TERCER ACTO
Sale LAÍN, huyendo de don GARCÍ:A,
que
le sigue con la daga desnuda
LAÍN:
¡Jesús!
GARCÍA:
No te han de valer
las voces.
LAÍN:
Si me alboroto
de ver desnuda una daga,
¿qué te espantas?
GARCÍA:
No hay estorbo
para que tu fin no llegue.
LAÍN:
Voces doy.
GARCÍA:
Más me provoco.
LAÍN:
¡Que me matan sin mi gusto!
GARCÍA:
¡Ah, traidor!
LAÍN:
Oyeme cómo
fue lo que causa tu ira.
GARCÍA:
¿Qué he de hacer, si veo que solo
me hallé en casa de don Nuño?
LAÍN:
Repito el suceso todo:
Costanza me abrió la puerta,
subí arriba, los pies pongo
en su aposento; ella dijo
como otras veces: "Forzoso
es desnudar a mis amos;
ya vuelvo, aguárdame un poco".
Yo, que me vi centinela
de aquella torre, me asomo
para ver si alguno había
que me sirviese de estorbo.
Bajo la escalera, llego
a la puerta, reconozco
que no hay un alma; y así,
quité con tiento el cerrojo,
entraste arriba, subimos,
y dijísteme animoso:
"Laín, vigilante guarda
del puesto que ves te nombro;
si alguno a impedir subiere
el hecho a mi mano heroico,
pon de tu acero a su espalda
la punta y al pecho el pomo".
Y apenas mi puesto guardo,
cuando ciertos pasos oigo,
que, desmintiendo las selvas
me parecieron de corcho.
Dije: "Ésta es dueña. ¿Qué
haré?
Si me ve, perdidos somos".
Y así, porque no me viese,
ni yo descubrir tampoco
en su tumba una mortaja,
ni un "ab initio" en su rostro,
o por si era dueña enana,
dueña en vísperas de hongo,
cementerio de poquito,
y "requiem aeternan" romo,
me retiré, y cuando pienso
que seguro me arrincono,
caí por un agujero
o infierno, tan frío y hondo,
que si llamas no brotaba,
respiraba helados soplos.
Su altura eran dos estados,
mejor lo dirán los lomos
y el sentido, pues del golpe,
quedé sin uno y sin otro.
Busco la puerta, y en vez
de hallarla, un clavo topo,
que, sin jugar a la polla,
les dio a mis narices bolo.
Voy tentando las paredes,
y la mano en parte toco,
que ni sé si fue culebra,
si lagarto y si demonio
el que me dio tal bocado
con dientes tan ponzoñosos,
que haber servido pudieran
al fiero dragón de Cólcos.
Mas viéndome sin remedio
los inconvenientes todos
junto, y digo: "Si doy voces,
oirálo Nuño, y su enojo
vengará en mí; si adelante
paso, encontraré algún hoyo,
donde me sepulte vivo".
Y así, por remedio escojo
sentarme y estarme quedo.
Casi dos días del modo
que ves estuve gimiendo
con que tal figura tomo
que en esqueleto con vida
desmayado me transformo
hasta que entrar a Costanza
vi por un postigo angosto
que yo, de temor, no hallé
y entonces despedí ansioso
tan flaca voz, que por flaca
pudieran llevarla en hombros.
De su vestido me así,
y
ella, que, volviendo el rostro,
vio en mí una cara de muerto,
dio voces, llamó "socorro",
conocióme, a Sancha avisa,
y como aliento no gozo,
las dos al desmayo mío,
dieron pistos de bizcochos.
En fin, Sancha me regala,
presto mis alientos cobro
porque con pechugas de aves
dulcemente les soborno.
Así estuve, así me vi.
Agora,
ya que te informo,
conocerás que merezco
más tu piedad que tu enojo.
GARCÍA:
Todos son enredos tuyos.
LAÍN:
¡Que esto escucho y no me torno
yermo! ¿Es enredo la cara
con que a lástima provoco?
¿Dos dedos menos el pico
de la nariz, que a ser romo
se pasó, de puntiagudo?
¿El dolor con que pregono
desconcertada la espalda?
Si esto es enredo, a ser novio
antes me iré que sufrirte.
GARCÍA:
No halle remedio a mi ahogo,
pues cuando entre negras sombras
mil dificultades rompo,
y a la garganta de Nuño
casi la cuchilla pongo,
sale Sancha y me detiene,
al golpe sirve de estorbo,
si no la escucho se enoja,
voces da si no respondo;
Llora, y el llanto parece
que van vertiendo sus ojos
perlas, que, como claveles,
llueve la aurora en su rostro,
o que a la púrpura el cielo
cubre de nevados copos.
Pues mi fiero dolor sea
mi muerte, pues cuidadoso,
ni a Nuño en su casa mato
ni a Sancha en mis brazos gozo.
Vase
LAÍN:
Furioso parte mi amo;
mucho temo lo furioso
pues yo me iré muy a espacio;
porque cuando borrascoso
anda el jüicio del amo,
y el entendimiento es corto,
puede de un golpe a un crïado
cíclope hacerle de un ojo.
Y así, para no ponerme
en lances tan peligrosos,
mejor que el andar apriesa,
será el andar poco a poco.
Vase. Salen doña SANCHA y
COSTANZA con
mantos, y un ESCUDERO
SANCHA:
Todo está como asombrado.
Tan gran soledad me admira.
COSTANZA: ¿Dónde
Elvira estará?
SANCHA:
Mira
si parece algún crïado.
ESCUDERO:
Yo llamo y no me han oído;
ni un jazminillo hay que ladre.
Llame
SANCHA:
En fin, es casa sin padre,
triste albergue sin marido.
COSTANZA:
¿No tiene a su hermano?
SANCHA:
Es llano
que ocupa, con ser honroso,
más la sombra de un esposo
que la vista de un hermano.
Llama
ESCUDERO:
Vuelvo a llamar.
COSTANZA:
Pasos oigo.
Vanse COSTANZA y el ESCUDERO. Sale doña
ELVIRA
ELVIRA:
¿Quién es quien da tantos golpes?
¿No hay un crïado ahí
afuera?
¿Qué es esto?
SANCHA:
No te alborotes.
Doña Sancha soy de Castro.
Dejadnos solas.
ELVIRA:
¿Tú pones,
doña Sancha, el pie en mi casa?
SANCHA:
No temas ni te congojes.
ELVIRA:
Jamás conocí el temor.
SANCHA:
Pues si no, agora conoce
que -- si el intento piadoso
permites que no se logre --
a qué he venido. En Castilla
nuestros bandos tan disformes
se verán, que han de correr
arroyos de sangre noble,
más que al mar undosos ríos
de plata encrespada corren.
Y así, para que el intento
con que vengo sepas, oye:
Cuando dio a tu padre muerte
mi hermano, rompiendo el orden
del respeto y cortesía
que la ancianidad se pone,
que lo sentí, sabe el cielo,
con tanto extremo que entonces
a números apostaban
las lágrimas con las voces;
porque, en fin, dispuso Nuño,
para que yo me congoje,
dos aciertos, que a sus ojos
los culpa quien los conoce.
Por error le califico
contra mi sangre, que un joven
manchara, poco advertido,
en la senectud su estoque.
Esto es verdad; pero ya
¿qué remedio habrá que cobre
sangre de un cadáver frío,
que helado mármol recoge?
¿Qué victorias, qué trofeos,
qué generosos blasones
adquiere quien obstinado
rige venganzas atroces?
¿Qué asalto emprende animoso?
¿Qué enarbolados pendones
sigue? ¿Qué contrarios rinde?
¿Qué enemigo escuadrón rompe?
Ojalá que hallar pudiera
vida en las llamas don Lope;
que yo en incendio voraz
fuera destrozado roble,
para que, viendo mi pecho
de piedad efectos nobles,
Fénix, si no a sus cenizas,
renunciara en mis ardores.
Y no juzgues que temor
la acción que miras dispone,
ni que para hablarte, Elvira,
mi hermano me ha dado orden,
pues sé que si a su noticia
mis culpas llegaran torpes,
que dividiera mi cuello
de un puñal el fiero golpe.
En fin, es una desdicha
quien loca me descompone,
y quien mis quejas alienta
un vil desprecio de un hombre.
¡Oh, pluguiera a Dios que antes
que a manos de la desorden
que agora culpo, borradas
viera mis obligaciones,
que alto risco, desgajado
del más empinado monte,
que aguda flecha veloz,
que bruta fiera del bosque
me acabara, y de la cueva
que no permite que more
sus horrores alma fueran
mis ojos habitadores!
Tu hermano, en fin, doña Elvira,
tu hermano... El dolor depone
al aliento -- ¡qué vergüenza! -- .
Suspéndenme los temores.
Las palabras
detenidas,
frío sudor las encoge
y helado el pecho, despide
por tales respiraciones.
¡Ah, mal haya la mujer
que loca ejecuta acciones,
que las calle por injustas,
o las niega si las oye!
Tu hermano, cual otro Eneas,
huésped ingrato una noche
robó al jardín de mi honor
las más estimadas flores;
de prevenidas cautelas
guarneció sus intenciones,
obrólas en mi rüina,
gozólas en mis errores.
Llegó perdido a mi quinta.
Hospedéle, porque el nombre
me dijo, rogóme amante,
pero tirano engañóme;
agora olvidado niega
su palabra y mis favores;
glorias que gozó dichoso,
bárbaro las desconoce.
De ilustre fama, por cierto,
de honroso timbre compone
su cabeza, estos serán
sus laureles vencedores.
Un Estrada, ¿es bien que, injusto,
precisas leyes derrogue,
y que a deudas tan debidas
paguen tan viles rigores?
¿Un noble ha de permitir
que engaños le deshonoren,
que la cautela le injurie,
que la falsedad le nombre,
que una mujer se desprecie,
que unos ojos tristes lloren,
que un espíritu suspire,
que un alma alientos ignore?
Éstas sí que son afrentas,
éstos delitos enormes.
Éstas sí que son desdichas.
Éstas sí que son traiciones,
que no una muerte. El herir,
el matar, es en los hombres
una violencia, una furia,
un colérico desorden;
pero engañar una dama
es acción que reconoce
la villanía, es querer
que la infamia le deshonre.
Las promesas que se hacen,
las palabras que se ponen,
no ha de haber ley que las venza,
no ha de haber quién las revoque.
¿Con doña Sancha de Castro,
conmigo tratos tan dobles?
¿Con quien por sangre y por lustre
los más remotos conocen?
Rabio sólo de pensarlo;
temo
que el dolor me robe
el sentimiento o que de éste
la cólera me despoje.
Si no mirara que es fuerza,
para evitar disensiones,
que de mis brazos tu hermano
su
pecho inconstante adorne,
cuánto miro, cuánto veo,
cuánto en sí contiene el orbe
viera su fin lastimoso
en mis ardientes furores.
Mas no es tiempo que a los gustos
los alborotos estorben,
ni de que a las paces pongan
impedimento las voces.
No es bien que más don García
modos vengativos obre,
ni que mi agravio le culpe,
ni
que tu enojo le apoye.
Recuerden las amistades,
dulce parentesco logren;
en la piedra del olvido,
sepúltense los rencores.
Así de metal luciente
tus blancas sienes corones,
y al imperio de tus plantas
soberbios rayos se postren;
así a los orbes la fama
de tu beldad les informe,
así sus ecos escuchen,
así tus huellas adoren,
así el nevado jazmín
de tu frente no despoje
el tiempo, ni de tus labios
el purpúreo clavel tronque,
que dispongas luego, Elvira,
que contigo se despose
mi hermano, y que yo en el tuyo
promesas cumplidas goce;
habrá con esto pinceles
para que tu cielo copien,
para eternizarte mármol
y para adorarte bronce.
ELVIRA:
A responderte no acierto.
Pésame, Sancha, de ver
que así te ofenda el poder
de un culpable desacierto.
Si con mi vida pudiera
que tu honor se restaurara,
a
las llamas la entregara,
al cuchillo la ofreciera;
porque, logrando cuidados,
los campos -- ¡qué maravilla! --
no se vieran en Castilla
de nuestra sangre bañados;
mas,
como no hay quién impida
tu no vencido dolor,
Sancha, el remedio mejor
será la sangre vertida.
SANCHA:
¿Así te burlas de mí?
¿Esa respuesta me das?
ELVIRA:
Yo no me burlo jamás;
las burlas viven en ti,
pues con parecer liviano
quieres en tal desconcierto,
que olvide a mi padre muerto,
y me case con tu hermano.
SANCHA:
¡Ea, baste! Que atrevidas
palabras y tan pesadas
son malas para escuchadas,
peores para sufridas,
cuando con vil entereza
más le desprecie mi mano.
Soy Castro y tengo un hermano,
y el tuyo tiene cabeza.
ELVIRA:
De esa respuesta enfadada,
en tu necio enojo arguyo,
que falta cabeza al tuyo,
pues no la tiene cortada.
SANCHA:
¡Qué necia estás! De la mano
de Nuño saldrá el castigo.
ELVIRA:
Bien podrá; porque contigo
no se ha de casar mi hermano.
SANCHA:
Voyme, que el verte me enfada;
porque aún verme no mereces.
ELVIRA:
Puedo honrarte cuantas veces...
Sale don GARCÍA
GARCÍA:
¿Qué es esto, Elvira?
ELVIRA:
No es nada.
GARCÍA:
Dilo. Acaba.
SANCHA:
Bien mi fama
restauro y mi honor perdido.
GARCÍA:
Dime, Elvira, lo que ha sido.
ELVIRA:
Pregúntaselo a tu dama.
SANCHA:
Bien dices; verá mejor,
García, aunque no se venza,
en tu voz la desvergüenza
y en mi respuesta el dolor.
Su dama -- ¡Ah, cielos! -- me llama
tu osadía, y yo, que ser
más bien de Alfonso mujer
pudiera que no su dama,
muero en rabiosas fatigas,
porque, aunque sé conocerlo,
no me ofende tanto el serlo
como que tú me lo digas.
De esto es honra el ofenderse
pues la afrenta ha de advertirse
que consiste en el decirse
mucho
más que en el hacerse.
Buena quedo, bien honrada,
a dos agravios rendida,
de un desprecio despedida
y de un engaño afrentada.
Ya, en fin, no hay medio que cuadre
a los que miran más sabios.
Yo padezco dos agravios,
vosotros muerte de un padre.
Ver podéis cuál es mayor
afrenta y más conocida;
o que se pierda una vida,
o que se infame un honor.
Mas el verlo y el decirlo
lo mostrará, sin dudarlo,
brazo que sabrá vengarlo,
y hecho que sabe sentirlo.
Rayo que sin resistencia
os abrase he de ser luego
sin que se aplaque en el fuego
ni se temple en la violencia;
cueva que al día os oculte,
seré entre sombras temidas,
o a pesar de vuestras vidas,
duro mármol que os sepulte.
Esto he de ser. Mi valor
a vengar desde hoy empieza
un desprecio en la nobleza
y una afrenta en el honor.
Vase
GARCÍA:
Doña Elvira, Nuño, el día
que a tu amparo se entregó,
fiel seguridad halló
en tu piedad y la mía.
Vida le dio tu porfía
y agora, que a Sancha ves
casi humillada a tus pies,
tú, que con tu enojo luchas,
¿ni agradecida la escuchas,
ni la respondes cortés?
A más dudas me provoca
ver, cuando el acero empuño,
que estás cuerda para Nuño
y para Sancha estás loca.
Términos villanos toca
en ti la razón ya ciega,
pues cuando el valor se niega,
más obedecer pretende
a las iras del que ofende
que a las voces del que ruega.
No digo que tú admitieras
de Sancha el ruego amoroso,
ni que pecho generoso
liberal le concedieras;
pero que le agradecieras
más cortés la voluntad;
porque es mayor calidad
que halle con seguro abrigo
el ruego del enemigo
valimiento en la piedad.
Aunque el sufrir es bajeza
de uno la descortesía,
el tenerla yo, sería
falta de mayor nobleza;
y así, el ver que a tu grandeza
la cortesía no esmalta,
me ofende, porque más alta
generosidad previene
el dársela a quien la tiene
que el pedirle a quien le falta.
ELVIRA:
Si de Sancha no admití
el ruego, y le desprecié
ciega y enojada, fue
por
el dolor que hay en mí;
mas, con el pesar que a ti
estos desprecios te dan,
que ya prefiriendo están
contra tu opinión colijo
a los aciertos de hijo
las piedades de galán.
Más gloria tengo adquirida
en dar a Nuño sagrado,
que tú, porque te ha pesado
de dejarle con la vida.
Este pesar homicida
es de la acción de tu pecho;
porque en quien mal satisfecho,
lo liberal no le aplace,
quita el ser bien el que hace
el pesar de haberle hecho.
Si yo descortés he sido,
soy hija y siento mi agravio;
mas tú, amante y poco sabio,
eres cobarde y rendido.
De mi padre el pecho herido
pide venganza bastante;
y así, en voz tan importante
es mejor, aunque te aflija,
el ser descortés por hija
que cobarde por amante.
García, ya basta. ¡Ea!
Niega a lascivos placeres
los aciertos de quien eres.
En la venganza te emplea.
O, si no, porque se vea
cuánto mi dolor en vano
persüade a un vil hermano,
-- ¡Vive Dios! -- en mí ofendido,
que lo que tú no has sabido
lo sepa vengar mi mano.
Vase
GARCÍA:
Sancha sin honor me llama.
Quien me engendró quiere ser
vengado. ¿He de obedecer
a mi padre o a mi dama?
Pero la deuda me infama,
mi ignorancia es conocida
pues con razón advertida
parece, en cualquier cuidado,
más bien un padre vengado
que una dama obedecida.
Sí; pero cualquiera afrenta
en mujer, suelen sentirla,
vengarla y aún recibirla
los extraños por su cuenta;
pues si esto es así, ¿qué intenta
el discurso? Ya eternizo
en mí a Sancha, hermoso hechizo,
porque la afrenta impaciente
si la venga el que la siente,
la deshaga el que la hizo.
Pues, ¿qué aguardo? Ya es mi esposa
Sancha; y, ¿qué dirá Castilla?
Dirá que el alma se humilla
de don Nuño temerosa.
¡Ay, honor! ¡Qué fiera cosa!
El qué dirán me fatiga
pues lo que a esta voz obliga,
para que más satisfaga,
es razón que no se haga
sólo porque no se diga.
Perdona, Sancha, perdona;
que si tu queja me culpa,
la obligación me disculpa,
cuando el rigor me ocasiona.
Y, pues, la atención pregona
intentos que restituyo
al ánimo, en quien concluyo
la satisfacción que elijo,
en haciendo como hijo,
haré después como tuyo.
Vase. Sale un CRIADO, con un papel, y
LAÍN,
deteniéndole
LAÍN:
Aguárdese un poco, aguarde.
CRIADO:
Quiero a don García hablar.
LAÍN:
Primero le he de avisar.
Aguárdese; que no es tarde.
CRIADO:
Importa darle un recado,
y
con brevedad no poca.
LAÍN:
A mí solo entrar me toca,
porque nací su crïado.
Los que no lo son, no dan
voces ni se entran aprisa.
¿Qué sabe si está en camisa
o como su padre Adán?
¿No hay más de con tal violencia?
Éntrome allá.
CRIADO:
Bueno está.
LAÍN:
No está bueno ni estará;
que no ha de entrar sin licencia.
Que se retire le pido,
no mi enojo quiera ver;
que esto no lo puede hacer
si no es un entremetido.
Sálgase.
CRIADO:
No es acertado,
estando aquí, que me salga.
Sale don GARCÍA
GARCÍA:
¿Qué es esto?
LAÍN:
No hay quien se valga
con este necio crïado;
porque tiene en el furor,
con quien licencioso llama
para entrar hasta la cama
resabios de embajador.
CRIADO:
Nuño, mi señor, me dio
para vos este papel.
GARCÍA:
¿Qué puede querer? Mas él
diga lo que dudo yo.
Lee
"He sabido que vos y vuestra hermana
publicáis, muy en mi daño, lo que pasó en
vuestra casa, y que los miedos de vuestra
resolución me retiran de vuestros ojos; y
así, os aguardo esta tarde en Miraflores,
con espada y capa, para que más bien podáis
conseguir vuestra venganza, o yo desmienta
el descrédito en que me habéis puesto.
Nuño de Castro"
Nuño será
obedecido.
Id con Dios.
CRIADO:
Quedad con Él.
Vase
LAÍN:
¡Malo, por Cristo! ¡Papel
de desafío! ¡Perdido
soy!
GARCÍA:
Ven conmigo, Laín,
y pon silencio en tu boca.
LAÍN:
¿Qué he de hacer? Callar me toca.
Si no, llegará mi fin.
Vanse. Salen don NUÑO, y el
mismo CRIADO,
dándole un papel
NUÑO:
¿Qué dices? ¿Papel a mí?
CRIADO:
Digo, señor, que un crïado
me lo dio de don García
para poner en tus manos.
En él verás si es verdad.
NUÑO:
Sus letras me dan cuidado.
Dice así: "Dejo al valor
lo que pudiera el engaño,
pues en la venganza es justa
más la industria que las manos.
A las seis en Miraflores,
Nuño, esta tarde os aguardo
solo, con espada y capa,
porque animosos veamos,
vos sin riesgo vuestra vida,
o yo mi padre vengado".
Esto es ya reputación.
Con la tardanza me agravio.
Mas los cielos, don García,
saben de mi afecto cuanto
me pesará de reñir
con quien así me ha obligado.
Si tú lo quieres, no puedo,
aunque lo sienta, excusarlo;
porque estos lances precisos,
que al honor importan tanto,
ejecutados parecen
más bien que considerados.
Ya es hora. Quédate en casa.
Vase
CRIADO:
Con el orden que me ha dado
doña Sancha ya he cumplido.
Los fines disponga el hado
de manera que dichosa
límite ponga a su agravio.
Vase. Sale don GARCÍA, solo
GARCÍA:
Valor en el Castro arguyo,
pues ha querido buscar
pecho en mí, donde acertar
pueda, como yo en el suyo.
En el puesto estoy. Mejor
es adelantarme en esto;
que llegar antes al puesto
es crédito del valor.
Pero me quiero advertir
que, ya que estoy esperando,
sea sólo imaginando
que al enemigo he de herir;
que quien piensa inadvertido
que el otro le ha de vencer,
en la ocasión se ha de ver
muy cerca de ser vencido.
Gente he sentido, sin duda
es Nuño de Castro.
Sale don NUÑO
(Llego Aparte
corrido de que García
se haya adelantado al puesto;
pero no importa, si yo
no tardo conforme al tiempo).
Pocas veces se ha dejado
de ver que correspondiendo
vive el valor a la sangre.
GARCÍA:
Con las armas lo veremos.
Al meter mano, sale doña SANCHA, con
espada
ceñida y una pistola
SANCHA:
Aguarda; que llega Sancha
suspended el movimiento
de las armas, porque oigáis
lo que ofendida he dispuesto.
NUÑO:
¿Qué es lo que intentas? Aparta.
SANCHA:
¡Vive Dios, que paso el pecho
del que mi voz no escuchare!
GARCÍA:
(Más que a Nuño, a Sancha temo). Aparte
SANCHA:
Los papeles que llegaron
hoy a los dos, del ingenio
mío traza fue, arbitrada
para juntarnos y vernos
donde todos, animosos,
el perdido honor cobremos.
García, sin padre estás;
no te inquietes, porque luego
tiempo habrá para que des
a la venganza el esfuerzo.
Hermano, el honor te falta;
esto sí es desdicha, esto
fenecer a la violencia
del más penetrante acero;
mas, como el que le robó
está presente, no pierdo
para restaurarle el brío
a quien valiente obedezco.
Garci-Velázquez de Estrada,
escoge, antes que pasemos
adelante, lo que quieres;
ser mi esposo o que tu cuerpo
sin vida ocupación sea
lastimosa de este suelo.
Y no pienses que, aunque armado
un escuadrón de mis deudos
en lo umbroso de aquel sitio,
que álamos adornan, dejo.
Me he de amparar de sus armas,
me he de valer de su imperio
para castigar sus culpas,
para vengar los desprecios
de doña Elvira, tu hermana.
Atiende a lo que pretendo;
porque antes que despidas
el "no" por la boca, fiero,
el plomo de esta pistola
te habrá robado el aliento.
GARCÍA:
Traición, Sancha, ha sido tuya,
pues con tus parientes mesmos
me obligas a que me case.
NUÑO:
Señor don García, el tiempo
que ha que falta vuestro
padre,
siempre habéis andado atento,
procurando vigilante
vuestra venganza en mi pecho.
Siendo así, agora me toca
cobrar el honor que pierdo.
SANCHA:
Aparta, Nuño, pues yo
que he venido a disponerlo
sé que sabré conseguirlo.
En la dilación hay riesgo.
García, di. ¿Qué respondes?
GARCÍA:
Que me mates, que este pecho
dividas.
Verás en él
fieramente combatiendo
a la fe con que te adoro
y al amor con que venero
de mi padre las cenizas.
SANCHA:
¡Ah, García! Ya te entiendo;
ya el sí dices, aunque callas.
Claro está que tus afectos
arrojan el sí, que el alma
nunca ha tenido encubierto.
Mas no lo prosigas, calla;
que aunque tú, inhumano y fiero,
miraste mal por mi honor
y despreciaste mis ruegos,
yo agora, más generosa,
mirar por el tuyo quiero,
sólo porque no publique
la voz durable del tiempo
que de temor dijo sí
un tan noble caballero.
Y así, para conseguir
lo que ingeniosa pretendo,
basta que lo diga el alma
y que lo calle el deseo.
¡Parientes, ya don García
dice a voces que es mi dueño!
Hace que habla adentro
Ya eres mi esposo. Pues mira
cuánto te estimo, que quiero
por serlo, que hoy a tu padre
vengues en mi hermano mesmo.
Bien puedes reñir, acaba;
y no imagines que tengo
parientes que le defiendan,
que fue sólo fingimiento
para obligarte a que dieras
feliz logro a mi deseo.
¡Ea, acaba a tu enemigo,
sin embarazos te ofrezco.
Fenece ya con su vida;
pero, aguarda, que más presto
haré que llegue la muerte
con esta bala a su pecho.
Pónese al lado de don GARCÍA, y
apunta a don NUÑO
NUÑO:
¿Qué es lo que haces, doña Sancha?
SANCHA:
Matarte.
NUÑO:
¿Mi fin sangriento
busca quien nació mi hermana?
¿Contra mí rigor tan fiero?
SANCHA:
Sí, porque es más un marido
y un hermano mucho menos,
y antes que aquí con el tuyo
mida su brillante acero,
por no mirarle en peligro
quiero excusarle del riesgo.
GARCÍA:
A mujer que tanto sabe,
dificultades venciendo,
obligar contra su sangre,
fuera villano y grosero
quien no la diera y rindiera
nobles agradecimientos.
Nuño,
por Sancha te estimo,
por ella reñir no puedo
contigo. Tu hermano soy.
NUÑO:
Yo tu amigo verdadero.
Salen LAÍN y ANDRADA
LAÍN:
¡Gracias a quien lo ha hecho todo!
¿Sancha con boca de fuego?
Ballesta y lanzón había
solamente en aquel tiempo;
mas la ballesta se deja
para cuando Alfonso el Sexto
tome juramento al Cid.
GARCÍA:
Siempre, cuando los discretos
disponen los fines, hallan
tan acordados aciertos.
A Nuño daré mi hermana.
NUÑO:
Glorias con ella poseo.
LAÍN:
Yo la llevaré las nuevas
de este feliz casamiento,
por excusar, advertido,
que murmure algún discreto,
si a casarse por el aire
vino volando a este puesto.
SANCHA:
Costanza, Laín es tuya.
LAÍN:
No será porque no quiero.
SANCHA:
¿Así la desprecias?
LAÍN:
Sí;
no te espantes, porque temo,
aunque me ves hombre agora,
transformaciones de ciervo.
GARCÍA:
Si no ha sabido, señores,
por
su ignorancia, el ingenio
obligar contra su sangre,
castigo será el ser necio.
FIN DE LA COMEDIA