ACTO TERCERO
Salen CONRADO, FEDERICO y CAMILO
CONRADO: Si
hay en Sicilia quien diga
que vos
no sois el marqués,
¿qué
gusto ni qué interés
a estar
con ella os obliga?
¿Ya
no estáis desengañado?
¿Tenéis
acaso otro indicio?
La
reina está sin jüicio;
el
reino está lastimado.
Su
locura es que veneno
le han
dado nuestras violencias;
y
aunque tiene intercadencias
su mal,
nunca está sereno
su
rostro. De esta verdad
sois testigo.
FEDERICO: Verdad es.
CONRADO: Volved a Nápoles, pues.
Dad cuenta a su majestad
que aunque la reina está ansí
de su
autoridad desdice,
y que
sois el rey se dice.
No
conviene estar aquí.
Vase CONRADO
FEDERICO:
Harélo, señor Conrado;
que ya
el desengaño he visto.
Loco
soy pues que conquisto
sol
hermoso inanimado.
Loco
volveré si estoy
más en
Sicilia, Camilo.
Una vez
con cuerdo estilo
escucho
a la reina y doy
fe a
lo que el alma desea;
otra, a
dudar me provoca.
Ya está
cuerda, ya está loca.
¡Vive
Dios, que me marea!
CAMILO: ¿Qué
locos no tienen eso?
No es
en ellos cosa extraña;
cualquier loco nos engaña
hablando a ratos en seso.
Mas
ya, señor, no podemos
irnos
de Sicilia.
FEDERICO: Pues,
¿qué
tenemos?
CAMILO: Soy marqués,
y otra
pretensión tenemos.
E
irme de aquí no me mandes;
que soy
persona más alta.
Para
señor, ¿qué me falta?
Ya traigo las uñas grandes.
Al guardar modelo doy;
no doy
al pobre ni enfermo;
de
noche ando, de día duermo;
según esto, señor soy.
En España no son tales;
en ellos hay excepción.
Allá estuve, y todos son
bizarros y liberales.
Sale CARLOS
CARLOS:
Señor marqués (callo el nombre
Aparte
porque
lo manda la reina),
de
Sicilia no os partáis,
su majestad
os lo ruega.
A solas
te quiso hablar,
pero no
pudo, y apenas
pude
entenderla, que dijo:
"Di al marqués que no se vuelva
hasta
que le desengañe,
y mis
desdichas entienda".
Yo,
señor, que atentamente
conozco
la conveniencia
de este
reino, a Federico
verle
su dueño quisiera.
Y
cuando a la reina miro
con
ansias y con tristezas
que mi
discurso imagina,
que mi
malicia penetra,
pésame
de que en Sicilia
asistáis, viendo que es fuerza
que os
dé llanto la desdicha
que os
dé cuidado la pena;
pero yo
osara afirmar
que
Margarita está cuerda;
si no,
fuera en este caso
temeraria una sospecha.
No os
vais, señor, hasta ver
si
algún misterio se encierra
en esta
melancolía,
que mil
desvelos me cuenta.
Yo sé
que ama a Federico
su
majestad, y que piensa
favorecer sus deseos.
No será
razón que crea
que
está loca una mujer
que en
el ingenio y belleza
es
ángel, y una hermosura
tan
bizarra y tan discreta
que
fatigar sabe montes,
que
sabe diversas lenguas,
que la política
sabe
como si
en Roma y Atenas
pudiera
haberla aprendido
de
Aristóteles y César.
Haced que estos casamientos
felices efectos tengan,
para que las dos Sicilias
cuellos
de un Aguila sean.
FEDERICO: (Mis
pretensiones se animan, Aparte
mis
esperanzas se alegran,
si ella
me manda que espere,
y éste
la tiene por cuerda).
CAMILO: Hijo es
éste de Conrado.
¿Quién
duda que no pretende
descubrirte la intención?)
FEDERICO: Ha sido
aguda advertencia,
y no
tengo ya en Sicilia
negocios que me detengan
con la
reina, cuando a todos
su
locura es manifiesta.
Bien
Federico la sabe.
Pero amor, a cuyas flechas
no hay exención de albedrío,
no hay humana
resistencia,
verme
obligó a Serafina
para no
dejar defensa
a los
ojos cuando al alma
refiriesen su belleza.
Esto,
Carlos, me detiene.
Si
vuestro padre me diera
a
Serafina, esas ondas
de espuma pálida llenas,
para mi
curso dichoso,
y para
mi alegre vuelta,
ya fueran cielos de flores,
ya fueran campos de
estrellas.
CARLOS: (¿Qué
es lo que oigo? No sin causa Aparte
dijo lo
mismo la reina.
El
competidor es grande;
cierta
es mi muerte. ¿Qué esperan
mis
ojos? ¿Más desengaño?
¿Mi
corazón más paciencia?
Haré
que no le conozco).
Marqués, por cosa muy cierta
me han
dicho que Federico
a
Margarita desprecia;
después
de haber deseado
su
casamiento, que fuera
blasón
en los otros siglos
de la
romana soberbia.
Que ama
en otra parte dicen
menos
deidad y belleza.
¡Que
ésta es bastante ocasión
para
ser mayor la ofensa!
Siendo
ansí, no es maravilla
que yo
los agravios sienta
de mi
reina; y ya que el cetro
y la
majestad reservan
al rey
la soberanía
y la
rara preeminencia
para
que no le igualemos
los demás mortales, sepa
que hay
en Sicilia vasallo
que le
retara y dijera
que
hace mal en ser mudable,
si la
majestad depuesta
pudiera ser. No es posible,
pues como a dioses venera
a sus monarcas el mundo.
Humanas leyes exceptan
a las personas reales
de este duelo; competencias
no sufren las majestades,
que todo es sagrado en
ella.
Y ya
que esto es imposible,
con la
espada y con la lengua
sustentaré de él abajo
que
merece más mi reina
que
toda mortal criatura,
y no
hay otra que merezca
al rey
de Nápoles tanto,
y el
ser mudable con ella
es
delito, es sacrilegio.
Vos y
yo en esa ribera
podemos
averiguar
si esto
es verdad, pues con
ésta,
que asombro del Asia ha sido,
os
defenderé que es cuerda,
que es
hermosa, que es divina,
que es
soberana y discreta
Margarita de Sicilia,
fénix
sin segundo. ¡Venga
el que
quisiere tras mí
y lo
contrario defienda!
Vase CARLOS
FEDERICO: Mal
podrá contradecirte
quien
eso mismo desea.
CAMILO: ¡Por
Dios, que te desafían!
Quiera
el cielo que no tengan
veneno
aquellas palabras,
malicia
aquellas finezas.
¡A
embarcarnos, a embarcarnos!
Hagan
la seña de leva
en ese
pobre bajel
que ha
días que nos espera.
FEDERICO: Es
rémora amor; no puedo.
¿Pero
qué burla fue aquella
de
decir que eres marqués?
CAMILO: Yo la
diré: Porcia piensa
que soy
Marqués de Pescara
y tú
Federico, y lleva
tragado
que ha de ser mía.
FEDERICO: Agora
el alma penetra
lo que
la reina me dijo.
Amor
tiene la que cela;
seso
tiene la que siente.
¡Ea,
desengaños, ea!
Salgamos
ya de estas dudas.
CAMILO:
¿Otra? ¿Luego ya te quedas?
¡Vive
Dios!, que eres gitano
que
juega a la corregüela.
Ya está
fuera, ya está dentro;
ya te
vas, ya te ausentas;
y por ti ha de decirse:
"Ir y quedar y con quedar partirse".
Sale
OCTAVIO
OCTAVIO: Vos, señor embajador,
tenéis a Sicilia puesta
en
confusión y cuidado.
¿Qué
detención es la vuestra?
Desengañaros pretendo.
De que
Federico quiera
a
Margarita resulta
el
estar triste y enferma.
De
extraño esposo no gusta;
y mi
dicha es quien espera
este
reino con su mano.
Su
voluntad manifiesta
está al
mundo: sólo Octavio
ha de
ser quien la merezca.
Con
esto podéis partiros
y no
causar más tristeza
a sus ojos.
FEDERICO:
Esto sí
que fue
tirana violencia;
esto sí
que fue desdicha;
esto sí
que fue tragedia;
esto sí
que fue morir.
¡Aquí,
aquí, mortal paciencia!
¡Aquí,
aquí, que con los celos
fueron
minas que revientan
mis
confusiones y dudas!
CAMILO: Quizá
es mentira, no temas.
FEDERICO: Verdad
es; y por locura
tuve
estas razones mesmas,
oyéndolas de su boca.
OCTAVIO: La
reina sale; no os vea,
que le
dais melancolía.
FEDERICO: Suceda
lo que suceda,
¡vive Dios, que he de escuchar
mi rigurosa sentencia!
Retíranse [FEDERICO y CAMILO] y sale
MARGARITA
MARGARITA:
Triste vengo, primo mío.
Sabe
que me da cuidado
lo que
esta noche he soñado.
OCTAVIO: ¿Qué,
señora?
MARGARITA:
Que mi tío,
por
heredarme, me daba
una
muerte rigurosa.
Mas
desperté pavorosa,
y
acordándome que amaba
a
Octavio, cobré valor;
dejé el
miedo; y han quedado
la
tristeza y el cuidado
compitiendo con mi amor.
Haz
que no me maten, primo,
ni que
veneno me den,
pues
que yo te quiero bien,
pues
sabes lo que te estimo,
que
ya voy estando cuerda,
y verás
lo que te quiero.
OCTAVIO: ¿A ti
la muerte? ¡Primero
mi vida
y honra se pierda!
La
muerte que en sueño ves
no ha
de ofenderte inconstante
sin
hallarme a mí delante,
para
que mueras después.
Pierde, señora, el recelo;
porque
el pálido terror
de los
mortales valor
no
tendrá contra ese cielo.
MARGARITA: ¡Qué
buen primo, qué leal,
qué
galán, y qué avisado!
¡Lo que
le quiero!
OCTAVIO: Obligado
a
mostrarse liberal
es
amor. Dame la mano
que me tienes prometida.
MARGARITA: Larga
es, Octavio, la vida.
Tiempo
habrá, que aun es temprano.
Yo
te la daré muy buena.
OCTAVIO: Amenaza
y no favor
es ése.
MARGARITA:
(Pierdo el temor). Aparte
¿Lo que
digo te da pena?
Huérfano tengo ese guante
después
que el otro te di.
Tómalo
entretanto.
OCTAVIO: Ansí
vive
glorioso un amante.
FEDERICO: (Y
otro morirá ofendido. Aparte
Favor
le ha dado, y lo vi.
No hay disculpas. ¡Ay de mí,
los celos me han embestido!
No hay humano
sentimiento
que los pueda resistir.
Sin
paciencia ha de morir
quien
ama sin escarmiento).
Sale [FEDERICO]
Esta
villana traición
pide
venganza a los cielos.
Agravios son y no celos
los que
arroja el corazón.
Por
los ojos y la boca
diga
este trance fatal
que la
reina es desleal,
y no
digan que está loca.
¿De
Federico se ofende
cuando
pide confïado,
cuando
sirve enamorado,
y
cuando cortés pretende?
¡Vive Dios!, que este favor
más
villano y cruel que rico,
ha de
ser de Federico
premio,
no de tanto amor
pero
señal de venganza.
Quítale el guante a [OCTAVIO]
OCTAVIO: ¿Celos
sientes por tu rey?
FEDERICO:
¡Vasallo de buena ley
estos
enojos alcanza!
OCTAVIO:
Volvedme el guante, marqués,
u os
daré la muerte aquí.
FEDERICO:
¡Volverélo, pero ansí!
Rómpelo y arrójale el guante
Dirá el favor a tus pies
que desprecio justo ha
sido
de un escudero cansado
lo que
un rey ha deseado,
lo que
un rey ha merecido.
Levántalo
OCTAVIO: Pues
yo vengaros prometo
y
mostrar que os merecí.
Marqués, seguidme, que aquí
perderemos el respeto
a la
reina.
Vase [OCTAVIO]
FEDERICO: Ya te sigo,
aunque
igual tuyo no soy.
Falsa,
si el alma te doy,
¿usas
desprecio conmigo?
MARGARITA:
¿Fuése? Sí. Federico,
rey y
señor, ¿hasta cuándo,
sin entender mis querellas,
habéis de estar engañado?
Si por diversos caminos
cuenta
os di de mis agravios,
acabad
ya de entenderme.
Haced
que vengan surcando
esas
ondas vuestras velas.
Sabréis
que no quiero a Octavio,
ni
estoy loca. Federico
es,
sólo, el dueño bizarro
de mi
voluntad. Amor
da
atrevimiento a mis labios.
Perdonad si os manifiesto
mi
corazón sin recato.
Ayer os
dije lo mismo,
pero
luego entró Conrado
y detrás de vos estuvo;
forzoso
fue disfrazarlo.
FEDERICO: ¡Qué
cuerda estáis, mi señora!
MARGARITA: Sí, por
vuestra vida; y tanto
que por
dueño os he elegido.
FEDERICO: ¡Oh,
felices desengaños!
Pensando que estaba preso,
el
reino napolitano
cubre
ese mar de bajeles
hermosos y bien armados.
MARGARITA: Saldré
ansí de cautiverio;
ansí
saldré de tiranos.
FEDERICO: Y yo de
las confusiones
con que
amor me dio cuidados.
MARGARITA: No
dudéis más.
FEDERICO:
Pues, señora,
fingid
delirios no tantos
que
deis a Octavio favores.
MARGARITA: Yo os
obedezco.
FEDERICO: Yo os amo.
MARGARITA: Gracias
al cielo que pude
satisfaceros y hablaros.
FEDERICO: Adiós,
Margarita cuerda.
MARGARITA: Adiós,
rey desengañado.
Vanse y salen CAMILO y PORCIA
CAMILO: Doña Porcia, ¿no sabremos
de los
rubíes de esa boca
de qué
está la reina loca?
PORCIA: Muchas
sospechas tenemos.
Mucho Sicilia murmura;
nadie
piensa la verdad.
CAMILO: ¿Y cuándo
a mi voluntad
dirás
la buena ventura?
¿Cuándo un favor me darás?
PORCIA: De
veras, ¿sois el marqués?
CAMILO: Sí, por
la vida de los tres.
PORCIA: Y
estamos los dos no más.
CAMILO: El
otro es mi grande amor.
PORCIA: Yo os
quiero favorecer;
con
esta cinta ha de ser.
CAMILO: ¡Qué
menino es el favor!
Una
cadena mohosa,
una
sortijilla vieja
es
favor que al alma deja
con
achaques de dichosa;
pero
una cinta, un cabello,
un
ramillete, una flor,
es
melindre, no es favor.
PORCIA: Traiga,
vueselencia, al cuello
ésta.
Dale una cadenilla
CAMILO:
Muy de buena gana.
Aunque
mucho mayor fuera,
yo
ingrato la recibiera
de una
dueña y de una enana.
Cadena sutil y bella,
una
verdad te confieso;
que si
igualaras en peso
la del
puerto de Marsella,
me
parecieras mejor,
porque
se viera mi pena
amarrada a una cadena
en las
cárceles de amor.
Pero
retorno ha de haber
a tan
amorosos lazos,
¡A mis brazos, a mis brazos!
¡Ea, Porcia! Acometer
esta
dicha importa agora.
No
pierdas esta ocasión;
brazos de un marqués no son
para
desechar, señora.
¿Cómo? No seas ingrata;
tú
subirás muy apriesa
de la
cámara a marquesa.
No sube
tanto la plata.
PORCIA: Pienso
que burlas.
CAMILO: No hay tal.
¿Levántasme testimonios?
¡Mal me
quieran los demonios
si yo
te quisiere mal!
[Vanse CAMILO y PORCIA, y salen CONRADO, CARLOS y
OCTAVIO]
CARLOS:
Solos estamos. La puerta
he de
cerrar esta vez,
haciendo al cielo jüez
de que
la intención acierta,
si
la acción errare.
CONRADO: Di.
CARLOS: No es
decir. Hacer intento
un leal
atrevimiento
y un
discreto frenesí.
En
Sicilia se murmura
que los
dos sois ocasión
de la
tristeza y pasión
de la
reina. Esto asegura
saber que un destilador
sacó un
agua que bebida
priva
de seso; homicida
de la
porción superior
del
alma. Por orden vuestra
Serafina se la ha dado.
¿De qué
nación se ha contado
desdicha como la nuestra?
¿Cuándo halló la tiranía,
cuándo
halló humana ambición,
tal
linaje de traición,
tal
modo de alevosía?
¿Cómo el cielo iluminado
sus
ejes no ha estremecido?
¿Cómo
la tierra ha sufrido?
¿Cómo
ese mar ha callado?
¿Cómo no se trastornó
el
mundo a un acto tan fiero?
Si
puede ser, degenero
del
padre que ser me dio.
Hijo
no soy de Conrado;
bien lo
presumo y arguyo
que no
sea hermano tuyo.
Cierto
fue; no se ha dudado.
De
la razón impelido,
a
matarte vengo aquí
para
castigar en ti
al que
por padre he tenido.
Pero
si acaso lo es,
que ya
no habrá quien lo crea,
primero su muerte vea,
y él me
matará después;
que
con esto la ambición
verá su
castigo en él;
que de
un padre tan crüel
no ha
de quedar sucesión.
Pone mano
¡Rayos vienen sobre ti;
tu fin
tremendo ha llegado!
OCTAVIO: ¿Vienes
loco?
CARLOS:
Vengo honrado.
CONRADO:
¿Piérdesme el respeto?
CARLOS: Sí.
Acuchíllanse
Pues a la reina y a Dios
lo
perdéis. Respeto es
el que
miramos los tres,
siendo
crüeles los dos.
Cáesele la espada a OCTAVIO
CONRADO: ¡No
le mates! ¡Oye, espera,
mira que tu padre soy!
CARLOS: No le
mataré; y te doy
ejemplo
de esta manera
de
que al rey, cuadre o no cuadre,
debe
respetar el hombre,
pues
que yo respeto el nombre
de padre sin ser mi padre.
Dentro
SERAFINA:
Abrid aquí. ¿Qué es aquesto?
¿Armas
en palacio?
CONRADO: Octavio,
abre
allí.
OCTAVIO:
Verá este agravio
la
satisfacción muy presto.
Seré
rey y vengaré
la
infame injuria que vi.
Abre y éntrese SERAFINA
SERAFINA: ¿Voces
y espadas aquí?
¿Qué es
aquesto?
CONRADO: Nada fue.
Hijo ven. Deja ese loco
hazañero y presumido
desleal.
Vanse CONRADO
OCTAVIO:
Desvanecido,
¿yo soy
traidor?
CARLOS: ¡Y no poco!
Eres rey de los tiranos;
y no es dichosa suerte
que se
dilate su muerte,
porque
morir a mis manos
honra fuera, y ha de ser
sin honor y sin piedad.
OCTAVIO: Rey me llamaste. Es verdad,
que rey tuyo me has de ver.
Vase OCTAVIO
SERAFINA:
Carlos, envaina el acero;
porque
en palacio desnudo
traidor
parece.
CARLOS: No dudo
que tú
lo temas primero;
porque siempre al delincuente
sigue
cual hombre el temor;
y como
tiembla la flor
que
soplos del austro siente,
de
miedos y sobresaltos
se ve
siempre combatido.
¡Cuántos el miedo ha abatido
de los
lugares más altos!
SERAFINA: Ya
te he dicho que te engañas.
CARLOS: No hay
negar.
SERAFINA:
Pues sí, hay negar.
Más me
tienes de estimar,
si
acaso te desengañas.
Más
que tú seré leal.
CARLOS: ¡Ojalá
tanto lo fueras!
Pues
eres de dos maneras
a la
reina desleal.
Federico te ha mirado
y a la
reina despreció
por tus
ojos. ¿Qué sé yo
si tú
la ocasión le has dado?
Porque ya su voluntad
a tus
favores aspira.
SERAFINA:
¡Carlos, mentira, mentira!
CARLOS: ¡Ingrata, verdad, verdad!
Yo
de sus labios lo oí;
él
mismo no lo negó.
SERAFINA: Son tus
quimeras. ¡No, no!
CARLOS: Son tus traiciones, ¡Sí, sí!
SERAFINA: Ya
sé que de haber fingido
la reina que amor te tiene,
porque
esta ficción conviene,
tus
mudanzas han nacido.
CARLOS: Ya
sé que de haber pensado
que
serás reina proceden
tus
esperanzas; y pueden
haberte quizá burlado.
SERAFINA:
Ingrato, rey no serás.
CARLOS: Reina
no has de ser, ingrata.
SERAFINA: ¡Qué
mal tu ambición te trata!
CARLOS: ¡Y tú,
qué engañada estás!
SERAFINA: Yo
no he fingido. ¡Ah, tormento!
CARLOS: Yo tus
mudanzas no sigo.
SERAFINA: Verdad
es lo que yo digo.
CARLOS: ¡Verdad
es lo que yo siento!
Sale CONRADO
CONRADO:
Agora sí que convienen
tus soberbias y arrogancias.
Cubiertas tiene Sicilia
de soldados estas playas
y esas ondas de bajeles;
que en las azules
espaldas
de ese
mar, napolitanos
espanto
dan a las aguas
y
maravilla a esos montes,
que
arrojan de sus entrañas
abismos
de fuego. Carlos,
si
presumes que tu espada
tiene
pujanza invencible,
hoy es
tiempo de mostrarla.
Vase CARLOS. Salen
MARGARITA y PORCIA
MARGARITA: ¿Qué es
esto, gobernador?
¿Qué
gente nos amenaza?
¿Qué
bajeles enemigos
son los
que producen armas
contra
nosotros?
CONRADO: Señora,
el que marqués se llamaba
era
Federico; y vos,
con las
tristezas pasadas,
lo
mandastes prender. De esto
llegó a
Nápoles la fama,
y por
librar a su rey
vienen
con velas hinchadas
de
soberbia y viento agora.
MARGARITA; Dadme
un bastón y una espada;
que
tengo valor y brío
para
salir a campaña.
Salen OCTAVIO y CAMILO
OCTAVIO: Señora,
si estás mejor,
muéstrate en esto bizarra;
que
Federico pretende
ganar
por punta de lanza
tu
hermosa mano; y en viendo
las
velas napolitanas,
a sus
bajeles se fue
a
recibir sus escuadras
de
lucida gente. Sólo
un loco
que le acompaña
pudimos
prender.
CONRADO: Merece
que le
den la muerte airada.
CAMILO: ¡No
merezco, vive Dios,
que soy
hombre de importancia!
PORCIA:
Advierta, su majestad,
que es
el marqués de Pescara,
y de
ser esposo mío
me ha
dado muchas palabras.
MARGARITA; ¿No te
digo que eres necia?
CAMILO: ¿Qué
blanca no es mentecata?
No te
creas de ligero;
ten
alma, nieve, ten alma.
Ésta es
barba de marqués.
Sale CARLOS
CARLOS: Manda
que toque al arma;
que ya
en las fértiles islas,
como en
las selvas troyanas,
caballos arrojan gentes,
naves
producen venganzas;
y ya
Federico llega
con una
bandera blanca,
señal
de paz.
OCTAVIO:
(Llega en vano Aparte
si no
padece mudanza
mi
fortuna). Reina mía,
sepan
todos que me llamas
dueño
tuyo. Muestra agora
que a
majestad me levanta
tu mucho amor.
Sale FEDERICO y gente
FEDERICO: Margarita,
reina y
señora gallarda
de
Sicilia, no te espante
ver que
Nápoles desata
las
áncoras de sus puertos,
que por
tus islas marcha
ese
ejército copioso.
Mi
libertad intentaba
pensando que estaba preso;
mas ya,
rendido a tus plantas,
sólo
servirte desea.
Libres dejarán las aras
de tus
palacios, que son
inmunidades sagradas.
MARGARITA: Rey de
Nápoles, Sicilia
a tus
pies está humillada,
y sólo
aspira a gozar
los
aplausos de tu gracia.
Bien
venido, señor, sea,
no como
antes, disfrazada
tu
majestad, a mi reino.
CONRADO: Mira,
señor, que te engaña
el
intervalo del mal
que la
aflige. En sus palabras
hallarás después delirios;
y
aunque loca, está enojada,
porque
ha pisado tu gente
las
arenas de esta playa.
OCTAVIO: Y si
por dicha entretiene
tu
voluntad esperanzas,
Margarita tiene dueño;
rey
estas islas aclaman.
MARGARITA: Ya que
tu gente guarnece
esas
riberas, ufanas
de que
las pise tal rey,
a las
bodas celebradas
de mi
dicha asistirá.
FEDERICO: Dichoso
el hombre que alcanza
tanta
gloria.
OCTAVIO:
Tuyo soy.
MARGARITA: Mi
reino postro a tus plantas.
Napolitanos, prended
a estos
dos.
CONRADO:
Aun no le falta
el
accidente. ¡Locura
lastimosa y desdichada!
Todo su
tema es prender.
Todo es
decir que la matan.
Bien te
acuerdas de lo mismo
cuando prenderte mandaba.
MARGARITA: Hoy,
Conrado, con tu muerte,
verás
que es cuerda, que es sabia,
la que
por vivir dejó
que tu
malicia reinara.
"No hay reinar como vivir"
dice un verso del Petrarca.
En mí
se cumplió. Viví;
tú
reinaste, mas ya pagas
el
delito que intentaste.
SERAFINA: Tirano
viejo, ¿pensabas
que era
yo tan desleal
que a
mi reina soberana
diera a
beber tu veneno?
Su
locura ha sido falsa,
y mi
lealtad verdadera.
OCTAVIO: ¿Tú nos
has vendido? ¡Ingrata!
CARLOS: ¡Oh, a
mí me ha dado la vida
saber que
lealtad alcanzas!
MARGARITA: Y que
tu mano merece,
porque
la lealtad premiada
debe
ser. Dale tu mano.
CARLOS:
¡Dichoso yo!
MARGARITA:
Los dos vayan
desterrados de mi reino.
Carlos es quien les ampara
las vidas.
FEDERICO:
Mi Margarita,
ya la
gloria deseada
de tu
mano el alma espera.
MARGARITA: Dices
bien, que sola un alma
nuestros dos pechos anima.
FEDERICO: Al Amor
daré las gracias
de que
ya cuerda te escucho
sin el
temor que ocupabas.
MARGARITA:
"No hay reinar como vivir",
señores, en esto acaba;
feliz
suceso, si suplen
vuestras mercedes las faltas.
FIN DE LA
COMEDIA