ACTO PRIMERO
Salen don NUÑO y don
LOPE, viejo
NUÑO:
Ya, don Lope de Estrada, hemos llegado
a este frondoso sitio, hermoseado
de esta undosa corriente
que río a su fin corre y nace fuente,
cuyo curso, impidiendo al sol ardores,
cinta de plata, ciñe esa ribera
y, abismo de cristal, riega esas flores.
LOPE:
¿Qué tiene que ver eso con llamarme,
y aquí solo traerme?
¿Es para que riñamos?
NUÑO:
Perdonarme
el cansancio podéis; que si atreverme
a sacaros aquí solo he querido,
es, don Lope de Estrada, porque oído
a mis razones deis un rato atento;
que las vuestras conmigo, en ocasiones,
más parecen agravios que razones.
LOPE:
Fue el consejo que os di de fiel amigo,
el mal que en el rey siento es de vasallo
tan leal, que no hallo
quien excederme pueda,
si no es que aquí yo mismo a mí me exceda.
NUÑO:
Confieso esa verdad; mas ya que sigo
la queja a que me habéis ocasionado,
respondedme, don Lope, más templado.
¿Qué culpa tengo yo de los retiros
de Alfonso, nuestro rey? ¿Qué culpa tengo
de que lamente a voces, con suspiros,
de la bella Raquel la infausta suerte?
¿Fui cómplice atrevido yo en su muerte?
LOPE:
Don Nuño, las acciones del monarca
y de los que en oficios colocados
son como reyes casi venerados,
cuando efectos no son de tiranía,
no las ha de impedir ciega osadía,
ni
murmurarlas; porque en esta parte
el que murmura de su rey con arte,
con gusto, con cuidado,
aunque premio no tenga el merecerlo,
o ama el que es traidor, o quiere serlo.
Alfonso
amor tenía;
vos y vuestros parientes -- ¡qué osadía! --
con ánimo traidor -- ¡qué infame hecho! --
rompisteis de Raquel el blanco pecho,
pudiendo, como nobles castellanos,
depuestos los aceros de las manos,
con blandas quejas y piadosos ruegos,
vencer de Alfonso los ardores ciegos.
Dejárasle gozar lo que quería;
que un día llama a voces a otro día,
y suele en la delicia más ufana,
lo que hoy parece bien cansar mañana.
Y cuando el rostro un rey atento entrega
a sus vasallos, y a la voz no niega
de sus piadosas quejas los oídos,
débese permitir que los sentidos
gocen tal vez delicias,
deleites o caricias,
pues para obedecer de Amor las leyes,
hombres como nosotros son los reyes.
NUÑO:
No niego esas verdades;
pero, con descompuestas libertades,
hacerme vos culpado
en lo que yo, don Lope, no he pecado,
es querer, si se mira,
que haga su efecto contra vos la ira.
LOPE:
Culpado fuisteis vos, un traidor fuisteis.
Tome el acero, aunque en mi débil mano,
venganza de esta afrenta.
NUÑO:
Ya me pesa. ¡Por Dios, qué desvarío!
LOPE:
Aunque tengo fuerzas, no me falta brío.
NUÑO:
¿Qué pretendéis?
LOPE:
Mataros.
NUÑO:
Quisiera, arrepentido, reportaros.
LOPE:
Si no reñís, os mataré.
NUÑO:
(Furioso Aparte
le tiene ya la injuria, y animoso
quiere vengarse. Defenderme intento;
que, en todas ocasiones,
ha sido la defensa acuerdo sabio,
pues no hay que asegurarse del agravio.
LOPE:
Flacas las fuerzas de mi brazo siento.
Entran riñendo, retirándose don
LOPE
NUÑO: No a tan justos pesares
me ocasiones;
no midas más tu acero con el mío.
Dentro
LOPE:
¡Muerto soy!
Sale don NUÑO, con la espada en la
mano
NUÑO:
¡Ay de mí! ¡Loco brío!
¡Ciego y precipitado!
Ya difunto cadáver le he dejado.
Retirarme pretendo,
porque me sigue gente, a lo que entiendo.
No buscaba su muerte.
Efectos son de mi infelice suerte.
Vase. Salen doña SANCHA, LAÍN,
COSTANZA y don GARCÍA
GARCÍA:
Sancha, tus cosas no entiendo;
yo vivo y muero quejoso,
Pues si en tu favor reposo,
en tus desdenes me enciendo.
A un mismo tiempo que miras
mi firme verdad dichosa,
mi voz escuchad piadosa,
y tirana te retiras.
¿Cómo puedes, Sancha mía,
permitir, si en tu beldad
halló lugar la piedad
que le halle la tiranía?
SANCHA:
¿Yo, tirana? Aquí llegaste,
perdido por la maleza
de
esa encumbrada aspereza,
y albergue en mi casa hallaste.
Referísteme tu historia,
que de la guerra venías
de Cuenca, y que en pocos días
se consiguió la victoria;
que a Burgos, donde se encierra
el padre que te dio ser,
las treguas iba a hacer
del cansancio de la guerra.
Porque el rey, algo obligado
de un fiero accidente loco,
dejó a Toledo ha muy poco
y a Burgos se ha retirado;
que una hermana, en fin, te dio
el cielo, hermosa beldad,
que desde su tierna edad
en la Huelgas se crió,
porque le faltó su madre;
que del convento ha salido
agora, porque ha venido
con Alfonso el rey tu padre,
y porque más amparada
de mí tu nobleza vieras,
me referiste que eras
Garci-Velázquez de Estrada.
Yo, que tu nombre escuché,
sin ver que un hermano tengo
en Burgos, a quien prevengo
la obediencia, que entregué
con voluntad más que humana,
atropellé, firme en ella,
los recatos de doncella
con los respetos de hermana;
y aunque en parte recelosa,
por las razones que ves,
quise admitirte cortés
y aposentarte piadosa.
Mira pues qué tiranía
cabe en aquesta verdad;
o ha sido error mi piedad,
o es culpa mi cortesía.
GARCÍA:
¿No dices más?
SANCHA:
Pues, ¿qué ha habido
que a mí el decirlo me impida?
GARCÍA:
Lo que callas de encogida,
yo lo diré de atrevido.
La primera vez que oíste
mi amoroso pensamiento,
culpaste mi atrevimiento
pero no me despediste.
Segunda vez llegué osado,
aunque temí tu disgusto,
y escuchásteme con gusto,
mirásteme con agrado.
Y un día, que los favores
del mirar y del oír
pude, Sancha, conseguir,
saliste a coger las flores
de este músico arroyuelo,
cuya voz nace halagüeña
en la boca de esa peña,
y muere en la tumba de hielo.
Mi mano aquí bulliciosa,
porque gloria distribuya,
andaba tras de la tuya
como abeja tras la rosa.
Tú, que con vergüenza aprisa
tejes púrpura en tu cielo,
cubriste a la mano un velo,
y descubriste la risa.
Dudó la ignorancia mía
si era la risa en tu intento
pesar de mi atrevimiento
o burla de mi osadía;
mas mi afecto soberana
me dijo, porque porfíe:
"Jamás boca que se ríe
suele negar una mano."
Su nieve y así el sosiego
como le usurpó al sentido,
con mis labios atrevido,
quise ver si era de fuego.
Vilo; y en esta porfía,
desvanecido y ufano,
ni retirabas tu mano,
ni te enojaba la mía;
y así, con esta violencia...
SANCHA:
No prosigas.
GARCÍA:
Callaré.
LAÍN:
Mi Constanza, siempre fue
discreta y sabia advertencia
no estorbar al que llegó
a la ocasión que desea;
como yo los pies menea,
y harás lo mismo que yo,
sígueme, aunque no te cuadre,
pues sabes que tuyo soy.
COSTANZA: Por no
estorbarlos me voy;
que esto aprendí de mi madre.
Vanse COSTANZA y LAÍN
SANCHA:
Ya estamos solos agora;
que refieras te permito
lo demás, Garci-Velázquez,
que en tu empeño has conseguido.
GARCÍA:
¿No has dicho que has de ser mía?
SANCHA:
Es verdad que yo lo he dicho;
pero en la distancia que hay
del pronunciarlo al cumplirlo,
temo -- ¡ay de mí! -- que has de ser
como el amante fingido
que huyendo estragos de Troya
por los undosos zafiros,
le condujo hasta Cartago
leve leño y blando lino.
GARCÍA:
Pues, ¿temes que imite a Eneas?
SANCHA:
Eso temo y eso miro.
¿Sabes lo que obró inconstante?
GARCÍA:
Huésped fue de Elisa Dido,
vencióse de su belleza,
perdió sin alma el jüicio,
palabra la dio de esposo,
gozóla y después, vencido
de la ingratitud, huyó.
SANCHA:
¡Oh, crüel! ¡Oh, fementido!
¡Que huyó después de gozarla!
GARCÍA:
Hasta hoy ha merecido,
por eso, nombre de ingrato.
SANCHA:
Yo lo creo; ya me inclino
a resistir tus intentos.
Vete, por Dios, yo te pido
que te vayas y me dejes.
GARCÍA:
¿Qué dices, Sancha? ¿Qué
has dicho?
SANCHA:
Que te vayas, don García.
GARCÍA:
Pues lo que el troyano hizo,
¿quieres que mi amor lo pague?
SANCHA:
Hombre fue y hombre has nacido,
pues bástame aquel ejemplo
para temer el peligro.
GARCÍA:
El mármol será inconstante;
con mi pecho, el bronce...
SANCHA:
Digo
que no quiero ser despojo
de las llamas y el cuchillo.
Vete, o por Dios, que la vida
me quite.
GARCÍA:
Tanto la estimo
que sólo porque la tengas
voy a perder el sentido.
Hace que se va
SANCHA:
Pero con discurso poco
pronuncio lo que has oído.
Error ha sido culpable
porque, atento al beneficio,
sabrás vivir obligado;
porque hasta agora no he visto
señas en mi de otra Elisa,
ni en tus palabras indicios
para temerte otro Eneas,
falso amante y fugitivo.
Mi huésped eres, estáte.
(No sé dónde muero o vivo. Aparte
Quiérole, y mi daño temo.
Temo el daño y me retiro.
Vase, y mátame su ausencia.
Pues, cielos, ¿por qué lo envío
si no he de vivir sin él?)
GARCÍA:
Hallarás en tus desvaríos
la sinrazón de intentarlos
o el pesar de consentirlos.
SANCHA:
No puedo más; que luchando
están los discursos míos
con valor para vencer,
con temor por ser vencidos.
La verdad es que te quiero;
ya lo dije, ya está dicho;
pero cuando considero
el mayor daño, reprimo
mis afectos y quisiera,
antes de haberme rendido
a su fuerza, ser un mármol,
depósito helado y frío.
Porque pienso que ha de darme
bastante ocasión mi olvido,
no digo para quitarme
la vida, que no es castigo
en quien llega a aborrecer
que muera lo que ha querido
sino para...; mas no quiero,
aunque lo siento, decirlo.
Entiende lo que quisieres;
que ni pongo con jüicio
en mi acción lo que ejercí
ni en mi boca lo que digo.
GARCÍA:
¿Qué temes, Sancha? ¿Qué temes
si tan ilustre has nacido?
Dame, besaré tu mano.
Dale la mano
SANCHA:
Mal mis intentos reprimo.
¡Déjame, por Dios! Que tienes
en las palabras hechizos.
(Y yo no sé lo que tengo; Aparte
que estos lances consentidos
llegan siempre a ser estragos
del honor más defendido).
GARCÍA:
Que seré tu esposo juro,
que seré tu esposo afirmo.
Lo que mal quisiere goce,
huya de mí lo que sigo,
viva lo que padeciere,
muera siempre lo que vivo,
si tu esposo no me vieren,
Sancha, los presentes siglos.
¿Quieres más?
SANCHA:
Que te recojas.
GARCÍA:
Mal podré si me desvío
de tus ojos.
SANCHA:
¿No podrás?
GARCÍA:
En ti mis glorias confirmo.
SANCHA:
Por allí se va a tu cuarto
y por esta puerta al mío.
GARCÍA:
Iré siguiendo tus pasos.
SANCHA:
Ya te he enseñado el camino;
lo demás tú lo verás,
si en la ocasión no has temido.
Vase
GARCÍA:
¡Loco voy, amor! A voces
tu hermoso imperio publico.
Déjame la vida, pues;
tu despojo es mi jüicio.
Vase tras ella. Salen LAÍN y
COSTANZA, con
una luz, y pónenla en un bufete
LAÍN:
¿Dónde, Costanza, vas con tanta prisa?
COSTANZA: A poner
esta luz sobre un bufete.
LAÍN: A
los bobos con eso, a quien lo ignora;
no quiere luz, Costanza, la señora.
COSTANZA: ¿Qué
es lo que dices? Malicioso eres.
LAÍN:
Mejor se hallan sin luz muchas mujeres.
COSTANZA: Calla
agora, Laín, y en este suelo
nos sentemos los dos, porque parlando
divirtamos la noche.
LAÍN:
¿Estás burlando?
Pues si estas noches todas que han pasado
no he asistido, Constanza, yo a tu lado,
¿por qué este suelo enladrillado quieres
que agora sea colchón de mi descanso?
COSTANZA: Tengo
miedo, Laín, porque de noche
en forma de gigantes y dragones
inquietan esta sala mil visiones.
Quiere levantarse y detiénela
COSTANZA
LAÍN:
Mil vi; ¡qué linda cosa, por mi vida!
A buen puerto a ser huéspedes llegamos.
Llamar quiero a mi dueño; que nos vamos.
COSTANZA:
Repórtate; no el miedo te alborote.
LAÍN:
Tengo gota coral, y si no excuso
estos lances, Costanza, aunque te asombres,
no me podrán tener juntos diez hombres.
COSTANZA: Aquella
luz se muere.
LAÍN:
¡Ay
de mí, triste!
COSTANZA: Cielos,
¿qué es esto? El alma se aniquila.
Mira que está expirando, despabila.
LAÍN:
Voy; que sin luz la vida se me acaba.
Ya despabilo. Peor está que estaba.
Mata la luz
COSTANZA: ¿Qué
es lo que has hecho?
LAÍN:
¿No lo ves? La vela
se cansó de ser sola centinela;
desdichas mías son.
COSTANZA:
¡Linda osadía!
¿Yo
a escuras con un hombre?
LAÍN:
¡Oh, fiera arpía!
¿Engáñasme, y agora melindricos?
Éste es encanto que mi mal señala.
Llena está de gigantes esta sala.
¿Adónde
estás, mujer?
Anda a buscarla
COSTANZA:
No has de saberlo.
LAÍN:
Al viento ya te habrás encomendado;
que eres bruja sin duda.
COSTANZA:
Oye, ruin hombre.
Hable más bien, o haréle que se asombre.
LAÍN:
Harto asombrado estoy, y más oyendo
tu voz en tantas partes; aquí hablas,
allí respondes, hacia allá preguntas.
Detén el golpe, mira que me apuntas.
COSTANZA: ¿Qué
apunto yo?
LAÍN:
¡Qué formidable seña!
Un gigante en la mano ase una peña,
y con amagos fieros de homicida,
me quiere trasladar a la otra vida.
¡Jesús!
COSTANZA:
¿Qué fue?
LAÍN:
La peña me ha tirado,
y si no huyo el golpe con presteza,
me despoja de sesos la cabeza.
COSTANZA: Agora
bien entiendes mis razones;
mas no cuando te pido me des algo.
LAÍN:
Con eso más de mi paciencia salgo.
¿Qué quieres que te dé porque me saques
del peligro en que estoy?
COSTANZA:
Lo que tuvieres.
LAÍN:
No tengo, vive Dios, un real tan solo;
pero si tu piedad libre me escapa,
te daré este sombrero y esta capa.
COSTANZA: Arroja.
LAÍN:
Veslo ahí.
Arrójale el sombrero y la capa, y hace
COSTANZA que abre una ventana
COSTANZA:
Agora, amigo,
abriendo esta ventana, porque Apolo
con su luz ilumina ya los campos,
conocerás, pues ya decirlo puedo,
que el enredo fue mío, y tuyo el miedo.
Vase
LAÍN:
¡Ya es de día, por Dios! Esta picaña
me ha engañado, y como no le he dado
un tan solo cuatrín, ni darle espero,
me ha quitado mi capa y mi sombrero.
Sale don GARCÍA
GARCÍA:
¡Laín!
LAÍN:
Pues, señor, ¿qué es esto?
GARCÍA:
Felicidades que puso
el Amor en quien indigno
se constituyó por suyo.
Vamos de aquí. ¡Presto, presto!
LAÍN:
¿Qué dices?
GARCÍA:
Que luego a Burgos
partamos; porque esta tarde
Sancha, que así lo dispuso
con mañosa discreción
también se parte. Lo uno
porque, si en las soledades
tanto tiempo nos ven juntos,
conspirará la malicia
armas contra nuestros gustos;
y también porque se impida
que sepa su hermano Nuño
el hospedaje a quien yo
tantas dichas atribuyo;
que en Burgos, ella en su casa,
yo en la mía, sin que alguno
lo entienda, para gozarnos
es bastante disimulo.
LAÍN:
Aguarda, señor, aguarda.
Luego, ¿jugóse, pregunto,
la pieza más importante:
¿Con el silencio nocturno
rindióse Troya?
GARCÍA:
Rindióse.
LAÍN:
¿En aquesa finca? ¡Oh, punto!
¡Qué dicha!
GARCÍA:
Con el respeto
que en mi adoración infundo,
Laín, has de hablar de Sancha.
LAÍN:
¿Anduvo el Amor desnudo?
¿Quedó calvo de desdenes?
¿Quedó velloso de gustos?
¿Hubo despojo de enaguas,
desabrigo de coturnos?
¿Examinóse el agrado?
¿Explicóse el venusto?
¿Durmiéronse los temores?
¿Extinguiéronse los sustos?
¿Veneróse el bello encanto?
¿Admiróse el blando bulto?
¿Qué hubo, en fin?
GARCÍA:
Eres un necio,
bárbaro, ignorante, rudo,
si imaginas que las dichas
me han de robar el discurso;
en las deidades a quien
la veneración dio culto
lo que se alcanza se debe
presumir que ser no pudo.
Basta que sepas, Laín,
que en el fuego que me cupo
de los incendios que Sancha
de sus dos soles compuso,
donde, batiendo las alas,
llegué a ser vivo trasunto
del ave que en sus aromas
desperdicia sus orgullos,
tantos alientos me infunde
que de ellos con mayor triunfo,
a pesar de las cenizas,
renace Fénix segundo.
LAÍN:
Aguarda, mi rey; dejando
eso de Fénix, ¿qué hubo
en lo que prisión eterna,
en lo de rendirse al yugo?
Di, ¿juraste de marido?
GARCÍA:
Juré, en fin, de serlo suyo.
LAÍN:
Fuego del cielo consuma
a quien tiene tan mal gusto.
¿Qué? ¿Marido te he de ver?
Mas no importa; es de futuro,
y es siempre el jurar de serlo,
para llegar, el consumo
tomar a cambio en las Indias,
y dar libranza en el turco.
GARCÍA:
Esposo he de ser de Sancha.
LAÍN:
¿Quién te dice que no juzgo
que a mí me ha de estar mejor
el maridaje que escucho?
Andallo, eso sí. Habrá fiesta;
que habrá librea no dudo.
Juzgarán los que me vieren,
si juzgarán, que me cubro
de alguna capa y sombrero
según
lo que salto y bullo.
GARCÍA:
Ven, partamos; porque es tarde.
LAÍN:
Otro poquito; presumo
que estoy sin sombrero y capa.
GARCÍA:
¿Y la tuya?
LAÍN:
Ése es un punto
muy delicado.
GARCÍA:
¡Qué flema!
LAÍN:
Vive Dios, que no me burlo.
GARCÍA:
Acaba.
LAÍN:
¿Cómo que acabe?
O eres sordo o yo soy mudo.
¿He de ir de esta manera
en
un rocinante zurdo
hecho títere con alma?
GARCÍA:
Cúbrete.
LAÍN:
Tomadle el pulso.
Sale doña SANCHA
SANCHA:
Señor, ¿ya os vais?
GARCÍA:
Tú me has dado
orden, mi bien, y licencia.
SANCHA:
Quisiera fuera obediencia,
mi señor, mas no cuidado;
que quien con tal brevedad
se parte y me deja, siento
que muestra arrepentimiento
o arguye infidelidad.
GARCÍA:
Sancha, voy tan abrasado,
tan ciego, loco y rendido
que vivo de agradecido
y muero de enamorado.
Y aunque así mi vida ignoro,
con las dichas que merezco,
no sé si lo que agradezco
es menos que lo que adoro.
Fuera de que, si esta tarde,
mi bien, a Burgos te vas,
allá más despacio harás
de mis finezas alarde.
Llaman
SANCHA:
Aguarda; ¿qué golpes son
aquellos?
Dentro
NUÑO:
¡Costanza! ¡Andrada!
SANCHA:
Nuño es quien llama.
Sale COSTANZA
COSTANZA:
Turbada
salgo.
SANCHA:
¡Terrible ocasión!
COSTANZA:
De turbaciones acorta;
busca remedio.
SANCHA:
Es en vano.
¿Qué es esto?
Sale ANDRADA
ANDRADA:
Nuño, tu hermano.
SANCHA:
¡Ay de mí!
GARCÍA:
Tu vida importa.
LAÍN:
Esto a mi suerte atribuyo.
SANCHA:
¡Qué suceso tan impío!
En ese aposento mío
que mejor le diré tuyo,
te esconde con tu crïado.
GARCÍA:
Mirar por tu honor quisiera.
SANCHA:
Yo cerraré por de fuera.
Ciérralos SANCHA, y
vuelve a llamar don
NUÑO
ANDRADA:
Priesa trae de algún cuidado;
indicios de su porfía.
SANCHA:
Y tú, en entrando mi hermano,
Andrada, saca a ese llano
los caballos de García
con cuidado y sin sentirse;
que, cuando en sosiego manso
Nuño se entregue al descanso,
podrá salir y partirse.
ANDRADA:
Voy.
Vase
SANCHA:
¿Quién tal desdicha vio?
Abre aprisa.
COSTANZA:
Es excusado,
porque mi señor ha entrado;
que Andrada, pienso, que abrió.
Sale don NUÑO
NUÑO:
Cierren las puertas. Ninguna,
Costanza, sin llave quede.
SANCHA:
Hermano, señor, ¿qué es esto?
(¡Oh, qué demudado viene! Aparte
Un hielo cubre mis venas).
Era tiempo que vinieses
a ver a tu hermana y ver
esta casa, que parece
al pie de ese verde monte,
que la ciñe y no la ofende,
digno edificio de Alfonso.
Tuya, Nuño, será siempre,
que para eso la heredé
de Iñigo Tello Meneses,
nuestro tío, mas ¡ay triste!
¿Cómo pregunto? ¿No atiendes
a mis razones, hermano?
NUÑO:
El honor, Sancha, que a veces...
SANCHA:
(Por honor comienza, ¡ay cielos! Aparte
Él sabe mi amor y quiere,
después de habérmelo dicho,
vengar su agravio en mi muerte.
¿Dónde iré?)
NUÑO:
Pues, ¿aún no sabes
mi pena, y así te vence
la turbación? Oye, escucha.
SANCHA:
Dilo, acaba, si no quieres
que la dilación me ofenda;
dime presto lo que tienes.
NUÑO:
Una desdicha, que ayer
me obligó, Sancha, a esconderme,
y cuando más con la noche
seguro paso me ofrecen
las sombras, que me permiten
que no las tema y las huelle,
seis leguas, que hay hasta aquí
desde Burgos...
SANCHA:
(Ya parece
Aparte
que se desahoga el alma).
NUÑO:
Corrí en un hijo del Betis;
porque, aunque en tantos pesares
debida atención me niegues,
o mis desaciertos culpes,
o
mi errores condenes,
como noble, me recojas;
como sabia, me aconsejes;
como prudente, me animes,
y como hermana, me alientes...
SANCHA:
La vida es tuya; prosigue.
NUÑO:
Ya sabes los accidentes
que en Toledo resultaron,
Sancha hermana, de la muerte
de Raquel.
SANCHA:
Nadie lo ignora;
pero si al caso presente,
que tú le llamas desdicha,
importa para saberse...
(Todo lo escucha García). Aparte
...referirlo, hermano, puedes.
NUÑO:
En Toledo, imperial solio,
donde undoso el Tajo vierte
cristal, que sus basas lame,
oro, que su pie guarnece,
en cuyo espacio no hay
edificio que no apueste
a duración con el tiempo,
y con el rayo a lo fuerte;
aquí, pues, lo inevitable
del hado infeliz consiente
que a Raquel, bella judía,
su imperio Alfonso rindiese.
Muchos en el rey culpaban
el injusto error, al verle
rendido a una hebrea quien
rindió tantos moros reyes;
por parecerlos que estaba
tan fuera de sí, que a veces
a los despachos negaba
las horas más competentes.
"¡Muera Raquel!" dicen, cuando
Don Lope de Estrada quiere
evitar resoluciones
con el consejo prudente,
y a mí y a cuantos conmigo
a la ejecución se ofrecen
dijo: "Aunque Alfonso en Castilla,
nuestro rey, más se divierte
en el cariñoso halago
que en la voz del pretendiente,
su espíritu generoso
cuerdas enmiendas promete;
y así, pues sois de esta causa,
como yo, todos jüeces,
no el furor pueda en vosotros
lo que la prudencia puede".
Con gusto escuché a don Lope;
mas los demás, en quien siempre
fue
firme el intento, así
le respondieron, rebeldes:
"Para que heroicas hazañas
haga Alfonso, y le venere
la admiración o le admire
noble atención elocuente;
para
que, en fin, consigamos
que la posteridad muestre
su imagen en duro bronce
y su nombre en mármol breve,
no es justo disimular
el afecto donde vierten
soberbios montes de fuego,
mares de cenizas breves".
Y así cuando, ausente Alfonso,
diestro cazador, previene
a ciervos del monte flechas,
y a garzas del viento redes,
de
Raquel llegan al lecho
adonde, como otras veces,
su sol, dormido en su ocaso,
negaba luz a su oriente,
y cuales hambrientos lobos,
que de las dormidas reses,
a
pesar del que las guarda,
la sangre intrépidos beben;
así, pues, los conjurados
el pecho hermoso, inocente,
de la descuidada hebrea
rompieron inobedientes.
Volvió el rey, y cuando el rostro
ver de su dama pretende,
halló pálido cadáver
la blanca animada nieve.
Miró el desmayado bulto,
y en su distancia una fuente
que en humor
sangriento rojo
ya deshojando claveles,
los cabellos que le dieron
madejas de oro luciente,
duro plomo derretido,
bañado en sangre, le ofrecen.
Loco y sin vista, a sus labios
le arroja el fiero accidente,
sólo por ver si los suyos
algún aliento les deben.
Mas, como no respiraron,
y advirtió que los que albergue
fueron del nácar más puro,
cárdenos lirios embeben,
tanto su sudor le hiela,
tanto su amor le suspende
que le creyeron estatua
los que por rey le obedecen.
Pero volvió en
sí, juzgando
que, aunque el sentir es a veces
entendimiento, el valor
es más ingenio en los reyes.
Pártese a Burgos, por ver
si podrá olvidar, ausente,
lo
que en su aliento fue vida,
lo que en su memoria es muerte;
pero la imaginación
tanto daba en ofenderle,
que viendo un día en su cuarto
don Lope al rey poco alegre
y retirado, me dijo:
"Señor Nuño, no padece
culpas de atrevido quien
a las experiencias cree;
si dejaran vuestros deudos
y vos de mi voz vencerse,
faltaran
nubes que agora
este sol entristeciesen".
Callé, y una vez que al campo
fuimos los dos, procuréle
quejoso desengañarle,
y cortés satisfacerle.
Díjele, en fin: "Ya sabéis,
señor don Lope, que siempre
son vuestros nobles consejos
en mi obediencias corteses,
y que por ellos el rostro
negué al error, que rebeldes
en Raquel, contra el rey nuestro,
los castellanos cometen".
"No negasteis. Traidor fuistes,"
replicó el viejo impaciente.
Yo, como a la sangre mía
aquella palabra ofende,
viles infamias la impone,
porque no sé qué se tiene
la traición, que aun los que ignoran
lo que es honor, la aborrecen.
Enmudecido, del rostro
perdido el color, ausente
la razón, ciego el discurso,
sin mí mismo llegué a verme,
armado de nube de iras,
tanto que en espacio breve
los amagos de la vista
los sentí rayos ardientes,
desenvolví las palabras,
respondiéndole que miente.
Y desnudando el acero,
vengar su agravio pretende;
mas como cobra un mentís
el honor que allí se pierde,
procuré con mil perdones
obligarle y detenerle.
Porfió a querer herirme,
y yo, como el defenderme
me toca en fin, y de bríos
sus muchos años carecen,
ya por hado o por desdicha,
ya por destreza o por suerte,
mi punta en su anciano pecho
abrió camino a la muerte...
Quedé...
Llama a la puerta don GARCÍA
GARCÍA:
¡Abre, Nuño!
SANCHA:
¡Ay de mí!
NUÑO:
¿Quién da golpes?
SANCHA:
Hoy se pierden
mi vida y mi honor, Costanza.
Mira si es gente que viene
siguiendo a Nuño.
COSTANZA:
Ya voy.
(¡Oh, lo que el ingenio puede!) Aparte
Vase COSTANZA
SANCHA:
Sin vida estoy. ¡Qué desdicha!
(Quisiera impedir no oyese Aparte
García
lo que dispongo;
aquí el valor me conviene).
NUÑO:
¿Quién puede ser el que llama?
SANCHA:
Desde esta pieza que tiene
una ventana a ese cuarto,
lo verás conmigo. Vente.
Tirando de él, lo muda a la otra parte
del
tablado
NUÑO:
Aparta, veré quién es.
SANCHA:
Aguarda, hermano, detente;
no te arrojes al peligro.
NUÑO:
¿Quién puede ser?
Sale COSTANZA
COSTANZA:
Mucha gente,
que indignada solicita
o tu prisión o tu muerte;
y como cerrar mandaste
las puertas, es evidente
que una espaciosa ventana,
señor, que esa pieza tiene,
no muy alta, les ha dado
lugar para que subiesen.
Vuelve a llamar don GARCÍA
GARCÍA:
Abre o romperé la puerta.
NUÑO:
Esta espada ha de valerme.
SANCHA:
Mejor remedio a tu vida,
tu hermana Sancha previene;
sal por una puerta falsa,
que mira a ese monte, y vete.
Sube en tu caballo apriesa,
y por las sendas más breves
te vuelve a Burgos, pensando
que, pues te juzgan ausente,
nadie en él te buscará;
que de mi seguro puedes
partir, pues sabré seguirte
y aun del riesgo defenderte.
¡Ea, vuela! Ese Pegaso
anima tan velozmente,
que sus batidos ijares
tu diligencia confiesen.
NUÑO:
Bien has dicho. Dios te guarde.
Vase
COSTANZA: Buena
fue la industria.
SANCHA:
¿Fuése?
COSTANZA:
Mirarélo.
Vase. Habla don GARCÍA dentro
GARCÍA:
¡Ah, Nuño infame!
No tu vil traición recuerde
miedos en ti, que me impidan
vengar a la manchada nieve
de las canas de mi padre.
¡Abre, traidor! ¡Abre aleve,
o haré las puertas pedazos!
Abre doña SANCHA. Salen don
GARCÍA y
LAÍN
SANCHA:
Ya está abierto. ¿Qué pretendes?
GARCÍA:
¿Dónde está Nuño?
SANCHA:
A Burgos
se partió. Si no lo crees,
por tuya tienes la casa.
GARCÍA:
¿Que esto tus engaños pueden?
Temió mi valor tu hermano.
SANCHA:
Quien nació Castro no teme.
GARCÍA:
Saca los caballos presto;
que he de seguirle.
LAÍN:
Conviene
el seguirle; mas repara...
GARCÍA:
Acaba.
LAÍN:
Ya te obedece;
el ir sin capa y sombrero
es lo que más me entristece.
Vase
GARCÍA:
Vengaré, viven los cielos,
mi agravio.
SANCHA:
¿Que así me deje
quien a ser de mi albedrío
fiero robador se atreve?
¿Que así las glorias de amante,
ingrato bárbaro niegue
y acciones tan vengativas
contra mi sangre recuerde?
¿Qué es esto, Garci Velázquez?
¿Qué es esto? ¿Agora previenes
falsedades que te infamen,
desprecios que me atormenten,
descréditos que te culpen,
libertades que me afrenten?
¿Éste es el bien que gozaste,
las finezas que me debes,
las dichas que mereciste,
los favores que posees?
Vuelve, esposo; no permitas,
señor, que mis gozos breves
justa desesperación
los ultraje y los desprecie.
Mira...
GARCÍA:
Sancha, no son buenas
esas lágrimas que viertes
para quien ve que a su padre
violenta mano le hiere.
Para un hijo, que ayer vio
sus canas pompa de nieve,
y hoy de un sepulcro de mármol
cenizas las juzga leves,
la obligación que me corre
nadie la conoce y siente
mejor que yo mismo, Sancha.
Yo sé lo que me conviene;
no ignoro lo que te debo;
no niego lo que mereces;
no desmayo en la palabra;
no huyo lo que pretendes;
pero aquí mi muerto padre
me dice a voces que quiere
que helado bulto le estime,
que cadáver le venere,
que rüina le obedezca,
que polvo le reverencie,
que
a la venganza me anime,
que la aclame, que la aceche,
que la investigue animoso,
que la ejecute valiente.
Y así, tus voces en mí
será imposible que esfuercen
lástima
que las escuche
o piedad que las despeñe.
Los cielos, Sancha, te guarden;
queda a Dios, que no consiente
más dilación un agravio
ni más tardanza una muerte.
SANCHA:
¡Aguarda! ¡Espera! ¡No huyas!
¡Oye, escucha, mira, advierte!
¡A pesar de mis desdichas!
¡Que estos rigores ordene
Fortuna! Buena quedo.
Mi robada honra padece.
El ladrón huye tirano;
Mi hermano la culpa tiene.
García quiere vengarse.
Ya temo que he de perderle.
Pues, acabadme, pesares;
acabadme porque quede,
si estrago de los que soy,
lástima de lo que fuere.
FIN DEL PRIMER ACTO