente?
CAMILO: Para mí
tres soles hay,
y si
tres dueñas saliesen,
también
hubiera seis soles,
y con
una enana, siete.
FEDERICO: Su
efecto halló mi deseo.
Deidad
humana parece.
CAMILO: Como
galán de comedia
te
enamoras de repente.
FEDERICO: Ya
enamorado venía
por la
fama; y si eminente
es su
hermosura a la fama,
no te
espantes si me vence.
Siéntase [MARGARITA].
Habla CARLOS a
ella
CARLOS: Señora,
vive advertida,
porque
Federico es éste.
MARGARITA: Tenlo
secreto.
CARLOS: Sí, haré.
MARGARITA: Corazón
que agora teme.
ojos
que agora se turban,
memoria
que se divierte,
alma
que inquieta me anima,
lengua que agora enmudece,
¿qué
significan? ¿Señales
son de
amor? ¿Vencerme quiere?
Ojos,
sed más recatados;
corazón, sed más valiente;
memoria, sed más atenta;
alma, sed aquí más fuerte;
lengua,
sed más atrevida).
FEDERICO:
Federico, a quien los reyes
de
Sicilia dieron sangre,
me
envía para que bese
a tu
majestad la mano
y suplique humildemente
pases
por ésta los ojos.
MARGARITA;
Sentaos, Marqués.
FEDERICO: No consiente
estas
honras mi embajada.
MARGARITA:
(¡Cuántas veces, cuántas veces
Aparte
la fama de Federico
me dió
cuidados alegres,
presagios del mal futuro,
señales
del bien presente!)
CONRADO: ¡Vive
Dios, que la ha dejado
el
frenesí). Bien te puedes
alegrar
con esa carta.
MARGARITA: (Tú me
dices lo que temes. Aparte
Leyendo
Allá me llevas los ojos,
Federico. Apenas leen
entre renglón y renglón.
A mirar tu talle vuelven.
Si estoy loca, no sé. Basta.
Si
respondo cuerdamente,
corre
peligro mi vida.
¿Quién
vio dudas tan crüeles?
¿Qué he
de hacer agora? Agora
dame
ayuda si Dios eres,
Amor. Hagamos de modo
que tan
presto no se ausente
hasta
estar desengañado;
y, si
por loca me tiene,
dude si
es verdad. Así
sosegarán los aleves,
pensando que loca estoy).
A
semejantes papeles
doy
esta respuesta yo...
Rómpele y levántase
...para
que el viento se lleve
los
engaños y mentiras.
Marqués, no es éste. Prendedle.
CONRADO: Señora,
¡mira qué dices!
MARGARITA: Digo
que marqués no es éste
de
Pescara, y nos engaña.
¡Préndanle luego! No dejen
que de
Sicilia se vaya
hasta
que otra cosa ordene.
[A FEDERICO]
CAMILO: ¡Buen lance habemos echado!
"Entre hermosos
rosicleres
el sol
sale derramando
la
púrpura del oriente".
CONRADO: En mi
carta lo acredita
Federico.
MARGARITA:
¿No le prenden?
FEDERICO: Yo
mismo seré, señora,
quien a
la prisión se entregue.
[A FEDERICO]
CONRADO:
Perdona, que loca está
y éste
ha sido el accidente
que te
dije. Su humor sigue.
Fuerza
es que dejes prenderte
por
quietarla.
FEDERICO:
(Amor, ¿qué es esto? Aparte
¿Tan
alta deidad padece
tal
desdicha?) Preso estoy.
MARGARITA: Andar podrás libremente,
como
palabra me des
de no
ausentarte. A quien eres
has de jurar de estar preso
el tiempo que yo
quisiere.
FEDERICO: Sí, la
doy.
CAMILO:
(¿Qué has hecho, necio? Aparte
Mas no
importa que se quiebre
a una
loca la palabra).
FEDERICO:
(Cumpliréla eternamente).
Aparte
MARGARITA:
(Prisiones pienso que son
Aparte
del
amor estar alegre
Federico, si es que ama).
CONRADO: (Con
esto ha hecho que cesen Aparte
los
casamientos).
CARLOS: ¡Confuso
esta
locura me tiene!
FEDERICO: ¡Qué
beldad tan desdichada!
MARGARITA: ¡Qué
piedades tan crüeles!
FEDERICO: ¡Qué
locura tan hermosa!
MARGARITA: ¡Qué
preso tan inocente!
FIN DEL PRIMER ACTO