ACTO SEGUNDO
Salen FEDERICO y CAMILO
CAMILO:
¿Cómo es posible que trates
de
tener tan loco amor?
Vete a
enamorar, señor,
las
casas de los orates.
Vuélvete a Nápoles ya,
que en
otra parte hallaremos
mujer cuerda. En los extremos,
el vicio, dicen que está.
¡Qué finezas son las tuyas!
¡Qué extremos
impertinentes!
FEDERICO:
¿Melancólico me sientes?
Ni me
aconsejes ni arguyas.
Vi su hermosura y amé.
Fuerza
fue amar si la vi.
CAMILO:
Prosigue diciendo así:
"Vi la loca y la olvidé".
FEDERICO: ¿Qué
he de hacer si amor porfía?
CAMILO:
Vendiendo cierto lacayo
en tu
corte un papagayo,
alabándola decía:
"Es el pájaro más bello
que
voló en el otro polo,
y es
tan gracioso que sólo
le
falta hablar", siendo aquello
lo que debiera tener.
Esto
mismo dices, preso,
pues
sólo le falta seso
a esa
perfecta mujer.
FEDERICO: ¿Y
si cesa el accidente?
CAMILO:
Esperanza es engañada.
Cuando
esté más sosegada,
volverá
el mal de repente,
y te
dirá que es Dios Padre.
De
locos no hay que fïar;
de
ellos te debes guardar;
fue
consejo de mi madre.
FEDERICO: Yo,
Camilo, determino
ver
otra vez su hermosura;
y si
pasa la locura
adelante, aunque me inclino,
venceré mi voluntad.
CAMILO: ¿Y nos
iremos?
FEDERICO:
Si creemos,
admirando, los extremos
de su
desdicha y beldad.
Pues
viendo naturaleza
tan
singular perfección,
aunque
era su misma acción,
[envidiaba la belleza]
que
le daba y el pincel
arrojó
con tanto exceso
que
pudo manchar el seso.
¿Qué
envidioso no es crüel?
CAMILO: Tu
padre en tu compañía
por
[ser] tu loco me envió.
Si volviese
cuerdo yo,
y tú,
loco, ¿qué sería?
FEDERICO: A
estos jardines desciende.
CAMILO: Pues
toma resolución.
FEDERICO:
Tristezas sus males son,
y en
ellos sanar pretende.
Salen MARGARITA y SERAFINA
SERAFINA:
Señora, el gobernador,
enemigo
de tu vida,
quiere
darte otra bebida,
pensando que estás mejor.
Finge. Más treguas no des
al
fingido frenesí.
MARGARITA: Dices
bien; harélo ansí.
SERAFINA: Aquí
tiene al marqués.
FEDERICO: Al
preso dirás; tan preso
que ni
al pensamiento da
su
libertad.
CAMILO:
(Loco está Aparte
quien a locos habla en seso).
FEDERICO: Tan
gustosamente soy
a tu
prisión obediente,
que,
como el alma no siente,
con
escrúpulos estoy
de
que no te obedecí.
¡Y así,
señora, quisiera
que el
alma más lo sintiera
para
hacer algo por ti!
MARGARITA:
Quien rinde la voluntad
aunque
con su gusto sea,
claro
está que no desea
ni
estima la voluntad.
Si
en el ánimo consiste
la
verdadera prisión,
esos
escrúpulos son
señal
de que obedeciste;
y
así no deja de ser
prisión
la tuya, pues cuando
el alma
está deseando,
no es
prisión, y es padecer.
FEDERICO: Tan
sutil filosofía
bien
claramente nos dice
que hay
adversidad felice.
Y ansí
viene a ser la mía
una desdicha dichosa,
una
prisión libertada,
una
cárcel estimada,
y una
culpa generosa.
Es
desdicha, porque ansí
causa a
tus enojos doy;
dicha,
porque preso estoy
donde
puedo verte a ti.
MARGARITA;
Pues, marqués, verme o no verme
dicha
puede ser ni pena.
(Calla,
Amor, si eres sirena; Aparte
si eres
basilisco, duerme).
Si verme a gusto os obliga,
y no
verme os atormenta,
razón
será que se sienta,
mas no
es razón que se diga.
No
es materia, ésa, que os toca
cuando
de prisión hablamos.
FEDERICO:
(Camilo, ya no nos vamos.
Aparte
Bien
discurre; no está loca).
Ver
un preso a la que puede
darle
libertad y vida,
esperanza es conocida,
dicha
que el cielo concede.
Y ansí dije que es prisión
sin tormento y sin enojos,
la prisión que ven tus
ojos,
que dueños de todos son.
MARGARITA:
Quien tan rendido obedece,
quien
preso siente alegría,
quien
de mí no desconfía,
bien la
libertad merece.
Ya
que quedáis desobligado
de la
palabra, ¿qué ha sido
la
prisión que habéis tenido?
FEDERICO: No la
acepta mi cuidado.
La
libertad es molesta;
no me
la deis os suplico.
MARGARITA: Libre
estáis ya, Federico.
Llevaréis esta respuesta:
que
rompí su carta yo
porque
ha sido impertinente
carta,
cuando está presente
la mano
que la escribió.
CAMILO:
¡Conocióte!
MARGARITA:
Si os prendí
entre
blasones tan claros,
fue
para tener qué daros;
pues si
menos rica fui
que
vos, ¿daros ser podría
si la
libertad no os diera?
Aunque
también os prendiera
por
incrédulo y espía
--
de vuestro gusto y mi fama --
que no
es galán verdadero
aquél
que quiere primero
examinar a la dama.
FEDERICO: (Ya
no nos vamos, Camilo). Aparte
¡Oh, beldad cuerda y discreta!
CAMILO: Aquí
dijera un poeta:
"¡Oh, engañoso cocodrilo!"
SERAFINA:
¿Decláraste?
MARGARITA:
Ya conviene.
SERAFINA: Conrado
viene, el crüel.
MARGARITA:
¡Noramala para él!
¡Y en
qué mal tiempo que viene!
Salen CONRADO, OCTAVIO y CARLOS
CONRADO: A mí
me doy parabién
de que
alentada te veo.
¡Sabe
Dios si lo deseo!
MARGARITA:
(¡Crüel, yo lo soy también!)
Aparte
CONRADO:
Dale, señora, licencia
al
marqués, que se detiene
más
tiempo del que conviene.
MARGARITA: Si el
marqués tiene paciencia,
¿por
qué tenéis prisa agora?
(Locura
he de fingir. Aparte
¡Oh, lo que puede el vivir!
El rey
se desenamora,
si
algo bien le ha parecido.
¡Cuánto
mal hace un ingrato!)
CONRADO: Porque
te alegres un rato,
los
músicos han venido.
MARGARITA;
Luego embarcarte procura.
Vete a
Nápoles, marqués,
porque
estos dos que aquí ves
te
pegarán mi locura.
(Decir pretendo verdades;
Aparte
pues
locuras multiplico
y
quiero que Federico
sepa
mis habilidades).
Si a
examinarme viniste,
hacer
quiero ostentación,
como la
rueda el pavón,
porque
cuentes lo que viste.
Cantemos todos, y cuenta
al rey
que locos estamos.
CAMILO: ¿Parece
que no nos vamos?
Volvióle el triste accidente.
CONRADO:
¿Cantar quieres?
MARGARITA: Y ha de ser.
CONRADO: ¿No
miras que es desvarío?
MARGARITA: Pues
bebí, cantaré, tío.
¡O
cantar o no beber!
Dígase aquella letrilla
de que
alguna vez me agrado.
CAMILO: Confuso
me da cuidado;
dudoso
me maravilla.
MUSICOS:
"Súfrase quien penas tiene;
que
tiempo tras tiempo viene".
MARGARITA: Dice
esta letra verdad;
que un
tiempo tras otro viene;
y
algunas veces conviene
que esté el rey sin majestad;
que
el cuerdo locuras diga;
que
disimula quien ama;
que
tenga piedad la dama;
y tal
vez el tiempo obliga
a no
creer lo que vemos,
ni a juzgar lo que miramos.
¡Oh,
cómo nos engañamos!
Secreta
el alma tenemos.
Dios
sólo ve el corazón;
misterios el hombre encierra.
Nuestra
vida humana es guerra;
ardides
las obras son.
Cuerda es tal vez la locura;
una vez
se ha de morir;
dulce
cosa es el vivir;
engañosa es la hermosura.
Si
en este tiempo me aflijo,
en otro tiempo me alegro.
"Blanco vi lo que fue negro",
por
esto, marqués se dijo.
MUSICOS:
"Súfrase quien penas tiene;
que
tiempo tras tiempo viene".
CAMILO:
¿Gloso?
MARGARITA: Yo quiero danzar
para
que entienda el marqués
que
hará mudanza quien es
loca
ahora.
Danza un paseo
CONRADO: No has de estar
tan sin decoro. No sea
lástima nuestra tu brío.
MARGARITA: ¡Lo que
mi quiere mi tío!
Tenga
lo que me desea.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: La
pluma está aquí.
MARGARITA: Yo soy
quien
ha de firmar.
CONRADO: Señora,
estás
indispuesta agora.
MARGARITA: Mas
cuerda que vos estoy.
Venga esa pluma y entienda
el
marqués que sé escribir.
Escribe
FEDERICO: (¡Qué
tan sabio discurrir Aparte
con
accidentes se ofenda
lastimosos! ¡Cielo! ¡Cielo!
¿Qué no
te mueva a piedad
esta
hermosa majestad,
esta
hermosura del suelo?
No borres esta belleza;
no
manches este cristal,
traslado del celestial
blasón
de naturaleza.
¡Cese, cese tu rigor!
¡Sé
piadoso en tu ejercicio!
Da a
Margarita jüicio,
o
quítame a mí el amor).
MARGARITA:
Mirad mi letra, marqués.
¡Leerse! Y aunque rompí
vuestra
carta, la leí.
Ésta la
respuesta es.
Dale el papel
Otra
habilidad me falta,
que al
veloz gamo he seguido
en el
valle más florido
y en la
montaña más alta.
De
Adonis vengué la muerte
con un
venablo; que así
la
furia de un jabalí
resistí
gallarda y fuerte.
CONRADO:
Bastan ya los accidentes.
Partir
quiere el marqués.
Más
lástima no nos des.
MARGARITA: ¿Tú
estás lastimado? Mientes.
Federico, Federico,
hijo
del emperador,
que de
un reino eres señor,
el más
hermoso, el más rico,
loca
me quieren hacer.
De rodillas
¡Denme
libertad tus manos,
y libra
de estos villanos
a una
infelice mujer!
Mi
humilde inocencia ampara.
Cuerda
estoy y esto suplico.
CONRADO: Señora,
no es Federico;
que es
el marqués de Pescara.
OCTAVIO: ¡Qué
locura!
CONRADO: ¡Qué dolor!
MARGARITA: Pues si
a este marqués agrada,
con tu
favor y esta espada,
Saca la espada a FEDERICO
vos
probaréis mi rigor.
¡Vive Dios!, que he de esgrimir
aqueste
acero de suerte
que
tiemble de mí la muerte.
Vuestros pechos he de abrir,
porque salga la
fiereza.
¡Déjame, que he de matarlos!
CARLOS:
¡Señora!
MARGARITA:
¿Qué tienes, Carlos?
Segura
está tu cabeza.
FEDERICO: Todo
encanto me parece;
todo me
parece sueño.
Volved
la espada a su dueño,
porque
con ella os ofrece
morir en vuestro servicio.
En mi
brazo, como es justo
la
moverá vuestro gusto.
A FEDERICO
CAMILO: ¡Qué
hablando estés en juicio!
MARGARITA:
También yo, como crüel,
vuestro
pecho abrir quisiera.
FEDERICO: ¿Por
qué conmigo tan fiera?
MARGARITA: Para
ver lo que hay en él.
FEDERICO:
Halláredes un amor
que en
el mundo no se usa,
una
lástima confusa,
una
duda y un temor;
una
imposible esperanza,
una
engañosa verdad,
una
pena sin piedad,
un
tormento sin mudanza,
un
cuidado que no es
y un
bien que el tiempo ha deshecho.
MARGARITA: Brava
oscuridad de pecho.
¡Dios
os alumbre, marqués!
CAMILO:
¿Está preñado?
CONRADO: Ya basta
tanto
hablar. Veré si puedo
sosegarla con el miedo.
Detrás ellos
MARGARITA: ¡Oh,
viejo de mala casta!
Vos
me habláis con ese brío?
¡Temed! ¡Ya Sicilia tema!
OCTAVIO: Con los
dos tiene la tema.
Vase OCTAVIO
MARGARITA:
(¡Vengaré el agravio mío!...
Aparte
Mas
no, que locura es
no
callar disimulada).
FEDERICO: Señora,
dadme la espada.
MARGARITA: Todo se
os rinde, marqués.
Dásela a la puerta, y vanse todos
FEDERICO: ¿A
cuál hombre sucedió
esto que me está pasando?
En mi
pecho borra hablando
lo que
viéndola pintó.
Cuando
los labios cerró,
imagen
hermoso fue
de
quien yo me enamoré;
pero en
oyéndola hablar,
se
quedó sin retocar
el amor
que bosquejé.
CAMILO:
¿Pintor estás hoy?
FEDERICO: De aquí
partir
al punto debemos;
que
estoy entre dos extremos,
dudoso y fuera de mí.
Hermosura muerta vi,
y el
retrato celestial
desmintió el original.
¡Oh,
qué belleza tan alta!
Pero si
el alma le falta
es
belleza irracional.
Hermosura tiene el prado,
la
flor, la abeja, la fuente,
pero
ninguna consiente
corazón
enamorado.
Lo
mismo he considerado
que
debo sentir agora.
Margarita es bella aurora,
pero es
bruto su valor;
que la
más hermosa flor
alegra
mas no enamora.
Huyamos, y yo escarmiente
en el
otro desdichado
que se
hallaba enamorado
de una
estatua. Estando ausente,
entrará
en mi pecho ardiente
con
lástima el olvido.
Sirena
al contrario ha sido.
Para
hüír sus enojos
debemos
vendar los ojos
y
destapar el oído.
CAMILO:
Haces bien. Cuerdo es tu intento;
que si
un rato cuerda es,
locuras
hará después.
¿No
sabes el otro cuento?
Un
alcalde de repente
mandó
azotar a un [bermejo],
y
riñéndole el consejo
porque
le azotó inocente,
replicó: "Bien hecho está.
Yo le
azoté con derecho;
y si
hasta agora no ha hecho
por qué
azotarle, él lo hará
que
bermejo es"..Mas di,
¿leíste
acaso lo escrito?
FEDERICO: No lo
he visto.
CAMILO: Fue delito.
FEDERICO: ¡Buena
letra! Y dice así:
"No hay reinar como vivir".
CAMILO: ¿No
dice más?
FEDERICO:
Esto dice.
Y como
discursos hice
para
amar y resistir,
qué
dudar y qué sentir
me dan
agora, Camilo.
Misterios tiene su estilo.
CAMILO: El más
valiente se espanta
cuando
la sirena canta,
cuando
llora el cocodrilo,
cuando el basilisco mira,
cuando
el toro escarba. Teme
que el
fuego manso te queme,
porque
en la blandura hay ira
como el
áspid cuando espira
entre
las flores veneno.
¿De
misterios hallas lleno
el mote?
Locuras son.
FEDERICO:
Discurre con razón,
ya que
con desdichas peno.
"No hay reinar como vivir",
que
debemos estimar
el
vivir más que el reinar
sin
duda quiere decir.
CAMILO: ¡Qué
donoso discurrir!
FEDERICO: Luego
la reina ha dejado
de
reinar porque ha estimado
más la
vida, y de esta suerte
sin
duda teme la muerte
en el
reino que ha heredado.
A
solas discurre bien;
y en
viendo a su viejo tío,
con un
colérico brío
muestra
un furioso desdén.
Favor
me pidió. También
quién
soy sabe. A que me vaya,
da
prisa Conrado. Que haya
misterio en esto no dudo.
¿Qué
escollo, qué monte pudo
resistir en esa playa
más
olas? ¡Qué confusiones
y dudas
resisto yo!
Segunda
vez me venció
amor
con estas razones.
Si
remedio no interpones,
veloz
tiempo, yo me pierdo.
De
nuevo sueño recuerdo;
nueva
deidad me provoca.
¿Si Margarita está loca,
para
qué quiero ser cuerdo?
Sicilia mi tumba sea;
volcán
de Sicilia soy.
Sienta
mis ausencias hoy
si
Nápoles me desea.
Como yo
a la reina vea,
he de
esperar y sufrir,
padecer, amar, sentir
vida
pobre [o] muerte rica,
hasta
ver qué significa
"No hay reinar como vivir"
Vanse y salen MARGARITA y SERAFINA
MARGARITA:
Corrida estoy, Serafina,
de
hacer locuras. Fingir
me ha
cansado; y a morir
algunas
[veces] me inclina
la
vergüenza que padezco.
A solas no puedo hablar
a
Federico; lugar
no me
dan. Loca padezco,
y
pienso que loca estoy
cuando
más estoy en mí,
SERAFINA: Un
remedio tengo.
MARGARITA: Di.
SERAFINA: Finge
que quieres desde hoy
a
Octavio; di que deseas
casarte
con él, de suerte
que si
pretende tu muerte,
aunque
algunas veces seas
cuerda, engañados con esto,
tu vida
han de procurar.
MARGARITA: ¿Qué sé
yo si para amar
estará
Octavio dispuesto?
Porque, de ti aficionado,
reina
ha de querer hacerte
con mi
desdicha y mi muerte.
Y no sé
yo si Conrado
tiene a Carlos más amor.
Agora
Bien, quiero engañarlos.
Fingiré
que quiero a Carlos,
que es
hombre de más valor.
Lo
mismo haré con Octavio.
Cada
uno ha de entender
que
suya pretendo ser.
SERAFINA: A
Carlos haces agravio
si
él no viene en la traición.
MARGARITA: ¿Podrá
defenderme a mí
de su
hermano y padre?
SERAFINA: Sí;
pero
aunque...
MARGARITA:
La turbación
dice
que bien le has querido,
y que
de mí desconfías.
SERAFINA:
Sirvióme, y ha muchos días
que su amor ha suspendido.
MARGARITA:
Segura estarás de mí,
y antes
haré con destreza
examen
de su firmeza.
Yo le
querré para ti.
SERAFINA: Dame
la mano.
MARGARITA:
Los cielos
por la
tuya me han librado.
Mal
podré darte cuidado;
mal
podré causarte celos.
SERAFINA:
Carlos viene. Yo te dejo.
Ten
piedad como hermosura.
Aun no
quedo muy segura.
Mi
muerte fue mi consejo.
Vase [SERAFINA].
Sale CARLOS
CARLOS:
Reina y señora, estos días
melancólica te veo.
Tu
gusto solo deseo.
Dime,
si de mí te fías,
si en tantas melancolías
puedo
servirte muriendo;
y
perdóname si ofendo
tu
silencio preguntando,
porque
padezco dudando
y
porque vivo temiendo.
Este
brazo y esta espada,
este
pecho y esta vida,
a tu
obediencia ofrecida,
a tu
gusto dedicada,
si te
sirve, si te agrada,
sabrá
perderse por ti.
Vasallo
tuyo nací.
Permite que entre tus labios
muestre
el alma sus agravios
que son muertes para mí.
Si mi sangre te
ofendiera
con un
ingrato barbarismo,
pelícano de mí mismo,
mi pecho y venas rompiera,
mi
propio ser deshiciera
y con
ánimo leal
no
temiera liberal
los
asombros de la muerte,
pervertiendo de esta suerte
en mí
el orden natural.
MARGARITA:
Carlos, mi pecho os daré
manifiesto. Sólo quiero
no
casar con extranjero.
CARLOS: Siempre
entre los reyes fue
usado,
claro se ve
la
conveniencia, el casar
con los
reyes por el mar
o por
la tierra cercanos;
porque
imperios soberanos
quieren
unión singular.
Hacer un rey de un vasallo
no es
política prudente;
y ansí
un grande inconveniente
en tus
pensamientos hallo.
Perdóname si no callo
mi
opinión.
MARGARITA:
Y si el rey fuera
hijo de
Conrado?...
CARLOS: Diera
al
mundo espanto mayor,
que una
estrella el resplandor
del
mismo sol compitiera.
Rey,
el rey ha de nacer.
Vasallo
Octavio ha nacido.
MARGARITA: No es
Octavio el escogido.
CARLOS: Pues
otro no puede ser.
Nadie llegó a merecer
tan ilustre majestad.
Federico, esto es verdad,
sangre
es tuya. No es extraño.
No
permitas que el engaño
turbe
ansí tu voluntad.
MARGARITA:
Federico no se inclina
a mi
amor. Mal satisfecho
de mis
partes, yo sospecho
que se
rinde a Serafina.
CARLOS: No es
posible; que es divina
la
majestad que hay en ti,
y el
que es rey es un neblí
que a
las águilas se atreve.
Cuando
en esferas de nieve
surca
líneas de rubí,
no
abate sublimes vuelos
a
empresas de otro valor.
MARGARITA: No
tienes, Carlos, amor,
pues no
has tenido celos.
CARLOS: Ya
confieso que son cielos
de
Serafina los ojos
para
mis vanos antojos;
y amores castos y sabios
nunca
recelan agravios;
nunca
padecen enojos.
No
ofende el sol al aurora.
MARGARITA: Pues yo
te quiero.
CARLOS: ¿Tú a mí?
MARGARITA: (Para
Serafina, sí). Aparte
CARLOS: Beso tu
mano, señora.
MARGARITA:
Descubrirte quiero agora,
que te
he visto varón sabio,
mi
pena, mi mal, mi agravio.
Ayudarme tienes hoy.
Sabe, Carlos, que no estoy...
CARLOS:
¡Silencio, que viene Octavio!
MARGARITA: (¿Por qué los hados crüeles Aparte
el remedio me dilatan?)
Vete,
pues.
Vase CARLOS. Sale
OCTAVIO
OCTAVIO: ¿Cómo te tratan
estas
fuentes y laureles?
¿Cómo te va de tristeza?
MARGARITA: Mal de
gusto y de salud.
OCTAVIO:
Esfuerce la juventud
desmayos de la belleza.
MARGARITA: (¿A
un necio que me molesta Aparte
amores
he de fingir?)
¡Lo que
me cuesta el vivir!
(¡La
mayor locura es ésta!) Aparte
[Octavio, sé que sabrías]
darme
el gusto más perfeto.
Remedia
como discreto
mis
graves melancolías.
No
quiero tomar estado
fuera
de Sicilia yo;
primos
el cielo me dio;
dile mi
gusto a Conrado.
OCTAVIO: (Casarse quiere la loca; Aparte
con
Carlos debe de ser.
¿Más
envidia he de tener;
más
sentimiento me toca?)
Carlos, señora, no es
varón
que sabrá reinar.
MARGARITA: Con tu
ingenio singular,
¿es
posible que no ves
del
fiero Amor los agravios
con que
al pecho quiere entrarse?
¿No ves
el alma asomarse
a los
ojos y a los labios?
¿No te ha dicho mi recato,
con
retórica elocuente,
la pena
que el alma siente?
(¡Qué
tierno está el mentecato!) Aparte
OCTAVIO: Si
tu pecho, ilustre y bello,
dijo el
dueño que le agrada,
el alma
desconfïada
no
habrá sabido entendello.
MARGARITA: ¡Oh,
cómo la discreción
de sí
misma desconfía!
El
talle, la gallardía
sin
soberbia presunción,
bien
parecen. Sabe pues,
que el
hombre que más merece
es el
que bien me parece.
OCTAVIO: Dime,
señora, quién es;
que
alborozarse comienza
el
corazón para oírlo.
MARGARITA: Volveré
el rostro al decirlo,
que
tengo mucha vergüenza.
OCTAVIO: No
haga tu silencio agravio
a mi
lealtad y mi amor.
MARGARITA: ¿Hombre
de tanto valor,
quién
puede ser sino Octavio?
OCTAVIO:
(¡Díjolo!, pero de modo
Aparte
que
burla me pareciera
su
amor, si loca no fuera.
No lo
maliciemos todo;
ella
me quiere sin duda.
Perdóneme Serafina.
El mar
crece, el mar declina;
tal vez
un monte se muda).
MARGARITA:
(Pues, oyendo que le quiero,
Aparte
con el
susto y alborozo,
muerto,
no se cae de gozo).
¡Qué
prudente, qué severo
es
un discreto! Desprecio
muestra
al bien más singular.
Casi
llego a desear
verle
mal tallado y necio.
OCTAVIO: De
modo hablas que pudiera
presumir que lo fingías.
MARGARITA: ¿Qué
quieres? Melancolías
me
tienen de esta manera.
OCTAVIO: Dice
bien; y agradecido
a favor
tan celestial,
quisiera ser inmortal;
y para
serlo te pido...
MARGARITA:
¿Qué?
OCTAVIO:
Que una mano me des.
MARGARITA: ¡Oh,
colérico amante!
Recibid
agora el guante,
que la
mano irá después.
Arrójalo
OCTAVIO: (Más
parece desafío Aparte
que
favor). Tu esclavo soy.
MARGARITA: (De esa
manera le doy, Aparte
pues
sois enemigo mío).
OCTAVIO: A mi
padre daré cuenta
del
bien que estoy recibiendo.
Vase [OCTAVIO]
MARGARITA: Eso fue
lo que pretendo.
¡Oh,
qué desdicha, qué afrenta!
¡Qué
haya de fingir extremos
una
reina de este modo!
Viviendo se alcanza todo;
vivamos
pues, y callemos.
[Sale PORCIA]
PORCIA:
¡Señora!
MARGARITA:
¿Qué quieres?
PORCIA: Mira
que es
aqueste embajador
hijo
del Emperador.
MARGARITA: Calla,
necia; que es mentira.
PORCIA: Un
hombre le ha conocido;
que es
Federico declara,
y no
marqués de Pescara.
MARGARITA: Pues
calla, si lo has creído.
Vase [MARGARITA]
PORCIA:
Saber lo cierto querría.
Sale CAMILO con un papel
CAMILO: (Es de
la cámara o dama). Aparte
Dígame
cómo se llama,
señora,
vueseñoría.
PORCIA:
Porcia soy.
CAMILO:
(Y fue mujer Aparte
de
Bruto en Roma). ¿Sin duda
que es
vuestra merced ayuda
de
cámara de placer?
PORCIA: Lo
soy.
CAMILO:
Todos ayudamos:
tú a
servir, y yo a reír.
¿Quieres, Porcia, recibir
un
papel? Solos estamos.
Dalo
a la reina, y yo sé
que
tendrá alguna alegría.
PORCIA: Si
Federico le envía,
yo,
señor, se lo daré.
Todo
se sabe; no es
marqués de Pescara.
CAMILO: Juro
al vino
de Candia puro
que
está en Sicilia el marqués.
PORCIA: ¡Y
lo será Vueselencia!
¿Para
qué son estas flores?
CAMILO: Mal podemos
los señores
encubrir nuestra presencia.
No
niego. Soy el marqués
y
Porcia quien me ha traído
enamorado y rendido,
hasta
ponerme a sus pies.
Porcia es, Porcia será
mi
eterno dueño.
PORCIA: Señor,
amad
belleza mayor.
CAMILO: ¿Qué
gigante se hallará
mayor? Tal cual la quiero.
Sí, por
la fe de quien soy.
Y permitid que desde hoy
os
festeje en el terrero.
PORCIA:
Tanto amor me maravilla.
CAMILO:
Marquesa sois.
PORCIA:
¡Dicha extraña!
CAMILO: Por vos
se toca en España
la
campana de Velilla.
[Dale el papel]
Dadlo a la reina, y después
yo veré
vuestra hermosura.
PORCIA: Todo en
el mundo es ventura;
quizá
seré del marqués).
CAMILO:
Torna a decir "vueselencia",
que es
voz que suele agradarme.
PORCIA:
Vueselencia ha de mandarme.
CAMILO: Bien me
sonó. Con licencia.
Vase CAMILO. Sale
CONRADO
CONRADO:
(Porcia está con un papel;
Aparte
pienso
que es de Federico.
Vivir
debo con cuidado;
estar
debo con aviso).
Porcia,
¿qué papel es éste?
No lo
encubras.
PORCIA:
Le recibo
del
marqués para la reina
agora.
CONRADO:
Yo solicito
su
salud. Dámele.
PORCIA: Toma.
(¡Con
qué imperio lo ha pedido!) Aparte
Lee
CONRADO:
"Vivir podrás y reinar,
si te declaras conmigo".
No dice
más el papel;
pienso
que corre peligro
mi
pretensión.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO:
Dame albricias.
La
reina, que mal me quiso,
me adora en esta locura.
Ha dado
favor, ha sido
este
guante; y que me quiere
para su
esposo me ha dicho.
¡Oh,
quién pudiera volverle
aquel
pasado jüicio!
(De haberle
dado el veneno Aparte
siempre
estaré arrepentido).
CONRADO:
Octavio, de que el marqués
no es
quien dice, tengo indicios.
Conviene echarle de aquí.
PORCIA: Que me
vuelva, te suplico,
el
papel.
CONRADO:
(Dárselo quiero,
Aparte
pues
que ya estoy prevenido,
para
ver lo que resulta.
En
efecto la vencimos).
Dáselo
¿Bien
te quiere?
OCTAVIO: Rey seré;
que
dueño suyo me dijo.
Vanse CONRADO y OCTAVIO
PORCIA: Daré el
papel a la reina.
Quizá
con este servicio
agradaré de manera
que el
marqués venga a ser mío.
Sale MARGARITA
MARGARITA: ¿Qué
papel es ése?
PORCIA: Tuyo.
del
marqués le he recibido;
y
porque lo sepas todo,
aunque
yo honesta resisto,
está de mí enamorado;
y por
mí a Sicilia vino.
MARGARITA: ¿Qué
lenguaje es ése, necia?
No
digáis más desatinos,
noramala.
PORCIA:
(¡Por hablar, Aparte
un
marquesado he perdido!)
Vase PORCIA
MARGARITA:
"Vivir podrás y reinar
si te
declaras conmigo".
Es la
respuesta del mote
que mis
miedos han escrito.
Allí
Federico viene.
¡Oh, alcázares cristalinos!
¡Oh,
cielo, tened piedad
mientras mi pena le digo!
Sale FEDERICO
FEDERICO:
Lástima, amor y cuidado
a
palacio me han traído,
tan
dichosamente agora
que la
reina sola he visto.
MARGARITA: Atended
a mis razones,
valeroso Federico,
pues
queréis que me declare
entre
el temor y el peligro.
Id con
ánimo, señor;
que hoy he de hablar con jüicio;
pues
sólo para vivir
es mi
frenesí fingido.
Conrado, un hijo crüel
que fue
de mi abuelo... Miro
si
alguno puede escuchar.
FEDERICO: No, señora.
MARGARITA:
Pues, prosigo.
Hízole
gobernador
el rey
mi padre. Mal hizo;
que
aficionado a mandar,
le dejó
desvanecido
la
majestad, que el imperio
es un
natural hechizo
que el
alma nos arrebata
y
suspende los sentidos.
Para
deponer el cetro
se
llegó el tiempo. No quiso
ver sin
diadema su frente,
ver sin púrpura sus hijos.
Intentó
darme la muerte
o
dejarme divertidos
el
discurso y la razón.
Yo
sabiendo sus designios,
me
fingí incapaz del reino.
Con
estas locuras vivo,
con
vida y avergonzada.
Aspides
son los que piso,
basiliscos, lo que veo;
y en un
temor indistinto
de
todos tengo recelos,
porque
fuerzas y presidios,
gente y
gobierno son suyos.
Sólo,
Federico, es mío
el
nombre de reina, nombre
de que
más pena recibo.
Llamarse lo que no es
o es
desdicha o desvarío.
Ya que el amor te condujo,
ya que
el cielo te ha traído,
ya que
mis ojos te ven,
sácame
del laberinto
de mis
temores, y puebla
esos
mares de navíos.
Tuya soy; seré tu esclava.
Segunda
vez he nacido
de ti
mismo si esto haces.
FEDERICO: Di que
me daré a mí mismo
la
vida, el alma y el ser.
Dichoso
yo si te sirvo;
dichoso
yo que te escucho
que
estás cuerda, dueño mío.
CONRADO, al paño, detrás de
FEDERICO
MARGARITA: En
tanto que no te vean
romper
montañas de vidrio
con las
águilas del mar
que
fueron hayas y pinos;
en
tanto que tú no vuelvas
con un
ejército altivo
amenazando esos montes
que son
volcanes y abismos
de
fuego, yo, desdichada,
quizá
amando, suspendido
tendré
el uso a la razón;
y
enfrenando el albedrío,
diré
locuras, pues veo
que
obligada del destino,
no hay
reinar como vivir.
(¡Ay de
mí!, que nos ha visto Aparte
y nos
escucha Conrado.
Ya
estoy con nuevos peligros;
hacerle
no puedo señas.
¿Qué he
de hacer! Locuras finjo;
y pues
que celos sentí
de lo
que Porcia me dijo,
agora
podré mostrarlos;
agora
podré pedirlos).
FEDERICO: Señora,
yo os libraré,
o el
Etna, al sol atrevido,
de mis cenizas será
pirámide u obelisco.
MARGARITA: Ansí engañan a los bobos.
¡Qué fácilmente ha
creído!
Loca,
sustento intervalos;
la luna
es retrato mío.
De
Porcia está enamorado;
ya lo
sé. Vuélvase, amigo,
a su tierra, que también
quiero
yo a Octavio, mi primo.
Porcia
es hermosa, aunque humilde.
Pues
que requiebros le ha dicho,
allá
con Porcia se avenga;
con
Octavio haré lo mismo.
¡Oh,
quién viera con bajeles
en ese
mar al bobillo
que da
crédito a locuras!
Sepa
que una loca he sido.
Como el
sol en el febrero
muestra
dorados y ricos
los cabellos, y al momento
en los
cóncavos sombríos
de una
nube los esconde,
y, como
si fuera niño,
ya se
alegra y ya se enoja,
ya
proceloso, ya limpio,
yo las aguas y los vientos
con
lágrimas y suspiros
suelo
aumentar; y otras veces
de todo
el mundo me río.
Agora
me voy alegre
que
engañada ha presumido
que en las fuentes de Sicilia
fue
enamorado Narciso.
Y
también, como escribano,
antes
de poner mi signo,
lo que
va testado valga,
que doy
fe a lo sobredicho.
Vase MARGARITA
FEDERICO:
¡Señora, espera! ¡Ay de mí!,
que enamorado he creído
que era cuerda y loca
está!
Vase FEDERICO
CONRADO: (Yo
también creí lo mismo). Aparte
FIN DEL SEGUNDO ACTO