ACTO SEGUNDO
Salen el JUSTICIA y muchos
CRIADOS, acuchillando a
don NUÑO, y él retirándose,
y el JUSTICIA no
saca la espada
NUÑO:
Yo no he de darme a prisión,
don Pedro, aunque me matéis;
porque es más segura cosa
el no dejarme prender.
JUSTICIA: Don
Nuño, que os he avisado
que estos lances excuséis,
no lo ignoráis, y que siempre
vuestro amigo he sido fiel;
mas si vos, poco advertido,
delante de mí os ponéis,
no puedo excusar, don Nuño,
las órdenes de mi rey.
NUÑO:
¿Qué orden os ha dado Alfonso?
JUSTICIA: Que os
mate o prenda.
NUÑO:
Es crüel.
¿Así se mata en Castilla
un Castro?
JUSTICIA:
Podrálo hacer
quien, como yo, nació Lara,
si no se deja prender.
NUÑO:
Señor Justicia Mayor,
si de ese modo ha de ser,
de éste pretendo librarme.
JUSTICIA: ¡Muera!
¡Prendedle!
NUÑO:
No haréis;
porque son rayos de acero
cuantos movimientos veis.
Métele a cuchilladas. Sale doña
ELVIRA
ELVIRA:
Voces en la calle siento,
y aun parece que tropel
de gente acuchilla un hombre,
y que él, animoso, a hacer
llega desprecio de todos.
¿Quién será? Que conocer
no le puedo, porque yo
de tan poca edad a ser
del convento de la Huelgas
tierno depósito entré,
que a nadie apenas conozco.
Mucho le aprietan; mas él
huye el riesgo, y prevenido
socorro pide a los pies,
por habérsele quebrado
la espada. ¡Ay, desdicha infiel!
Temí no fuera mi hermano;
que, como por la crüel
mano de un fiero alevoso
murió mi padre, el que fue,
si hoy sombra en bóvedas triste,
rayo en la campaña ayer.
Pienso que a mi hermano llegan
a
herirle el pecho también;
que quien nació como yo,
seguir con violencia ve
a la voz de la corneja
lo funesto del ciprés.
Sale don NUÑO, alborotado, sin espada
NUÑO:
¡Señora!
ELVIRA:
¡Ay de mí!
NUÑO:
Escuchad.
ELVIRA:
¿Cómo?
NUÑO:
El temor suspended;
porque el justicia mayor
con rigor y con poder
me obliga a que me retire
de una rigurosa ley,
y en mi seguimiento viene
porque orden tiene, del rey,
firmada, para llevarme
preso al castillo de Uclés.
Vióme agora y lo intentó.
Yo, viendo el peligro infiel,
defensa a la espada pido,
y faltóme como veis.
Quise ampararme en la casa
que yo primero encontré,
(Mas si no me engaño, aquí Aparte
vive don Diego Porcel.
Su esposa es ésta sin duda.
Mejor la hablaré después).
Ya sé, señora, quién sois,
y quien vuestro dueño es.
Noble nací, no con dicha.
Halle en vos consuelo fiel.
Así vuestro hermoso rostro,
que admirado el mundo ve,
del agosto de los años
viva triunfando el clavel.
ELVIRA:
Ya iguala vuestro cuidado
al mío; piedad cortés
será hacer que os tenga oculto
el aposento que veis.
Palabra os doy de ampararos.
Bien podéis entrar en él.
Acabad.
NUÑO:
Vos me dais vida.
Éntrase
ELVIRA:
Atenta guarda seré,
si no bastante defensa,
hasta que lo venga a ser
mi hermano, y llevarle pueda
donde más seguro esté.
Sale don GARCÍA
GARCÍA:
¿Sola, hermana, y divertida,
sin dar al tiempo atención?
Mas si es imaginación
de aquella sangre vertida
de nuestro padre, es debida
la tristeza al accidente,
el callar al mal presente;
porque siempre alivio halla
la desdicha que se calla
en el dolor que se siente.
ELVIRA:
Deja, señor, un momento,
si es que yo puedo entre tanto
dejar mi forzoso llanto,
tu debido sentimiento;
que agora el rigor violento
de la justicia huyó
un caballero, y se entró
a pedir sagrado aquí;
halle, hermano, amparo en ti,
pues en mí piedad halló.
En esa sala que ves
se esconde; llamarle quiero.
GARCÍA:
¡Justa acción!
ELVIRA:
¡Ah, caballero!
Salid afuera.
Sale don NUÑO
NUÑO:
Después
que obligado... ¡Ay de mí!
GARCÍA:
¿Es
sueño o verdad lo que miro.
Verdad es pero la admiro
y crédito no la doy.
NUÑO:
¡Oh, qué infelice que soy!
Pues cuando a sagrado aspiro,
y es forzoso que presuma
que le hallo en un amigo,
me conduce a mi enemigo
el hado fatal en suma.
GARCÍA:
Huyendo montes de espuma,
solicita peregrina,
puerto la nave, y vecina
al abrigo que procura.
Se ve, cuando más segura,
ser de un huracán rüina.
Así tú, que a lo inhumano
de una prisión te negaste,
cuando sin ella te hallaste,
miras tu muerte en mi mano.
Destrozo sangriento vano
serás hoy de mi cuchilla,
y pues eres navecilla,
que abrigo al puerto le debe,
seré huracán que le lleve
a ser estrago en la orilla.
ELVIRA:
¿Qué este es Nuño?
GARCÍA:
El que atrevido
nuestra sangre derramó.
ELVIRA:
Pues, ¿cómo de mí fio
la vida que he defendido?
Mas si tan atento ha sido,
noblemente confïado
consulta
a lo que obligado
vive en tu sangre el valor.
GARCÍA:
A matarle.
ELVIRA:
No es error
la venganza en tu cuidado
ni que muerte a Nuño des;
mas si cuando de su pecho
la confïanza que ha hecho
acerado escudo es.
Reserva el castigo pues
para mejor ocasión;
que agora, en la prevención
de cualquier sangriento estrago
será más culpa el amago
que después la ejecución.
Lo ingrato que en ti acredito
es voz de esa confïanza,
porque deja tu venganza
muchas señas de delito,
ventajas mil te permito
para borrar tu inquietud.
Obra con solicitud,
porque la ofensa que ultraja,
se ha de vengar con ventaja,
mas no con ingratitud.
GARCÍA:
(¡Oh, cuánto mi agravio siento! Aparte
¡Oh, qué dudoso me hallo!
Si escucho a mi hermana, callo;
si miro a Nuño, me aliento.
¿Qué haré si al golpe violento
se arroja ciego el sentido?
Templarme en lo prevenido,
porque es más noble cuidado
estimar lo confïado
que castigar lo atrevido.
Y aunque con justo ardimiento
solicito la venganzas,
pone en mí la confïanza
leyes de agradecimiento).
¿Qué te hizo el flaco aliento
de un anciano, en que se vía
la espada, cuando reñía
para impedir el suceso
que más a su mismo peso
que a la mano obedecía?
De un caduco sin vigor
de quien, aunque en mármol yace,
de sus cenizas renace
a despertar mi dolor,
¿qué hazaña fue, qué valor,
matar con ciega osadía
a quien cuando más fingía
esfuerzo que le alentaba,
de puro viejo, dejaba
de vivir lo que vivía?
Agora entre sombras nombra,
aunque cadáver las mide,
tu ciego error, y despide
una voz en cada sombra.
A mí me anima, no asombra.
Mira cual es lo inhumano
de
tu acción, pues ya gusano
por la boca de la herida
culpa su voz despedida
la violencia de tu mano.
NUÑO:
Castigo de un noble pecho,
que casi llega a informarle
es el correrse y pesarle
de aquello mismo que ha hecho;
y así, remite el despecho
con que ver quieres vengado
a tu padre, bulto helado;
que a mí, al pesar remitido
lo que tengo de corrido
me sobra de castigado.
Y tan falto de razones
me deja tu proceder,
que callo por no poder
igualarte en las acciones;
y tantas obligaciones
hoy en mi afecto declaras
que si a ti, pues lo reparas,
confïado te he vencido.
Yo, de puro agradecido,
quisiera que me mataras,
y a vos, señora, que daros
mil gracias quisiera, veo
que sólo puede el deseo
con el silencio alabaros,
no imperio para borraros
tenga el tiempo esa beldad.
Halle en la posteridad
culto elevado y asombre
en mármoles vuestro nombre,
y en ecos vuestra piedad.
Hace que se va
ELVIRA:
¿Fuése?
GARCÍA:
Mal seguro va.
Señor, don Nuño, advertid.
NUÑO:
¿Qué es lo que mandáis?
GARCÍA:
Oíd.
NUÑO:
El gusto obediencia os da.
GARCÍA:
Mejor vuestra mano está
de una espada acompañada;
porque si alguno lograda
vuestra prisión quiere
ver,
mal os podréis defender
si os falta, Nuño, la espada.
Tomad ésta; que interés
me corre en que la admitáis,
pues quiero que os defendáis
para
mataros después.
Yo os la doy, aunque no es
sin riesgo, pues si os la dejo
y advertido os aconsejo
que evitéis algún destrozo,
aunque me veis que soy mozo,
me
mataréis como a viejo.
NUÑO:
A esta liberalidad
siempre he de vivir atento;
tanto, que mi rendimiento
se halle en mi voluntad.
Huella en la presente edad
las más altivas cervices,
pero en acciones felices,
con que tanto satisfaces,
si obligas con lo que haces,
no ofendas con lo que dices.
Vase
GARCÍA:
¡Válgame Dios!
ELVIRA: ¿Qué
te ofende?
Igual a tu sentimiento
es el mío. A tus cuidados,
los que mortales padezco,
busca agora tu venganza.
GARCÍA:
¿Permítesme que del riesgo
deje ausentar al contrario,
y agora me alientas? Veo
que es necia tanta piedad
donde el agravio no es menos.
ELVIRA:
La que ha tenido bastante
materia es para que el tiempo
la guarde en labrados jaspes;
no te pese del afecto
piadoso, porque pisar
el blando humillado cuello,
herir a la confïanza,
ultrajar el rendimiento,
no diera honor a la herida,
sino vil infamia al hecho.
Y no te valgas agora
de decir que mis consejos
son los que a tu brazo el golpe
de la venganza impidieron;
que los ánimos heroicos
libran con bastante acuerdo
la ejecución a la mano,
y a la prudencia el acierto.
De ésta te has valido agora,
para lo demás esfuerzo
te dio tu sangre; investiga,
busca ocasiones, atento,
en que a la tormenta suya
concedas seguro puerto.
Y si te faltaren manos
y ánimo con que el deseo
logres, yo, que hija soy
de aquél que, en polvo deshecho,
llanto debe a tu memoria,
te daré para el efecto
un ánimo en cada voz
y una mano en cada aliento.
Vase. Sale LAÍN
LAÍN:
Pensativo estaba el Cid...
Y no más, aquí me quedo;
porque mi amo lo está en Burgos,
y el Cid lo estaba en San Pedro.
GARCÍA:
¡Laín!
LAÍN:
¿Señor?
GARCÍA:
Tu lealtad,
tu diligencia y secreto
hoy mi venganza aseguran.
LAÍN:
No el secreto será menos
que la lealtad con que vivo.
GARCÍA:
La vida te va en tenerlo.
LAÍN:
Al caso vamos, ¡por Cristo!
GARCÍA:
Di. ¿Qué forma o qué remedio
tendré, Laín, para dar
muerte a mi enemigo fiero?
LAÍN:
Eso ha menester espacio.
GARCÍA:
¿Qué espacio?
LAÍN:
Pues, ¿mucho es? ¿Menos
es parecer de un letrado,
y mira catorce textos,
que dar la muerte a un cristiano?
GARCÍA:
¡Ay, de mí! Buen consejero
hallo en mis locas desdichas.
Vete, por Dios.
LAÍN:
¿Es
buñuelo?
Déjemelo usted pensar
que yo lo diré bien presto;
mas ya voy cerca sin duda.
Ve aquí el modo, yo le tengo.
Yo me he de fingir al punto
un
embajador, que vengo
de Suecia. Tú has de ser
mi porta-brazos, y luego
después que al rey mi embajada
se la haya dado en secreto,
iré a visitar las damas;
y
cuando a mirar el bello
rostro yo llegue, de Sancha,
y los dos solos estemos.
A Nuño irás, que aguardando
estará para el efecto,
y con tu daga, animoso,
romperás su duro pecho.
Y si Sancha se turbare,
diré: "Dama, deteneos;
que esto que miráis es cosa
que allá usamos los suecos,
y más los grandes señores;
porque siempre nos comemos
un caballero en gigote".
GARCÍA:
No hay insufrible tormento,
en los que más siente un alma,
como el de escuchar a un necio.
Vete, por Dios, no me mates;
vete y déjame.
LAÍN:
No puedo;
hasta aquí burlas han sido.
Pero ya que el sentimiento
con que ves se traslada
a ser dolor en mi pecho,
¡vive Dios, que has de vengarte!
GARCÍA:
¿Hablas de veras?
LAÍN:
¿Dirélo?
Sí; que le importa a mi amo.
Mas, ¡no! Que el castigo temo.
Jura que no has de enojarte.
GARCÍA:
¿Qué juro? Pues tú, ¿qué has
hecho?
LAÍN:
En fin, tú me has de jurar
que podré decir sin riesgo
de tu enojo y de mi vida
una cosa. En el remedio
de tu venganza consiste.
GARCÍA:
Si eso ha de ser, yo te ofrezco
mi palabra por quien soy.
Así mi brazo y mi acero
felices logren la herida
que solicitan atentos
para que por ella Nuño
vierta el suspiro postrero.
No he de enojarme.
LAÍN:
Pues, digo
que soy de Costanza dueño.
GARCÍA:
¿Qué dices?
LAÍN:
Que si te enojas,
romperás el juramento
y cesará la maraña.
GARCÍA:
Admiro tu atrevimiento;
pues, ¿qué dicha se me sigue
a mí de tu amor?
LAÍN:
Si entro
de noche a ver a Costanza,
si hasta su cámara llego,
si las llaves de la puerta
ella guarda en su aposento,
¿qué más dicha ha de seguirte?
Entiéndeme, pues te entiendo;
¿qué quieres? Tu crïado soy.
Lealtad guardo, valor tengo.
GARCÍA:
Pues di, ¿cómo a entrar te atrevas
en casa de Nuño?
LAÍN:
¡Eso!
¡Con mucha facilidad!
GARCÍA:
Mal me resisto. ¿Y el riesgo?
LAÍN:
No me ha sucedido mal.
GARCÍA:
¿Si te ve Nuño?
LAÍN:
Eso temo.
GARCÍA:
¿Sancha?
LAÍN:
Ésa, ¡sí me ha visto!
GARCÍA:
¿Qué dice Sancha?
LAÍN:
Es un cielo;
siente y llora tu mudanza.
GARCÍA:
¡Ah, Sancha! ¡Cuánto en mi pecho
para no acabarme, vive
desatado el sufrimiento!
¡A lo que tu amor me llama,
a lo que tu hermano ha hecho!
Ojalá
antes que en tus brazos
me viera, y que hallara en ellos
primer aliento a mi vida,
segunda vida a mi aliento,
que en las reñidas batallas
de los moriscos encuentros
corvo alfanje hiciera entonces
que de mis hombros el cuello
bajara a pedir sepulcro
a la campaña sangriento.
LAÍN:
[¡Ya], qué triste estás! Anímate.
GARCÍA:
¡Ah, Laín, qué poco esfuerzo
vive en mí para esta empresa
cuando de Sancha me acuerdo!
Mas dime, ¿cómo dispones
mi justa venganza?
LAÍN:
Pienso
que habrá impedimento poco;
mas deja que a disponerlo
la solicitud mañosa
llegue de mi tosco ingenio;
que, cuando en oscura noche
de los sentidos el sueño
mas apoderado viva,
sin duda te verás
dentro
de casa de tu enemigo.
GARCÍA:
¿Qué escucho, piadosos cielos?
Laín, si por ti mi brazo
consigue este heroico hecho,
cuanto valgo, cuanto fuere,
cuanto espíritu
poseo,
y cuantas vidas me infunda
el ver cadáver el cuerpo
de mi enemigo, que en mí
serán gloriosos trofeos,
verás que, a ti agradecido
por víctimas las ofrezco.
LAÍN:
¿Soy yo deidad?
GARCÍA:
Eres ángel,
y serás de hoy más un cielo.
Dame esos brazos.
LAÍN:
¡Por Dios,
que te apartes; que te temo!
GARCÍA:
¿Eso dices? Si me guías
a conseguir mis deseos,
todo mi caudal es tuyo,
como a mi vida te quiero.
LAÍN:
¡Jesús, Jesús! ¿Quién tal
dice?
¡Que me abraso, que me quemo!
Si te acuerdas de Virgilio,
cuando en églogas diciendo
"Formosum Pastor" estaba,
mira que un lacayo feo
soy, con alba y sin narices,
barbado a lo nazareno,
con el color de mortaja,
y tan redondo de cuerpo
que soy pipote con alma.
GARCÍA:
¡Oh, qué gustoso me aliento!
Ánimo, Garci-Velázquez,
pues lleváis para este empeño
un rayo en la blanca espada,
un agravio en el esfuerzo,
un dolor vivo en el alma
y un muerto padre en el pecho.
Vase
LAÍN:
Ánimo, Laín, que ya
cobra su jüicio entero
don García, y aunque os visteis
en peligro no pequeño,
sois Laín, y habéis de hacer
como quien viene de buenos.
Vase. Salen COSTANZA y doña
SANCHA,
alborotadas
COSTANZA:
¡Señora, señora!
SANCHA:
¡Ay, triste!
¿Qué tienes?
COSTANZA:
Con grande priesa
Andrada en casa entró agora,
y dijo que una pendencia
mi señor había tenido
con el justicia, y que de ella
resultó encontrarse luego
dentro de su casa mesma,
con don García, y que juntos,
según él se teme, es fuerza
que se hayan dado la muerte.
SANCHA:
¿Hay más tormentos? ¡Que tenga
tanto sufrimiento el alma!
Que al imperio no se venza
de la desdicha, y se humille
tristemente a su inclemencia!
¿Para qué quiero la vida?
Sale don NUÑO
NUÑO:
Costanza, solos nos deja,
y entra una luz.
SANCHA:
¡Ya no siento
caliente sangre en las venas!
COSTANZA: La luz
tienes aquí.
SANCHA:
Vete.
COSTANZA: Voyme;
en la calle me espera
Laín. Al punto que le deje
en mi aposento, las puertas
cerraré como otra veces.
Vase
SANCHA: (¡Ay,
de mí! Sin duda queda Aparte
muerto mi esposo; que el rostro,
la turbación, la tristeza
con que Nuño entra en su casa,
me ofrecen bastantes señas).
¡Muerta soy!
NUÑO:
¿Qué tienes, Sancha?
¿Qué causa te desalienta?
SANCHA:
Dijéronme que tuviste
la vida agora tan cerca
de la muerte, que de sólo
verte a mi ojos, es fuerza
que me mate la alegría.
Como a otros matan las penas;
mas ¿cómo vienes tan triste?
NUÑO:
No sé qué te diga.
SANCHA:
Cierta
es la desdicha que temo;
no lo niegues, pues.
NUÑO:
Quisiera...
SANCHA:
¿Quitaste la vida -- ¡ay cielos! --
a García?
NUÑO:
Bueno queda.
SANCHA:
Acaba, pues, de arrojar
esa voz; que me atormenta
aún pensar la dilación,
Nuño, que has tenido en ella.
(Eso sí, pase el tormento. Aparte
Huíd del alma, tristezas.
Buscad albergue, pesares.
Gustos, contentos, no hay fuerza
de los pasados enojos
que vuestro poder no venzan.
Loca estoy. ¡Mi amante vive!)
NUÑO:
Pues, ¿cómo tan descompuesta
te tiene ese nuevo gozo?
SANCHA: Hermano,
porque si hubieras
muerto al hijo, como al padre,
sobraran con inclemencia
para nosotros palabras
injuriosas en las lenguas,
rencor en los corazones,
y faltara quien nos diera
descanso a nuestro cuidado
y a nuestras voces orejas.
¿Bueno está? ¿Vive García?
NUÑO:
Hice, hermana, resistencia
al justicia mayor, que anda
con orden del rey expresa
para prenderme; me ha dicho
que en mi casa me esté, y sea
de manera que me niegue
a sus ojos, porque es fuerza,
si llega a verme, que el orden
que
el rey le ha dado obedezca.
En fin, hermana, faltóme
la cuchilla en la pendencia,
entré a esconderme en la casa
sin que ninguno me viera,
de Diego Porcel, y viendo
una hermosa dama en ella,
y entendiendo ser su esposa,
le pedí favor, y atenta
a su sangre, me le ofrece.
Juzgó entonces ella mesma
que yo la había conocido;
porque has de saber que esta
dama que digo es la hermana
de García, que en las Huelgas,
convento que edificó
nuestro Alfonso con grandeza,
ha vivido, porque en él
entró desde edad muy tierna;
y a esta casa, que don Diego,
por retirarse a su aldea,
dejó, se mudó García
con su hermana, por la pena
de vivir la que la sangre
de su muerto padre riega.
En fin, no me conoció.
Escondióme, cuando entra
Garci-Velázquez de Estrada,
y queriendo con violencia
ejecutar su venganza,
detuvo el golpe ella mesma,
dándole a entender, hermana,
que, pues yo con diligencia
de las manos del justicia
me acogí a las suyas, era
descrédito de su sangre
faltarme sagrado en ellas.
Redújose mi enemigo
y no sólo su nobleza
para salir de su casa
libres me dejó las puertas,
mas para venir me dio
en esta espada defensa.
Mira si es justo el afecto
de mi penosa tristeza,
pues maté al padre de quien
hoy con acciones tan nuevas
y tan heroicas me obliga
a que mi error encarezca,
a que su agravio y mi culpa
arrepentido lo sienta.
SANCHA:
¿Y en qué quedaste con él?
NUÑO:
En que agora con más fuerza
con más cuidado, con más
solícita diligencia
dice que me ha de buscar.
SANCHA:
Dime, por tu vida, ¿que ella
fue quien te libró del riesgo?
NUÑO:
Fue mi amparo, y quien discreta
quiso que igualase entonces
su piedad a su belleza,
a Elvira debo la vida.
SANCHA:
Bien está, no te entristezcas;
que para consuelo tuyo
lo que he escuchado me alienta;
ya es hora de recogerte.
NUÑO:
Lo mismo hacer puedes.
SANCHA:
Entra.
NUÑO:
¡Ay, don Lope, quien al mundo
volverte vivo pudiera!
Vase
SANCHA:
García suspende el golpe
cuando halla en su casa mesma
a
Nuño, pero su enojo
ni le olvida y le deja.
Y doña Elvira, ésta fue
más prudente y más discreta,
más cuerda en lo ejecutivo,
más piadosa en la defensa;
pues ella escucha mis voces;
que quien supo a la clemencia
dar lugar en la venganza,
ofrecerá más atenta
noble remedio a mi agravio
o dulce alivio a mi queja.
Vase. Sale don GARCÍA
GARCÍA:
Cual en la noche oscura
tras de la oveja tímida se arroja
lobo crüel, que hambriento la despoja
de la vida, así yo buscando vengo
a Nuño, mi enemigo.
Tomo esta luz por ver si en lo que sigo
me lleva su esplendor sin embarazo.
Toma la luz, y al entrar, sale doña
SANCHA
SANCHA:
Dejo a mi hermano... ¡Ay, triste!
GARCÍA:
¿Qué te asombra?
SANCHA:
¿Eres vana ilusión? ¿Quién eres,
sombra?
GARCÍA:
Sombra de lo que fui.
SANCHA:
¡Qué falso engaño!
Yo sí que soy la sombra. ¿Quieres verlo?
Pues mira, si es que puedo merecerlo,
en tu inconstancia mi infeliz empleo,
en tu injusta mudanza mi deseo,
en tus locos desprecios mis temores,
en tus falsas promesas mis errores,
sin que en tanta rüina
a mis ojos vecina
una esperanza vea,
ni aliento alguno crea,
sin sólo tormentos,
engaños, impaciencias,
deshonores, violencias,
penas, infama, llanto.
Y así verás, saliendo de este encanto,
que yo, afligida, triste, cuidadosa,
sin honor, impaciente, temerosa,
sin vista, sin aliento, desdeñada,
llego a ser, viendo tu tirano olvido,
sombra de lo que soy y lo que he sido.
GARCÍA:
Un aliento, una vida, un alma hallo,
que en ti mi voz inspira,
y, aunque mi amor por ofendido callo,
no en mi memoria el bien gozado expira,
pues al favor de mi pasada gloria,
yo, Sancha, he de ser tuyo; soberano
dueño mío serás, pero primero
he de tomar venganza de tu hermano.
Va a entrarse y detiénele doña
SANCHA
SANCHA:
¿Cómo? ¿Qué dices? ¡Oh,
qué trance fiero!
¡Señor, mi bien, espera!
¡Qué turbación! ¿Resolución
tan fiera
cuando me ves aquí, sigues furioso?
¿Eres tú quien dichoso,
quien rendido en mis
brazos,
formó con tierno afecto dulces lazos,
quien la azucena cándida fragante
al jardín de mi honor robó triunfante,
donde, bellezas dilatando, era
adorno casto de su misma esfera?
García, esposo, mira
cuán poco el alma en mi temor respira.
Límites pon al vengativo intento,
verás mi rendimiento,
que si antes amoroso
trofeo de tu ruego fue glorioso,
hoy en desdichas tantas
será despojo humilde de tus plantas.
GARCÍA:
(¡Oh, qué desdicha! ¡Qué infelice
suerte Aparte
es la mía! Pues cuando
con ánimo más fuerte
riesgos mayores vengo atropellando,
y a la venganza aspiro,
me suspenden las lágrimas que miro.
No son lágrimas, no, ni pueden serlo.
Júzguenlo cuantos merecieren verlo.
Líquidas perlas son, que la corriente
dichosa anima de una y otra fuente,
que en sus ojos formó naturaleza,
naciendo de aquel risco de belleza.
¡Oh, qué beldad! ¡Qué luz! ¡Qué
hermosa estrella!
¿Qué cielo soberano!
¡Mal rayo abrase la violenta mano
de Nuño, pues por ella,
por su sangriento y bárbara destrozo
glorias que gozar puedo no las gozo).
SANCHA:
Mi señor, ¿qué respondes a mi ruego?
GARCÍA:
Que soy de nieve y que me abraso en fuego
y a tu llanto quisiera,
aunque me ves de bronce, ser de cera.
Perdona, Sancha hermosa.
No impidas mi osadía;
que Nuño ha de morir.
Va a entrarse, y detiénele enojada,
poniéndose a la puerta
SANCHA:
¡Qué villano!
¡Qué acción tan afrentosa!
Justamente se infama
quien no es cortés al ruego de una dama.
¿No permitió de Elvira la advertencia
impulsos en tu casa a la violencia
y, en la mía, resistes mi porfía?
¿Cuándo la sangre, dime, ha merecido
más que las voces de un amor rendido?
Pues, don García, advierte
que de mi hermano no has de ver la muerte.
Y si con el rigor que en ti conoces
grosero porfiares, daré voces.
Crïados hay en casa.
Cerca tengo parientes.
Mas yo, que basto sola, y que no escasa
en ánimo he nacido, con los dientes,
con la furia que ves en mis enojos,
con el fuego que sale de mis ojos,
y a fenecer mi vida se adelanta,
dividiré en pedazos tu garganta.
Entra, acaba, ¿qué aguardas?
¿Qué esperas? ¿Qué te tardas?
A mis brazos te entrega;
que si la muerte buscas de mi hermano,
has de pasar por ellos,
y puede ser, si con violencia llega
mis brazos a vencellos
en bárbara porfía,
que
sean los tuyos sepultura mía.
GARCÍA:
(Sin duda que me enseña
Aparte
a ser de su materia alguna peña,
o alguna fiera horrible.
Su espantosa crueldad en mí atesora,
pues no me vence Sancha cuando llora,
poca alabanza a mi piedad procuro.
El jaspe, el bronce duro
al buril obedecen,
¿y yo que en mi nobleza resplandecen
los hechos que heredé de mis mayores,
he de poner a lágrimas rigores,
a lágrimas de quien por si merezco?)
Déjame, Sancha, ir. Yo te obedezco.
Ni seguiré a tu hermano,
ni a la venganza animaré la mano,
ni
a ti quiero escucharte,
ni verte ni hablarte,
ni a mí tampoco verme,
ni vivir ni alentarme ni entenderme,
sino desesperado,
sin jüicio, sin alma, desdichado
pedir
al horizonte
o el más altivo y empinado monte
albergue me dé oculto
donde a pálido bulto
la vida se traslade sin aliento,
donde, siendo de fieras alimento,
ni aún queden señas pocas
de quien con ansias locas
de la justa venganza se ha olvidado
que pide un padre en un sepulcro helado
y en mortales enojos
ha obedecido al llanto de tus ojos.
Vase
SANCHA:
¡Aguarda, escucha, tente!
¡Qué furioso que parte!
Pero no importa ya, si a ver presente
una esperanza llego
que partirse obligado de mi ruego.
Mas, ¡ay de mí!, que temo el ausentarse.
Pues, ¿No bastaba -- ¡ay cielos! --
mi esposo retirarse
de mi amor, de mi voz, de mis desvelos?
¿Tanto tiempo, tirano,
procurando al muerte de mi hermano;
sino agora, que veo
casi ya conseguido mi deseo,
decirme que me deja,
que sin alma se aleja,
sólo por no ofenderme;
que ya no quiere verme,
que huye de mis ojos,
que muere en sus enojos,
que a va desesperarse,
que a la gruta de un monte ha de entregarse,
que vive sin aliento,
que de las fieras ha de ser sustento?
Y, ¿que esto escuche cuando más rendida?
¡O acaben ya los cielos con mi vida
o fálteme en el mal que en mi se emplea,
tierra que pise, claridad que vea!
FIN DEL SEGUNDO ACTO